"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


lunes, 28 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ O TIGRE DE AMÉRICA SEGÚN JOSEPH JOLIS


Traducción Alex Mouchard del texto extraído de Jolis, Giuseppe. Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco e sulle pratiche, e su costumi dei Popoli che ne l’abitano, t. 1. Faenza: per Lodovico Genestri, 1789 

 

 

Foto Alex Mouchard


 Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con ellos [Buffon, Pauw (1)  y Robertson (2)] en lo que dicen sobre la Jagua, o sea el Tigre Americano. Para desilusión del lector, debo oponerme a sus opiniones extravagantes y falsas, y dar a conocer al público algunos de los muchos errores, principalmente del Sr. Pauw, como ya se mencionó, y sobre muchos otros animales del Nuevo Mundo.

  

Y en primer lugar, por lo que respecta a Pauw, me permito hacer uso de sus propias expresiones injustamente utilizadas por él contra el abad Pernetty (Recherches, Tomo 3), donde se expresa así: "Es natural (éstas son sus palabras traducidas del francés) cuando uno quiere escribir sobre animales, comenzar por estudiar la zoogeografía, para aprender sobre los géneros y especies. Como D. Pernetty no se dignó estudiar todo esto, no puede dar a los lectores nociones claras, etc." Hasta aquí él.

 

Sería pues muy necesario, digo, señor canónigo Pauw, que usted también se dignara estudiar primero la zoogeografía americana, para aprender a conocer sus animales, para poder distinguir sus géneros y especies; y por tanto ocúpese como filósofo en investigaciones que no sean inútiles, como ciertamente lo son muchas de las suyas. No ha investigado el verdadero significado de aquellas palabras que usa, ni se dignó consultar a los entendidos en esas lenguas, habiendo caído también en error en el nombre del Tigre Americano, llamándolo Jaguar, cuando no es otra cosa que Jagua. Al consultarlos, habría aprendido que en el idioma en el que se originó dicha palabra, la letra “r” que Ud. agregó no se usa comúnmente nada más que en la composición. El Yaguareté no es como cree usted, y el señor de Buffon,  una variedad o raza de tigre americano distinta de la Jagua. Es ese animal mismo, es decir, el tigre bajo esta palabra, que no expresa otra cosa que el verdadero Tigre. También se escribe Guazú y non Guacú, como lo hace Ud.; Onza, no Onca; Yaguareté, no Jaguarette. Al colocar a la Jagua entre las onzas, todo se vuelve confuso para Ud.

 

Un filósofo y naturalista debe saber que la Onza es un animal diferente de la Jagua o Yaguareté, y es llamada por los chiriguanos, y por los paraguayos Yaguatì, y por los del Brasil, Jaguapitima, de la cual tendré que hablar en otro lugar, y allí dar a conocer otra pifia ciertamente indigna de un naturalista, y de un filósofo, de Buffon y del dicho señor Pauw, por la cual confunde la Jagua con el Gato-tigre. Ya expuestos esos errores, no es de extrañar que los citados escritores nieguen a los verdaderos Tigres en América. Decir que están allí y afirmar haberlos visto muchas veces no es prueba suficiente para ellos; lo que se necesita,  según Pauw, es un solo un naturalista capaz de distinguir entre la piel de un verdadero Tigre, la de una Pantera y la de la Onza. Verdaderamente un privilegio muy singular concedido por Pauw a quienes han estudiado esta ciencia, y que le es negado a cualquier otra persona. Pero yo diría que quienquiera que haya visto a las Onzas, las Panteras, los Tigres, los Tigres Verdaderos y los Tigres Reales, ¿acaso no podrá, señor canónigo, disfrutar de ese privilegio? Si el que afirma que hay verdaderos Tigres en América, como ciertamente yo lo afirmo, hubiera leído a los naturalistas que escriben sobre tales animales en el Viejo Mundo, ¿quisiera usted considerarlo y declararlo incapaz de conocerlos porque no es un naturalista? Confieso voluntaria e ingenuamente que no soy un naturalista; pero también debo confesar que he leído a  los mejores y que he observado diligentemente a todos los animales del Viejo Mundo antes mencionados, de modo que no parezco demasiado arrogante al afirmar que hay verdaderos Tigres en América, donde están desde hace muchos años, y que en las Misiones del Chaco tienen la facilidad de verlos y comer bastantes de ellos . 

Si Pauw no desea proporcionar ningún crédito a los misioneros de esos países, no debe negárselo a otros naturalistas y filósofos que los observaron y los describieron en sus escritos. Hay muchos de ellos, pero mencionaré sólo unos pocos para no traspasar los límites prescritos. El primero es el célebre Don Antonio Ulloa “Hay tigres bien peligrosos, que causan mucho mal, no sólo en los rebaños, sino también entre los hombres, cuando los detectan. La piel de estos animales es bien hermosa. Son bien grandes, y se ven algunos, que parecen por su talla, burros." Hasta aquí él. (Viaje histórico de América L. 1, c. 7).

 Don Gonzalo de Oviedo en el resumen de su Historia (Ramus Volum, 3. p, 55, Venecia 1565), hablando de los tigres americanos, dice esto: “Son arrogantes con tal fuerza que en mi opinión ningún León Real de los más grandes, es tan fuerte, ni tan altivo."

Eso sí,  el citado escritor parece dudar de si son verdaderos Tigres; esto sólo se debe a la falta, como él dice, de esa velocidad que les atribuyó Plinio, y que él comparó con el río Tigris, pero tal falta, en lugar de destruir lo que él había inferido, lo confirma y lo prueba; ya que tal velocidad, siendo falsa y atribuida por error por Plinio, los naturalistas modernos se la niegan a los verdaderos Tigres.

 El señor [Pierre] Bouguer en su nuevo libro, titulado “Figure de la Terre”, página 18, no duda en comparar a los tigres americanos con los africanos en ferocidad y tamaño; así se expresa: “Pero los tigres allí son grandes, y tan feroces, como los de África”; luego añade que él mismo ha visto en la Provincia de Esmeraldas [Ecuador] muchos daños causados por esos tan terribles tigres, y que en los últimos dos o tres años habían despedazado y muerto a  diez o doce indios. Lo mismo en cuanto a tamaño y ferocidad lo confirma [Ludovico Antonio] Muratori en su pequeña historia de las Misiones del Paraguay  [Cristianesimo felice nelle missioni de' padri della Compagnia di Gesù nel Paraguay (1743-1749)]. 

La confusión de los dos escritores citados respecto al tamaño del tigre americano se aclara con la vista por Pernetty en Montevideo (Recherches T. 3. pág. 156). Ella tenía, según relata, sólo cuatro meses, y fue criada desde los primeros días a la entrada del Palacio del Gobernador, donde ciertamente no podría crecer tanto como lo hubiera hecho si la hubieran dejado libre en aquellos bosques. Medía no menos 73 cm de alto; donde la Jagua de Buffon (T. 19, página 9 y siguientes), teniendo dos años, tenía sólo 43,3 cm en la parte delantera del cuerpo, y 45, 3 cm en la parte trasera, y de largo de todo el cuerpo, es decir, medido desde el extremo del hocico hasta el comienzo de la cola, sólo 78,5 cm; de circunferencia del cuerpo en la parte delantera, más gruesa, 44 cm, y finalmente las uñas más largas tenían solo 1,6 cm. El dicho Jagua de Buffon, aunque embebido y empapado de alcohol de caña, pesaba sólo 8 kg  (risum teneatis amici [sigan sonriendo, amigos]) , cuando hay gatos que pesan más de 10 kg. Una sola pata de tigre, pesada en América, alcanzó 1, 5 kg, de modo que las cuatro juntas habrían pesado 6 kg; 2 kg menos que todo el tigre de Buffon. Aquellos que han tenido la oportunidad de ver al verdadero Tigre en América, sin duda no podrán contener la risa ante un engaño tan solemne que es propio de un hombre que no tiene ningún conocimiento sobre esos animales.

 Para confirmar aún más mi afirmación y convencer de su error a los tan frecuentemente renombrados filósofos y naturalistas, no será inoportuno para el lector traer aquí como prueba la autoridad de otros escritores. El Abad Saverio Clavigero (T. 1, página 69), muy conocido por su erudita “Historia de México”, incluye también al tigre entre los animales comunes, tanto en el Viejo Mundo como en aquel Reino. El Naturalista Hernández (Hist. Nov. Hìsp, C. X) lejos de negar la existencia del tigre en América, lo antepone en tamaño al del Viejo Mundo.

 "Es común”, así dice cuando habla del americano, el tigre en este Mundo, pero mayor que el nuestro." Los tigres americanos en las regiones cálidas no le parecían diferentes a los de África al señor de la Condamine, ni por su tamaño ni por los hermosos colores de su piel. El padre José Acosta (Libro 4. c. 34), un famoso escritor sobre América, también elogiado por el Sr. Pauw, afirma que existen tigres, tal como los describen los historiadores. Finalmente, el Padre [Pierre] Charlevoix (Hist. ParaquLib. 1, p. 6. ) hablando de los tigres del Nuevo Mundo, se expresa enfática y afirmativamente así: “En ningún otro lugar son mayores, ni en masa corporal, ni en ferocidad”. 

Tras el testimonio claro y manifiesto de tan renombrados escritores, en parte testigos oculares, y muchos otros, que por brevedad dejo fuera, como [Pedro] Lozano, el naturalista [Willem] Pison, [Scipione] Maffei, [Antonio de] Herrera y autores portugueses, cuyos manuscritos conservo, después de tal afirmación universal y uniforme, en la que conceden los verdaderos Tigres a América, digo ¿tendrán el Sr. Pauw y Buffon el coraje y la valentía de negarlos abiertamente, basándose en las medidas tomadas y las observaciones hechas por el citado Buffon sobre un Gato-tigre americano, que él o sus sabios académicos creían falsamente que era el verdadero Tigre Americano?

 Aunque puede darse el caso de que en algunas partes del Nuevo Mundo los tigres sean más pequeños que en otras partes, como se sabe de ellos, y se cree haber visto en las cercanías de Porto Bello, y  aún les falte coraje y audacia, por lo que sin ser instigados pero famélicos, no se abalanzan contra las personas y hasta huyen (como ocurre en Brasil) cuando ven un tizón encendido y en otras circunstancias similares, esto no prueba en absoluto la inexistencia de verdaderos Tigres en América, ni que allí no se encuentren del mismo tamaño y ferocidad que los Tigres Africanos [Leopardos?], como tampoco se deduce ciertamente la falta de verdaderos Leones en la India y Barbaria. por el hecho de que sean cobardes, y en tal medida lo son, que los que se ven cerca de las ciudades y pueblos de tales distritos, huyen incluso cuando están enfurecidos y hambrientos, ante las antorchas encendidas, y la voz amenazadora de un hombre, e incluso de un niño, o de a una mujer, que llega incluso a golpearlos y les hace dejar su presa intacta (Buffon. T. 18, pag 8, y 19).

 Tampoco es suficiente la otra razón, por la que los dos escritores antes mencionados niegan los verdaderos Tigres a América, de acuerdo con los mismos principios que Buffon (Tom. 18, pág. 66). Los verdaderos Tigres, dicen, no están adornados con manchas redondas en forma de rosas, o de ojos, con uno o dos más pequeños en el interior, y negras, sino de largas bandas transversales negras, que en forma de grandes anillos se extienden desde el dorso hasta el vientre, y que forman el carácter específico y singular por el cual (según expresa el citado Buffon) los verdaderos Tigres se distinguen de todos los demás animales atigrados, como Panteras, Onzas, Leopardos, etc. Y es precisamente esta distinción la que considero aquí insuficiente, según los principios de tan renombrado naturalista, y así razono: según sus principios (T. 5. pag, 52, donde habla del Cuervo), y los de todos los naturalistas, las manchas y los colores son accidentales y nunca fueron un carácter constante, por lo que no deberían ser considerados, en ningún caso, como un atributo esencial. Por lo tanto, las largas bandas transversales negras no deben considerarse en los tigres como un atributo esencial de ellos y, en consecuencia, no pueden constituir su propio carácter o singularidad para distinguirlos. Por lo tanto, la razón en la que él y Pauw se basan, para negarle los verdaderos Tigres a América, es inexistente, según sus mismos principios.

 Si los colores en los animales son accidentales porque cambian según los climas, por tanto, ¿no puede el clima americano haber cambiado las mencionadas bandas en puntos redondos negros, como podría haber cambiado todo el manto del león en América, su constitución, su cola y su pelo? Los leones en Etiopía son negros, y en la India los hay blancos, manchados y de diversas marcas rojas, negras y azules, según Eliano y Opiano, y no por ello dejan de ser leones como los demás, que generalmente están vestidos de color leonado, según Buffon y la mayoría de los autores, bajo la dirección del Príncipe de los Filósofos: Aristóteles (Hist. Animalium c. 24,).

 Por tanto, es apropiado que Buffon y Pauw crean que hay verdaderos Tigres en América, aunque sean diferentes en sus manchas de los comunes del Viejo Mundo, teniendo las mismas propiedades e inclinaciones, el mismo tamaño, si no más, y la misma ferocidad, etc. Ya que también son verdaderos venados los que se ven en la Nueva España, aunque blancos, y también lo es la Onza del Brasil, aunque la base de su pelaje no tiene el mismo color que los demás, sino que es completamente negro con manchas aún más negras, como lo afirma el propio Conde Buffon (Tom. 18, p. 76), sin enumerar los demás animales que tenemos ante nuestros ojos, y que cambian de color y de manchas según las diferentes razas y los climas. Excepto que, para agregar al tema, en algunas provincias de América donde habitan los Tigres Americanos, como en el Chaco, en Tucumán y en los países de los Chiquitos hay otros tigres incluso diferentes a los reportados por Buffon, por Robertson y otros escritores; con manchas negras transversales sobre un fondo de color leonado claro, muy vagas y, por tanto, diferentes de las de la Tigresa Real, visto por mí en Faenza. Ésta tenía sólo cinco o seis sobre el fondo leonado de todo el cuerpo, muy distantes entre sí, como grandes anillos de color negro intenso, de 1 cm de ancho, o como mucho 1,4 cm. Desde el lomo donde se originaban, las bandas antes mencionadas se extendían hasta el vientre, donde se unían por delante para dividirse luego, menos negras y menos anchas que en el lomo y los flancos. 

Sin embargo, las de los tigres del Chaco, que también tienen su origen en el lomo, desaparecen antes de llegar al vientre, y parecen mucho más anchas que las del Tigre Real, pero menos negras, ya que en el medio del marrón puede verse algo del color leonado del manto. Las zonas intermedias, sin manchas, son muy estrechas, y no tan claras y vivaces en su color leonado como en otras zonas del cuello y de la grupa, donde las bandas negras se hacen más raras.  Su cola es del mismo color leonado con anillos aún más negros proporcionalmente distantes, que sin embargo no se unen, sino que quedan interrumpidos en la parte inferior de la cola. La punta de la cola es negra y el pelo de 8 cm de largo; longitud que mantiene en la parte del cuello cercana a las orejas, y que poco la supera en el resto del cuerpo, es decir, en sólo 2,7 cm, excepto en las patas traseras, donde aumenta en un tercio, y el color es blanquecino. El pelo que se observa en sus cabezas, apenas llega a 1 cm, es de color leonado, pero marcado con bandas negras y gruesas, y con dirección variable: las del cuello están todas dirigidos hacia atrás. En medio de la cabeza y encima de los ojos hay unas pequeñas manchas redondas, completamente negras, y otras similares en las mandíbulas y patas; pero en estas últimas desde la mitad hasta el comienzo de las uñas.

Tampoco carecen de los habituales bigotes, de más de 11 cm de largo y formados a cada lado por diez pelos de color blanquecino en la punta y leonado en el resto. Por encima de los párpados también hay pelos un poco más cortos, pero del mismo color que los del bigote. Estos pelos, cuando está enfadado (momento en el que la piel de la cabeza suele arrugarse) se unen y forman como dos pequeños cuernos, que se mueven para todas partes. Los tigres de este tipo, aunque son más raros que la variedad de piel atigrada mencionada anteriormente, son mucho más feroces y crueles que todos los demás, y mucho más grandes incluso que la Tigresa Real que vi; sin embargo, ésta era más alta de patas (según me pareció a mí) en 8-11 cm. Parecía estar de un humor tranquilo y sereno, y mucho más que la Pantera que me mostraron los mismos forasteros; de modo que para mi sorpresa la vi caminando tranquilamente detrás del bastón que le presentaron; lo que nunca antes había visto en las Onzas americanas enjauladas, y me da motivos para sospechar la exageración en los relatos de los viajeros, según los cuales los Tigres Reales de las Indias Orientales parecen ser tan feroces, y del tamaño de un caballo, de un búfalo, y hasta de 4,90 m de largo (Buffon T.18, p.160) y cuando la de tres años que yo vi, ni siquiera llegaba a 1,30 m en el largo total de su cuerpo; habiendo medido con mi bastón la jaula donde estaba encerrada.

 

(1)-Corneille de Pauw (1739 —1799), filósofo y geógrafo holandés, autor de Recherches philosophiques sur les Américains (1771).

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(2)-William Robertson (1721-1793), historiador escocés, autor de The History of America (1777).




    Joseph Jolis (1728-1790) fue un jesuita español que llegó al Río de la Plata en 1753, y fue destinado a las reducciones del Chaco.  Realizó extensas exploraciones en el interior del Gran Chaco, haciendo siempre observaciones de historia natural, con las que redactó la obra “Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco” (1789).

     Son interesante sus observaciones sobre el yaguareté criticando algunos naturalistas e historiadores como Buffon. Además se aprecian las dificultades que había para la descripción y clasificación de los animales que encontraban los europeos en América, debido a la falta del concepto de especie.


 

 

 

 

domingo, 20 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ SEGÜN MARTÍN DOBRIZHOFFER

 

Y como tantos muertos se quedasen
En aquestos trabajos escesivos,
Fue causa que los tigres se cebasen
Y en esta tierra fuesen tan nocivos;
Pues como ya los muertos les faltasen
Procuraban cebarse de los vivos,
Y fue tan grande plaga y desventura
Que no teníamos hora segura.

Juan de Castellanos

 



Felis onca 

Grabado de William Home Lizars (Jardine, 1846)



Traducción Alex Mouchard

 

El Paraguay abunda en tigres por la cantidad de ganado que tiene, que es el alimento de estas bestias. Todos están marcados con manchas negras, pero la piel de algunos es blanca, la de otros amarilla. Así como los leones africanos superan con mucho a los del Paraguay en tamaño y ferocidad, los leopardos africanos ceden en igual proporción a los paraguayos en el tamaño de sus cuerpos. En la finca de San Ignacio, que pertenece al colegio cordobés,  encontramos la piel de un tigre, que había sido matado el día anterior, sujeta al suelo con estacas de madera: medía tres codos y dos pulgadas de largo [130 cm], que no es menor que las dimensiones de la piel de un buey adulto. Pero el tigre más grande es mucho más delgado que cualquier buey.

Los tigres, ya sea que salten como gatos o en el acto de huir, corren extremadamente rápido, pero no por mucho tiempo seguido; porque como se cansan pronto, un jinete activo puede alcanzarlos y matarlos. En los bosques se defienden entre los árboles y los pedregales y rechazan con tenacidad a los asaltantes. Es increíble la cantidad de matanzas que cometen a diario en las haciendas. Matan sin dificultad bueyes, ovejas, caballos, mulas y asnos, pero nunca los comen hasta que están podridos. ... Los tigres devoran hasta el último bocado los cadáveres de los caballos, que rezuman putrefacción líquida, aunque haya caballos vivos a mano. Tanto los españoles como los indios conspiran contra estas bestias destructoras. Construyen un gran cofre, como una ratonera, compuesto de enormes trozos de madera y sostenido por cuatro ruedas, y lo arrastran con cuatro bueyes hasta el lugar donde han descubierto huellas de tigres. En el rincón más alejado del cofre, se coloca un trozo de carne muy maloliente, a modo de cebo, que tan pronto como el tigre lo coge, la puerta del cofre se cae y lo encierra, y lo matan con un mosquete o una lanza introducida por los intersticios de las tablas.

 

En la ciudad del Rosario vimos un tigre aún no adulto, pero amenazador y formidable para todo aquel que se encontraba en un bosque, a un tiro de fusil de mi casa. Yo y tres españoles armados corrimos a matarlo; al vernos, corriendo de aquí para allá entre los árboles y las zarzas, se las arregló para desaparecer de la vista. Siguiendo sus pasos lo encontramos escondido en un árbol viejo, muy grande y casi hueco, y, para privar al tigre de toda salida o medio de escape, lo cubrimos con trozos de madera por todos lados, haciendo un agujero en el costado, para que la bestia acechante pudiera ser muerta a mano armada, lo que finalmente logré sin el menor peligro para mí.

No puedes imaginar cómo el tigre saltaba arriba y abajo en el hueco del árbol después de recibir algunas heridas. La piel, que fue perforada por las balas y la espada hasta quedar como un colador, no pudo ser utilizada, aunque la carne proporcionó a los abipones una cena suntuosa. Pero como los tigres poseen una fuerza, rapidez y astucia singulares, no es seguro que una persona los pueda perseguir en plena llanura. No niego que un tigre puede ser a veces atravesado o estrangulado por un solo español o indio. Pero muchas veces un español o un indio es despedazado por un tigre, cuando la lanza no acierta o no consigue infligir un golpe mortal; porque, a menos que se hiera el interior de la cabeza, el corazón o la espina dorsal, esta poderosa bestia no cae, sino que se enfurece y ataca al agresor con una rabia proporcional al dolor de la herida.

 

Por eso, siempre que hay que matar a una de esas bestias, se juntan muchos hombres armados con lanzas; el uso del mosquete solo es casi siempre peligroso, pues, a menos que el tigre sea derribado por la primera bala, salta furioso al lugar de donde procede el fuego y desgarra al hombre que le ha infligido la herida. Por tanto, el que no quiere correr riesgo de vida, va acompañado de dos lanceros a cada lado, que atraviesan al tigre cuando avanza para atacarlo, después de que ha disparado su mosquete. Aprendí del peligro que corrieron otros, que las balas no deben usarse a la ligera contra los tigres.

Viajando con seis mocovíes, desde la ciudad de Santa Fe hasta la ciudad de San Javier, pasé la noche en las orillas de la laguna redonda, al aire libre, como de costumbre; la tierra era nuestro lecho, el cielo nuestra cobertura. El fuego, nuestra defensa nocturna contra los tigres, brilló un rato en medio de nosotros mientras dormíamos, pero al final se fue apagando. En medio de la noche, un tigre se acercó sigilosamente a nosotros. Mis compañeros indios, para no parecer desconfiados de la amistad de los españoles, habían iniciado el viaje desarmados. Como no preveía ningún peligro, me había olvidado de cargar mi mosquete. Siguiendo mis instrucciones, arrojaron hábilmente teas al tigre que se acercaba. A cada lanzamiento, saltaba hacia atrás rugiendo, pero recobraba el valor y volvía una y otra vez, más amenazador que antes. Mientras tanto, cargué mi mosquete. Pero como la oscuridad me privó de toda esperanza de matar al tigre y me dejaba sólo el deseo de escapar, cargué mi mosquete con abundante pólvora y disparé sin bala. La bestia, alarmada por el espantoso estampido, huyó al instante y nos acostamos a dormir de nuevo, regocijándonos por nuestro éxito. Al día siguiente, al mediodía, en un sendero angosto, delimitado por una laguna de un lado y por un bosque del otro, encontramos dos tigres, que los mocovíes que los perseguían habrían atrapado con un lazo si no hubieran huido y se hubieran escondido en el bosque.

 

Innumerables tigres son atrapados anualmente con lazos de cuero por los españoles e indios, a caballo, y son estrangulados, después de ser arrastrados rápidamente por algún tiempo por el suelo. Los pampas hieren el lomo del tigre con una flecha delgada y lo matan instantáneamente. En otras ocasiones, con el mismo propósito, utilizan flechas muy fuertes o tres piedras redondas suspendidas de correas, que arrojan al tigre. Cuán grande debe ser su fuerza se puede juzgar por esto: si encuentran dos caballos en los pastos atados juntos con una correa para evitar que escapen, atacarán y matarán a uno, y lo arrastrarán, junto con el otro vivo, a su guarida. No lo habría creído si no lo hubiera presenciado personalmente cuando viajaba en compañía de los soldados de Santiago. Su astucia es igual a su fuerza. Si el bosque y la llanura les niegan el alimento, lo procuran pescando en el agua. Como son excelentes nadadores, se sumergen hasta el cuello en algún lago o río y escupen por la boca una espuma blanca que, nadando en la superficie del agua, los peces hambrientos devoran con avidez como alimento y son rápidamente arrojados a la orilla por las garras de los tigres. También capturan tortugas y las arrancan de sus caparazones con maravillosa habilidad para devorarlas. A veces, un tigre, oculto bajo la hierba alta o entre las zarzas, observa tranquilamente pasar una tropa de caballos y se lanza con impetuosidad sobre el jinete que cierra la compañía. En las noches lluviosas y tormentosas se infiltran en las viviendas humanas, no en busca de presas o comida, sino para protegerse de la lluvia y del viento frío.

Aunque la sombra de esta bestia es suficiente para crear alarma, los más temibles son aquellos que ya han probado la carne humana. Los tigres de este tipo tienen un intenso deseo de humanos y los acechan continuamente. Seguirán los pasos de un hombre durante muchas leguas hasta que lo alcancen.

Será apropiado en este lugar dar cuenta de algunos métodos de defensa contra los tigres. Si trepas a un árbol para evitar caer en las garras de un tigre, él también subirá. En este caso, la orina debe ser tu instrumento de defensa. Si la arrojas a los ojos del tigre, cuando te esté amenazando al pie del árbol, estarás a salvo; la bestia inmediatamente se dará a la fuga. Por la noche, un fuego ardiente proporciona una gran seguridad contra los tigres. También temen a los perros, aunque a veces los despellejan y despedazan cruelmente. Los españoles tienen mastines que son muy formidables para los tigres.

 

En la ciudad de San Fernando, un tigre se colaba de noche en los rediles, mataba a las ovejas, les chupaba la sangre y, dejando los cuerpos, se llevaba las cabezas. Al final, esta audacia nos pareció insoportable, y al ponerse el sol, veinte abipones se armaron con lanzas para matar a la malvada bestia y se pusieron en una emboscada. Otro, armado con pistolas, se tumbó en medio del rebaño. Aunque los hombres se escondían silenciosamente en el patio cercano, el tigre, consciente de la situación, ya fuera por el olor o por el oído, no se atrevió a acercarse al redil. Al final, descartando su llegada, los vigiladores, al anochecer, regresaron a sus chozas. Apenas habían dado la espalda, cuando el tigre regresó y despedazó a diez ovejas. Para buscarlo, todos los abipones que estaban en casa partieron a pie, armados por ambos lados con lanzas, listos para atacar en cuanto apareciera la bestia. A petición de los indios, fui a retaguardia armado con un fusil, una bayoneta y algunas pistolas. Después de explorar diligentemente los alrededores, como no apareció ningún tigre, regresamos a casa sin realizar nuestra tarea, y fuimos saludados por los silbidos de las mujeres.

Pero el mismo tigre, al ponerse el sol, se acercaba todos los días a la ciudad para desgarrar parte del cadáver de un caballo, sin que los indios que lo acechaban pudieran atraparlo. Los abipones tienen continuas luchas con los tigres y, a menos que la lanzada falle, siempre salen victoriosos. Por eso, muy raramente un abipón es devorado por un tigre, pero innumerables tigres son devorados por los abipones. Su carne, aunque horriblemente desagradable incluso cuando está completamente fresca, es ansiosamente ansiada por los salvajes jinetes, que también beben grasa de tigre derretida, considerándola un néctar e incluso creyendo que es un medio para darles coraje.

 

Todos detestan la idea de comer gallinas, huevos, ovejas, pescado y tortugas, imaginando que esos tiernos alimentos engendran pereza y languidez en sus cuerpos y cobardía en sus mentes. Por otra parte, devoran con avidez la carne del tigre, el toro, el ciervo, el jabalí, el anta y el tamandúa, pensando que, al alimentarse continuamente de estos animales, su fuerza, audacia y coraje aumentan. En repetidas batallas con los tigres, muchas personas son heridas por sus garras. Las cicatrices, una vez curadas las heridas, ocasionan un fuerte dolor y ardor, que ni el tiempo ni la medicina pueden aliviar. Los propios tigres son atormentados con el calor de sus propias garras, y para aliviar el dolor, las frotan contra el árbol del seibo y dejan la marca de sus uñas en la corteza. El tigre no perdona a ninguna criatura viviente; atacan a todas, pero con distinta fortuna y éxito: los caballos y las mulas, a menos que salven sus vidas huyendo rápidamente, generalmente son derribados; los asnos, cuando pueden conseguir un lugar donde puedan cubrir sus espaldas, repelen al asaltante dando vueltas y vueltas y pateando muy rápidamente durante mucho tiempo; pero en campo abierto rara vez tienen éxito. Las vacas, confiadas en sus cuernos, se defienden a sí mismas y a sus terneros con la mayor intrepidez.

Las yeguas, por el contrario, al acercarse un tigre, abandonan a sus potros y emprenden la huida. Las antas [error por osos hormigueros] se tumban de espaldas, esperan al enemigo que avanza con los brazos extendidos y, en cuanto éste les ataca, lo aplastan hasta matarlo, si damos crédito al testimonio de los nativos. Los abipones utilizan las pieles de tigre para hacer corazas, cojinillos, alfombras y mantas. En España, cada piel se vende por cuatro y, a veces, seis florines alemanes. Con la esperanza de obtener ganancias, varios españoles se unen en Paraguay y salen a cazar tigres. Cada año se envía a España una gran cantidad de pieles de tigre. En la ciudad de Santa Fe conocí a un español que al principio era indigente y que, gracias a este comercio de pieles, en pocos años despertó la envidia de los demás por su opulencia.




Castellanos, Juan de. 1955. Elegías de varones ilustres de Indias. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República. 4 vols.

Dobrizhoffer, Martin. 1822. An Account of the Abipones, an equestrian people of Paraguay. 3 vols. London: John Murray.

Jardine, William. 1846.  Lions, tigers, &c. Naturalist's library, volume 3. London, H. G. Bohn


lunes, 9 de septiembre de 2024

EL YAGUARETÉ SEGÚN JOHANN RUDOLF RENGGER


Traducción: Alex Mouchard



Te voy a contar mi historia, de tristezas y de gloria

Fuerte, salvaje y valiente, soy guardián de la memoria

Hubo un tiempo que fui líder de estas tierras tan amadas

Y fui libre caminante bajo el sol de la mañana

Me gustaba tanto el río, los esteros y bañados

El Paraná con sus olas y el Iguazú enamorado

Me gustaba trepar alto y rugir muy fuerte al viento

Que se enteren de mi grito y que me tengan respeto

 

Porque soy yaguareté soy ibereño y correntino

soy soy soy yaguareté, el monte siempre fue mi hogar

Porque soy yaguareté, yo soy el rey de los felinos

soy la huella en el camino y la tierra es mi país

 

Soy yaguareté – Chamamé de Magdalena Fleitas 




El relato sobre el yaguareté que hizo el naturalista suizo Johann Rudolf Rengger durante su estadía en Paraguay entre 1818 y 1826,  a pesar de de la visión que había en esa época sobre la naturaleza, es interesante porque a diferencia de otros naturalistas tuvo experiencias directas con este felino.

 

Jaguar macho

Dibujo de Jean-Charles Werner

(Geoffroy Saint-Hilaire, Etienne & Cuvier, Frédéric, 1824-1842. Histoire naturelle des mammifères : avec des figures originales, coloriées, dessinées d'après des animaux vivans. Paris, A. Belin.)


 

EL JAGUAR

 

JOHANN RUDOLF RENGGER

 

Al jaguar, Felis [Panthera] onca, llamado Yaguareté en la lengua guaraní común en Paraguay,  o sea «cuerpo de perro»,  alguna vez se lo confundió con algunas especies de felinos africanos, y otras veces con otras especies de felinos americanos más pequeños. Don Félix de Azara fue el primero que expuso correctamente las características distintivas de este felino, y añadió algunos datos sobre su estilo de vida, pero no basándose en sus propias observaciones. Todos los escritores de viajes posteriores que han visitado la parte oriental de Sudamérica mencionan a los jaguares sin enseñarnos nada nuevo respecto a Azara. La descripción más completa y las ilustraciones más precisas son del Sr. Fr[édéric] Cuvier, en su trabajo sobre los mamíferos, y fue dada en base as dos individuos que se encontraban en el Zoológico de París. Estos dos jaguares, que el autor consideraba animales jóvenes e inmaduros, a juzgar por las medidas dadas, debieron haber alcanzado entonces el máximo de su tamaño. El color y las marcas de su pelaje también eran los más comunes. Sin embargo, como en mis viajes tuve oportunidad de comparar muchas pieles de jaguar y observar individuos vivos, tanto en libertad como en cautiverio, creo que puedo añadir algunos comentarios a las descripciones del señor Azara y de Cuvier sobre las variaciones de color, sobre su distribución y sobre el modo de vida de este animal depredador.

 

El color básico de su pelaje, cuyos pelos son del mismo color en toda su longitud, es amarillo rojizo en la mayoría de los individuos, excepto en el interior de la oreja, en el hocico, la mandíbula inferior, la garganta, la parte inferior. del cuello, en el pecho, el lado interno de las cuatro extremidades, en el vientre y hacia el final de la cola, donde es de color blanco.

Todo el pelaje está salpicado en parte de manchas más pequeñas, negras, circulares, alargadas o de forma irregular y en parte de manchas más grandes de color rojo amarillento con bordes negros y uno o dos puntos negros en el medio.

Las manchas negras y llenas se encuentran especialmente en la cabeza, el cuello, las cuatro extremidades, la parte inferior del cuerpo y la cola. El jaguar está cubierto de pelo corto, espeso, liso, algo brillante y suave al tacto, que es ligeramente más largo dentro de la oreja, en la garganta, la parte inferior del cuello, el pecho y el vientre, que en el resto del cuerpo. Unos pocos pelos rígidos, parecidos a cerdas, de 5 a 10 cm de largo, se encuentran encima de cada ojo, a ambos lados por encima del labio superior y en medio de ambas mejillas. Si se acaricia a un jaguar por la noche, se puede escuchar un crujido y a veces ver chispas eléctricas saltando de las puntas de su pelo.

 

Cuando el color básico del pelaje es el blanco, se encuentran [las manchas] en menor número, pero más grandes e irregulares que en las otras partes. Este es particularmente el caso del lado interno de las patas, donde forman franjas transversales. También son más grandes en la mitad trasera del cuerpo que en la delantera, tanto en el color de fondo amarillo rojizo como en el blanco, y forman dos o tres anillos completos en el tercio inferior de la cola, cuyo extremo es negro. A menudo están alineadas a lo ancho del pecho como una correa. Siempre hay una mancha negra en cada comisura de la boca, y otra, con una mancha blanca o amarilla en el medio, que cubre la parte posterior de la oreja. Las manchas de color rojo amarillento con bordes negros se pueden encontrar en el cuello, los hombros, los costados del tronco y los costados. Son pocas en cntidad, de circunferencia más o menos circular y de 5 a 7.5 cm de diámetro. En la parte posterior desembocan en una franja irregular, que se divide en dos en la cruz. Sin embargo, no forman filas a los lados del cuerpo que discurran paralelas a la espalda, como ocurre con otras especies de gatos.

 

Por cierto, apenas se encuentran dos pieles de jaguar en las que las manchas negras redondas, a excepción de las de las comisuras de la boca, las orejas y la punta de la cola, estén presentes en el mismo número o en la misma proporción. Lo mismo ocurre con las manchas en forma de anillo; sólo en estas, como dice el Sr. F. Cuvier, se ha observado constantemente que nunca más de cinco, o como máximo seis, de ellas caen en una línea perpendicular a la columna.

 

La hembra del jaguar es generalmente de color algo más pálido que el macho y tiene menos manchas en forma de anillo en el cuello y los hombros, pero más, aunque más pequeñas, en los lados del cuerpo.

 

Estos son el color y las marcas de los jaguares más comúnmente encontrados. Pero hay muchas variaciones. No sólo ningún pelaje tiene manchas exactamente iguales a otro, sino que su color básico a menudo difiere completamente de uno a otro. Vi esta diversidad de manera más llamativa en una colección de veinte y pocas pieles que había reunido el comandante de Villa Real [de la Concepción, Paraguay], gran amante de la caza del jaguar. En una de ellas la capa era de color blanco grisáceo en todas partes y no tenía manchas negras; sólo que había un sombreado más oscuro en los lugares donde estaban las manchas negras y donde debería estar el borde negro de las manchas rojo amarillentas.

Azara ya había visto una piel así en Paraguay y pensó que era la de un albino; opinión que me parece tanto más probable cuanto que, según asegura el cazador que mató al jaguar cuyo pelaje aquí se trata, la piel debajo del pelo y las garras del animal también eran blancas. Sin embargo, hasta que no se haya examinado un individuo vivo de esta variedad, no será posible determinar si el color blanco es un cambio natural o una enfermedad.

 

En las pieles restantes, el color básico iba de amarillo blanquecino a amarillo, amarillo rojizo, rojo amarillento, rojo amarronado, marrón rojizo, marrón castaño y finalmente al negro. El color negro, al igual que el castaño, eran raros, pero conseguí ver varias pieles de este tipo, en parte en Paraguay y en parte en Brasil. Aunque todas las pieles de esta colección se diferenciaban mucho entre sí en su color básico, en todas ellas se podían encontrar los signos distintivos característicos del jaguar, es decir, la forma y distribución de las manchas descritas anteriormente. Sólo había que mirar las pieles negras de lado para poder ver las manchas aún más oscuras. Las partes del cuerpo que normalmente son blancas, también eran negras, sólo que un poco más pálidas, y en una de estas pieles encontré que eran de color castaño.

 

También hay una diferencia considerable en el tamaño de los jaguares. Como tamaño normal, se pueden asumir las dimensiones que el Sr. F. Cuvier da del jaguar macho que se encontraba en la casa de fieras de París. Ellas son:

 

-119 cm desde el occipucio hasta la base de la cola;

-29.8 cm de largo de la cabeza;

-70,4 cm longitud de la cola;

-81.2 cm altura media.

 

La hembra suele ser 1/17 más corta y 1/12 más baja que el macho.

 

Sólo he visto algunos pocos jaguares, a lo largo del río Paraná entre los 27 y 34 grados de latitud sur, que excedieran estas dimensiones en algunos milímetros. Muchas veces he oído hablar de jaguares que alcanzan una altura de casi un metro. Sin embargo, es muy fácil cometer un error al realizar estas medidas al incluir los dedos extendidos rectos del animal muerto y contándolos así en la altura. Las medidas tomadas en las pieles son aún más incorrectas porque se estiran y expanden mucho al secarse. En Paraguay, entre los paralelos 23 y 27, rara vez encontré un jaguar que hubiera alcanzado el tamaño mencionado anteriormente, y en la parte norte de este país son notablemente más pequeños que en la parte sur. Al comparar las pieles secas de este animal conservadas en Paraguay con las que había obtenido en la sureña provincia de Entre Ríos, siempre encontré las últimas dos, tres o cuatro pulgadas más largas y anchas que las primeras.

 

Los que se encuentran en el norte de Brasil parecen ser incluso más pequeños que los jaguares de Paraguay. Al menos todos los pelajes de este tipo de felino que vi en Bahía y Pernambuco eran muy pequeños. A juzgar por las descripciones de viajes más recientes, los jaguares de allí deben ser muy inferiores en tamaño, fuerza y ​​coraje a los de la parte sur del río Paraná. Si se consideran las numerosas variaciones de color y marcas, y los diferentes tamaños del jaguar, según los países en los que habita, se podría fácilmente suponer que existen varias especies de este depredador.

 


Jaguar

Dibujo de Charles Hamilton Smith

(The animal kingdom : arranged in conformity with its organization. London Printed for G.B. Whittaker, 1827-1835 )




Sin embargo, con la gran cantidad de pieles e individuos vivos y muertos que he visto, siempre he encontrado tal serie de transiciones entre las dos o tres variedades que uno podría estar tentado de enumerar que sólo hay verdadera diferencia entre los extremos,  pero no entre los ejemplares intermedios.

Para mí, otra razón más para no aceptar que haya varias especies, es la relación de tamaño con la que todas las partes del cuerpo se vinculan entre sí, y que siempre encontré igual, incluso en los jaguares muy diferentes en color y en términos absolutos de tamaño. Y no puedo encontrar un ejemplo en todo el reino animal donde esta proporción se mantenga con certeza entre los machos de dos especies diferentes. Debo señalar, sin embargo, que aunque son raros, se encuentran jaguares cuyas colas y extremidades son demasiado cortas en comparación con el cuerpo. Pero, según mis investigaciones anatómicas, esta discrepancia surge de un tipo de raquitismo que se encuentra en Paraguay no sólo en varios mamíferos, tanto salvajes como mansos, sino también en algunas especies de aves.

 

El jaguar habita en Sudamérica cálida y templada, desde las orillas del Orinoco hasta la desembocadura del Río de la Plata. Pero en ningún lugar es más común que a lo largo de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay. Probablemente no cabe duda de que el gran número de ganado que pasta en las llanuras de Buenos Aires, la Banda Oriental, Entre Ríos y Paraguay, y la indiferencia con la que los dueños de estos grandes rebaños ven los daños causados ​​por los jaguares, favorecieron la proliferación de estos animales en esas zonas.

 

 Pero como al mismo tiempo los jaguares más grandes, fuertes y temibles se encuentran en el Paraná y el Uruguay, entre las latitudes 27 y 34 grados, y como entre estas latitudes varían menos en color y patrón, excepto por la diferencia entre los sexos, mientras que en Paraguay y la parte norte de Brasil son mucho más pequeños, las diferencias antes mencionadas ocurren a menudo entre ellos. Casi no hay duda de que la patria original de este animal depredador es la América del Sur templada entre las latitudes mencionadas.

 

La apariencia del jaguar es algo pesada y tiene más una expresión de poder que de agilidad. Su cuerpo no es tan delgado como el del leopardo o el tigre; las extremidades y la cola también son más cortas en relación con el hocico que en esos felinos; Por tanto, su andar parece algo torpe. Sin embargo, en caso de necesidad, no le falta agilidad de movimiento, lo que es especialmente cierto en el caso de la hembra, en la cual la naturaleza ha compensado la estructura corporal más pequeña con una estatura más esbelta, es decir, menos fuerza y más agilidad.

 

Sus ojos son inquietos, a menudo brillan por la noche, su mirada vivaz y salvaje. Ve muy claramente al anochecer, menos durante la noche, y es cegado por la brillante luz del sol. Como todos los felinos, su olfato parece débil, al menos sólo huele su comida a distancias muy cortas. Su oído es mucho más agudo. Finalmente, su fuerza, especialmente en la mitad anterior del cuerpo, es extremadamente grande para un animal de su tamaño y sólo puede compararse con la del tigre y el león.

 

En su tierra natal el jaguar habita en las riberas boscosas de arroyos, ríos y riachuelos, en los bordes de los bosques cercanos a pantanos y en los páramos donde crecen especies de pastos y arbustos de más de 2 m de altura. Rara vez aparece en campos abiertos y en el interior de grandes bosques y únicamente cuando se desplaza de una zona a otra. No tiene dormidero específico y no cava madrigueras; allí donde el sol le sorprende, se tumba en la espesura del bosque o entre los altos juncos y permanece echado durante todo el día. Sale a cazar al amanecer y al anochecer, incluso cuando hay luna brillante o cielo estrellado, pero nunca en pleno día ni en noches muy oscuras. En las zonas habitadas se retira a sus escondites poco después del amanecer y se marcha más tarde al atardecer que en zonas silvestres, donde he encontrado varios al aire libre a las nueve de la mañana y al atardecer, cuando el sol ya se ha puesto. Su alimento son todos los mamíferos que pueda conseguir, pero no prueba la carne de los de su propia especie; al menos los jaguares que fueron mantenidos en cautiverio y no desdeñaron la carne de perros o gatos, nunca quisieron tocar la carne de un jaguar que se les hubiera dado. Äzara encontró espinas de Sphiggurus spinosa [Coendú chico] en su estómago, y yo encontré partes de ratas y agutiíes en su estómago, por lo que también debe cazar animales más pequeños.

 

Del mismo modo, se acerca sigilosamente a las aves más grandes de los pantanos entre los juncos y es muy hábil para sacar peces del agua. Si ataca también al Caimán, como pretenden algunos, lo dejo por ver; me parece poco probable por varias razones. La historia de [Charles] Hamilton [Smith] sobre la guerra entre estos dos animales es una historia tonta.

 

Para un cazador experimentado no es nada extraño poder observar al jaguar en sus cacerías, especialmente a lo largo del río Paraguay. Entonces podrá verlo caminando lenta y silenciosamente, escabulléndose por la orilla donde se acerca a los grandes carpinchos y a las nutrias. De vez en cuando se detiene, como si escuchara, y mira atentamente a su alrededor, pero nunca vi que siguiera el rastro de un animal silvestre, guiado por el olor, con el hocico pegado al suelo.

Si, por ejemplo, ve un carpincho, sorprende con qué cuidado y paciencia intenta acercarse a él. Como una serpiente, se arrastra por el suelo, luego se queda quieto durante varios minutos, observando la ubicación de su víctima y, a menudo, toma largos desvíos para acercarse a ella desde otro lado, donde puede pasar más desapercibido. Si ha logrado acercarse al animal salvaje sin ser visto, cae sobre él de un solo salto, rara vez de dos, lo empuja al suelo, lo agarra por el cuello y lo lleva en la boca, aún luchando, al interior de la espesura.   Pero más a menudo lo delata el crujir de las ramitas secas que se rompen bajo su peso, sonido al que también prestan atención los barqueros cuando instalan su campamento para pasar la noche a orillas del río, o bien el carpincho lo huele desde lejos y salta al agua con un fuerte ruido y grito. Pero se cuenta haberse visto jaguares saltando al agua tras los carpinchos, atrapándolos en el momento de la inmersión. Si falla su salto sobre la presa, inmediatamente se aleja a paso rápido, como avergonzado, sin siquiera mirar atrás.

 

 En el momento en que acecha a un animal, su atención está tan centrada en el mismo que no presta atención a lo que sucede a su alrededor y ni siquiera nota los ruidos fuertes. Si no puede acercarse a la presa sin ser notado, se esconde entre los arbustos al acecho. Su posición es entonces la de un gato echado estando por atrapar a un ratón, agachado pero dispuesto a saltar, con los ojos fijos en el objeto de su rapacidad y moviendo sólo ocasionalmente la cola extendida. Pero el jaguar no siempre sigue a la presa, a menudo simplemente se esconde entre los juncos de los pantanos, a orillas de pequeños arroyos, y espera tranquilamente a que los animales vayan a beber. Aunque trepa muy bien, nunca se esconde entre los árboles.

 

Para el pueblo de Paraguay, los jaguares suelen causar daños importantes al ganado. Se alimentan especialmente de ganado vacuno joven, caballos y mulas. Sin embargo, no he observado lo que nos cuenta Azara, que rompan el cuello con destreza a estos animales ni he podido encontrar rastros de ello en los animales muertos. Por el contrario, siempre he notado que el jaguar desgarra el cuello de su presa cuando es un animal grande, pero mata a los más pequeños simplemente con un mordisco en el cuello. Rara vez ataca a toros y bueyes, y sólo cuando es necesario, porque ellos lo enfrentan valientemente y lo ahuyentan. En Paraguay a veces se escuchan historias curiosas sobre este tipo de peleas, y varias veces se dice que la gente fue salvada por el coraje de un toro. Las vacas suelen defender a sus crías con éxito contra el jaguar, pero siempre resultan gravemente heridas en el proceso. El dicho que cuando se acerca, el ganado vacuno se pone en círculo y lleva a los jóvenes al centro, como se cuenta aquí y allá, es un cuento de hadas. Por el contrario, toda la manada se retira inmediatamente a campo abierto, y sólo quedan los toros y los bueyes, bramando y arrojando tierra con la cabeza y las patas, deseosos de luchar contra su enemigo.

 

Los caballos y mulas se convierten en presa fácil del jaguar cuando se acercan a los bosques. Los primeros todavía intentan salvarse, aquí y allá, huyendo; las mulas, sin embargo, se asustan tanto ante la mera visión del depredador que permanecen inmóviles o incluso caen al suelo antes de ser atacadas. Por otro lado, tienen un olfato mucho más fino que los caballos, y pueden oler al enemigo a distancia cuando el viento es favorable y, por tanto, se exponen a menos peligro. Sólo los sementales se defienden del jaguar mordiéndolo y golpeándolo, si no son derribados al suelo al primer salto.

 

Si el jaguar ha matado a un animal pequeño, inmediatamente lo consume incluyendo piel y huesos; de los animales más grandes, como los terneros y los caballos, come sólo una parte, sin mostrar preferencia por tal o cual parte del cuerpo; pero no toca los intestinos. Después de la comida se retira al bosque, pero normalmente no abandona el lugar durante más de un cuarto de hora, y se echa a descansar. Por la tarde o a la mañana siguiente regresa a su presa y se alimenta por segunda vez, y luego deja el resto a los jotes. Ningún jaguar comerá más de dos veces de una presa, y menos aún tocará la carroña. Algunos, una vez saciados, ni siquiera regresan junto a sus presas. Éstos suelen ser los más salvajes; pero a su vez han sido cazados muchas veces.

 

Si el jaguar ha cazado a cierta distancia del bosque, arrastra al animal muerto, por muy pesado que sea, hacia los arbustos. Pero es imposible que alguien, como afirma Azara, pueda cruzar un río a nado con un caballo en la boca. Por otra parte, he observado personalmente el otro hecho que Azara utiliza para demostrar su fuerza, a saber, que un jaguar, que ha matado a una de dos mulas o caballos acollarados, arrastra al animal muerto a gran distancia a pesar de la lucha del que quedó vivo. Por cierto, el terror que invade a casi todos los animales al ver al jaguar puede privar a la mula o al caballo atado de la mayor parte de su fuerza.

El jaguar nunca mata más de un animal a la vez, como se desprende del ejemplo que acabamos de dar. La razón de esta falta de deseo de matar es, sin duda, que ama más la carne de los animales que su sangre; mientras que el puma, otra especie americana de felino, que prefiere más la sangre fresca a la carne, mata a menudo veinte o más ovejas en una noche.

 

El jaguar, que habita en tierras despobladas, le teme a los humanos; en cuanto se enfrenta a ellos, huye o los mira con curiosidad, pero sólo de lejos. No es raro que, durante un viaje por las tierras salvajes del norte de Paraguay, nos encontremos con uno o más de ellos que huyen a la espesura del bosque o se sientan en su borde y observan con sangre fría nuestro andar desde más lejos. Tampoco hay precedentes de que en los bosques deshabitados donde se recolecta la yerba [mate] del Paraguay, un jaguar haya despedazado a una persona. Pero aquellos que permanecen en zonas habitadas o en ríos donde hay mucho tráfico fluvial pierden fácilmente el miedo a las personas y, cuando tienen hambre, también las atacan. Una vez que un jaguar ha probado la carne humana, ésta se convierte en su comida favorita, y entonces no sólo ataca a las personas cuando se encuentra con ellas, sino que incluso las devora con avidez.

Así especialmente en el Paraná, entre los paralelos treinta y dos y treinta, donde se pueden ver los jaguares más grandes y salvajes, cada año hay suficientes ejemplos lamentables de que estos animales destrozaron a marineros descuidados.

Según la leyenda popular, incluso se aventuran en los barcos amarrados en la orilla y arrastran carne colgada o perros o hirien de muerte a algún marinero. Casos como estos son raros en Paraguay; sin embargo, de vez en cuando una persona pierde la vida, generalmente por descuido, a manos de un jaguar.

 

Dado que los barqueros tienen la costumbre de comer en la orilla cuando hay vientos adversos, probablemente también les persiga este depredador. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la visita transcurre sin derramamiento de sangre: los marineros huyen a bordo al menor ruido y el jaguar se lleva la carne asada al fuego. Se puede ver que no le teme al fuego, como se dice de otras especies de felinos. Los jaguares mansos incluso se tumban junto al fuego como los gatos.

 

Según Azara, se dice que un jaguar que se encuentra con un grupo de personas dormidas, mata primero a los negros o indios y luego sólo a los blancos. Esto es un error; porque el jaguar, como otros animales, nunca mata a más de una persona a la vez, a menos que tenga que defenderse; por otra parte, hay mucho de verdad en el asunto de que ataca principalmente al negro o al mulato. También prefiere el indio al hombre blanco. Esto llega a tal punto que, en Paraguay, un hombre blanco que tiene que pasar la noche al aire libre en un lugar peligroso se considera completamente seguro si tiene como compañeros a negros o indios. Una preferencia similar por la carne del negro se observa en el león.

Probablemente haya algo atractivo en el fuerte olor de la piel de las personas de color para estos animales depredadores.

 

Dicen los paraguayos que las personas que se toparon inesperadamente con un jaguar durante el día, lo habrían ahuyentado en el momento de su salto con un fuerte grito o con una mirada fija y sin parpadear. Dado que se han hecho observaciones similares sobre leones y tigres, es posible que estas historias estén basadas en hechos; sin embargo, creo que los jaguares así asustados, o no habían probado todavía la carne humana, o habían comido recientemente hasta saciarse, en cuyo caso no atacarían a nadie sin ser provocados.

 

Incluso en Paraguay existen muchos mitos sobre cómo el jaguar sabe pescar. Por ejemplo, se dice que atrae a los peces con la espuma de su saliva o golpeando la superficie del agua con la cola. Un cazador muy inteligente, a quien debo muchas curiosas observaciones y algunos buenos consejos para mis viajes, me enseñó lo contrario, y mis propias observaciones confirmaron más tarde la veracidad de su afirmación. Una bochornosa tarde de verano, mientras regresaba a casa después de cazar patos en mi bote mientras se acercaba una tormenta, mi compañero, un indio, vitó un jaguar en la orilla del río. Nos acercamos y nos escondimos bajo los sauces que sobresalían para observar lo que hacía. Se sentó acurrucado en una saliente de la orilla, donde el agua fluía un poco más rápido, hábitat habitual de un pez depredador, conocido en el país como dorado. Mantenía la mirada fija en el agua, inclinándose de vez en cuando hacia delante como si quisiera escudriñar las profundidades. Aproximadamente un cuarto de hora después, de repente lo vi golpear el agua con su pata y arrojar un pez grande a tierra. Así pesca de la misma forma que nuestros gatos domésticos.

 

Si un jaguar ya no puede encontrar comida en el lugar donde habita, o si es perseguido con frecuencia, abandona el área y se traslada a otra. Realiza estas caminatas durante la noche.

No duda en deambular por las zonas más pobladas y robar perros y caballos en chozas aisladas. A los jaguares viejos les gusta especialmente acercarse a las viviendas porque allí les resulta más fácil alimentarse. En estos otros viajes o en la huída, ni siquiera la corriente más ancha puede detenerlo.

Es un excelente nadador y levanta la cabeza y toda la columna por encima de la superficie del agua, de modo que desde la distancia se puede distinguir de cualquier otro animal nadador.  Cruza casi en línea recta a través del río Paraguay, cuyo cruce demora hasta una hora y media. Cuando sale del agua primero mira a su alrededor, luego sacude todo el cuerpo y luego cada pata por separado. Se podría pensar que un jaguar nadando sería fácil de matar; pero aun así sigue siendo terrible. Sólo los barqueros expertos se atreven a atacarlo; pues tan pronto como se ve perseguido o incluso herido, inmediatamente se vuelve contra la barca. Si logra colocar una garra en el borde, sube a bordo y cae sobre los cazadores. En 1819, poco después de mi llegada a Asunción, fui testigo ocular de su aparición en una cacería de este tipo, que afortunadamente fue sólo cómica. Un jaguar llegó nadando desde el otro lado del río; tres marineros extranjeros, pese a la advertencia de un paraguayo, saltaron a sus embarcaciones con una escopeta cargada y remaron hacia el animal. A una distancia de 1,60 a 2 m, el que iba adelante disparó su arma contra el jaguar, hiriéndolo. Pero antes de que los marineros se dieran cuenta, se agarró al borde del barco y subió a bordo a pesar de todos los golpes de remos y culatas. Entonces los marineros no tuvieron más remedio que saltar al agua y escapar a tierra; el jaguar se sentó en el bote y flotó tranquilamente río abajo hasta que, perseguido por varios cazadores más, saltó al agua y llegó a la orilla cercana.

 

La crecida anual de los arroyos y ríos expulsa a los jaguares de las islas y de las riberas boscosas, de modo que se acercan a las zonas habitadas y causan daños a personas y animales. Si las inundaciones son severas, no es raro ver un jaguar en medio de un pueblo o aldea en una ribera alta.

Uno fue muerto en Villa Real en 1819, otro en la capital en 1820, dos en Villa del Pilar; En Corrientes, Goya, Bajada [Ciudad de Paraná], es matado alguno casi cada cuatro o cinco años. Cuando desembarcamos en Santa Fe en 1825, cuando el agua estaba alta, nos dijeron que hacía unos días un monje franciscano, cuando estaba a punto de dar la primera misa, había sido destrozado por un jaguar justo afuera de la puerta de la sacristía. Por cierto, no siempre ocurre un desastre cuando un animal tan depredador entra en una ciudad, porque los ladridos de los perros que lo persiguen y la afluencia de gente lo confunden tanto que intenta esconderse.

 

Durante la mayor parte del año, cada jaguar vive solo en un territorio determinado; Sin embargo, en los meses de agosto y septiembre, cuando ocurre la época de apareamiento, ambos sexos se visitan. Entonces lanzan su rugido con más frecuencia que en cualquier otra estación, un «hu» que se repite cinco o seis veces y que se puede escuchar durante media hora. De lo contrario, a menudo pasan días sin escucharse la voz de un jaguar, especialmente si no hay cambios en el clima. Pero si el viento del norte sopla desde hace varias semanas, los jaguares anuncian la inminente llegada del viento del sur con su rugido, que muchas veces dura media noche. Como los paraguayos sufren mucho de reumatismo y dolores de huesos debido a los cambios de clima, creen que la caída del jaguar y su rugido son causados ​​por dolores similares. ¿No debería la causa de este fenómeno residir en una acumulación de energía en la atmósfera que al menos causa un efecto innegable en nuestros gatos domésticos?

 

Si varios machos se encuentran con una hembra durante la época de reproducción, según el cazador antes mencionado, se producirá una pelea entre ellos aquí y allá, pero normalmente el más débil se retirará. El apareamiento se produce con gritos constantes y únicos y probablemente después de una larga resistencia por parte de la hembra, ya que en el lugar donde se aparean los jaguares, la hierba y los arbustos bajos siempre se encuentran en unos cientos de pies cuadrados, en parte presionados contra el suelo y en parte desarraigados. Los dos sexos no permanecen juntos por mucho tiempo, como máximo de cuatro a cinco semanas, y luego se separan nuevamente. Durante este tiempo son muy peligrosos para los humanos. Aunque no salen a cazar juntos, permanecen unidos durante todo el día y se ayudan mutuamente en los peligros.

Así, uno de los mejores cazadores de Entre Ríos fue despedazado por un macho que saltó de entre los arbustos en el mismo momento en que era derribada a la hembra en el borde del bosque.

 

No conozco con certeza el período de gestación del jaguar; sin embargo, a juzgar por el tiempo de apareamiento y el tiempo en el que se ven las crías, puede ser de tres a tres meses y medio. La hembra suele dar a luz dos crías ciegas, a veces sólo una, rara vez tres. El lugar de nacimiento es, al menos en Paraguay, la espesura más impenetrable del bosque, en un hoyo bajo un árbol a medio caer. La madre nunca se aleja mucho de sus crías durante los primeros días y las lleva a otra madriguera en cuanto cree que no están a salvo. En general, su amor maternal parece ser muy grande, porque defiende a las crías con una especie de furia y se dice que persigue al intruso durante horas, gruñendo. Después de unas seis semanas la cría la acompaña en sus incursiones. Al principio se queda en la espesura mientras la madre caza; pero luego acecha en compañía de ella. Cuando las crías crecen hasta alcanzar el tamaño de un perro perdiguero común, su madre las abandona, pero ellas permanecen juntas durante algún tiempo.

 

En Paraguay y a lo largo del Paraná, no es raro que los jóvenes jaguares sean criados en casas.Yo mismo tuve tres de ellos. Para ello, hay que capturarlos cuando son cachorros, de lo contrario ya no se los podrá domesticar. El animal muy joven tiene el pelo algo lanudo, menos liso y menos brillante; Además, las marcas negras aún no están presentes en tanta cantidad como en los adultos; pero en el séptimo mes es completamente igual a ellos. Criábamos a nuestros jaguares con leche y carne hervida; esta última les es indispensable, porque no viven mucho tiempo sólo con comida vegetariana. Pero la carne cruda pronto los vuelve malos. Jugaban con perros y gatos jóvenes, pero sobre todo con una pelota de madera. Sus movimientos eran ligeros, vivaces y completamente felinos. Pronto reconocían a su cuidador, incluso iban a verlo y expresaban su alegría al volverlo a ver. Cualquier objeto que se mueva les llama la atención; inmediatamente se agachan, mueven la cola y se preparan para saltar. Si tienen hambre, sed o simplemente están aburridos, emiten el maullido, que sólo tienen cuando aún son jóvenes. Cuando comen, suelen gruñir, especialmente cuando alguien se les acerca, lo cual, por cierto, hay que hacer lo menos posible, de lo contrario, incluso el jaguar más manso se volverá salvaje rápidamente. Nunca se los escucha rugir, ni siquiera cuando ya tienen varios años. Se mueven como gatos y no se debe dejar que sufran por falta de agua.


 

Jaguar

Dibujo de Charles Hamilton Smith

(The animal kingdom : arranged in conformity with its organization. London Printed for G.B. Whittaker, 1827-1835 )



Para comer, se tumban, sujetan la carne con ambas patas y poco a poco van masticando trozos, inclinando ligeramente la cabeza de lado para poder utilizar también los molares. Roen sólo los extremos de las articulaciones de los huesos largos de animales viejos y grandes; a los de los animales más jóvenes y pequeños, en cambio, los trituran por completo, incluso con poco esfuerzo. Por lo tanto, no es difícil ver por las impresiones de los dientes en los restos de huesos de cualquier animal doméstico o salvaje, si ha sido destrozado por perros salvajes, por un puma o por un jaguar. Durante la comida, al jaguar manso le gusta tumbarse a la sombra y dormir. Una vez que ha comido hasta saciarse, no se enoja fácilmente y entonces se puede jugar con él. Incluso los animales domésticos, como gallos y patos, que de otro modo no podrían acercarsele, pueden pasar ilesos a su lado.

 

En Paraguay nunca los mantienen en jaulas, sino que apenas los atan a un naranjo amargo en el patio o frente a la casa con una cuerda de cuero unida a un fuerte collar. Llama la atención que no intentan roer ni rasgar la cuerda, algo que los animales depredadores de la familia canina hacen inmediatamente cuando están atados.

 

La orina y las heces del jaguar huelen muy fuerte; a veces las entierra a la manera de un gato, pero no siempre. Su aliento también tiene un olor fétido, como ocurre con casi todos los animales depredadores; al igual que su pelaje fresco, su carne y su grasa. Sin embargo, estas dos últimas son consumidas por los indios salvajes que habitan la parte sur del Gran Chaco. Los he visto ofrecer pequeños tazones de grasa de jaguar derretida como bebida, o incluso usar la mismo para frotarse el cuerpo. Creen que esto los hará tan fuertes y valientes como el depredador. Lo penetrante que es el olor de esta grasa y, al mismo tiempo, cuánto temen al jaguar todos los demás mamíferos, lo demuestra el hecho de que los zorros, los carpinchos, etc., pueden ser ahuyentados del territorio en el que viven si allí sólo se plantan unos pocos árboles cubiertos de esta grasa. Incluso los caballos valientes saltan tímidamente hacia atrás cuando se les pone algo así delante de la nariz. Por tanto, no puedo creer que, como dice Azara, los zorros y los jaguares se alimenten muchas veces del mismo animal.

 

Los dientes de leche del jaguar son muy afilados; los vi incluso en cachorros que podían tener tan solo tres semanas de edad; el animal los cambia en el primer año. Después del noveno o décimo mes ya ha crecido a la mitad, y después de dos años y medio o tres se dice que ha alcanzado su tamaño máximo. En Paraguay no se sabe nada sobre la longevidad del jaguar; mi conocido, el cazador, pensaba que podría vivir más de veinte años, estimación que me parece demasiado alta debido al rápido crecimiento del animal. Es poco probable que los jaguares mueran de muerte natural en zonas pobladas; pero también se puede encontrar allí individuos muy mayores. Así es que el Sr. Longchamp, a cuatro horas de Asunción, muy cerca de una casa de campo, le disparó a una hembra vieja, con la piel costrosa y los dientes completamente gastados; también le faltaban los molares posteriores superiores. Los jaguares criados desde pequeños en Paraguay pueden permanecer cautivos el tiempo suficiente como para poder determinar su esperanza de vida. Como es casi imposible tenerlos en una jaula limpia en ese clima caluroso, fuera de ella nunca dejan de usar su fuerza contra  su amo, ya que alcanzan su fuerza máxima cerca del tercer año, y a menudo incluso antes. En vano se les liman los caninos y los dientes cortantes hasta la raíz, y se les recortan las garras de vez en cuando; todavía tienen su enorme fuerza, lo que significa que pueden causar desgracias incluso sin esas armas.

 

Una vez vi un jaguar muy manso y mutilado así como dije, con el que los niños de la casa solían sentarse sin ningún temor, atacar con una garra en el cuello a su por otra parte amada cuidadora, una niña negra de diez años. en un ataque de mal humor, tírarla al suelo y lánzarse sobre ella. Aunque inmediatamente le quitamos a la niña, ya le había aplastado completamente uno de los brazos con su mandíbula desdentada, y la niña negra tardó varias horas en recuperarse de la violencia de la paliza. Las hembras son algo más dóciles que los machos. Se ha intentado privar a estos últimos de parte de su masculinidad mediante la castración; pero luego resultan ser incluso más traicioneros que antes y pronto mueren engordando mucho. Mientras el animal aún es joven, se le puede domar a golpes; Pero luego resulta difícil convertirse en su amo. No muestra ningún apego duradero a su cuidador ni a un animal criado junto a él; la generosidad y la gratitud le son ajenas. Por lo tanto, siempre es arriesgado mantener vivo a un depredador así durante más de un año sin encerrarlo.

 

Las heridas que inflige el jaguar son siempre sumamente peligrosas, no sólo por su tamaño sino también por su naturaleza. Ni sus dientes ni sus garras son muy puntiagudos y afilados, de modo que en cada herida puede haber hematomas y desgarros, cuyo resultado habitual, en esos climas cálidos y con total falta de ayuda médica, es el tétanos. De lo siguiente se podría deducir qué tipo de heridas puede infligir un jaguar con un solo manotazo de su garra.

 

Un indio payagua cazaba a orillas del río Paraguay. Se encontró con un jaguar, le arrojó su lanza, falló y luego se tiró al agua; pero en el momento en que saltaba desde la orilla algo alta, el animal ya le había puesto una garra en la cabeza y le había arrancado el cuero cabelludo de toda la parte superior del cráneo, de tal manera que el trozo de piel le colgaba hasta el cuello. Y, sin embargo, el indio todavía tuvo fuerzas suficientes para cruzar a nado el ancho río.


Rengger, J.R. 1830. Naturgeschichte der Saeugethiere von Paraguay. Basel, Schweighauserschen.


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