"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


lunes, 9 de septiembre de 2024

EL YAGUARETÉ SEGÚN JOHANN RUDOLF RENGGER



Te voy a contar mi historia, de tristezas y de gloria

Fuerte, salvaje y valiente, soy guardián de la memoria

Hubo un tiempo que fui líder de estas tierras tan amadas

Y fui libre caminante bajo el sol de la mañana

Me gustaba tanto el río, los esteros y bañados

El Paraná con sus olas y el Iguazú enamorado

Me gustaba trepar alto y rugir muy fuerte al viento

Que se enteren de mi grito y que me tengan respeto

 

Porque soy yaguareté soy ibereño y correntino

soy soy soy yaguareté, el monte siempre fue mi hogar

Porque soy yaguareté, yo soy el rey de los felinos

soy la huella en el camino y la tierra es mi país

 

Soy yaguareté – Chamamé de Magdalena Fleitas 




El relato sobre el yaguareté que hizo el naturalista suizo Johann Rudolf Rengger durante su estadía en Paraguay entre 1818 y 1826,  a pesar de de la visión que había en esa época sobre la naturaleza, es interesante porque a diferencia de otros naturalistas tuvo experiencias directas con este felino.

 

Jaguar macho

Dibujo de Jean-Charles Werner

(Geoffroy Saint-Hilaire, Etienne & Cuvier, Frédéric, 1824-1842. Histoire naturelle des mammifères : avec des figures originales, coloriées, dessinées d'après des animaux vivans. Paris, A. Belin.)


 

EL JAGUAR

 

JOHANN RUDOLF RENGGER

 

Al jaguar, Felis [Panthera] onca, llamado Yaguareté en la lengua guaraní común en Paraguay,  o sea «cuerpo de perro»,  alguna vez se lo confundió con algunas especies de felinos africanos, y otras veces con otras especies de felinos americanos más pequeños. Don Félix de Azara fue el primero que expuso correctamente las características distintivas de este felino, y añadió algunos datos sobre su estilo de vida, pero no basándose en sus propias observaciones. Todos los escritores de viajes posteriores que han visitado la parte oriental de Sudamérica mencionan a los jaguares sin enseñarnos nada nuevo respecto a Azara. La descripción más completa y las ilustraciones más precisass son del Sr. Fr[édéric] Cuvier, en su trabajo sobre los mamíferos, y fue dada en base as dos individuos que se encontraban en el Zoológico de París. Estos dos jaguares, que el autor consideraba animales jóvenes e inmaduros, a juzgar por las medidas dadas, debieron haber alcanzado entonces el máximo de su tamaño. El color y las marcas de su pelaje también eran los más comunes. Sin embargo, como en mis viajes tuve oportunidad de comparar muchas pieles de jaguar y observar individuos vivos, tanto en libertad como en cautiverio, creo que puedo añadir algunos comentarios a las descripciones del señor Azara y de Cuvier sobre las variaciones de color, sobre su distribución y sobre el modo de vida de este animal depredador.

 

El color básico de su pelaje, cuyos pelos son del mismo color en toda su longitud, es amarillo rojizo en la mayoría de los individuos, excepto en el interior de la oreja, en el hocico, la mandíbula inferior, la garganta, la parte inferior. del cuello, en el pecho, el lado interno de las cuatro extremidades, en el vientre y hacia el final de la cola, donde es de color blanco.

Todo el pelaje está salpicado en parte de manchas más pequeñas, negras, circulares, alargadas o de forma irregular y en parte de manchas más grandes de color rojo amarillento con bordes negros y uno o dos puntos negros en el medio.

Las manchas negras y llenas se encuentran especialmente en la cabeza, el cuello, las cuatro extremidades, la parte inferior del cuerpo y la cola. El jaguar está cubierto de pelo corto, espeso, liso, algo brillante y suave al tacto, que es ligeramente más largo dentro de la oreja, en la garganta, la parte inferior del cuello, el pecho y el vientre, que en el resto del cuerpo. Unos pocos pelos rígidos, parecidos a cerdas, de 5 a 10 cm de largo, se encuentran encima de cada ojo, a ambos lados por encima del labio superior y en medio de ambas mejillas. Si se acaricia a un jaguar por la noche, se puede escuchar un crujido y a veces ver chispas eléctricas saltando de las puntas de su pelo.

 

Cuando el color básico del pelaje es el blanco, se encuentran [las manchas] en menor número, pero más grandes e irregulares que en las otras partes. Este es particularmente el caso del lado interno de las patas, donde forman franjas transversales. También son más grandes en la mitad trasera del cuerpo que en la delantera, tanto en el color de fondo amarillo rojizo como en el blanco, y forman dos o tres anillos completos en el tercio inferior de la cola, cuyo extremo es negro. A menudo están alineadas a lo ancho del pecho como una correa. Siempre hay una mancha negra en cada comisura de la boca, y otra, con una mancha blanca o amarilla en el medio, que cubre la parte posterior de la oreja. Las manchas de color rojo amarillento con bordes negros se pueden encontrar en el cuello, los hombros, los costados del tronco y los costados. Son pocas en cntidad, de circunferencia más o menos circular y de 5 a 7.5 cm de diámetro. En la parte posterior desembocan en una franja irregular, que se divide en dos en la cruz. Sin embargo, no forman filas a los lados del cuerpo que discurran paralelas a la espalda, como ocurre con otras especies de gatos.

 

Por cierto, apenas se encuentran dos pieles de jaguar en las que las manchas negras redondas, a excepción de las de las comisuras de la boca, las orejas y la punta de la cola, estén presentes en el mismo número o en la misma proporción. Lo mismo ocurre con las manchas en forma de anillo; sólo en estas, como dice el Sr. F. Cuvier, se ha observado constantemente que nunca más de cinco, o como máximo seis, de ellas caen en una línea perpendicular a la columna.

 

La hembra del jaguar es generalmente de color algo más pálido que el macho y tiene menos manchas en forma de anillo en el cuello y los hombros, pero más, aunque más pequeñas, en los lados del cuerpo.

 

Estos son el color y las marcas de los jaguares más comúnmente encontrados. Pero hay muchas variaciones. No sólo ningún pelaje tiene manchas exactamente igualesa otro, sino que su color básico a menudo difiere completamente de uno a otro. Vi esta diversidad de manera más llamativa en una colección de veinte y pocas pieles que había reunido el comandante de Villa Real [de la Concepción, Paraguay], gran amante de la caza del jaguar. En una de ellas la capa era de color blanco grisáceo en todas partes y no tenía manchas negras; sólo que había un sombreado más oscuro en los lugares donde estaban las manchas negras y donde debería estar el borde negro de las manchas rojo amarillentas.

Azara ya había visto una piel así en Paraguay y pensó que era la de un albino; opinión que me parece tanto más probable cuanto que, según asegura el cazador que mató al jaguar cuyo pelaje aquí se trata, la piel debajo del pelo y las garras del animal también eran blancas. Sin embargo, hasta que no se haya examinado un individuo vivo de esta variedad, no será posible determinar si el color blanco es un cambio natural o una enfermedad.

 

En las pieles restantes, el color básico iba de amarillo blanquecino a amarillo, amarillo rojizo, rojo amarillento, rojo amarronado, marrón rojizo, marrón castaño y finalmente al negro. El color negro, al igual que el castaño, eran raros, pero conseguí ver varias pieles de este tipo, en parte en Paraguay y en parte en Brasil. Aunque todas las pieles de esta colección se diferenciaban mucho entre sí en su color básico, en todas ellas se podían encontrar los signos distintivos característicos del jaguar, es decir, la forma y distribución de las manchas descritas anteriormente. Sólo había que mirar las pieles negras de lado para poder ver las manchas aún más oscuras. Las partes del cuerpo que normalmente son blancas, también eran negras, sólo que un poco más pálidas, y en una de estas pieles encontré que eran de color castaño.

 

También hay una diferencia considerable en el tamaño de los jaguares. Como tamaño normal, se pueden asumir las dimensiones que el Sr. F. Cuvier da del jaguar macho que se encontraba en la casa de fieras de París. Ellas son:

 

-119 cm desde el occipucio hasta la base de la cola;

-29.8 cm de largo de la cabeza;

-70,4 cm longitud de la cola;

-81.2 cm altura media.

 

La hembra suele ser 1/17 más corta y 1/12 más baja que el macho.

 

Sólo he visto algunos pocos jaguares, a lo largo del río Paraná entre los 27 y 34 grados de latitud sur, que excedieran estas dimensiones en algunos milímetros. Muchas veces he oído hablar de jaguares que alcanzan una altura de casi un metro. Sin embargo, es muy fácil cometer un error al realizar estas medidas al incluir los dedos extendidos rectos del animal muerto y contándolos así en la altura. Las medidas tomadas en las pieles son aún más incorrectas porque se estiran y expanden mucho al secarse. En Paraguay, entre los paralelos 23 y 27, rara vez encontré un jaguar que hubiera alcanzado el tamaño mencionado anteriormente, y en la parte norte de este país son notablemente más pequeños que en la parte sur. Al comparar las pieles secas de este animal conservadas en Paraguay con las que había obtenido en la sureña provincia de Entre Ríos, siempre encontré las últimas dos, tres o cuatro pulgadas más largas y anchas que las primeras.

 

Los que se encuentran en el norte de Brasil parecen ser incluso más pequeños que los jaguares de Paraguay. Al menos todos los pelajes de este tipo de felino que vi en Bahía y Pernambuco eran muy pequeños. A juzgar por las descripciones de viajes más recientes, los jaguares de allí deben ser muy inferiores en tamaño, fuerza y ​​coraje a los de la parte sur del río Paraná. Si se consideran las numerosas variaciones de color y marcas, y los diferentes tamaños del jaguar, según los países en los que habita, se podría fácilmente suponer que existen varias especies de este depredador.

 


Jaguar

Dibujo de Charles Hamilton Smith

(The animal kingdom : arranged in conformity with its organization. London Printed for G.B. Whittaker, 1827-1835 )




Sin embargo, con la gran cantidad de pieles e individuos vivos y muertos que he visto, siempre he encontrado tal serie de transiciones entre las dos o tres variedades que uno podría estar tentado de enumerar que sólo hay verdadera diferencia entre los extremos,  pero no entre los ejemplares intermedios.

Para mí, otra razón más para no aceptar que haya varias especies, es la relación de tamaño con la que todas las partes del cuerpo se vinculan entre sí, y que siempre encontré igual, incluso en los jaguares muy diferentes en color y en términos absolutos de tamaño. Y no puedo encontrar un ejemplo en todo el reino animal donde esta proporción se mantenga con certeza entre los machos de dos especies diferentes. Debo señalar, sin embargo, que aunque son raros, se encuentran jaguares cuyas colas y extremidades son demasiado cortas en comparación con el cuerpo. Pero, según mis investigaciones anatómicas, esta discrepancia surge de un tipo de raquitismo que se encuentra en Paraguay no sólo en varios mamíferos, tanto salvajes como mansos, sino también en algunas especies de aves.

 

El jaguar habita en Sudamérica cálida y templada, desde las orillas del Orinoco hasta la desembocadura del Río de la Plata. Pero en ningún lugar es más común que a lo largo de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay. Probablemente no cabe duda de que el gran número de ganado que pasta en las llanuras de Buenos Aires, la Banda Oriental, Entre Ríos y Paraguay, y la indiferencia con la que los dueños de estos grandes rebaños ven los daños causados ​​por los jaguares, favorecieron la proliferación de estos animales en esas zonas.

 

 Pero como al mismo tiempo los jaguares más grandes, fuertes y temibles se encuentran en el Paraná y el Uruguay, entre las latitudes 27 y 34 grados, y como entre estas latitudes varían menos en color y patrón, excepto por la diferencia entre los sexos, mientras que en Paraguay y la parte norte de Brasil son mucho más pequeños, las diferencias antes mencionadas ocurren a menudo entre ellos. Casi no hay duda de que la patria original de este animal depredador es la América del Sur templada entre las latitudes mencionadas.

 

La apariencia del jaguar es algo pesada y tiene más una expresión de poder que de agilidad. Su cuerpo no es tan delgado como el del leopardo o el tigre; las extremidades y la cola también son más cortas en relación con el hocico que en esos felinos; Por tanto, su andar parece algo torpe. Sin embargo, en caso de necesidad, no le falta agilidad de movimiento, lo que es especialmente cierto en el caso de la hembra, en la cual la naturaleza ha compensado la estructura corporal más pequeña con una estatura más esbelta, es decir, menos fuerza y más agilidad.

 

Sus ojos son inquietos, a menudo brillan por la noche, su mirada vivaz y salvaje. Ve muy claramente al anochecer, menos durante la noche, y es cegado por la brillante luz del sol. Como todos los felinos, su olfato parece débil, al menos sólo huele su comida a distancias muy cortas. Su oído es mucho más agudo. Finalmente, su fuerza, especialmente en la mitad anterior del cuerpo, es extremadamente grande para un animal de su tamaño y sólo puede compararse con la del tigre y el león.

 

En su tierra natal el jaguar habita en las riberas boscosas de arroyos, ríos y riachuelos, en los bordes de los bosques cercanos a pantanos y en los páramos donde crecen especies de pastos y arbustos de más de 2 m de altura. Rara vez aparece en campos abiertos y en el interior de grandes bosques y únicamente cuando se desplaza de una zona a otra. No tiene dormidero específico y no cava madrigueras; allí donde el sol le sorprende, se tumba en la espesura del bosque o entre los altos juncos y permanece echado durante todo el día. Sale a cazar al amanecer y al anochecer, incluso cuando hay luna brillante o cielo estrellado, pero nunca en pleno día ni en noches muy oscuras. En las zonas habitadas se retira a sus escondites poco después del amanecer y se marcha más tarde al atardecer que en zonas silvestres, donde he encontrado varios al aire libre a las nueve de la mañana y al atardecer, cuando el sol ya se ha puesto. Su alimento son todos los mamíferos que pueda conseguir, pero no prueba la carne de los de su propia especie; al menos los jaguares que fueron mantenidos en cautiverio y no desdeñaron la carne de perros o gatos, nunca quisieron tocar la carne de un jaguar que se les hubiera dado. Äzara encontró espinas de Sphiggurus spinosa [Coendú chico] en su estómago, y yo encontré partes de ratas y agutiíes en su estómago, por lo que también debe cazar animales más pequeños.

 

Del mismo modo, se acerca sigilosamente a las aves más grandes de los pantanos entre los juncos y es muy hábil para sacar peces del agua. Si ataca también al Caimán, como pretenden algunos, lo dejo por ver; me parece poco probable por varias razones. La historia de [Charles] Hamilton [Smith] sobre la guerra entre estos dos animales es una historia tonta.

 

Para un cazador experimentado no es nada extraño poder observar al jaguar en sus cacerías, especialmente a lo largo del río Paraguay. Entonces podrá verlo caminando lenta y silenciosamente, escabulléndose por la orilla donde se acerca a los grandes carpinchos y a las nutrias. De vez en cuando se detiene, como si escuchara, y mira atentamente a su alrededor, pero nunca vi que siguiera el rastro de un animal silvestre, guiado por el olor, con el hocico pegado al suelo.

Si, por ejemplo, ve un carpincho, sorprende con qué cuidado y paciencia intenta acercarse a él. Como una serpiente, se arrastra por el suelo, luego se queda quieto durante varios minutos, observando la ubicación de su víctima y, a menudo, toma largos desvíos para acercarse a ella desde otro lado, donde puede pasar más desapercibido. Si ha logrado acercarse al animal salvaje sin ser visto, cae sobre él de un solo salto, rara vez de dos, lo empuja al suelo, lo agarra por el cuello y lo lleva en la boca, aún luchando, al interior de la espesura.   Pero más a menudo lo delata el crujir de las ramitas secas que se rompen bajo su peso, sonido al que también prestan atención los barqueros cuando instalan su campamento para pasar la noche a orillas del río, o bien el carpincho lo huele desde lejos y salta al agua con un fuerte ruido y grito. Pero se cuenta haberse visto jaguares saltando al agua tras los carpinchos, atrapándolos en el momento de la inmersión. Si falla su salto sobre la presa, inmediatamente se aleja a paso rápido, como avergonzado, sin siquiera mirar atrás.

 

 En el momento en que acecha a un animal, su atención está tan centrada en el mismo que no presta atención a lo que sucede a su alrededor y ni siquiera nota los ruidos fuertes. Si no puede acercarse a la presa sin ser notado, se esconde entre los arbustos al acecho. Su posición es entonces la de un gato echado estando por atrapar a un ratón, agachado pero dispuesto a saltar, con los ojos fijos en el objeto de su rapacidad y moviendo sólo ocasionalmente la cola extendida. Pero el jaguar no siempre sigue a la presa, a menudo simplemente se esconde entre los juncos de los pantanos, a orillas de pequeños arroyos, y espera tranquilamente a que los animales vayan a beber. Aunque trepa muy bien, nunca se esconde entre los árboles.

 

Para el pueblo de Paraguay, los jaguares suelen causar daños importantes al ganado. Se alimentan especialmente de ganado vacuno joven, caballos y mulas. Sin embargo, no he observado lo que nos cuenta Azara, que rompan el cuello con destreza a estos animales ni he podido encontrar rastros de ello en los animales muertos. Por el contrario, siempre he notado que el jaguar desgarra el cuello de su presa cuando es un animal grande, pero mata a los más pequeños simplemente con un mordisco en el cuello. Rara vez ataca a toros y bueyes, y sólo cuando es necesario, porque ellos lo enfrentan valientemente y lo ahuyentan. En Paraguay a veces se escuchan historias curiosas sobre este tipo de peleas, y varias veces se dice que la gente fue salvada por el coraje de un toro. Las vacas suelen defender a sus crías con éxito contra el jaguar, pero siempre resultan gravemente heridas en el proceso. El dicho que cuando se acerca, el ganado vacuno se pone en círculo y lleva a los jóvenes al centro, como se cuenta aquí y allá, es un cuento de hadas. Por el contrario, toda la manada se retira inmediatamente a campo abierto, y sólo quedan los toros y los bueyes, bramando y arrojando tierra con la cabeza y las patas, deseosos de luchar contra su enemigo.

 

Los caballos y mulas se convierten en presa fácil del jaguar cuando se acercan a los bosques. Los primeros todavía intentan salvarse, aquí y allá, huyendo; las mulas, sin embargo, se asustan tanto ante la mera visión del depredador que permanecen inmóviles o incluso caen al suelo antes de ser atacadas. Por otro lado, tienen un olfato mucho más fino que los caballos, y pueden oler al enemigo a distancia cuando el viento es favorable y, por tanto, se exponen a menos peligro. Sólo los sementales se defienden del jaguar mordiéndolo y golpeándolo, si no son derribados al suelo al primer salto.

 

Si el jaguar ha matado a un animal pequeño, inmediatamente lo consume incluyendo piel y huesos; de los animales más grandes, como los terneros y los caballos, come sólo una parte, sin mostrar preferencia por tal o cual parte del cuerpo; pero no toca los intestinos. Después de la comida se retira al bosque, pero normalmente no abandona el lugar durante más de un cuarto de hora, y se echa a descansar. Por la tarde o a la mañana siguiente regresa a su presa y se alimenta por segunda vez, y luego deja el resto a los jotes. Ningún jaguar comerá más de dos veces de una presa, y menos aún tocará la carroña. Algunos, una vez saciados, ni siquiera regresan junto a sus presas. Éstos suelen ser los más salvajes; pero a su vez han sido cazados muchas veces.

 

Si el jaguar ha cazado a cierta distancia del bosque, arrastra al animal muerto, por muy pesado que sea, hacia los arbustos. Pero es imposible que alguien, como afirma Azara, pueda cruzar un río a nado con un caballo en la boca. Por otra parte, he observado personalmente el otro hecho que Azara utiliza para demostrar su fuerza, a saber, que un jaguar, que ha matado a una de dos mulas o caballos acollarados, arrastra al animal muerto a gran distancia a pesar de la lucha del que quedó vivo. Por cierto, el terror que invade a casi todos los animales al ver al jaguar puede privar a la mula o al caballo atado de la mayor parte de su fuerza.

El jaguar nunca mata más de un animal a la vez, como se desprende del ejemplo que acabamos de dar. La razón de esta falta de deseo de matar es, sin duda, que ama más la carne de los animales que su sangre; mientras que el puma, otra especie americana de felino, que prefiere más la sangre fresca a la carne, mata a menudo veinte o más ovejas en una noche.

 

El jaguar, que habita en tierras despobladas, le teme a los humanos; en cuanto se enfrenta a ellos, huye o los mira con curiosidad, pero sólo de lejos. No es raro que, durante un viaje por las tierras salvajes del norte de Paraguay, nos encontremos con uno o más de ellos que huyen a la espesura del bosque o se sientan en su borde y observan con sangre fría nuestro andar desde más lejos. Tampoco hay precendentes de que en los bosques deshabitados donde se recolecta la yerba [mate] del Paraguay, un jaguar haya despedazado a una persona. Pero aquellos que permanecen en zonas habitadas o en ríos donde hay mucho tráfico fluvial pierden fácilmente el miedo a las personas y, cuando tienen hambre, también las atacan. Una vez que un jaguar ha probado la carne humana, ésta se convierte en su comida favorita, y entonces no sólo ataca a las personas cuando se encuentra con ellas, sino que incluso las devora con avidez.

Así especialmente en el Paraná, entre los paralelos treinta y dos y treinta, donde se pueden ver los jaguares más grandes y salvajes, cada año hay suficientes ejemplos lamentables de que estos animales destrozaron a marineros descuidados.

Según la leyenda popular, incluso se aventuran en los barcos amarrados en la orilla y arrastran carne colgada o perros o hirien de muerte a algún marinero. Casos como estos son raros en Paraguay; sin embargo, de vez en cuando una persona pierde la vida, generalmente por descuido, a manos de un jaguar.

 

Dado que los barqueros tienen la costumbre de comer en la orilla cuando hay vientos adversos, probablemente también les persiga este depredador. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la visita transcurre sin derramamiento de sangre: los marineros huyen a bordo al menor ruido y el jaguar se lleva la carne asada al fuego. Se puede ver que no le teme al fuego, como se dice de otras especies de felinos. Los jaguares mansos incluso se tumban junto al fuego como los gatos.

 

Según Azara, se dice que un jaguar que se encuentra con un grupo de personas dormidas, mata primero a los negros o indios y luego sólo a los blancos. Esto es un error; porque el jaguar, como otros animales, nunca mata a más de una persona a la vez, a menos que tenga que defenderse; por otra parte, hay mucho de verdad en el asunto de que ataca principalmente al negro o al mulato. También prefiere el indio al hombre blanco. Esto llega a tal punto que, en Paraguay, un hombre blanco que tiene que pasar la noche al aire libre en un lugar peligroso se considera completamente seguro si tiene como compañeros a negros o indios. Una preferencia similar por la carne del negro se observa en el león.

Probablemente haya algo atractivo en el fuerte olor de la piel de las personas de color para estos animales depredadores.

 

Dicen los paraguayos que las personas que se toparon inesperadamente con un jaguar durante el día, lo habrían ahuyentado en el momento de su salto con un fuerte grito o con una mirada fija y sin parpadear. Dado que se han hecho observaciones similares sobre leones y tigres, es posible que estas historias estén basadas en hechos; sin embargo, creo que los jaguares así asustados, o no habían probado todavía la carne humana, o habían comido recientemente hasta saciarse, en cuyo caso no atacarían a nadie sin ser provocados.

 

Incluso en Paraguay existen muchos mitos sobre cómo el jaguar sabe pescar. Por ejemplo, se dice que atrae a los peces con la espuma de su saliva o golpeando la superficie del agua con la cola. Un cazador muy inteligente, a quien debo muchas curiosas observaciones y algunos buenos consejos para mis viajes, me enseñó lo contrario, y mis propias observaciones confirmaron más tarde la veracidad de su afirmación. Una bochornosa tarde de verano, mientras regresaba a casa después de cazar patos en mi bote mientras se acercaba una tormenta, mi compañero, un indio, vitó un jaguar en la orilla del río. Nos acercamos y nos escondimos bajo los sauces que sobresalían para observar lo que hacía. Se sentó acurrucado en una saliente de la orilla, donde el agua fluía un poco más rápido, hábitat habitual de un pez depredador, conocido en el país como dorado. Mantenía la mirada fija en el agua, inclinándose de vez en cuando hacia delante como si quisiera escudriñar las profundidades. Aproximadamente un cuarto de hora después, de repente lo vi golpear el agua con su pata y arrojar un pez grande a tierra. Así pesca de la misma forma que nuestros gatos domésticos.

 

Si un jaguar ya no puede encontrar comida en el lugar donde habita, o si es perseguido con frecuencia, abandona el área y se traslada a otra. Realiza estas caminatas durante la noche.

No duda en deambular por las zonas más pobladas y robar perros y caballos en chozas aisladas. A los jaguares viejos les gusta especialmente acercarse a las viviendas porque allí les resulta más fácil alimentarse. En estos otros viajes o en la huída, ni siquiera la corriente más ancha puede detenerlo.

Es un excelente nadador y levanta la cabeza y toda la columna por encima de la superficie del agua, de modo que desde la distancia se puede distinguir de cualquier otro animal nadador.  Cruza casi en línea recta a través del río Paraguay, cuyo cruce demora hasta una hora y media. Cuando sale del agua primero mira a su alrededor, luego sacude todo el cuerpo y luego cada pata por separado. Se podría pensar que un jaguar nadando sería fácil de matar; pero aun así sigue siendo terrible. Sólo los barqueros expertos se atreven a atacarlo; pues tan pronto como se ve perseguido o incluso herido, inmediatamente se vuelve contra la barca. Si logra colocar una garra en el borde, sube a bordo y cae sobre los cazadores. En 1819, poco después de mi llegada a Asunción, fui testigo ocular de su aparición en una cacería de este tipo, que afortunadamente fue sólo cómica. Un jaguar llegó nadando desde el otro lado del río; tres marineros extranjeros, pese a la advertencia de un paraguayo, saltaron a sus embarcaciones con una escopeta cargada y remaron hacia el animal. A una distancia de 1,60 a 2 m, el que iba adelante disparó su arma contra el jaguar, hiriéndolo. Pero antes de que los marineros se dieran cuenta, se agarró al borde del barco y subió a bordo a pesar de todos los golpes de remos y culatas. Entonces los marineros no tuvieron más remedio que saltar al agua y escapar a tierra; el jaguar se sentó en el bote y flotó tranquilamente río abajo hasta que, perseguido por varios cazadores más, saltó al agua y llegó a la orilla cercana.

 

La crecida anual de los arroyos y ríos expulsa a los jaguares de las islas y de las riberas boscosas, de modo que se acercan a las zonas habitadas y causan daños a personas y animales. Si las inundaciones son severas, no es raro ver un jaguar en medio de un pueblo o aldea en una ribera alta.

Uno fue muerto en Villa Real en 1819, otro en la capital en 1820, dos en Villa del Pilar; En Corrientes, Goya, Bajada [Ciudad de Paraná], es matado alguno casi cada cuatro o cinco años. Cuando desembarcamos en Santa Fe en 1825, cuando el agua estaba alta, nos dijeron que hacía unos días un monje franciscano, cuando estaba a punto de dar la primera misa, había sido destrozado por un jaguar justo afuera de la puerta de la sacristía. Por cierto, no siempre ocurre un desastre cuando un animal tan depredador entra en una ciudad, porque los ladridos de los perros que lo persiguen y la afluencia de gente lo confunden tanto que intenta esconderse.

 

Durante la mayor parte del año, cada jaguar vive solo en un territorio determinado; Sin embargo, en los meses de agosto y septiembre, cuando ocurre la época de apareamiento, ambos sexos se visitan. Entonces lanzan su rugido con más frecuencia que en cualquier otra estación, un «hu» que se repite cinco o seis veces y que se puede escuchar durante media hora. De lo contrario, a menudo pasan días sin escucharse la voz de un jaguar, especialmente si no hay cambios en el clima. Pero si el viento del norte sopla desde hace varias semanas, los jaguares anuncian la inminente llegada del viento del sur con su rugido, que muchas veces dura media noche. Como los paraguayos sufren mucho de reumatismo y dolores de huesos debido a los cambios de clima, creen que la caída del jaguar y su rugido son causados ​​por dolores similares. ¿No debería la causa de este fenómeno residir en una acumulación de energía en la atmósfera que al menos causa un efecto innegable en nuestros gatos domésticos?

 

Si varios machos se encuentran con una hembra durante la época de reproducción, según el cazador antes mencionado, se producirá una pelea entre ellos aquí y allá, pero normalmente el más débil se retirará. El apareamiento se produce con gritos constantes y únicos y probablemente después de una larga resistencia por parte de la hembra, ya que en el lugar donde se aparean los jaguares, la hierba y los arbustos bajos siempre se encuentran en unos cientos de pies cuadrados, en parte presionados contra el suelo y en parte desarraigados. Los dos sexos no permanecen juntos por mucho tiempo, como máximo de cuatro a cinco semanas, y luego se separan nuevamente. Durante este tiempo son muy peligrosos para los humanos. Aunque no salen a cazar juntos, permanecen unidos durante todo el día y se ayudan mutuamente en los peligros.

Así, uno de los mejores cazadores de Entre Ríos fue despedazado por un macho que saltó de entre los arbustos en el mismo momento en que era derribada a la hembra en el borde del bosque.

 

No conozco con certeza el período de gestación del jaguar; sin embargo, a juzgar por el tiempo de apareamiento y el tiempo en el que se ven las crías, puede ser de tres a tres meses y medio. La hembra suele dar a luz dos crías ciegas, a veces sólo una, rara vez tres. El lugar de nacimiento es, al menos en Paraguay, la espesura más impenetrable del bosque, en un hoyo bajo un árbol a medio caer. La madre nunca se aleja mucho de sus crías durante los primeros días y las lleva a otra madriguera en cuanto cree que no estan a salvo. En general, su amor maternal parece ser muy grande, porque defiende a las crías con una especie de furia y se dice que persigue al intruso durante horas, gruñendo. Después de unas seis semanas la cría la acompaña en sus incursiones. Al principio se queda en la espesura mientras la madre caza; pero luego acecha en compañía de ella. Cuando las crías crecen hasta alcanzar el tamaño de un perro perdiguero común, su madre las abandona, pero ellas permanecen juntas durante algún tiempo.

 

En Paraguay y a lo largo del Paraná, no es raro que los jóvenes jaguares sean criados en casas.Yo mismo tuve tres de ellos. Para ello, hay que capturarlos cuando son cachorros, de lo contrario ya no se los podrá domesticar. El animal muy joven tiene el pelo algo lanudo, menos liso y menos brillante; Además, las marcas negras aún no están presentes en tanta cantidad como en los adultos; pero en el séptimo mes es completamente igual a ellos. Criábamos a nuestros jaguares con leche y carne hervida; esta última les es indispensable, porque no viven mucho tiempo sólo con comida vegetariana. Pero la carne cruda pronto los vuelve malos. Jugaban con perros y gatos jóvenes, pero sobre todo con una pelota de madera. Sus movimientos eran ligeros, vivaces y completamente felinos. Pronto reconocían a su cuidador, incluso iban a verlo y expresaban su alegría al volverlo a ver. Cualquier objeto que se mueva les llama la atención; inmediatamente se agachan, mueven la cola y se preparan para saltar. Si tienen hambre, sed o simplemente están aburridos, emiten el maullido, que sólo tienen cuando aún son jóvenes. Cuando comen, suelen gruñir, especialmente cuando alguien se les acerca, lo cual, por cierto, hay que hacer lo menos posible, de lo contrario, incluso el jaguar más manso se volverá salvaje rápidamente. Nunca se los escucha rugir, ni siquiera cuando ya tienen varios años. Se mueven como gatos y no se debe dejar que sufran por falta de agua.


 

Jaguar

Dibujo de Charles Hamilton Smith

(The animal kingdom : arranged in conformity with its organization. London Printed for G.B. Whittaker, 1827-1835 )



Para comer, se tumban, sujetan la carne con ambas patas y poco a poco van masticando trozos, inclinando ligeramente la cabeza de lado para poder utilizar también los molares. Roen sólo los extremos de las articulaciones de los huesos largos de animales viejos y grandes; a los de los animales más jóvenes y pequeños, en cambio, los trituran por completo, incluso con poco esfuerzo. Por lo tanto, no es difícil ver por las impresiones de los dientes en los restos de huesos de cualquier animal doméstico o salvaje, si ha sido destrozado por perros salvajes, por un puma o por un jaguar. Durante la comida, al jaguar manso le gusta tumbarse a la sombra y dormir. Una vez que ha comido hasta saciarse, no se enoja fácilmente y entonces se puede jugar con él. Incluso los animales domésticos, como gallos y patos, que de otro modo no podrían acercarsele, pueden pasar ilesos a su lado.

 

En Paraguay nunca los mantienen en jaulas, sino que apenas los atan a un naranjo amargo en el patio o frente a la casa con una cuerda de cuero unida a un fuerte collar. Llama la atención que no intentan roer ni rasgar la cuerda, algo que los animales depredadores de la familia canina hacen inmediatamente cuando están atados.

 

La orina y las heces del jaguan huelen muy fuerte; a veces las entierra a la manera de un gato, pero no siempre. Su aliento también tiene un olor fétido, como ocurre con casi todos los animales depredadores; al igual que su pelaje fresco, su carne y su grasa. Sin embargo, estas dos últimas son consumidas por los indios salvajes que habitan la parte sur del Gran Chaco. Los he visto ofrecer pequeños tazones de grasa de jaguar derretida como bebida, o incluso usar la mismo para frotarse el cuerpo. Creen que esto los hará tan fuertes y valientes como el depredador. Lo penetrante que es el olor de esta grasa y, al mismo tiempo, cuánto temen al jaguar todos los demás mamíferos, lo demuestra el hecho de que los zorros, los carpinchos, etc., pueden ser ahuyentados del territorio en el que viven si allí sólo se plantan unos pocos árboles cubiertos de esta grasa. Incluso los caballos valientes saltan tímidamente hacia atrás cuando se les pone algo así delante de la nariz. Por tanto, no puedo creer que, como dice Azara, los zorros y los jaguares se alimenten muchas veces del mismo animal.

 

Los dientes de leche del jaguar son muy afilados; los vi incluso en cachorros que podían tener tan solo tres semanas de edad; el animal los cambia en el primer año. Después del noveno o décimo mes ya ha crecido a la mitad, y después de dos años y medio o tres se dice que ha alcanzado su tamaño máximo. En Paraguay no se sabe nada sobre la longevidad del jaguar; mi conocido, el cazador, pensaba que podría vivir más de veinte años, estimación que me parece demasiado alta debido al rápido crecimiento del animal. Es poco probable que los jaguares mueran de muerte natural en zonas pobladas; pero también se puede encontrar allí individuos muy mayores. Así es que el Sr. Longchamp, a cuatro horas de Asunción, muy cerca de una casa de campo, le disparó a una hembra vieja, con la piel costrosa y los dientes completamente gastados; también le faltaban los molares posteriores superiores. Los jaguares criados desde pequeños en Paraguay pueden permanecer cautivos el tiempo suficiente como para poder determinar su esperanza de vida. Como es casi imposible tenerlos en una jaula limpia en ese clima caluroso, fuera de ella nunca dejan de usar su fuerza contra  su amo, ya que alcanzan su fuerza máxima cerca del tercer año, y a menudo incluso antes. En vano se les liman los caninos y los dientes cortantes hasta la raíz, y se les recortan las garras de vez en cuando; todavía tienen su enorme fuerza, lo que significa que pueden causar desgracias incluso sin esas armas.

 

Una vez vi un jaguar muy manso y mutilado así como dije, con el que los niños de la casa solían sentarse sin ningún temor, atacar con una garra en el cuello a su por otra parte amada cuidadora, una niña negra de diez años. en un ataque de mal humor, tírarla al suelo y lánzarse sobre ella. Aunque inmediatamente le quitamos a la niña, ya le había aplastado completamente uno de los brazos con su mandíbula desdentada, y la niña negra tardó varias horas en recuperarse de la violencia de la paliza. Las hembras son algo más dóciles que los machos. Se ha intentado privar a estos últimos de parte de su masculinidad mediante la castración; pero luego resultan ser incluso más traicioneros que antes y pronto mueren engordando mucho. Mientras el animal aún es joven, se le puede domar a golpes; Pero luego resulta difícil convertirse en su amo. No muestra ningún apego duradero a su cuidador ni a un animal criado junto a él; la generosidad y la gratitud le son ajenas. Por lo tanto, siempre es arriesgado mantener vivo a un depredador así durante más de un año sin encerrarlo.

 

Las heridas que inflige el jaguar son siempre sumamente peligrosas, no sólo por su tamaño sino también por su naturaleza. Ni sus dientes ni sus garras son muy puntiagudos y afilados, de modo que en cada herida puede haber hematomas y desgarros, cuyo resultado habitual, en esos climas cálidos y con total falta de ayuda médica, es el tétanos. De lo siguiente se podría deducir qué tipo de heridas puede infligir un jaguar con un solo manotazo de su garra.

 

Un indio payagua cazaba a orillas del río Paraguay. Se encontró con un jaguar, le arrojó su lanza, falló y luego se tiró al agua; pero en el momento en que saltaba desde la orilla algo alta, el animal ya le había puesto una garra en la cabeza y le había arrancado el cuero cabelludo de toda la parte superior del cráneo, de tal manera que el trozo de piel le colgaba hasta el cuello. Y, sin embargo, el indio todavía tuvo fuerzas suficientes para cruzar a nado el ancho río.


Rengger, J.R. 1830. Naturgeschichte der Saeugethiere von Paraguay. Basel, Schweighauserschen.


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