"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


lunes, 28 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ O TIGRE DE AMÉRICA SEGÚN JOSEPH JOLIS


Traducción Alex Mouchard del texto extraído de Jolis, Giuseppe. Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco e sulle pratiche, e su costumi dei Popoli che ne l’abitano, t. 1. Faenza: per Lodovico Genestri, 1789 

 

 

Foto Alex Mouchard


 Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con ellos [Buffon, Pauw (1)  y Robertson (2)] en lo que dicen sobre la Jagua, o sea el Tigre Americano. Para desilusión del lector, debo oponerme a sus opiniones extravagantes y falsas, y dar a conocer al público algunos de los muchos errores, principalmente del Sr. Pauw, como ya se mencionó, y sobre muchos otros animales del Nuevo Mundo.

  

Y en primer lugar, por lo que respecta a Pauw, me permito hacer uso de sus propias expresiones injustamente utilizadas por él contra el abad Pernetty (Recherches, Tomo 3), donde se expresa así: "Es natural (éstas son sus palabras traducidas del francés) cuando uno quiere escribir sobre animales, comenzar por estudiar la zoogeografía, para aprender sobre los géneros y especies. Como D. Pernetty no se dignó estudiar todo esto, no puede dar a los lectores nociones claras, etc." Hasta aquí él.

 

Sería pues muy necesario, digo, señor canónigo Pauw, que usted también se dignara estudiar primero la zoogeografía americana, para aprender a conocer sus animales, para poder distinguir sus géneros y especies; y por tanto ocúpese como filósofo en investigaciones que no sean inútiles, como ciertamente lo son muchas de las suyas. No ha investigado el verdadero significado de aquellas palabras que usa, ni se dignó consultar a los entendidos en esas lenguas, habiendo caído también en error en el nombre del Tigre Americano, llamándolo Jaguar, cuando no es otra cosa que Jagua. Al consultarlos, habría aprendido que en el idioma en el que se originó dicha palabra, la letra “r” que Ud. agregó no se usa comúnmente nada más que en la composición. El Yaguareté no es como cree usted, y el señor de Buffon,  una variedad o raza de tigre americano distinta de la Jagua. Es ese animal mismo, es decir, el tigre bajo esta palabra, que no expresa otra cosa que el verdadero Tigre. También se escribe Guazú y non Guacú, como lo hace Ud.; Onza, no Onca; Yaguareté, no Jaguarette. Al colocar a la Jagua entre las onzas, todo se vuelve confuso para Ud.

 

Un filósofo y naturalista debe saber que la Onza es un animal diferente de la Jagua o Yaguareté, y es llamada por los chiriguanos, y por los paraguayos Yaguatì, y por los del Brasil, Jaguapitima, de la cual tendré que hablar en otro lugar, y allí dar a conocer otra pifia ciertamente indigna de un naturalista, y de un filósofo, de Buffon y del dicho señor Pauw, por la cual confunde la Jagua con el Gato-tigre. Ya expuestos esos errores, no es de extrañar que los citados escritores nieguen a los verdaderos Tigres en América. Decir que están allí y afirmar haberlos visto muchas veces no es prueba suficiente para ellos; lo que se necesita,  según Pauw, es un solo un naturalista capaz de distinguir entre la piel de un verdadero Tigre, la de una Pantera y la de la Onza. Verdaderamente un privilegio muy singular concedido por Pauw a quienes han estudiado esta ciencia, y que le es negado a cualquier otra persona. Pero yo diría que quienquiera que haya visto a las Onzas, las Panteras, los Tigres, los Tigres Verdaderos y los Tigres Reales, ¿acaso no podrá, señor canónigo, disfrutar de ese privilegio? Si el que afirma que hay verdaderos Tigres en América, como ciertamente yo lo afirmo, hubiera leído a los naturalistas que escriben sobre tales animales en el Viejo Mundo, ¿quisiera usted considerarlo y declararlo incapaz de conocerlos porque no es un naturalista? Confieso voluntaria e ingenuamente que no soy un naturalista; pero también debo confesar que he leído a  los mejores y que he observado diligentemente a todos los animales del Viejo Mundo antes mencionados, de modo que no parezco demasiado arrogante al afirmar que hay verdaderos Tigres en América, donde están desde hace muchos años, y que en las Misiones del Chaco tienen la facilidad de verlos y comer bastantes de ellos . 

Si Pauw no desea proporcionar ningún crédito a los misioneros de esos países, no debe negárselo a otros naturalistas y filósofos que los observaron y los describieron en sus escritos. Hay muchos de ellos, pero mencionaré sólo unos pocos para no traspasar los límites prescritos. El primero es el célebre Don Antonio Ulloa “Hay tigres bien peligrosos, que causan mucho mal, no sólo en los rebaños, sino también entre los hombres, cuando los detectan. La piel de estos animales es bien hermosa. Son bien grandes, y se ven algunos, que parecen por su talla, burros." Hasta aquí él. (Viaje histórico de América L. 1, c. 7).

 Don Gonzalo de Oviedo en el resumen de su Historia (Ramus Volum, 3. p, 55, Venecia 1565), hablando de los tigres americanos, dice esto: “Son arrogantes con tal fuerza que en mi opinión ningún León Real de los más grandes, es tan fuerte, ni tan altivo."

Eso sí,  el citado escritor parece dudar de si son verdaderos Tigres; esto sólo se debe a la falta, como él dice, de esa velocidad que les atribuyó Plinio, y que él comparó con el río Tigris, pero tal falta, en lugar de destruir lo que él había inferido, lo confirma y lo prueba; ya que tal velocidad, siendo falsa y atribuida por error por Plinio, los naturalistas modernos se la niegan a los verdaderos Tigres.

 El señor [Pierre] Bouguer en su nuevo libro, titulado “Figure de la Terre”, página 18, no duda en comparar a los tigres americanos con los africanos en ferocidad y tamaño; así se expresa: “Pero los tigres allí son grandes, y tan feroces, como los de África”; luego añade que él mismo ha visto en la Provincia de Esmeraldas [Ecuador] muchos daños causados por esos tan terribles tigres, y que en los últimos dos o tres años habían despedazado y muerto a  diez o doce indios. Lo mismo en cuanto a tamaño y ferocidad lo confirma [Ludovico Antonio] Muratori en su pequeña historia de las Misiones del Paraguay  [Cristianesimo felice nelle missioni de' padri della Compagnia di Gesù nel Paraguay (1743-1749)]. 

La confusión de los dos escritores citados respecto al tamaño del tigre americano se aclara con la vista por Pernetty en Montevideo (Recherches T. 3. pág. 156). Ella tenía, según relata, sólo cuatro meses, y fue criada desde los primeros días a la entrada del Palacio del Gobernador, donde ciertamente no podría crecer tanto como lo hubiera hecho si la hubieran dejado libre en aquellos bosques. Medía no menos 73 cm de alto; donde la Jagua de Buffon (T. 19, página 9 y siguientes), teniendo dos años, tenía sólo 43,3 cm en la parte delantera del cuerpo, y 45, 3 cm en la parte trasera, y de largo de todo el cuerpo, es decir, medido desde el extremo del hocico hasta el comienzo de la cola, sólo 78,5 cm; de circunferencia del cuerpo en la parte delantera, más gruesa, 44 cm, y finalmente las uñas más largas tenían solo 1,6 cm. El dicho Jagua de Buffon, aunque embebido y empapado de alcohol de caña, pesaba sólo 8 kg  (risum teneatis amici [sigan sonriendo, amigos]) , cuando hay gatos que pesan más de 10 kg. Una sola pata de tigre, pesada en América, alcanzó 1, 5 kg, de modo que las cuatro juntas habrían pesado 6 kg; 2 kg menos que todo el tigre de Buffon. Aquellos que han tenido la oportunidad de ver al verdadero Tigre en América, sin duda no podrán contener la risa ante un engaño tan solemne que es propio de un hombre que no tiene ningún conocimiento sobre esos animales.

 Para confirmar aún más mi afirmación y convencer de su error a los tan frecuentemente renombrados filósofos y naturalistas, no será inoportuno para el lector traer aquí como prueba la autoridad de otros escritores. El Abad Saverio Clavigero (T. 1, página 69), muy conocido por su erudita “Historia de México”, incluye también al tigre entre los animales comunes, tanto en el Viejo Mundo como en aquel Reino. El Naturalista Hernández (Hist. Nov. Hìsp, C. X) lejos de negar la existencia del tigre en América, lo antepone en tamaño al del Viejo Mundo.

 "Es común”, así dice cuando habla del americano, el tigre en este Mundo, pero mayor que el nuestro." Los tigres americanos en las regiones cálidas no le parecían diferentes a los de África al señor de la Condamine, ni por su tamaño ni por los hermosos colores de su piel. El padre José Acosta (Libro 4. c. 34), un famoso escritor sobre América, también elogiado por el Sr. Pauw, afirma que existen tigres, tal como los describen los historiadores. Finalmente, el Padre [Pierre] Charlevoix (Hist. ParaquLib. 1, p. 6. ) hablando de los tigres del Nuevo Mundo, se expresa enfática y afirmativamente así: “En ningún otro lugar son mayores, ni en masa corporal, ni en ferocidad”. 

Tras el testimonio claro y manifiesto de tan renombrados escritores, en parte testigos oculares, y muchos otros, que por brevedad dejo fuera, como [Pedro] Lozano, el naturalista [Willem] Pison, [Scipione] Maffei, [Antonio de] Herrera y autores portugueses, cuyos manuscritos conservo, después de tal afirmación universal y uniforme, en la que conceden los verdaderos Tigres a América, digo ¿tendrán el Sr. Pauw y Buffon el coraje y la valentía de negarlos abiertamente, basándose en las medidas tomadas y las observaciones hechas por el citado Buffon sobre un Gato-tigre americano, que él o sus sabios académicos creían falsamente que era el verdadero Tigre Americano?

 Aunque puede darse el caso de que en algunas partes del Nuevo Mundo los tigres sean más pequeños que en otras partes, como se sabe de ellos, y se cree haber visto en las cercanías de Porto Bello, y  aún les falte coraje y audacia, por lo que sin ser instigados pero famélicos, no se abalanzan contra las personas y hasta huyen (como ocurre en Brasil) cuando ven un tizón encendido y en otras circunstancias similares, esto no prueba en absoluto la inexistencia de verdaderos Tigres en América, ni que allí no se encuentren del mismo tamaño y ferocidad que los Tigres Africanos [Leopardos?], como tampoco se deduce ciertamente la falta de verdaderos Leones en la India y Barbaria. por el hecho de que sean cobardes, y en tal medida lo son, que los que se ven cerca de las ciudades y pueblos de tales distritos, huyen incluso cuando están enfurecidos y hambrientos, ante las antorchas encendidas, y la voz amenazadora de un hombre, e incluso de un niño, o de a una mujer, que llega incluso a golpearlos y les hace dejar su presa intacta (Buffon. T. 18, pag 8, y 19).

 Tampoco es suficiente la otra razón, por la que los dos escritores antes mencionados niegan los verdaderos Tigres a América, de acuerdo con los mismos principios que Buffon (Tom. 18, pág. 66). Los verdaderos Tigres, dicen, no están adornados con manchas redondas en forma de rosas, o de ojos, con uno o dos más pequeños en el interior, y negras, sino de largas bandas transversales negras, que en forma de grandes anillos se extienden desde el dorso hasta el vientre, y que forman el carácter específico y singular por el cual (según expresa el citado Buffon) los verdaderos Tigres se distinguen de todos los demás animales atigrados, como Panteras, Onzas, Leopardos, etc. Y es precisamente esta distinción la que considero aquí insuficiente, según los principios de tan renombrado naturalista, y así razono: según sus principios (T. 5. pag, 52, donde habla del Cuervo), y los de todos los naturalistas, las manchas y los colores son accidentales y nunca fueron un carácter constante, por lo que no deberían ser considerados, en ningún caso, como un atributo esencial. Por lo tanto, las largas bandas transversales negras no deben considerarse en los tigres como un atributo esencial de ellos y, en consecuencia, no pueden constituir su propio carácter o singularidad para distinguirlos. Por lo tanto, la razón en la que él y Pauw se basan, para negarle los verdaderos Tigres a América, es inexistente, según sus mismos principios.

 Si los colores en los animales son accidentales porque cambian según los climas, por tanto, ¿no puede el clima americano haber cambiado las mencionadas bandas en puntos redondos negros, como podría haber cambiado todo el manto del león en América, su constitución, su cola y su pelo? Los leones en Etiopía son negros, y en la India los hay blancos, manchados y de diversas marcas rojas, negras y azules, según Eliano y Opiano, y no por ello dejan de ser leones como los demás, que generalmente están vestidos de color leonado, según Buffon y la mayoría de los autores, bajo la dirección del Príncipe de los Filósofos: Aristóteles (Hist. Animalium c. 24,).

 Por tanto, es apropiado que Buffon y Pauw crean que hay verdaderos Tigres en América, aunque sean diferentes en sus manchas de los comunes del Viejo Mundo, teniendo las mismas propiedades e inclinaciones, el mismo tamaño, si no más, y la misma ferocidad, etc. Ya que también son verdaderos venados los que se ven en la Nueva España, aunque blancos, y también lo es la Onza del Brasil, aunque la base de su pelaje no tiene el mismo color que los demás, sino que es completamente negro con manchas aún más negras, como lo afirma el propio Conde Buffon (Tom. 18, p. 76), sin enumerar los demás animales que tenemos ante nuestros ojos, y que cambian de color y de manchas según las diferentes razas y los climas. Excepto que, para agregar al tema, en algunas provincias de América donde habitan los Tigres Americanos, como en el Chaco, en Tucumán y en los países de los Chiquitos hay otros tigres incluso diferentes a los reportados por Buffon, por Robertson y otros escritores; con manchas negras transversales sobre un fondo de color leonado claro, muy vagas y, por tanto, diferentes de las de la Tigresa Real, visto por mí en Faenza. Ésta tenía sólo cinco o seis sobre el fondo leonado de todo el cuerpo, muy distantes entre sí, como grandes anillos de color negro intenso, de 1 cm de ancho, o como mucho 1,4 cm. Desde el lomo donde se originaban, las bandas antes mencionadas se extendían hasta el vientre, donde se unían por delante para dividirse luego, menos negras y menos anchas que en el lomo y los flancos. 

Sin embargo, las de los tigres del Chaco, que también tienen su origen en el lomo, desaparecen antes de llegar al vientre, y parecen mucho más anchas que las del Tigre Real, pero menos negras, ya que en el medio del marrón puede verse algo del color leonado del manto. Las zonas intermedias, sin manchas, son muy estrechas, y no tan claras y vivaces en su color leonado como en otras zonas del cuello y de la grupa, donde las bandas negras se hacen más raras.  Su cola es del mismo color leonado con anillos aún más negros proporcionalmente distantes, que sin embargo no se unen, sino que quedan interrumpidos en la parte inferior de la cola. La punta de la cola es negra y el pelo de 8 cm de largo; longitud que mantiene en la parte del cuello cercana a las orejas, y que poco la supera en el resto del cuerpo, es decir, en sólo 2,7 cm, excepto en las patas traseras, donde aumenta en un tercio, y el color es blanquecino. El pelo que se observa en sus cabezas, apenas llega a 1 cm, es de color leonado, pero marcado con bandas negras y gruesas, y con dirección variable: las del cuello están todas dirigidos hacia atrás. En medio de la cabeza y encima de los ojos hay unas pequeñas manchas redondas, completamente negras, y otras similares en las mandíbulas y patas; pero en estas últimas desde la mitad hasta el comienzo de las uñas.

Tampoco carecen de los habituales bigotes, de más de 11 cm de largo y formados a cada lado por diez pelos de color blanquecino en la punta y leonado en el resto. Por encima de los párpados también hay pelos un poco más cortos, pero del mismo color que los del bigote. Estos pelos, cuando está enfadado (momento en el que la piel de la cabeza suele arrugarse) se unen y forman como dos pequeños cuernos, que se mueven para todas partes. Los tigres de este tipo, aunque son más raros que la variedad de piel atigrada mencionada anteriormente, son mucho más feroces y crueles que todos los demás, y mucho más grandes incluso que la Tigresa Real que vi; sin embargo, ésta era más alta de patas (según me pareció a mí) en 8-11 cm. Parecía estar de un humor tranquilo y sereno, y mucho más que la Pantera que me mostraron los mismos forasteros; de modo que para mi sorpresa la vi caminando tranquilamente detrás del bastón que le presentaron; lo que nunca antes había visto en las Onzas americanas enjauladas, y me da motivos para sospechar la exageración en los relatos de los viajeros, según los cuales los Tigres Reales de las Indias Orientales parecen ser tan feroces, y del tamaño de un caballo, de un búfalo, y hasta de 4,90 m de largo (Buffon T.18, p.160) y cuando la de tres años que yo vi, ni siquiera llegaba a 1,30 m en el largo total de su cuerpo; habiendo medido con mi bastón la jaula donde estaba encerrada.

 

(1)-Corneille de Pauw (1739 —1799), filósofo y geógrafo holandés, autor de Recherches philosophiques sur les Américains (1771).

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(2)-William Robertson (1721-1793), historiador escocés, autor de The History of America (1777).




    Joseph Jolis (1728-1790) fue un jesuita español que llegó al Río de la Plata en 1753, y fue destinado a las reducciones del Chaco.  Realizó extensas exploraciones en el interior del Gran Chaco, haciendo siempre observaciones de historia natural, con las que redactó la obra “Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco” (1789).

     Son interesante sus observaciones sobre el yaguareté criticando algunos naturalistas e historiadores como Buffon. Además se aprecian las dificultades que había para la descripción y clasificación de los animales que encontraban los europeos en América, debido a la falta del concepto de especie.


 

 

 

 

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