"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


Mostrando las entradas con la etiqueta PAJARO CARPINTERO. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta PAJARO CARPINTERO. Mostrar todas las entradas

jueves, 18 de marzo de 2021

OTEANDO DESDE MI VENTANA A UN CARPINTERILLO, EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

 La presente nota nos fue aportada por el arqueólogo Jédu Sagárnaga, desde Bolivia, a quien mucho agradecemos.



Jédu Sagárnaga

 

Introducción.

El momento crítico que vive el país (y el mundo), invita a reflexionar sobre la salud, la economía y la política, fundamentalmente. Pero también puede y debe invitarnos a reflexionar sobre la vida y la naturaleza, de la cual estamos rodeados, sin que reparemos mucho en ello. La presente es una invitación al análisis de lo cerca que estamos de expresiones naturales tan intrigantes y curiosas como el pájaro carpintero andino que, mucha gente ni lo sabe, habita muy cerca nuestro.

Un estudio de la Unidad de Manejo y Conservación de Fauna del Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés, señala que “Hay 107 especies de aves que se pueden observar en La Paz y sus alrededores. También tenemos ocho mamíferos medianos y grandes, alrededor de 20 mamíferos pequeños (roedores y marsupiales) y siete murciélagos. Hay varios tipos de ranas, reptiles, peces e insectos”.

A guisa de ejemplo quiero mencionar el trabajo de dos de mis buenos amigos, el Dr. Enrique Richard (biólogo digno de admiración y respeto) y su esposa la Dra. Denise Contreras (también gran profesional) quienes señalan que se conocen al menos 51 especies de aves para la ciudad de La Paz[1]. En dos sendos artículos se han concentrado particularmente en la observación del aguilucho común (Geranoaetus polyosoma) y del águila mora (Geranoaetus melanoleucus) en las ciudades de La Paz y El Alto.

El asunto es: ¿cuándo aprecias toda esa fauna? No en el frenesí diario que implica el tener que trabajar, estudiar, o cualquier otra actividad que copa tu tiempo. Por otra parte, esa fauna es esquiva. A duras penas subsiste, en un medio hostil como es la ciudad que ha avasallado su territorio y la ha confinado a pequeños sectores.

 

Desarrollo.

Precisamente hace unos días, a través de las redes sociales, se difundió la noticia de la caza ilegal de vizcachas[2] que se estaba practicando por los alrededores de la zona de Achumani, donde yo vivo. Justo frente a mi casa, apenas separados por una pequeña quebrada, se alzan unos cerros espectaculares, no muy elevados pero con una pendiente muy alta. De hecho quienes vienen a visitarme apenas reparan en mi casa, pero se maravillan de “mis cerros”. Por eso siempre fanfarroneo: “¿Les gustan mis cerros? ¡Me ha costado mucho hacerlos!”.

Cuando solíamos ir con Ruth, mi esposa, a algún compromiso, y volvíamos a casa a la una o dos de la mañana, siempre nos encontrábamos con algunas vizcachitas casi en nuestra puerta. El ruido del motor del carro no las espantaba, y más bien se quedaban quietitas, como petrificadas. Según ellas, tal vez, no las veíamos, pero nosotros nos quedábamos alumbrándolas con la luz de nuestros faroles un largo rato, a ver quién se cansaba primero”. Hoy ya no las vemos tan seguido, lo que significa que: o ya no vamos tanto de parranda, o estos pacíficos roedores se están extinguiendo.

De todos modos, mi barrio –tal vez por estar más alejado del bullicio urbano– es privilegiado en avistamientos especialmente de aves. De hecho, cada que mis dos humildes ciruelos empiezan a dar fruto, decenas de chiwankos[3] vienen a darse un festín, y tenemos que estar compitiendo durante todo el mes de noviembre para ver quién deja sin ciruelo al otro.

También hemos visto varias veces halcones, alguna vez águilas y muchas especies de pájaros; y hasta he oído búhos. Las palomas son las más detestables entre todas las aves que viven por acá, y también las más abundantes.

 

Cuarentena.

Dada la Pandemia, el gobierno ha declarado hace unas semanas, un estado de cuarentena muy rígido en el país. Eso implica, al menos, dos cosas: No pueden circular los vehículos, salvo que se tenga un permiso especial, y no se puede salir de casa, salvo en alguna ocasión especial. La primera situación ha hecho que la polución y el ruido, disminuyan drásticamente. Eso ha alentado a que la fauna, normalmente invisible por las condiciones arriba señaladas, se atreva ahora a aparecer, aunque sea de manera furtiva. La segunda situación, ha posibilitado a la gente poder permanecer más tiempo en casa, un poco tensa, un poco nerviosa, pero resguardando la salud.

Mi actividad académica no ha cesado en estas semanas y he aprendido en estos días a manejar algunas plataformas virtuales que me permiten desarrollar mis clases con los estudiantes. También he aprovechado para leer varias de las cosas que hace tiempo deseaba, y estoy escribiendo simultáneamente 5 artículos, uno de los cuales tiene el amable lector al frente (el más corto, por cierto). Hay momentos, muy pocos, en que a manera de despejarme me levanto de mi asiento y me aproximo a la ventana desde la que observo mi pequeño y mal cuidado jardín, pensando en que necesita un “corte de pelo”. La persona que venía con su cortadora de césped, vive lejos y no le veo hace rato. También hay que arreglar las flores, pero no soy bueno en eso. Ruth se ocupa alguna vez.

Pero he aquí que, en ese pequeño mundillo, pueden ocurrir cosas maravillosas. Por ejemplo muchas abejas acuden a proveerse de polen de mis pocas flores, y eso me entusiasma. Y Démian, mi hijo, el otro día filmó a un colibrí en pleno vuelo, succionando el néctar de las flores. “Nos hizo un honor”, le comenté (Fig. 1).

Por si ello fuera poco, una mañana aterrizó en medio del jardín, un yaka yaka (Fig. 2). A este bicho emplumado le conozco bien. Le conocí en el campo, en mis labores investigativas, hace ya varios años. De hecho, no me cae bien, pues le considero un gran depredador de algunos monumentos arqueológicos, que más bien yo defiendo y protejo.

Resulta que el yaka yaka, como le dicen los aymaras, es una especie de pájaro carpintero. Pero como en el altiplano casi no existen árboles (al menos los nativos son solamente dos), entonces se ensañan con las actuales casas de adobe y con las tumbas precolombinas del mismo material, y que se conocen como “chullpares”.

En las proximidades del río Lauca, en el departamento de Oruro casi frontera con Chile, están los chullpares de adobe más espectaculares de toda Bolivia (y de los Andes en general). Se hicieron famosos gracias a un artículo publicado en una revista por la recientemente desaparecida Arq. Teresa Gisbert y sus colaboradores[4]. Se trata de varias decenas de estructuras de filiación inka dispersas en un área bastante grande. La mayoría de ellas presentan en el frontis diseños geométricos de colores. Conozco otras tumbas también en otros lugares, pero no en la cantidad que se tiene en el Lauca. La primera vez que visité este increíble yacimiento (en 1997) quedé azorado, tanto por la belleza de las torres, como el alto grado de deterioro que presentaban, no solo por las condiciones atmosféricas (erosión eólica y pluvial, principalmente) o los wakeros[5] que han desbaratado el contexto cultural, sino también por los llamados “agentes biológicos” en cuyo podio puede colocarse al yaka yaka. Las paredes presentaban múltiples huecos que eran los nidos que hacen estas irrespetuosas aves.

En el trascurso de mi investigación sobre chullpares (que ya lleva una veintena de años) y en los años sucesivos, he comprobado similar cosa en casi todos los chullperíos[6] que he visitado. Incluso en un congreso mencioné el daño infringido a las torres por parte del carpintero andino, a lo que un arquitecto (que había trabajado en conservación de chullpares) replicó que eran más bien unos patos volátiles, y no el injustamente acusado yaka yaka. El tiempo me dio la razón, pues en una de mis salidas, comprobé con espanto que efectivamente en algunos chullperíos anidan no solo los yaka yakas, sino también una especie de palmípedas no muy grandes (unos 40 cm de longitud). Así por ejemplo, en septiembre de 2011 en el chullperío de Kulli Kulli (próximo a la comunidad de Ayamaya, al sur de Sica Sica, Provincia Aroma) pude comprobar que entre las ruinas habían yaka yakas, patos y –cuando no, de puro metidas- palomas (Fig. 3). Pero los que fabrican el hueco para anidar, no son sino los carpinteros.

En junio de 2013, cuando estuve relevando los chullpares de Mikayani (en la provincia Aroma), pude evidenciar y registrar también la presencia de yaka yakas en el lugar. Esta vez se trataba de toda una bandada (Fig. 4).

Incluso en las proximidades del Chullperío de Jacha Pahaza (cerca de Calacoto, en la provincia Pacajes), registré la presencia del yaka yaka pero, en honor a la verdad, esta vez no estaba entre los chullpares, quizás porque, esta vez, las tumbas fueron elaboradas en piedra  y no en adobe (Fig. 5).

 

El carpintero y el ablandado de la piedra.

Pero si este carpintero es famoso, no es tanto por malograr antiguas tumbas, sino por añejas leyendas que le atribuyen el secreto del ablandado de la piedra que habrían aprovechado en su favor los constructores de los antiguos monumentos pétreos del Mundo Andino.

En efecto, los exploradores y científicos que visitaron los Andes el siglo pasado, escucharon de boca de los indígenas, curiosas historias sobre el secreto que poseían los habitantes de estas latitudes para volver “plastilina” la piedra, gracias a lo cual habrían podido construir con cierta facilidad, por ejemplo, los ciclópeos muros de Ollantaytambo en el Cuzco, o los magníficos edificios de Tiwanaku, a 71 km de nuestra ciudad.

A Hiram Bingham (1875-1956), a quien injustamente se le atribuye el descubrimiento de la célebre ciudadela de Machu Picchu en el Perú (pues 9 años antes ya lo había reportado un señor de nombre Agustín Lizárraga), le contaron sobre la existencia de una planta con cuyos jugos los incas ablandaron las piedras para que pudieran encajar perfectamente. “Hay registros oficiales sobre esta planta, que incluye a los primeros Cronistas españoles”, reza un artículo[7], aunque en mis pesquisas no he podido corroborar el dato etnohistórico mencionado. Se dice que un día, mientras acampaba por un río rocoso, Bingham observó un pájaro parado sobre una roca que tenía una hoja en su pico, vio como el ave depositó la hoja sobre la piedra y la picoteó. El pájaro volvió al día siguiente. Para entonces se había formado una concavidad donde antes estaba la hoja. Con este método, el ave creó una "taza" para coger y beber las aguas que salpicaban del río.

Otro personaje, el Cnel. Percy Harrison Fawcett fue un explorador inglés que, junto con su hijo Jack, se perdió en las selvas vírgenes del Brasil, entre los ríos Xingú y Paraguassu, mientras andaban en busca de una legendaria ciudad en ruinas. Ocurrió ello en 1925. Al parecer ellos, y un tercer acompañante, murieron a manos de los indios kalapalo del Brasil. Su otro hijo Brian, ordenó y adaptó los manuscritos, cartas y memorias de P.H. y dio a estampa el libro "Exploration Fawcett" que fue vertida luego al castellano, y que le devolvió la vida a ese inglés que en sus relatos aparece enfrentando gente y animales extraños, y descubriendo antiguas y misteriosas ruinas[8].

En una parte de su relato señala: “…en, toda la montaña peruana y boliviana se encuentra una avecita semejante al martín pescador, que hace su nido en orificios totalmente redondos en la escarpadura rocosa sobre el río. Estos agujeros se pueden ver perfectamente, pero no son accesibles y, lo que es más extraño, sólo se encuentran en las regiones en que viven estos pájaros. Una vez expresé mi sorpresa ante la suerte que tenían de encontrar hoyos para nidos convenientemente situados y tan perfectamente horadados, como practicados a taladro.

“—Ellos mismos hacen los agujeros. —Estas palabras fueron pronunciadas por un hombre que había pasado un cuarto de siglo en la montaña—. Más de una vez los vi hacerlos. Los he observado. Las aves llegan a los acantilados con hojas de cierta especie en su pico; se adhieren a la roca como pájaros carpinteros a un árbol, restregando las hojas con un movimiento circular sobre la superficie. Después vuelan regresando con más hojas y continúan con el proceso. Tras tres o cuatro repeticiones, botan las hojas y comienzan a picotear y, ¡cosa maravillosa!, pronto abren un orificio circular en la piedra. Se alejan y vuelven siguiendo con el proceso de restregar las hojas y picotean de nuevo. Se demoran algunos días, pero abren agujeros suficientemente profundos como para contener sus nidos. He ascendido a mirar los hoyos, y, créame, un hombre no podría taladrar uno más perfecto.

“— ¿Insinúa usted que el pico del pájaro penetra en la roca sólida?

“—El pájaro carpintero horada la madera sólida, ¿verdad?... No, no creo que el pájaro traspase la roca sólida, pero creo, y cualquiera que los haya observado piensa lo mismo, que estás aves conocen una hoja cuya savia ablanda la roca hasta dejarla como arcilla húmeda.

“Me pareció que era un cuento, pero después que oír relatos similares: de otras personas en todo el país, creí que se trataba de una tradición popular”[9].

 

La planta que ablanda la piedra.

Cuenta el periodista español Juanjo Pérez, que el padre Jorge Lira, un sacerdote peruano ya fallecido, era uno de los mayores expertos en folclore andino, fue autor de infinidad de libros y artículos y, sobre todo, del primer diccionario del quechua al castellano. El mencionado personaje vivía en un pueblito cercano al Cusco y hasta allá se dirigió un señor de nombre Jiménez del Oso, para entrevistarlo sobre una inquietante afirmación: el padrecito afirmaba haber descubierto el secreto mejor guardado de los incas: una sustancia de origen vegetal capaz de ablandar las piedras[10].

Mencionaba una planta de increíbles propiedades que, mezclada con diversos componentes, convertía las rocas más duras en una sustancia pastosa y moldeable. Según esa misma fuente, el padre Lira estudió la leyenda de los antiguos andinos y, finalmente, consiguió identificar el arbusto de la jotcha como la planta que, tras ser mezclada y tratada con otros vegetales y sustancias, era capaz de convertir la piedra en barro. "Los antiguos indios dominaban la técnica de la masificación –afirma el padre Lira en uno de sus artículos—, reblandeciendo la piedra que reducían a una masa blanda que podían moldear con facilidad".

El curita ya hace rato que entregó su alma al señor llevándose a la tumba el secreto de la planta milagrosa (si es que esta alguna vez existió), pues nadie sabe cuál es la jotcha. Antes y después muchos se dieron a la tarea de buscar la planta y hay quienes creen que es la kechuca una supuesta hierba de ramas y flores rojizas. El problema es que, tanto la jotcha como la kechuca, son plantas que nadie conoce, aunque hay quienes sospechan que se trata de la Ephedra andina, que sería la planta mágica.

Incluso hay un reciente estudio de Joseph Davidovits sobre antiguos polímeros, explicitado en una conferencia reputada de “seria y científica”, aunque creo que todavía hay mucha tela que cortar al respecto, antes de dar por irrefutables los resultados por él obtenidos. En ella, como prueba de que antiguamente se amasaba la piedra y se vertía en moldes, Davidovits menciona la reputada planta jotcha del padre Lira[11].

 

La cuestión del ave.

En cuanto al misterioso pajarito, en todas esas curiosas historias, recibe distintos nombres y en distintas lenguas desde el territorio mapuche en Chile, hasta el Ecuador en el norte. Así pues, se han recogido las denominaciones de Pitihue, Pitigüe, Pitio, Yacoyaco, Pito, Pitu, Acajllo, Jacajllo, Yactu y Yarakaka. Algunos de esos vocablos son de origen aymara, pero el que yo personalmente recogí en el altiplano paceño, fue el de Yaka yaka (muy similar al de Yacoyaco y Yarakaka).

La definición ornitológica estaría referida al Colaptes, aunque habría dos varidades: Por una parte el Colaptes pitius y por otra el Colaptes rupícola.

La variedad Colaptes rupícola habría sido identificada y nombrada científicamente por el naturalista francés Alcides D'Orbigny en 1840, quien la diferenció de su pariente más cercano (el Colaptes pitius). Cabe resaltar que le puso el término "rupícola" por su costumbre de anidar en las rocas. Este pájaro carpintero es, pues, un ave rupestre, de allí el nombre. Se trata de un pájaro carpintero de un tamaño similar al de una paloma, esto es, de unos 30 cm. Presenta una frente, corona y nuca de color gris pizarra; y lados de su cara y garganta de color leonado. Unas barras color café y café amarillento marcan su cuerpo por encima, mientras que por debajo, es de un blanco sucio con barras pardas. El lomo y el abdomen son de color amarillento y presenta unos ojos de iris amarillo y cola negra.

 

Epílogo.

Pese a toda esta misteriosa y llamativa información de cierta ave (el Yaka yaka)  que con la ayuda de una planta logra ablandar la roca; y que de él aprendieron nuestros antepasados andinos a trabajar la piedra de forma magnífica como se puede apreciar hoy en los antiguos monumentos por ellos dejados, la verdad es que nada de ello tiene sustento científico… hasta ahora.

Lo único que sé es que el Yaka yaka arruina las torres funerarias que tanto reverencio, y que en esta pandemia viene a mi jardín a echármelo en la cara.

Chuquiago Marka, mayo de 2020 



Figura 1. Un picaflor o colibrí en pleno vuelo, en el jardín de mi casa

(imagen obtenida del video de Démian Sagárnaga)



 

Figura 2. Yaka yaka (Colaptes rupicola), en el jardín de mi casa

(Foto del autor, 2020)


 

Figura 3. Un Yaka yaka, una paloma y un pato encima de
una torre funeraria en Kulli kulli, remarcados con círculos rojo,
amarillo y verde, respectivamente (Foto del autor, 2011)



 

Figura 4. Una bandada de Yaka yakas, encima de unas

torres funerarias en Mikayani (Foto del autor, 2013)



Figura 5. Yaka yaka en las proximidades del chullperío

de Jacha Pahaza (Foto del autor, 2011)


 


 


 NOTAS


[1] “Aves rapaces diurnas de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz” (2015)

[2] Lagidium viscacia

[3] Turdus chiguanco

[4] “El señorío de los Carangas y los chullpares del Río Lauca” Revista Andina N° 2, diciembre 1994.

[5] Saqueadores de tumbas

[6] Conjuntos de chullpares

[7] Manuel Carballal, “Los Ablandadores de Piedras”. file:///F:/J%C3%89DU/DOCS.%20J%C3%89DU/P%C3%A1ginas%20WEB/piedra%20blanda.htm

[8] Jédu Sagárnaga, “Breve Diccionario de la Cultura Nativa en Bolivia”. Producciones CIMA. La Paz 2003.

[9] P.H. Fawcell, “Exploración Fawcett”, pp. 123-124. Empresa Eitora Zig-Zag. Santiago de Chile 1995.

[10] Manuel Carballal, “Los Ablandadores de Piedras”. file:///F:/J%C3%89DU/DOCS.%20J%C3%89DU/P%C3%A1ginas%20WEB/piedra%20blanda.htm


sábado, 28 de enero de 2012

EL CASO DEL CARPINTERO CAMPESTRE (Colaptes campestris): DARWIN VERSUS HUDSON


“El bosque comenzó a iluminarse de anaranjada luz; y a esta señal, que revelaba la aproximación de la noche; el ipecú dejó de golpear en los troncos...”

Hyalmar Blixen - Los Iporas


     El Carpintero Campestre fue descripto por el notable naturalista Felix de Azara en 1802. El ave era conocida por los guaraníes como: ihpeku-ñú,  de ihpeku, pájaro carpintero, y ñu, campo. Azara, sin embargo prefirió el nombre español:  “aunque parezca que este nombre repugna a todo Carpintero, ningún otro puede caracterizar mejor al presente; porque jamás se interna en bosques, ni corre troncos, ni hace caso de sus gusanos, y buscan su alimento en los prados y campos limpios, corriéndolos a pasos frecuentes y no torpes; para lo cual tiene las piernas más largas que los otros”.

     Azara agrega que come lombrices e insectos en la grama y que cuando los hormigueros están húmedos (suponemos que habla de los tacurúes ablandados por las lluvias) los picotea para comer hormigas y sus huevos (larvas). Y aclara: “No por esto dexa de posarse en árboles gruesos o delgados, en los troncos, ramas y piedras, ya estén horizontales o verticales, y ya con el cuerpo trepado, o como el común de los páxaros [esto es atravesado]”.
Como veremos,  estas observaciones de Azara tienen importancia en la polémica del título.

     En base a esa descripción Vieillot le dio el nombre latino de Colaptes campestris  respetando así el nombre dado por el naturalista aragonés, de quien copió los datos principales.

     Aprovechando esta información, Charles Darwin introdujo al Carpintero Campestre en su obra más importante, “El origen de las Especies”. Y no con un motivo menor. En el capítulo VI, trata de las dificultades que enfrentaba su teoría para “cerrar”. Señalaba allí que en la Naturaleza hay ejemplos  de individuos de una especie que pueden mostrar hábitos bastante diferentes de los demás y que ocasionalmente darían origen a nuevas especies. Y ejemplifica con el caso del carpintero: “En las llanuras del Plata, donde no crece ni un árbol, hay un pájaro carpintero, que en cada parte de su organización, aún en su color, en el áspero tono de su voz, y su vuelo ondulante, me indica en forma directa que está relacionado estrechamente con nuestra especie común; sin embargo ¡es un carpintero que nunca trepa a un árbol !” (Darwin, Ch. -  The origin of species... 1st. edition. 1859).

     El ejemplo le venía como anillo al dedo para mostrar que gracias a la variación de su comportamiento, algunos individuos podían sobrevivir en un ambiente inusual, en este caso el pastizal,  y quizás dar origen a una nueva especie. Pero para presentar este ejemplo parecería que Darwin había forzado un poco las cosas omitiendo que en realidad el ave sí trepaba a veces a los árboles y suponemos que la omisión  pudo haber sido intencional porque él conocía bien al ave en su ambiente natural. En efecto, en The zoology of the voyage of H. M. S. Beagle (1841) relata que  había obtenido especímenes en la Banda Oriental y en Buenos Aires, y señalaba, por una parte,  que “la cola de este carpintero terrestre parece poco utilizada”, refiriéndose a que no tenía el desgaste propio de los demás carpinteros que usan la cola de apoyo para trepar troncos, lo que convenía a su argumento. Pero a continuación dice que  “se posan en la rama de un árbol, horizontalmente, a la manera de los pájaros comunes; pero ocasionalmente los he visto trepando en posición vertical en un poste”. Y este detalle que también había dado Azara es lo que parece haber omitido en “El origen . . .” para beneficio de su teoría.

     William Henry Hudson, un observador tan perspicaz como Darwin, no dejó pasar por alto el error del zoólogo inglés. En su segunda carta sobre la ornitología de Buenos Aires, dirigida al secretario de la Zoological Society de Londres, Philip Lutley Sclater,  (Proceedings of the Zoological Society, 24 feb 1870, p. 112) dice: “El Carpintero de las Pampas (Colaptes campestris), del que el Sr. Darwin ha dicho tan infortunadamente:—'Es un Carpintero que nunca trepa a un árbol' (Origin of Species, p. 165)”.



Dibujo de Salvador Magno

     Y amplía en la tercera carta (Proceedings of the Zoological Society, 24 mar 1870, p. 158):  “La cuarta especie es el ‘Carpintero’, más ampliamente distribuido y mejor conocido que los otros miembros del género al que pertenece, y también de gran interés en referencia al erróneo relato de sus costumbres en la obra del Sr. Darwin, lo que lo hace digno de particular atención. A pesar de lo muy observador que pueda ser un naturalista, [el manuscrito dice “este naturalista” refiriéndose exclusivamente a Darwin, lo que fue atenuado por Sclater con la generalización] no es posible para él saber mucho de una especie con sólo ver quizás uno o dos ejemplares en el curso de una rápida cabalgata por las pampas.  Ciertamente si el Sr.  Darwin hubiera conocido en verdad el comportamiento del ave, no habría intentado deducir de ello un argumento a favor de su teoría del origen de las especies". Y continúa con este párrafo suprimido por Sclater:  "ya que una distorsión tan grande de la verdad habría dado a quienes se oponen a su libro, razones para considerar erróneas o exageradas otras afirmaciones que en él se hacen”.  A continuación cita el pasaje de Darwin que hemos reproducido más arriba, y concluye: “La atenta lectura del pasaje citado por alguien conocedor del ave y de sus hábitos lo puede inducir a creer que el autor ha alterado a propósito la verdad para probar su teoría; pero como las Researches   del Sr. Darwin fueron escritas mucho antes de concebir su teoría, y abundan en similares afirmaciones erróneas al tratar sobre este país, el error debe atribuirse a otras causas”.  Luego se refiere a los bosques marginales que en forma continua acompañan las costas del río de la Plata en los que habita este carpintero sin alejarse mucho de ellos. Por otro lado asegura que en las vastas regiones del sur y el oeste de Buenos Aires donde efectivamente no crecen árboles nunca vio a esta especie.

     Y continúa: “No es sólo el erróneo informe de su comportamiento lo que hace que la mención de Darwin sea particularmente desafortunada, sino que además esta ave introduce un argumento en contra de la veracidad de la hipótesis de Darwin”. Y Hudson destaca que dado que Darwin le atribuye la morfología de un carpintero típico, “es evidente, entonces, que la selección natural lo ha dejado sin cambios; y ¿no es razonable suponer que, si hubiera tal agente en la naturaleza, habría hecho algo para cambiar la especie colocada en una situación en la que está tan mal adaptada según su estructura y sus hábitos? Pero en verdad, la selección natural no ha hecho nada por nuestro Carpintero“.  Y pasa a explicar que sus colores no se apagaron, su fuerte voz no se atenuó con lo cual es más probable que llame la atención de sus enemigos al atravesar las zonas abiertas. Tampoco la selección natural lo dotó con el instinto de ocultarse como hacen otras aves de las pampas. Y si bien se posa en el suelo, nunca duerme allí, y tampoco anida en barrancos (aquí se equivocó Hudson como el mismo lo comprobó años después en el río Negro). Finalmente deduce que su inesperada presencia en las pampas se debe a la escasez de provisiones, a la búsqueda de árboles más propios para anidar [según Hudson, prefiere el ombú, aunque sabemos que no es un árbol autóctono de las pampas] y quizás a otras razones.

[NOTA: Los detalles sobre los manuscritos de Hudson están tomados de la obra “Las aves de la pampa perdida” que reproduce las cartas de Hudson a la Zoological Society revisadas por Tito Narosky y Diego Gallegos,  quienes cotejaron los manuscritos con la versión impresa]


     Darwin tuvo derecho a réplica en el mismo volumen de los Proceedings. Con fecha, 1º de noviembre de 1870 publicó “Note on the Habits of the Pampas Woodpecker (Colaptes campestris)” . Allí se defiende de la ligereza de que lo acusa Hudson ya que vio muchas de estos carpinteros en la Banda Oriental cuando era un ave muy común, y lo observó muchas veces viviendo en la llanura ondulada de Maldonado a muchas millas de los árboles. Confirmando su adaptación a vivir en el suelo por presentar los picos manchados de barro y las colas poco gastadas, por posarse atravesados en las ramas, aunque habiéndolos visto a veces en posición vertical.  A manera de excusa dice que cuando escribió esas notas no sabía nada sobre el trabajo de Azara que coincide con sus observaciones. Y para refutar a Hudson señala que en realidad el ave sí ha sido ligeramente modificada por la selección natural  porque sus patas son más largas, su pico no es tan recto y fuerte y sus plumas timoneras no son tan rígidas, lo que la hace más adaptable a una vida más terrestre. Y tomando la observación de Azara de que excava sus nidos en paredes de adobe o en las barrancas de arroyos, refuta otro de los argumentos de Hudson.

     Finalmente Darwin, nobleza obliga, reconoce su error pero deja a salvo su calidad de observador: “No tengo la más mínima duda de que las observaciones del Sr. Hudson son totalmente correctas, y que he cometido un error al afirmar que la especie nunca trepa a los árboles. Pero ¿no sería posible que esta especie pueda tener hábitos algo diferentes en distintas regiones, y que  tal vez yo no esté tan desacertado como supone el Sr. Hudson?”  Además rechaza  la velada sospecha  de Hudson de que pudo haber alterado la verdad para afirmar su teoría:   “El me exonera de ese cargo; pero no quisiera pensar que haya naturalistas que, sin ninguna evidencia, lleguen a acusar a un colega de decir deliberadamente una falsedad para probar su teoría”.

     Aparentemente Hudson no contestó a esta nota y dejó las cosas ahí. Como quiera que sea en la sexta edición de “El Origen...”, que generalmente se considera la última publicada en vida del autor, en febrero de 1872,  Darwin corrigió su texto: “Como puedo afirmar, no solo por mis propias observaciones, sino también por las del preciso Azara, en ciertas extensas regiones no trepa a los arboles, y anida en agujeros de barrancas. En ciertos otros distritos, sin embargo, este mismo carpintero, como afirma el Sr. Hudson, frecuenta árboles y perfora agujeros en los troncos para anidar“.

     También la descripción de Hudson en Argentine Ornithology, aunque quizás moderada por la pluma de Sclater, parece más conciliadora: “En Patagonia, donde encontré a esta ave criando en las barrancas del  Rio Negro, sus costumbres son tal cual dice Azara; pero en las pampas de Buenos Aires, donde las condiciones son diferentes, no habiendo barrancas o viejas paredes de adobe apropiadas para anidar, el ave recurre al gran ombú solitario, que tiene una madera muy blanda, y excava un agujero de 17 a 22 cm de profundidad (...) Esta reversión a un hábito ancestral, que (considerando la estructura modificada del ave) debe haber perdido en un período muy remoto de su historia, es extremadamente curiosa. Antiguamente este Carpintero era muy común en las  pampas. Recuerdo que cuando era un niño una colonia entera de ellos vivía en los ombúes cercanos a mi casa; ahora está casi extinguido, y uno puede pasar años en esas llanuras sin encontrarse con uno sólo de ellos”.



Busto de Hudson en el Museo Histórico Provincial G. E. Hudson  
Foto A. Mouchard



     Como bien hacen notar Narosky y Gallegos, llama la atención la vehemencia con la que Hudson cuestionaba a Darwin.  Por un lado se sabe que, siendo él un naturalista no profesional, tenía cierto rechazo por los zoólogos de carrera a quienes consideraba poco conocedores de la vida en la naturaleza. Hablando de la migración de las aves dice que son hechos que "ni los pueden conocer los naturalistas de gabinete que han edificado teorías sobre la migración, exceptuando a los que como yo han vivido largo tiempo en la intimidad con las aves". Por otro lado es sabido que Hudson no era partidario de la teoría de “El Origen de las Especies”. Su hermano Daniel le había traído de Inglaterra un ejemplar del libro, quizás uno de los primeros que llegó a la Argentina, y quedó sorprendido porque “un muchacho ignorante de las pampas, se atrevía a desaprobar la teoría evolucionista”.  Es posible que Hudson haya sido creacionista en sus comienzos porque incluso hasta sus últimos años asistía a los oficios religiosos dominicales en Inglaterra. Se resisitía a aceptar la teoría de Darwin porque le parecía inverosímil y porque  según cuenta en The Book of a Naturalist “no soportaba el abandono de una filosofía de vida (...) que no podía sostenerse lógicamente si Darwin estaba en lo cierto”.  Y en Una cierva en el Parque Richmond agrega: “¿Quién puede creer hoy que la piel nívea de invierno de la liebre y de la comadreja (...) se han obtenido por medio del principio darwiniano, la acumulación gradual y la herencia de una larga serie de pequeñas variaciones individuales (...) ?”. Pero finalmente Hudson tuvo que terminar aceptando las ideas evolucionistas: “inadvertidamente la nueva teoría me condujo  a  modificar  mis  viejas  ideas  religiosas  y  eventualmente  a  una  más clara  y  simple  filosofía  de  esta  vida”.  Pero su evolucionismo fue  más bien lamarckiano, ya que coincidía con Whillughby cuando éste decía que el color blanco de los pájaros y cuadrúpedos de las regiones árticas se debía  a la continua “intuición” de la nieve, es decir a un factor psíquico, similar a la “voluntad” que postulaba Lamarck como motor del cambio.

     Queda una duda que no pude desentrañar del todo. Como hemos visto, Darwin en su descargo dice  que cuando escribió sus notas sobre el carpintero campestre no sabía nada sobre el trabajo de Azara. Sin embargo algunos especialistas afirman que en su famoso viaje Darwin llevaba el libro de ese autor “Viaje a la America Meridional”, cuya edición francesa incluía en el tercer tomo los “Apuntamientos para la Historia Natural de las aves del Paraguay”.  De todas formas lo cita ampliamente tanto en el relato del su viaje como en “El Origen . . .”

     Volviendo al Carpintero contamos con numerosos testimonios de naturalistas que parecen coincidir con lo observado por Azara, que parece lo más certero, sin volcarse por ninguna de las posiciones extremas que inicialmente tomaron  Darwin y Hudson.

     William Blackstone Lee, estuvo en 1871-1872 en Entre Ríos, en las riberas del Ayorro Gato, cerca de  Gualeguaychú, y encontró que era bastante común, generalmente en campo abierto y a menudo saltando sobre el pasto en grupitos de 3 ó 4.

     Barrows, que anduvo por Concepción del Uruguay hacia 1879, halló su voz semejante al grito de alarma del pitotoy grande, pero tan fuerte que escuchado de cerca lastimaba el oído. Asegura que pasa mucho tiempo en el suelo por lo cual los picos de los ejemplares que cazó a menudo estaban sucios de barro. Le resultaron muy recios y difíciles de matar y una vez heridos mostraban “tantas puntas agudas como un halcón”. En zonas sin árboles, como Sierra de la Ventana los vio anidando en huecos de barrancas de arroyos.

     E. White, encontró que en Concepcion, Misiones, hacia 1881 eran “muy comunes habitantes del campo abierto, donde se los encuentra usualmente, ya sea sobre el suelo, o más comúnmente posados sobre un hormiguero, de 60 cm de altura (...) cuya punta están ocupados en picotear. Rara vez se posan en árboles, y nunca se los observa en los bosques”.



 Dibujo de Damaso Larrañaga

     Aplin recorrió la zona de San José, en Uruguay, donde frecuentaban las estancias con plantaciones de eucaliptos y acacias, árboles los primeros donde preferían taladrar sus nidos. Para evitar el daño a los árboles, cuya implantación para obtener sombra y refugio contra el viento era muy costosa, muchos estancieros mataban muchos carpinteros en primavera. Así en la estancia Santa Elena mataron quince durante el mes de octubre de 1892. Al igual que Azara vio que también hacían sus nidos en las paredes de adobe de ranchos abandonados. Dice que frecuentan los montes donde indudablemente encuentran sauces lo bastante grandes como para perforar allí sus nidos.

     En Paraguay,  a principios del s XX,   W. Foster lo cazó en campo abierto en los alrededores de Sapucay. Y Von Ihering cita que Colaptes campestris anida en termiteros y palmeras, mientras que la subespecie del sur anida en barrancas, termiteros y árboles  de madera blanda. Claude Grant que coleccionó aves en Riacho Ancho, Chaco, hacia 1909-1910, los vio  comiendo en el suelo en campo abierto, pero al asustarse volaban a refugiarse al bosque posándose en las ramas exteriores de los árboles.


     Goeldi dice que “evita la zona de las selvas, y visita,
Como mucho, matorrales pequeños y aislados (...) Era para mí toda una novedad un carpintero posado horizontalmente en una rama como las demás aves. Pero sabe trepar también como los otros carpinteros”.   Y cita a  Burmeister: “Lo vemos saltar, en pequeños grupos, alrededor de los árboles bajos y nos sorprende verlos a cada momento saltar al suelo y andar al paso. Aparte de eso, de vez en cuando, anda a la manera  de nuestro carpintero europeo”. 


     A manera de conclusión debemos destacar de Darwin su honestidad para reconocer su error ante un joven y poco conocido colega. Y, por parte de Hudson, su  vehemencia para no dejar pasar una afirmación incorrecta por parte de un científico  ya consagrado como Darwin.  




 Alex Mouchard


+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

REFERENCIAS

-Aplin, O. V. – 1894 – On the Birds of Uruguay – Ibis 22.
-Azara, F. de-(1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992. 
-Barrows,  W. B. – 1883 – Birds of the Lower Uruguay – Bulletin of the Nuttall Ornithological Club – v.8 - Cambridge
-Goeldi, E. A.-1894-Aves do Brasil.
-Hudson, G. E. – 1992- Aves de la Pampa Perdida. Asociación Ornitológica del Plata. 
-Hudson, G. E.-2011- Una cierva en el parque de Richmond –Buenos Aires Books. 
-Ihering, H. von –1898- As aves do estado de S. Paulo. Revista do     Museu Paulista, vol. III.
Jurado, A. -1988- Vida y obra de W. H. Hudson. Bs As. 
-Lee, W. B. 1873 - Ornithological Notes from the Argentine Republic.The Ibis 3:129. 
-Pickenhayn, J. O. – 1994. El sino paradójico de Guillermo Enrique Hudson. Corregidor. 
-Sclater, P.L .& Hudson, W.H. –1888- Argentine Ornithology. 
-Solari, H. y Monjeau, A. -2008-2009- La  presencia  de  Darwin  en William  Henry  Hudson.  Cuyo  25/26: 233-244 . 

EL VENCEJO DE COLLAR (Streptoprocne zonaris), EL PREDICADOR Y LAS FANTÁSTICAS GOWRIES

    Este huésped del verano, el pequeño vencejo que vive en los templos, testimonia aquí, junto a su amada mansión, que el aliento del cie...