"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


martes, 7 de junio de 2022

EL YASIYATERÉ - EL AVE DUENDE DE LA SELVA

 

Mbiyá coeyú

Piá rori jhá

Eyóna egueyí

Nde Yasí resá

 

Toda la Natura

se mueve gozosa

cuando tú apareces,

estrellita hermosa

 

Narciso R. Colmán  (Rosicran) - 1937

 

 

Yasiyateré Grande (Dromococcyx phasianellus

Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825) 





Son las 7 de la mañana. Amanece en la selva. Camino los senderos cerca de la cabaña donde me alojo, en la Reserva San Sebastián de la Selva, Misiones, Argentina. Escucho unos silbidos repetidos que me parecen familiares en sus dos primeras sílabas: «seee síiii». Parece el canto del Crespín (Tapera naevia), ese escurridizo cuco americano que durante las siestas del monte deja escuchar su monótona y repetida voz. Pero no, este canto que oigo termina con un  «fiirirííí». Es el Yasiyateré Chico que, como su pariente el Crespín, inunda las mañanas y los crepúsculos con su continuo cantar.

A 1200 km al norte de allí, y hace 200 años, un joven naturalista austríaco recorría el camino de Goias a Cuyabá para explorar el Matto Grosso brasileño. Un viaje difícil donde coincidía con mineros de oro y otros aventureros.  El naturalista se encontraba realizando la quinta de diez expediciones efectuadas durante su larga estadía de 18 años en Brasil. Tras algunos inconvenientes burocráticos y la enfermedad de su compañero, que lo retuvieron en San Pablo durante un tiempo, logró la autorización para  viajar,  atravesando el estado de Goiás, a Mato Grosso, una región muy poco explorada por los naturalistas de entonces.

En octubre de 1823, los expedicionarios llegaron al río Araguaia, límite entre los estados de Goiás y Mato Grosso, donde debió haber encontrado lugares propicios para colectar aves. Se detuvo allí, en la actual localidad de Registro do Araguaia, alrededor de un mes, pero debido a la escasez de comida y el consiguiente malestar de sus arrieros, retomó pronto el viaje a Cuiabá. Las fuentes del rio Araguaia y su valle superior marcan también el límite entre dos grandes biomas: la Amazonia, con sus selvas, y el Cerrado, un paisaje de suelos arenosos  y  vegetación de arbustos y árboles bajos, de escasas ramas retorcidas y duras hojas, intercalados con pastizal alto. Los bosques marginales del río constituyen un hábitat ideal para el Yasiyateré, que se desplaza por el sotobosque de cañas y arbustos muy cerca del suelo donde encuentra su alimento.

En aquellos años del siglo XIX la caza y recolección de especímenes era la única forma de registrar la presencia de especies en una región y determinar si eran nuevas para la ciencia. Imagino que nuestro naturalista habrá escuchado un canto desconocido y repetido, y disparó hacia la mata de arbustos donde sólo había observado una sombra fugaz. En la búsqueda posterior encontró que había derribado una llamativa ave, de copete castaño, dorso pardo, y cola ancha y escalonada con los extremos de las timoneras de color blanco. Se trataba de un ejemplar macho de un cucúlido desconocido. Las alargadas plumas supracaudales con puntos blancos le habrán recordado a las del pavo real, cubiertas de vistosos “ojos”, por lo que le dio el nombre de Coccyzus pavoninus. Tal vez los indígenas le informaron su nombre guaraní, Yasíyateré, evidentemente onomatopéyico. Algunos  derivan este nombre del tupí  jasy: luna; y  jateré: que fue, fragmento,  es decir “el que fue luna”. Y tal nombre se daba a un personaje mitológico de pequeño tamaño y tez blanca como la luna, y que por su presencia esquiva se ha asimilado con el ave.

El joven al que nos referimos, llamado Johann Natterer, conocido como el “príncipe de los colectores”, fue uno de los más capacitados naturalistas europeos que transitó por Sudamérica en el siglo XIX.

 

 

LOS YASIYATERÉS

 

En esta introducción estuvimos hablando del Yasiyateré Chico (Dromococcy pavoninus) pero existe otro, el Yasiyateré Grande (Dromococcyx phasianellus), muy raro en Argentina y muy parecido a su congénere aunque con mayor tamaño, cola más ancha, parte inferior beige (no ocre) y algunas manchas a los lados del cuello. El canto tiene una estructura similar pero es más lento y con sílabas más alargadas

Esta especie fue descubierta en Tonantins, en el Alto Río Amazonas de Brasil,  por otro integrante de la misma expedición austríaca con la que había llegado al Brasil Natterer, se trataba del naturalista alemán Johann Baptist von Spix,. De costumbres parecidas, para el saber popular ambas se confunden en una, porque además parecen reemplazarse una a la otra en su distribución.

“El «yasy-yateré», a juzgar por el silbo clásico que le ha merecido su nombre onomatopéyico, tan frecuente y conocido en el norte de Misiones, es ave común del sotobosque sombrío. Con las primeras sombras del crepúsculo comienza su canto con efectos de ventriloquÍa, pues nunca es posible localizar el lugar, exacto de donde proviene. De madrugada, antes de aclarar, repite sus notas melancólicas, que dan impresión de lejanía. Entre silbo y silbo hacen una pausa de unos quince segundos y lo repiten hasta más de media hora. Los dos primeras notas son exactamente iguales al canto del Tapera naevia (chochi). Por excepción salen de los matorrales oscuros. En presencia de extraños levantan y abren la cola con movimientos convulsivos, erizando el copete; luego se escurren casi sin aletear por entre la maraña.” (Giai, 1951)

“Los indígenas paraguayos la llaman «zonzí»; su voz, que consta de una serie de silbos (. -, - .. ), es conocida a través de las historias criollas como la del fantasma «yasy-yateré» que castiga al que la imita.” (Neunteufel, 1951)

“En ciertas estaciones del año, y no en todos los años, se oye cantar «yasih-yatere» toda la noche, cambiando de sitio continuamente, como si la voz caminase nmcho, pero ésta aunque exactamente idéntica a la que se oye de día, es más débil y no sonora; yo la perseguí, muchas veces de noche, sin poder descubrir de donde venía; ya me parecía que estaba lejos, ya parecía bajo mis pies, ya por un lado ú otro, en fin, a pesar de la claridad de la luna, jamás pude ver nada. Todo esto hacía dudar de que fuera mi ave y en caso de serlo, había que admitir que camina mucho de noche; eso de no poder apreciar la distancia, viene de su extraña voz, muy débil, pero que se oye de lejos.” (Bertoni, 1901)

“De aquí viene la leyenda de los guaraní; ellos habrán observado estas particularidades, que les parecerían misteriosas, y como querían una explicación, habrán inventado las numerosas fábulas que cuentan del Djasih-djateré. Los indios Ihvihinrokái (de orígen tupí) no creen en las fábulas del Djasih-djateré; dicen que el que canta de día es un Tshotshí (Diplopterus naevius) [el crespín, Tapera naevia], confundiéndolo con el mío, y el que canta de noche dicen que es el Tshiví guasü (Felis pardalis) [el ocelote Leopardus pardalis].” (Bertoni, 1901)

“Los indios guaraní, que no saben que el tal ser misterioso no es otra cosa que un ave, ó un mamífero que se presenta sin otra intención que la de robarles sus gallinas, lo temen mucho y no  se atreven ni a imitar su canto durante la noche, contando de él infinidad de fábulas, que casi siempre son funestas para las familias.” (Bertoni, 1901)

En Brasil se lo conoce como Peixe-frito («pescado frito«), nombre que también se aplica a la Peitica, Sací o Crespín (Tapera naevia), ya que las dos sílabas de su canto, según interpreta la gente, dirían esas palabras, como si fuera un vendedor de pescado, que incansablemente ofrece su mercadería.

“El «Peixe-frito» es, al igual que el «Sací», un malandrín, ya que no suele preocuparse por construir el nido, ni incubar los huevos; prefiere abusar de la paciencia y simpleza de los demás pájaros, que no entienden el engaño y cuidan con todo cariño a sus hijastros, mientras el señor «Peixe-frito» se cuida pensando, quizás, que no hizo poco.” (Von Ihering, 1940).

Adolfo Neunteufel comprobó que el Yasíyateré chico desova en los nidos de varios pájaros de pequeño tamaño como la mosqueta cabeza canela (Poecilotriccus plumbeiceps), la mosqueta de anteojos (Hemitriccus diops), la mosqueta enana (Myiornis auricularis) y la choca amarilla (Dysithamnus mentalis).  (Neunteufel, 1951). Es inconcebible pensar como una mosqueta de sólo 6 gramos de peso puede alimentar al pichón de un ave que cuando adulta pesa 48 gramos, es decir 8 veces más, y cömo la hembra del parásito puede poner su huevo en un nido que es una bolsa suspendida con una entrada lateral de dificil acceso. (Sick, 1962)

 


Pichón de Yasiyateré Chico siendo alimentado
por la pequeña Mosqueta Cabeza Canela

(Sick, 1962)





 

LA LEYENDA DEL YASY-YATERÉ

 

En distintas partes del mundo, curiosamente, las aves de la familia Cuculidae, empezando por el cuco europeo (Cuculus canorus) han impregnado las culturas con multitud de cuentos y leyendas. Quizás por su transitar furtivo entre las ramas, sus curiosos cantos y el comportamiento de muchas especies que son parásitos de cría dejando sus huevos para que aves de otras especies los incuben y críen los pichones.

Tal vez abonadas por el comportamiento sigiloso y el silbido ilocalizable se han desarrollado una cantidad de leyendas que se refieren a un ser fantástico e invisible o visible para muy pocos, donde se mezclan atributos de las dos especies de yasíyaterés y del Crespín, que en el ámbito criollo argentino tiene también un profuso folklore.  Pero hay otros candidatos que en Brasil llevan el nombre «sací» como el Tingazú (Piaya cayana), varios paseriformes y hasta una lechuza.

“Existe en Misiones la firme creencia de que existe un pequeño pajarillo que emite un agudísimo silbido imitando su propio nombre. Quienes lo han visto aseguran que tiene diversos colores, amarillo, rojo muy vivo. Una característica singular ha rodeado a este pájaro de supersticioso temor. Si alguien grita imitándolo, no termina de hacerlo cundo el mismo ya está silbando y revoloteando a su alrededor. Se dice que para liberarse del silbido, y de la persecución en las horas de la siesta, hay que rezar tres padrenuestros y tres avemarías.” (Zamboni & Biazzi, 1983)

Dice Ambrosetti (1917): “A pesar de todos mis esfuerzos y averiguaciones no he podido ni siquiera dar con su descripción; unos dicen que es del tamaño de una paloma y de plumaje parecido al de las gallinas guineas; otros, en cambio, me han asegurado que es pequeño y de color oscuro, etc., de modo que reina aún entre aquella gente una gran confusión respecto de él.”

El historiador brasileño Luís da Câmara Cascudo ha hecho un pormenorizado análisis de estas leyendas a las que atribuye un origen ciertamente ornitológico.

En principio nos aclara que ningún antiguo cronista del Brasil menciona al personaje llamado Sací o Sací Pereré (una inocultable onomayopeya del canto del ave), y cuyo mito se ha extendido por todo Brasil y los países vecinos. Alguna etimología deriva el nombre Sací de ang = alma, y cy = madre, porque el Tingazú era sagrado entre los goyatacas o tapuias (indígenas no tupíes, de lengua Gê), porque recibía las almas de los muertos.

En Paraguay es donde más se relaciona al personaje con el Yasiyateré Grande, mientras que en Argentina se lo asimila al Crespín.  Probablemente desde Paraguay la leyenda de este personaje se propagó hacia el norte transformándose de un enano rubio con sombrero, en un negrito cubierto con una capucha roja y finalmente, ya en el Amazonas, en una vieja o viejo hechiceros.

En el sur, en Paraguay y Argentina (Misiones, Corrientes) se muestra como un niño de unos dos a siete años, o bien un hombrecito o enano, muy bonito, de cabellos dorados y ondulados, ojos azules o amarillos, barba, sin orejas, que emite un feo olor. Anda desnudo o con una capa amarilla y un sombrero de paja.  Es una criatura de la selva que vive en lo más espeso de los tacuarales, dentro del hueco de un árbol y sale durante las siestas del verano o en las noches de luna llena. Al caminar sólo imprime la huella de su pie izquierdo. Posee una varita o bastón de oro que tiene el poder de hacerlo invisible y dejar inertes a sus enemigos. Es, como el ave Yasiyateré, “el que se oye pero no se ve". La empuñadura de su bastón tiene un silbato con el  que imita el canto de dicha ave, en la cual también puede transformarse. Otros creen escucharle un grito o un silbido ensordecedor. Se alimenta de fruta, huevos y miel que extrae con una pequeña hacha.



¿Por aquí pasó el duende?
Huella de un pequeño pie izquierdo
en el Sendero Macuco (Parque Nacional Iguazú) 
Foto: Alex Mouchard



Roba niños (no niñas), juega con ellos y les ofrece miel y frutas. Finalmente los deja enredados en los isipós o lianas, incapaces de recordar su experiencia. Pero si les da un beso en la boca o les lame la frente, quedan locos, idiotas o sordomudos, aunque por fortuna son síntomas transitorios, especialmente si se  vuelve a bautizar a los niños. También se acerca a los campamentos para robar fuego, ya que no sabe cómo encenderlo, y se esconde en los hornos de barro.

El personaje en cuestión no causa ningún daño importante, es más bien travieso y algo malicioso, pero parece mayormente inofensivo, aunque algunos afirman que puede ahogar a los niños en el río.  Y otros afirman que con su silbido confunde a los viajeros y los extravía para llevárselos a su hermano Aó-Aó que es caníbal.

En Misiones, “según cuentan, no es un pájaro el que silba de ese modo, sino un enano rubio, bonito, que anda por el mundo cubierto con un sombrero de paja, y llevando un bastón de oro en la mano. Su oficio es el de robar los niños de pecho que lleva al monte, los lame, juega con ellos, y luego los abandona allí, envueltos en isipós (enredaderas). Las madres, desesperadas al notar su falta, salen a buscarlos, y, guiadas por sus gritos, generalmente los encuentran en el suelo; pero desde ese día, todos los años, en el  aniversario del rapto del Yasy-Yateré, las criaturas sufren de ataques epilépticos.” (Ambrosetti, 1917)

Este enano raptor, explica Ambrosetti, tenía la costumbre, como algunos indios, de raptar niños y mujeres, produciendo un gran desasiego entre éstas. “Hallándome en un galpón de yerbateros, situado cerca del arroyo Itaquirí, en el interior de la jurisdicción de los yerbales de Tacurú-Pucú, de mañana, al levantarme, supe que las mujeres de aquel lugar no habían podido dormir la noche anterior, pues habían oído silbar al Yasy-Yateré.”

Pero “no sólo roba a las criaturas sino también a las muchachas bonitas, las que son a su vez abandonadas, y el hijo que nace de esta unión, con el tiempo será Yasy-Yateré … Si algún mortal puede arrancar al Yasy-Yateré su bastón de oro, adquiere por este solo hecho sus cualidades de Tenorio afortunado.” (Ambrosetti, 1917)

“El hombre que consiga apoderarse del bastón del Djasih-djateré, será invencible siempre que lo lleve en la mano, al paso que el Djasih-djateré pierde todo su poder; pero es cosa difícil apoderarse del bastón, porque tocarlo sería como tocar una máquina eléctrica, es necesario que el dueño lo abandone, para poder cogerlo. Hay sin embargo un medio de quitarle el bastón, y esto es proporcionándole bebidas alcohólicas, en ademán de hacerse su amigo; de esta manera se consigue hacerle tomar hasta que quede ebrio y abandone el bastón pata dormir. Cuentan de un hombre, que consiguió apoderarse del maravilloso bastón, que, a pesar de su poder sin límites, en ninguna parte podía estar tranquilo, porque el Djasih-djateré le seguía por todas partes, llorando y pidiendo de rodillas que se lo devolviese, pero que el tal hombre no accedió por temor á la venganza ó por no perder su poder. Sin embargo el mejor partido es devolvérselo amistosamente y hacerle jurar fidelidad, porque, tarde ó temprano, siempre consigue recuperar su bastón y por consiguiente su poder, siendo terrible la venganza.” (Bertoni, 1901)

 “Otro modo de engañarlo es tirándole las cuarenta barajas. Como le gusta mucho jugar, levanta las cartas y se olvida del bastón. Al mazo de barajas hay que quitarle las sotas.” (Bossi, 1995)

Para evitar que haga daño se le puede dejar en las picadas por donde transita, choclo  o tabaco para mascar, y con esto se consigue su valiosa amistad.

“Pero si por desgracia su amigo se olvida una sola noche de proporcionarle el regalo habitual, se enfurece y se hace enemigo implacable, siendo temible e inevitable la  venganza.”  (Bertoni, 1901)


Una vivienda ideal para el duende. Ivirá Pitá (Peltophorum dubium

de gran tamaño con el tronco ahuecado. 

Foto: Alex Mouchard


Si rapta una niña, “luego la lleva al bosque y la introduce en el agujero que le sirve de habitación; allí la alimenta durante algunas semanas con miel de abeja y después de satisfechos sus deseos, la devuelve á su familia, pero completamente enloquecida, por efectos de ciertos polvos, que el Djasih-djateré introduce en la miel que le da para alimento durante el cautiverio.” (Bertoni, 1901)

 

 

LA PASIÓN DEL YASÍ-YATERÉ (fragmento)

 

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“En el momento de la siesta, le ofrecieron a Anahí una hamaca, pero ella prefirió recorrer el campo; le dijeron que era la peor hora, que lo de las víboras, que lo del Yasí-Yateré, que lo del calor; pero no hubo excusas que la atajaran...
Anahí tomó por el sendero que da a los cerros, prefería el fresco de los bosques o meterse en uno de los saltos de agua. En eso, escuchó el silbido de un pájaro que le atrajo, metiéndose aún más en la espesura hasta observar en un claro a un bello joven, rubio, y de cabellos ensortijados, que extraía la miel salvaje del tronco de un árbol; era extraña su habilidad, las abejas lo rodeaban, pero ninguna lo picaba. Se acerco muy sigilosamente para que el joven no la advirtiera, pero él giró para mirarla desde la profundidad de unos ojos celestes, aún más claros que el cielo. Anahí quedó clavada en esa mirada sin advertir que de pronto él estaba a su frente ofreciéndole con un dedo la miel a sus labios mientras le decía: «mde porä, mita-cuñaí».”


“Anahí jamás había probado una miel tan dulce y perfumada a flores como aquella. Tras la miel él comenzó a cantarle muy dulcemente al oído bellas melodías en guaraní. Luego, la indujo hasta el recodo de un arroyo, la recostó en la playa, y entre caricias y besos fue quitándole las ropas, la untó toda con miel mientras la tomaba con su lengua y la comisura de sus labios hasta quedar inmerso entre las piernas de ella, (que ansiosa aguardaba el celestial momento...). La poseyó incansablemente; a medida que transcurría el tiempo aumentaban en excitación y se deshacían en gemidos y mayores ganas que prolongaban una y otra vez el éxtasis del momento inicial.”

 

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                                                                                 Cuento de Norberto Eugenio Petryk

 

 

 

 


Vigencia de la leyenda en esta nota periodística 

del diario misionero “El Territorio” 

(https://cdn.elterritorio.com.ar/nota.aspx?c=5322044337104616)





 “El yasí yateré es el guardián de la selva, símbolo de lo útil y bello que debe ser preservado de toda destrucción insensata. Le temen por eso especialmente los hacheros, los cosechadores de yerba mate y quienes depredan el monte de cualquier otra forma.” (Colombres, 2001)

“Genio guardián de las florestas, dicen que en el incendio del verano nordestino atraviesa la selva acompañado por una nube dorada de abejas que forman su cortejo. Él simbolizaría la Belleza y su representación lo confirma, pues le atribuyen singular encanto («luz de luna en los ojos, largo cabello rubio ensortijado, extraña sugestión en la sonrisa, irresistibles propiedades para conquistar mozas a las que rapta y ama, dejándoles un hijo que heredera su condición de Yasí-Yateré»).” (Alba, 1965)

“La tradición agrega que el hechizo mediante el cual se transforma a voluntad en cigarra, en cigüeña, en pavita del monte o en apuesto galán si así conviene a sus maniobras para seducir cuantas doncellas quiere, es debido a los poderes mágicos de cierta hierba que se denomina «caaruvichá» y que él sólo consigue”.  (Alba, 1965)

 

En la mitología guaraní Yasí Yateré («fragmento de luna» o  «el que fue luna»), es el cuarto hijo de Taù (espíritu del mal) y de Keraná (diosa del sueño) y es promotor de la fecundidad. Este personaje podría originarse en el Jakarendy  de los aché-guayakíes (etnia guaranizada de Paraguay) que es también un enano blanco, que lleva arco y flechas hechas de tallos de helechos, y extravía a los viajantes (Cadogan, 1955; Colombres, 2001).

Los indígenas mbyá-guaraníes,  que llegaron a Misiones, a mediados del siglo XIX, sabían de los yakaundíes, pequeños y morenos, que vivían de la caza y de la miel, imitando el canto del yasiyateré y siendo capaces de ocultarse bajo tierra. Una más de muchas otras referencias similares sobre etnias de pigmeos en Sudamérica.

Sin embargo, la falta de referencias antiguas sobre este monstruito hacen suponer a algunos autores un mito europeo que llegó a estas tierras con los colonizadores. En Europa existe infinidad de estos seres en las leyendas: kodoldes, curilos, elfos, trolls,  lemures, lutinos. Plinio relató sobre el Ciopodo un ser muy veloz con un solo pie, aunque tan grande que le servía a modo de sombrilla para cubrirse del sol y dormir la siesta. Y esto es interesante porque en el norte de su distribución se atribuye al Sací el tener un solo pie, al igual que el Ketronamun de los mapuches.


Yasy Yateré.  Óleo sobre lienzo de Dario Ojeda. 

Museo Provincial de Bellas Artes "Dr. Juan R. Vidal". Corrientes (https://museovidal.wixsite.com/corrientes/mitologia-guarani)





En Brasil, especialmente en los estados de Rio Grande do Sul y Paraná,  la aparición de las leyendas del yasi yateré hacia el siglo XVIII, en coincidencia con las migraciones tupí-guaraníes desde el sur, concluye da Camara Cascudo, revelan que el mito es sureño y que fue agregando atributos de seres mitológicos nativos,  europeos y africanos, tales como la monopodia, la capucha roja, la mano perforada y pesada, el pedir fuego para fumar, la negritud, etc. Y en ese viaje mítico fue incorporando hazañas a su prontuario y se fue mezclando con otros seres fantásticos. Pues la mitología brasileña indica que  Jaci (la Luna), madre de la selva, tiene como divinidades subalternas al Saci-cererê, al Mboitatá, al Urutaú y al Curupira (Couto de Magalhães, 1876). El personaje adquiere una multitud de nombres además del citado: Matim-pererê, Matim-taperê, Matí-saperê, Matinta-pereira, etc.

“El Saci, según las creencias del salvaje, es un mestizo, que no evacúa ni orina y vive junto a una vieja horrible. Por los senderos del bosque, por las picadas, camina la vieja bruja, cantando una enigmática canción. Una  canción “que canta a ritmo  con el ave, ya conocida nuestra. Hay, pues, entre el ave y el diabólico mestizo,  íntimas y estrechas relaciones,  si es que el endemoniado no es más que una de sus muchas transformaciones.” (Santos, 1938)

El diablillo goza molestando a los viajeros, asustándolos o haciéndolos extraviar. Se les aparece como un ser de un solo pie, un muchacho con capucha roja, a veces cabalgando en un cerdo bravío, o como un viejo negro que pide fuego.

 

Como dicen los versos populares:

 

Es el alma de un mestizo

Haciendo bromas en el sertón

Montando el pecarí más salvaje

Cruzando valles y ríos

Con la  pipa en la mano.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Al pobre viajero

embruja y ataca a mitad de camino;

Y pide humo y fuego, y sin demora

le enséña, el Caipora*,

su pequeña pipa negra.

 

Servido en lo que pide,

al fin de cuentas justas,

se sale con la suya corriendo...

De lo contrario, si no está satisfecho,

hace cosquillas a la gente

y les hace reír hasta morir.

 

(*) Caipora: Otro nombre del pequeño ser mítico de la selva.

 

“. . . una especie de ser fantástico, representado por un hombre negro, que, con un gorro rojo en la cabeza, … frecuenta los pantanos de noche. Si pasa un caballero por la vecindad, Saci le hace toda clase de travesuras, con el fin, en realidad muy inocente, de divertirse a costa de los demás. Tira de la cola del caballo para que deje de caminar; se sube a la espalda del jinete, y practica otras travesuras, hasta que el jinete, al reconocerlo, lo espanta y en este caso Saci sale corriendo con una gran carcajada. Las hazañas que se cuentan de este ser imaginario son inimaginables; y sin embargo, hay que decirlo en homenaje a la verdad, hay mucha gente que les da crédito. También se le llama Saci-cereré y Saci-peré, y éste es unípedo.” (Beaurepaire-Rohan, 1889)

Finalmente  las relaciones del Sací con los cucúlidos se extenderían al Anó (Crotophaga ani) quien sería el “dueño” del Sací y podría también tomar su aspecto. Por eso quien mate al Anó pasaría a dominar los poderes del Sací (Santos, 1938; Contreras, 1998/99):

 

Matinta Pereira:

El Anó ya se murió,

¡Quien te gobierna soy yo!

 

 

 

 

EL YASY YATERE


Hoy que me encuentro distante
De tus yerbatales
Siento la brisa templada de tu Paraná
Oigo cantar al zorzal, desde acá
Que con su trino, me hace pensar
En tus floridos lapachos y el rojo ceibal
Quiero volver a mi tierra, teñida de sangre
Salpicada por la sangre del pobre mensú
Ver las pitanga y el araticú
Que madurando junto al guaviyú
Cuelgan sus ramas en salto como el Yguazú

El viento jugando va
En medio del guayabal
Cruje de pronto el yerbal
Saludando al parecer
Porque ha pasado silbando
El Yasy-Yateré

El sol curioso se asoma sobre el horizonte
Para mirar una yunta de bueyes, que van,
Con el hombre abriendo surcos están
En la esperanza de poder llevar
Ya cosechada la yerba, hasta el barbacuá
Entre la siesta en silencio a dormirse en la selva
Sobre el cardal perfumado por el yrupé

 

Un rubiecito pequeño se ve
De oro el bastón, que le llega a los pies.
Es el Yasy-Yateré.

 

Chamamé, letra y música de Alcibíades Alarcón

 

 

 

 

 

EL YASY-YATERÉ (YACIYATEÉ)

 

 

La gente del sur dice que el yaciyateré es un pajarraco desgarbado que canta de noche. Yo no lo he visto, pero lo he oído mil veces. El cantito es muy fino y melancólico. Repetido y obsediante, como el que más. Pero en el norte, el yaciyateré‚ es otra cosa.

Alguien ladró de pronto —o, mejor, aulló; porque los perros de monte sólo aúllan—, y tropezamos con un rancho. En el rancho habría, no muy visibles a la llama del fogón, un peón, su mujer y tres chiquilines. Además, una arpillera tendida como hamaca, dentro de la cual una criatura se moría con un ataque cerebral.

—¿Qué tiene? —preguntamos.

—Es un daño —respondieron los padres, después de volver un instante la cabeza a la arpillera.

Estaban sentados, indiferentes. Los chicos, en cambio, eran todo ojos hacia afuera. En ese momento, lejos, cantó el yaciyateré. Instantaneamente los muchachos se taparon cara y cabeza con los brazos.

—¡Ah! El yaciyateré —pensamos—. Viene a buscar al chiquilín. Por lo menos lo dejará loco.

Les hablamos de paños de agua fría en la cabeza. No nos entendían, ni valía la pena, por lo demás. ¿Qué iba a hacer eso contra el yaciyateré?

Creo que mi compañero había notado, como yo, la agitación del chico al acercarse el pájaro.

De pronto, a media cuadra escasa, el yaciyateré cantó. La criatura enferma respondió con una carcajada.

Bueno. El chico volaba de fiebre porque tenía una meningitis y respondía con una carcajada al llamado del yaciyateré.

… Alguien, que cantaba afuera, se iba acercando, y de esto no había duda. Un pájaro; muy bien y nosotros lo sabíamos. Y a ese pájaro que venía a robar o enloquecer a la criatura, la criatura misma respondía con una carcajada a cuarenta y dos grados.

 

Cuento de Horacio Quiroga (1921).

 

 

 

 

EL YASY-YATERÉ

 

 

De todas las fuerzas

ignotas y oscuras

que vagan inciertas

por las espesuras,

no hay otra más honda,

más dulce y temible,

que aquella que encarna

el ente invisible,

el ser proteiforme

de mágico encanto,

que llama y que atrae

soltando su canto.

 

Yasy-Yateré,

la del nombre suave,

que a veces adquiere

la forma de un ave,

es fuerza hechizante,

fatal cual ninguna,

que juntas generan

la selva y la luna.

La noche infinita

la fronda y Yasy,

dan vida a la hermosa

mujer Porá-sy.

 

Es ella quien llama

cantando su queja,

se muestra, se oculta,

se ofrece y se aleja.

De todas las fuerzas

ignotas y oscuras

que vagan inciertas

por las espesuras,

no hay otra más honda,

más dulce y temible,

que aquella que encarna

el ente invisible,

el ser proteiforme

de mágico encanto,

que llama y que atrae

soltando su canto.

 

Yasy-Yateré,

la del nombre suave,

que a veces adquiere

la forma de un ave,

es fuerza hechizante,

fatal cual ninguna,

que juntas generan

la selva y la luna.

La noche infinita

la fronda y Yasy,

dan vida a la hermosa

mujer Porá-sy.

Es ella quien llama

cantando su queja,

se muestra, se oculta,

se ofrece y se aleja.

 

 

                                                         Poema de Franklin Ruveda (1992)

 

 

 

Johann Natterer y su firma
(Goeldi, 1896)



JOHANN NATTERER, EL PRÍNCIPE DE LOS COLECTORES

 

Ver El HALCON APLOMADO (Falco femoralis) Y EL HIJO DEL HALCONERO: JOHN NATTERER

 

El naturalista Johann Baptist Von Natterer  (1787-1843) tenía un padre, Joseph,  zoólogo, halconero y preparador que conservaba una colección de historia natural  en Laxenburg, muy cerca de Viena. Obviamente con ese antecedente las habilidades de Johann se dearrollaron ampliamente en cuanto a la captura y taxidermización de especímenes. En 1806 en base a la colección de Natterer se creó el Gabinete Imperial de História Natural (Kaiserlich-Königliches Naturalien-Cabinet) dirigido por el médico Karl Franz Anton Ritter von Schreibers, quien designó a Joseph como supervisor, y a su hijo Johann, como adjunto. Esta cercanía al gobierno imperial permitió a Johann asistir a numerosas actividades científicas en la Universidad de Viena y en la Academia Imperial, lo que acrecentó sus conocimientos.

 

Con sólo quince años de edad participó  de varias expediciones naturalistas en Hungría, Áustria, Croacia, Turquia e Italia. En 1810, se encontraba en la tarea de trasladar piezas del museo para protegerlas de la voracidad de los ejércitos napoleónicos, cuando  conoció en Rumania a  Ferdinand Dominik Sochor, cazador y taxidermista muy capaz, quien sería su compañereo de viaje en américa, donde murió victima de enfermedades tropicales

 

En 1817, Don João,  príncipe regente de Portugal, radicado con su corte en Brasil, casó a su hijo Pedro de Alcántara con la archiduquesa Leopoldina, hija del emperador Franz II de Austria. Ëste aprovechó el viaje nupcial de su hija a Brasil para enviar la Expedición Austríaca, integrada por prestigiosos naturalistas como los mencionados Natterer, Sochor, los botánicos Johann Christian Mikan y  Giuseppe Raddi, los naturalistas bávaros Johann Baptist Ritter von Spix y Carl Friedrich Phillip von Martius, además de auxiliares y artistas de Ciencias naturales. Así con 30 años, llegó Johann al Brasil donde habría de obtener una de las más importantes colecciones zoólogicas de la época. Para evitar su deterioro enviaba periódicamente remesas de especímenes a Viena.

Johann realizó 10 viajes entre 1817 y 1835, que lo llevaron desde la selva atlántica de Rio de Janeiro hasta, atravesando el cerrado del planalto brasileño, Matto Grosso y el oriente boliviano,  para llegar finalmente a los ríos Amazonas y Negro. Tales itinerarios fueron diseñados por el ornitólogo August von Pelzeln, del Museo Imperial de Viena, principal receptor de sus envios. A partir de esos materiales colectados por Natterer, Pelzeln posteriormente describió 343 especies nuevas de aves en la obra Zur Ornithologie Brasiliens, publicada en 1835.

 

August von Pelzeln  

[Annalen des K.K. Naturhistorischen Hofmuseums. 1890. Volume 5.Wien: Alfred Hölder]




Las condiciones del viaje fueron realmente duras. Mayormente transitaban con Sochor por tierrra con una caravana de caballos y mulas cargadas de frascos de vidrio, reactivos, equipos para recolección, comida y ropa. Incluso Natterer destilaba él mismo los productos necesarios para conservar los ejemplares obtenidos. La  importancia de la colección en cantidad y calidad es enorme. Solamente de aves logró 12293 ejemplares, correspondientes a unas 1200 espécies, acompañados de precisas y detallados rótulos y notas, aunque pese a su habilidad como dibujante, no realizó ningún dibujo de las mismas.

Natterer regresó a Viena en 1836 con su esposa brasileña Maria do Rego y sus tres hijos. Sus especímenes formaban casi un museo aparte dedicado a Brasil, pero dado el poco interés del emperador Ferdinand (hermano de Leopoldina) en estos temas, Natterer fue encargado de desmantelar dicho museo e integrarlo al Gabinete Imperial de Historia Natural,  base del actual Museo de Historia Natural (Naturhistorisches Museum).

Natterer tenía intención de estudiar las aves colectadas y producir una monografia sobre ellas, para lo cual mantuvo contacto con los principales ornitólogos y museos de Europa.  Sin embargo no se consideraba a si mismo como buen escritor y no produjo más que dos artículos científicos y ningún relato sobre su interesante viaje. A los pocos años se vió afectado por alguna enfermedad tropical adquirida en Brasil y tras varias hemorragias bucales falleció en 1843, dejando inconcluso su trabajo.  Su esposa había fallecido en 1837 y sólo la hija mayor, Gertrude, lo sobrevivió.

Pero la mala suerte perseguía a Natterer y su obra. Cinco años después, en medio de las revoluciones liberales de 1848, un proyéctil provocó el incendio del Gabinete de Historia Natural donde se albergaban sus colecciones, las que quedaron parcialmemte destruídas junto con la mayor parte de sus manuscritos. No obstante la colección ornitológica se salvó y fue utilizada por numerosos ornitólogos europeos para describir unas 200 especies nuevas para la ciencia. La revisión más completa del material la llevó a cabo Pelzeln quien respetó la autoría de Natterer en las especies nuevas,  aunque por no haber llegado éste a publicar formalmente su trabajo, se perdió la prioridad y la validez de sus nombres.

 

Alex Mouchard

 

 

EL YASÍ YATERÉ

 

“Campeando” por los yerbales

tomando un buen tereré

me fui a cumplir una cita

con el Yasí Yateré.

 

Tibio duende montaraz

de una mística quimera,

dueño errante de los campos

y la selva misionera.

 

Tendido en un pajonal

y con el rostro marchito,

dele silbar y silbar,

me encontré con un viejito.

 

Yo soy aquel que buscas,

me dijo, entre dos silbidos,

soy pájaro y soy señor,

toda la selva es mi nido.

 

Soy el dueño de la siesta,

soy el duende misionero,

hago del canto una fiesta,

cuido el monte con esmero.

 

Quiero que duerman la siesta,

quiero que sean muy buenos,

los chicos de esta región,

amiguitos misioneros.

 

Quiero que sepan cuidar

la tierra de que son dueños,

mientras yo, dele silbar,

he de velar por sus sueños.

 

Cuando de hablar terminó

se fue parando el viejito

y poco a poco tomó

la forma de un pajarito.

 

Surcó volando los cielos

y la selva retumbaba,

su silbo se confundió

con torrentes y cascadas.

 

Todo niño misionero

que se aventura en el monte

siente de siesta un silbar

que a veces le causa miedo...

mas no se debe asustar,

debe seguir su sendero,

seguro lo ha de guiar

nuestro duende misionero.

 

 

                                                             Luis Ángel Larraburu

 

                                                                           (Escalada Salvo, & Zamboni, 2003)

 

 

 

 

 

EL DUENDE DE LA SIESTA

 

 

El duende de la siesta

viene descalzo,

cruzando los maizales,

silbando bajo.

Si no se duermen pronto

¡a que lo llamo!

Tiene sombrero grande

hecho de paja;

los ojos son muy verdes,

la cara blanca.

Dicen que roba niños

que no obedecen.

Que si llega a tocarlos

nunca más crecen.

Es petiso y rechoncho

Y muy travieso.

(No griten a la siesta,

quédense quietos...)

Un bastoncito de oro

lleva en la mano,

el duende sombrerudo,

pícaro enano.

No sé si será cierto

lo que se cuenta.

Por las dudas, niñitos,

duerman la siesta.

 

                                                                        Rosita Escalada Salvo (2011)

 

 

 


 

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