Casi todos asociamos a
los loros con paisajes tropicales y con selvas de abundante vegetación, pero la Patagonia,
fuente de sorpresas inagotables, donde al decir de Darwin “no hay ni un solo árbol,
y el paisaje es seco y muy estéril”, nos brinda dos excepciones: el loro
barranquero y la cotorra austral. Aquí vamos a ocuparnos de la primera especie.
Selby, Prideaux John, Natural history of parrots. Edinburgh,W. H. Lizars; 1836. Dibujo de Edward Lear |
El primer europeo en
mencionar a este papagayo fue quizás el jesuita polaco Florian Paucke, que actuó
en el litoral argentino a mediados del siglo XVIII, y refería que “se ven otros
[loros], especialmente cerca de Córdoba que tienen también plumas azuladas,
verdes y amarillas, pero los colores en éstos no son tan vivos como en los
anteriores. Su cuerpo es completamente delgado, tienen también colas largas,
anidan en la tierra arenosa elevada como suele haber en los carriles en los que
hacen agujeros redondos a mucha profundidad donde construyen sus nidos”.
Pero el abate Juan
Ignacio Molina en Chile, lo describe con más detallle y menciona su nombre
común, tehcau, bautizándolo con el
nombre científico de Psittacus
cyanoliseos. Este nombre específico
significa 'azul desleído' (del griego kyanos:
azul sombrío, piedra turquesa, y lysios:
que deslíe), ya que Molina supuso erróneamente la existencia de un collar azul-celeste o turquesa ("collari
caeruleo", "collare turchino"), quizás confundiéndose con el
color de las remeras. Posteriormente, Charles Bonaparte creó con ese término el
nombre génerico que lleva actualmente, Cyanoliseus.
Molina cuenta que la
especie era abundante “produciendo gran daño a la fruta, y especialmente al
grano. Vuelan en brigadas numerosas, y cuando descienden al suelo para comer,
uno de ellos va a posarse sobre un árbol vecino para hacer la guardia, y avisar
a los compañeros con gritos repetidos (…) se cambia de vez en cuando esta
guardia, para que todos puedan comer”. Esta precaución de los loros hacía muy
difícil cazarlos, aunque los cazadores se valían de una estratagema cual era
lanzar un sombrero al aire, detrás del cual se lanzaba la bandada con increíble
furia, y entonces con un escopetazo mataban una buena cantidad.
“Para poner a seguro
su progenie,” -continúa Molina- “anidan en las peñas más escarpadas, haciendo
agujeros profundos y tortuosos”. Sin
embargo dice que los aldeanos, colgándose con sogas lograban extraer los
pichones con unos ganchos. “Estos pequeños papagayos son preciosos para comer,
y hasta se venden en el mercado (…) Algunos también los domestican, y,
adiestrados, aprenden a hablar bien”.
También refiere algo
muy interesante respecto de la conservación de los loros porque aunque se
cazaban grandes cantidades de pichones para comer, los loros lograban hacer
hasta cuatro puestas anuales con lo cual su número se mantenía.
Lamentablemente, hoy en día la subespecie chilena (Cyanoliseus patagonus bloxami) se encuentra en peligro de
extinción, debido a su captura como mascotas y sobre todo por la fragmentación
de su hábitat original.
Felix de Azara lo
denominó “Maracaná Patagón”. Maracaná
(“este nombre dan aludiendo a su voz”) es el nombre de un subgrupo de
guacamayos al que Azara separó del resto por ser de menor tamaño, muy sociables
y abundantes, de alas más largas y vuelo veloz. El nombre de “Patagón” se lo da
porque “me aseguran que extiende su domicilio desde el paralelo de 32 grados
hasta la costa patagónica.” Por eso, más
tarde, Vieillot latinizó el nombre específico como patagonus, que es el que hoy lleva. En Buenos Aires, Azara tuvo
cuatro ejemplares y cuenta que “come la semilla del cardo, maíz, etc.; vive en familias, y suele criar y dormir en
agujeros que fabrica en la parte interior de los hornos de ladrillo
abandonados.”
El 11 de agosto de
1822 partió de Toulon, Francia, la nave La Coquille
cuya misión era hacer un viaje de exploración en el Pacífico para obtener
nuevos territorios de ultramar para Francia.
A bordo viajaba como médico naval y naturalista, René-Primevère Lesson, quien llevó a Francia
una importante colección de animales y plantas de las islas Malvinas, las
costas de Chile (especialmente en la zona de Concepción ) y Perú (El Callao), y
de diversos sitios del Pacífico.
Lesson encontró al loro barranquero en Chile
y le dió el nombre de “Arara des Patagons”. “Este loro vive allí en tropas
considerables, cuyos enjambres chillones atraviesan sin cesar la gran bahía de
la Concepción; los habitantes la denominan Cateita [catita?] y también
Talcahuano, del nombre del lugar donde se encuentran en abundancia. Su grito
áspero y discordante resuena desde lejos en los bosques de esa parte de
América; pero sus costumbres salvajes y desafiantes lo ponen a salvo de las
emboscadas de los araucanos, que estiman su carne.”
Hacia 1826 el
naturalista alemán Eduard Friedrich Pöppig, se encontraba también en Chile
realizando un viaje de investigación.
Observó las colonias de cría del loro barranquero en Antuco, donde, sin
embargo, no era tan común como en las provincias de más all norte. “Cuando el
viajero se acerca solo al mediodía, en penosa caminata, a una pared vertical de
roca, el más profundo silencio reina por todas partes, como ocurre en la mitad
del día en todas las partes más cálidas de América, pero sobre todo en los
países tropicales, cuando la mayoría de los animales se hunden en un sueño
profundo. Se oye por todas partes una
especie de gruñido, pero en vano se busca al animal que podría producirlo. De repente, los gritos de advertencia de un
loro son respondidos por muchos otros y, antes de que uno se dé cuenta, está
rodeado de cantidades de aves pendencieras que,
con manifiesta ira, vuelan en círculos alrededor del caminante, amenazando con atacarlo. El acantilado de
arcilla desmenuzable muestra cientos de agujeros de los que, cómicamente,
asoman la cabeza los loros que no se sumaron a las bandadas que giran volando
alrededor. Cada abertura conduce a un nido excavado por sus propietarios en las
capas de arcilla que forman la pared de roca, y no pocas veces uno puede contar
varios cientos de ellos. Pero estas
colonias están siempre tan inteligentemente ubicadas, que ni desde abajo ni
desde arriba pueden ser atacadas. En algunos casos, cuando la ubicación lo
permite, los chilenos gustan de hacer una muy peligrosa visita a los pichones.
Descienden sujetos por lazos desde el borde superior de la pared, y saquean los
nidos a pesar del clamor de los adultos, y se procuran los pichones para un
guiso nada desagradable.”
Hacia la misma época
otro naturalista germano, Friedrich Heinrich von Kittlitz, igualmente en Chile,
se detuvo en analizar la poca capacidad del ave para trepar: “debo mencionar
una especie de loro, aunque no se ve
comúnmente, aunque tal vez debería haber vivido aquí con frecuencia en otros
años (…) a menudo vemos estos loros aquí domesticados en las
casas donde corren igual que las aves de corral (…) nunca lo hemos visto en las
ramas de un árbol, incluso los dedos de los pies parecen funcionar
adecuadamente en el suelo (…) bastante tiempo después tuvimos dos aves de esta
especie, compradas aquí, las que vivían
a bordo, donde fueron alimentadas con trozos de galleta y demás desperdicios de
la mesa. Una vez más, los loros nunca ejecutaron la actividad de trepar, sino
que siempre con mucha habilidad se desplazaban por el suelo en el entrepuente.”
Vemos que ya en esa época se lo consideraba más escaso que en años anteriores.
Lear, Edward, -1832- Illustrations of the family of Psittacidœ, or
parrots. London.
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Charles Darwin, en su famoso viaje del
Beagle, observó a este loro en Bahía Blanca (Argentina) y en Concepción (Chile)
pero no agrega mucho a lo señalado por Poeppig: “Usualmente varios se lanzan
desde sus agujeros al mismo tiempo, y profieren un ruidoso grito”.
En 1857 Hermann Burmeister viajaba desde
Rosario a Rio Cuarto (Argentina). Cerca de la primera localidad, en Correa,
observó que “numerosas bandadas de una especie de gran tamaño de estas aves (Conurus cyanolyseus) se reúnen todas las
tardes en los altos y umbrosos arboles de las estancias y poblaciones aisladas
para pasar la noche, al regresar de sus lejanos vuelos por las pampas, en
pequeños grupos unos después de otros. Se los oye de lejos, se los reconoce por
sus gritos extrañamente estridentes con que se anuncia. Cada bandada recibe así
a la que le sigue, la cual le disputa los ya ocupados puestos de reposo. Hasta
bastante entrada la noche dura esta querella, y por fin, cuando ya se ha hecho
completamente oscuro, callan y se duermen. Con luna clara solamente se los oye
gritar a veces de noche.”
En 1880 Ernest W.
White, un joven naturalista inglés, estuvo en Guazan (Catamarca, Argentina)
donde “este loro se encuentra en grandes bandadas, y se posa usualmente en árboles
secos. Es llamado "Loro Barranquero" por los nativos, debido a que
hace su nido en agujeros de las barrancas. Cuando se le dispara a uno de una
bandada en vuelo, el resto de la misma
continúa en vuelo alrededor del lugar durante mucho tiempo dando tiempo al que
cazador los mate a todos y, a cada disparo, mientras caen las víctimas, el
resto redobla sus gritos, de modo que el ruido, siempre intenso, se hace
finalmente ensordecedor.” En Cosquín,
Córdoba, observó que era extremadamente abundante y muy destructivo para los
cultivos. “En cada lote sembrado con
trigo o maíz un chico se para como un espantapájaros y los gritos de estos, a
lo largo de todo el valle, por alguna leguas, casi rivaliza en intensidad con
el coro de los loros. La guerra entre las aves y sus atormentadores, sin
embargo, termina invariablemente en favor de los primeros, pues tienen la
costumbre de deslizarse sin ser vistos a la base de los tallos, que picotean de
modo que éstos caen y así consumen los granos a placer. En invierno, los carozos de fruta caídos en
los bosques, les proporcionan mantenimiento. (…) Los pichones son un plato
sabroso.”
Lámina de Pablo
Matzel en el Museo Arg de C Nat. - El Hornero 6 (2) - Julio 1936 –
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William Hudson alertaba
ya en 1887 que el loro barranquero o cavador “puede ser considerado como una de
esas especies que están desapareciendo posiblemente debido a las condiciones
modificadas como resultado del establecimiento de los europeos en el país.” Así
describe sus costumbres: “Cuando hay árboles o arbustos en sus territorios de
alimentación perchan en ellos; también recogen las bayas de Empetrum rubrum [murtilla, brecillo o
uvilla] y otros frutos de los arbustos; pero principalmente se alimentan en el
suelo (…) Son aficionados a las semillas del cardo asnal (Carduus mariana [= Silybum
marianum]), y el zapallo silvestre, y
para alcanzar éstas pican la dura cáscara seca con sus poderosos picos. Cuando
un jinete aparece a la distancia se
levanta la bandada compacta, a pocos metros de su cabeza, produciendo en
conjunto con sus voces disonantes, un rugido sólo igualado en ese pandemónium
de ruidos, por la Casa de los Loros en el Jardín Zoológico de Londres. Son
extremadamente sociales, tanto que sus bandadas no se separan en la época de
cría; y sus huecos, que excavan en un arrecife o barranca alta vertical, se
ubican tan juntos; que cuando los gauchos sacan los pichones, considerados un
gran manjar, la persona que se aventura bajando con una soga atada en la
cintura es capaz de esquilmar toda una colonia. (…) Sólo he probado las aves
adultas, y encontré su carne muy amarga, apenas comestible. Los nativos dicen
que a esta especie no se le puede enseñar a hablar; y es cierto que los pocos
individuos que vi domesticados eran incapaces de articular palabra.”
Ernest Gibson, otro
naturalista de las pampas bonaerenses, relata una anécdota que en 1902 le
contara el mayordomo de su estancia Ynglesitos, en la sierra de Balcarce
(provincia de Buenos Aires): “Una pareja de Barranqueros excavó un agujero y
anidó en un pozo de agua que alimentaba un bañadero de ovejas cerca del casco –
sin molestarse por las actividades y el ruido en el corral de ovejas.” Y parafraseando
a Demócrito concluye: “Aparentemente al Barranquero –como a la Verdad- debe
buscárselo en el fondo de un pozo”.
Loro barranquero a orillas del Aº Claromecó (Provincia de Buenos Aires) - Foto de Alex Mouchard |
Finalmente el ornitólogo estadounidense
Alexander Wetmore señalaba: “En esta
árida región los loros frecuentaban principalmente el valle de inundación del
Rio Negro, aunque ocasionalmente una pequeña bandada se dirigía tierra adentro,
entre las colinas de grava que bordeaban el valle. A la mañana temprano los
loros barranqueros se ponían en movimiento una o dos horas después del alba,
cuando el aire había sido entibiado por el sol, y permanecían lejos hasta el
crepúsculo. A la mañana temprano las bandadas se encontraban cerca del río,
donde iban por agua, y luego se dirigían tierra adentro donde quiera que las
bayas y semillas le ofrecían comida. En
esas ocasiones volaban bastante bajo, a unos 2 a 10 metros de altura. Como es
común en los demás loros, tienen un vuelo potente, en línea recta, con el usual
acompañamiento de chillones gritos. Su alimento consistía de bayas que maduraban
en esa estación, entre las que se destacaban las de Lycium salsum [= Lycium chilense] y Discaria [chacay].”
En el valle de Los
Reartes (Córdoba), el botánico Alberto Castellanos, lo observó en bandadas muy
numerosas en los maizales y contaban los paisanos viejos que los pichones eran
“apetecidos como un manjar delicado por
los estancieros y los curas párrocos, en compensación de su prolongados ayunos”
de modo que había algunos que se dedicaban al oficio de sacarlos con ganchos de
los nidos para venderlos como golosinas. Contaban los viejos del pueblo que, hacia
1880, un jorobado había amaestrado un
burro para que, a un silbido de aquél, que estaba atado mediante una cuerda a
la montura del burro, éste lo subiera o bajara, acercándose o alejándose del
borde. De esta forma podía llegar a los nidos para sacar los pichones. Pero cierta
vez “los loros lo atacaron de tal forma que se vio obligado a esgrimir su
cuchillo (…) pero con tal malhadada suerte que uno de los tajos al aire fue a
dar en el lazo cortando algunos tientos (…) rápidamente hizo al jumento la
señal de salir y lo sacó sano y salvo.”
Ese oficio de
“lorero” se ejercía también usando palos con vellón de lana en la punta donde
se enredaban las patas de los pichones y así eran extraídos.
Artesanía con diseño de loro (San Luis, Argentina) - Foto de Alex Mouchard |
EL
LORO BARRANQUERO EN LA CULTURA POPULAR
Con ser un ave tan
conspicua por sus numerosas y bulliciosas bandadas, no nos parece que el loro
barranquero haya generado demasiados mitos en el folklore de esta parte de
América. Tampoco ha producido mucha variedad de nombres comunes a diferencia de
otras aves populares. Quizás ello se deba a ser un animal arisco que vive a menudo
en sitios inaccesibles.
Algunas
características del loro fueron registradas en dichos populares. En la zona rioplatense se usa el término “loro
barranquero” para referirse a una mujer fea, quizás por el apagado colorido del
ave y por su pico que recuerda a una nariz grande, así lo recuerda Nyda
Cuniberti en su poema lunfardo “Friné”:
“Los pobres viejos
verdes al junar tu belleza
recordaron de golpe
con dolor de cabeza
los loros
barranqueros que tenían en casa.”
Como se ve en la siguiente
copla popular catamarqueña, se usa la expresión
“saliva del loro” para expresar algo imposible, ya que como es sabido la
boca del loro siempre se muestra seca:
“Albricias pido a las
viejas
Porque van a remozar,
Con la saliva del
loro
Y el zumo del
pedernal.”
Y por sus gritos y
movimientos frenéticos de las bandadas,
su comportamiento se asocia con la locura:
Desde que te vi venir
Te conoci con certeza
Que eras animal loco
Con loros en la
cabeza
(Copla popular
cordobesa)
Un dicho bonaerense refleja también el bochinche
de sus voces:
“Tiene más charla (o más pico) que loro
barranquero”.
Afortunadamente
algunos poetas contemporáneos siguen tomándolo como fuente de inspiración, como en estos versos que pueden encontrarse en
la web:
Al loro Tricahue de
Río Hurtado
Te oyó cantar la roca
y el ombligo,
de aquel espacio de
tierra bien urdida,
la que escondió los
árboles en piedras y hendiduras,
para que
tu redonda lengua no alcanzase.
¡Hoy te he visto!,
escuché tu palabra y colorido,
aplasté mi mirada en
tu follaje,
para encontrar tu
figura envejecida,
y asi emplumar de
belleza estos ojos campesinos.
Qué reclamas, qué
insinúas con tu canto,
Tricahue de sol, de
greda y de naranjos,
Deja que los niños
velen tu espacio
y el anciano duerma
esperando
el llanto
inconfundible de los troncos,
de la tola y el
sarmiento blando.
Ave de hojas, ave de
otoños y amarillos
baja gritando del
cielo río-hurtadino,
a tornear carozos, a
dudar destinos,
a peinar nogales, a
cosechar espinos.
“Bugues”
(http://www.poemas-del-alma.com/blog/mostrar-poema-143935#ixzz3iqGJ5fnw)
Lamentablemente en zonas donde es relativamente común, el loro sigue siendo capturado como mascota, como este ejemplar de La Carolina (San Luis, Argentina). Foto Alex Mouchard |
Al loro barranquero
Lorito barranquero de
nuestra Patagonia
que cruzaste los
Andes, buscando otro lugar
aquí en nuestras
barrancas aseguras tu especie
Tricahue trasandino,
hoy te quiero cantar.
Tenés el pico corvo y
cuatro son tus garras
el verde en la
pradera te quiere camuflar,
llegás con tu alaraca
tus gritos nos alertan
ya sea lluvia,
viento, tormentas anuncias.
Andas siempre en
bandadas buscando tu comida
en copa de algún
árbol semillas encontrás,
a veces en maizales
cuando el fruto madura
hasta causas
destrozos al dueño del lugar.
………………………………………………….
Lorito barranquero se
nota tu presencia
siempre con tu
bochinche cuando volando vas,
tus colores tan vivos
adornan tu vestido
si alguno te cautiva,
algo aprendes a hablar.
Andrés Gómez
(http://www.cronicaliteraria.com.ar/?p=4823)
Bien menciona este
poeta un hecho estudiado por la ciencia: los loros barranqueros se habrían originado en Chile desde donde hace varias decenas de miles de años lograron atravesar la Cordillera de los
Andes y expandirse por territorio argentino.
Loros barranqueros pernoctando en El Trapiche (San Luis, Argentina) |
Además de ser
considerado como alimento, en la medicina popular se dice que el corazón de
loro reducido a polvo y tomado en tisana sirve para tratar los efectos del
“daño”.
Finalmente señalemos
que el nombre mapundungun del loro, thucau
, aparece en varios topónimos como p. ej.: Thecau-Lauquen (= laguna de los
loros), próxima al río Chadileuvú (La Pampa); Thecau-niyó (= paradero de los
loros) en Neuquén; Tricao Malal (=cerco o corral de loros), en el
departamento Chos Malal (Neuquén), Trica-co (=aguada del loro), localidad de la
provincia de Río Negro.
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REFERENCIAS
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-(1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y
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- Furt, J. M.
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