Alex Mouchard
“… allí la blanca cigüeña,
el pescuezo corvo alzando,
en su largo pico enseña
el tronco de algún reptil …”
Esteban Echeverria – La cautiva, 1837.
Ernest Gibson fue un preciso observador de aves que desarrolló su
actividad en el Cabo San Antonio, la punta de ese gran mordisco que tiene en su
“panza” la provincia de Buenos Aires. Es el extremo sur del enorme estuario del
río de la Plata, punto de aguas y vientos encontrados, y por lo mismo dotado de
una gran biodiversidad. Allí la familia Gibson poseía la estancia “Los
Yngleses” donde vivió Ernest desde niño. En ese lugar observó unas 174 especies
de aves, pero sus detallados reportes muchas veces comienzan reconociendo que
no tiene demasiado que aportar a lo informado por su admirado William Henry
Hudson, el pionero de la observación de aves en Argentina. Hudson había enviado
muchos de sus informes al ornitólogo Phillip Lutley Sclater del Museo
Británico, quien los fue publicando en los Proceedings
of the Zoological Society y en The
Ibis. La cigüeña tuyango (Ciconia
maguari), es una de las pocas especies en que, contra lo habitual, Hudson cita a Gibson, quien aporta originales
detalles.
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Ciconia jaburu
Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825)
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LA
HISTORIA DE LA CIGÜEÑA AMERICANA
Las primeras noticias sobre esta ave provinieron de Brasil, de
parte de Georg Marcgrave (1648), quien exploró el nordeste de ese país en las
proximidades de la actual Recife. Y así decía al describir el ave que los
habitantes llamaban maguari : “Ave de
forma y tamaño como la cigüeña, y además también en cuanto al color (…) Tiene
los ojos pequeños, blanco plateados, la pupila negra y la piel alrededor de
ellos rojo cinabrio, así como también la parte de abajo junto al afilado pico,
es decir, entre el pico y la garganta: y como acostumbran las iguanas,
dependiendo del enojo, alcanza hasta debajo de la garganta (…) Castañetea el
pico, como nuestra cigüeña. Su carne es comestible”. Ese sonido producido con
el pico, según Isidoro de Sevilla (Etymologyarum,
12,7:16–17), dio origen a su nombre, ciconia, en la Antigua Roma, porque “la cigüeña
recibe ese nombre debido al graznido que emite, que no proviene de su voz, sino
del choque de su pico.”
Los zoólogos del siglo XVIII se valieron de esta descripción de
Marcgrave para otorgarle un nombre científico: Ciconia maguari, que aún lleva hoy en día, y, para diferenciarla de
la del Viejo Mundo, le dieron el nombre común de cigüeña americana. Ignorantes
de otros datos, siguieron copiando a Marcgraf, ignorancia que Buffon reconocía
y criticó con su inimitable pluma: “No sabemos si esta ave viaja como la
cigüeña, de la cual parece ser el representante en el Nuevo Mundo; la ley del
clima parece ignorarla, e incluso a todas las demás aves de esos países, donde
las estaciones siempre iguales, y la tierra siempre fértil, las retienen sin
necesidad ni ningún deseo de cambiar de clima. Ignoramos los otros hábitos
naturales de esta ave, y casi todos los hechos relacionados con la historia
natural de las vastas regiones del Nuevo Mundo; pero no deberíamos quejarnos o
incluso sorprendernos cuando sabemos que Europa no envió durante mucho tiempo a
estos nuevos climas, nada más que ojos cerrados a las bellezas de la
Naturaleza, y corazones aún menos abiertos a los sentimientos que ella
inspira”.
Quizás por eso, otros, como Martín Dobrizhoffer (1784), hasta
olvidaron su nombre: “A menudo me ví movido a risa por otra ave acuática, la
cual, cuando estira su cuello, excede en altura a un hombre alto, y a un
cordero en el tamaño de su cuerpo. Esta ave es enteramente blanca, y tiene
patas muy largas. Permanece muchas horas inmóvil, como si meditara, en el agua;
pero confieso que he olvidado su nombre”.
Hubo que esperar a nuevas oleadas de naturalistas viajeros para
recibir más novedades de tan singular ave. Johann Baptist von Spix (1824), que
recorrió la región del Amazonas, decía: “Habita en los prados o lugares
palustres de la isla San Juan, Río de Janeiro y de todo Brasil, llamada por los
habitantes jaburú; macho no diferente a la hembra.” Como vemos aquí comienza
una confusión nomenclatural con el jabirú (Jabiru
mycteria), al que Marcgraf había llamado Jabiru guasu, por su notable tamaño, la mayor de las cigüeñas
americanas (ver en este blog la nota EL
JABIRU (Jabiru mycteria): UN GALÁN
SIN SUERTE).
Félix de Azara (1802) la encontró desde el Paraguay hasta el río
de la Plata y observó que los españoles le llamaban cigüeña creyendo que era la
misma de Europa. Por su parte, él registró el nombre guaraní de baguarí o
mbagüarí, y también tuyuyú-guazú, para distinguirla del tuyuyú a secas (Mycteria americana). Azara anotó algunos
comportamientos: “Aunque busca la vida en lugares húmedos, ríos y lagos,
interna poco en las aguas, y también frequenta los campos secos (…) No es
desconfiada ni arisca; va comúnmente sola, o con otra, aunque por enero vi
cincuenta y quatro juntos en una laguna (…) A veces se eleva mucho volando a
rededor, como si quisiera descubrir largas distancias. Me aseguran que se posa
en árboles, aunque siempre la he visto en el suelo. Hacia fin del año cría dos
pollos (…) Alguna vez los han criado en las casas, donde se han hecho
familiares; y aunque ya voladores iban al campo y a las lagunas, no dexaban de
volver a la hora señalada por la ración de carne. Dice que hace el nido en
árbol con muchos palos”.
Maximilian Alexander Philip, príncipe de Wied-Neuwied (1832),
halló las tres especies: maguari, jabirú y tuyuyú en los pastizales de Minas
Geraes. “Todas estas aves son grandes y tienen plumas blancas por lo que los
brasileños las confunden unas con otras, y como generalmente no se las mata, ni
siquiera los cazadores experimentados saben cómo distinguirlas con precisión”.
“La cigüeña brasileña no es infrecuente en la mayoría de las
áreas que visité, donde se encuentran lagos, pantanos húmedos y prados
inundados (…) Suele asociarse con las aves relacionadas, el [Jabiru]
Mycteria y confundido con la especie
que se describirá a continuación [Mycteria
americana]; porque a los tres a menudo se les llaman Jabiru. En Belmonte,
por ejemplo, nuestro pájaro lleva el último nombre, pero la gran garza gris [Ardea cocoi] se llama allí, Mauari, y Azara describe nuestra cigüeña bajo el
nombre de Baguari”.
“Por lo general, la cigüeña brasileña es un ave tímida y difícil
de acercar que semeja nuestra cigüeña negra europea en su forma de vida, ya que
anida en los árboles, no en los edificios. Uno ve a estas aves caminando en
parejas en los pantanos, donde buscan ranas, lagartijas, serpientes y pequeños
animales similares, cuyos restos encontré en sus estómagos. Nunca he escuchado
una voz de estos pájaros. Tiene el vuelo de nuestra cigüeña europea, con cuello
largo y extendido.”
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Euxenura maguari
(Goeldi, 1900-1906)
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Según lo informado por Wied, el nombre maguari inmortalizado
por Johann Gmelin en el nombre científico, quedó impropio para esta ave ya que
fue tomado por error por Marcgrave del que los nativos daban a la garza mora (Ardea cocoi). Por eso Emilio Goeldi
(1894) decía: “Lamento profundamente la confusión que parece resultar de la
identidad del nombre específico maguari, actualmente aceptado en la ciencia
como un nombre común en boga en todo el norte de Brasil para Ardea cocoi, ya que Maguary es la
designación utilizada por la gente para esta gran garza y no para la cigüeña
con la que tratamos. ¿Podría haber mayor descalabro que una discordancia tan
fundamental entre la nomenclatura científica y popular?”. Y, en desacuerdo con
las reglas de nomenclatura científica donde reina la parsimonia y los nombres
son sólo una convención, propuso un nuevo nombre científico para la cigüeña: Ciconia brasiliense, el cual por
supuesto no fue aceptado.
Con respecto a la dieta de nuestra zancuda, el naturalista
Johann Natterer le encontró “en el buche 21 ranas, una araña y varios
escarabajos de agua, el estómago lleno de restos de insectos acuáticos”
(Pelzeln & Natterer, 1871). Al respecto Thomas Bridges (1843) hizo esta
observación en Chile: “Esta noble ave se ve a menudo en las marismas de la
provincia de Colchagua, y se alimenta de una especie de langosta, llamada por
los nativos Cangrejo, que abunda en las marismas y los prados húmedos. La vivienda
del Cangrejo puede reconocerse por los extraordinarios cilindros que crea con
el lodo sacado de sus cuevas; a veces se elevan un pie por encima de la
superficie del suelo, pareciendo otras tantas columnas pequeñas. El Pillu
mientras acecha entre ellos atrapa al Cangrejo cuando en la parte superior
deposita su carga traída desde el fondo de la cueva. Una vez tomé del buche de
una de esas aves tres ratones enteros, sin duda atrapados por ella entre la
hierba en los pantanos”.
Por su parte, Hudson (Sclater & Hudson, 1888) refería lo
siguiente: “La cigüeña Maguari es un ave muy conocida en las pampas, se
reproduce en las marismas y también vadea por su comida en las aguas poco
profundas; pero no es tan acuática en sus hábitos como el Jabirú, y después que
termina la temporada de reproducción, se la ve en todas partes en las llanuras
secas. Aquí estas aves se aprovechan de ratones, serpientes y sapos, pero
también visitan con frecuencia los campos cultivados en busca de alimento.
Cuando los ratones o las ranas son excepcionalmente abundantes en las pampas,
las cigüeñas a menudo aparecen en grandes cantidades, y en esos momentos los he
visto congregarse por cientos junto al agua por la noche; pero durante el día
se dispersan por el área de alimentación, donde se las ve acechando,
concentradas en su presa, con majestuosos pasos como una grulla. Para
levantarse dan tres saltos largos antes de lanzarse al aire, y como todos los
voladores pesados hacen un ruido fuerte con sus alas. Nunca se ve que se posen
en los árboles, como el Jabirú, y son absolutamente mudas, a menos que el ruido
que hacen con el pico cuando están enojadas
pueda llamarse idioma”.
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Ernest Gibson
La vida social. Los Yngleses. Silvia Beatriz del Palacio |
http://lahistoriatienesentido.blogspot.com/.
Finalmente le damos la palabra a Gibson (1880):
“Muy común, y no limitada exclusivamente a los bañados. Se la
encuentra en las llanuras, en las achuras [en el matadero], o al acecho en
busca de serpientes, ranas, lagartijas, ratas y ratones, langostas y pájaros,
huevos, cualquier cosa y todo, en resumen. Excepto en la temporada de
apareamiento, es solitaria en sus hábitos. Sobre la forma en que planea,
particularmente en verano, ya he escrito que probablemente he visto un ejemplar
cada vez, elevándose en círculos en espiral”.
“El joven grazna y castañetea las dos mandíbulas, pero el adulto
es bastante mudo. Ellos (los jóvenes) son bastante negros al nacer y solo
adquieren el plumaje adulto después de un lapso de seis u ocho meses. Uno, que
tomé el 5 de octubre, era del tamaño de una gallina doméstica, con plumón y,
con la excepción de la cola blanca, completamente negra. Pronto se volvió muy
manso, y solía deambular por las instalaciones, en busca de comida, u
observando cualquier actividad que estuviera sucediendo. La comida era tragada
entera; y la forma en que tragaba una o dos libras de carne cruda habría
horrorizado a un ama de llaves inglesa”.
“Las serpientes eran agarradas por la nuca y pasadas
transversalmente por el pico mediante una sucesión de pellizcos rápidos y
poderosos, repitiendo la operación dos o tres veces antes de estar convencido
de que la vida se les había extinguido totalmente. Solía hacer lo mismo con
palos secos (para no olvidar la técnica, supongo), mientras que en una ocasión
se tragó un pedazo de cuero de vaca duro, de un pie de largo, y en consecuencia
no pudo doblar el cuello durante veinticuatro horas, hasta que el cuero
efectivamente se ablandó”.
“La historia también cuenta que «Byles, el abogado» (como
lo llamaban), confundió la cola de uno de los corderos con una serpiente, y en
verdad se lo metió en la garganta, ¡pero fue «sorprendido» por el cuerpo
del cordero al que venía unida! Byles inspiraba un total respeto a todos los
perros y gatos, pero por lo general era muy tranquilo. Sin embargo, uno de
nuestros hombres le había jugado una mala pasada; y el resultado fue que Byles «iba por él» sin piedad en todas las ocasiones posibles, sus largas
patas recorriendo el suelo como las de un avestruz, mientras producía un ruido
demoníaco con su pico. Era divertido ver a su víctima esquivarlo en todas
partes o, a veces, desesperado, hacerle frente con un palo; pero Byles evadía
cada golpe saltando ocho pies en el aire, bajando al otro lado de su enemigo y
repitiendo allí su danza guerrera; mientras amenazaba (aunque estas amenazas
nunca se cumplieron) con producir acciones personalizadas y punzantes con su
formidable pico. Poco después de su captura las plumas comenzaron a aparecerle
(…) y más tarde se perdió en sus pantanos nativos”.
Más tarde, en 1919, completaba sus apuntes:
“La cigüeña o Maguari constituye siempre una característica
llamativa del paisaje pampeano, ya sea acechando meditativamente en las
llanuras o planeando hacia lo alto del cielo. De gran tamaño, con un plumaje en
blanco y negro intenso, y lores y patas escarlatas, es un ave muy atractiva y
familiar. Inofensiva, y un gran flagelo para todos los bichos y serpientes,
rara vez se le molesta, y a menudo se la ve cerca de los edificios y puestos de
la estancia (particularmente en el "matadero"), o incluso en las
cercanías de los pueblos”.
“(...) Aunque es común en nuestro distrito, nunca he visto
congregaciones de cientos, como dice Hudson, grupos entre media docena y
treinta ejemplares han sido los más numerosos”.
“Éstos, naturalmente, se congregan atraídos ocasionalmente por
langostas, alevines o renacuajos, o por un número anormal de patos anidantes en
el pastizal, cuando los huevos y los patitos, lamentablemente, pagan un alto
precio. Ocasionalmente se las puede ver fraternizando, o en compañía de, el
tuyuyú (Tantalus loculator Linn. [= Mycteria americana]), cuando ese
irregular visitante estival viene hasta
nosotros”.
“Indudablemente, la cigüeña Maguari es también ladrona de
huevos, y he sido testigo de su acoso a un nido de tero a pesar de la esforzada
defensa de los propietarios”.
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Maguari Stork
Dibujo de Edward Lear
(Gould, 1837)
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“Alguna vez había visto a la cigüeña en la orilla de los
esteros o pantanos, apoyada sobre una de sus larguísimas patas rojizas, y con
la otra recogida hasta ocultarse casi
entre el nutrido plumaje, cuya resplandeciente albura hacía resaltar
aún más la orla negra que festoneaba sus enormes alas. Así solía estarse
largo tiempo, en una extraña actitud de meditación o de éxtasis, inmóvil como
una estatua, despreocupada por completo de cuanto la rodeaba. Y cuando al fin
decidíase a caminar lo hacía a zancadas torpes, deteniéndose de trecho en
trecho para hundir el pico, larguísimo también, entre el légamo donde
pululaban renacuajos, sapos, cangrejos, u otros animalillos que le servían de
alimento”.
Serafín
J. García (1966)
“Los círculos lentos de una cigüeña que
vagaba perezosa bañando su plumaje en el aire límpido y oloroso, saturado con
ese aliento de aromas de la selva que aún me parece sentir en el rostro...”.
Martiniano
Leguizamón (1896)
“Si alguna vez contemplé un cuadro
verdaderamente maravilloso de aves, entre las cuales descollaba la Cigüeña,
fue en Formosa, en las cercanías del Estero Patiño, en los lodazales
producidos por una prolongada sequía allá por el año [19]12”.
Julio
S. Storni (1942)
En las cercanías de Gral. Lamadrid
(Provincia de Buenos Aires), Estanislao Zeballos (1881), integrante de la
expedición del general Julio Roca, encontró una laguna que “no tenía nombre y
la denominé de la Cigüeña, porque este pájaro luchaba allí vigorosamente con
una víbora de unos 80 centímetros. La cigüeña batía el vuelo cerca de la
tierra en que la víbora culebreaba con la cabeza y dos pulgadas de su cuerpo
alzados en actitud de ataque”. Finalmente el ave remontó vuelo y “a cien
metros de altura dejó caer el reptil, que dando vueltas en el espacio, llegó
al suelo y quedó si no muerto, en agonía. La cigüeña asentó el vuelo a su
lado y la devoró sin dudar”.
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LOS
ESCOCESES DEL AJÓ
Ernest Gibson pertenecía a una familia escocesa (Moncaut, 1977). Su abuelo, John
Gibson, emigró de Glasgow a Buenos Aires en 1818, y abrió una sucursal de la empresa textil de su padre, John Gibson & Sons, en la actual calle Alsina. Los Gibson adquirieron varias estancias con
la idea de producir lana para sus tejedurías. El encargado de las mismas
fue el inglés Richard B. Newton, quien instalara el
primer alambrado en Argentina y además fue socio fundador de
la Sociedad Rural Argentina. Una de esas estancias fue El Carmen, en el
Rincón del Ajó o Tuyú, que en 1824 adquirieron a un tal Sr. Hidalgo. Ajó y tuyú, los nombres que antiguos pobladores guaraníes dieron a la
región, significan, el primero “limo” o “pisar fofo”, y el segundo, “barro blando”, y
pintan muy bien la principal característica de las costas bajas de la bahía de
Samborombón, cubiertas de juncos y cangrejales. Son los “rincones” que Gibson
describe como “un laberinto de islas y penínsulas formadas por riachuelos de
marea de mayor o menor importancia” donde los jinetes y caballos inexpertos
pueden quedar atrapados en “un horrible y salvaje minuto” en el lodazal. “Es un
asunto muy serio, en una oscura noche de invierno, cometer un error al regresar
a casa tarde desde un puesto distante y, al equivocarse en uno de los pasos,
perderse irremediablemente; he conocido uno o dos casos en los que el caballo y
el jinete no lograron alcanzar un terreno más alto y finalmente sucumbieron al
frío y al agotamiento”. Algo similar relató Ricardo Güiraldes en un episodio de
“Don Segundo Sombra”.
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Casco de la estancia Los Yngleses hacia 1860 La vida social. Los Yngleses. Silvia Beatriz del Palacio |
http://lahistoriatienesentido.blogspot.com/.
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La propiedad, rebautizada como “Los Yngleses”, con una
superficie inicial de 10.600 ha (más tarde se amplió a 27.500), estaba ubicada en plena zona fronteriza con las poblaciones indígenas, por
lo que Newton se hizo cargo de ella, llevando un nutrido armamento. Comenzaron
la cría de ovinos Lincoln, la raza que mejor se adaptó al lugar, llegando a
tener unas 100.000 cabezas. Exportaban la lana directamente a Liverpool y
Amberes desde el puerto sobre el arroyo Ajó, lugar donde más tarde se fundaría
General Lavalle. El casco de la estancia, existente hoy en día, queda unos 6 km
al sur de General Lavalle y “estaba rodeado por bien establecidas arboledas de
eucaliptos además de tala, ombú y
coronillo, árboles más bajos nativos de la pampa” (Wetmore, 1926). La propiedad
daba a la Bahía de Samborombón y estaba separada del Océano Atlántico por la
vecina estancia Tuyú, de la familia Leloir, donde más tarde se fundaría la
ciudad de San Clemente del Tuyú, y que incluía la Punta Rasa, el extremo del
cabo San Antonio, interesante punto de congregación de aves playeras
migratorias.
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Mapa de la región de la estancia Los
Yngleses (Gibson, 1918)
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Ante la muerte de John, hijo, en 1828, el patriarca familiar ordenó liquidar la sociedad por lo que se vendieron todas las estancias menos "Los Yngleses", quizás por su ubicación en terrenos bajos e inundables. Thomas, uno de los cuatro hijos de John, llegó en 1838 a Buenos
Aires, con su hermano Robert para hacerse cargo de la misma.
Thomas tenía habilidad para la pintura y dejó varios cuadros muy
coloridos sobre la vida en la pampa de ese entonces. Se casó en 1854 con
Clementina Corbett, también de origen escocés, y tuvieron 9 hijos, de los
cuales el mayor fue Ernest, nacido en 1855 en el país.
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Escena rural donde aparecen Thomas Gibson
(hombre de barba y sombrero sosteniendo el cartel) y su hijo Ernest (niño con
capa negra)
Ambrotipo atribuido a George Corbett.
http://uca.edu.ar/es/pabellon-de-bellas-artes/muestras/muestras-2019 /130-ambrotipos-el-primer-asado-criollo%C2%A0el-primer-mate-junto-al-fogon
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En 1862 Thomas se retiró y lo sucedió en el manejo de la
estancia George Corbett, el hermano menor de Clementina, aficionado a la
fotografía, quien realizó hacia 1860 unos ambrotipos que permiten visualizar la
vida en las estancias a mediados del siglo XIX.
Hacia 1869 William Hudson visitó "Los Yngleses" donde permaneció unos días conversando sobre aves con Ernest y entablando una amistad que prosiguió por carta (Velázquez, 1963). Ernest se casó en 1889 con Alice Donalson en Londres y regresó
al país con su esposa para hacerse cargo de la estancia en 1890, junto con su hermano Herbert. Tuvieron una
hija, Lorna Gibson Donaldson. Es probable que Gibson, como muchos súbditos
británicos, haya tenido que viajar a
Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial, porque en una de sus ultimas
notas (Gibson, 1818) se lamentaba:
“Probablemente, no tenga más oportunidades de continuar estas notas (…) los
viajes hacia y desde el río de la Plata no son de índole festiva en este
momento”. Además, en sus últimas visitas (1915 y 1916) comprobó que sus mejores
caballos, desacostumbrados de transitar los cañadones, ya no tenían un buen
andar. Entonces, Gibson hizo un convenio con el Museo de Ciencias Naturales de
Buenos Aires para que un colector, Antonio Pozzi, recorriera la zona y siguiera
con el estudio de su avifauna. Ernest regresó al menos una vez más a “Los
Yngleses” donde falleció el 26 de
octubre de 1919.
En 1937, según relata José A. Pereyra, aún se conservaban en la
estancia, en el salón de billar, los muebles donde Ernest guardaba su colección
de huevos y mariposas, su dormitorio con la cama de columnas labradas que
utilizó hasta su muerte, y un mirador de madera, hecho con la escalera de un
barco naufragado, desde donde hizo observaciones el ornitólogo norteamericano
Alexander Wetmore (1926) cuando visitó
el lugar en 1920: “Como lugar de
trabajo tuve el privilegio de ocupar un pequeño edificio erigido por el Sr.
Gibson para estudio y museo”.
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Casco de la estancia Los Yngleses hacia
1920
Fotografía por Alexander Wetmore.
Smithsonian Institution Archives, Record
Unit 7006, Box 170, Album: I "Brazil, Argentina, Paraguay - 1920". https://siarchives.si.edu/collections/siris_sic_6610
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Ernest fue un ornitólogo aficionado pero “su trabajo siempre se
ha caracterizado por su gran minuciosidad y amplitud de detalles” como lo
señalaba el obituario que le dedicó la revista The Ibis (1920). Alexander Wetmore
(1920) opinaba de él: “un ornitólogo bien conocido por sus cuidadosas y
minuciosas observaciones sobre las aves de esta región”. Alfredo Steullet y Enrique Deautier (1939)
consideraban que Gibson se destacaba como “escrupuloso y sagaz observador de las
costumbres de las aves”. Los especímenes coleccionados por Gibson se encuentran
en museos de Buenos Aires, Londres, Edinburgo, Dresden, Dublín y Cambridge.
Con la ayuda de los ornitólogos Osbert Salvin, William Ogilvie-Grant y Charles
Chubb del Museo Británico de Historia Natural
pudo completar sus notas que fueron publicadas en dos etapas, en The Ibis (ver bibliografía), donde
además escribió un artículo sobre las aves de Paysandú (Uruguay) y otro sobre
la vaca ñata, raza o deformidad bovina que tanto interesaba a Darwin.
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Aviso y mapa de la Estancia Los Yngleses
Museo Regional Santos Vega
General Lavalle
Fotos Alex Mouchar |
Pero, más allá de sus aportes a la ornitología, es evidente que
Gibson, como su par Hudson, era un
naturalista nato, capaz de emocionarse con la vida abundante y diversa, en un
soleado día, en medio de los cañadones del Ajó. Así fue como él mismo lo relató:
“Nada era más fácil que explayarse un día cualquiera en el
pantano de Cisneros, como lo hice yo hace dos años, con un viejo caballo manso
debajo mío, sobre un piso firme, el agua inusualmente limpia y libre de
malezas, y tan profunda que solo el asiento de la silla sobresalía de la
superficie. Pasé tres horas en el corazón de ese pantano, en un día tranquilo
y soleado, flotando sin ruido por los estrechos canales abiertos entre los
brillantes juncos verdes – viendo ahora un cisne nadar lentamente alejándose de
su gran nido, donde yacen de tres a cinco grandes y bonitos huevos -
deteniéndome nuevamente para hurgar el nido suspendido de esa curiosa comadreja
acuática (Didelphys crassicaudata,
Desmarest) [la comadreja colorada, Lutreolina
crassicaudata] y observando al pequeño villano truculento saltar y nadar o
zambullirse resoplando fuertemente,
luego girando mi caballo hacia donde la cabeza y el cuello de una alerta
Cigüeña Maguari (Ciconia maguari), se
elevan sobre los huncos, revelando que estaba parada sobre su nido , mientras
que el pequeño Cyanotis azarae [Tachuris
rubrigastra, tachurí siete colores] de muchos colores se deslizaba arriba y
abajo por los verdes juncos muy cerca mío, y cientos de sonidos y gritos
diferentes hablaban de casi tantas especies distintas de aves acuáticas allí
presentes, y me mantenían ocupado tratando de recordarlos de memoria” (Gibson,
1880).
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Ciconia Maguari
Dibujo de Paul Louis
Oudart
(Vieillot, 1834) |
LA
MÍTICA CIGÜEÑA
En el origen del mundo qom se produjo un gran incendio que
destruyó a todos los habitantes, salvo unos pocos que se refugiaron en un pozo.
Tres días después un héroe-niño salió al exterior y al ver que el fuego se había apagado hizo salir a los demás pidiéndoles que se taparan los ojos. Algunos no lo
hicieron y en castigo fueron transformados en diversos animales, entre ellos la
cigüeña, pasando a ser los “padres” o guardianes de todos los demás animales de su
especie, aquellos espíritus del monte que evitan la caza desmedida de algunos
animales. Un notable concepto ecológico de los pueblos originarios. La
cigüeña habitaba en el supra-mundo qom y, sólo descendía a tierra con las lluvias y las tormentas (Arenas, 2009).
En los mitos de los qoms (Citro et al., 2016; Sánchez, 2006)
también aparece el zorro sagaz, uaia?aqa’
lachigui, que se encuentra con waqap,
la cigüeña, y le pide sus alas para poder cumplir su sueño de volar. Varias
cigüeñas aceptan pero le advierten que no vuele muy alto porque las plumas no
le van a durar mucho. Le colocan las alas y le indican como despegar. Como en
el mito griego de Ícaro, el zorro se entusiasma y, haciendo oídos sordos a los
llamados de las cigüeñas, sigue ascendiendo hasta que pierde las plumas, cae y
muere, aunque después resucita. Los qoms o tobas (Arenas, 2009) han observado que la cigüeña “pone en el agua, ahí no le
falta comida. Pone arriba del árbol, junta basurita (restos vegetales) y pone
arriba el nido. Cuando hay pichoncito el va a buscar pescadito, cerquita, y les
lleva a los pichones, les da de comer”. Para ellos era una pieza de caza apreciada por su gran tamaño y porque su
carne se consideraba blanda, y se aprovecha casi todo el animal, incluyendo la
grasa, patas y vísceras. Se la cazaba con flecha o trampas y más tarde con
carabina, especialmente en verano y otoño, cuando estaban más gordas. Se la
consumía hervida, en guiso o caldo, o asada. Los huevos y los pichones se
consumían cocidos, y a veces los criaban como animales domésticos. La panza o
estómago glandular se usaba como carnada, las alas, para abanicos y las plumas, para las flechas.
También las cigüeñas tuvieron que ver con la creación de Las
Pléyades, ese bonito grupo de estrellas conocido también como “Las siete cabritas”. Resulta que unos qoms encontraron un niño
perdido en el monte y lo adoptaron. El niño les enseñó a usar el fuego, a cazar
y a curarse con plantas. Pero también era muy travieso y entre otras maldades
le robó el huevo a una cigüeña que lo empollaba.
En castigo se reunieron todas las cigüeñas y llevaron al niño al cielo, donde
junto con sus hermanos que fueron a buscarlo, se quedaron para siempre,
formando esa constelación (Oliva, 2007).
Taqfwaj, el mítico héroe de los wichis, encontró cierta vez una
cigüeña y quedó admirado de cómo podía sostenerse sobre una sola pata. El ave
le dijo que para lograrlo debía cortarse una pierna, y luego, para recuperarla,
tenía que saltar sobre cierto tipo de árbol. Taqfwaj hizo según lo indicado pero
no logró recuperar su pierna y tuvo que recurrir a una gran araña que lo vendó
con su tela y lo curó. En otro cuento, el carancho, asistente del rey de los
jotes, molestaba a unas jóvenes cigüeñas, quienes acudieron a sus padres. Éstos
iniciaron una guerra con los jotes, en la que las cigüeñas vencieron, logrando
encarcelar al jote real (Alvarsson, 2012).
Un joven vilela del Chaco gustaba mucho de cazar pajaritos y
pasaba sus días en el monte, donde un día encontró unas piedritas de colores
con las que se hizo un collar. Al otro día amaneció transformado en serpiente
y comenzó a crecer, comiendo cuanto bicho había en el monte, y cuando éstos
escasearon, empezó a devorar gente. Las aves del lugar se organizaron para matar
a la serpiente, primero fue el águila, pero fracasó, luego los tuyangos o
cigüeñas, dotados de fuertes lanzas (picos) pero la víbora los devoró,
finalmente el caburé logró matar al ofidio (Lehmann-Nitsche, 1924-25).
Entre los mbya-guaraníes (Cadogan, 1948), el tuyuyú, le pide al Loro sastre que le haga
unos pantalones. El Loro los hace según la medida de sus patas, con lo cual
quedan demasiado cortos, pero se justifica ante el tuyuyú diciendo que los hizo
así para que pueda vadear por los bañados. El tuyuyú suele aparecer en otros
relatos como oficial de policía, quizás por su figura y por permanecer largo
tiempo en pie, inmóvil, como si estuviera de guardia. En una fábula tupí, el
picaflor compite con el tuyuyú para ver quién de ellos podia volar mayor
distancia. El pequeño tomó la delantera pero, agotado, cayó al río. Cuando
llegó la cigüeña le pidió que lo salvara, lo que ella hizo permitiéndole agarrarse
de sus largas patas.
En un mito yuracaé (río Mamoré, Brasil), Tiri, el creador,
descubrió que el yaguareté había comido a una persona, la fiera se excusaba
diciendo que el sujeto ya estaba muerto por la picadura de una víbora. Entonces
Tiri ordenó a Uacauan, la cigüeña, que
matara a la víbora. Desde entonces las cigüeñas se comen a los ofidios.
(Barbosa Rodrígues, 1890; Lehmann Nitsche, 1926).
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Cigüeña Dibujo de Florian Paucke (2010) |
Comentaba Florian Paucke (2000) que los mocovíes fabricaban la
siguiente artesanía: “mataban cigüeñas, rasguñaban la piel según el grosor del
ave por el centro alrededor del cuerpo, sacaban la parte posterior con piel y
plumas en forma que con todas éstas quedaran también las plumas de la cola, se
la colocaban en la cabeza de modo que la cola quedara erecta. ¡Quién no reiría
cordialmente ante esta figura o Mercurio indio! Pero ellos se ponían tan serios
y lo mismo caminaban en esa forma por la aldea como si tuvieran sobre la cabeza
el sombrero de castor más fino y más bello”.
La presencia de la cigüeña en los cuentos y leyendas criollas
tiene una evidente contaminación proveniente de Europa, producto de la larga
relación de sus civilizaciones con la especie de ese continente. Así aparecen
la conocida fábula del zorro y la cigüeña que proviene del griego Esopo, la
antigua leyenda alemana sobre las cigüeñas que traen a los recién nacidos en su
pico, y también la cigüeña como ejemplo de amor filial, tal como lo cuenta
Miguel Hernández (1872):
“La cigüeña, cuando es vieja,
Pierde la vista, y procuran
Cuidarla en su edá madura
Todas sus hijas pequeñas:
Apriendan de las cigüeñas
Este ejemplo de ternura”
EL
TUYANGO EN LA POESIA Y EL CANTO
“…Las
palomas se lamen como si estuvieran en pleno campo;
habitan el vértice del
segundo poder;
en ese campanario serán devoradas por un tuyango matrero y loco…”
Paco
Urondo - No tengo lágrimas (Del otro lado, 1965)
(…) A primera vista creí que se trataba
de un papel o una bolsa de polietileno
en suspenso a una altura un poco mayor
que la de una casa de dos pisos.
Tras una nueva mirada me sorprendí:
aquello era una garza de las grandes
o quizás un tuyango;
volaba muy alto y el sol de junio
bruñía al azul como a una piedra (…)
Roberto Malatesta - La fuerza del asunto
El gabán pionío
Gabán no pare en montaña
ni hace su nido en el cerro.
Como nace en la sabana
le pregunta a los garceros.
Yo tuve un gabán pionío
en mi casa, prisionero,
pero se acordó del río
y se fue para el estero.
No te duermas, mi gabán
en mangles de Juanaparo,
no anides en Chamizal
porque hay mucho cunaguaro.
No te quedes en el Meta,
cuídate, mi gabancito.
Mira que la gente es mala
y le gusta el gabán frito.
Eduardo Hernández Guevara
El
gabán pionío
Gabán,
gabán, gabán pionío,
gabancito
que vuela tan alto
por
senderos, sabana y palmar
no anides
en rama seca ni pongase en pastizal
que
la rama se seca y al pasto lo han de quemar.
Mi
gaban viene y se roba los delirios y los placeres,
la
mirada de los hombres y el alma de las mujeres.
Mi
gabán es un pionío sediento de amaneceres
porque
se hace el medio pío cuando una mujer lo quiere
Y el
gabán anda laguna hasta que el invierno se muere,
el
verano se avecina en la flor del querebere,
y
cuando se van las aguas mi gabán siempre prefiere
refugiarse
en los esteros donde tiene sus quereres (…)
Canción de Alfredo Parra
Ay, gabancito volador
de los llanos guariqueños,
si es verdad que eres mi amigo
llega volando hasta el cielo
y me traes de las alturas
el mas brillante lucero
para dárselo en regalo
a la prenda que más quiero (…)
A María del Carmen - Francisco Márquez
Magdaleno
LA
CIGÜEÑA Y SUS NOMBRES
En relación a los nombres comunes de la cigüeña debe tenerse en
cuenta la falta de precisión de algunos términos ya que los pobladores muchas
veces confunden a las tres especies de cicónidos sudamericanos, como ya lo señalara príncipe de Wied: el jabirú (Jabiru mycteria), el tuyuyú (Mycteria americana) y la cigüeña (Ciconia maguari).
Maguari es el nombre tupí que anotó Marcgrave y que, como vimos,
sería erróneo, refiriéndose más bien a la garza mora. De todas formas, como
señalaba Wied es un nombre que se usa en desde Bahía hacia el norte. Se lo ha
escrito también como mbaguari, baguari, biguari, magoari, maguari y mauari.
Storni (1942) lo interpretó como “muchas que pasan en fila”, de mba: montón, gua: pasar, y ri: uno tras
otro. Pero no parece ser esa una costumbre de esta ave de la que Azara (1992)
dice “va comúnmente sola”, aunque menciona haber visto cincuenta y cuatro
juntas en cierta laguna. También hay una observación de Hudson sobre el asunto.
García (1913), por su parte, lo tradujo como mbegue: lento, y ri:
estar: “el que anda lento”, lo cual parece más apropiado para esta ave.
Otros nombres que se le dan en Brasil son: cegonha, cauã y
cauauã, en la boca del Amazonas; guara-vae, en la zona de Río Verde (Goiás);
jabiru-moleque, jaburu-moleque, joão-grande, jabiru-tapucajá, y tabuiaiá en
Brasil central y meridional, por ejemplo en Orissanga (Sao Paulo) y en el oeste
del Pantanal (Mato Grosso do Sul).
En Colombia es la cigüeña llanera, y en Venezuela, el gabán
pionío. Éste nombre parece referirse a la piel periocular roja del ave, que
recuerda a las semillas rojas y negras del árbol mágico denominado pionío,
peonía o wayruro (Ormosia coccinea).
En el norte de Sudamérica aparece la cigüeña en distintas
lenguas nativas y criollas: yauru (arawak), apyrerèu (caribe), kumawali
(aukan), bat (palikúr), tayaya (creole de Guayana), ghãgoje (creole karipúna) y
tsaki (guahibo). En Sranan es eri, y por influencia del inglés recibe también el
nombre de redifutu (red feet: pies rojos).
En la zona del litoral argentino y en Paraguay se utiliza el
nombre guaraní de tuyuyú, con el epíteto guazú (grande) para distinguirlo de Mycteria americana. Tuyuyú significa
“que anda por el pantano”, de tuyú:
pantano, barrial, lodazal; y yú: ir y
venir, andar.
En la región chaqueña es el waqap de los qom, también escrito
como huoqap, woqap, huoqa', huqap y huaqap;
así mismo ñi, añi lesoxo’n.
Tuyango, que se usa en Santa Fe y Entre Ríos, también sería de origen qom
(tujango), aunque no lo hemos encontrado en los vocabularios de esa lengua.
Para los wichis de Formosa es wetnaj, lhokota o yulo. Sería, con más precisión, el yulo pata colorada, ya que el yulo a secas es
el jabirú. El nombre lhokota o lhukutá se lo daban despectivamente los wichis
del noroeste a los wichis del centro de Formosa, porque como la cigüeña, vivían del
pescado, el cual recogían a la orilla del río Bermejo, cuando era descartado
por los pescadores. Otros nombres usados en la región chaqueña eran patsaaj
(wichi weenhayek), pitsaj (chorote),
siyojonoj (nivaklé), seyána (enxet, Chaco central paraguayo) y etuque litil
(mocoví).
En La Pampa se registra killingui (ranquel). En Chile se usa el
nombre pillo o pillu, y en Perú toyuyo, obviamente de origen guaraní.
Cigüeña es el nombre común en la región rioplatense (Buenos
Aires y Uruguay), dado por los conquistadores españoles. Proviene del latin ciconia, y éste de los Cicones, un
pueblo de Tracia, que veneraba a estas aves, aunque vimos antes otra interpretación de Isidoro de Sevilla. Otros lo derivan del galo
de Bretaña, sikun.
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Logotipo del Club Social y Deportivo
Tuyango. Piedras Blancas, Entre Ríos
http://deportivotuyango.blogspot.com/2009/05/ primera-fecha-tuyango-volvio-con-una.html
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Además de recibir nombres, el tuyango los da. El Tuyuca es un
arroyo dentro de la ciudad de Paraná, que debería escribirse Tuyucuá: “lugar
donde habitan las cigüeñas”. (Rondan, 2007).
Además Los Tuyangos aparece como nombre de un club de fútbol y de un grupo musical.
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