"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


sábado, 15 de octubre de 2022

EL VAMPIRO


Charles Waterton

 



“Anteriormente he comentado que deseaba tener la posibilidad de decir que el vampiro me había succionado. Les di muchas oportunidades, pero siempre fueron tímidos; y aunque recientemente succionaron muy fuertemente a un joven indígena, mientras dormía en su hamaca, en el galpón contiguo al mío, no querían tener nada que ver conmigo. Su dedo gordo del pie parecía ser mucho más atractivo. Lo examiné minuciosamente mientras lo lavaba en el río al amanecer. El “cirujano nocturno" le había hecho una herida, casi de forma triangular, y la sangre salía rápidamente de ella. Su hamaca estaba tan sucia y manchada de sangre coagulada, que se vio obligado a rogarle a una anciana negra que se la lavara. Mientras ésta la bajaba a la orilla del río, la extendió ante mí y sacudió la cabeza. Le comenté que suponía que el dedo del pie de ella era demasiado viejo y duro como para tentar al doctor vampiro a extraer una cena de él; y ella respondió, con una sonrisa, que los médicos generalmente preferían a las jóvenes.”

 

“Todavía nadie ha podido informarme cómo es que el vampiro logra sacar tanta sangre, generalmente del dedo del pie, mientras el paciente permanece todo el tiempo en un sueño profundo. Nunca he oído hablar de una persona que se despertara durante la operación. Por el contrario, continúa en un profundo sueño, y al momento de levantarse, sus ojos son los primeros en informarle que ha habido un ladrón sediento sobre el dedo de su pie.”

 

“Los dientes del vampiro son muy afilados y no muy diferentes a los de la rata. Si es que inflige las heridas con los dientes (y parece que no tiene otros instrumentos), uno supondría que la agudeza del dolor haría despertar a la persona succionada. Somos ignorantes en este tema (1); y no conozco ningún medio por el cual se pueda arrojar luz sobre ello. Es de esperar que algún futuro vagabundo de las selvas de Guyana, sea más afortunado que yo, y atrape a este depredador nocturno in fraganti. Alguna vez mencioné que maté a un vampiro que medía 81 cm de punta a punta de las alas extendidas; pero otros, que he examinado desde entonces, han medido generalmente de 51 a 66 cm (2).”

….

“Hace algunos años fui al río Pomeroon con un caballero escocés, de nombre Tarbet. Colgamos nuestras hamacas en el desván con techo de paja de la casa de un hacendado. A la mañana siguiente escuché a este caballero murmurando en su hamaca, y de vez en cuando soltando uno o dos insultos, justo a la hora en que debería estar rezando sus oraciones matutinas. -«¿Qué ocurre, señor?», dije en voz baja, «¿Pasa algo malo?» -«¿Qué pasa?» respondió él malhumorado, -«Pasa que los vampiros me han estado chupando a morir». Tan pronto como hubo suficiente luz, fui hasta su hamaca y la vi muy manchada de sangre. «Aquí», dijo, sacando el pie de la hamaca, «mira cómo estos diablillos infernales han estado sacándome la sangre.»

 

“Al examinar su pie, descubrí que el vampiro le había mordido el dedo gordo del pie: había una herida algo menor que la de una sanguijuela; la sangre todavía manaba de ella; calculé que podría haber perdido 280 a 340 gramos de sangre. Mientras lo examinaba, creo que lo puse de peor humor al comentarle que un cirujano europeo no hubiera sido tan generoso como para sangrarlo sin costo. Me miró a la cara, pero no dijo una palabra: me di cuenta de que pensaba que mejor me hubiera ahorrado esa inoportuna broma.”

Traducción y notas: Alex Mouchard

 

(1) El primer anestésico local conocido fue la cocaína, aislada en 1855 y utilizada como tal desde 1885.

(2) Aquí Waterton se confunde de especie ya que el murciélago vampiro (Desmodus rotundus) sólo mide de 20 a 30 cm de envergadura. Por ejemplo, el murciélago espectral (Vampyrum spectrum) que es cazador pero no hematófago, llega hasta 1 m de envergadura. 


 REFERENCIAS

Texto:

Waterton, Charles -1879- Wanderings in South America, the North-West of the United States and the Antilles, in the Years 1812, 1816, 1820, & 1824. London: Macmillan & Co.

 

Dibujo:

Shaw, George. 1800.  General zoology, or Systematic natural history. v.1:pt.1-2. London, Printed for G. Kearsley, 1800-1826.


martes, 13 de septiembre de 2022

EL YERUVÁ (Baryphthengus ruficapillus) Y LA COMPLICADA VIDA DE MONSIEUR DOMBEY


Le Motmot Dombé (Baryphthengus ruficapillus) o Yeruvá.
Dibujo de Jacques Barraband (Levaillant, 1806)



La mañana de fines de abril está fría. Llovizna en la seccional Uruzú, del Parque Provincial Uruguaí (Misiones, Argentina). Son las 7 y antes de desayunar quiero ver si están las yacutingas (Pipile jacutinga) en la represita del arroyo Uruzú, en el mismo lugar donde las vi hace diez años. Me acerco lentamente atravesando el área de acampe. Las yacutingas no están pero me llama la atención un gran “pájaro” de notables colores pese a la escasa luz. Se posa no muy alto y bastante visible. Es un yeruvá y su nombre guaraní y su notable aspecto quizás oculten una historia.

Para ubicarnos un poco, este “pájaro” no es tal ya que no pertenece al orden Paseriformes, el de los pájaros verdaderos, sino al orden Coraciformes, el mismo donde se ubican los martín pescadores. Dentro de ese orden el yeruvá, el burgo, los momotos, barranqueros o guardabarrancos, entre muchos otros nombres populares, pertenecen a la familia Momotidae que incluye 14 especies. Todas ellas son muy similares por sus colores en la gama del verde, rufo y azul, con picos fuertes y largas colas. Para los humanos pasan muchas veces desapercibidas, porque habitan en selvas cerradas, donde se posan pasivamente a la espera de que pase cerca alguna presa (mayormente insectos). Estas aves anidan en huecos que excavan en barrancas y por eso reciben el nombre de guardabarrancos.  Pero sí llaman la atención por su canto de notas graves y profundas, que recuerdan las voces de las lechuzas. Como suele ocurrir con muchas especies que se parecen entre sí, los pueblos aplican un mismo nombre a todas ellas, e incluso entre los científicos había al principio mucha confusión para denominar las distintas especies que iban describiendo.

“Las especies tienen una gran similitud entre sí y, por lo tanto, las personas las incluyen en una misma denominación, que varía solo de un lugar a otro.” (Santos, 1938)

 

 

DESCUBRIMIENTO DE UN AVE PARTICULAR

En los últimos años del siglo XVIII, Félix de Azara, en Asunción, compró un ejemplar de yeruvá que habían capturado en una casa vecina a un bosque. Poco después otro, ya en la ciudad, penetró en una cocina donde lo atraparon y se lo regalaron a este naturalista, quien mantuvo a ambos en su cuarto “donde andaban a saltos rectos y obliqüos de pura fuerza con las piernas muy abiertas. Todos sus movimientos eran en masa y pesados. Meneaban la cola vertical y horizontalmente con freqüencia y blandura. Trepaban por todo a saltos, y dormían en el respaldo de las sillas, donde se mantenían sin baxar al suelo sino para comer.” Cantaban con frecuencia «tu-tu-tu» y por eso le dio el nombre de «Tutú». (Azara, [1802])

Refería que era un ave escasa, arisca, desconfiada y observadora. Con respecto a su dieta “Comía pedacillos de pan y mejor los de carne cruda, que antes de tragar golpeaba contra el suelo de revés muchas veces sin soltarlos, como si quisiera matarlos creyéndolos con vida.” También comían fruta (naranjas, sandía), pero no maíz entero ni quebrado. “Pero lo que más apetecían eran los paxaritos chicos como Tachuris [pequeños tiránidos], que yo soltaba en el quarto, y los perseguían con obstinación largos ratos hasta que los cansaban, cogían y mataban a golpes de revés como a la carne. Continuaban aún después de muertos hasta que los tragaban enteros, empezando por la cabeza sin reparar en las plumas. Lo propio practicaban con los Ratoncitos…”  (Azara, [1802])

De esta conducta infería Azara que debía cazar muchos pichones en los nidos a la manera de los Tucanes entre los cuales los clasificó aunque advirtiendo que difiere mucho de ellos.

 

Pocos años después de la descripción de Azara, François Levaillant (Levaillant, 1806) describió un ave con el nombre de Motmot Dombé o Motmot á Tête Rousse [Motmot Pelirrojo]. Fue por el naturalista Joseph Dombey (ver Recuadro), que participó de la Expedición Botánica al Virreinato del Perú, de Hipólito Ruiz y José Pavón, entre 1777 y 1784, que Levaillant puso a la especie el nombre de Motmot Dombé por ser un “dedicado naturalista, lleno de conocimiento y de una rara modestia que lo hizo querido por todos los que lo conocieron.”  Dombey había traído de su viaje dos ejemplares de esta nueva especie de motmot, que en principio conservó en su casa de París donde Levaillant pudo verlos. Posteriormente uno de ellos “fue depositado con varias otras hermosas aves del Perú en el gabinete del rey. Es lamentable que este individuo haya sido enteramente destruido por las fumigaciones de azufre y los insectos; en cuanto al otro no sabemos que le ha pasado.” (Levaillant, 1806)

Como Levaillant no utilizaba la nomenclatura binominal, Vieillot le otorgó el nombre de Baryphonus ruficapillus, Baryphonus (= voz grave) por su canto y ruficapillus (= cabeza roja) por ese carácter que lo distinguía de la otra especie conocida en ese entonces: el Momoto Amazónico, que tiene la corona azul.

Agregaba Levaillant que la nueva especie habitaba “los bosques de los alrededores de Lima, donde el viajero que he nombrado me ha asegurado que era muy común”. Ahora bien, el yeruvá es propio de la mata atlántica del SE de Brasil, Paraguay y Argentina, y no existe en Lima (Sclater, 1857), donde además no hay bosques. La especie  que habita en Perú es el Motmot o Relojero Rufo (Baryphthengus martii) que tiene sus partes inferiores totalmente rufas y no verdes como tiene el ave dibujada por Jacques Barraband, en la obra de Levaillant, y que coincide con el yeruvá descripto por Azara.  ¿Cómo es posible entonces que Dombey haya capturado yeruváes?

La respuesta podría estar en que, cuando regresó a Europa de su viaje, lo hizo en el buque «El Peruano», que debido al mal tiempo que tuvo que enfrentar al pasar por el cabo de Hornos quedó averiado. Entonces tuvo que a entrar al puerto de Río de Janeiro el 4 de agosto de 1784, para ser reparado. Allí permaneció Dombey durante cuatro meses colectando y comprando algunas colecciones. “Compraré si puedo las aves. El señor virrey Vasconcellos y Sousa me llevó el día en que puse pies en tierra a la casa de un particular que trabaja para el rey de Portugal. Vi las aves tan bien preparadas como las del señor Mauduit [Pierre Jean Claude Mauduyt de la Varenne,  era un médico y naturalista francés, colaborador de Buffon].”  Vasconcellos le hizo elegir ejemplares como para llenar una caja y los mismos eran tan hermosos que motivaron a Dombey a dar 1000 libras al preparador. (Deleuze, 1804) Así adquirió «posadas sobre sus ramas 13 hermosas aves.” (Hamy, 1905)

Cuando el barco fue reparado, siguió viaje a Cádiz, donde la mitad de su colección le fue retenida en la aduana, incluyendo cinco cajas del material de Brasil, a pesar de que el mismo no provenía de una colonia española, sino portuguesa. Más tarde las pudo recuperar, mediante una intervención diplomática (Hamy, 1905), con lo que finalmente llegaron a París, a casa de Dombey.  Allí, como Levaillant, “el visitante admira las aves de Brasil en un árbol artificial destinado a la Reina; sus diversas actitudes, sus ricos colores, el tipo de vida aparente que disfrutan forman un cuadro muy agradable. El señor Dombey asegura que fue un indio quien preparó los pájaros y construyó el árbol.“ (Hamy, 1905)  Es muy probable que, entre ellas, se encontraran los ejemplares de yeruvá que describió Levaillant, y de esta azarosa forma fueron conocidos por  la ciencia europea.

 


Momot du Brésil (Momotus momota)

Dibujo de François Nicolas Martinet (Daubenton, 1765-1783)



 

EL YERUVÁ DE LOS NATURALISTAS

El Momot Dombey, habita más particularmente la cima de las montañas del interior. Está confinado a los bosques áridos, casi desecados que allí forman los bambúes de diversas especies y algunas palmeras aceiteras. Allí se ubica en la vecindad de los senderos que sabe abrir el tapir para llegar a la ribera de las aguas de los valles, o sobre el borde de las picadas que hacen los cazadores con ayuda de sus machetes para ir a esperar su llegada. Del Houtou no difiere más que por su manto de un verde más rico, por las plumas de la cola siempre completas y la ausencia de la corona azul.“ (Descourtilz, 1834)

Goeldi (1894) así lo describía: “Es un ave magnífica, de unos 50 centímetros de largo, de los que a la cola solamente le corresponden 28 centímetros, y casi del tamaño de una urraca europea. El tronco y las alas son en gran parte color aceite de oliva, la parte superior y la parte superior del vientre son de color rufo amarillento; un área que comienza en la comisura de la boca, cubre los ojos y se extiende hasta la región auricular, es negra, al igual que una mancha en el pecho. Las remeras primarias son exteriormente de color azul celeste. No es posible, por tanto, negar a esta ave el testimonio de la belleza.”

El Taquara habita los lugares más espesos de la selva virgen; evita notablemente las áreas quemadas y nunca se extravía hasta llegar al borde del bosque; a pesar de esto, no tiene nada de arisco. Si es tan difícil encontrarlo, se debe exclusivamente no a su timidez natural, sino a su escondite oscuro, oculto, cubierto de enredaderas y bejucos y así resguardado de los visitantes. Deja que cualquier invasor perseverante se aproxime cerca antes de volar a otra rama de árbol. Aterriza preferiblemente a baja altura sobre el suelo; siempre vuelve a las ramas bajas cuando deja el suelo, donde siempre está muy ocupado. Cuando se posa, le gusta soltar su triste grito, que acompaña con el subir y bajar alternado de su larga cola. Su alimentación consiste principalmente en insectos; de la observación de ejemplares en cautiverio, sin embargo, el resultado es que ocasionalmente también persiguen a ratones y aves pequeñas.”

Su presencia en cualquier región es infaliblemente delatada al conocedor de la fauna indígena por su grito, que a mis oídos suena como un «hu, hu, hu», repetido 6 a 8 veces y que va bajando paulatinamente del timbre inicial. A lo lejos, este  grito resuena a través de los espesos bosques, es uno de los gritos de animales más notables de Brasil. Se escucha regularmente temprano en la mañana y al anochecer. «Aún antes de que salga el sol, informa Schomburgk, refiriéndose pintorescamente a sus reminiscencias de la Guayana, el gemido y melancólico grito de los hutu (Momotus brasiliensis) suena desde la espesura de la selva virgen, anunciando la mañana a la naturaleza dormida» . Lo he oído muchas veces por la mañana y por la tarde en Corcovado, en los bosques que van a Tijuca siguiendo el acueducto, y después muchas veces en Nova Friburgo y en todas las regiones cálidas y húmedas de este y de los estados vecinos.” (Goeldi, 1894)

De lejos se escucha la emisión sucesiva de estas vocales sin resonancias, con sonidos oscuros y tristes, como una nota baja del órgano. Quien frecuenta la selva de ciertas regiones brasileñas no olvidará el misterioso atractivo del Udú, una de las voces más melancólicas y características de nuestras selvas. Cada vez que cambia de percha, lanza su grito y lo acompaña con un movimiento pendular de su cola.” (Santos, 1938)

Como hemos visto su extraño canto le valió el nombre genérico que le dio Vieillot, y que más tarde Jean Cabanis y Ferdinand Heine cambiaron por Baryphthengus, que significa el que habla con voz grave. Cuando se escuchan sus llamadas al amanecer “hasta que se la puede rastrear hasta su fuente – lo que puede llevar su tiempo – las notas profundas, suaves, apenas parecidas a las de un ave, crean una atmósfera de insondable misterio. Es fácil imaginar que los espíritus de los indígenas desaparecidos se llaman unos a otros a través de la húmeda selva.” (Skutch, 1971)


 Brazilian Motmot (Momotus momota)

Dibujo de John Latham (Latham, 1781)




De la pasividad del Taquara (como le dicen en Brasil al Yeruvá) da cuenta Maximilian de Wied (1830-1832): “Por lo general, veíamos al  Taquara sentado inmóvil en una rama, como un verdadero Capito Vieill, o Bucco, y no dudaba en dejar que el cazador se acercara para matarlo. Especialmente por la mañana y por la noche, deja su silbido suavemente sostenido, suave. Se escucha una llamada similar a la de nuestra abubilla europea (Upupa). Su alimentación consiste en insectos … Busca su alimento mayoritariamente en el suelo, por lo que las plumas de la cola también suelen aparecer gastadas en la punta, y se ve mayormente en la región inferior de las ramas.” 

Pero además de permanecer al acecho, estas aves también siguen activamente a los ejércitos de hormigas para atrapar los animales que huyen a su paso, aunque no depende tan exclusivamente de ellas como otras aves.  Robert. A. Johnson (1941-1958) estableció “que permanecen con las hormigas sólo durante el tiempo en que atraviesan ciertos sectores del bosque … Estas aves acompañan a las hormigas sólo durante ciertos días o en ciertos sectores del bosque.

Cuando se alimenta con las hormigas legionarias, como hacen frecuentemente, estos motmots comúnmente se posan apenas más alto de la altura de la cabeza y capturan los insectos y otras pequeñas criaturas fugitivas, principalmente en el follaje y los troncos, pero ocasionalmente descienden brevemente al suelo para capturarlos.” (Skutch, 1971)

He visto a uno comiendo una lagartija, y a otros alimentándose con bayas de arbustos y árboles de la selva.” (Wetmore, 1968).

 

El yeruvá es conocido en Paraguay como Guyra Toro pareciendo que su nombre derivaría de su profunda voz, sin embargo el naturalista William Foster  lo explicaba de esta forma: “Este es el Guiratoro (ave toro), nombrada así no en relación a su voz, sino en relación a sus peculiares hábitos de nidificación. Por las colinas de Sapucay la presencia del ave se hace saber enseguida por las enormes excavaciones, que a menudo miden 1,20 metros al través, como si un toro con rabia hubiera arado la tierra. La entrada tiene forma de embudo, y se angosta a unos 15 cm de ancho, siendo los huevos puestos en el fondo.”  (Chubb, 1910)

 

El yeruvá parece gustar de la soledad, pero Alexander Skutch (1971) en Costa Rica Alexander Skutch (1971) observó en Costa Rica de su especie hermana, el Barranquero Pechicastaño​ (Baryphthengus martii),  “13 juntos, antes de la salida del sol, una mañana a fines de abril, en un fragmento de selva entre la casa y el río. Estaban sumamente excitados, se movían por ahí y vocalizaban mucho, pero no se los vio pelear. Uno tenía en su pico algo verde que era aparentemente el fragmento de una hoja”. Lo cual hizo pensar al naturalista que se trataba de alguna forma de cortejo.

Alexander Wetmore (1968), refiriéndose a la misma especie en Panamá decía: “Este motmot es una especie selvática, encontrada comúnmente en parejas, y más a menudo oída que vista. Descansan tranquilamente en perchas horizontales, parcialmente ocultos en el sotobosque alto, o entre las hojas de los niveles más bajos de la copa de los árboles del dosel. … regularmente mueven la cola como un péndulo de un lado al otro, con el cuerpo casi inmóvil y la cola moviéndose en arco.”  Esta conducta le vale el nombre de Pájaro Reloj o  Relojero, por la forma que mueve su cola de lado a lado como un péndulo. Este autor ya advertía también los problemas para su conservación: “Esta especie es afectada seriamente por la tala de los bosques que constituyen su  hábitat.”


Motmot hoûtou (Momotus momota)
sobre una porción de racimo de frutos de palmera aceitera
Dibujo de Jean-Theodore Descourtilz (Descourtilz, 1834).


En Brasil, Jean-Theodore Descourtilz también hizo interesantes comentarios sobre el Momot Houtou (Momotus momota), es decir nuestro Burgo (Descourtilz, 1834):

"Elige los bosques con matorrales, aquellos  donde la luz del día penetra con dificultad y donde reina el más lúgubre silencio, aquellos, en fin,  donde los rugidos sordos de los jaguares  y los silbidos del tapir llenan el alma de un sentimiento de temor que las voces resonantes de los monos no son adecuadas para disipar. El vuelo de estas aves  es rápido pero corto, debido al poco desarrollo de sus alas.  Pasivos, hacen muy poco uso de ellas, pasa el día en tierra o salta sin gracia pero con velocidad, con las patas bien abiertas, con saltos rectos u oblicuos, articulando con una voz fuerte y sonora las sílabas «huú-tuuu - hú-tuuuu» a intervalos más o menos grandes. Se posan en las ramas más bajas en una actitud inquieta que parece probar que no le es habitual. Si el Houtou alza el vuelo desaparece sin ruido en medio de las ramas y sólo el movimiento del follaje golpeado por el aire que impulsan sus alas denuncia su paso, parece realmente desvanecerse como una sombra; de ahí el nombre de Alma de Gato que le dan por las mismas razones que al Batará Gigante (Batara cinerea) y al Anó grande (Crotophaga major), los que al momento de huir volando dan un grito ronco que recuerda al de ese mamífero.”

El Hotou vive solitario, es curioso pero muy desconfiado; tiene pocos enemigos entre las demás aves, sabe alejarse, los asusta haciendo castañetear su pico con fuerza; anida en las cuevas cavadas en la tierra por los tatúes, y quizás pasa allí una parte del día, huyendo de la claridad como algunos búhos, cosa probable por el tamaño de sus  ojos. Los frutos pulposos caídos de los árboles nutren al Houtou, que redobla sus esfuerzos un  poco antes del fin del día para alcanzar la altura en la cual está suspendido el fruto de las palmeras, cuyas drupas le disputa a las yacutingas que se reúnen a la misma hora y en el mismo lugar. Un grito ronco  anuncia que ha tenido éxito en alcanzarlos. A la mañana cuando el fuego de las estrellas palidece y los leves vapores que preceden el alba circulan por la montañas, el Houtou es la primer ave cuyas voces saludan al día, aun cuando los otros animales están aún sumidos en el sueño.” (Descourtilz, 1834)

 

Charles Waterton (1879) en sus recorridos por Guyana, refiriéndose a esta misma especie, relataba lo siguiente:  “El Houtou, un pájaro solitario, y que solo se encuentra en los rincones más espesos del bosque, articula claramente, «houtou, houtou», en un tono bajo y quejumbroso, una hora antes del amanecer. “Esta ave parece suponer que puede aumentar su belleza recortándose la cola, que somete a la misma operación que nuestro pelo en la peluquería, sólo que con la diferencia de que utiliza su propio pico, que es dentado, en lugar de tijeras; tan pronto como su cola ha crecido por completo, comienza aproximadamente a una pulgada del extremo de las dos plumas más largas y corta las barbas a ambos lados del cañón de la pluma, dejando un espacio de aproximadamente una pulgada de largo: el macho y la hembra embellecen sus colas de esta manera, lo que les da una apariencia notable entre todas las demás aves. Si bien consideramos que la cola del Houtou está manchada y defectuosa, si él se encontrara entre nosotros, probablemente consideraría nuestras cabezas con el pelo cortado y calvas, de la misma manera.”

El que desee observar a esta hermosa ave en sus lugares nativos, debe estar en el bosque al amanecer de la mañana. El Houtou rehúye la sociedad del hombre: las plantaciones y las partes cultivadas están demasiado perturbadas para comprometerlo a establecerse allí; los bosques espesos y lúgubres son los lugares preferidos por el solitario Houtou. En esos páramos extensos, al amanecer, lo escuchas articular, en un tono característico y triste, «houtou, houtou». Muévete con cuidado hacia donde proviene el sonido y lo verás posado en el sotobosque, a un par de metros del suelo, con su cola moviéndose hacia arriba y hacia abajo cada vez que emite su «houtou». Vive de insectos y bayas entre la maleza, y muy rara vez se le ve en los árboles altos, excepto en el árbol falso siloabali [Eperua], cuyo fruto le agrada. No hace nido, sino que cría a sus pichones en un agujero en la arena, generalmente en la ladera de una colina.” (Waterton, 1879)

 

En la misma región Robert Schomburgk (1922) aventuraba esta otra hipótesis: “Debo corregir la observación, hecha ya muchas veces, de que el Momotus después de que se vuelve completamente adulto, pica las barbas de ambos lados de los cañones de las plumas más largas de la cola a una pulgada de la extremidad, siendo su falta debida a otra causa. El ave, como es sabido, es muy aficionada a elegir para su nido una pequeña depresión en la ladera de una colina o en algún otro terreno elevado. Durante la temporada de incubación, cuando el macho y la hembra se relevan regularmente, giran sobre los huevos con mucha frecuencia, por lo que las barbas de las largas plumas de la cola que se proyectan más allá de los bordes del nido se deshilachan y estropean considerablemente. El Hutu-hutu que atiende con esmero el acicalado de sus plumas intenta ahora, al salir del nido después de la eclosión, de volver a recortar su plumaje, y como lo hace varias veces al día, las plumas arruinadas por los bordes del nido, se sacrifican por su amor a la prolijidad. La indicación más segura de que un ave joven aún no se ha posado sobre sus huevos son las barbas aún intactas de las dos largas plumas de la cola.”

Sin embargo para este carácter del ave que le vale el nombre de Pájaro Raqueta, Goeldi (1894) favorece la opinión de Waterton en el sentido que el ave arranca las barbas con su pico sin que el acto de nidificar tenga que ver con ello. La ciencia moderna encuentra que las barbas, en la zona que éstas se pierden, presentan una unión más débil al raquis y además poseen menos melanina, pigmento que da resistencia a las plumas. Por lo tanto la pérdida de las barbas se produce con facilidad por frotamiento contra el sustrato o por el acicalado normal sin que requiera un comportamiento específico. Este carácter podría haber evolucionado por selección sexual (Murphy, 2007), aunque  su presencia tanto en machos como en hembras sugeriría alguna otra causa. Por ejemplo, la ejecución del movimiento pendular de la cola en presencia de intrusos y depredadores parecería conformar una señal al depredador de que su posible presa lo ha detectado y está alerta para escapar, con lo cual lo disuade de iniciar un ataque (Murphy, 2006).

 

El momoto diademado​ o taragón coroniazul (Momotus lessonii)

de México y América Central.

Dibujo de  Paul Louis Oudart (Des Murs, 1845-1849)




 

LA CREACION DEL YERUVÁ

La mitología mbyá-guaraní cuenta que un dios llegó a la tierra bajo la forma de Urukure’á (la lechuza). Cayó en una trampa preparada por una joven y tuvo con ella un hijo, Pa’i Reté Kuarahy, el sacerdote de cuerpo brillante como el sol. Este personaje creó entonces a su propio hermano, Jasyrã, futura luna,  con el que salió de cacería. Jasyrã lanzó una flecha a un loro, pero erró, y el loro le recriminó que estuviera cazando para los que seres que habían devorado a su madre, los Mba'e Ypy, con los que vivían los dos hermanos creyéndolos sus parientes. Entonces Pa’i Reté Kuarahy ordenó a su hermano que liberara las aves que habían cazado y tomando un lazo de güembepí (Philodendron), con el que habían sujetado a un jakú (pava de monte), lo arrojó al aire, quedando transformado en Jayrú, que es el nombre que los mbyá-guaraní  dan al yeruvá. Por eso también tiene esta ave un apelativo religioso: Jaku sãngue, cuerda que era del faisán (Cadogan, 1948)

 

 

MÁS LEYENDAS

Por sus características: notable plumaje, tamaño, comportamiento y voz, los momótidos adquirieron un lugar importante en las leyendas de las etnias americanas. Como dice Eurico Santos (1938) “Es un conjunto de hadas encantadoras, con ropajes ostentosos, largas colas y profusión de colores. Este lujo excesivo no se corresponde con su aire misterioso y su reclusión en el corazón del bosque, donde viven escondidas estas aves tan hermosas.”

 

En Brasil, en una leyenda de los indios paresíes del Mato Grosso (Santos, 1938; Días de Morais, 1979), el Juruva es el salvador del fuego, porque un día encontró a la Madre del Fuego que, dormida, había dejado apagar las llamas. El Juruva la consoló y salió volando a la montaña donde un viejo payé (hechicero) conservaba aún algunas brasas.  El ave las tomó con su pico pero le quemaban la boca, entonces la colocó entre las plumas de su larga cola como si fuera una pinza y se las llevó a la Madre del fuego que pudo recuperar así su fogata, aunque en el proceso el Juruva perdió parte de las barbas de las plumas de su cola. Esto nos dice que la leyenda se refiere probablemente al Juruva Rufo (Baryphthengus martii), ya que el yeruvá no tiene “raquetas” en su cola.

 

Entre los mayas otra leyenda se refiere al Tho, un ave sagrada que simbolizaba los cambios irreversibles de un etapa a otra de la vida. Esta ave pertenecía a la realeza de la selva y poseía una larga cola de bellísimo colorido. Para no arruinar su cola, el Tho no trabajaba y las demás aves debían procurarle el alimento. Una noche el búho avisó sobre la proximidad de una gran tormenta, todas las aves prepararon un refugio para tal evento, menos Tho, que al poco de trabajar en ello, se cansó y se refugió en su cueva, pero esta era muy pequeña y la larga cola quedó afuera. Al otro día, tras la tormenta, su cola había quedado totalmente arruinada siendo el hazmerreír de todos los habitantes de la selva.  En este relato también se explica la falta de barbas en las timoneras centrales del ave.

 

Y cerramos con esta curiosa creencia para explicar las infidelidades en Manabí (Ecuador), donde El Pedrote, tal como se conoce allí al Motmot, embaraza a las mujeres con sólo revolcarse en su orina.

ALEX MOUCHARD

 


LA CINEMATOGRÁFICA VIDA DE MONSIEUR DOMBEY (1742-1794)

 

 

Joseph Dombey – Escultura (Hamy, 1905).

Source gallica.bnf.fr / Médiathèque du musée du quai Branly - Jacques Chirac


Joseph Dombey tuvo una vida de aventuras increíbles y dramáticas.

Nacido en Francia, miembro de una familia numerosa (14 hijos), quedó huérfano de padre y madre en la adolescencia. Estudió con los jesuitas y más tarde cursó y se graduó en medicina en Montpellier. Pero su mayor interés era la botánica, materia muy vinculada a la medicina en aquellos tiempos ya que las plantas eran la fuente de la mayor parte de los medicamentos. Amigo y compañero de viaje de Jean Jacques Rousseau, fue discípulo entre otros del botánico Bernard de Jussieu quien lo recomendó para integrar la Real Expedición Botánica Española al Perú y a Chile, junto con los botánicos españoles Hipólito Ruiz y José Pavón. El principal objetivo de la misma era encontrar y recolectar plantas útiles para la medicina y la agricultura. Sus biógrafos lo consideraban un tipo agradable y alegre, de mediana estatura pero fuerte y ágil, amable y generoso y dado a los placeres, especialmente al juego y las mujeres. (Deleuze, 1804)

 

Como integrante de la mencionada expedición, Dombey permaneció en Sudamérica entre 1778 y 1785, recogiendo especímenes de animales, plantas y minerales, y objetos arqueológicos. El viaje no fue del todo tranquilo ya que tuvo muchos roces con Ruiz, debido al carácter fuerte de ambos. En una expedición de Lima a Huaura, los científicos fueron atacados por una banda de negros fugitivos que sabían que quisieron robarles las 3000 libras que llevaban para gastos. Los botánicos se trenzaron en lucha con ellos, matando a uno de los atacantes y apresando a otros tres.

Desde Lima, Dombey hizo un primer envío de materiales a España en el navío “Buen Consejo”.  Pero los corsarios británicos capturaron el buque y vendieron una parte del material al reino de España, y otra parte fue a parar al British Museum, donde hasta hoy permanece. 

Los expedicionarios se dirigieron a herborizar a las selvas de montaña, en Huanuco. Allí tampoco la pasaron bien.  El ayudante indígena de Dombey rodó con su mula por un profundo barranco y el francés sólo pudo salvarlo de la muerte izándolo con cuerdas. La humedad arruinó las provisiones, y los viajeros tuvieron que comer galletas contaminadas por cucarachas durante las seis semanas de intenso trabajo, siendo acosados además por abejas y mosquitos. Finalmente, ante la amenaza de un ataque de más doscientos indígenas chunchos, debieron huir en medio de la noche. Dombey volvió enfermo a Lima, pero al poco tiempo tuvo que pasar a Chile debido a que la rebelión de Tupac Amaru hacía muy peligrosa su estadía en Perú. En Concepción ayudó en la lucha contra el cólera y, esquivando una oportunidad de casamiento con una joven pudiente, siguió herborizando, incluyendo materiales de varios árboles característicos de nuestro sur, como el pehuén (Araucaria araucana), el roble pellín (Nothofagus obliqua) y el coihue​ (Nothofagus dombeyi). Este último fue descripto por Charles François Brisseau de Mirbel (1827), como como Fagus dombeyi, dedicándosela de esta forma: “Esta especie fue encontrada …  por el botánico a quien se la dedico.”


Dombeya palmata  (Sinónimo de D. acutangula Cav.) especie tipo del género Dombeya descripto por Antonio José de Cavanilles (1786): “En honor al señor Joseph Dombey Galli, el viajero infatigable, a quien debo algunas de las cosas que trajo de su viaje peruano y chileno.” Dibujo de William Jackson Hooker (Curtis, 1829)


 


Enviado a estudiar las minas de mercurio en Andacollo, Dombey enfermó seriamente de escorbuto y disentería, quedando muy afectada su audición.  En esas condiciones, y considerando haber cumplido su misión en América, retornó a Europa en el barco “El Peruano” con las colecciones destinadas a Francia, pero, como vimos, obligado a hacer una escala en Rio de Janeiro. El resto de la colección, destinada a España, viajaba en el barco “San Pedro de Alcántara”, que sufrió serias averías y, para evitar su hundimiento, su  carga, incluidos los especímenes botánicos, fue lanzada al mar. El convenio con España establecía que la mitad del herbario se entregaría a la corona española, de manera que los españoles retuvieron en Cádiz lo que llevaba Dombey, para separar lo que les correspondía. Esto se realizó mediante un trabajoso y sufrido proceso de apertura de los embalajes y la selección del material por parte de un botánico español.

Tres cajones de Brasil, por ejemplo, fueron aplastados brutalmente por guardias de la Aduana, quienes encontraron divertido el daño que sus martillazos causaron a una magnífica caja de insectos.” (Hamy, 1905)  

Una vez terminado este reparto, a Dombey se le permitió volver a Francia con lo que quedó de la colección (unos 2000 a 3000 ejemplares), aunque bajo la promesa de no publicar nada hasta el regreso de América de Ruiz y Pavón. Sin embargo, en Paris, Buffon entregó el herbario al botánico Charles Louis L'Héritier de Brutelle para su estudio. Y cuando España reclamó por el convenio incumplido, L'Héritier huyó con la colección a Inglaterra donde permaneció 15 meses hasta que la situación se calmó. Sin embargo, la desgracia también lo alcanzó pues más tarde murió asesinado a sablazos en  las calles de París, según se cree por uno de sus hijos.

 

Enfermo de disentería y afectado de melancolía por la disputa suscitada alrededor de su herbario, Dombey huyó de Paris y se recluyó en Lyon donde finalmente quemó sus manuscritos con descripciones geográficas, los registros meteorológicos, los informes médicos y mineros, y un estudio sobre la planta de coca. En 1794, ya recuperado, fue encargado por el Comité de Salud Pública de la Revolución para viajar a Norteamérica, a pedido de Thomas Jefferson, para presentar el nuevo sistema decimal de  pesas y medidas francés. En el Caribe, el barco en que viajaba fue desviado por una tempestad hacia Guadalupe. Allí se vio envuelto, como enviado de la República, en las luchas derivadas de la Revolución francesa y en medio de forcejeos cayó al Río Salado inconsciente. Lo rescataron con vida, pero le ordenaron salir de la colonia  y al hacerlo fue capturado por corsarios británicos. Dombey se puso la ropa de uno de los marineros para pasar desapercibido, pero los piratas descubrieron su identidad y lo encarcelaron para pedir rescate. Antes de que negociaran su rescate, murió en la prisión británica de la isla de Montserrat (Antillas Menores).

 

 

 

 

 

NOMBRES POPULARES DE LOS MOMÓTIDOS EN DISTINTAS REGIONES DE AMÉRICA

Argentina: Yeruvá, loro güí-güí.

Bolivia: Yeruvá
Paraguay (guaraní criollo): Yeruvá, loro yvyguy, maracaná yvyguy o guyra toro 
Guaraní: Gwihrá ihvigwih, marakana yvyguy. Yvyguy (subterráneo) por su costumbre de anidar en madrigueras.
Mbyá guaraní: Jiry, jayrú, yayrú.
Brasil: Estos nombres se aplican a las cuatro especies de momótidos de ese país:

Juruva, juruva-verde, jiriba, jeruba, jeruva (Sao Paulo), jirú (guaraníes de Rio Verde). Birivão (Ibiúna, São Paulo).

Pirapayá, guira-paya (lingua geral), pirapuia (Amazônia), pururu. Bururuk (botocudos).

(E)taquara, jacú-taquara, galo do mato (Bahía, Rio de Janeiro, Lagoa Santa).

Siriú, siriúva. Guan-bambú. Guira guainumbí.

Udú, hudu, uaú, tutú uritutú (Momotus momota).

Formigão. Alma de gato. Beijaflor do Sertao.

Guyana: Houtou, hutú.

Ecuador: El pedrote (Momotus momota).

Panamá: Pájaro raqueta, juró, jurocito, tamborilero.

Nicaragua: El guardabarranco (Eumomota superciliosa) es el ave nacional de Nicaragua.

Honduras: Taragón rojizo, guardabarrancos, torovoz (Baryphthengus martii).

 

 



Azara, F. de [1802]. Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992.

Cadogan, León. 1948. Guahi Rataypy. Editorial Guarania, Asunción del Paraguay, 78 pp.

Cavanilles, Antonio José de. 1786. Monadelphiae Classis Dissertationes Decem Parte. Secunda Dissertatio Botanica. 2:App. 1.

Chubb, Charles. 1910. On the Birds of Paraguay. —Part II. Ibis ser. 9, v. 4.

Curtis, Samuel. 1829. Botanical Magazine vol. 56. London.

Daubenton, Edme-Louis. 1765-1783? Planches enluminées d'histoire naturelle. Paris?

Deleuze, J.P.F. 1804. Notice historique sur Joseph Dombey. Annales du Museum National d'Histoire Naturelle, Tome Quatrième. Paris

Des Murs, Marc Athanase Parfait Œillet. 1845-1849. Iconographie ornithologique: nouveau recueil général de planches peintes d'oiseaux. Paris, Friedrich Klincksieck.

Descourtilz, J. T. 1834. Oiseaux brillans du Brésil. Paris.

Dias de Morais, Antonieta. 1979. Contos e lendas de índios no Brasil (para crianças). São Paulo, Editora Nacional. - 85 páginas

Goeldi, EA. 1894. As aves do Brasil. Primeira parte. Livraria Classica de Alves & C., Rio de Janeiro, S. Paulo.

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https://lamenteesmaravillosa.com/la-bella-leyenda-del-pajaro-toh/

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Mirbel, Charles François Brisseau de. 1827. Description de quelques espèces nouvelles de la famille des Amentacées. Mémoires du Muséum d'histoire naturelle 14.

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Wied Neuwied, Maximilian Prinzen zu. 1830-1832. Beiträge zur Naturgeschichte von Brasilien. III/IV Band. Weimar, Im Verlage des Landes-Industrie-Comptoirs. 

martes, 7 de junio de 2022

EL YASIYATERÉ - EL AVE DUENDE DE LA SELVA

 

Mbiyá coeyú

Piá rori jhá

Eyóna egueyí

Nde Yasí resá

 

Toda la Natura

se mueve gozosa

cuando tú apareces,

estrellita hermosa

 

Narciso R. Colmán  (Rosicran) - 1937

 

 

Yasiyateré Grande (Dromococcyx phasianellus

Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825) 





Son las 7 de la mañana. Amanece en la selva. Camino los senderos cerca de la cabaña donde me alojo, en la Reserva San Sebastián de la Selva, Misiones, Argentina. Escucho unos silbidos repetidos que me parecen familiares en sus dos primeras sílabas: «seee síiii». Parece el canto del Crespín (Tapera naevia), ese escurridizo cuco americano que durante las siestas del monte deja escuchar su monótona y repetida voz. Pero no, este canto que oigo termina con un  «fiirirííí». Es el Yasiyateré Chico que, como su pariente el Crespín, inunda las mañanas y los crepúsculos con su continuo cantar.

A 1200 km al norte de allí, y hace 200 años, un joven naturalista austríaco recorría el camino de Goias a Cuyabá para explorar el Matto Grosso brasileño. Un viaje difícil donde coincidía con mineros de oro y otros aventureros.  El naturalista se encontraba realizando la quinta de diez expediciones efectuadas durante su larga estadía de 18 años en Brasil. Tras algunos inconvenientes burocráticos y la enfermedad de su compañero, que lo retuvieron en San Pablo durante un tiempo, logró la autorización para  viajar,  atravesando el estado de Goiás, a Mato Grosso, una región muy poco explorada por los naturalistas de entonces.

En octubre de 1823, los expedicionarios llegaron al río Araguaia, límite entre los estados de Goiás y Mato Grosso, donde debió haber encontrado lugares propicios para colectar aves. Se detuvo allí, en la actual localidad de Registro do Araguaia, alrededor de un mes, pero debido a la escasez de comida y el consiguiente malestar de sus arrieros, retomó pronto el viaje a Cuiabá. Las fuentes del rio Araguaia y su valle superior marcan también el límite entre dos grandes biomas: la Amazonia, con sus selvas, y el Cerrado, un paisaje de suelos arenosos  y  vegetación de arbustos y árboles bajos, de escasas ramas retorcidas y duras hojas, intercalados con pastizal alto. Los bosques marginales del río constituyen un hábitat ideal para el Yasiyateré, que se desplaza por el sotobosque de cañas y arbustos muy cerca del suelo donde encuentra su alimento.

En aquellos años del siglo XIX la caza y recolección de especímenes era la única forma de registrar la presencia de especies en una región y determinar si eran nuevas para la ciencia. Imagino que nuestro naturalista habrá escuchado un canto desconocido y repetido, y disparó hacia la mata de arbustos donde sólo había observado una sombra fugaz. En la búsqueda posterior encontró que había derribado una llamativa ave, de copete castaño, dorso pardo, y cola ancha y escalonada con los extremos de las timoneras de color blanco. Se trataba de un ejemplar macho de un cucúlido desconocido. Las alargadas plumas supracaudales con puntos blancos le habrán recordado a las del pavo real, cubiertas de vistosos “ojos”, por lo que le dio el nombre de Coccyzus pavoninus. Tal vez los indígenas le informaron su nombre guaraní, Yasíyateré, evidentemente onomatopéyico. Algunos  derivan este nombre del tupí  jasy: luna; y  jateré: que fue, fragmento,  es decir “el que fue luna”. Y tal nombre se daba a un personaje mitológico de pequeño tamaño y tez blanca como la luna, y que por su presencia esquiva se ha asimilado con el ave.

El joven al que nos referimos, llamado Johann Natterer, conocido como el “príncipe de los colectores”, fue uno de los más capacitados naturalistas europeos que transitó por Sudamérica en el siglo XIX.

 

 

LOS YASIYATERÉS

 

En esta introducción estuvimos hablando del Yasiyateré Chico (Dromococcy pavoninus) pero existe otro, el Yasiyateré Grande (Dromococcyx phasianellus), muy raro en Argentina y muy parecido a su congénere aunque con mayor tamaño, cola más ancha, parte inferior beige (no ocre) y algunas manchas a los lados del cuello. El canto tiene una estructura similar pero es más lento y con sílabas más alargadas

Esta especie fue descubierta en Tonantins, en el Alto Río Amazonas de Brasil,  por otro integrante de la misma expedición austríaca con la que había llegado al Brasil Natterer, se trataba del naturalista alemán Johann Baptist von Spix,. De costumbres parecidas, para el saber popular ambas se confunden en una, porque además parecen reemplazarse una a la otra en su distribución.

“El «yasy-yateré», a juzgar por el silbo clásico que le ha merecido su nombre onomatopéyico, tan frecuente y conocido en el norte de Misiones, es ave común del sotobosque sombrío. Con las primeras sombras del crepúsculo comienza su canto con efectos de ventriloquÍa, pues nunca es posible localizar el lugar, exacto de donde proviene. De madrugada, antes de aclarar, repite sus notas melancólicas, que dan impresión de lejanía. Entre silbo y silbo hacen una pausa de unos quince segundos y lo repiten hasta más de media hora. Los dos primeras notas son exactamente iguales al canto del Tapera naevia (chochi). Por excepción salen de los matorrales oscuros. En presencia de extraños levantan y abren la cola con movimientos convulsivos, erizando el copete; luego se escurren casi sin aletear por entre la maraña.” (Giai, 1951)

“Los indígenas paraguayos la llaman «zonzí»; su voz, que consta de una serie de silbos (. -, - .. ), es conocida a través de las historias criollas como la del fantasma «yasy-yateré» que castiga al que la imita.” (Neunteufel, 1951)

“En ciertas estaciones del año, y no en todos los años, se oye cantar «yasih-yatere» toda la noche, cambiando de sitio continuamente, como si la voz caminase nmcho, pero ésta aunque exactamente idéntica a la que se oye de día, es más débil y no sonora; yo la perseguí, muchas veces de noche, sin poder descubrir de donde venía; ya me parecía que estaba lejos, ya parecía bajo mis pies, ya por un lado ú otro, en fin, a pesar de la claridad de la luna, jamás pude ver nada. Todo esto hacía dudar de que fuera mi ave y en caso de serlo, había que admitir que camina mucho de noche; eso de no poder apreciar la distancia, viene de su extraña voz, muy débil, pero que se oye de lejos.” (Bertoni, 1901)

“De aquí viene la leyenda de los guaraní; ellos habrán observado estas particularidades, que les parecerían misteriosas, y como querían una explicación, habrán inventado las numerosas fábulas que cuentan del Djasih-djateré. Los indios Ihvihinrokái (de orígen tupí) no creen en las fábulas del Djasih-djateré; dicen que el que canta de día es un Tshotshí (Diplopterus naevius) [el crespín, Tapera naevia], confundiéndolo con el mío, y el que canta de noche dicen que es el Tshiví guasü (Felis pardalis) [el ocelote Leopardus pardalis].” (Bertoni, 1901)

“Los indios guaraní, que no saben que el tal ser misterioso no es otra cosa que un ave, ó un mamífero que se presenta sin otra intención que la de robarles sus gallinas, lo temen mucho y no  se atreven ni a imitar su canto durante la noche, contando de él infinidad de fábulas, que casi siempre son funestas para las familias.” (Bertoni, 1901)

En Brasil se lo conoce como Peixe-frito («pescado frito«), nombre que también se aplica a la Peitica, Sací o Crespín (Tapera naevia), ya que las dos sílabas de su canto, según interpreta la gente, dirían esas palabras, como si fuera un vendedor de pescado, que incansablemente ofrece su mercadería.

“El «Peixe-frito» es, al igual que el «Sací», un malandrín, ya que no suele preocuparse por construir el nido, ni incubar los huevos; prefiere abusar de la paciencia y simpleza de los demás pájaros, que no entienden el engaño y cuidan con todo cariño a sus hijastros, mientras el señor «Peixe-frito» se cuida pensando, quizás, que no hizo poco.” (Von Ihering, 1940).

Adolfo Neunteufel comprobó que el Yasíyateré chico desova en los nidos de varios pájaros de pequeño tamaño como la mosqueta cabeza canela (Poecilotriccus plumbeiceps), la mosqueta de anteojos (Hemitriccus diops), la mosqueta enana (Myiornis auricularis) y la choca amarilla (Dysithamnus mentalis).  (Neunteufel, 1951). Es inconcebible pensar como una mosqueta de sólo 6 gramos de peso puede alimentar al pichón de un ave que cuando adulta pesa 48 gramos, es decir 8 veces más, y cömo la hembra del parásito puede poner su huevo en un nido que es una bolsa suspendida con una entrada lateral de dificil acceso. (Sick, 1962)

 


Pichón de Yasiyateré Chico siendo alimentado
por la pequeña Mosqueta Cabeza Canela

(Sick, 1962)





 

LA LEYENDA DEL YASY-YATERÉ

 

En distintas partes del mundo, curiosamente, las aves de la familia Cuculidae, empezando por el cuco europeo (Cuculus canorus) han impregnado las culturas con multitud de cuentos y leyendas. Quizás por su transitar furtivo entre las ramas, sus curiosos cantos y el comportamiento de muchas especies que son parásitos de cría dejando sus huevos para que aves de otras especies los incuben y críen los pichones.

Tal vez abonadas por el comportamiento sigiloso y el silbido ilocalizable se han desarrollado una cantidad de leyendas que se refieren a un ser fantástico e invisible o visible para muy pocos, donde se mezclan atributos de las dos especies de yasíyaterés y del Crespín, que en el ámbito criollo argentino tiene también un profuso folklore.  Pero hay otros candidatos que en Brasil llevan el nombre «sací» como el Tingazú (Piaya cayana), varios paseriformes y hasta una lechuza.

“Existe en Misiones la firme creencia de que existe un pequeño pajarillo que emite un agudísimo silbido imitando su propio nombre. Quienes lo han visto aseguran que tiene diversos colores, amarillo, rojo muy vivo. Una característica singular ha rodeado a este pájaro de supersticioso temor. Si alguien grita imitándolo, no termina de hacerlo cundo el mismo ya está silbando y revoloteando a su alrededor. Se dice que para liberarse del silbido, y de la persecución en las horas de la siesta, hay que rezar tres padrenuestros y tres avemarías.” (Zamboni & Biazzi, 1983)

Dice Ambrosetti (1917): “A pesar de todos mis esfuerzos y averiguaciones no he podido ni siquiera dar con su descripción; unos dicen que es del tamaño de una paloma y de plumaje parecido al de las gallinas guineas; otros, en cambio, me han asegurado que es pequeño y de color oscuro, etc., de modo que reina aún entre aquella gente una gran confusión respecto de él.”

El historiador brasileño Luís da Câmara Cascudo ha hecho un pormenorizado análisis de estas leyendas a las que atribuye un origen ciertamente ornitológico.

En principio nos aclara que ningún antiguo cronista del Brasil menciona al personaje llamado Sací o Sací Pereré (una inocultable onomayopeya del canto del ave), y cuyo mito se ha extendido por todo Brasil y los países vecinos. Alguna etimología deriva el nombre Sací de ang = alma, y cy = madre, porque el Tingazú era sagrado entre los goyatacas o tapuias (indígenas no tupíes, de lengua Gê), porque recibía las almas de los muertos.

En Paraguay es donde más se relaciona al personaje con el Yasiyateré Grande, mientras que en Argentina se lo asimila al Crespín.  Probablemente desde Paraguay la leyenda de este personaje se propagó hacia el norte transformándose de un enano rubio con sombrero, en un negrito cubierto con una capucha roja y finalmente, ya en el Amazonas, en una vieja o viejo hechiceros.

En el sur, en Paraguay y Argentina (Misiones, Corrientes) se muestra como un niño de unos dos a siete años, o bien un hombrecito o enano, muy bonito, de cabellos dorados y ondulados, ojos azules o amarillos, barba, sin orejas, que emite un feo olor. Anda desnudo o con una capa amarilla y un sombrero de paja.  Es una criatura de la selva que vive en lo más espeso de los tacuarales, dentro del hueco de un árbol y sale durante las siestas del verano o en las noches de luna llena. Al caminar sólo imprime la huella de su pie izquierdo. Posee una varita o bastón de oro que tiene el poder de hacerlo invisible y dejar inertes a sus enemigos. Es, como el ave Yasiyateré, “el que se oye pero no se ve". La empuñadura de su bastón tiene un silbato con el  que imita el canto de dicha ave, en la cual también puede transformarse. Otros creen escucharle un grito o un silbido ensordecedor. Se alimenta de fruta, huevos y miel que extrae con una pequeña hacha.



¿Por aquí pasó el duende?
Huella de un pequeño pie izquierdo
en el Sendero Macuco (Parque Nacional Iguazú) 
Foto: Alex Mouchard



Roba niños (no niñas), juega con ellos y les ofrece miel y frutas. Finalmente los deja enredados en los isipós o lianas, incapaces de recordar su experiencia. Pero si les da un beso en la boca o les lame la frente, quedan locos, idiotas o sordomudos, aunque por fortuna son síntomas transitorios, especialmente si se  vuelve a bautizar a los niños. También se acerca a los campamentos para robar fuego, ya que no sabe cómo encenderlo, y se esconde en los hornos de barro.

El personaje en cuestión no causa ningún daño importante, es más bien travieso y algo malicioso, pero parece mayormente inofensivo, aunque algunos afirman que puede ahogar a los niños en el río.  Y otros afirman que con su silbido confunde a los viajeros y los extravía para llevárselos a su hermano Aó-Aó que es caníbal.

En Misiones, “según cuentan, no es un pájaro el que silba de ese modo, sino un enano rubio, bonito, que anda por el mundo cubierto con un sombrero de paja, y llevando un bastón de oro en la mano. Su oficio es el de robar los niños de pecho que lleva al monte, los lame, juega con ellos, y luego los abandona allí, envueltos en isipós (enredaderas). Las madres, desesperadas al notar su falta, salen a buscarlos, y, guiadas por sus gritos, generalmente los encuentran en el suelo; pero desde ese día, todos los años, en el  aniversario del rapto del Yasy-Yateré, las criaturas sufren de ataques epilépticos.” (Ambrosetti, 1917)

Este enano raptor, explica Ambrosetti, tenía la costumbre, como algunos indios, de raptar niños y mujeres, produciendo un gran desasiego entre éstas. “Hallándome en un galpón de yerbateros, situado cerca del arroyo Itaquirí, en el interior de la jurisdicción de los yerbales de Tacurú-Pucú, de mañana, al levantarme, supe que las mujeres de aquel lugar no habían podido dormir la noche anterior, pues habían oído silbar al Yasy-Yateré.”

Pero “no sólo roba a las criaturas sino también a las muchachas bonitas, las que son a su vez abandonadas, y el hijo que nace de esta unión, con el tiempo será Yasy-Yateré … Si algún mortal puede arrancar al Yasy-Yateré su bastón de oro, adquiere por este solo hecho sus cualidades de Tenorio afortunado.” (Ambrosetti, 1917)

“El hombre que consiga apoderarse del bastón del Djasih-djateré, será invencible siempre que lo lleve en la mano, al paso que el Djasih-djateré pierde todo su poder; pero es cosa difícil apoderarse del bastón, porque tocarlo sería como tocar una máquina eléctrica, es necesario que el dueño lo abandone, para poder cogerlo. Hay sin embargo un medio de quitarle el bastón, y esto es proporcionándole bebidas alcohólicas, en ademán de hacerse su amigo; de esta manera se consigue hacerle tomar hasta que quede ebrio y abandone el bastón pata dormir. Cuentan de un hombre, que consiguió apoderarse del maravilloso bastón, que, a pesar de su poder sin límites, en ninguna parte podía estar tranquilo, porque el Djasih-djateré le seguía por todas partes, llorando y pidiendo de rodillas que se lo devolviese, pero que el tal hombre no accedió por temor á la venganza ó por no perder su poder. Sin embargo el mejor partido es devolvérselo amistosamente y hacerle jurar fidelidad, porque, tarde ó temprano, siempre consigue recuperar su bastón y por consiguiente su poder, siendo terrible la venganza.” (Bertoni, 1901)

 “Otro modo de engañarlo es tirándole las cuarenta barajas. Como le gusta mucho jugar, levanta las cartas y se olvida del bastón. Al mazo de barajas hay que quitarle las sotas.” (Bossi, 1995)

Para evitar que haga daño se le puede dejar en las picadas por donde transita, choclo  o tabaco para mascar, y con esto se consigue su valiosa amistad.

“Pero si por desgracia su amigo se olvida una sola noche de proporcionarle el regalo habitual, se enfurece y se hace enemigo implacable, siendo temible e inevitable la  venganza.”  (Bertoni, 1901)


Una vivienda ideal para el duende. Ivirá Pitá (Peltophorum dubium

de gran tamaño con el tronco ahuecado. 

Foto: Alex Mouchard


Si rapta una niña, “luego la lleva al bosque y la introduce en el agujero que le sirve de habitación; allí la alimenta durante algunas semanas con miel de abeja y después de satisfechos sus deseos, la devuelve á su familia, pero completamente enloquecida, por efectos de ciertos polvos, que el Djasih-djateré introduce en la miel que le da para alimento durante el cautiverio.” (Bertoni, 1901)

 

 

LA PASIÓN DEL YASÍ-YATERÉ (fragmento)

 

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“En el momento de la siesta, le ofrecieron a Anahí una hamaca, pero ella prefirió recorrer el campo; le dijeron que era la peor hora, que lo de las víboras, que lo del Yasí-Yateré, que lo del calor; pero no hubo excusas que la atajaran...
Anahí tomó por el sendero que da a los cerros, prefería el fresco de los bosques o meterse en uno de los saltos de agua. En eso, escuchó el silbido de un pájaro que le atrajo, metiéndose aún más en la espesura hasta observar en un claro a un bello joven, rubio, y de cabellos ensortijados, que extraía la miel salvaje del tronco de un árbol; era extraña su habilidad, las abejas lo rodeaban, pero ninguna lo picaba. Se acerco muy sigilosamente para que el joven no la advirtiera, pero él giró para mirarla desde la profundidad de unos ojos celestes, aún más claros que el cielo. Anahí quedó clavada en esa mirada sin advertir que de pronto él estaba a su frente ofreciéndole con un dedo la miel a sus labios mientras le decía: «mde porä, mita-cuñaí».”


“Anahí jamás había probado una miel tan dulce y perfumada a flores como aquella. Tras la miel él comenzó a cantarle muy dulcemente al oído bellas melodías en guaraní. Luego, la indujo hasta el recodo de un arroyo, la recostó en la playa, y entre caricias y besos fue quitándole las ropas, la untó toda con miel mientras la tomaba con su lengua y la comisura de sus labios hasta quedar inmerso entre las piernas de ella, (que ansiosa aguardaba el celestial momento...). La poseyó incansablemente; a medida que transcurría el tiempo aumentaban en excitación y se deshacían en gemidos y mayores ganas que prolongaban una y otra vez el éxtasis del momento inicial.”

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                                                                                 Cuento de Norberto Eugenio Petryk

 

 

 

 


Vigencia de la leyenda en esta nota periodística 

del diario misionero “El Territorio” 

(https://cdn.elterritorio.com.ar/nota.aspx?c=5322044337104616)





 “El yasí yateré es el guardián de la selva, símbolo de lo útil y bello que debe ser preservado de toda destrucción insensata. Le temen por eso especialmente los hacheros, los cosechadores de yerba mate y quienes depredan el monte de cualquier otra forma.” (Colombres, 2001)

“Genio guardián de las florestas, dicen que en el incendio del verano nordestino atraviesa la selva acompañado por una nube dorada de abejas que forman su cortejo. Él simbolizaría la Belleza y su representación lo confirma, pues le atribuyen singular encanto («luz de luna en los ojos, largo cabello rubio ensortijado, extraña sugestión en la sonrisa, irresistibles propiedades para conquistar mozas a las que rapta y ama, dejándoles un hijo que heredera su condición de Yasí-Yateré»).” (Alba, 1965)

“La tradición agrega que el hechizo mediante el cual se transforma a voluntad en cigarra, en cigüeña, en pavita del monte o en apuesto galán si así conviene a sus maniobras para seducir cuantas doncellas quiere, es debido a los poderes mágicos de cierta hierba que se denomina «caaruvichá» y que él sólo consigue”.  (Alba, 1965)

 

En la mitología guaraní Yasí Yateré («fragmento de luna» o  «el que fue luna»), es el cuarto hijo de Taù (espíritu del mal) y de Keraná (diosa del sueño) y es promotor de la fecundidad. Este personaje podría originarse en el Jakarendy  de los aché-guayakíes (etnia guaranizada de Paraguay) que es también un enano blanco, que lleva arco y flechas hechas de tallos de helechos, y extravía a los viajantes (Cadogan, 1955; Colombres, 2001).

Los indígenas mbyá-guaraníes,  que llegaron a Misiones, a mediados del siglo XIX, sabían de los yakaundíes, pequeños y morenos, que vivían de la caza y de la miel, imitando el canto del yasiyateré y siendo capaces de ocultarse bajo tierra. Una más de muchas otras referencias similares sobre etnias de pigmeos en Sudamérica.

Sin embargo, la falta de referencias antiguas sobre este monstruito hacen suponer a algunos autores un mito europeo que llegó a estas tierras con los colonizadores. En Europa existe infinidad de estos seres en las leyendas: kodoldes, curilos, elfos, trolls,  lemures, lutinos. Plinio relató sobre el Ciopodo un ser muy veloz con un solo pie, aunque tan grande que le servía a modo de sombrilla para cubrirse del sol y dormir la siesta. Y esto es interesante porque en el norte de su distribución se atribuye al Sací el tener un solo pie, al igual que el Ketronamun de los mapuches.


Yasy Yateré.  Óleo sobre lienzo de Dario Ojeda. 

Museo Provincial de Bellas Artes "Dr. Juan R. Vidal". Corrientes (https://museovidal.wixsite.com/corrientes/mitologia-guarani)





En Brasil, especialmente en los estados de Rio Grande do Sul y Paraná,  la aparición de las leyendas del yasi yateré hacia el siglo XVIII, en coincidencia con las migraciones tupí-guaraníes desde el sur, concluye da Camara Cascudo, revelan que el mito es sureño y que fue agregando atributos de seres mitológicos nativos,  europeos y africanos, tales como la monopodia, la capucha roja, la mano perforada y pesada, el pedir fuego para fumar, la negritud, etc. Y en ese viaje mítico fue incorporando hazañas a su prontuario y se fue mezclando con otros seres fantásticos. Pues la mitología brasileña indica que  Jaci (la Luna), madre de la selva, tiene como divinidades subalternas al Saci-cererê, al Mboitatá, al Urutaú y al Curupira (Couto de Magalhães, 1876). El personaje adquiere una multitud de nombres además del citado: Matim-pererê, Matim-taperê, Matí-saperê, Matinta-pereira, etc.

“El Saci, según las creencias del salvaje, es un mestizo, que no evacúa ni orina y vive junto a una vieja horrible. Por los senderos del bosque, por las picadas, camina la vieja bruja, cantando una enigmática canción. Una  canción “que canta a ritmo  con el ave, ya conocida nuestra. Hay, pues, entre el ave y el diabólico mestizo,  íntimas y estrechas relaciones,  si es que el endemoniado no es más que una de sus muchas transformaciones.” (Santos, 1938)

El diablillo goza molestando a los viajeros, asustándolos o haciéndolos extraviar. Se les aparece como un ser de un solo pie, un muchacho con capucha roja, a veces cabalgando en un cerdo bravío, o como un viejo negro que pide fuego.

 

Como dicen los versos populares:

 

Es el alma de un mestizo

Haciendo bromas en el sertón

Montando el pecarí más salvaje

Cruzando valles y ríos

Con la  pipa en la mano.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Al pobre viajero

embruja y ataca a mitad de camino;

Y pide humo y fuego, y sin demora

le enséña, el Caipora*,

su pequeña pipa negra.

 

Servido en lo que pide,

al fin de cuentas justas,

se sale con la suya corriendo...

De lo contrario, si no está satisfecho,

hace cosquillas a la gente

y les hace reír hasta morir.

 

(*) Caipora: Otro nombre del pequeño ser mítico de la selva.

 

“. . . una especie de ser fantástico, representado por un hombre negro, que, con un gorro rojo en la cabeza, … frecuenta los pantanos de noche. Si pasa un caballero por la vecindad, Saci le hace toda clase de travesuras, con el fin, en realidad muy inocente, de divertirse a costa de los demás. Tira de la cola del caballo para que deje de caminar; se sube a la espalda del jinete, y practica otras travesuras, hasta que el jinete, al reconocerlo, lo espanta y en este caso Saci sale corriendo con una gran carcajada. Las hazañas que se cuentan de este ser imaginario son inimaginables; y sin embargo, hay que decirlo en homenaje a la verdad, hay mucha gente que les da crédito. También se le llama Saci-cereré y Saci-peré, y éste es unípedo.” (Beaurepaire-Rohan, 1889)

Finalmente  las relaciones del Sací con los cucúlidos se extenderían al Anó (Crotophaga ani) quien sería el “dueño” del Sací y podría también tomar su aspecto. Por eso quien mate al Anó pasaría a dominar los poderes del Sací (Santos, 1938; Contreras, 1998/99):

 

Matinta Pereira:

El Anó ya se murió,

¡Quien te gobierna soy yo!

 

 

 

 

EL YASY YATERE


Hoy que me encuentro distante
De tus yerbatales
Siento la brisa templada de tu Paraná
Oigo cantar al zorzal, desde acá
Que con su trino, me hace pensar
En tus floridos lapachos y el rojo ceibal
Quiero volver a mi tierra, teñida de sangre
Salpicada por la sangre del pobre mensú
Ver las pitanga y el araticú
Que madurando junto al guaviyú
Cuelgan sus ramas en salto como el Yguazú

El viento jugando va
En medio del guayabal
Cruje de pronto el yerbal
Saludando al parecer
Porque ha pasado silbando
El Yasy-Yateré

El sol curioso se asoma sobre el horizonte
Para mirar una yunta de bueyes, que van,
Con el hombre abriendo surcos están
En la esperanza de poder llevar
Ya cosechada la yerba, hasta el barbacuá
Entre la siesta en silencio a dormirse en la selva
Sobre el cardal perfumado por el yrupé

 

Un rubiecito pequeño se ve
De oro el bastón, que le llega a los pies.
Es el Yasy-Yateré.

 

Chamamé, letra y música de Alcibíades Alarcón

 

 

 

 

 

EL YASY-YATERÉ (YACIYATEÉ)

 

 

La gente del sur dice que el yaciyateré es un pajarraco desgarbado que canta de noche. Yo no lo he visto, pero lo he oído mil veces. El cantito es muy fino y melancólico. Repetido y obsediante, como el que más. Pero en el norte, el yaciyateré‚ es otra cosa.

Alguien ladró de pronto —o, mejor, aulló; porque los perros de monte sólo aúllan—, y tropezamos con un rancho. En el rancho habría, no muy visibles a la llama del fogón, un peón, su mujer y tres chiquilines. Además, una arpillera tendida como hamaca, dentro de la cual una criatura se moría con un ataque cerebral.

—¿Qué tiene? —preguntamos.

—Es un daño —respondieron los padres, después de volver un instante la cabeza a la arpillera.

Estaban sentados, indiferentes. Los chicos, en cambio, eran todo ojos hacia afuera. En ese momento, lejos, cantó el yaciyateré. Instantaneamente los muchachos se taparon cara y cabeza con los brazos.

—¡Ah! El yaciyateré —pensamos—. Viene a buscar al chiquilín. Por lo menos lo dejará loco.

Les hablamos de paños de agua fría en la cabeza. No nos entendían, ni valía la pena, por lo demás. ¿Qué iba a hacer eso contra el yaciyateré?

Creo que mi compañero había notado, como yo, la agitación del chico al acercarse el pájaro.

De pronto, a media cuadra escasa, el yaciyateré cantó. La criatura enferma respondió con una carcajada.

Bueno. El chico volaba de fiebre porque tenía una meningitis y respondía con una carcajada al llamado del yaciyateré.

… Alguien, que cantaba afuera, se iba acercando, y de esto no había duda. Un pájaro; muy bien y nosotros lo sabíamos. Y a ese pájaro que venía a robar o enloquecer a la criatura, la criatura misma respondía con una carcajada a cuarenta y dos grados.

 

Cuento de Horacio Quiroga (1921).

 

 

 

 

EL YASY-YATERÉ

 

 

De todas las fuerzas

ignotas y oscuras

que vagan inciertas

por las espesuras,

no hay otra más honda,

más dulce y temible,

que aquella que encarna

el ente invisible,

el ser proteiforme

de mágico encanto,

que llama y que atrae

soltando su canto.

 

Yasy-Yateré,

la del nombre suave,

que a veces adquiere

la forma de un ave,

es fuerza hechizante,

fatal cual ninguna,

que juntas generan

la selva y la luna.

La noche infinita

la fronda y Yasy,

dan vida a la hermosa

mujer Porá-sy.

 

Es ella quien llama

cantando su queja,

se muestra, se oculta,

se ofrece y se aleja.

De todas las fuerzas

ignotas y oscuras

que vagan inciertas

por las espesuras,

no hay otra más honda,

más dulce y temible,

que aquella que encarna

el ente invisible,

el ser proteiforme

de mágico encanto,

que llama y que atrae

soltando su canto.

 

Yasy-Yateré,

la del nombre suave,

que a veces adquiere

la forma de un ave,

es fuerza hechizante,

fatal cual ninguna,

que juntas generan

la selva y la luna.

La noche infinita

la fronda y Yasy,

dan vida a la hermosa

mujer Porá-sy.

Es ella quien llama

cantando su queja,

se muestra, se oculta,

se ofrece y se aleja.

 

 

                                                         Poema de Franklin Ruveda (1992)

 

 

 

Johann Natterer y su firma
(Goeldi, 1896)



JOHANN NATTERER, EL PRÍNCIPE DE LOS COLECTORES

 

Ver El HALCON APLOMADO (Falco femoralis) Y EL HIJO DEL HALCONERO: JOHN NATTERER

 

El naturalista Johann Baptist Von Natterer  (1787-1843) tenía un padre, Joseph,  zoólogo, halconero y preparador que conservaba una colección de historia natural  en Laxenburg, muy cerca de Viena. Obviamente con ese antecedente las habilidades de Johann se dearrollaron ampliamente en cuanto a la captura y taxidermización de especímenes. En 1806 en base a la colección de Natterer se creó el Gabinete Imperial de História Natural (Kaiserlich-Königliches Naturalien-Cabinet) dirigido por el médico Karl Franz Anton Ritter von Schreibers, quien designó a Joseph como supervisor, y a su hijo Johann, como adjunto. Esta cercanía al gobierno imperial permitió a Johann asistir a numerosas actividades científicas en la Universidad de Viena y en la Academia Imperial, lo que acrecentó sus conocimientos.

 

Con sólo quince años de edad participó  de varias expediciones naturalistas en Hungría, Áustria, Croacia, Turquia e Italia. En 1810, se encontraba en la tarea de trasladar piezas del museo para protegerlas de la voracidad de los ejércitos napoleónicos, cuando  conoció en Rumania a  Ferdinand Dominik Sochor, cazador y taxidermista muy capaz, quien sería su compañereo de viaje en américa, donde murió victima de enfermedades tropicales

 

En 1817, Don João,  príncipe regente de Portugal, radicado con su corte en Brasil, casó a su hijo Pedro de Alcántara con la archiduquesa Leopoldina, hija del emperador Franz II de Austria. Ëste aprovechó el viaje nupcial de su hija a Brasil para enviar la Expedición Austríaca, integrada por prestigiosos naturalistas como los mencionados Natterer, Sochor, los botánicos Johann Christian Mikan y  Giuseppe Raddi, los naturalistas bávaros Johann Baptist Ritter von Spix y Carl Friedrich Phillip von Martius, además de auxiliares y artistas de Ciencias naturales. Así con 30 años, llegó Johann al Brasil donde habría de obtener una de las más importantes colecciones zoólogicas de la época. Para evitar su deterioro enviaba periódicamente remesas de especímenes a Viena.

Johann realizó 10 viajes entre 1817 y 1835, que lo llevaron desde la selva atlántica de Rio de Janeiro hasta, atravesando el cerrado del planalto brasileño, Matto Grosso y el oriente boliviano,  para llegar finalmente a los ríos Amazonas y Negro. Tales itinerarios fueron diseñados por el ornitólogo August von Pelzeln, del Museo Imperial de Viena, principal receptor de sus envios. A partir de esos materiales colectados por Natterer, Pelzeln posteriormente describió 343 especies nuevas de aves en la obra Zur Ornithologie Brasiliens, publicada en 1835.

 

August von Pelzeln  

[Annalen des K.K. Naturhistorischen Hofmuseums. 1890. Volume 5.Wien: Alfred Hölder]




Las condiciones del viaje fueron realmente duras. Mayormente transitaban con Sochor por tierrra con una caravana de caballos y mulas cargadas de frascos de vidrio, reactivos, equipos para recolección, comida y ropa. Incluso Natterer destilaba él mismo los productos necesarios para conservar los ejemplares obtenidos. La  importancia de la colección en cantidad y calidad es enorme. Solamente de aves logró 12293 ejemplares, correspondientes a unas 1200 espécies, acompañados de precisas y detallados rótulos y notas, aunque pese a su habilidad como dibujante, no realizó ningún dibujo de las mismas.

Natterer regresó a Viena en 1836 con su esposa brasileña Maria do Rego y sus tres hijos. Sus especímenes formaban casi un museo aparte dedicado a Brasil, pero dado el poco interés del emperador Ferdinand (hermano de Leopoldina) en estos temas, Natterer fue encargado de desmantelar dicho museo e integrarlo al Gabinete Imperial de Historia Natural,  base del actual Museo de Historia Natural (Naturhistorisches Museum).

Natterer tenía intención de estudiar las aves colectadas y producir una monografia sobre ellas, para lo cual mantuvo contacto con los principales ornitólogos y museos de Europa.  Sin embargo no se consideraba a si mismo como buen escritor y no produjo más que dos artículos científicos y ningún relato sobre su interesante viaje. A los pocos años se vió afectado por alguna enfermedad tropical adquirida en Brasil y tras varias hemorragias bucales falleció en 1843, dejando inconcluso su trabajo.  Su esposa había fallecido en 1837 y sólo la hija mayor, Gertrude, lo sobrevivió.

Pero la mala suerte perseguía a Natterer y su obra. Cinco años después, en medio de las revoluciones liberales de 1848, un proyéctil provocó el incendio del Gabinete de Historia Natural donde se albergaban sus colecciones, las que quedaron parcialmemte destruídas junto con la mayor parte de sus manuscritos. No obstante la colección ornitológica se salvó y fue utilizada por numerosos ornitólogos europeos para describir unas 200 especies nuevas para la ciencia. La revisión más completa del material la llevó a cabo Pelzeln quien respetó la autoría de Natterer en las especies nuevas,  aunque por no haber llegado éste a publicar formalmente su trabajo, se perdió la prioridad y la validez de sus nombres.

 

Alex Mouchard

 

 

EL YASÍ YATERÉ

 

“Campeando” por los yerbales

tomando un buen tereré

me fui a cumplir una cita

con el Yasí Yateré.

 

Tibio duende montaraz

de una mística quimera,

dueño errante de los campos

y la selva misionera.

 

Tendido en un pajonal

y con el rostro marchito,

dele silbar y silbar,

me encontré con un viejito.

 

Yo soy aquel que buscas,

me dijo, entre dos silbidos,

soy pájaro y soy señor,

toda la selva es mi nido.

 

Soy el dueño de la siesta,

soy el duende misionero,

hago del canto una fiesta,

cuido el monte con esmero.

 

Quiero que duerman la siesta,

quiero que sean muy buenos,

los chicos de esta región,

amiguitos misioneros.

 

Quiero que sepan cuidar

la tierra de que son dueños,

mientras yo, dele silbar,

he de velar por sus sueños.

 

Cuando de hablar terminó

se fue parando el viejito

y poco a poco tomó

la forma de un pajarito.

 

Surcó volando los cielos

y la selva retumbaba,

su silbo se confundió

con torrentes y cascadas.

 

Todo niño misionero

que se aventura en el monte

siente de siesta un silbar

que a veces le causa miedo...

mas no se debe asustar,

debe seguir su sendero,

seguro lo ha de guiar

nuestro duende misionero.

 

 

                                                             Luis Ángel Larraburu

 

                                                                           (Escalada Salvo, & Zamboni, 2003)

 

 

 

 

 

EL DUENDE DE LA SIESTA

 

 

El duende de la siesta

viene descalzo,

cruzando los maizales,

silbando bajo.

Si no se duermen pronto

¡a que lo llamo!

Tiene sombrero grande

hecho de paja;

los ojos son muy verdes,

la cara blanca.

Dicen que roba niños

que no obedecen.

Que si llega a tocarlos

nunca más crecen.

Es petiso y rechoncho

Y muy travieso.

(No griten a la siesta,

quédense quietos...)

Un bastoncito de oro

lleva en la mano,

el duende sombrerudo,

pícaro enano.

No sé si será cierto

lo que se cuenta.

Por las dudas, niñitos,

duerman la siesta.

 

                                                                        Rosita Escalada Salvo (2011)

 

 

 


 

Alba, Victoria. 1965. Un fragmento de luna guaraní. Selecciones Folclóricas Codex, 1(5):117-119. Buenos Aires.

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EL VENCEJO DE COLLAR (Streptoprocne zonaris), EL PREDICADOR Y LAS FANTÁSTICAS GOWRIES

    Este huésped del verano, el pequeño vencejo que vive en los templos, testimonia aquí, junto a su amada mansión, que el aliento del cie...