Le
Motmot Dombé (Baryphthengus ruficapillus) o Yeruvá.
Dibujo de Jacques Barraband (Levaillant, 1806) |
La mañana de fines
de abril está fría. Llovizna en la seccional Uruzú, del Parque Provincial
Uruguaí (Misiones, Argentina). Son las 7 y antes de desayunar quiero ver si
están las yacutingas (Pipile jacutinga)
en la represita del arroyo Uruzú, en el mismo lugar donde las vi hace diez
años. Me acerco lentamente atravesando el área de acampe. Las yacutingas no
están pero me llama la atención un gran “pájaro” de notables colores pese a la
escasa luz. Se posa no muy alto y bastante visible. Es un yeruvá y su nombre
guaraní y su notable aspecto quizás oculten una historia.
Para ubicarnos un poco, este “pájaro” no es tal ya que
no pertenece al orden Paseriformes, el de los pájaros verdaderos, sino al orden
Coraciformes, el mismo donde se ubican los martín pescadores. Dentro de ese
orden el yeruvá, el burgo, los momotos, barranqueros o guardabarrancos, entre
muchos otros nombres populares, pertenecen a la familia Momotidae que incluye
14 especies. Todas ellas son muy similares por sus colores en la gama del
verde, rufo y azul, con picos fuertes y largas colas. Para los humanos pasan
muchas veces desapercibidas, porque habitan en selvas cerradas, donde se posan
pasivamente a la espera de que pase cerca alguna presa (mayormente insectos).
Estas aves anidan en huecos que excavan en barrancas y por eso reciben el
nombre de guardabarrancos. Pero sí
llaman la atención por su canto de notas graves y profundas, que recuerdan las
voces de las lechuzas. Como suele ocurrir con muchas especies que se parecen
entre sí, los pueblos aplican un mismo nombre a todas ellas, e incluso entre
los científicos había al principio mucha confusión para denominar las distintas
especies que iban describiendo.
“Las especies tienen una gran similitud entre sí y, por
lo tanto, las personas las incluyen en una misma denominación, que varía solo
de un lugar a otro.” (Santos, 1938)
DESCUBRIMIENTO DE UN AVE PARTICULAR
En los últimos años del siglo XVIII, Félix de Azara, en
Asunción, compró un ejemplar de yeruvá que habían capturado en una casa vecina
a un bosque. Poco después otro, ya en la ciudad, penetró en una cocina donde lo
atraparon y se lo regalaron a este naturalista, quien mantuvo a ambos en su
cuarto “donde andaban a saltos rectos y obliqüos de pura fuerza
con las piernas muy abiertas. Todos sus movimientos eran en masa y pesados.
Meneaban la cola vertical y horizontalmente con freqüencia y blandura. Trepaban
por todo a saltos, y dormían en el respaldo de las sillas, donde se mantenían
sin baxar al suelo sino para comer.” Cantaban con
frecuencia «tu-tu-tu» y por eso le dio el nombre de «Tutú». (Azara, [1802])
Refería que era un ave escasa, arisca, desconfiada y
observadora. Con respecto a su dieta “Comía pedacillos de pan y
mejor los de carne cruda, que antes de tragar golpeaba contra el suelo de revés
muchas veces sin soltarlos, como si quisiera matarlos creyéndolos con vida.”
También comían fruta (naranjas, sandía), pero no maíz entero ni quebrado. “Pero
lo que más apetecían eran los paxaritos chicos como Tachuris [pequeños
tiránidos], que yo soltaba en el quarto, y los perseguían con obstinación
largos ratos hasta que los cansaban, cogían y mataban a golpes de revés como a
la carne. Continuaban aún después de muertos hasta que los tragaban enteros,
empezando por la cabeza sin reparar en las plumas. Lo propio practicaban con
los Ratoncitos…” (Azara,
[1802])
De esta conducta infería Azara que debía cazar muchos
pichones en los nidos a la manera de los Tucanes entre los cuales los clasificó
aunque advirtiendo que difiere mucho de ellos.
Pocos años después de la descripción de Azara, François
Levaillant (Levaillant, 1806) describió un ave con el nombre de Motmot Dombé o
Motmot á Tête Rousse [Motmot Pelirrojo]. Fue por el naturalista Joseph Dombey
(ver Recuadro), que participó de la Expedición Botánica al Virreinato del Perú,
de Hipólito Ruiz y José Pavón, entre 1777 y 1784, que Levaillant puso a la especie
el nombre de Motmot Dombé por ser un “dedicado naturalista, lleno de
conocimiento y de una rara modestia que lo hizo querido por todos los que lo
conocieron.” Dombey había traído de su viaje dos ejemplares
de esta nueva especie de motmot, que en principio conservó en su casa de París
donde Levaillant pudo verlos. Posteriormente uno de ellos “fue
depositado con varias otras hermosas aves del Perú en el gabinete del rey. Es
lamentable que este individuo haya sido enteramente destruido por las fumigaciones
de azufre y los insectos; en cuanto al otro no sabemos que le ha pasado.”
(Levaillant, 1806)
Como Levaillant no utilizaba la nomenclatura binominal,
Vieillot le otorgó el nombre de Baryphonus
ruficapillus, Baryphonus (= voz
grave) por su canto y ruficapillus (=
cabeza roja) por ese carácter que lo distinguía de la otra especie conocida en
ese entonces: el Momoto Amazónico, que tiene la corona azul.
Agregaba Levaillant que la nueva especie habitaba “los
bosques de los alrededores de Lima, donde el viajero que he nombrado me ha
asegurado que era muy común”. Ahora bien, el yeruvá es propio de
la mata atlántica del SE de Brasil, Paraguay y Argentina, y no existe en Lima
(Sclater, 1857), donde además no hay bosques. La especie que habita en Perú es el Motmot o Relojero
Rufo (Baryphthengus martii) que tiene
sus partes inferiores totalmente rufas y no verdes como tiene el ave dibujada
por Jacques Barraband, en la obra de Levaillant, y que coincide con el yeruvá
descripto por Azara. ¿Cómo es posible
entonces que Dombey haya capturado yeruváes?
La respuesta podría estar en que, cuando regresó a
Europa de su viaje, lo hizo en el buque «El Peruano», que debido al mal
tiempo que tuvo que enfrentar al pasar por el cabo de Hornos quedó averiado.
Entonces tuvo que a entrar al puerto de Río de Janeiro el 4 de agosto de 1784,
para ser reparado. Allí permaneció Dombey durante cuatro meses colectando y comprando
algunas colecciones. “Compraré si puedo las aves. El señor virrey
Vasconcellos y Sousa me llevó el día en que puse pies en tierra a la casa de un
particular que trabaja para el rey de Portugal. Vi las aves tan bien preparadas
como las del señor Mauduit [Pierre Jean Claude Mauduyt de la
Varenne, era un médico y naturalista francés, colaborador
de Buffon].” Vasconcellos le hizo elegir
ejemplares como para llenar una caja y los mismos eran tan hermosos que
motivaron a Dombey a dar 1000 libras al preparador. (Deleuze, 1804) Así adquirió
«posadas sobre sus ramas 13 hermosas aves.”
(Hamy, 1905)
Cuando el barco fue reparado, siguió viaje a Cádiz,
donde la mitad de su colección le fue retenida en la aduana, incluyendo cinco
cajas del material de Brasil, a pesar de que el mismo no provenía de una
colonia española, sino portuguesa. Más tarde las pudo recuperar, mediante una intervención
diplomática (Hamy, 1905), con lo que finalmente llegaron a París, a casa de
Dombey. Allí, como Levaillant, “el
visitante admira las aves de Brasil en un árbol artificial destinado a la
Reina; sus diversas actitudes, sus ricos colores, el tipo de vida aparente que
disfrutan forman un cuadro muy agradable. El señor Dombey asegura que fue un
indio quien preparó los pájaros y construyó el árbol.“
(Hamy, 1905) Es muy probable que, entre
ellas, se encontraran los ejemplares de yeruvá que describió Levaillant, y de
esta azarosa forma fueron conocidos por la ciencia europea.
Momot du Brésil (Momotus momota)
Dibujo de François Nicolas Martinet (Daubenton,
1765-1783) |
EL YERUVÁ DE LOS NATURALISTAS
“El Momot Dombey, habita más particularmente la
cima de las montañas del interior. Está confinado a los bosques áridos, casi
desecados que allí forman los bambúes de diversas especies y algunas palmeras
aceiteras. Allí se ubica en la vecindad de los senderos que sabe abrir el tapir
para llegar a la ribera de las aguas de los valles, o sobre el borde de las
picadas que hacen los cazadores con ayuda de sus machetes para ir a esperar su
llegada. Del Houtou no difiere más que por su manto de un verde más rico, por
las plumas de la cola siempre completas y la ausencia de la corona azul.“
(Descourtilz, 1834)
Goeldi (1894) así lo describía: “Es un
ave magnífica, de unos 50 centímetros de largo, de los que a la cola solamente
le corresponden 28 centímetros, y casi del tamaño de una urraca europea. El
tronco y las alas son en gran parte color aceite de oliva, la parte superior y
la parte superior del vientre son de color rufo amarillento; un área que
comienza en la comisura de la boca, cubre los ojos y se extiende hasta la
región auricular, es negra, al igual que una mancha en el pecho. Las remeras
primarias son exteriormente de color azul celeste. No es posible, por tanto,
negar a esta ave el testimonio de la belleza.”
“El Taquara habita los lugares más espesos de la
selva virgen; evita notablemente las áreas quemadas y nunca se extravía hasta
llegar al borde del bosque; a pesar de esto, no tiene nada de arisco. Si es tan
difícil encontrarlo, se debe exclusivamente no a su timidez natural, sino a su
escondite oscuro, oculto, cubierto de enredaderas y bejucos y así resguardado
de los visitantes. Deja que cualquier invasor perseverante se aproxime cerca
antes de volar a otra rama de árbol. Aterriza preferiblemente a baja altura
sobre el suelo; siempre vuelve a las ramas bajas cuando deja el suelo, donde
siempre está muy ocupado. Cuando se posa, le gusta soltar su triste grito, que
acompaña con el subir y bajar alternado de su larga cola. Su alimentación
consiste principalmente en insectos; de la observación de ejemplares en
cautiverio, sin embargo, el resultado es que ocasionalmente también persiguen a
ratones y aves pequeñas.”
“Su presencia en cualquier región es
infaliblemente delatada al conocedor de la fauna indígena por su grito, que a
mis oídos suena como un «hu, hu, hu», repetido 6 a 8 veces y que va bajando
paulatinamente del timbre inicial. A lo lejos, este grito resuena a través de los espesos
bosques, es uno de los gritos de animales más notables de Brasil. Se escucha
regularmente temprano en la mañana y al anochecer. «Aún antes de que salga el
sol, informa Schomburgk, refiriéndose pintorescamente a sus reminiscencias de
la Guayana, el gemido y melancólico grito de los hutu (Momotus brasiliensis) suena desde la espesura de la selva virgen,
anunciando la mañana a la naturaleza dormida» . Lo he oído muchas veces por la
mañana y por la tarde en Corcovado, en los bosques que van a Tijuca siguiendo
el acueducto, y después muchas veces en Nova Friburgo y en todas las regiones
cálidas y húmedas de este y de los estados vecinos.”
(Goeldi, 1894)
“De lejos se escucha la emisión sucesiva de estas
vocales sin resonancias, con sonidos oscuros y tristes, como una nota baja del
órgano. Quien frecuenta la selva de ciertas regiones brasileñas no olvidará el
misterioso atractivo del Udú, una de las voces más melancólicas y
características de nuestras selvas. Cada vez que cambia de percha, lanza su
grito y lo acompaña con un movimiento pendular de su cola.”
(Santos, 1938)
Como hemos visto su extraño canto le valió el nombre
genérico que le dio Vieillot, y que más tarde Jean Cabanis y Ferdinand Heine
cambiaron por Baryphthengus, que
significa el que habla con voz grave. Cuando se escuchan sus llamadas al
amanecer “hasta que se la puede rastrear hasta su fuente – lo que
puede llevar su tiempo – las notas profundas, suaves, apenas parecidas a las de
un ave, crean una atmósfera de insondable misterio. Es fácil imaginar que los
espíritus de los indígenas desaparecidos se llaman unos a otros a través de la
húmeda selva.” (Skutch, 1971)
Brazilian
Motmot (Momotus momota)
Dibujo de John Latham (Latham, 1781) |
De la pasividad del Taquara (como le dicen en Brasil al Yeruvá)
da cuenta Maximilian de Wied (1830-1832): “Por lo general, veíamos al Taquara sentado inmóvil en una rama, como un
verdadero Capito Vieill, o Bucco, y no dudaba en dejar que el
cazador se acercara para matarlo. Especialmente por la mañana y por la noche,
deja su silbido suavemente sostenido, suave. Se escucha una llamada similar a
la de nuestra abubilla europea (Upupa).
Su alimentación consiste en insectos … Busca su alimento mayoritariamente en el
suelo, por lo que las plumas de la cola también suelen aparecer gastadas en la
punta, y se ve mayormente en la región inferior de las ramas.”
Pero además de permanecer al acecho, estas aves también
siguen activamente a los ejércitos de hormigas para atrapar los animales que
huyen a su paso, aunque no depende tan exclusivamente de ellas como otras aves.
Robert. A. Johnson (1941-1958)
estableció “que permanecen con las hormigas sólo durante el tiempo
en que atraviesan ciertos sectores del bosque … Estas aves acompañan a las
hormigas sólo durante ciertos días o en ciertos sectores del bosque.“
“Cuando se alimenta con las hormigas legionarias,
como hacen frecuentemente, estos motmots comúnmente se posan apenas más alto de
la altura de la cabeza y capturan los insectos y otras pequeñas criaturas
fugitivas, principalmente en el follaje y los troncos, pero ocasionalmente
descienden brevemente al suelo para capturarlos.” (Skutch,
1971)
“He visto a uno comiendo una lagartija, y a otros
alimentándose con bayas de arbustos y árboles de la selva.”
(Wetmore, 1968).
El yeruvá es conocido en Paraguay como Guyra Toro
pareciendo que su nombre derivaría de su profunda voz, sin embargo el
naturalista William Foster lo explicaba de esta forma: “Este
es el Guiratoro (ave toro), nombrada así no en relación a su voz, sino en
relación a sus peculiares hábitos de nidificación. Por las colinas de Sapucay
la presencia del ave se hace saber enseguida por las enormes excavaciones, que
a menudo miden 1,20 metros al través, como si un toro con rabia hubiera arado
la tierra. La entrada tiene forma de embudo, y se angosta a unos 15 cm de
ancho, siendo los huevos puestos en el fondo.” (Chubb, 1910)
El yeruvá parece gustar de la soledad, pero Alexander
Skutch (1971) en Costa Rica Alexander Skutch (1971) observó en Costa Rica de su
especie hermana, el Barranquero Pechicastaño (Baryphthengus martii), “13
juntos, antes de la salida del sol, una mañana a fines de abril, en un
fragmento de selva entre la casa y el río. Estaban sumamente excitados, se
movían por ahí y vocalizaban mucho, pero no se los vio pelear. Uno tenía en su
pico algo verde que era aparentemente el fragmento de una hoja”.
Lo cual hizo pensar al naturalista que se trataba de alguna forma de cortejo.
Alexander Wetmore (1968), refiriéndose a la misma especie
en Panamá decía: “Este motmot es una especie selvática, encontrada
comúnmente en parejas, y más a menudo oída que vista. Descansan tranquilamente
en perchas horizontales, parcialmente ocultos en el sotobosque alto, o entre las
hojas de los niveles más bajos de la copa de los árboles del dosel. …
regularmente mueven la cola como un péndulo de un lado al otro, con el cuerpo
casi inmóvil y la cola moviéndose en arco.” Esta conducta le vale el nombre de Pájaro Reloj
o Relojero, por la forma que mueve su
cola de lado a lado como un péndulo. Este autor ya advertía también los
problemas para su conservación: “Esta especie es afectada seriamente por la
tala de los bosques que constituyen su hábitat.”
Motmot
hoûtou (Momotus momota) sobre una porción de racimo de frutos de palmera aceitera Dibujo de Jean-Theodore Descourtilz (Descourtilz, 1834). |
En
Brasil, Jean-Theodore Descourtilz también hizo interesantes
comentarios sobre el Momot Houtou (Momotus momota), es decir nuestro Burgo
(Descourtilz, 1834):
"Elige los bosques con matorrales, aquellos donde la luz del día penetra con dificultad y
donde reina el más lúgubre silencio, aquellos, en fin, donde los rugidos sordos de los jaguares y los silbidos del tapir llenan el alma de un
sentimiento de temor que las voces resonantes de los monos no son adecuadas
para disipar. El vuelo de estas aves es
rápido pero corto, debido al poco desarrollo de sus alas. Pasivos, hacen muy poco uso de ellas, pasa el
día en tierra o salta sin gracia pero con velocidad, con las patas bien
abiertas, con saltos rectos u oblicuos, articulando con una voz fuerte y sonora
las sílabas «huú-tuuu - hú-tuuuu» a intervalos más o menos grandes. Se posan en
las ramas más bajas en una actitud inquieta que parece probar que no le es
habitual. Si el Houtou alza el vuelo desaparece sin ruido en medio de las ramas
y sólo el movimiento del follaje golpeado por el aire que impulsan sus alas
denuncia su paso, parece realmente desvanecerse como una sombra; de ahí el
nombre de Alma de Gato que le dan por las mismas razones que al Batará Gigante
(Batara cinerea) y al Anó grande (Crotophaga major), los que al momento de
huir volando dan un grito ronco que recuerda al de ese mamífero.”
“El Hotou vive solitario, es curioso pero muy
desconfiado; tiene pocos enemigos entre las demás aves, sabe alejarse, los
asusta haciendo castañetear su pico con fuerza; anida en las cuevas cavadas en
la tierra por los tatúes, y quizás pasa allí una parte del día, huyendo de la
claridad como algunos búhos, cosa probable por el tamaño de sus ojos. Los frutos pulposos caídos de los
árboles nutren al Houtou, que redobla sus esfuerzos un poco antes del fin del día para alcanzar la
altura en la cual está suspendido el fruto de las palmeras, cuyas drupas le
disputa a las yacutingas que se reúnen a la misma hora y en el mismo lugar. Un
grito ronco anuncia que ha tenido éxito
en alcanzarlos. A la mañana cuando el fuego de las estrellas palidece y los
leves vapores que preceden el alba circulan por la montañas, el Houtou es la
primer ave cuyas voces saludan al día, aun cuando los otros animales están aún
sumidos en el sueño.” (Descourtilz, 1834)
Charles Waterton (1879) en sus recorridos por Guyana,
refiriéndose a esta misma especie, relataba lo siguiente: “El Houtou, un pájaro
solitario, y que solo se encuentra en los rincones más espesos del bosque,
articula claramente, «houtou, houtou», en un tono bajo y quejumbroso, una hora
antes del amanecer. “Esta ave parece suponer que puede aumentar su belleza
recortándose la cola, que somete a la misma operación que nuestro pelo en la
peluquería, sólo que con la diferencia de que utiliza su propio pico, que es
dentado, en lugar de tijeras; tan pronto como su cola ha crecido por completo,
comienza aproximadamente a una pulgada del extremo de las dos plumas más largas
y corta las barbas a ambos lados del cañón de la pluma, dejando un espacio de
aproximadamente una pulgada de largo: el macho y la hembra embellecen sus colas
de esta manera, lo que les da una apariencia notable entre todas las demás
aves. Si bien consideramos que la cola del Houtou está manchada y defectuosa,
si él se encontrara entre nosotros, probablemente consideraría nuestras cabezas
con el pelo cortado y calvas, de la misma manera.”
“El que desee observar a esta hermosa ave en sus
lugares nativos, debe estar en el bosque al amanecer de la mañana. El Houtou rehúye
la sociedad del hombre: las plantaciones y las partes cultivadas están
demasiado perturbadas para comprometerlo a establecerse allí; los bosques
espesos y lúgubres son los lugares preferidos por el solitario Houtou. En esos
páramos extensos, al amanecer, lo escuchas articular, en un tono característico
y triste, «houtou, houtou». Muévete con cuidado hacia donde proviene el sonido
y lo verás posado en el sotobosque, a un par de metros del suelo, con su cola
moviéndose hacia arriba y hacia abajo cada vez que emite su «houtou». Vive de
insectos y bayas entre la maleza, y muy rara vez se le ve en los árboles altos,
excepto en el árbol falso siloabali [Eperua],
cuyo fruto le agrada. No hace nido, sino que cría a sus pichones en un agujero
en la arena, generalmente en la ladera de una colina.”
(Waterton, 1879)
En la misma región Robert Schomburgk (1922) aventuraba
esta otra hipótesis: “Debo corregir la observación, hecha ya muchas
veces, de que el Momotus después de
que se vuelve completamente adulto, pica las barbas de ambos lados de los
cañones de las plumas más largas de la cola a una pulgada de la extremidad,
siendo su falta debida a otra causa. El ave, como es sabido, es muy aficionada
a elegir para su nido una pequeña depresión en la ladera de una colina o en
algún otro terreno elevado. Durante la temporada de incubación, cuando el macho
y la hembra se relevan regularmente, giran sobre los huevos con mucha
frecuencia, por lo que las barbas de las largas plumas de la cola que se
proyectan más allá de los bordes del nido se deshilachan y estropean
considerablemente. El Hutu-hutu que atiende con esmero el acicalado de sus
plumas intenta ahora, al salir del nido después de la eclosión, de volver a
recortar su plumaje, y como lo hace varias veces al día, las plumas arruinadas
por los bordes del nido, se sacrifican por su amor a la prolijidad. La
indicación más segura de que un ave joven aún no se ha posado sobre sus huevos
son las barbas aún intactas de las dos largas plumas de la cola.”
Sin embargo para este carácter del ave que le vale el
nombre de Pájaro Raqueta, Goeldi (1894) favorece la opinión de Waterton en el
sentido que el ave arranca las barbas con su pico sin que el acto de nidificar
tenga que ver con ello. La ciencia moderna encuentra que las barbas, en la zona
que éstas se pierden, presentan una unión más débil al raquis y además poseen
menos melanina, pigmento que da resistencia a las plumas. Por lo tanto la
pérdida de las barbas se produce con facilidad por frotamiento contra el
sustrato o por el acicalado normal sin que requiera un comportamiento
específico. Este carácter podría haber evolucionado por selección sexual
(Murphy, 2007), aunque su presencia
tanto en machos como en hembras sugeriría alguna otra causa. Por ejemplo, la
ejecución del movimiento pendular de la cola en presencia de intrusos y depredadores
parecería conformar una señal al depredador de que su posible presa lo ha
detectado y está alerta para escapar, con lo cual lo disuade de iniciar un
ataque (Murphy, 2006).
El momoto diademado o taragón
coroniazul (Momotus lessonii)
de México y América Central. Dibujo de Paul Louis Oudart (Des Murs, 1845-1849) |
LA CREACION DEL YERUVÁ
La mitología mbyá-guaraní cuenta que un dios llegó a la
tierra bajo la forma de Urukure’á (la lechuza). Cayó en una trampa preparada
por una joven y tuvo con ella un hijo, Pa’i Reté Kuarahy, el sacerdote de
cuerpo brillante como el sol. Este personaje creó entonces a su propio hermano,
Jasyrã, futura luna, con el que salió de
cacería. Jasyrã lanzó una flecha a un loro, pero erró, y el loro le recriminó
que estuviera cazando para los que seres que habían devorado a su madre, los
Mba'e Ypy, con los que vivían los dos hermanos creyéndolos sus parientes.
Entonces Pa’i Reté Kuarahy ordenó a su hermano que liberara las aves que habían
cazado y tomando un lazo de güembepí (Philodendron),
con el que habían sujetado a un jakú (pava de monte), lo arrojó al aire,
quedando transformado en Jayrú, que es el nombre que los mbyá-guaraní dan al yeruvá. Por eso también tiene esta ave
un apelativo religioso: Jaku sãngue, cuerda que era del faisán (Cadogan, 1948)
MÁS LEYENDAS
Por sus características: notable plumaje, tamaño,
comportamiento y voz, los momótidos adquirieron un lugar importante en las
leyendas de las etnias americanas. Como dice Eurico Santos (1938) “Es un
conjunto de hadas encantadoras, con ropajes ostentosos, largas colas y
profusión de colores. Este lujo excesivo no se corresponde con su aire
misterioso y su reclusión en el corazón del bosque, donde viven escondidas
estas aves tan hermosas.”
En Brasil, en una leyenda de los indios paresíes del
Mato Grosso (Santos, 1938; Días de Morais, 1979), el Juruva es el salvador del
fuego, porque un día encontró a la Madre del Fuego que, dormida, había dejado
apagar las llamas. El Juruva la consoló y salió volando a la montaña donde un
viejo payé (hechicero) conservaba aún algunas brasas. El ave las tomó con su pico pero le quemaban
la boca, entonces la colocó entre las plumas de su larga cola como si fuera una
pinza y se las llevó a la Madre del fuego que pudo recuperar así su fogata,
aunque en el proceso el Juruva perdió parte de las barbas de las plumas de su
cola. Esto nos dice que la leyenda se refiere probablemente al Juruva Rufo (Baryphthengus martii), ya que el yeruvá
no tiene “raquetas” en su cola.
Entre los mayas otra leyenda se refiere al Tho, un ave sagrada que simbolizaba los cambios irreversibles de un etapa a otra de la vida. Esta ave pertenecía a la realeza de la selva y poseía una larga cola de bellísimo colorido. Para no arruinar su cola, el Tho no trabajaba y las demás aves debían procurarle el alimento. Una noche el búho avisó sobre la proximidad de una gran tormenta, todas las aves prepararon un refugio para tal evento, menos Tho, que al poco de trabajar en ello, se cansó y se refugió en su cueva, pero esta era muy pequeña y la larga cola quedó afuera. Al otro día, tras la tormenta, su cola había quedado totalmente arruinada siendo el hazmerreír de todos los habitantes de la selva. En este relato también se explica la falta de barbas en las timoneras centrales del ave.
Y cerramos con esta curiosa creencia para explicar las
infidelidades en Manabí (Ecuador), donde El Pedrote, tal como se conoce allí al
Motmot, embaraza a las mujeres con sólo revolcarse en su orina.
ALEX MOUCHARD
LA CINEMATOGRÁFICA VIDA DE MONSIEUR DOMBEY (1742-1794)
Joseph Dombey
– Escultura (Hamy, 1905).
Joseph Dombey tuvo una vida de aventuras increíbles y
dramáticas. Nacido en Francia, miembro de una familia numerosa (14
hijos), quedó huérfano de padre y madre en la adolescencia. Estudió con los
jesuitas y más tarde cursó y se graduó en medicina en Montpellier. Pero su
mayor interés era la botánica, materia muy vinculada a la medicina en
aquellos tiempos ya que las plantas eran la fuente de la mayor parte de los
medicamentos. Amigo y compañero de viaje de Jean Jacques Rousseau, fue
discípulo entre otros del botánico Bernard de Jussieu quien lo recomendó para
integrar la Real Expedición Botánica Española al Perú y a Chile, junto con
los botánicos españoles Hipólito Ruiz y José Pavón. El principal objetivo de
la misma era encontrar y recolectar plantas útiles para la medicina y la
agricultura. Sus biógrafos lo consideraban un tipo agradable y alegre, de
mediana estatura pero fuerte y ágil, amable y generoso y dado a los placeres,
especialmente al juego y las mujeres. (Deleuze, 1804)
Como integrante de la mencionada expedición, Dombey permaneció
en Sudamérica entre 1778 y 1785, recogiendo especímenes de animales, plantas
y minerales, y objetos arqueológicos. El viaje no fue del todo tranquilo ya
que tuvo muchos roces con Ruiz, debido al carácter fuerte de ambos. En una
expedición de Lima a Huaura, los científicos fueron atacados por una banda de
negros fugitivos que sabían que quisieron robarles las 3000 libras que
llevaban para gastos. Los botánicos se trenzaron en lucha con ellos, matando
a uno de los atacantes y apresando a otros tres. Desde Lima, Dombey hizo un primer envío de materiales
a España en el navío “Buen Consejo”.
Pero los corsarios británicos capturaron el buque y vendieron una
parte del material al reino de España, y otra parte fue a parar al British
Museum, donde hasta hoy permanece. Los expedicionarios se dirigieron a herborizar a las
selvas de montaña, en Huanuco. Allí tampoco la pasaron bien. El ayudante indígena de Dombey rodó con su
mula por un profundo barranco y el francés sólo pudo salvarlo de la muerte
izándolo con cuerdas. La humedad arruinó las provisiones, y los viajeros
tuvieron que comer galletas contaminadas por cucarachas durante las seis
semanas de intenso trabajo, siendo acosados además por abejas y mosquitos. Finalmente,
ante la amenaza de un ataque de más doscientos indígenas chunchos, debieron
huir en medio de la noche. Dombey volvió enfermo a Lima, pero al poco tiempo tuvo
que pasar a Chile debido a que la rebelión de Tupac Amaru hacía muy peligrosa
su estadía en Perú. En Concepción ayudó en la lucha contra el cólera y,
esquivando una oportunidad de casamiento con una joven pudiente, siguió
herborizando, incluyendo materiales de varios árboles característicos de
nuestro sur, como el pehuén (Araucaria
araucana), el roble pellín (Nothofagus
obliqua) y el coihue (Nothofagus
dombeyi). Este último fue descripto por Charles François Brisseau
de Mirbel (1827), como como Fagus
dombeyi, dedicándosela de esta
forma: “Esta especie fue encontrada … por el botánico a quien se la dedico.”
Enviado a estudiar las minas de mercurio en Andacollo,
Dombey enfermó seriamente de escorbuto y disentería, quedando muy afectada su
audición. En esas condiciones, y
considerando haber cumplido su misión en América, retornó a Europa en el
barco “El Peruano” con las colecciones destinadas a Francia, pero, como
vimos, obligado a hacer una escala en Rio de Janeiro. El resto de la
colección, destinada a España, viajaba en el barco “San Pedro de Alcántara”,
que sufrió serias averías y, para evitar su hundimiento, su carga, incluidos los especímenes botánicos,
fue lanzada al mar. El convenio con España establecía que la mitad del
herbario se entregaría a la corona española, de manera que los españoles
retuvieron en Cádiz lo que llevaba Dombey, para separar lo que les
correspondía. Esto se realizó mediante un trabajoso y sufrido proceso de
apertura de los embalajes y la selección del material por parte de un
botánico español. “Tres cajones de Brasil, por ejemplo, fueron
aplastados brutalmente por guardias de la Aduana, quienes encontraron
divertido el daño que sus martillazos causaron a una magnífica caja de
insectos.” (Hamy, 1905) Una vez terminado este reparto, a Dombey se le permitió
volver a Francia con lo que quedó de la colección (unos 2000 a 3000
ejemplares), aunque bajo la promesa de no publicar nada hasta el regreso de
América de Ruiz y Pavón. Sin embargo, en Paris, Buffon entregó el herbario al
botánico Charles Louis L'Héritier de Brutelle para su estudio. Y cuando
España reclamó por el convenio incumplido, L'Héritier huyó con la colección a
Inglaterra donde permaneció 15 meses hasta que la situación se calmó. Sin
embargo, la desgracia también lo alcanzó pues más tarde murió asesinado a
sablazos en las calles de París, según
se cree por uno de sus hijos.
Enfermo de disentería y afectado de melancolía por la
disputa suscitada alrededor de su herbario, Dombey huyó de Paris y se recluyó
en Lyon donde finalmente quemó sus manuscritos con descripciones geográficas,
los registros meteorológicos, los informes médicos y mineros, y un estudio
sobre la planta de coca. En 1794, ya recuperado, fue encargado por el Comité
de Salud Pública de la Revolución para viajar a Norteamérica, a pedido de
Thomas Jefferson, para presentar el nuevo sistema decimal de pesas y medidas francés. En el Caribe, el
barco en que viajaba fue desviado por una tempestad hacia Guadalupe. Allí se
vio envuelto, como enviado de la República, en las luchas derivadas de la
Revolución francesa y en medio de forcejeos cayó al Río Salado inconsciente. Lo
rescataron con vida, pero le ordenaron salir de la colonia y al hacerlo fue capturado por corsarios
británicos. Dombey se puso la ropa de uno de los marineros para pasar
desapercibido, pero los piratas descubrieron su identidad y lo encarcelaron
para pedir rescate. Antes de que negociaran su rescate, murió en la prisión británica
de la isla de Montserrat (Antillas Menores).
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NOMBRES
POPULARES DE LOS MOMÓTIDOS EN DISTINTAS REGIONES DE AMÉRICA
Argentina: Yeruvá,
loro güí-güí.
Bolivia: Yeruvá
Paraguay (guaraní
criollo): Yeruvá, loro yvyguy, maracaná yvyguy o guyra toro
Guaraní: Gwihrá ihvigwih, marakana
yvyguy. Yvyguy (subterráneo) por su costumbre de anidar en madrigueras.
Mbyá guaraní: Jiry, jayrú, yayrú.
Brasil: Estos nombres se
aplican a las cuatro especies de momótidos de ese país:
Juruva, juruva-verde,
jiriba, jeruba, jeruva (Sao Paulo), jirú (guaraníes de Rio Verde). Birivão (Ibiúna,
São Paulo).
Pirapayá, guira-paya
(lingua geral), pirapuia (Amazônia), pururu. Bururuk (botocudos).
(E)taquara,
jacú-taquara, galo do mato (Bahía, Rio de Janeiro, Lagoa Santa).
Siriú,
siriúva. Guan-bambú. Guira guainumbí.
Udú, hudu, uaú,
tutú uritutú (Momotus momota).
Formigão. Alma
de gato. Beijaflor do Sertao.
Guyana: Houtou, hutú.
Ecuador: El
pedrote (Momotus momota).
Panamá: Pájaro
raqueta, juró, jurocito, tamborilero.
Nicaragua: El guardabarranco
(Eumomota superciliosa) es el ave
nacional de Nicaragua.
Honduras: Taragón
rojizo, guardabarrancos, torovoz (Baryphthengus
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