"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


jueves, 15 de agosto de 2024

EL YAGUARETÉ SEGÚN WILLIAM HENRY HUDSON

 

UN ESTUDIO DEL JAGUAR

por William Henry Hudson




 

    América, el continente más rico en vida aviar, especialmente en su porción meridional, no se puede comparar con África y Asia en la cantidad y tamaño de sus mayores mamíferos. Sin embargo, tiene algunos que son verdaderamente grandes; y dos de sus bestias carnívoras, el oso grizzly y el lobo gris, son indudablemente los más nobles representantes de sus respectivas familias en el mundo. También se jacta de dos grandes gatos, aunque inferiores en tamaño y coraje a los del Viejo Mundo: son los famosos jaguar y puma – el tigre y el león del Nuevo mundo. El primero es asesino de hombres, y ha sido descripto como el rey de los animales en América, aunque comparado con su gran primo del Viejo Mundo, por el cual los españoles lo bautizaron, es como el ñandú respecto del avestruz, o como el mayor de los monos americanos respecto del orangután y el gorila.

    Su longitud total es de 2 m a 2,10 o 2,40 m, pero en ejemplares excepcionalmente grandes las medidas son mayores. La cola es casi de un tercio de la longitud total. Si consideramos sus medidas o lo vemos en cautiverio lado a  lado con un tigre de la India, podemos pensar que el jaguar es comparativamente un animal pequeño y quizás nos sorprendamos de su reputación. No está construido de la misma forma que el tigre, no alcanza su altura, las cortas patas son más gruesas, las garras son mayores. Es en conjunto más macizo y, para su tamaño, sin duda, el más poderoso animal de presa existente.

    Es necesario vivir donde lo hace el jaguar, en las condiciones, que por así decir, lo formaron, donde es el monarca de las ilimitadas selvas de los trópicos, para apreciar su fuerza y entender la continua sensación de temor con la cual es percibido por los hombres en la naturaleza. No está totalmente en su hábitat a través de toda su distribución, que se extiende desde Texas y Kansas en el norte, a través de América Central y del Sur, hasta el río Colorado, que separa el pastizal de la pampa húmeda de la Patagonia en el lado atlántico del continente. Ocasionalmente se lo encuentra en el norte de Patagonia, pero es sólo un visitante errante, un intruso allí, en una región inadecuada.

    Los gauchos, jinetes de las pampas, cuando viajan al sur a través de esas llanuras como un mar, acampando al sereno, acostumbraban a decir que, después de cruzar el río Colorado, se libraban del jaguar. Su presencia en las pampas sin árboles, donde no está en perfecta armonía con ese ambiente, se debe al hecho de que esas llanuras son el hábitat favorito de mamíferos herbívoros sobre los que depreda. Esencialmente animal de los trópicos, de una región de grandes selvas y bañados que sobrepasan a Europa en superficie, él es, como se ha dicho, un gato acuático de hábitos arborícolas. A diferencia del verdadero tigre, de patas más largas, no puede correr grandes distancias y es como la formidable serpiente que comparte esa región con él, la boa acuática, la “madre de las aguas”,  en sus movimientos silenciosos y sutiles, su invisibilidad y el hábito de caer sobre su presa desde arriba de una rama.

    El jaguar es una hermosa criatura: el color de fondo de su piel es de un rico tostado rojizo dorado, abundantemente manchado con anillos negros, que encierran uno o dos pequeños puntos. Esta es la coloración típica, y varía poco en las regiones templadas; en las zonas cálidas los indios reconocen tres variedades fuertemente manchadas, que consideran especies distintas – la que hemos descripto; el jaguar menor, menos acuático en sus hábitos y marcado con manchas, no con anillos; y en tercer lugar la variedad negra. Rechazan la idea de que este terrible “tigre negro” es una simple variedad melánica como el leopardo negro del Viejo Mundo y el conejo negro silvestre. Lo consideran totalmente distinto, ya que afirman que es mayor y mucho más peligroso que el jaguar manchado; que lo reconocen por su voz; que pertenece a la tierra firme más que al agua; y finalmente que los negros sólo se aparean con negros y que los cachorros son invariablemente negros.

    Sin embargo, los naturalistas se han visto obligados a considerarla una especie junto con Felis onca [Panthera onca], el jaguar manchado común, dado que, una vez desprovisto de su piel, se ve que en su anatomía este animal negro es idéntico al manchado, tal como la corneja negra es como la corneja cenicienta [actualmente se las considera dos especies distintas: Corvus corone y C. cornix].

    El Dr. Alfred Russell Wallace es uno de los pocos naturalistas europeos que tuvo la rara suerte de observar al animal en sus selvas nativas. En “Viajes por el Amazonas y el Río Negro” escribe: “Mientras caminaba tranquilamente, vi un gran animal negro azabache salir del bosque a unos 20 m delante mío. Mientras se movía lentamente, y todo su cuerpo y la larga cola curvada se hacían visibles en el medio del camino, vi que era un hermoso jaguar negro. En el medio del camino, giró la cabeza y se detuvo un instante y me miró fijo, pero teniendo, supongo, otros asuntos que atender, caminó sin detenerse y desapareció en la espesura. Mientras él avanzaba, escuché el correteo de animales pequeños y el aleteo de aves terrestres dando paso a su temible enemigo”.

    Este efecto de la aparición del animal sobre todas las criaturas que habitan la selva da una idea del poder y carácter mortal que tiene sobre ellos. Porque cuando un hombre entra en esos lugares sombríos, a menudo es impactado por la profunda quietud y aparente falta de vida, aunque pueden estar repletos de vida, de mamíferos y aves y reptiles, y por todo ello, él también es reconocido como enemigo. Pero no es temido en el mismo grado; las criaturas que él va a perseguir allí  encuentran en ese caso suficiente y realmente mejor protección al posarse o yacer quietas, porque así pueden escapar a sus sentidos menos desarrollados. Pero de este enemigo, de este terror negro, no se pueden ocultar ni en la sombra más profunda ni en el follaje más denso; Las ve demasiado bien y se mueve demasiado sutilmente y tiene también un salto letal; la única seguridad radica en volar y huir a su paso. No es extraño que Wallace agregue que el encuentro le dio un gran placer; que estuvo demasiado sorprendido y ocupado en admirar la visión completa de la más grande, poderosa y peligrosa de las criaturas del continente, como para sentir miedo.

    Recuerdo aquí mi primera propia impresión del jaguar vivo, su variedad manchada, en una jaula, en mi juventud. La sensación no fue de completo placer, a pesar de su noble aspecto y rico y hermoso colorido; estuvo mezclada y casi superada por el sentimiento expresado por William Blake – “Quien hizo el cordero, ¿también te hizo a ti?” Se movía de un lado a otro de la jaula con un paso tan silencioso como el vuelo de una lechuza, andando como una víbora de manera sinuosa como balanceándose, moviendo su cola como una serpiente, y con cada paso que yo daba hacia él, se agachaba, aplastando sus orejas y mostrando sus blancos dientes a la vez que emitía un sonido grave sibilante mientras mantenía sus brillantes ojos amarillo pálido parcialmente cerrados,  evitando mi vista.

    Porque es su instinto permanecer siempre oculto a la vista  – verte sin ser visto; seguirte en la sombra más profunda y capturarte sin ser advertido; y lo confunde y enloquece estar encerrado entre rejas siendo observado en un lugar expuesto. La vista directa lo afecta como un rocío o soplo helado, y su impulso es retroceder agachándose y ocultándose, aún en un lugar donde no hay ni sombras ni escapatoria. Puedo ver esto o algún remanente de esto aún en los jaguares que han estado confinados por años y son observados cada día por una multitud de personas.

    En cierta forma esto es propio de la mente felina en general, pero de los grandes gatos el jaguar lo tiene en mayor grado. A diferencia de la mayoría de los otros grandes gatos, él nunca se expone a la vista ni toma ningún riesgo que pueda evitar. Invariablemente se dice en las historias naturales que el jaguar es cobarde; pero eso no describe apropiadamente su carácter. No es más cobarde que el guanaco de las planicies de la Patagonia que busca el punto más elevado donde pararse inmóvil, delineado contra el cielo, el objeto más conspicuo del paisaje, para observar y vigilar mientras sus compañeros se alimentan abajo. Para salvarse él y sus compañeros no puede ver sin ser visto; el jaguar no puede existir, ya que no puede capturar su presa, sin hacerse invisible; y siendo esta su naturaleza, su instinto más imperativo, la vista directa lo hiere,   tal como el sensible ojo de los animales nocturnos es herido por la luz fuerte.



Yaguareté luchando con un puma

Dibujo de Joseph Smit

Hudson WH. 1892. The Naturalist in La Plata. London: Chapman & Hall, Ld.







    El profesor George Mivart, en su gran libro “El gato”, coloca a los carnívoros a la cabeza de los mamíferos y en este orden superior ubica a los gatos primero – carnívoros por excelencia, la verdadera flor y nata del mundo de los mamíferos. “Puede objetarse”, dice, “ que las actividades y percepciones de ciertos otros animales son tan desarrolladas como las de la tribu felina. Y es cierto que sólo a través de la posesión de huesos y músculos perfectamente formados, de un delicado sentido del oído y una visión de largo alcance, los antílopes y otras criaturas son capaces de escapar de sus perseguidores carnívoros; pero entonces ellos usan su “organización para escapar”; la de los gatos puede considerarse superior no solo por ser excelente en sí misma sino por estar adaptada para dominar a otros animales. Esto no afirma la inferioridad de la especie humana, siendo la superioridad humana mental, y esto lo coloca fuera y aparte de otros animales; pero en la clasificación biológica, que considera sólo el desarrollo físico, se ubica en un nivel inferior.”

    Mivart no va más allá como para indicarnos qué especie de esta familia tan ampliamente distribuida y variada es su “expresión más alta y más perfecta conocida”.  Debo decir que la más alta no es la más grande, aparte del tigre y el león, por su gran fuerza muscular, entre las especies mayores en las que los poderes y aptitudes especiales que caracterizan al felino han alcanzado la perfección, están el leopardo, el puma y el jaguar, por ejemplo, y de estas tres me inclino a darle el primer lugar al último nombrado. El jaguar es más perfecto que el tigre y el león, porque desarrollado hasta un tamaño y fuerza que le permite dominar a los mayores y más fuertes animales que habitan en todo el continente, así como a los mayores animales domésticos introducidos por el hombre, la vaca y el caballo, y al hombre mismo, aún retiene una perfecta capacidad de trepar los árboles como los gatos menores.

    Piensen lo que esto significa en un animal del tamaño y peso del jaguar, capaz de matar a un hombre con un golpe de su garra, de voltear y matar animales que exceden en mucho su tamaño, y arrastrar el cadáver en la espesura, lo que requeriría tres hombres fuertes; y capaz de recorrer libremente grandes distancias y cazar su presa arborícola en lugares donde la densidad de la selva hace imposible caminar por el suelo. Como en el caso de los pequeños felinos arbóreos, recorre y caza en los árboles mediante una interminable serie de “saltos y agarres delicadamente precisos”. Humboldt, cuando acampaba junto a un río de la región del Orinoco, describió cómo el rugido de los jaguares, que los rodeaban toda la noche, provenía de los árboles bien arriba del suelo. En el suelo la selva era impenetrable, pero los jaguares parecía moverse por ella tan libremente como los monos.

    En el sur de Sudamérica, particularmente en las pampas casi sin árboles, los hábitos del jaguar se han modificado algo; me he encontrado allí en más de una oportunidad con un gaucho sobre un caballo cansado siendo seguidos a cierta distancia durante horas por un jaguar, mostrándose el animal en lo abierto de vez en cuando, pero aunque parecía saber que el caballo estaba asustado, siempre se mantenía a distancia consideraba cuando la cobertura era escasa. El jaguar ha sido ahora exterminado de toda esta región; en la zona amazónica no parece disminuir, pero evita los poblados; “la presencia del hombre lo enoja”, dicen los nativos, y es raro que un jaguar se transforme en “devorador de hombres”. En algunos lugares despoblados es extraordinariamente abundante.

    En la época de apareamiento, cuando vocalizan más, emiten lamentos y gritos como los del gato doméstico, pero muchísimo más fuertes. Su “rugido”, como es llamado, es un sonido profundo y reiterado entre una tos y un gruñido. Tiene dos cachorros a intervalos de dos años.
El jaguar depreda sobre el tapir, ciervo, oso hormiguero gigante, agutí, mono, y en realidad sobre cualquier mamífero nativo con excepción de su rival, el puma, así como sobre aves, tortugas, peces, y aún yacarés. Para pescar se apoya sobre una roca o rama saliente y observa el agua, y cuando aparece un pez lo golpea con su garra. Se dice que golpea el agua con su cola para atraer a los peces, especialmente los frugívoros que se abalanzan al punto donde se escucha una salpicadura al caer los frutos. El golpear el agua con la cola puede no ser un acto instintivo o premeditado; más probablemente es algo accidental, dado que todos los gatos mueven sus largas colas cuando observan algo o están excitados.

    Las tortugas son capturadas, por lo general, cuando salen de noche a las orillas arenosas para desovar. El jaguar las agarra como hace la gente, pero las da vuelta sobre su dorso, y las tiene a su merced; con sus poderosas mandíbulas es capaz de romper la placa ósea inferior para alcanzar la carne. También cava y devora los huevos. Al ciervo lo captura en los abrevaderos donde se echa y los espera, a la mañana o al anochecer. Su presa favorita a orillas del agua es el carpincho o “cerdo de río” como lo llaman, un roedor de hábitos acuáticos, y el mayor de su familia. También depreda sobre el pecarí, el cerdo silvestre americano, un animal sumamente salvaje y peligroso. Los indios de Guyana dicen que algunos jaguares se unen a piaras de pecaríes, y los siguen en su andar por la selva. El jaguar que adquiere tal hábito es llamado “jefe de la piara”. Al seguirlos, espera hasta encontrar un pecarí separado de sus compañeros para caer sobre él y matarlo. Los gritos de la víctima instantáneamente atraen a todo el grupo sobre él, y escapa trepando al árbol más cercano, donde es sitiado por la furiosas bestezuelas, que corren y corren en círculos chillando y rechinando sus dientes con rabia, hasta que, cansados de esperar, siguen su camino, entonces el jaguar se deja caer y asegura su presa.

    El jaguar parece saber cuan peligroso es este juego, y los viajeros registraron dos oportunidades en las que los pecaríes tuvieron éxito en vengarse de él. Una está en “Vida en canoa y campamento en la Guayana Británica” de Barrington Brown, la otra en “Explorando en el sur de Brasil” de J. P. Bigg-Wither. El incidente le fue relatado a J. P. Bigg-Wither por un inglés que había pasado una gran parte de su vida explorando la naturaleza de Brasil. Una noche estaba acampando con un compañero viajero cerca del río Ivahay, cuando fueron sorprendidos por un gran ruido y conmoción en la selva, causados por una piara de pecaríes. Yendo al lugar con sus armas, con la esperanza de cazar uno de esos animales ya que estaban sin carne, encontraron en un claro a un jaguar parado en lo alto de un hormiguero de 1.5 m de altura, rodeado por un grupo de 50 o 60 furiosos pecaríes, todos tratando de alcanzarlo. El jaguar daba vueltas buscando un claro en la multitud por donde pudiera saltar y escapar; pero después de un rato dejó caer su cola demasiado baja, e instantáneamente fue agarrada por los pecaríes, que lo tironearon al centro de la piara. Entonces siguió una tremenda pelea y un ruido estremecedor, durante lo cual ambos hombres creyeron prudente marcharse sigilosamente. Cuando regresaron, una vez que la piara se hubo ido, encontraron seis pecaríes entre muertos y agonizantes, y algunos trozos de la piel del jaguar, todo el resto del mismo había sido devorado.

 

En: Lydekker, Richard. Harmsworth Natural History: A Complete Survey of the Animal Kingdom. Vol. 1, Volumen 1 - Part 8 -7net: p 389-391. London.

Imagen:  Dibujo de Friedrich Wilhelm Karl Kuhnert (Lydekker, Richard. 1901. The new natural history.  New York, Merrill).

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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