Detrás de un monte lejano se hunde el sol,
desfallecido,
y lo
despide un chingolo con su nostálgico trino.
La
Tardecita - Serafín J. García
Chingolo.
Dibujo probablemente de Dámaso Larrañaga
Duarte M et al. Dámaso Antonio
Larrañaga. Naturaleza ilustrada.
Montevideo. 2016
En los primeros años del siglo XIX, Dámaso Antonio Larrañaga,
escribía sobre el Chingolo (Zonotrichia
capensis), al que llamó Fringilla
civica, lo siguiente: “Es ave tan común que se encuentra por todas partes
en donde habita el hombre y le hubiera puesto domestica en lugar de civica,
si no estuviera ya este nombre apropiado al gorrión de Europa. Creo que se
diferencia bastante para que no se pueda hacer de él una especie separada, y
aun creo que sea nueva no obstante que encuentro mucha dificultad en
persuadirme no sea conocido por los naturalistas un pájaro tan común a menos
que no lo crean diferente del de Europa, Fringilla
domestica [Passer domesticus]”.
A continuación señala las diferencias que tiene con el gorrión
europeo y comenta: “El nido en los mechinales [agujeros en los muros], en los
árboles, también en el suelo, formado de cardos. Unos cinco huevos blancos,
jaspeados de rosa seca. Tiene mi. prop. [¿mismas proporciones?] del europeo,
pero no es tan perjudicial”. Al parecer los chingolos eran enemigos de la
huerta del presbítero porque en su Diario
de la Chácara (1819) dice: “Los chingolos me arruinaron dos colecitas que
habían brotado únicamente de las parisienes”.
Da como referencia a Félix de Azara que afirmaba que debido a
sus alas débiles y breves “vuelan con menos ligereza, y se dilatan poco,
contentándose con pasar de un matorral a otro, viviendo en ellos, prefiriendo
los espesos y grandes, atravesándolos y baxando al suelo. Verdad es que salen
con freqüencia a la inmediación despejada; pero no se alejan, ni suben a los
árboles grandes, ni secos, ni se dexan ver en las cumbres, ni se internan en
bosques ni campos”.
Pese a este hábitat restringido al chingolo se lo puede
encontrar desde los bosques patagónicos a la aridez de la puna o desde los
talares bonaerenses a las húmedas selvas misioneras. Merecería con toda
justicia el título de Ave Nacional que ostenta el hornero.
Respecto a sus nombres Azara
informaba que “algunos llaman Gorrión al presente, porque es común y
familiar en los pueblos y fuera de ellos y a veces entra en los quartos. En
Buenos Ayres y Montevideo le denominan Chingolo y Chingolito, y los guaranís
Chesihasí, porque lo canta todo el año con mucha claridad (…) A esto se reduce
su voz, aunque al obscurecer la noche suele cantar mejor de otro modo con
alguna variedad desde su dormitorio, que siempre es un árbol copudo (…) Al
romper el día es de los primeros que saludan la aurora. Nunca va en sociedad,
sino con su amada idéntica”.
Buffon ya había descripto esta especie con el nombre de
Bonjour-commandeur [Buenos días Comandante]: “se le llama así en la isla de
Cayena a una especie de bruant
[escribano - emberízido] que tiene la costumbre de cantar al apuntar el día, y
que los colonos tienen al alcance del
oído, porque vive alrededor de las casas (…) tienen la voz aguda de nuestros gorriones
de Francia; están más a menudo en el suelo, como los escribanos, y casi siempre
de a dos”. Agregaba que este escribano de Cayena “se parece perfectamente al
del cabo de Buena Esperanza (…) que el Sr. de Sonini considera como la misma
ave con dos nombres diferentes, de lo que sigue necesariamente que una de las
dos denominaciones es defectuosa, si este escribano es natural de la isla de
Cayena, es más que probable que no se encuentre en el cabo de Buena Esperanza,
a menos que haya sido llevado por los barcos”.
Bruant
du Cap de Bonne Espérance
Dibujo de François Nicolas Martinet.
Daubenton, EL -1765-1783?- Planches enluminées d'histoire naturelle. Paris?
Y aquí nos da Buffon la pista del porqué de ese inoportuno
nombre específico que Philipp Statius Müller le había dado. La llamó Caapsche Finch [Pinzón del Cabo], Fringilla
capensis, basándose en el nombre de la lámina nº 386, figura 2, de las Planches enluminées que acompañaban la
obra de Buffon, sin leer en el texto la aclaración de Sonini que citamos. Por
la regla de prioridad de la nomenclatura científica el nombre no se puede
cambiar y nuestro chingolito quedará con un nombre que sugiere un exótico
origen africano.
En 1831 William Swainson creó el subgénero Zonotrichia dentro de Fringilla
para el Gorrión de corona blanca (Zonotrichia
leucophrys). Este nombre significa “fajas de cabellos”, aludiendo a las rayas en la cabeza
que tiene esa especie norteamericana y
también el chingolo (del latín zona:
faja, y del griego thrix, trichos:
cabello y por extensión, pluma). Charles Bonaparte enseguida lo elevó a género
y el mismo Swainson lo usó por primera vez para el chingolo, en su subespecie
brasileña que Johann von Spix había descubierto en los alrededores de Rio de
Janeiro.
Tanagra ruficollis
Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, JB von, Avium
species novae. 1824-1825)
|
Charles Darwin encontró al chingolo en las riberas del Plata,
Bahía Blanca, Puerto Deseado, Valparaíso y en la Cordillera de los Andes a 2400
msnm.: “Generalmente prefiere lugares habitados, pero no alcanzó el grado de
domesticación del gorrión inglés. No anda en bandadas, aunque frecuentemente
pueden verse varios comiendo juntos”. En Montevideo encontró un nido parasitado
por el Renegrido (Molothrus bonariensis),
porque el chingolo es uno de los hospedadores más comunes de ese parásito de
cría. Así lo relataba Von Ihering: “Y el pobre tico-tico, sin hacer objeción,
consagra todo su cariño a estos huevos ajenos y, más tarde, al salir los
hijitos, les da los mismos cuidados que a sus propios hijos. Teniendo que
crecer más, este hijo intruso también precisa comer más y el paciente tico-tico
le da doble ración, algunas veces descuidando a los hijos legítimos, que no
consiguen erguirse tanto en el nido, para disputar los bocados. Es grato ver,
más tarde, a la madre dando los primeros paseos con los hijitos; si entre ellos
uno es mucho más grandote y de otro aspecto, ése es el hijo del Renegrido”.
Pero el chingolo se empeñaba en engañar a los naturalistas. John
Kirk Townsend, que coleccionaba aves en Estados Unidos a mediados del siglo
XIX, enviaba habitualmente sus ejemplares a John James Audubon para que
los clasificara, designara y dibujara. Entre estos ejemplares le mandó un
chingolo que Audubon describió como ave norteamericana. “Un único espécimen de
este precioso pajarito, aparentemente un macho adulto, me ha sido enviado por
el Dr. Townsend, quien lo obtuvo en Alta California. Suponiendo que no está
descripto, lo he denominado en honor a mi excelente y muy estimado amigo, el
Dr. [Samuel George] Morton de Filadelfia, secretario correspondiente de la
Academia de Ciencias Naturales de esa ciudad”.
En efecto, lo llamó Fringilla
Mortonii incluyéndolo en una de sus famosas láminas. El ave en realidad provenía
de Valparaíso, donde Townsend había estado colectando en mayo de 1835, y al
mezclarse con los ejemplares norteamericanos de sus colecciones, Audubon lo
creyó de este origen.
Morton’s
Finch
Dibujo de John James Audubon (The Birds of America. 7 vol. New York.
1840)
A su llegada al Río de la Plata, en octubre de 1826, el
naturalista Alcide d’Orbigny, fue recibido por varias aves en el mismo buque en
que viajaba: “Muchos pájaros de tierra vinieron a descansar al cordaje. Nos
procuramos un cuco, güira cantagara de Buffon, una tijereta de larga cola y un
gorrión”, que en realidad era un chingolo.
Claude Gay consideraba al chincol “muy común en Chile, y existe
en toda la América meridional, desde el Brasil (…) hasta el noreste de la
Patagonia (…) Su grito es i-tío, chiu,
chiu, trrrri”. Philip Gosse los vio
en Mendoza donde eran muy comunes incluso hasta en las alturas [de Puente] del
Inca (2700 msnm). “He oído cantar a estos pajaritos durante las claras noches
de luna. El canto consiste en una serie de pequeñas series desconexas de notas,
para nada desagradables (…) Muy rara vez los vi lejos de las viviendas, pero
eran siempre abundantes en los cultivos o cerca de las casas o los
campamentos”. Incluso se llevó algunos al Jardín Zoológico de Londres donde se
adaptaron bien.
En el Uruguay Oliver Aplin observó las diversas ubicaciones del
nido del chingolo en “agujeros en paredes (vi uno a mitad de un aljibe), en los
cilindros de hojalata que se ponen alrededor de los árboles jóvenes para
protegerlos de las hormigas, en arbustos, etc. Dos estaban en la tierra en un
cultivo reciente (…) entre pasto seco (…) Un nido fue construido entre las
vueltas de un lazo enrollado colgado en un galpón”.
Y en el Ajó, Ernest Gibson relata un curioso “ataque de una
inmensa polilla marrón (Erebia odora
[Ascalapha odorata]), de casi 18 cm
de envergadura, sobre una de estas aves. Ocurrió de día, de modo que la polilla
debe haber confundido al ave con uno de su propia especie pero, de cualquier
modo, ahí estaba, golpeando al “gorrión” vigorosamente con sus alas, mientras
este último saltaba hacia atrás, evidentemente indeciso entre el miedo a un
agresor tan grande y atrevido, y el desprecio hacia los débiles golpes de los
que era receptor. Al final, fui tras la polilla con una red de mariposas, puse
fin a la pelea (…) un combate muy homérico”.
Roland F. Hussey pasó seis
meses trabajando en el Observatorio Astronómico de La Plata en 1914 y
opinó que “por gran parte del país el Chingolo es el ave favorita y es
uno de los primeros pájaros que ve el ojo del extranjero, y sus preciosos
costumbres y canto lo mantienen constantemente a la vista”. Porque a los
europeos el chingolo les recordaba su conocido gorrión doméstico, como lo
marcaba William Henry Hudson: “Como se reproduce en los campos, en el suelo,
nunca puede ser tan familiar con el humano, pero en apariencia es como una
copia refinada del corpulento gorrión inglés (…) con la distinción añadida de
una cresta, que baja y eleva en todos los ángulos para expresar los diversos
sentimientos que afectan a su pequeña mente ocupada”.
Parece que el chingolo caía simpático a todos. El ornitólogo
Alexander Wetmore decía: “En su adaptabilidad a las diversas zonas faunísticas,
su abundancia y su aceptación confiada del humano, y de los cambios que él ha
forjado en la faz de la tierra, estos pinzones de voz dulce se han ganado un lugar
en la estima de los paisanos, que pocos pájaros han recibido, en tierras donde
se considera cualquier cosa que tenga plumas con interés principalmente como
fuente potencial de comida. Aunque se encuentra generalmente en bandadas
pequeñas o, a veces, solo en pequeñas áreas
abiertas de arbustales o matorrales, en las pampas, donde tal cubierta
es escasa, frecuentan zonas de malezas o incluso pastos bajos o cualquier otro
de los escasos refugios disponibles. En los pueblos, donde se encuentran
dispersos por jardines y plazas, e incluso entran en los pequeños patios donde
los arbustos pueden ofrecerle refugio, sus rasgos amistosos cuando vienen en
busca de migajas, y sus canciones tranquilas los hacen queridos para el corazón
de todos”. Y recordaba cómo el canto del chingolo lo acompañaba en sus
excursiones ornitológicas por la provincia de Buenos Aires.
En el valle de Los Reartes (Córdoba), Alberto Castellanos “solía
observar con cariño la docilidad de estos pájaros. No sólo no se les molestaba,
sino que se les daba de comer todos los días por la mañana. Confiados andaban saltando por los patios, galerías y
hasta se entraban a las piezas, intentando salirse por los vidrios de las ventanas, si de
improviso se les ganaba la puerta. A veces se aturdían a cabezazos y los
podíamos cazar, dándoles otra vez la libertad. Solían ser los comensales
infaltables a las aventadas del maíz pisado en aquellos viejos morteros que tan
sólo el recuerdo los conserva. Esperaban que se retirasen las gallinas o cuando
quedaban pocas iban a comer el afrecho. Como esta costumbre es una de las más
características, le han individualizado en el nombre vulgar con el apodo de
chingolo afrechero, aunque se le designa con el último para abreviar”. Y el mismo autor lo escuchó en Tierra del
Fuego: “Su canto sencillo; resultaba de una dulzura arrobadora en medio de
aquel silencio que se infiltraba como la humedad, hasta los huesos, en aquella
soledad aniquiladora y bajo un cielo gris,
opaco, nebuloso…”
El chingolo cantor, “flautilla animada” como lo llamaba Eduardo
Holmberg, acompañó a Henry Durnford (1878) en sus expediciones con los colonos
galeses por el solitario valle del río Chubut: “Tiene un bonito y corto trino, que canta por la tarde y
durante la noche, cuando la luna brilla; y, a menudo, mientras estaba acostado
despierto bajo mis jergones y mi manta de guanaco, este “gorrión” se mantenía
cantando a pocos metros de mi cabeza”. Y Jorge Casares en Estanzuela (San
Luis): “Cuando espaciado por un silencio, y luego repetido, se oye a la hora
del crepúsculo, resuena con sedante, apacible cadencia; si alguna vez estalla
en medio de la noche, cobra singular repercusión y se le atribuye virtud de
pronóstico: anuncia viento, afirmaban los paisanos de mis lares”.
Sobre su canto decía el Dr. Franco da Rocha: “Para los
aficionados a las interpretaciones fantasiosas, lo que él canta por la mañana y
por la tarde es lo siguiente: "mi
vida es así ... así … así”, y, a
veces, a plena noche, también se le oye cantar. El tico-tico es de una
confianza ilimitada, ingenua; no sospechosa jamás de la perfidia humana, aunque
viva siempre junto al hombre. Cuando se arma una trampa, cerca de la casa o
cualquier otra trampa, es infaliblemente el primero que cae preso”.
Carlos Selva Andrade observó en una quinta cercana a Ramos Mejía
(Buenos Aires) la siguiente extraña conducta de los chingolos: “Cuando callaba
la grey alada y empezaban a insinuarse las sombras, un espectáculo nuevo se
desarrollaba ante mis ojos. Tenía que esforzarme para ver la pista de tierra,
lisa y sin hierbas, que se extendía al pie de los ligustros, porque, entonces,
los chingolos, con un vuelo que describía una semi-espiral, se descolgaban de
los arbustos y se reunían por bandadas en el suelo. Y allí los veía, entre dos
luces, corretear, más bien deslizarse con las alas extendidas y movimientos
nerviosos, enhiesto el copete como si los dominara una gran excitación. Una luz
débil, rojiza, iluminaba la escena que se prolongaba un tiempo, en silencio,
como si fuera un rito. Los pajaritos iban y venían hasta que una nota
cristalina, emitida por uno de ellos, los hacía detenerse; permanecían un
instante en suspenso y luego se sumergían, todos de golpe, en la noche del
follaje (…) Muchas veces me han llamado la atención sus gorjeos nocturnos,
modulados con la más clara voz. La gente en Misiones me solía decir que los
tico-ticos anuncian los cambios de viento. No podría certificarlo con
observaciones precisas pero puedo decir que varias veces, en la alta noche,
después de oír el canto del chingolo, escuchaba a lo lejos el chirriar de la
veleta ubicada sobre el secadero de yerba. ¿Casualidades? ¿Premoniciones?”.
Alex
Mouchard
En
nuestra próxima entrada trataremos la frondosa relación del chingolo con las
culturas humanas.
LOS
INNUMERABLES NOMBRES DEL CHINGOLO
Su
nombre más común, deriva del chincol que se usa en Chile, y éste del quichua chinkollo o ch’ekko’llo, su muy antiguo nombre en el Perú.
México:
Gorrión Chingolo.
Guatemala:
Coronadito, pirrís, gorrión chingolo, comemaíz.
El
Salvador: Chingolo copetón.
Nicaragua: Chíngolo.
Costa
Rica: Comemaíz, pirrís.
Panamá: Gorrión
ruficollarejo.
Haití
(Creole): Zwazo-kann chingolo.
República
Dominicana: Cigua de Constanza, cigüita de Constanza.
Colombia:
Copetón, pichitanca, comemaíz, pinche, copetón, gorrión, afrechero.
Venezuela:
Correporsuelo, choíta, copetón.
Ecuador:
Gorrión, chingolo, gorrión criollo.
Perú:
Chingolo, copetón, pichisanka, pfichitanka, tanka, pichuchanca, pichuncho,
pichinchurro, pichurro, pichirro, pichiusa, chaquia, gorrión peruano, planchín
(norte).
Quichua:
Pichinku, pichinchu, pichiwchuru, pawqar qori, pichiw chanka.
Aymara:
Phichitanka.
Bolivia:
Chinchol, pfichitanka, huaichu, hortelano, tres pesos, gorrión.
Brasil:
Tico-tico, tico-tico do campo. En Sergipe: Jesus meu Deus. En el norte: María
judía, maria-é-dia.
Paraguay
(Guairá): Paraguay: San Francisco. En el Guairá: Bendito-sea-Dios, Bendito-sea,
Ñandejára Preso (“el preso de Dios”, ver leyendas).
Guaraní:
Chesyhasy (“mi madre está enferma”, ver leyendas), chesihasí, chesijasí,
chesehají, chesehasí, chesy asy, chesi, manimbé (“cáscara de mandioca”, por el
color pardo), icacú, iyatira.
Indios
Lengua (Paraguay): K?sn?ei.
Chorote
(Pilcomayo): Itionimpe.
Nivaklé
(Pilcomayo): Tonivaiche ajo'?lo.
Chile:
Chincol, chincolito. Y en Chiloé: Patriota, chincol, copete, bonete, pachoco.
Argentina:
Jujuy:
Papachiuchis.
Salta:
Icancho, se usa despectivamente para aludir a una muchacha fea.
Tucumán,
Jujuy, Santiago del Estero: Icancho, iquincho, vichí, vichú.
Qom
(Formosa): pael’che, pael’che la’te, qui!asan, qui!asam, quiyasan, quiyasam,
quiasan.
Wichí:
Takyotson, taqyatsa.
Misiones:
Chuschiú
Corrientes,
Chaco: Cachilo.
Santiago
del Estero: Afrecherito, icacko-tacanero, icacu, icaco, incancho, cancho.
Entre
Ríos: Cachilito, chingolo.
Río de
la Plata, Córdoba, La Pampa: Chingolo, chingolito.
Catamarca:
Icancho (voz cacana), icanchu, chuschín.
La
Rioja: Chuschín, chuscú, afrechero, chengo, chingo, chingolito.
San
Juan: Chischín, chuschín.
San
Luis: Afrechero (se le da este nombre porque suelen andar alrededor del
mortero, para comer el afrecho que cae al suelo al aventar el maíz). Cachilo,
chingolo, chingolito, chuschín. En Concarán: engrillaito.
Ranquel:
Chinko.
Mendoza,
Chile: chincol chincolito.
Mapundungun: Churchu, churchur, pülen, meñkutoki
(meñki: copete).
Puelche (gününa küne): Tsilga
Aonikenk: Eluln.
Selknam:
Tchamoukh.
Otros
nombres criollos: Choludo, bitiche, cabeza atada, chisca, joyerito.
Toponimia:
Monte
Chingolo: localidad del partido de Lanús (provincia de Buenos Aires, Argentina).
Históricamente la zona se conocía como Monte del Chingolo.
El
Chingolito: localidad del Departamento Ger Aike, Provincia de Santa Cruz,
Argentina.
Icaño:
localidad del departamento Avellaneda, provincia de Santiago del Estero,
Argentina. El nombre se derivaría de la abundancia de chingolos o icanchos en
la región.
Chincolco
(= aguas del chincol): localidad de la provincia de Petorca, Chile.
Chincoihue
(= lugar de chincoles): esteros en la Región de los Lagos, Chile.
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