El zorrino, chingue, o añas (Conepatus chinga)
“Atención dijo Noel
El violín no se permite
Entonces el mapurite cojió camino y se fue
Atención dijo Noel
El violín no se permite
Entonces el mapurite hecho el apendejo se fue”
Alitasia - La Gaita de Otrora
Hace unos años recorríamos con unos amigos un bosque de ñandubay, en la provincia de Entre Ríos (Argentina), cuando llegamos a una tapera, un rancho abandonado. Sobre el piso de tierra de la vivienda había un colchón viejo que levantamos para ver si encontrábamos algún ofidio escondido. Sin embargo, bajo el colchón, plácidamente enroscado, dormía un zorrino. Entre la sorpresa nuestra y una rápida retirada, pasaron pocos segundos, pero el animal, molesto, lanzó su rociada dentro del rancho. A pesar de estar nosotros ya afuera, algo de la pestífera nube nos quedó impregnado en las ropas y nos acompañó varios días durante nuestro viaje de vuelta.
Un animal tan controvertido como éste, de bello pelaje pero con tan desagradable arma química, habría de llamar la atención tanto de los pueblos originarios como de los pioneros europeos que llegaron a esta parte de América.
Uno de los primeros que escribió sobre el zorrino, a principios del siglo XVII, fue Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega que, aunque americano y mestizo, tenía formación europea. Refiere que hay en Perú muchos “zorros pequeños”, y entre ellos se destacan los que producen un olor insoportable. “Los indios les llaman añas y los españoles zorrina. . . andan de noche por los pueblos, y no basta que estén las puertas y ventanas cerradas para que deje de sentirse su hedor, aunque estén lejos cien pasos y más; hay muy pocos, que si hubiera muchos, atosigaran al mundo”.
Hacia 1669 el capitán inglés John Narborough desembarcó con su gente en la costa patagónica, precisamente en el actual puerto Deseado, donde permanecieron seis meses. Allí conocieron al zorrino según lo relató uno de sus capitanes, John Wood: “ No puedo dejar de mencionar una pequeña criatura con cola peluda, al que llamamos, ‘protestón’, porque ni bien te ve, se pone a vaporizar y a patear la tierra con sus patas delanteras, y así y todo no tiene más defensa que su culo; porque al acercársele, se pone de cola, y proyecta un líquido, acompañado con el más abominable olor en el mundo.”
Mephitis Chilensis
Grabado coloreado a mano por William Home Lizards. En Jardine, Sir William - The Naturalist’s Library – Vol 15
Plate # 13 - Circa: 1830s-1840s |
Ya iniciado el s. XVIII el padre Louis Éconches Feuillée recorrió la costa este de Sudamérica desde las Antillas al Cabo de Hornos y estando en Brasil experimentó en carne propia el enojo del animal al que los habitantes llamaban ‘chinche’: “Me costó mucho esfuerzo sacar de mis hábitos el mal olor del que estaban impregnados, duró más de ocho días, aunque los lavé varias veces, los mojé, y los sequé al sol. Me dicen que el mal olor de este animal es producido por la orina, con la que impregna su cola, de la que se sirve como una especie de cepillo para dispersarla y hacer huir a sus enemigos mediante este olor horrible; de la misma forma orina a la entrada de su cueva para evitar que entren; que es muy aficionado a las aves silvestres y de corral, y que son estos animales los que destruyen principalmente a los pájaros de los campos de Buenos Aires.” Desconocemos si el americanismo “enchincharse”, que se usa en México, Guatemala, Perú y Argentina, con el sentido de molestarse o fastidiarse, proviene del mal carácter del chinche.
Otro religioso, el padre Joseph Gumilla, recorrió en esos años el río Orinoco y encontró probablemente al zorrino amazónico (Conepatus semistriatus), “un animalito, el más bello, y al mismo tiempo el más detestable que haya visto. Los americanos blancos lo llaman “mapurita” y los indios “masutiliqui”. . . no teme a ningún animal por más grande y feroz que sea, fiándose en sus propias armas, de las que pude probar el efecto al punto de perder el juicio y de sofocarme. Cuando el mapurito ve venir hacia él un hombre, un tigre o cualquier animal que sea, lo espera a pie firme y cuando lo ve llegar a una distancia conveniente, se da vuelta, y le lanza un viento tan apestoso, que lo aturde y lo deja varias horas sin ganas de seguirlo, tras lo cual continúa su camino, bien seguro de que no lo perseguirán.”
La Moufette
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Finalmente el jesuita Juan Ignacio Molina (ver nuestra entrada del 7 de julio de 2013 - EL CISNE DE CUELLO NEGRO Y EL ABATE), consigue darle un nombre científico al zorrino o chingue como se le llamaba en Chile. Lo designó Viverra chinga, derivando el nombre específico “chinga” del nombre común “chingue”. Incorrectamente lo ubicó en el género Viverra que pertenece a carnívoros asiáticos ubicados en otro suborden, pero el nombre específico persistió.
Molina observó correctamente que “la orina del chingue no es fétida, como se supone generalmente, sino que el olor tan desagradable para cualquier otro animal, procede de un aceite verdoso contenido en una vesícula colocada, como en el turón europeo [Mustela putorius], cerca del ano. Cuando el animal es atacado, eleva su parte posterior y lanza este líquido nauseabundo sobre su atacante. Nada iguala la ofensividad de este olor; penetra por todas partes, y puede ser percibido a gran distancia. Las ropas contaminadas con él, no pueden usarse por mucho tiempo, y sólo tras repetidos lavados; y los perros que han sido rociados por el chingue, se meten corriendo en el agua, se revuelcan en el barro, aúllan como locos y no comen nada mientras permanezcan con ese olor.”
Gracias a eso el chingue entra tranquilamente en los pueblos a buscar huevos en los gallineros y “pasa sin temor por entre medio de los perros, que en lugar de atacarlo más bien huyen de su proximidad”. Como los pobladores rehusaban dispararle por temor a fallar y recibir su descarga, Molina refiere un curioso y arriesgado método para capturarlos: “algunos del grupo empiezan por acariciarlo [no explica como logran hacerlo], hasta que se le ofrece la oportunidad de agarrarlo de la cola y sostenerlo en el aire. En esa posición al tener los músculos contraídos, el animal es incapaz de eyectar su fluido, y es despachado con toda seguridad.” Como su piel no retiene nada del terrible olor “los indios, cuando pueden obtener suficiente cantidad de estas pieles, hacen cobijas, que valoran mucho por su belleza y suavidad del pelaje”.
Algunos años después, otros jesuitas encontraron al zorrino durante sus tareas de evangelización en el Gran Chaco. Martin Dobrizhoffer, que trabajó en lo que es hoy la provincia de Formosa (Argentina) y en el Paraguay, dice: “Así como su graciosa figura cautiva los ojos, así es de insoportable de cerca su hedor para la nariz. Son hermosos pero nada corteses, pues a todos los que se les acercan los orinan con un jugo tan pestilente que el perro acertado por éste, se revuelve lastimeramente un rato por la tierra como si se le hubiera regado con agua hirviente. Si algo le penetra en los ojos, enceguece de seguro. . . Si en el campo libre el zorro larga su agua, el mal olor se propaga por el viento hasta una legua de distancia. Este jugo blanco luce de noche cual fósforo y donde quiera que pasa se ve un rayo de fuego. . . Débil y pequeño como es este zorro, es temido por los tigres, los perros de presa y todas las gentes.”
Continúa diciendo que escribe por experiencia propia, “porque lo olí. Recelo y me avergüenzo en renovar la memoria de un suceso triste que me ocurriera. . . vi venir con paso suave desde lejos un pequeño zorrillo. Miren – dije a mis compañeros – qué bello y gracioso animalito es éste. Nos fiamos demasiado del color, y ninguno de nosotros se imaginó el horrible veneno que estaba oculto debajo de la piel tan bella. Quisimos agarrar al animalito y corrimos tras él como de apuesta. Desgraciadamente yo corría más ligero que los españoles. Cuando el zorrillo traicionero vio que yo me encontraba cerca de él, se detuvo como si quisiera dejarse prender y parecía rendirse en realidad. Como yo no quise fiarme de las lisonjas de un animal desconocido, lo toqué solo suavemente con una caña de India. El levantó de inmediato la pata y me chorreó su orina infernal, especialmente sobre mi mejilla izquierda. Tras esto huyó victorioso cuanto pudo. Debo considerar todavía como una bendición que el zorrillo no dañara a mis ojos. Yo quedé ahora como tocado por el rayo y estaba insoportable hasta para mí mismo, pues el horrible hedor corrió desde la mejilla orinada por todo el cuerpo y dentro de mis ropas interiores y hasta sobre el bastón.” Como consecuencia recibió las burlas de sus compañeros, que lo evitaban y le prohibieron entrar a la carpa donde dormían. A pesar de lavar y restregar sus ropas, que colgó “sobre el techo del carro por más de un mes al viento, lluvia, polvo y al sol, no perdieron el hedor y por esto jamás pudieron volver a usarse”.
-iniczac
Paucke, Florián en Zwettler-Codex 420 Etta Becker-Donner; Gustav Otruba; Stift Zwettl. Wien : Braumüller, ©1959-©1966
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Su cofrade y contemporáneo, Florian Paucke, relata un hecho similar sufrido por un compañero durante su estada entre los mocovíes de Santa Fe. Y agrega: “Este animalito es lindo de contemplarlo pero su orina es de un hedor tan penetrante que los perros cuando lo cazan los humedece con su hidráulica, se revuelcan de continuo sobre la tierra como si enloquecieren y echan mucha espuma por la boca y babean durante mucho tiempo. . . Cuando el viento sopla en contra el hedor se apercibe también por más de una legua española; si está muy cercano, mueve a muchos a desocupar sus estómagos. Yo he oído decir pero jamás lo he probado que este hedor que el viento acarrea consigo puede ser pronto ahuyentado mediante una jarra de agua que se vuelca al aire o contra él. Debe de haber un remedio que mitiga este hedor pues yo he visto mantas enteras de tres varas y media de largas y de dos varas de anchas que son de pieles de estos animalitos unidas por costura y tienen un hermoso aspecto. . . En una manta hay también cincuenta o más cueritos, cada uno negro como el otro y suave como seda y no se advierte hedor alguno.”
Paucke relata el mismo sistema de caza temerario que refiere Molina y asegura haber oído de “ otros tales zorrinos o zorrillos que viven más adentro en el país cerca del reino del Perú y no se defienden mediante la orina sino únicamente con la escopeta de vientos naturales cuyo hedor sería también tan penetrante que ni la gente ni los animales podrían permanecer a su lado.”
Una noche encontró uno “debajo de la mesa dentro de mi cuarto. Pronto sentí su bálsamo y lo busqué y hallé donde he dicho ¿Qué hacer? Era inútil matarlo a palos o con otro instrumento pues un solo chorro hubiera hecho estornudar mi choza ¡Más! la aldea entera. Después de largo cavilar tomé mi fusil, disparé contra la bestia y la maté sin que ella pudiera verter su agua balsámica pero por algunos días sentí el resabio en mi choza.”
Juan Manuel de Rosas en sus Instrucciones a los Mayordomos de Estancias refiere otro método seguro para cazarlos: “El modo de matar a los zorrinos es con las bolas ganándoles viento arriba: así no pueden mear ni las bolas. Después de muertos se les pisa la barriga para que acaben de salir los orines, y luego se les refriega el trasero, en el suelo, y así con esa operación no heden los cueros”.
Mephitis chilensis
Gay, C. - Historia fisica y politica de Chile. Atlas v.2 (1854) Paris.
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Pese a su mal carácter el zorrino puede ser domesticado según el naturalista francés Claude Gay: “se nos ha asegurado en el Perú que uno joven había sido tan bien amansado, que seguía a su dueño por el campo, y jamás dio motivo de queja; pero es verdad que siempre estuvo bien tratado y mantenido, lo que prueba que sólo cuando reciben daño o se les irrita, usan su singular proyectil.” Y no todos parecen ser afectados por su aroma, así por ejemplo el puma: “Uno de los mas formidables [enemigos] es el león del país, que despreciando las primeras impresiones del olor casi insoportable, no teme perseguirle para satisfacer su apetito.” En cambio, como afirma Thomas Pennant, “su vapor pestilente supera incluso a la pantera de América [el yaguareté], y atonta a ese formidable enemigo.”
Félix de Azara lo conoció en Paraguay y recogió algunas creencias y usos medicinales: “algunos han observado que acuden los yaguarés adonde se ha muerto alguno de ellos; y por eso no suelen matar los que por las noches entran en las casas campestres a comer los pollitos y huevos, sino que los ahuyentan y matan lejos. Es muy común sacarle el hígado y secarlo a la sombra; porque es voz general, que tomando un poco de sus polvos en agua o vino caliente, son un específico singularísimo contra el dolor de costado [cólico renal], y el mayor sudorífico que se conoce. También es remedio especial contra la xaqueca el olor pestilente de sus orines” aunque no está claro si el “licor fosfórico” que arroja y que “reside en una bolsita junto a la vía de la orina” se mezcla o no con ésta al arrojarlo.
The Mephitis of Chile
George Whittaker 1825 – Natural History
http://www.old-print.com |
Nos queda para el final la visión de William Henry Hudson quien se preocupaba en advertir a los viajeros extranjeros sobre “el carácter odioso de esta criatura (los adjetivos son insuficientes para describirlo)” y cita el caso de un inglés que por querer atraparlo sin conocerlo recibió una rociada. Asegura que hay quienes “han sido cegados permanentemente por una descarga del feroz líquido en plena cara. Sobre una membrana mucosa quema como ácido sulfúrico, dicen los infortunados que han tenido la experiencia.” Con bastante frecuencia encontró zorrinos completamente ciegos, suponiendo que lo eran por haber recibido accidentalmente la descarga de sus propias glándulas.
Critica a Molina, a quien considera no siempre confiable, por su descripción de la manera en que cazan al zorrino, según hemos visto. Para Hudson hacerlo así sería comparable a intentar acariciar a una cobra de capucha, y “sin embargo esta risible ficción encuentra creyentes por toda Sud y Norteamérica. El profesor [Spencer Fullerton] Baird la incluye en su gran obra sobre los mamíferos.” Hudson recuerda que un militar argentino había recibido de un cacique información sobre esta forma de capturar zorrinos. Al dejar el campamento indio, el oficial vio un zorrino y quiso probar este método. Pero aquí el relato terminó abruptamente y cuando se le pidió al oficial que prosiguiera, éste encendió un cigarrillo y se quedó mirando el humo. Hudson concluye que los indios eran amigos de hacer bromas pesadas y rara vez sonreían y que esta broma del zorrino era su venganza sobre la raza que se consideraban “superior”.
Cuenta también que entre las muchas águilas y caranchos que cazó, algunos tenían olor a zorrino en su plumaje, lo que era un indicio de que a menudo intentan cazarlo. Esto lo observó Ernest Gibson, en Buenos Aires, cuando un carancho realizó varios intentos de atrapar un zorrino hasta que éste, al verse agarrado por la cola, le disparó y el carancho quedó tambaleándose “con el plumaje desordenado, ojos llorosos, y una intensa expresión de aflicción en su cara vulturina.”
Hay varias referencias sobre el consumo de carne de zorrino, que muchos consideran bastante buena para comer. Hudson aporta la versión de un baqueano que habiéndose extraviado con su grupo en el interior de la Patagonia pudo sobrevivir durante el frío invierno, consumiendo carne de zorrino, el único animal que abundaba en la región. También comenta que cuando los perros se ven obligados, matan a los zorrinos pero que es una tarea que les desagrada mucho. Adquieren cierta habilidad en ello y lo realizan rápidamente, sacudiéndolos hasta quebrarles la columna, para luego correr a frotar la cara en el suelo húmedo para liberarse de la quemante sensación. En cambio, los animales inexpertos que reciben la descarga a veces caen inmóviles, como desmayados, y después de un rato se levantan y salen corriendo y aullando.
Perro recibiendo la descarga de un zorrino
La Abeja – nº 4, p 123, 1º enero 1865
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TOPONIMIAS DEL ZORRINO
- Córpen Aike, departamento de la provincia de Santa Cruz. Kórpen: zorrino macho. Aike: Paradero, pueblo. Voz de origen aónikenk. Hay un arroyo Corpen, afluente del Río Chico y una estancia Córpen Aike.
- Saliqueló: Localidad de la Pcia. de Buenos Aires. De sañi: zorrino; que: plural; y ló: médano = "médanos de los zorrinos". Voz mapudungun.
-Añatuya = Localidad de la provincia de Santiago del Estero. Voz quichua, que significa "zorrino", que es el símbolo de la ciudad. Provendría del guaraní aña: diablo; y tuya: viejo = "diablo viejo", quizás vinculando a su mal olor. Recordemos que las apariciones del diablo iban acompañadas siempre de un mal olor característico. Curiosamente en el otro extremo de América, en Canadá, el zorrino había recibido de parte de los europeos el nombre de enfant du diable: “hijo del diablo”.
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LOS PUEBLOS ORIGINALES Y EL ZORRINO
A través de los cuentos y leyendas es posible descubrir la manera en que los indígenas se relacionaban con el zorrino y el lugar que le daban en sus mitos.
Los aónik'enk o tehuelches continentales introducen al zorrino en el mito de su héroe Elal, que de niño vivía en una isla escondiéndose de su monstruoso padre. Su abuela, la laucha Terr Uer, convocó a todos los animales amigos del niño, valiéndose de Olje, el zorrino, como mensajero, y le explicó cómo debía caminar escondido entre las matas, para pasar desapercibido. Pero uno de los gigantes lo interceptó y lo interrogó. Olje, asustado, confesó la verdad, y una lechuza que pasaba escuchó la confesión y pudo avisar a los demás animales, que quedaron indignados. Elal, comprendiendo lo indefenso que era Olje, le colocó una glándula productora de un líquido pestilente, para que pudiera alejar así a sus enemigos. Aunque en otras versiones, debido a este olor, el zorrino está condenado a vivir solo y no tener amigos.
En otro mito tehuelche, el piche, el chingue y el gato pajero eran los antepasados que poseían el fuego, el cual negaban a los hombres. Elal se lo quitó y nunca más pudieron calentarse ni cocinar sus alimentos, pasando a comer en el caso del chingue, sólo cucarachas.
Los mapuches tiene un epew o relato oral donde una vizcacha se encuentra con un shañi o zorrino y caminando juntos, nota que sus amigos ya no la saludan. Comprende que es por el olor del zorrino a quien despide sin invitarlo a su confortable casa. En un cuento criollo parecido, Hudson, relata que el protagonista llega a un baile sin darse cuenta que había sido rociado levemente por un zorrino. En la fiesta todo el mundo empieza a sentir el olor y a tomar actitudes esquivas. Ante lo cual el protagonista decide irse sabiendo que muy probablemente iba a conocerse la causa de su huída.
En otro relato mapuche, compilado por Bertha Koessler, se explica la enemistad del zorrino y el puma. Este había raptado a una doncella, y luego se había comido al hijo de ella que acudió a rescatarla. La muchacha apostó un zorrino a la entrada de la cueva, quien al llegar el león, le disparó a los ojos su líquido nauseabundo con lo cual lo dejó ciego. La muchacha entonces le abrió el vientre y extrajo a su hijo muerto. En una continuación que parece contener elementos cristianos, el niño es resucitado y llevado por su misterioso padre a las alturas. En otra leyenda consignada por la misma autora, se refiere que el shañi acostumbra a vivir en casa ajena, sobre todo en la del peludo. De haragán nomás, hace que su hembra cave la cueva para parir. Un día, buscando una cueva de peludo para ocupar, se encontró con un panal de abejas mishkin y avispas shiumén, y queriendo darse un banquete de miel, fue atacado por los insectos que, inmunes a su olor, le dejaron el hocico colorado por las picaduras y la cabeza hinchada. Cuando se recuperó del ataque, Shañi, consultó al sabio Ollal que, invocando al Espíritu Auxiliar, entró en trance y le autorizó desde entonces a comer abejas y avispas.
Chinche
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Llegamos ahora a la provincia de Mendoza donde Berta Vidal de Battini recogió un cuento donde un chiñe o zorrino se asocia a un gallo, un gato, un burro, un pato y un carnero para recorrer la región. A la noche se quedan a dormir en un bosque, pero resultó que allí vivían varios leones (pumas). Cuando llegó uno de ellos, el chiñe despertó y le orinó en los ojos. La fiera quedó ciega sin poder defenderse de los otros animales que aprovecharon para atacarlo y hacerlo huir, seguido de los otros leones.
Entre los wichis, el zorrino aparece en los relatos de Tokjuaj como un personaje descuidado que se pone a defecar en medio de una fiesta por lo cual el héroe le tira un mate encima y le mancha la piel de blanco.
Hay varias historias registradas entre los aimara que tienen como protagonista al zorrino. En “El Matrimonio De Los Zorrinos” un caminante se encuentra con un baile de zorrinos que festejaban su casamiento. Al verse rodeado y orinado por ellos se hace el muerto y finalmente los rocía con su propia orina con lo cual logra que ellos se alejen. En “La Danza De Los Zorrinos” una familia de estos animales se divierte bailando cuando los hijos avisan a la madre la llegada del dueño del campo. La madre no hace caso y resulta muerta junto con el padre, salvándose en cambio los hijos.
Cuando aparece con el zorro, el zorrino le pide consejo sobre como cazar llamas para no tener que comer siempre gusanos. Pero resulta que las llamas lo patean y dolorido comprende que debe seguir con su comida habitual.
LOS NOMBRES DEL ZORRINO
Para los tehuelches o aónikenk es olje, u oljo, denominándose al zorrino macho: serpe o kórpen. En la misma etnia se refiere el nombre wekeshta para la forma patagónica, que el viajero George Musters registró como wickster.
En mapudungun es shani que dió las voces chinga, chiñi, chiñiúe, chingue, chiñque o chiñe. Este nombre se utiliza hasta la latitud de Catamarca. En esta provincia comienzan a usarse los nombren quichua y aimara: añatuya, añasco, añathas, añango, y añaz o añas. En Santiago del Estero se registra también la voz quechua pishilinga y en Salta pishinga, paicansillo, y también yaguano, derivado del nombre guaraní yaguaré que, según explica Azara, deriva de yagua: perro; y ré: hediondo; es decir “perro hediondo”. Esta voz dió yaguané nombre del yeguarizo con largas tiras o fajas blancas sobre fondo negro o colorado, como el pelaje del zorrino.
Para los wichis los zorrinos se llaman tujwanas o tejwanaj y entre los chorotes tijwana, mientras que los abipones disponían de tres nombres para ellos: los más grandes kaál, los medianos licheran y los pequeños lichera, sin que se pueda determinar si se referían todos a la misma especie. Los indios mocovíes lo llamaban inigzac.
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EL ZORRINO EN LA LITERATURA
Horacio Quiroga en su cuento Cacería del zorrino lo describe así:
“Uno de los animales salvajes más bonitos de la Argentina y Uruguay, es un pequeño zorro de color negro sedoso, con una ancha franja plateada que le corre a lo largo del lomo. Tiene una magnífica cola de largos y nudosos pelos, que enarbola como un plumero.
Este zorrito, en vez de caminar, se traslada de un lado a otro con un galopito corto lleno de gracia. Es mansísimo, y a la vista de una persona ni piensa siquiera en huir. Posee una gracia de movimientos que le envidiarían las mismas ardillas, y pocos animales del mundo dan más ganas de acariciarlos.
Pero el que pone la mano encima de esta bellísima criatura, chiquitos míos, no vuelve a hacerlo en su vida.
. . . Los animales carnívoros despiden todos, un olor amoniacal muy fuerte.
Pero ninguno de esos tufos es comparable al olor que despide el zorrino. Es, como decimos nosotros, un olor que “voltea”. Nada más expresivo se puede decir que esto. Un hombre que recibe la fea descarga en el rostro, cae con seguridad desmayado.
Hasta puede morir por asfixia, si el líquido ha penetrado en la nariz. Se conocen casos de ceguera por haber tocado los ojos el cáustico líquido.”
Alex Mouchard
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REFERENCIAS
Azara, Félix de – 1802- Apuntamientos para la historia natural de los quadrúpedos del Paragüay y Río de la Plata - Imprenta de la Viuda de Ibarra, Madrid.
Dobrizhoffer, Martin, S.J. –1967- Historia de los Abipones. Universidad Nacional del Nordeste. Resistencia, Chaco.
Echeverría Baleta, Mario – s/f - Vida y Leyendas Tehuelches.
Feuillée, Louis Éconches - Journal des observations physiques, mathématiques et botaniques, faites par l'ordre du Roy sur les Côtes Orientales de l'Amérique Méridionale, & dans les Indes Occidentales, depuis l'année 1707 jusques en 1712. Paris, 1714.
Gay, Claude -1847-Historia física y política de Chile. Zoología I. París.
Gómez Suárez de Figueroa, apodado Inca Garcilaso de la Vega - Comentarios Reales de los Incas, Lisboa, 1609.
Gumilla, José – 1758 - Histoire naturelle, civile et geographique de l'Orenoque et des principales riviéres qui s'y jettent. 3 vol. Avignon, Jean Mossi.
http://www.cuicui.cl/recursos/chingue_resentido/
Hudson, W. H. – 1895 - The Naturalist in La Plata. 3ª Ed. New York. D. Appleton and Co.
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Molina, Giovanni Ignazio – 1782. Saggio sulla storia naturale del Chili. Stamperia de S. Tommaso d' Aquino. Bologna,
Paucke, Florian – 2010 - Hacia allá y para acá. Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe.
Pennant, Thomas – 1771 - Synopsis of Quadrupeds.
Quiroga, Horacio – 1977 - Cartas a un cazador. Arca - 91 páginas
Quispe Chambi , Edgar - 2004- Traducción de Cuentos y Tradiciones Orales en Aimara - Academia Peruana de la Lengua Aymara APLA – Puno (Peru)
Rosas, Juan Manuel de – 1819 - Instrucciones a los Mayordomos de Estancias.
Terán, Buenaventura -1998- El ciclo de Tokjuaj y otros mitos de los wichí –Ediciones Del Sol.
Vidal de Battini, Berta Elena – 1960 - Cuentos y leyendas populares de la Argentina.
Wood, John – 1699 - Voyage Through the Streights of Magellan. En Hacke, W.: A Collection of Original Voyages. London: James Knapton.
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