"En su morada del lago felino, el muerto Iemisch espera
soñando ..."
Matias D'Angelo - "Potencial" (Mutti, 2014)
“Esperemos que el mítico huillín, nadador solitario de los
lagos australes, siga dejándonos sus inequívocas señas cerca de los puentes,
caminos y senderos de nuestros parques australes, que muchos turistas ignoran y
que nosotros descubriremos con la alegría de saberlo allí, aún sin que podamos
verlo.” Juan Carlos Chebez, 1994
El Iemisch |
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LOBO GARGANTILLA (Pteronura brasiliensis)
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MACA TOBIANO (Podiceps gallardoi) Y UN MISTERIOSO ANIMAL DE LA PATAGONIA
EL IEMISCH
Los relatos
sobre extraños animales en la Patagonia, supuestos sobrevivientes de antiguas
épocas geológicas, han sido frecuentes en los escritos de viajeros que han
transitado por esos remotos lugares. Uno de los más famosos fue el que se refería
a la supervivencia desde tiempos prehistóricos de un gigantesco perezoso
terrestre, el Mylodon, generó una
gran expectativa a fines del siglo XIX y principios del XX, originando
expediciones con el fin de buscarlo y capturarlo, las que por supuesto fueron totalmente
infructuosas. Otro relato, menos conocido, aunque vinculado con el anterior fue
la del monstruo fluvial o iemisch que, como veremos, se vincula con el huillín
(Lontra provocax), la nutria de los
ríos y lagos patagónicos.
Los restos hallados en una cueva del seno de Última Esperanza (Chile)
en 1895 por el marino y estanciero Hermann Eberhard (Martinlc, 1996) alimentaron
dichas creencias a las que se sumaba un relato del explorador Ramón Lista a
Florentino Ameghino (1898a, 1898c). En un remoto paraje de Santa Cruz, Lista habría
tenido un encuentro nocturno con un extraño animal, que tenía el aspecto del
pangolín asiático, pero con el cuerpo cubierto de un pelo grueso de color gris rojizo.
A pesar de dispararle varios tiros, el animal desapareció entre los matorrales
y no pudo ser hallado. Ameghino lo relacionó con los fósiles descubiertos en la
ya famosa cueva y, con unos huesecillos
dérmicos extraídos de un cuero que su hermano obtuviera de un indígena, creó
una nueva especie de milodonte que denominó Neomylodon
listai, en honor a dicho explorador entonces recientemente asesinado en el
monte chaqueño (Ameghino, 1898a; Roth, 1899). Francisco Moreno (1899) consideraba
que los huesecillos provenían en realidad de un trozo de piel que él había traído al Museo de la Plata y que
formaba parte del hallazgo original en la cueva de Eberhard.
Sin embargo en carta a Oldfield Thomas, mastozoólogo del Museo
Británico, Ameghino (1898b) insistía: “En los últimos días del mes de julio
último [1898], mientras que mi hermano esperaba en el puerto de Santa Cruz el
vapor para volver a La Plata luego de una ausencia de dos años, un indio
tehuelche le mostró un trozo del Neomylodon
en cuestión, diciéndole que era un trozo del cuero de Jemmich, que él había encontrado cerca del
Río Senguel. El indio otorgaba a este cuero tantas virtudes curativas que no
quiso deshacerse de él a ningún precio y no fue sino con grandes dificultades que
le permitió extraer algunos huesecillos dérmicos. Además, sé también que una de
las numerosas expediciones enviadas este año [1898] a la Patagonia para
estudiar la cuestión de límites, ha informado sobre una piel incompleta de Neomylodon
que se encuentra en el Museo de La Plata, pero hasta hace poco en ese
establecimiento no se sabía a qué animal atribuirla; esta piel presenta
absolutamente las mismas características que aquella de la que he hablado en mi
nota con la única diferencia de ser más gruesa.”
“Jemmich es el nombre que los
indios tehuelches le dan a este animal que ellos conocen muy bien, pero sus
relatos siempre se han considerado como fábulas. Hace tiempo que mi hermano los
ha escuchado hablar del Jemmich como un animal
feroz, de grandes garras y colmillos, y cola prensil y tan fuerte
como para atrapar los caballos y destrozarlos
con sus garras, colmillos y cola a la
vez. Hace cerca de dos años, un indio tehuelche llamado Hompen, con quien mi
hermano tenía relación, le contó que cerca del Río Senguel, viniendo de Chubut
a Santa Cruz, había encontrado en el camino un Jemmich con el que tuvo que luchar
y terminó matando. Él quería llevar a mi hermano al lugar donde debía
encontrarse el cadáver, pero él,
dominado por la incredulidad, no le prestó atención.”
“A partir de estas
informaciones confirmadas por todos los indios tehuelches, el Jemmich (o Neomylodon) vive en las cuevas y reparos
a orillas de los lagos Colihue, Fontana, General Paz, Gío, Buenos Aires y de
los ríos Senguel, Aysen, Huemules, etc. Es de hábitos nocturnos, saliendo
raramente de día y que camina por la tierra con la misma facilidad que nada en
el agua. El cráneo sería corto, con grandes colmillos (probablemente caninos
parecidos al del Lestodon); orejas de pabellón rudimentario; patas cortas; pies plantígrados, con cuatro dedos adelante y
tres los traseros, unidos por una membrana natatoria y armados de uñas o garras
excesivamente largas (lo que parece irreconciliable con la presencia de
membrana natatoria). La cola sería gruesa, larga, achatada, peluda y muy
prensil. Los indios comparan su tamaño con el de un puma grande, aunque un poco
más largo, de cuerpo más grueso y patas más cortas. El pelo grueso y duro es de color blanco rojizo o amarillento,
uniforme en todo el cuerpo. ¡Todos los indios acuerdan en que es un animal
excesivamente feroz! N o tienen ningún
miedo del puma, pero tiemblan de sólo escuchar el nombre del Jemisch.”
Al año siguiente, el famoso paleontólogo publicaba lo siguiente (Ameghino,
1899): “Los pocos viajeros que han
cruzado las regiones patagónicas y han estado en contacto e intimidad con los
hospitalarios tehuelches, han tenido oportunidad de oírles hablar de un
cuadrúpedo misterioso y corpulento, de terrible aspecto e invulnerable, en cuyo
cuerpo, dicen, no penetran ni los proyectiles de las armas de fuego. Llámanle iemisch
o "tigre del agua" y su solo nombre les causa espanto; cuando se les
interroga pidiéndoles detalles, pónense serios y cabizbajos, enmudecen o eluden
contestar.“
En los informes a su hermano, Carlos (Ameghino, 1898c) agregaba que
“según tradiciones [el iemisch] extendíase
en otros tiempos por el Norte hasta Río Negro, y por el Sur, según recuerdos de
los indios viejos, vivía en todos los lagos de la falda oriental de los Andes
hasta el mismo estrecho de Magallanes. Hace cosa de medio siglo, un iemisch que
de los lagos andinos bajaba el Río Santa Cruz, ganó tierra sobre la ribera
norte de este río cerca de la isla Pavón; aterrorizados los indios huyeron al interior,
quedando desde entonces como recuerdo de tan inesperada aparición, el nombre
que aún hoy lleva la localidad abandonada, "Iemisch-Aiken" (lugar o
paradero del iemisch). Es de hábitos nocturnos, y dicen es tan fuerte que se
prende con sus garras de los caballos y los arrastra al fondo de las aguas."
Posteriormente Ameghino (1898a) lo describiría como “tan corpulento como un buey de gran
tamaño, pero de piernas más cortas, y por consiguiente, mucho más bajo (…)
Tiene el cuerpo cubierto por espeso pelo, grueso y duro, de una estructura
parecida al pelo de Bradypus [el
perezoso de tres dedos] y de un color bayo uniforme en todo el cuerpo. Las
cerdas de la línea media del dorso, sobre el cuello y la parte anterior del
cuerpo, son un poco más largas, formando como una crin, mientras que en las
piernas se hace gradualmente más corto, hasta que desaparece.” Agregaba que
el cuero estaba incrustado por una cantidad de huesecillos dérmicos dispuestos
como el empedrado de una calle y que tenía un hocico fino. Aseguraba que aparecía dibujado en un antiguo
mapa de los jesuitas de Chile fechado en 1635 y lo identificaba con el Su o
Succarath, descripto por el padre Pedro Lozano, aunque éste al parecer nunca
estuvo en la Patagonia y es probable que estos datos los obtuviera del diario
de viaje de los padres Joseph Cardiel y Joseph Quiroga quienes viajaron a lo
largo de la costa patagónica hasta el estrecho de Magallanes en 1745. Escuchemos
su relato (Lozano, 1736]:
“En los confines de la provincia del Rio de la Plata, hacia los
Patagones, se halla un animal muy fiero llamado Su o según otros Succarath, y
anda comúnmente hacia la ribera de los ríos. Su figura es espantosa; a la
primera vista, parece tener la cara de león, y aun de hombre, porque desde las
orejas se le ve barbado con pelo no muy largo; estréchase su mole hacia los
lomos, cuando en la parte anterior es bien corpulento; la cola es larga y muy
poblada de cerda.”
Lozano completa su descripción con un antiguo relato que toma
fielmente de André Thevet (1558): “Los
habitantes se visten con pieles de ciertos animales, a los que nombran en su
idioma, Su, que en principio quiere decir, «como agua»; por tanto, a mi juicio,
este animal reside la mayor parte del tiempo en las orillas de los ríos. Esta
bestia es muy hermosa, hecha de una manera muy extraña, por eso quise
representarla en una figura. Otra cosa: si la persiguen, como hacen las gentes
del país, para obtener la piel, lleva a sus crías sobre el lomo y, corriendo
con su gran y larga cola, huye. Sin embargo, los indios utilizan un ingenio
para capturarla mejor: hacen un hoyo profundo cerca del lugar donde tiene
costumbre hacer su residencia y lo cubren con hojas verdes, de modo que al
correr, sin sospechar de la emboscada, la pobre bestia cae en este hoyo con sus
cachorros. Y viéndose así atrapada, ella (como enfurecida) mutila y mata a sus
crías; y lanza unos gritos tan espantosos que pone a estos salvajes muy
temerosos y tímidos. Finalmente, la matan con flechas, y luego la desuellan.”
Succarath. Dibujo atribuido a Jean Cousin. (Thevet, 1557).
Bibliothèque nationale de France.
https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1041773w/f192.item |
Santiago Roth (1899) advirtió los puntos confusos en las varias
publicaciones de Ameghino sobre el tema, y haciendo un minucioso análisis de
los restos fósiles de huesos y cuero hallados en la cueva Eberhard, los refirió
a una nueva especie de megaterio o perezoso terrestre al que, por suponer que
los indígenas lo criaban en cautiverio, llamó Grypotherium domesticum, de la que
Neomylodon listai pasaría a ser un sinónimo. Señaló Roth con buen criterio que no puede
asimilarse la fiera descripta por los tehuelches con un megaterio que carecía
de dientes carniceros (colmillos), tenía cabeza alargada y no redondeada, y
habría sido un animal pesado y poco ágil. En cambio, un poco más coincidente
con la fiera de los tehuelches sería un animal cuyos huesos se hallaron en la
famosa cueva y que describió Roth en la familia Felidae, como Iemisch Listai, el cual según Hatcher
(1899) sería un Smilodon o tigre
dientes de sable. “Las descripciones que hacen los indios tehuelches del iemisch
coinciden en su mayor parte con un animal de la naturaleza de los gatos, y es
mucho más probable que esa sea la bestia feroz de que ellos hablan (…) Su talla
mayor que la del puma y su cabeza corta con grandes colmillos, coinciden con la
de la familia de los gatos, pero no con la de los desdentados. Es muy posible
que habitara en tiempo no muy lejano en las orillas de los lagos y ríos andinos
y que sea el tigre nahuel que ha dado su nombre al lago Nahuel Huapi.”
(Roth, 1899)
En cierta ocasión Roth tuvo que explorar el lago Buenos Aires para
lo cual procuró como guía al cacique tehuelche Kankel, sin embargo éste le puso
mil excusas para no hacer el viaje y sólo prometiéndole una paga logró que se
acercara a no más de 1 km de la orilla del lago. El motivo de su temor lo
explicó refiriéndole que “el abuelo le contaba que existía un animal
muy feroz en el lago Buenos Aires, que era muy peligroso andar cerca de él, y
lo describía diciendo que cuando bramaba disparaban todos los animales y que, en
una ocasión, cuando andaba en la corrida del avestruz, cerca del lago, le había
muerto una tropilla de caballos.” (Roth, 1899)
Roth sabía que los indios eran muy supersticiosos y supuso que
conocían al iemisch sólo por cuentos tradicionales donde se mezclaban las
características de diferentes animales. Al preguntarle por estos monstruos
ninguno decía haberlo visto sino “me han dicho que el indio tal o el cacique
cual lo ha visto”. Finalmente especulaba que el iemisch de los aborígenes
podría ser también un gran roedor anfibio, mucho más grande que el carpincho, del cual Rodolfo Hauthal había hallado un
fémur fósil en la cueva Eberhard, y concluyó descartando que existiera algún
iemisch (ya sea felino o roedor) o algún milodón vivos a fines del siglo XIX.
Es curioso que la mitología tehuelche aonikenk no registra ningún
personaje con el nombre de iemish o parecido, ni con sus características, como
bien lo señalaba el paleontólogo John Bell Hatcher (1899). Y si bien Ameghino
creía que Lista había publicado en alguno de sus trabajos el relato que le
había hecho, dicha publicación no pudo ser ubicada y además Lista ya había
muerto cuando Ameghino reveló esa historia. Quizás Florentino encontró útil
alimentar la leyenda de un fósil viviente a fin de conseguir fondos para los
viajes de su hermano Carlos. Ambos fueron imprecisos en cuanto a lugar de
origen de la famosa piel, lo cual no debe extrañar ya que tanto Florentino como
su hermano Carlos guardaban celosamente los datos de ubicación de los
yacimientos de fósiles que descubrían para evitar perder la prioridad en su
descripción así como para impedir la depredación por parte de paleontólogos extranjeros,
puesto que los fósiles tenían un valor económico importante en esos tiempos.
Como supone Roth (1899) lo hicieron “quizás
por el solo motivo de no querer decir la verdadera procedencia de estos
huesecillos.”
Ante las deducciones casi detectivescas de Roth (Pérez et al.,
2018), Ameghino creyó necesario defenderse y lo hizo en una carta dirigida a
una eminencia de la época como el profesor Rudolph von Ihering (Torcelli,
1913-1936): “Las referencias al Jemish
son explotadas de mala fe. Yo no he descripto al Neomylodon por referencias,
sino por los huesecillos mencionados, absolutamente característicos e
inconfundibles. Lo que he hecho después es simplemente referir las
descripciones que de un gran mamífero que habita los lagos patagónicos dan los
indios y muchas gentes blancas. Si esas descripciones son inexactas, la culpa
no es mía, que no he hecho sino referir los datos que han llegado y llegan a mi
poder. Y aunque esas referencias resultaran indicar un animal diferente del que
describí con el nombre de Neomylodon,
no es una razón para que este nombre ceda la prioridad a otros basados sobre
los restos del mismo animal encontrado en la mencionada gruta. Probablemente no
es sólo un mamífero misterioso que vive en la Patagonia, sino varios, pues los
datos que continuamente me llegan no dejan lugar a dudas ... No se trata de
referencias de indios, sino de gente blanca. Steinkanpen estaba acompañado de
dos peones de apellido Montesinos, que viven en el Chubut y dos hijos, uno de
18 años y el otro de 16. Los cinco vieron el monstruo. El señor Zubizarreta
estaba acompañado por varios soldados. He hablado con otros que han hecho fuego
al Jemisch a 3 metros de distancia.”
André Tournoeur (1901), un millonario y diletante explorador
francés, recorrió la Patagonia a fin de buscar fósiles para su amigo el
paleontólogo Jean Albert Gaudry. Esto
contaba: ”Mis viajes me han permitido
obtener de los indios algunos datos sobre el famoso Hymché (el Neomylodon, para F. Ameghino) pero el
terror supersticioso que les inspira es tal, que es difícil desentrañar las
leyendas que su imaginación ha creado (...)
Estando un anochecer observando a orillas de un río del interior junto
al cual había acampado, vi emerger, en el medio de la corriente, la cabeza de
un animal del tamaño de la de un gran puma. Le disparé una bala; el animal se
hundió y no reapareció más. Según lo que pude distinguir en ese anochecer, su
cabeza redonda tenía el pelaje pardo oscuro; los ojos estaban rodeados de pelos
color amarillo claro, alargándose en una banda fina hacia la oreja, la cual no
tenía pabellón externo. Le hice la descripción al indio que me servía de guía;
pareció muy asustado y me aseguró que yo había visto al misterioso Hymché. Me
vi obligado a seguir camino; pero, sobre un banco de arena del río, algunos
kilómetros más adelante, mi indio me mostró unas grandes huellas parecidas a
las de un felino y me aseguró que eran las del Hymché.”
Pero, ¿Cuál era la identidad de este extraño iemisch? Obviamente no
era un animal prehistórico. El relato de Tournouer parece ajustarse más a un
puma nadando. Por otro lado el felino descripto por Roth, el Iemisch Listai, parece corresponder más al
jaguar. Hay algunos relatos y una frondosa toponimia (con el término mapuche
nahuel, tigre) que avalarían la presencia del jaguar hasta la provincia de
Santa Cruz hacia fines del siglo XVIII (Diaz, 2010), conservándose en la
Patagonia norte hasta fines del XIX. También hubo una raza pleistocénica del
jaguar (Panthera onca mesembrina) que
habitó la Patagonia, siendo registrado en pinturas rupestres de hace 9000 años (https://cryptidarchives.fandom.com/wiki/Iemisch),
aunque es improbable que su recuerdo haya permanecido entre los tehuelches.
Para complicar el panorama, Molina (1782) describió un extraño animal
anfibio de los ríos y lagos del Arauco chileno que parece otra versión del
iemish: “Diferente del [hipopótamo] africano, y semejante por la forma, y por
la estructura al caballo terrestre, pero con patas palmadas, como las focas. La
existencia de este animal es creída universalmente en todo el país, y hay
algunas personas que aseguran haber visto su piel, la cual, según ellos, está
cubierta de un pelaje suave similar en color al de los lobos marinos.”
Por otro lado ya en 1871 Musters, en su travesía patagónica con los
tehuelches, había recogido la siguiente
información cuando intentaba cruzar el río Senguerr, el mismo donde según
Carlos Ameghino el tehuelche Hompen tuvo un encuentro con el iemisch. “Los indios declararon que era imposible
que algún hombre cruzara a nado el río en la parte más profunda aguas abajo del
vado, debido a unas bestias feroces a las que llamaron «tigres de agua», que ciertamente atacarían y devorarían a
cualquiera en el agua. Los describieron como cuadrúpedos amarillos, más grandes
que un puma. Es cierto que dos ñandúes que, por ser demasiado pobres para utilizarlos, habían sido dejados en la
orilla, fueron encontrados al día siguiente en aguas poco profundas,
desgarrados y a medio devorar, y las huellas de un animal similares a las de un
gran puma eran claramente visibles dirigiéndose al agua; pero el puma invariablemente arrastra a su presa hasta un
arbusto; y, aunque el jaguar se mete con facilidad en el agua, nunca he visto a
uno devorar a su presa sino en tierra, y, hasta donde yo sé, no se encuentran
tan al sur. El animal puede ser una especie de nutria marrón grande con pelaje
anaranjado en el pecho, que se encuentra en el Paraná; pero el relato de los
indios es curioso porque se relaciona con el nombre del lago: «Nahuel Huapi» o
Isla de los Tigres. Es posible que la aguarra que se encuentra en el valle del
Río Negro también frecuente estos distritos.”
La nutria del Paraná a que se refiere Musters podría ser el lobito
de río (Lontra longicaudis) que en principio
se consideraba conespecífico con el huillín. Pero el dato del pecho de otro
color podría indicar al lobo gargantilla (Pteronura
brasiliensis), de un tamaño importante pues mide (sin la cola) hasta 75 cm
y pesa hasta 35 kg. Es un animal que vive en grupos y defiende activamente su
territorio pero sólo caza mamíferos pequeños y a lo sumo habría llegado hasta
los esteros del Iberá en su distribución más meridional en Argentina (Gil,
2011). Por otra parte el “aguarra” de
Musters debería ser algún zorro, pero el único de tamaño notable, el aguará
guazú, si bien históricamente pudo haber llegado al norte de la Patagonia
(Provincia de Río Negro), no tiene un comportamiento que pueda asimilarlo al
monstruo de los tehuelches (Soler, 2015).
“Es más que probable que «el
huillín» de Chile sea frecuente en el Nahuelhuapi y en los demás lagos de esta región,
como que Cox lo observó en el Todos los Santos. La conjetura de Musters es verosímil
pues, salva la dificultad que el yaguar
del Brasil haya tenido su guarida hasta en una isla de un lago austral. De
todos modos la relación de Musters es notable como cuento poético al estilo de
otros tantos con que la fantasía popular ha adornado las regiones australes: ha
trasformado aquel animal acuático que lleva una vida oculta, en un rival
temible del tigre americano, embelleciendo aún más la romántica isla que
habita.” (Fonck, 1900)
Tratando de explicar el relato de Lista, Moreno (1899) expresaba
que “rara vez se encuentran algunas
nutrias (Lutra) en los lagos y ríos
de los Andes, como en las cercanías del lago Argentino, en la Sierra de las
Viscachas y en las regiones que creo que visitó el señor Lista.”
En el comedor de la casa de mi abuela había una vitrina,
con un trozo de piel en su interior. Un trozo pequeño, pero grueso y
correoso, con mechones de pelo áspero y rojizo. Estaba sujeto a una tarjeta
mediante un alfiler herrumbroso. Sobre la tarjeta había algo escrito con
tinta negra desvaída, pero entonces yo era muy pequeño y no sabía leer. —¿Qué es eso? —Un fragmento de brontosauro. …. Este brontosauro en particular había vivido en la Patagonia, una
región de América del Sur, en el confín del mundo. Hacía miles de años se
había precipitado en un glaciar, se había deslizado montaña abajo dentro de
una prisión de hielo azul, y había llegado al pie en perfectas condiciones.
Allí lo había encontrado el primo de mi abuela, Charley Milward el Marino. …. Tardé algunos años en elucidar el misterio. El animal de Charley
Milward no era un brontosauro sino un milodonte, o perezoso gigante. Nunca
encontró un espécimen completo, ni siquiera un esqueleto íntegro, sino un
poco de piel y huesos, conservados por el frío, la sequedad y la sal, en una
cueva del seno Ultima Esperanza, en la Patagonia chilena. Envió la colección
a Inglaterra y la vendió al Museo Británico. Esta versión era menos romántica
pero tenía el mérito de ser veraz.
Bruce Chatwin. 1994. En la Patagonia. Muchnik Editores, Barcelona. 230
p. |
Robert Lehmann-Nitsche (1902),
coincidiendo con Roth, opinaba que la palabra Jemisch “significa muy probablemente la lutra (Lutra felina Mol.) a la cual corresponden muchas particularidades
del Jemisch, perteneciendo las otras al tigre (Felis onca L.); este último fue encontrado anteriormente mucho más
hacia el sur que hoy y, a fines del siglo XVIII, quizás hasta el estrecho de
Magallanes; cuando se retiró más al norte, los indígenas conocían solamente su tradición
y confundieron los recuerdos que tenían sobre este animal con los caracteres de
la lutra (…) Los mitos, leyendas y cuentos de los indios en que se habla de un
animal feroz, pueden referirse en su mayoría al tigre.” Revisando los distintos autores recopiló
estos nombres para el elusivo animal: chimchimen, jémechin, yem’chen, jemish e hymché,
los cuales para él se deben aplicar a la mencionada nutria.
Igualmente parece referirse a esta especie el animal observado por
H. G. Gardiner, marino inglés que al servicio de Luis Piedrabuena remontó en
1867 el río Santa Cruz hasta descubrir el lago Argentino, a cuyas orillas “vimos un animal muy raro, del tamaño de un
perro y de color oscuro, pero no pude saber qué animal era.” Sin embargo el
editor de su diario, Enrique Gouttes, (1881), afirmó que se trataba del tigre
de agua (Lutra) “visto también por
Musters.”
Un animal similar mencionado por el jesuita Thomas Falkner en 1774 en
el río Paraná, presenta características que podrían asimilarse, al menos en
parte, al lobo gargantilla: “En mi primer viaje para cortar madera, en
el año 1752, remontando el Paraná, estando cerca de la ribera, los indios
gritaron yaguarú, y mirando, vi un gran animal, en el momento en que se
zambulló al agua desde la ribera; pero el tiempo fue demasiado corto para
examinarlo con algún grado de precisión. Se llama yaguarú, o yaguaruigh, que
(en el idioma de ese país) significa tigre de agua. Es descripto por los indios
como tan grande como un asno, de la figura de un gran lobo de río o una nutria
muy crecida; con garras afiladas y colmillos fuertes; patas gruesas y cortas;
pelo largo y desgreñado; con una cola larga y en punta.”
“Los españoles lo definen de
manera algo diferente; como teniendo una cabeza larga, un hocico puntiagudo,
como el de un lobo, y orejas erectas y
rígidas. Esta diferencia de descripción puede deberse a que se ve tan pocas
veces y, cuando se lo ve, desaparece tan repentinamente; o tal vez puede haber
dos especies de este animal. Considero este último relato como el más
auténtico, habiéndolo recibido de personas de crédito, que me aseguraron que
habían visto a este tigre de agua varias veces. Siempre se encuentra cerca del
río, en la orilla; de donde, al oír el menor ruido, se sumerge inmediatamente
en el agua.”
“Es muy destructivo para el
ganado que pasa por el Paraná; porque cada año pasan grandes manadas; y
generalmente sucede que esta bestia se apodera de alguno de ellos. Una vez que
ha agarrado a su presa, ya no se la ve; y pronto aparecen pulmones y entrañas
flotando en el agua. Vive en las mayores profundidades, especialmente en los
remolinos formados por la concurrencia de dos arroyos, y duerme en las
profundas cavernas que se encuentran en las riberas.”
Esta creencia persistía hasta bien entrado el siglo XIX en la costa
paranaense entrerriana, donde se afirmaba que el yaguaroy o yaguarón, socavaba
las barrancas para hacer caer a las personas y animales que se acercaban al
borde, con el fin de devorarlos.
Asimismo en Misiones, sobre el río Uruguay, se hablaba de un gran
monstruo anfibio, parecido a un hipopótamo, al que los brasileños llamaban mio-cao (de Basaldúa, 1899),
Volviendo al monstruo sureño, el paleontólogo George Gaylord Simpson
(Whittall, 2009) opinaba que “los
cuentos indios del «iemisch» o del «hyminche», si no inventados para divertir a los estúpidos blancos, eran
simplemente mitos sin fundamento en la realidad”. Por su parte el explorador Hesketh Prichard, coincidía: “En realidad, tal como los describen los
indios, el iemisch es científicamente absurdo; pero el indio es en muchos
aspectos como un chico y naturalmente atribuye a cualquier criatura que teme
con atributos extraordinarios” (Prichard, 1902). Durante su viaje a la Patagonia
no encontró ningún fundamento para esas creencias y “finalmente, tras mucha investigación llegué a la conclusión que las
leyendas indias probablemente se refieren a alguna especie grande de nutria.
Como prueba cita el caso de un animal
que dejó rastros parecidos al de un puma al comer el cadáver de una mula cerca
del río Deseado, lo que le fue referido por el señor Von Platen Hallermund.
También el administrador del comercio de Braun y Blanchard en Santa Cruz le
describió un cuero traído por los indios que no era de puma pero tenía su
tamaño.” El mismo Prichard vio una nutria muy grande en el río Senguerr,
que por su tamaño atribuye a una subespecie del lobo gargantilla (Pteronura brasiliensis). Por otro lado
señalaba: “Los Tehuelches y los Gennaken
me han mencionado animales similares, de cuya existencia sus antepasados les
habían transmitido el recuerdo, y en las cercanías del Río Negro, el anciano
cacique Sinchel, en 1875, me señaló una cueva, la supuesta guarida de uno de
estos monstruos, llamado «Ellengassen»; pero debo agregar que ninguno de los
muchos indios con los que he conversado en la Patagonia se ha referido jamás a
la existencia real de animales a los que podamos atribuir la piel en cuestión.”
Como veremos más adelante, el antropólogo Lehmann-Nitsche (1891) recogió
unos relatos referidos a un animal mítico que los mapuches llaman zorro-víbora.
Para este autor no hay duda que se trata de una nutria a la que se ha asimilado
el temor que los indios tenían por el yaguareté, desde la época que habitaba en
la región. Ellos le tenían tal temor que no lo designaban por su nombre,
nahuel, sino por el de ñen-mapu, es decir “señor de la tierra”. En cambio, es sugestivo que las voz tehuelche
para la nutria es jemechin y para el coipo, yem’chen; es decir muy similar a
iemisch.
De 1784 tenemos una noticia proveniente del sur de la actual
provincia de La Pampa, sobre el río Colorado. Allí, durante su viaje a Buenos
Aires, el militar chileno Luis de la Cruz
relataba “También me ha contado
Manquel, su mujer y Puelmanc [caciques pehuenches], que se han visto en
diferentes ocasiones unos animales del porte de un perro, de su figura, las
manos, cabeza y cola; y de orejas como vaca; de color alazán, y con una cuarta
de clin: que así como los corren, se entran al río, pero comúnmente los toman
los de Mamilmapu. Que el nombre lo traen de un espantoso grito o bramido que
dan, y se oye de muy lejos, que resuena oop. Que los caballos se espantan
cuando le oyen, como cuando ven un león. Que corren muy fuerte, pero se cansan
luego. Que el modo de tomarlos es con perros y laques” (de la Cruz, 1835; Casamiquela,
1975). Sin embargo Ottone y Ottone
(2021) consideran que podría tratarse más bien de coipos y no de huillines.
Una tradición del noroeste neuquino
afirma que en los remansos del río Varvarco habita un animal, una
especie de oso, que tiene el tamaño de un ternerito y posee aletas en sus patas
delanteras. Suponen los pobladores que serían
descendientes de los huillines que abundaban en el lugar y que fueron
exterminados para aprovechar su piel para hacer sobrepuestos para el apero de los
caballos. (Ottone y Ottone, 2021). Confirma esto último el vaticinio de la
bruja a Kalfukurá “La muerte se te va a
acercar por todos lados. Vas a tener que tener tu caballo ensillado al lado, no
lo olvides. Mejor que pases hambre antes que comer carne de vaca. Encima de la
montura ponga una manta de nutria. Elija los mejores mauidanches porque se
juega tu vida.” (Koessler, 1962)
En los cuentos de los mapuches la nutria o williñ apare
circunstancialmente interactuando con el león y otros animales. Pero también
hay algunos seres míticos relacionados con este animal. Por ejemplo, el piuchén
o peuchén era un monstruo parecido a una nutria que vivía en ríos y lagos.
Cuando una persona o animal entraba a bañarse en el agua, el piuchen atraído
por el olor, ascendía desde el fondo y lo envolvía, arrastrándolo a las
profundidades para devorarlo. Cuando el monstruo salía del agua y se sacudía,
era necesario alejarse pues si salpicaba sobre la piel producía una especie de
sarna con gránulos malignos. Quizás sea
el mismo que el pihuichén, pero a éste se lo representa como un gran murciélago
vampiro o bien una serpiente alada, y en este caso podría emparentarse con el
zorro-víbora que veremos más adelante (Molina Herrera, 1950; Espósito, 2003).
Figura de un Ahuitzotl símbolo del octavo tlatoani que gobernó a los mexicas a fines del siglo XV. Replica del original en piedra hallado en un templo en Tepoztlan, Mexico (c. 1500)
Peabody Museum, Harvard
University (USA).
https://es.wikipedia.org/wiki/Ahu%C3%ADzotl_(criatura)#/media/Archivo:AhuitzotlGlyphHarvard.jpg |
Como extraño condimento a esta historia mencionemos que en la mitología
mexica existe una criatura llamada ahuítzotl
(literalmente “espinoso del agua”) que vivía en lagos y remansos de ríos, donde
capturaba a sus víctimas, seleccionadas por los dioses de la lluvia, ya sea por
ser buenas personas que merecían el paraíso, o bien por atesorar piedras
preciosas, despertando la ira divina. Fray Bernardino de Sahagún (1575-1577)
lo describió así:
“Hay un animal en esta tierra
que vive en el agua, nunca oído, el cual se llama ahuitzotl; es tamaño como un
perrillo, tiene el pelo muy lezne y pequeño, tiene las orejitas pequeñas y
puntiagudas, tiene el cuerpo negro y muy liso, tiene la cola larga y en el cabo
de la cola una como mano de persona; tiene pies y manos, y las manos y pies
como de mona; habita este animal en los profundos manantiales de las aguas; y
si alguna persona llega a la orilla del agua donde el habita, luego le arrebata
con la mano de la cola, y le mete debajo del agua y le lleva al profundo (…) Y
el que fue metido debajo del agua allí muere, y dende a pocos días el agua echa
fuera el cuerpo del que fue ahogado, y sale sin ojos y sin dientes y sin uñas,
(que) todo se lo quitó el ahuitzotl; el cuerpo ninguna llaga trae, sino todo
lleno de cardenales.”
“(…) Decían también que usaba
este animalejo de otra cautela para cazar hombres, cuando había ya mucho tiempo
que no había cazado ninguno; para cazar alguno hacían juntar muchos peces y
ranas por allí, donde él estaba, que saltaban y andaban sobre el agua, y los
pescadores, por codicia de pescar aquellos peces que parecían, echaban allí sus
redes, y entonces cazaba alguno y ahogábale y llevábale a su cueva. Decían que
usaba otra cautela este animalejo, que cuando había mucho tiempo que no podía
cazar ninguna persona, salíase a la orilla del agua y comenzaba a llorar como
niño, y el que oía aquel lloro iba pensando que era algún niño, y como llegaba
cerca del agua, asíale con la mano de la cola y llevábale debajo del agua, y
allá le mataba en su cueva.”
¿Sera pura casualidad o habrá
algún conocimiento ancestral que lo vincula con el monstruo patagónico? La duda
nos indica lo poco que todavía sabemos sobre los pueblos originarios americanos.
HISTORIA DEL HUILLIN
Todos los indicios llevan a pensar que el iemisch no es otro que el
huillín, adornado con atributos del yaguareté y condimentado por leyendas
indígenas. Por lo tanto, corresponde ahora revisar su historia. Así como el iemisch
era de dudosa identificación, el huillín fue confundido con otras especies, especialmente
con sus parientes, el chungungo (Lontra
felina) y el lobito de río (Lontra
longicaudis).
Una de las primeras descripciones fue hecha por el abate chileno Juan
Ignacio Molina: “La nutria, Mustela lutra, similar en la figura, y
tamaño a la de Europa, habita el agua dulce
de las Provincias Australes.” Pero habiendo
siendo éste jesuita expulso, escribió parte de sus obras sobre la historia
natural de Chile de memoria, ya que le fueron retenidos sus manuscritos y sólo los
pudo recuperar fortuitamente tiempo después. Quizás por eso, más adelante, describe
dos especies, el huillín y el coipo, confundiendo las características de estos
animales, un carnívoro y un roedor, cuyos nombres vulgares se traducían al
español como “nutria” (Havestadt, 1883), favoreciendo la confusión. Trataremos
de entresacar de estas descripciones lo aplicable al huillín. Para el Coypu,
indicaba Molina que es “del tamaño de la
nutria, a cuya familia pertenece por la forma y el color del pelo: tiene orejas
redondas, hocico largo dotado de bigotes, patas cortas, y una cola, grande,
mediana y peluda (…) en los pies anteriores tiene cinco dedos bien separados y
otros tantos palmeados en los posteriores (…) Su voz es un grito agudo, que no
manifiesta, excepto cuando es maltratado. Con un poco de paciencia e industria,
incluso se podría entrenarlo mejor incluso que las nutrias, para atrapar
peces.” (Molina, 1782)
Y bajo el nombre de Guillino decía “Su longitud tomada desde los labios hasta el comienzo de la cola es de
aproximadamente un metro (…) los ojos pequeños, el hocico obtuso (…) en cada
pie 5 dedos, los anteriores orlados de una pequeña membrana y los posteriores
palmeados; espalda ancha; cola larga, chata y con pelos; no tiene en las ingles
ningún licor análogo a los castores. Vive en los lugares más profundos de los
ríos y lagos, donde permanece mucho tiempo sin necesidad de salir a respirar
nunca, porque su agujero oval en el corazón está medio abierto como en las
focas. Se alimenta de peces y cangrejos, y sus excrementos los deposita en un
sitio específico, como hacen los gatos. Los cazadores bien conscientes de ello
los atrapan en esa posición para matarlos. El güillín es naturalmente feroz y
atrevido en sus modales, y corre a robar los peces de las trampas en la misma
cara de los pescadores. La hembra da a luz dos o tres hijos y, hasta donde yo
creo, no los gesta por más de cinco meses.” (Molina, 1782)
Respecto a esta segunda especie, Molina aclaró: “He denominado este animal Castor huidobrius por conservar cuanto
me es posible la dulce memoria de mi ilustre compatriota y condiscípulo don
Ignacio Huidobro, marqués de Casa Real, cuya temprana muerte, acaecida a los 34
años de edad me fue anunciada para mi indecible dolor, mientras hacía la
presente descripción.” (Molina, 1782)
El agradecimiento del abate se justificaba plenamente ya que cuando
Molina estaba por embarcar a Europa una vez expulsado, un soldado le arrebató
sus manuscritos en el puerto de Valparaíso. Ignacio García Huidobro
presenciando la escena, logró comprar los papeles que más tarde reintegró a
Molina en Europa (Fontecilla L., 1929).
La confusión de Molina fue rectificada por él mismo en la segunda
edición de su “Saggio…” en 1810 de la siguiente manera: “[El huillín] se distingue del castor en que éste no se alimenta de peces.
Sonnini [de Manoncourt] estima que este animal es una Nutria, yo no soy
contrario a esta opinión, aunque sus caracteres genéricos no se tomen del
número de dientes, no obstante que su figura es bien diversa.” (Fontecilla
L., 1929)
Cluadio Gay (1847), de acuerdo con esto último, explicaba sobre su Lutra Huidobra: “Repetidas
veces vimos en las provincias de Colchagua y Talca, y después en la de
ValdIvia, un cuadrúpedo que nuestros compañeros llamaban GuiIlín; jamás pudimos
pillarle, y nos precisa referirnos a lo que Molina dice de él, más bien para
llamar la atención de los viajeros y de los naturalistas chilenos, que
describiéndole como para hacerlo completamente conocer, pues sus caracteres son
tan vagos e incompletos que nos sería difícil clasificarle en cualquiera de los
géneros conocidos. Por sus costumbres se aproxima a los Carnívoros y en
particular a las nutrias; pero su sistema dental, si la fórmula de Molina es exacta,
lo que dudamos mucho, le separaría considerablemente y lo aproximaría a los Roedores
al lado de los Miopótamos, cosa fácil de verificar.”
Sin embargo, los pobladores los distinguían fácilmente, como cuando
durante el viaje de Guillermo Cox “se entabla una discusión muy acalorada entre
nuestros hombres para decidir si la nutria era una nutria [coipo] o un huillín.
El huillín tiene la cola pelada como el ratón y la nutria la tiene con pelo.”
(Cox, 2012)
Además Philippi confirmaba: “La
única especie de Nutria que se halla en los lugares indicados, es el Huillín
que Molina describe (…) equivocadamente como un castor.” (Philippi, 1929)
Numerosos exploradores lo ratificaban:
“En los ríos del interior vive una Lutra
que los indios llaman “tigre de agua”. Poseo un cuero armado que los mapuches
me regalaron en Caleufú, dicéndome haberlo cazado al sur de Tequel-Malal, es decir
en el territorio del Chubut; es la Lutra
chilensis o Huillín que no había sido señalada aún en esa parte de
Patagonia. En el río Chubut son muy raras, y en el río Negro tampoco son
abundantes; las conocen por lobitos de agua” (Francisco Moreno, 1879)
Sobre lo señalado por Moreno, puede decirse que el huillín, quizás
por su escasez, no parece haber sido una presa habitual de los aborígenes de la
zona, pero hasta bien entrado el siglo XX, su piel era muy apreciada para
peletería (Ottone y Ottone, 2021). Los indígenas las cazaban para utilizar su cuero
en sus vestimentas y como bien de cambio con los blancos.
“El río [Mañiguales], sin
embargo, conserva su abundancia de truchas y a menudo se ven huillines que
suelen esconderse debajo de las palizadas de troncos que bloquean las riberas.” (Steffen, 2010)
Ulrich Courtois, un ingeniero francés, recorrió en 1879 el norte de
Neuquén integrando como científico la Cuarta División de la Campaña del
Desierto. A orillas del río Neuquén, en Chos Malal,
“algunos soldados dicen haber
visto tomando sol en la playa” a los “lobos de agua dulce”, probablemente
huillines (Ottone y Ottone, 2021). Courtois los denominó erróneamente
“lamantins”, nombre francés derivado de “le manatin”, es decir “el manatí”, que
corresponde a los mamíferos acuáticos del orden Sirenia, emparentados con los
elefantes, que viven en la Amazonía.
Lista (1880) decía que “la Lutra o «Tigre del agua», como le llaman
los indios a este anfibio, figura después del huemul entre las especies
animales más notables de las nacientes del Río Chico. Es de color oscuro y un
poco más grande que la Lutra platensis
[Lutra longicaudis].”
Zorro
vibora. Obra de David Piñeles http://ilustracionesdavidpi.blogspot.com/2016/03/zorro-serpiente.html?spref=pi |
Los mapuches describían a la nutria como zorro-víbora, significando
que se trata de un animal parecido al zorro pero alargado y sinuoso como una
víbora (Heuvelmans, 1970). Según
Nahuelpi, un soldado de origen mapuche que fue entrevistado por el antropólogo
Lehmann-Nitsche en La Plata, (Lehmann-Nitsche, 1902) “en el agua hay un dios (…) El zorro víbora existe en el agua. Éste
agarra gente en el agua. Tiene una cola con que agarra la gente. Pero cuando lo
adoran no hace daño. Cuando lo adoran dicen: «¡Padre, dueño del agua, por
servicio no nos haga mal a nosotros!» le dicen. «Dueño del agua, por su milagro
que pasemos bien al otro lado de su agua», le dicen (…) «¡Padre, dueño del
agua, háganos el servicio de no hacernos mal, pecho blanco!».”
Además de ñen-ko (“dueño o señor del agua”), los mapuches lo nombraban como nürüfilu. Para adorarlo
llevaban un plato con chafis, que es una masa fermentada de harina y agua, y
con un manojo de paja la iban retirando del plato mientras elevaban la mano
hacia el cielo. También solían carnear un torito y lanzaban la carne al agua.
Pero si se burlaban de él, el ñen-ko se ofendía y agarraba a la gente. Sólo a
los indios les hacía daño, no se metía con los blancos y ni siquiera aparecía
ante su vista. Nahuelpi comentó sobre un lago en la cordillera, el Alomuní (Aluminé),
donde hay mucho zorro-víbora y contaba
que un miembro de la tribu fue a buscar agua, “entonces vio el zorro-víbora y fuimos a verlo. Estaba nadando en el
agua cuando lo vimos. Es pequeño, el pecho y panza blanco, la cola es larga.
Con su cola dicen que sabe manear los caballos en el agua cuando agarra gente
en el agua.” Para Lehmann-Nitsche se trataría de Lontra felina, nombre científico que corresponde al chungungo que
vive sólo en el mar con muy pocos registros en lagos y ríos. En realidad,
parece haberse referido al huillín (Lontra
provocax) que en esa época se consideraba como de la misma especie que el
lobito de río del litoral (Lontra
longicaudis). De la misma manera el antiguo nombre Lutra chilensis, que utilizó Moreno erróneamente, debe referirse al
huillín y no al chungungo.
Chimchimen – Lutra felina. Dibujo de Jean-Charles Werner (Gay, 1854) |
El mismo error cometía Carlos Burmeister que en el río Chubut, a la
altura del Valle de los Mártires, en plena estepa patagónica donde no habita el
chungungo, relataba: “En un punto en
medio del rio, sobre un tronco de árbol que salía a flor de agua, notamos la
verdadera nutria Lutra felina. El Sr.
Lewis, que llevaba en ese momento el timón, le hizo un disparo de escopeta,
pero el animal tal vez herido se sumergió y no volvió a aparecer.”
(Burmeister, 1888)
Tratando de separar la realidad de la ficción Lino Carbajal (1900) decía.
“Un carnívoro acuático bastante común en
el Río Negro y sus dos afluentes, como en los lagos andinos y particularmente
en el Nahuel-Huapi, es el lobo de río, Lutra
paranensis Rengg. Existen dos especies conocidas en el Paraná, la de un
pelo, y la otra llamada pecho amarillo que es una variedad de la primera,
aunque más grande y feroz.” Aquí distinguía el lobito de río común y el
lobo gargantilla, que ya viéramos en el relato de Musters.
Y continuaba: “Nos fue
entregado, procedente de Nahuel-Huapi, un ejemplar de los más grandes que hemos
visto, atrapado en una cacería por los indios y enviado al señor I. Canero de
Patagones, de quien lo recibimos. Esta especie es Lutra Chilensis Mol. Antes de
que nos lo ofrecieran, un lugareño nos informó que habían cazado en
Nahuel-Huapi a uno de los animales acuáticos más aterradores y grandes de ese
sitio. Era de una fuerza y un grosor colosales, con aletas de pez, cabeza de
perro y una cola fuerte y muy larga. Con esta envolvía a los indios cuando
estaban nadando, arrastrándolos hasta el fondo donde, ahogados, los escondía
entre las raíces de las plantas. Era famoso el animal más temido de los
araucanos, que difícilmente podían cazar: se llamaba Guarifili. Con estos
indicios no pudimos entender qué animal era, ya que habiendo dicho que podía
ser un lobo de río, nos dijeron que este era más pequeño y más conocido,
mientras que el Guarifilu era raro y terrible. Otro señor nos dijo más o menos
las mismas cosas, y unos indios cuando escucharon su nombre, lo confirmaron.
Por eso estábamos interesados en comprarlo, y que nos lo enviaran con mil
cuidados e incluso reservas. Cuando abrimos la caja en la que estaba cerrada,
nos encontramos con que la fiera acuática
era una gran Lutra Chilensis, y no
pudimos evitar recordar las exageraciones de los indios y demás personas
crédulas.”
Cox relató una curiosa lucha entre su camarero privado y un huillín
al que también denominó Lutria felina,
ocurrida en el río Peulla (Chile): “De
repente me interrumpieron los gritos de un peón que había ido en busca de agua
(…) corrimos a la orilla y por las indicaciones de Pedro, vimos flotar sobre el
agua dos bolas negras, que parecían pertenecer a seres anfibios, eran
cabalmente las cabezas de dos nutrias que habían sido perturbadas en su cita
acuática por el honrado Pedro, y que habiéndose echado al agua se dejaban
llevar por la corriente. Con una sangre fría y una intrepidez digna de elogios,
Pedro se echó al agua, armado de un palo; una de las nutrias salió para
descansar en una pequeña lengua de arena; allí se trabó entre el animal y Pedro
un combate singular, de nuevo género, que mostró toda la intrepidez que puede
abrigar el pecho de un isleño chilote. La nutria quería morder las pantorrillas
de Pedro, y éste le daba de palos; al fin el animal aturdido quedó sin
movimiento; entonces Pedro, sin contenerse, dotado de tanta sagacidad como de
valor, se quitó la chaqueta, envolvió delicadamente al animal para evitar sus
mordeduras y nos lo trajo triunfalmente.” (Cox, 2012)
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