"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


domingo, 22 de febrero de 2015

JOHN BELL HATCHER: UN CAZADOR DE FOSILES EN LA PATAGONIA


A veces los rondaba la miseria,
la seca, la langosta, la ceniza,
cielos bajos y oscuros,
ni pájaro ni insecto ni lagarto,
sólo ellos
y el viento ciego amurallando noches,
el viento sin misericordia, el viento.

“Cielo adverso" - Dora Battistón


Entre 1896 y 1899 la Universidad de Princeton, una de las más antiguas de EEUU,  patrocinó tres expediciones a la Patagonia austral, las que fueron programadas y ejecutadas por el paleontólogo John Bell Hatcher,  curador del Departamento de Paleontología de Vertebrados de dicha universidad.

Hatcher que era un ávido cazador de fósiles tenía como objetivo principal  visitar los yacimientos descubiertos por Carlos Ameghino y obtener una completa muestra paleontológica de los mismos. Paralelamente reunirían una importante colección de mamíferos, aves y plantas de la región.

Había tenido noticia desde 1887 de  los viajes de exploración de Ameghino y del éxito obtenido que se reflejaba en la tarea de su hermano Florentino, uno de los mayores paleontólogos de la época por la gran cantidad de fósiles que había descripto, si bien con una estratificación  incorrecta que le hizo otorgarles mayor antigüedad de la que en realidad tenían.



Restauración de la cabeza de un Pyrotherium por Bruce Horsfall. 
En Scott, William Berryman, 1913 - A History of Land Mammals in the Western Hemisphere. New York: The Macmillan Company.


En unos yacimientos  que situó en el valle del río Deseado, Carlos Ameghino había hallado restos de Pyrotherium, un gran mamífero parecido al elefante,  que Florentino atribuyó al período cretácico (en realidad eran del oligoceno, unos 30 millones de años más joven). Hatcher no pudo obtener más detalles de los Ameghino, ya sea por su pobre dominio del castellano o porque Carlos ocultaba bien sus hallazgos para evitar que se llevaran fósiles del país, aunque ellos mismos venderían en 1892 y 1895 unos 500 ejemplares de fósiles a distintos museos extranjeros. Más tarde, en 1903, Hatcher propuso a los Ameghino un viaje conjunto para aclarar las controversias sobre la datación, pero Florentino contestó que estaba muy ocupado y que podía ir Carlos si tenía tiempo, pero poco después el norteamericano falleció y el viaje nunca se hizo.


Las tres expediciones de la Universidad de Princeton se realizaron de marzo de 1896 a julio de 1897; de noviembre de 1897 a noviembre de 1898, y la tercera de diciembre de 1898 a septiembre de  1899.  Los dos primeros viajes fueron costeados por numerosos graduados y amigos de la Universidad.  El tercero lo fue exclusivamente por el propio Hatcher. En los reportes de las expediciones, editados por William B. Scott en 1902, Hatcher redactó la narrativa de de la que tomamos estas notas.



PRIMERA EXPEDICION

El 29 de febrero de 1896 Hatcher partió de  Brooklyn con su cuñado Olof  Peterson en el “Gallileo”, nombre que consideraba de buen augurio para una expedición científica. El viaje duró casi un mes hasta Buenos Aires donde lograron desembarcar mediante un certificado sanitario fraguado por el médico de a bordo. Allí se enteraron que pocos días más tarde el transporte Villarino, de la Armada Argentina, zarpaba rumbo a Santa Cruz. El vapor de casco de hierro había sido adquirido en Inglaterra como transporte de tropas y le cupo el honor de repatriar los restos del general José de San Martín. 




TRANSPORTE A.R.A. VILLARINO
http://www.histarmar.com.ar/



En el viaje pasaron por Bahía Blanca, San Blas y Puerto  Madryn, en el golfo Nuevo: “La peculiar belleza de este cuerpo de agua se enfatizaba por  la  apariencia triste, por no decir desolada de las planicies que lo rodeaban”.

En Puerto Deseado, anclaron frente a las ruinas del establecimiento fundado por España en 1790, para la extracción de aceite de lobos marinos y ballenas. En la desembocadura del río Santa Cruz “detectamos los dorsos de unos enormes objetos negros en el agua, y de pronto descubrimos que estábamos justo en el centro de una manada de ballenas, probablemente Balaena australis [la ballena franca austral Eubalaena australis], porque esta especie se sabe que frecuenta esta costa y es gregaria. Conté no menos de 14 de estos grandes monstruos  mientras retozaban en el agua cerca del barco. Frecuentemente salían a la superficie y se deslizaban con sus grandes lomos sobresaliendo del agua, y ocasionalmente podíamos ver que alguno elevaba su gran cola ahorquillada y varios metros de la parte  posterior del cuerpo en alto, luego, sumergiéndose de golpe y descendiendo aparentemente en forma vertical, desapareciendo inmediatamente bajo la superficie. No parecían alarmarse por nuestra presencia, sino que más bien parecían disfrutar de nuestra compañía, porque noté que por momentos varias de ellas tomaban posición delante del barco, donde jugaban entre ellas de la misma manera que he visto hacerlo en otras ocasiones a las marsopas,  cruzando a un lado y al otro el curso del buque con gran facilidad, manteniendo al mismo tiempo el mismo movimiento hacia delante que el barco. No suponía que las ballenas podían nadar tan rápido." 


Llegaron a Río Gallegos, la capital del territorio [actualmente provincia argentina] de Santa Cruz y se entrevistaron con el gobernador Edelmiro Mayer, un personaje de aventura, digno de una película o novela, quien había apoyado las expediciones científicas de Carlos Burmeister, Clemente Onelli y Carlos Ameghino. Durante todo el invierno trabajaron en las barrancas del río Gallegos y de la costa atlántica, utilizando una carreta tirada por caballos, arriesgando la vida en cada pleamar cuando debían retirarse rápidamente para no quedar atrapados por la marea. En Guer Aike le llamó la atención la espesa cobertura de “mata verde” (Lephydophyllum cupressiforme), un arbusto que considera el más común en esa zona de la estepa patagónica “porque a pesar de rara vez alcanzar un diámetro mayor de media pulgada o una altura de más de 1 m, gracias a la gran cantidad de materia resinosa que segrega, cuando se la usa como combustible es de gran valor, debido a su alto poder calorífico. “

Tras viajar varios kilómetros hacia el NO llegaron a una gran  depresión, de unos 100 m de profundidad y unos 15 km de diámetro, conocida como Bajo de la Leona con una pequeña laguna salada en su centro. Más allá estaba la estancia del gobernador Mayer, junto al río Coyle, donde visitaron un campamento indígena tehuelche de unos 30 habitantes, vestidos con cueros de guanaco.


ESTANCIA KILLIK AIKE
-Correa Falcón, Edelmiro A.  y Luis J. Klappenbach - La Patagonia Argentina - G. Kraft, Bs Aires.



En otra salida cruzaron el río Gallegos arribando a la estancia Killik Aike propiedad de  Herbert  S. Felton. Allí recolectaron numerosos fósiles: un interesante roedor, Pyocardia  elliptica; el ungulado Nesodon, del tamaño de un pequeño rinoceronte; Astrapotherium, otro ungulado,  y el mayor de esa fauna, Diadiaphorus, otro ungulado semejante a un caballo. En total obtuvieron 1500 kg de fósiles.

A principios de septiembre se trasladaron a  Corriguen Aike, cerca de puerto Coy, donde hallaron otro rico yacimiento de fósiles de la edad santacrucense.  “En 18 años pasados casi contantemente colectando fósiles de vertebrados, tiempo durante el cual visité los más importantes sitios del Hemisferio Occidental, nunca vi nada que se pareciera a esta localidad cercana a Corriguen Aike en riqueza de géneros, especies e individuos.” Tras un mes de trabajo el valor de la colección obtenida que alcanzaba un peso de 4 toneladas hizo que Hatcher decidiera trasladarse a Punta Arenas para supervisar el embarque de los fósiles a Nueva York, los que fueron sacados ilegalmente del país.

Cerca de Palli Aike,  lugar donde en 1937 Junius Bird descubriera una cueva de antiguos cazadores patagónicos, Hatcher sufrió un serio accidente. Al intentar destrabar una de las riendas que el caballo había pisado, recibió un golpe en la cabeza con el freno, lo que le levantó parte del cuero cabelludo causándole una importante pérdida de sangre. Lo único que tenía para detenerla era agua fría, pero no fue suficiente y la herida siguió sangrando y mojando su ropa, de modo que trató de vendarla como pudo, con pañuelos, hasta que cesó la hemorragia. Así, sin comida y herido, llegó a Ooshii Aike donde pudo abastecerse y seguir camino hasta Punta Arenas.

A su regreso decidieron realizar un viaje más extenso por el interior de la provincia, pero Hatcher tuvo un cuadro febril a causa de la herida en su cabeza la que se hinchó desmesuradamente por el edema, pese a lo cual y a no tener asistencia médica se negó a volver a Río Gallegos. Tras varios días de permanecer en un estado de delirio, durante los cuales tuvo una vívida alucinación de un viaje a Groenlandia, lugar que no conocía, finalmente empezó a mejorar aunque perdió buena parte de su pelo.

Continuaron el viaje hacia el N.O. y llegaron a una elevación de unos 800 m tras la cual se encontraron con el impactante paisaje de una amplia depresión donde la distancia se veían las aguas azules del Lago Argentino, enmarcado por los abruptos y nevados picos de la Cordillera de los Andes. Habían superado en el valle del río Santa Cruz el punto que habían alcanzado Darwin y FitzRoy, 53 años antes.

Cruzaron el río y atravesaron los campos basálticos hasta el río Sheuen o Chalia, una zona pantanosa, agravada por intensas lluvias recientes, en la que  fueron atacados por enjambres de millones de mosquitos. En este lugar vieron numerosas manadas de 60 a 200 guanacos (Lama guanicoe) y tropas de choiques (Rhea pennata) de hasta una docena de ejemplares.  Posados en los arrecifes basálticos se veían numerosos cóndores (Vultur gryphus) y “carranchas”, como llamaba a los caranchos (Caracara plancus).  Llamó también su atención un mamífero que no habían hallado al sur del río Santa Cruz, el pequeño armadillo que identificó como Tatusia hybrida.  Este nombre corresponde en realidad a la mulita, especie que no sobrepasa la latitud de Bahía Blanca, en el sur de la Provincia de Buenos Aires, y es probable que Hatcher quisiera referirse al piche patagónico (Zaedyus pichiy)  que recientemente se ha extendido al sur del río Santa Cruz. De todos modos refiere que era frecuente verlos correr por la llanura y si se los sorprendía quietos sobre el suelo, al tocarlos se enrollaban en una bola compacta. “Viven en huecos poco profundos excavados en la superficie de la pampa, y si por casualidad tiene éxito en llegar a la boca de una de estos antes de ser capturados, apoyan con fuerza los bordes serrados del caparazón contra la tierra de modo que sólo se los puede extraer con gran dificultad. En esta latitud hibernan en invierno y prefieren un suelo arenoso tibio y una ubicación protegida.”

Acamparon en el valle del río Chico, que gracias a las posibilidades de alimento y protección contra los vientos que ofrecía, mostraba una abundante fauna. “Grandes rebaños de guanacos y tropas de avestruces aparecían frecuentemente”. Muchas aves pequeñas se observaban “incluyendo el delicado y pequeño tiránido, Cyanotis rubrigaster, [tachurí sietecolores, Tachuris rubrigastra] con patas color naranja y un plumaje con muchos matices de amarillo, rojo y azul, mezclados en tal perfecta armonía como para rivalizar en belleza y variedad de colorido con las especies tropicales de picaflores. De cada arbusto y mata el chingolo, Zonotrichia capensis, podía escucharse desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche, mientras se posaba en la rama más alta. (...)  numerosas especies de lagartijas se veían corriendo rápidamente desde un arbusto o piedra a otro. La variedad y belleza de color exhibida por estos animalitos era más sorprendente que la de cualquier otra clase de animal hallado en esa  región.




CUIS CHICO
d’Orbigny, Ch. D. -1835-1847- Voyage dans l'Amérique méridionale... -P. Bertrand (Paris)
 

En Las Horquetas, en la confluencia de los ríos Belgrano y Chico, pasaron por el antiguo camino indio,  y “saltando entre los arbustos y rocas, se veían en gran número  representantes del pequeño y gris Cavia Australis  [cuis chico, Microcavia asutralis], sin cola y con aspecto de liebre. Son criaturitas muy interesantes y divertidas ya que, siempre alertas y prontas a detectar la menor señal de peligro, saltan de una  posición a otra, o se sientan erguidas sobre su grupa y roen incesantemente un trozo de hoja u otro bocado de alimento, sostenido adecuadamente con sus patas anteriores. Los lugares favoritos de estos animalitos son depresiones poco profundas en la base de los arbustos más grandes, o bajo algunas hierbas como  Bolax glebaria, [nana, Azorella trifurcata] que crece en densas y extensas masas  cespitosas sobre el suelo.”

También escuchaban el grave y subterráneo tamborileo del  tuco-tuco, Ctenomys magellanicus, muy activo a la mañana temprano y a fines de la tarde, horas durante las cuales se los oía constantemente aunque muy difíciles de observar en la superficie.  “En una ocasión, sin embargo, mientras caminaba rápidamente, sorprendí a uno de estos  animalitos en el césped a varios pies de la entrada de su cueva. La forma en que corrió sin rumbo buscando su agujero, con el hocico pegado al suelo, parecía indicar, no sólo que había perdido el rumbo y estaba confundido por el pasto, que para él tendría el aspecto de una gran selva, sino también que dependía igualmente del sentido del olfato, sino más,  que el de la vista, mientras emprendía la búsqueda de la cueva perdida.”



TUCO TUCO
Brehms Thierleben. Allgemeine Kunde des Thierreichs. Leipzig:  1883












Además de esta especie pudo observar una cantidad de otros pequeños roedores de dos o tres especies distintas, aunque de forma, color o tamaño similares. Lamentablemente, como era costumbre en los naturalistas de la época, Hatcher no dudaba en matar sin necesidad: “un carrancha vino y se posó en lo alto de un calafate tan agresivamente cerca que, sin la menor contención,  debo admitirlo, saque mi revolver de su estuche, y, sólo para no perder la mano, lo derribé muerto al suelo.”

A continuación ingresaron en el bosque patagónico, donde escucharon el canto incesante de la ratona chilena o chircán, Troglodytes musculus chilensis, que en gran número saltaban por ramas y troncos, acercándose sin el menor temor, y también el del fiofío silbón,  Elaenia albiceps, que en cambio, permanecía oculto y desconfiado. Saliendo del bosque hacia un prado se encontró sorpresivamente con tres “ciervos” [huemules,  Hippocamelus bisulcus] que pastaban en el borde del bosque.

“No hicieron el menor esfuerzo para  escapar, como lo podrían haber hecho fácilmente metiéndose en el bosque, en cambio se quedaron a una distancia no mayor de 6 metros, respondiendo a mi expresión de sorpresa con una interesada curiosidad. Por un instante me quedé admirando el bello pardo dorado de su elegante y brilloso pelaje, mientras ramoneaban los pimpollos de rosa y otros bocados elegidos del follaje cercano, o me lanzaban curiosas miradas. De repente, recordando que habíamos estado sin carne fresca para el desayuno,   deliberadamente aunque con reticencia, saqué mi revolver del estuche, y habiendo vencido por un rato el sentimiento compasivo que me había sobrevenido, necesité poca destreza para despachar uno del trió y demostrar que el hombre no es menos  brutal que otros animales. Los dos que sobrevivieron permanecieron sin alarmarse ni por el disparo fatal registrado ni por las convulsiones mortales de su compañero.”

¡Pese al remordimiento estos naturalistas eran de gatillo fácil!

Unos pequeños periquitos verdes, seguramente la cachaña, Enicognathus ferrugineus, eran muy abundantes. “En algunos lugares aparecían realmente por centenares, y eran muy alborotadores en razón de su parloteo de ásperas notas  que emitían continuamente desde lo alto de los árboles, mientras pasábamos por abajo.”

Sin mayor novedad emprendieron el regreso a Rio Gallegos donde Hatcher se enteró de la muerte de su hijo menor, acaecida seis meses antes. Indudablemente estos viajes se hacían con un gran sacrificio personal tanto por los padecimientos durante el recorrido como por el alejamiento de las familias. Sin embargo, el afán por nuevos descubrimientos superaba esos inconvenientes y en muchos casos se transformaba en una obsesión.

Como explica el mismo Hatcher: “Aquellos que tienen un verdadero amor por la naturaleza deben a veces encontrar este afecto tan fuerte como para dejarse llevar fuera de los límites de la civilización hacia algún lugar retirado donde, sin ser molestados, pueden estudiarla en su verdadera forma y libre de la influencia ambiental del hombre”.





LOS VIAJES DE CARLOS AMEGHINO





En 1886 Carlos Ameghino fue designado naturalista viajero del Museo de La Plata y en enero del año siguiente partió a bordo del “Villarino” a Santa Cruz donde exploró hasta el lago Argentino realizando importantes descubrimientos y regresando con más de 2.000 piezas de mamíferos fósiles. En  agosto de 1888 emprendió un segundo viaje por la cuenca del río Chubut. La famosa disputa entre su hermano, Florentino, y el director del Museo, Francisco Pascasio Moreno, hizo que ambos hermanos renunciaran. De modo que el próximo viaje de Carlos a la Patagonia fue financiado por su hermano con lo producido por su librería “Rivadavia”. En ese viaje (1889-1890) cruzó el alto río Deseado, costeó el río Chico y recorrió el Sehuen. Entre junio de 1890 y julio de 1891, realizó un cuarto viaje por Santa Cruz, remontando el río Gallegos.

El quinto viaje (1891- 1892) fue para explorar la zona entre el Río Gallegos y el Estrecho de Magallanes. Entre 1892 y 1894 realizó dos viajes más, y en 1894-1895 otro más por el río Deseado, golfo San Jorge, bahía Sanguinetti y Casamayor. En estos viajes habría descubierto los famosos estratos de Pyrotherium en La Flecha, Santa Cruz y en Cabeza Blanca, Chubut. Desde 1896 a 1900 realizó cinco viajes más y dos últimos entre 1901 y 1903. Algunos de estos viajes fueron contemporáneos de los de Hatcher, aunque no se mencionan encuentros entre ellos en el campo.

Además de los hallazgos sobre mamíferos, Carlos recolectó una gran colección de moluscos fósiles para establecer la cronología de las formaciones en las que trabajó y que fueron datados erróneamente por su hermano, y más tarde corregidos por William B. Scott. También recogió muchos datos etnográficos de las tribus pampas, tehuelches y araucanas,  organizó un herbario y obtuvo ejemplares paleobotánicos.





 SEGUNDA EXPEDICION

En noviembre de 1987 Hatcher inició el segundo viaje acompañado esta vez por el joven  taxidermista y ornitólogo A. E. Colburn, con el que se embarcaron en New York en el vapor de línea "Cacique”, dirigiéndose a Punta Arenas y de allí a Río Gallegos. Visitaron a las tribus tehuelches en el río Coy para obtener fotografías para el United States National Museum.



CAMPAMENTO TEHUELCHE
Scott, W. B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia. 1896-1899. Vol I - Princeton Un  N. J.



Luego siguieron hacia el río Santa Cruz en la búsqueda de los famosos yacimientos de Pyrotherium. Cerca de la confluencia de los ríos  Chico y Belgrano encontraron una laguna que bautizaron Swan (cisne)  debido a la abundancia de cisnes de cuello negro (Cygnus melancoryophus) y del blanco (Coscoroba coscoroba). Hatcher tuvo un encuentro con un zorro gris (Lycalopex gymnocercus):   “Atraído por mi presencia y la de mi caballo, este bello animal había dejado su refugio y, sin duda movido por la curiosidad, llego valientemente a una distancia de 9-12 metros, donde, con evidente  satisfacción por mi compañía, corría y jugaba, para mi diversión,  de la misma forma que un perro favorito.” Pero a los pocos minutos Hatcher sacó su revólver y despachó al amistoso zorro, que fue a parar a sus colecciones.

El viaje continuó por el valle del arroyo y el lago Ghio, y avanzando hacia el oeste llegaron al lago  Pueyrredón, que llamó Princeton, creyendo ser su descubridor, aunque comprobó más tarde que Ludovico von Platen, de la Comisión de Límites Argentina, ya lo había designado con aquel nombre. En este lugar Hatcher tuvo otro encuentro con un huemul, en este caso una hembra a la que no duda en liquidar para mejorar su magra dieta de carne de loycas (Sturnella loica). Para peor la hembra estaba lactando y al rato apareció un cervato y un machito de casi un año, y el cazador (aquí ya nos cuesta llamarlo naturalista), pensando en el mejor bocado que ofrecía el cervato, le disparó pero hiriendo también al añal que se interpuso en el trayecto del disparo, por lo que terminó eliminando a toda la familia. Mientras Hatcher se dedicaba a esta matanza, su compañero Colburn se encontró casualmente con Francisco P. Moreno quien se encontraba trabajando con la Comisión de Límites.



HUEMUL

Proceedings of the Zoological Society.Vol 61. 1899


Tras una búsqueda infructuosa se dirigieron al Lago  Buenos Aires, donde tampoco pudieron hallar los yacimientos celosamente salvaguardados por los Ameghino. Atravesando una de las mesetas observó un guanaco que en un mal salto había caído de lado en un pequeño barranco. “Aunque aún vivo, ya estaba rodeado de una cantidad de carranchas y unos 5 ó 6 cóndores. Uno de estos (...) ya había hecho un agujero a través de la cavidad abdominal, y estaba sumamente ocupado separando una porción de los  intestinos del impotente, pero aún vivo, guanaco. Al acercarme las aves se alejaron, y pronto descubrí que, como siempre, los carranchas habían sido los primeros en detectar el infortunio padecido por la bestia, porque ya el ojo había sido arrancado del lado de la cabeza que había quedado hacia arriba, aunque la lengua aún estaba intacta.” Digamos, a favor de Hatcher, que su revólver esta vez sirvió para ahorrar sufrimientos a la víctima.



CAMPAMENTO DE HATCHER JUNTO AL LAGO BUENOS AIRES
Scott, W. B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia. 1896-1899. Vol I - Princeton Un  N. J.



A pesar de que esta zona estaba desprovista de bosques, en el interior de los cañadones era posible encontrarse con huemules. Una tropa de tres de ellos fue rápidamente despachada por el revólver de Hatcher y con su carne además de provisiones prepararon cebos envenenados para cazar algún felino. Lamentablemente el único envenenado fue su perro al que califica de bonachón aunque inútil, ya que se rehusaba a participar de las cacerías.  Densas humaredas dificultaron su tarea en esos días. Al parecer provenían de incendios de bosques provocados por los miembros de las comisiones de límites de Chile y Argentina, quizás con el objeto de despejar las zonas donde tenían que trabajar.

Regresando ya por el lago Ghio, Hatcher sufrió un fuerte ataque de reumatismo que le afectó ambas rodillas y brazos, además de producirle una intensa fiebre, de manera que tuvo que regresar en un carro. Durante 6 semanas Hatcher estuvo casi siempre en cama,  impedido de trabajar, y se mantenía gracias a los pacientes cuidados de  Colburn, pese al malhumor que mostraba Hatcher. Nunca pudo liberarse del todo de los dolores reumáticos que lo aquejaron hasta el final de sus días. ¿Quizás una venganza del Elal, el héroe mítico de los tehuelches y amigo de los animales?


TERCERA EXPEDICION

Pese a estos inconvenientes Hatcher obsesionado por el Pyrotherium realizó un tercer viaje, nuevamente acompañado por su cuñado  Peterson, y por Barnum Brown del American Museum of Natural History.

En enero de 1899 llegaron a Punta Arenas y desde aquí, vía San Julián,  iniciaron un nuevo viaje al lago Pueyrredón, en el que tampoco encontraron los yacimientos buscados, pero consiguieron una gran cantidad de invertebrados de los yacimientos santacrucenses, patagonienses y del cabo Buen Tiempo. Cerca del lago,  Hatcher vio un puma que corría trepando una barranca. “Como el terreno era abierto y yo montaba un buen caballo, parecía una excelente oportunidad y me decidí a perseguirlo. Aunque el animal me llevaba varios centenares de metros de ventaja,  rápidamente me acerqué, (...) Conocía la incapacidad de este animal, como los demás de su especie,  para mantener una velocidad considerable en distancias largas, y que una vez fuera de mi vista buscaría refugio para ocultarse antes que huir.” Hatcher descubrió al puma y obtuvo este ejemplar que fue descripto como una nueva subespecie: Puma concolor patagonica (Merriam, 1901) [actualmente Puma concolor puma].



PUMA

Brehm, A. E. , Schmidt, Dr. E. O.), y Taschenberg, E. L. – 1879-79 -   Brehms Thierleben : Allgemeine Kunde des Thierreichs. Leipzig 


Como señala Hatcher, la mayoría de los viajeros de la Patagonia han remarcado el carácter tímido del puma, incapaz de atacar al hombre que teniéndole acorralado puede arrimársele para matarlo a cuchillo o con las boleadoras. Sin embargo cita un relato de Theodoro Arneberg, Ingeniero Jefe de la División Sur de la Comisión Argentina de Límites: “Ocupado en su trabajo en vecindades del lago Viedma en otoño de 1898, caminaba un día por una densa masa de arbustos y pastos altos, cuando repentina e inesperadamente dio con un puma oculto. El animal no sólo no hizo ningún intento de escapar, sino que instantáneamente y sin advertencia, atacó al intruso de la manera más salvaje. Saltando sobre él con toda su fuerza, lo arrojó al suelo, aunque Arneberg es un hombre grande y fuerte, y el león aferrándolo por la mandíbula, logro romperle varios dientes y mutilando su comparativamente indefensa  víctima, antes que uno de sus compañeros pudiera abalanzarse y despachar a la bestia tan enojada, que, tras ser matada, se descubrió que era un macho muy viejo”.

Los exploradores siguieron hasta las fuentes del río Belgrano y luego descendiendo por el  Chico hasta el puerto Santa Cruz, donde abordaron el histórico transporte  "Primero de Mayo," con el que regresaron a Buenos Aires.  En bahía Camarones  vieron los restos del naufragio del Villarino, ocurrido en 1899, durante su 101º viaje al sur, cuando fue arrojado sobre las restingas de las  islas Blancas, destruyéndose totalmente. Según el relato de Hatcher : “Por un total descuido de sus oficiales, que, en lugar de atender sus deberes en la entrada al puerto, asistían al bautismo de un niño nacido  a bordo, el buque ingresó a toda velocidad contra el arrecife sumergido, literalmente desprendiendo su fondo hasta la mitad de su eslora.” Afortunadamente no se perdieron vidas humanas. Hoy día pueden verse algunos de sus restos en un monumento en la ciudad de Puerto Madryn.



Monumento con restos del  naufragio del Transporte Villarino - Puerto Madryn - Argentina
Foto de Alex Mouchard



ENTRE DARWIN Y HUDSON

Hatcher analiza al final de su relato las impresiones que la Patagonia produjo en dos grandes naturalistas: Charles Darwin y William Hudson, y sobre él mismo.

Darwin atribuía el profundo impacto recibido a lo desconocido de esa región al momento de su visita y de lo poco que se llegaría a conocer de la misma debido a lo difícil que sería habitarla.

Hudson, en cambio, afirmaba que a pesar de ser ya bastante conocida y transitada para su época, la Patagonia seguía produciendo un
peculiar interés y una gran impresión, permaneciendo más vívidamente en su mente que cualquier otra de sus experiencias de vida, y lo atribuía a la monotonía y la desolación del paisaje.


Forma rocosa producida por la erosión eólica

Scott, W. B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia. 1896-1899. Vol I - Princeton Un  N. J.



Y Hatcher con mayor interés científico concluye “Es verdad que estas llanuras son inhóspitas, que a lo largo de grandes regiones la maldición de la esterilidad es la única característica omnipresente, que la fauna  y la flora son pobres y poco diversas, que el opaco color pardo predominante presente en el paisaje por la escasa cobertura de hierba seca y achaparrada es monótona y poco propicia para producir entusiasmo en alguien con gran  temperamento artístico, que, en su mayor parte, estas llanuras permanecen aun inhabitadas y son mayormente inhabitables. ¿Pero acaso estos hechos no le otorgan a esta región un cierto interés? (...) Es una mente opaca, realmente, la que puede contemplar sin interés estas vastas, casi ilimitadas planicies, sin igual en el mundo (...) no conozco ninguna otra cosa que me produzca más pena que verme forzado a abandonar la esperanza de visitar nuevamente la región.”

Alex Mouchard




¿QUIÉN ERA JOHN BELL HATCHER?





Nacido en 1861 en Cooperstown, Illinois, E.E.U.U., en una familia granjera, trabajó como minero en Cooper, Iowa, donde se despertó su interés por la paleontología. Estudió en la Universidad de Yale, siendo alumno del famoso geólogo James Dwight Dana y donde conoció al paleontólogo Othniel C. Marsh, del Peabody Museum,  quien lo nombró su asistente. Realizó un gran trabajo de recolección de fósiles en el oeste norteamericano, por lo que Marsh lo llamaba el “rey de los colectores”, aunque no le permitía publicar sus hallazgos. Contrariado, Hatcher renunció y  obtuvo un nuevo trabajo como curador de paleontología de vertebrados en la Universidad de  Princeton en 1893, bajo las órdenes de William B. Scott.

En Princeton concibió, planificó y obtuvo fondos para las tres expediciones a la Patagonia. En estos viajes obtuvo una gran colección de mamíferos del mioceno que constituyen uno de los pilares de la colección paleontológica de  esa universidad. A pesar de sus diferencias con Marsh le dedicó el volumen de la narrativa del viaje que redactó.

Tras esos viajes Hatcher se alejó de Princeton por un supuesto mal trato inmerecido y entonces se trasladó  al Carnegie Museum of Natural History donde  fue nombrado curador de paleontología y osteología.

En 1904 falleció de fiebre tifoidea. Su tumba en el cementerio
 Homewood de Pittsburgh, permaneció sin identificación hasta 1995, cuando la Society of Vertebrate Paleontology colocó una lápida con su nombre y la imagen de uno de sus descubrimientos, el Torosaurus.
En su honor se nombró el cerro Hatcher en el departamento río Chico de la provincia argentina de Santa Cruz, ya que sus investigaciones permitieron establecer la discrepancia entre la línea de las cumbres más altas y la divisoria de aguas, concepto que fue utilizado para la determinación del límite entre Argentina y Chile.

Hombre de gran modestia, honestidad y capacidad de sacrificio personal es considerado uno de los más relevantes colectores paleontológicos, actividad que convirtió en un “fino arte”, según palabras de W. B. Scott.






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REFERENCIAS

Hatcher, J. B. – 1903 - Narrative and Geography - En
Scott, William B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia. 1896-1899. Vol I - Princeton University-  Princeton, N. J.

Rea, Tom – 2004 - Bone Wars: The Excavation and Celebrity of Andrew Carnegie's Dinosaur. University of Pittsburgh Press - 288 páginas.

Simpson, John Gaylord – 1984 – Discoverers of the lost world – Yale U.P

Wallace, David Rains – 2004 - Beasts of Eden: Walking Whales, Dawn Horses, and Other Enigmas of Mammal Evolution. University of California Press, 2004 - 368 páginas

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