A veces los rondaba la miseria,
la seca, la langosta, la ceniza,
cielos bajos y oscuros,
ni pájaro ni insecto ni lagarto,
sólo ellos
y el viento ciego amurallando noches,
el viento sin misericordia, el viento.
“Cielo
adverso" - Dora Battistón
Entre
1896 y 1899 la Universidad de Princeton, una de las más antiguas de EEUU, patrocinó tres expediciones a la Patagonia
austral, las que fueron programadas y ejecutadas por el paleontólogo John Bell
Hatcher, curador del Departamento de
Paleontología de Vertebrados de dicha universidad.
Hatcher
que era un ávido cazador de fósiles tenía como objetivo principal visitar los yacimientos descubiertos por
Carlos Ameghino y obtener una completa muestra paleontológica de los mismos.
Paralelamente reunirían una importante colección de mamíferos, aves y plantas
de la región.
Había
tenido noticia desde 1887 de los viajes
de exploración de Ameghino y del éxito obtenido que se reflejaba en la tarea de
su hermano Florentino, uno de los mayores paleontólogos de la época por la gran
cantidad de fósiles que había descripto, si bien con una estratificación incorrecta que le hizo otorgarles mayor
antigüedad de la que en realidad tenían.
Restauración de la cabeza de un Pyrotherium por Bruce Horsfall.
En Scott, William Berryman, 1913 - A History of Land Mammals in
the Western Hemisphere. New York: The Macmillan Company.
|
En
unos yacimientos que situó en el valle
del río Deseado, Carlos Ameghino había hallado restos de Pyrotherium, un gran mamífero parecido al elefante, que Florentino atribuyó al período cretácico
(en realidad eran del oligoceno, unos 30 millones de años más joven). Hatcher no
pudo obtener más detalles de los Ameghino, ya sea por su pobre dominio del
castellano o porque Carlos ocultaba bien sus hallazgos para evitar que se
llevaran fósiles del país, aunque ellos mismos venderían en 1892 y 1895 unos
500 ejemplares de fósiles a distintos museos extranjeros. Más tarde, en 1903,
Hatcher propuso a los Ameghino un viaje conjunto para aclarar las controversias
sobre la datación, pero Florentino contestó que estaba muy ocupado y que podía
ir Carlos si tenía tiempo, pero poco después el norteamericano falleció y el
viaje nunca se hizo.
Las
tres expediciones de la Universidad de Princeton se realizaron de marzo de 1896
a julio de 1897; de noviembre de 1897 a noviembre de 1898, y la tercera de
diciembre de 1898 a septiembre de 1899. Los dos primeros viajes fueron costeados por
numerosos graduados y amigos de la Universidad.
El tercero lo fue exclusivamente por el propio Hatcher. En los reportes
de las expediciones, editados por William B. Scott en 1902, Hatcher redactó la
narrativa de de la que tomamos estas notas.
PRIMERA
EXPEDICION
El 29
de febrero de 1896 Hatcher partió de
Brooklyn con su cuñado Olof
Peterson en el “Gallileo”, nombre que consideraba de buen augurio para
una expedición científica. El viaje duró casi un mes hasta Buenos Aires donde
lograron desembarcar mediante un certificado sanitario fraguado por el médico
de a bordo. Allí se enteraron que pocos días más tarde el transporte Villarino,
de la Armada Argentina, zarpaba rumbo a Santa Cruz. El vapor de casco de hierro
había sido adquirido en Inglaterra como transporte de tropas y le cupo el honor
de repatriar los restos del general José de San Martín.
TRANSPORTE A.R.A. VILLARINO
http://www.histarmar.com.ar/
|
En el
viaje pasaron por Bahía Blanca, San Blas y Puerto Madryn, en el golfo Nuevo: “La peculiar
belleza de este cuerpo de agua se enfatizaba por la
apariencia triste, por no decir desolada de las planicies que lo
rodeaban”.
En
Puerto Deseado, anclaron frente a las ruinas del establecimiento fundado por
España en 1790, para la extracción de aceite de lobos marinos y ballenas.
En la desembocadura del río Santa Cruz “detectamos los dorsos de unos enormes
objetos negros en el agua, y de pronto descubrimos que estábamos justo en el
centro de una manada de ballenas, probablemente Balaena australis [la ballena franca austral Eubalaena australis], porque esta
especie se sabe que frecuenta esta costa y es gregaria. Conté no menos de 14 de
estos grandes monstruos mientras
retozaban en el agua cerca del barco. Frecuentemente salían a la superficie y
se deslizaban con sus grandes lomos sobresaliendo del agua, y ocasionalmente
podíamos ver que alguno elevaba su gran cola ahorquillada y varios metros de la
parte posterior del cuerpo en alto,
luego, sumergiéndose de golpe y descendiendo aparentemente en forma vertical,
desapareciendo inmediatamente bajo la superficie. No parecían alarmarse por
nuestra presencia, sino que más bien parecían disfrutar de nuestra compañía,
porque noté que por momentos varias de ellas tomaban posición delante del
barco, donde jugaban entre ellas de la misma manera que he visto hacerlo en
otras ocasiones a las marsopas, cruzando
a un lado y al otro el curso del buque con gran facilidad, manteniendo al mismo
tiempo el mismo movimiento hacia delante que el barco. No suponía que las
ballenas podían nadar tan rápido."
Llegaron
a Río Gallegos, la capital del territorio [actualmente provincia argentina] de Santa Cruz
y se entrevistaron con el gobernador Edelmiro Mayer, un personaje de aventura,
digno de una película o novela, quien había apoyado las expediciones
científicas de Carlos Burmeister, Clemente Onelli y Carlos Ameghino. Durante
todo el invierno trabajaron en las barrancas del río Gallegos y de la costa
atlántica, utilizando una carreta tirada por caballos, arriesgando la vida en
cada pleamar cuando debían retirarse rápidamente para no quedar atrapados por
la marea. En Guer Aike le llamó la atención la espesa cobertura de “mata verde”
(Lephydophyllum cupressiforme), un
arbusto que considera el más común en esa zona de la estepa patagónica “porque
a pesar de rara vez alcanzar un diámetro mayor de media pulgada o una altura de
más de 1 m, gracias a la gran cantidad de materia resinosa que segrega, cuando
se la usa como combustible es de gran valor, debido a su alto poder calorífico.
“
Tras
viajar varios kilómetros hacia el NO llegaron a una gran depresión, de unos 100 m de profundidad y
unos 15 km de diámetro, conocida como Bajo de la Leona con una pequeña laguna
salada en su centro. Más allá estaba la estancia del gobernador Mayer, junto al
río Coyle, donde visitaron un campamento indígena tehuelche de unos 30 habitantes,
vestidos con cueros de guanaco.
ESTANCIA KILLIK AIKE -Correa Falcón, Edelmiro A. y Luis J. Klappenbach - La Patagonia Argentina - G. Kraft, Bs Aires. |
En
otra salida cruzaron el río Gallegos arribando a la estancia Killik Aike
propiedad de Herbert S. Felton. Allí recolectaron numerosos
fósiles: un interesante roedor, Pyocardia elliptica; el ungulado Nesodon, del tamaño de un pequeño
rinoceronte; Astrapotherium, otro
ungulado, y el mayor de esa fauna, Diadiaphorus, otro ungulado semejante a
un caballo. En total obtuvieron 1500 kg de fósiles.
A
principios de septiembre se trasladaron a
Corriguen Aike, cerca de puerto Coy, donde hallaron otro rico yacimiento
de fósiles de la edad santacrucense. “En
18 años pasados casi contantemente colectando fósiles de vertebrados, tiempo
durante el cual visité los más importantes sitios del Hemisferio Occidental,
nunca vi nada que se pareciera a esta localidad cercana a Corriguen Aike en
riqueza de géneros, especies e individuos.” Tras un mes de trabajo el valor de
la colección obtenida que alcanzaba un peso de 4 toneladas hizo que Hatcher
decidiera trasladarse a Punta Arenas para supervisar el embarque de los fósiles
a Nueva York, los que fueron sacados ilegalmente del país.
Cerca
de Palli Aike, lugar donde en 1937
Junius Bird descubriera una cueva de antiguos cazadores patagónicos, Hatcher
sufrió un serio accidente. Al intentar destrabar una de las riendas que el
caballo había pisado, recibió un golpe en la cabeza con el freno, lo que le
levantó parte del cuero cabelludo causándole una importante pérdida de sangre. Lo
único que tenía para detenerla era agua fría, pero no fue suficiente y la
herida siguió sangrando y mojando su ropa, de modo que trató de vendarla como
pudo, con pañuelos, hasta que cesó la hemorragia. Así, sin comida y herido,
llegó a Ooshii Aike donde pudo abastecerse y seguir camino hasta Punta Arenas.
A su
regreso decidieron realizar un viaje más extenso por el interior de la
provincia, pero Hatcher tuvo un cuadro febril a causa de la herida en su cabeza
la que se hinchó desmesuradamente por el edema, pese a lo cual y a no tener
asistencia médica se negó a volver a Río Gallegos. Tras varios días de
permanecer en un estado de delirio, durante los cuales tuvo una vívida
alucinación de un viaje a Groenlandia, lugar que no conocía, finalmente empezó
a mejorar aunque perdió buena parte de su pelo.
Continuaron
el viaje hacia el N.O. y llegaron a una elevación de unos 800 m tras la cual se
encontraron con el impactante paisaje de una amplia depresión donde la
distancia se veían las aguas azules del Lago Argentino, enmarcado por los
abruptos y nevados picos de la Cordillera de los Andes. Habían superado en el
valle del río Santa Cruz el punto que habían alcanzado Darwin y FitzRoy, 53
años antes.
Cruzaron
el río y atravesaron los campos basálticos hasta el río Sheuen o Chalia, una
zona pantanosa, agravada por intensas lluvias recientes, en la que fueron atacados por enjambres de millones de
mosquitos. En este lugar vieron numerosas manadas de 60 a 200 guanacos (Lama guanicoe) y tropas de choiques (Rhea pennata) de hasta una docena de
ejemplares. Posados en los arrecifes
basálticos se veían numerosos cóndores (Vultur
gryphus) y “carranchas”, como llamaba a los caranchos (Caracara plancus). Llamó
también su atención un mamífero que no habían hallado al sur del río Santa
Cruz, el pequeño armadillo que identificó como Tatusia hybrida. Este nombre
corresponde en realidad a la mulita, especie que no sobrepasa la latitud de Bahía
Blanca, en el sur de la Provincia de Buenos Aires, y es probable que Hatcher quisiera
referirse al piche patagónico (Zaedyus
pichiy) que recientemente se ha
extendido al sur del río Santa Cruz. De todos modos refiere que era frecuente
verlos correr por la llanura y si se los sorprendía quietos sobre el suelo, al
tocarlos se enrollaban en una bola compacta. “Viven en huecos poco profundos
excavados en la superficie de la pampa, y si por casualidad tiene éxito en
llegar a la boca de una de estos antes de ser capturados, apoyan con fuerza los
bordes serrados del caparazón contra la tierra de modo que sólo se los puede
extraer con gran dificultad. En esta latitud hibernan en invierno y prefieren
un suelo arenoso tibio y una ubicación protegida.”
Acamparon
en el valle del río Chico, que gracias a las posibilidades de alimento y
protección contra los vientos que ofrecía, mostraba una abundante fauna.
“Grandes rebaños de guanacos y tropas de avestruces aparecían frecuentemente”.
Muchas aves pequeñas se observaban “incluyendo el delicado y pequeño tiránido, Cyanotis rubrigaster, [tachurí
sietecolores, Tachuris rubrigastra]
con patas color naranja y un plumaje con muchos matices de amarillo, rojo y
azul, mezclados en tal perfecta armonía como para rivalizar en belleza y
variedad de colorido con las especies tropicales de picaflores. De cada arbusto
y mata el chingolo, Zonotrichia capensis,
podía escucharse desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche, mientras
se posaba en la rama más alta. (...) numerosas especies de lagartijas se veían
corriendo rápidamente desde un arbusto o piedra a otro. La variedad y belleza
de color exhibida por estos animalitos era más sorprendente que la de cualquier
otra clase de animal hallado en esa región.
CUIS CHICO
|
En
Las Horquetas, en la confluencia de los ríos Belgrano y Chico, pasaron por el
antiguo camino indio, y “saltando entre
los arbustos y rocas, se veían en gran número
representantes del pequeño y gris Cavia
Australis [cuis chico, Microcavia asutralis], sin cola y con
aspecto de liebre. Son criaturitas muy interesantes y divertidas ya que,
siempre alertas y prontas a detectar la menor señal de peligro, saltan de
una posición a otra, o se sientan
erguidas sobre su grupa y roen incesantemente un trozo de hoja u otro bocado de
alimento, sostenido adecuadamente con sus patas anteriores. Los lugares
favoritos de estos animalitos son depresiones poco profundas en la base de los
arbustos más grandes, o bajo algunas hierbas como Bolax glebaria, [nana, Azorella trifurcata] que crece en densas y extensas masas cespitosas sobre el suelo.”
También
escuchaban el grave y subterráneo tamborileo del tuco-tuco, Ctenomys magellanicus, muy activo a la mañana temprano y a fines de
la tarde, horas durante las cuales se los oía constantemente aunque muy
difíciles de observar en la superficie.
“En una ocasión, sin embargo, mientras caminaba rápidamente, sorprendí a
uno de estos animalitos en el césped a
varios pies de la entrada de su cueva. La forma en que corrió sin rumbo
buscando su agujero, con el hocico pegado al suelo, parecía indicar, no sólo
que había perdido el rumbo y estaba confundido por el pasto, que para él
tendría el aspecto de una gran selva, sino también que dependía igualmente del
sentido del olfato, sino más, que el de
la vista, mientras emprendía la búsqueda de la cueva perdida.”
TUCO TUCO
Brehms
Thierleben. Allgemeine Kunde des Thierreichs. Leipzig: 1883
|
Además
de esta especie pudo observar una cantidad de otros pequeños roedores de dos o
tres especies distintas, aunque de forma, color o tamaño similares.
Lamentablemente, como era costumbre en los naturalistas de la época, Hatcher no
dudaba en matar sin necesidad: “un carrancha vino y se posó en lo alto de un
calafate tan agresivamente cerca que, sin la menor contención, debo admitirlo, saque mi revolver de su
estuche, y, sólo para no perder la mano, lo derribé muerto al suelo.”
A
continuación ingresaron en el bosque patagónico, donde escucharon el canto
incesante de la ratona chilena o chircán, Troglodytes
musculus chilensis, que en gran número saltaban por ramas y troncos, acercándose
sin el menor temor, y también el del fiofío silbón, Elaenia
albiceps, que en cambio, permanecía oculto y desconfiado. Saliendo del
bosque hacia un prado se encontró sorpresivamente con tres “ciervos” [huemules,
Hippocamelus
bisulcus] que pastaban en el borde del bosque.
“No
hicieron el menor esfuerzo para escapar,
como lo podrían haber hecho fácilmente metiéndose en el bosque, en cambio se
quedaron a una distancia no mayor de 6 metros, respondiendo a mi expresión de
sorpresa con una interesada curiosidad. Por un instante me quedé admirando el
bello pardo dorado de su elegante y brilloso pelaje, mientras ramoneaban los
pimpollos de rosa y otros bocados elegidos del follaje cercano, o me lanzaban
curiosas miradas. De repente, recordando que habíamos estado sin carne fresca
para el desayuno, deliberadamente
aunque con reticencia, saqué mi revolver del estuche, y habiendo vencido por un
rato el sentimiento compasivo que me había sobrevenido, necesité poca destreza
para despachar uno del trió y demostrar que el hombre no es menos brutal que otros animales. Los dos que
sobrevivieron permanecieron sin alarmarse ni por el disparo fatal registrado ni
por las convulsiones mortales de su compañero.”
¡Pese
al remordimiento estos naturalistas eran de gatillo fácil!
Unos
pequeños periquitos verdes, seguramente la cachaña, Enicognathus ferrugineus, eran muy abundantes. “En algunos lugares
aparecían realmente por centenares, y eran muy alborotadores en razón de su
parloteo de ásperas notas que emitían
continuamente desde lo alto de los árboles, mientras pasábamos por abajo.”
Sin
mayor novedad emprendieron el regreso a Rio Gallegos donde Hatcher se enteró de
la muerte de su hijo menor, acaecida seis meses antes. Indudablemente estos
viajes se hacían con un gran sacrificio personal tanto por los padecimientos
durante el recorrido como por el alejamiento de las familias. Sin embargo, el
afán por nuevos descubrimientos superaba esos inconvenientes y en muchos casos
se transformaba en una obsesión.
Como
explica el mismo Hatcher: “Aquellos que tienen un verdadero amor por la
naturaleza deben a veces encontrar este afecto tan fuerte como para dejarse
llevar fuera de los límites de la civilización hacia algún lugar retirado
donde, sin ser molestados, pueden estudiarla en su verdadera forma y libre de
la influencia ambiental del hombre”.
SEGUNDA
EXPEDICION
En
noviembre de 1987 Hatcher inició el segundo viaje acompañado esta vez por el
joven taxidermista y ornitólogo A. E.
Colburn, con el que se embarcaron en New York en el vapor de línea
"Cacique”, dirigiéndose a Punta Arenas y de allí a Río Gallegos. Visitaron
a las tribus tehuelches en el río Coy para obtener fotografías para el United
States National Museum.
CAMPAMENTO TEHUELCHE
Scott,
W. B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia.
1896-1899. Vol I - Princeton Un N. J.
|
Luego
siguieron hacia el río Santa Cruz en la búsqueda de los famosos yacimientos de Pyrotherium. Cerca de la confluencia de
los ríos Chico y Belgrano encontraron
una laguna que bautizaron Swan (cisne)
debido a la abundancia de cisnes de cuello negro (Cygnus melancoryophus) y del blanco (Coscoroba coscoroba). Hatcher tuvo un encuentro con un zorro gris (Lycalopex gymnocercus): “Atraído
por mi presencia y la de mi caballo, este bello animal había dejado su refugio
y, sin duda movido por la curiosidad, llego valientemente a una distancia de
9-12 metros, donde, con evidente
satisfacción por mi compañía, corría y jugaba, para mi diversión, de la misma forma que un perro favorito.” Pero
a los pocos minutos Hatcher sacó su revólver y despachó al amistoso zorro, que
fue a parar a sus colecciones.
El
viaje continuó por el valle del arroyo y el lago Ghio, y avanzando hacia el oeste
llegaron al lago Pueyrredón, que llamó
Princeton, creyendo ser su descubridor, aunque comprobó más tarde que Ludovico
von Platen, de la Comisión de Límites Argentina, ya lo había designado con
aquel nombre. En este lugar Hatcher tuvo otro encuentro con un huemul, en este
caso una hembra a la que no duda en liquidar para mejorar su magra dieta de
carne de loycas (Sturnella loica). Para
peor la hembra estaba lactando y al rato apareció un cervato y un machito de
casi un año, y el cazador (aquí ya nos cuesta llamarlo naturalista), pensando
en el mejor bocado que ofrecía el cervato, le disparó pero hiriendo también al
añal que se interpuso en el trayecto del disparo, por lo que terminó eliminando
a toda la familia. Mientras Hatcher se dedicaba a esta matanza, su compañero
Colburn se encontró casualmente con Francisco P. Moreno quien se encontraba
trabajando con la Comisión de Límites.
HUEMUL Proceedings of the Zoological Society.Vol 61. 1899 |
Tras
una búsqueda infructuosa se dirigieron al Lago
Buenos Aires, donde tampoco pudieron hallar los yacimientos celosamente
salvaguardados por los Ameghino. Atravesando una de las mesetas observó un
guanaco que en un mal salto había caído de lado en un pequeño barranco. “Aunque
aún vivo, ya estaba rodeado de una cantidad de carranchas y unos 5 ó 6 cóndores.
Uno de estos (...) ya había hecho un agujero a través de la cavidad abdominal,
y estaba sumamente ocupado separando una porción de los intestinos del impotente, pero aún vivo,
guanaco. Al acercarme las aves se alejaron, y pronto descubrí que, como siempre,
los carranchas habían sido los primeros en detectar el infortunio padecido por
la bestia, porque ya el ojo había sido arrancado del lado de la cabeza que
había quedado hacia arriba, aunque la lengua aún estaba intacta.” Digamos, a
favor de Hatcher, que su revólver esta vez sirvió para ahorrar sufrimientos a
la víctima.
CAMPAMENTO DE HATCHER JUNTO AL LAGO BUENOS AIRES
|
A
pesar de que esta zona estaba desprovista de bosques, en el interior de los
cañadones era posible encontrarse con huemules. Una tropa de tres de ellos fue rápidamente
despachada por el revólver de Hatcher y con su carne además de provisiones
prepararon cebos envenenados para cazar algún felino. Lamentablemente el único
envenenado fue su perro al que califica de bonachón aunque inútil, ya que se
rehusaba a participar de las cacerías.
Densas humaredas dificultaron su tarea en esos días. Al parecer
provenían de incendios de bosques provocados por los miembros de las comisiones
de límites de Chile y Argentina, quizás con el objeto de despejar las zonas
donde tenían que trabajar.
Regresando
ya por el lago Ghio, Hatcher sufrió un fuerte ataque de reumatismo que le
afectó ambas rodillas y brazos, además de producirle una intensa fiebre, de
manera que tuvo que regresar en un carro. Durante 6 semanas Hatcher estuvo casi
siempre en cama, impedido de trabajar, y
se mantenía gracias a los pacientes cuidados de
Colburn, pese al malhumor que mostraba Hatcher. Nunca pudo liberarse del
todo de los dolores reumáticos que lo aquejaron hasta el final de sus días.
¿Quizás una venganza del Elal, el héroe mítico de los tehuelches y amigo de los
animales?
TERCERA
EXPEDICION
Pese
a estos inconvenientes Hatcher obsesionado por el Pyrotherium realizó un tercer viaje, nuevamente acompañado por su
cuñado Peterson, y por Barnum Brown del
American Museum of Natural History.
En
enero de 1899 llegaron a Punta Arenas y desde aquí, vía San Julián, iniciaron un nuevo viaje al lago Pueyrredón,
en el que tampoco encontraron los yacimientos buscados, pero consiguieron una
gran cantidad de invertebrados de los yacimientos santacrucenses, patagonienses
y del cabo Buen Tiempo. Cerca del lago,
Hatcher vio un puma que corría trepando una barranca. “Como el terreno
era abierto y yo montaba un buen caballo, parecía una excelente oportunidad y
me decidí a perseguirlo. Aunque el animal me llevaba varios centenares de
metros de ventaja, rápidamente me
acerqué, (...) Conocía la incapacidad de este animal, como los demás de su
especie, para mantener una velocidad
considerable en distancias largas, y que una vez fuera de mi vista buscaría
refugio para ocultarse antes que huir.” Hatcher descubrió al puma y obtuvo este
ejemplar que fue descripto como una nueva subespecie: Puma concolor patagonica (Merriam, 1901) [actualmente Puma concolor puma].
PUMA Brehm, A. E. , Schmidt, Dr. E. O.), y Taschenberg, E. L. – 1879-79 - Brehms Thierleben : Allgemeine Kunde des Thierreichs. Leipzig |
Como
señala Hatcher, la mayoría de los viajeros de la Patagonia han remarcado el
carácter tímido del puma, incapaz de atacar al hombre que teniéndole acorralado
puede arrimársele para matarlo a cuchillo o con las boleadoras. Sin embargo
cita un relato de Theodoro Arneberg, Ingeniero Jefe de la División Sur de la
Comisión Argentina de Límites: “Ocupado en su trabajo en vecindades del lago
Viedma en otoño de 1898, caminaba un día por una densa masa de arbustos y
pastos altos, cuando repentina e inesperadamente dio con un puma oculto. El
animal no sólo no hizo ningún intento de escapar, sino que instantáneamente y
sin advertencia, atacó al intruso de la manera más salvaje. Saltando sobre él
con toda su fuerza, lo arrojó al suelo, aunque Arneberg es un hombre grande y
fuerte, y el león aferrándolo por la mandíbula, logro romperle varios dientes y
mutilando su comparativamente indefensa víctima,
antes que uno de sus compañeros pudiera abalanzarse y despachar a la bestia tan
enojada, que, tras ser matada, se descubrió que era un macho muy viejo”.
Los
exploradores siguieron hasta las fuentes del río Belgrano y luego descendiendo
por el Chico hasta el puerto Santa Cruz,
donde abordaron el histórico transporte
"Primero de Mayo," con el que regresaron a Buenos Aires. En bahía Camarones vieron los restos del naufragio del
Villarino, ocurrido en 1899, durante su 101º viaje al sur, cuando fue arrojado
sobre las restingas de las islas Blancas, destruyéndose
totalmente. Según el relato de Hatcher : “Por un total descuido de sus
oficiales, que, en lugar de atender sus deberes en la entrada al puerto,
asistían al bautismo de un niño nacido a
bordo, el buque ingresó a toda velocidad contra el arrecife sumergido,
literalmente desprendiendo su fondo hasta la mitad de su eslora.”
Afortunadamente no se perdieron vidas humanas. Hoy día pueden verse algunos de
sus restos en un monumento en la ciudad de Puerto Madryn.
Monumento con restos del naufragio del Transporte Villarino - Puerto Madryn - Argentina Foto de Alex Mouchard |
ENTRE
DARWIN Y HUDSON
Hatcher
analiza al final de su relato las impresiones que la Patagonia produjo en dos
grandes naturalistas: Charles Darwin y William Hudson, y sobre él mismo.
Darwin
atribuía el profundo impacto recibido a lo desconocido de esa región al momento
de su visita y de lo poco que se llegaría a conocer de la misma debido a lo difícil
que sería habitarla.
Hudson,
en cambio, afirmaba que a pesar de ser ya bastante conocida y transitada para
su época, la Patagonia seguía produciendo un
peculiar
interés y una gran impresión, permaneciendo más vívidamente en su mente que
cualquier otra de sus experiencias de vida, y lo atribuía a la monotonía y la
desolación del paisaje.
Forma rocosa producida por la erosión eólica
|
Y
Hatcher con mayor interés científico concluye “Es verdad que estas llanuras son
inhóspitas, que a lo largo de grandes regiones la maldición de la esterilidad
es la única característica omnipresente, que la fauna y la flora son pobres y poco diversas, que el
opaco color pardo predominante presente en el paisaje por la escasa cobertura
de hierba seca y achaparrada es monótona y poco propicia para producir
entusiasmo en alguien con gran
temperamento artístico, que, en su mayor parte, estas llanuras permanecen
aun inhabitadas y son mayormente inhabitables. ¿Pero acaso estos hechos no le
otorgan a esta región un cierto interés? (...) Es una mente opaca, realmente,
la que puede contemplar sin interés estas vastas, casi ilimitadas planicies,
sin igual en el mundo (...) no conozco ninguna otra cosa que me produzca más
pena que verme forzado a abandonar la esperanza de visitar nuevamente la
región.”
Alex
Mouchard
¿QUIÉN
ERA JOHN BELL HATCHER?
Nacido
en 1861 en Cooperstown, Illinois, E.E.U.U., en una familia
granjera, trabajó como minero en Cooper, Iowa, donde se despertó su interés
por la paleontología. Estudió en la Universidad de Yale, siendo alumno del
famoso geólogo James Dwight Dana y donde conoció al paleontólogo Othniel C.
Marsh, del Peabody Museum, quien lo
nombró su asistente. Realizó un gran trabajo de recolección de fósiles en el
oeste norteamericano, por lo que Marsh lo llamaba el “rey de los colectores”,
aunque no le permitía publicar sus hallazgos. Contrariado, Hatcher renunció
y obtuvo un nuevo trabajo como curador
de paleontología de vertebrados en la Universidad de Princeton en 1893,
bajo las órdenes de William B. Scott.
En
Princeton concibió, planificó y obtuvo fondos para las tres expediciones a la
Patagonia. En estos viajes obtuvo una gran colección de mamíferos del mioceno
que constituyen uno de los pilares de la colección paleontológica de
esa universidad. A pesar de sus diferencias con Marsh le dedicó el volumen de
la narrativa del viaje que redactó.
Tras
esos viajes Hatcher se alejó de Princeton por un supuesto mal trato
inmerecido y entonces se trasladó al
Carnegie Museum of Natural History donde
fue nombrado curador de paleontología y osteología.
En
1904 falleció de fiebre tifoidea. Su tumba en el cementerio
Homewood
de Pittsburgh, permaneció sin identificación hasta 1995, cuando la Society
of Vertebrate Paleontology colocó una lápida con su nombre y la imagen de uno
de sus descubrimientos, el Torosaurus.
En
su honor se nombró el cerro Hatcher en el departamento río Chico de la
provincia argentina de Santa Cruz, ya que sus investigaciones permitieron
establecer la discrepancia entre la línea de las cumbres más altas y la
divisoria de aguas, concepto que fue utilizado para la determinación del
límite entre Argentina y Chile.
Hombre
de gran modestia, honestidad y capacidad de sacrificio personal es
considerado uno de los más relevantes colectores paleontológicos, actividad
que convirtió en un “fino arte”, según palabras de W. B. Scott.
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&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
REFERENCIAS
Hatcher,
J. B. – 1903 - Narrative and Geography - En
Scott,
William B. (Ed.) Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia.
1896-1899. Vol I - Princeton University-
Princeton, N. J.
Rea,
Tom – 2004 - Bone Wars: The Excavation and Celebrity of Andrew Carnegie's
Dinosaur. University of Pittsburgh Press - 288 páginas.
Simpson, John Gaylord – 1984 – Discoverers of the lost world – Yale U.P
Wallace, David Rains – 2004 - Beasts of Eden: Walking Whales, Dawn Horses, and Other Enigmas of Mammal Evolution. University of California Press, 2004 - 368 páginas
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