"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


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sábado, 25 de diciembre de 2021

LA GOLONDRINA DOMÉSTICA (Progne chalybea) – EL AVIÓN EMPLUMADO

 


 

La golondrina en el viento

platica con el avión,

le cuenta los sentimientos

que abriga su corazón

 

Copla mexicana

 

Golondrina doméstica - Foto Alex Mouchard

 


Las golondrinas son para los humanos un símbolo de la libertad por su vuelo hábil, audaz, cambiante, vertiginoso que nos da la sensación de que el ave puede llegar a cualquier parte del espacio aéreo, sin límites,  según se lo proponga.  Pero por otro lado, su comportamiento migratorio hace que llegue a nuestras tierras a fines del invierno presagiando los tiempos agradables de la primavera y el verano. En mi barrio de Villa Pueyrredón (Ciudad de Buenos Aires) espero escuchar su musical gorjeo todos los años hacia principio del mes de septiembre, aunque según mis registros puede aparecer desde mediados de agosto (1997) hasta mediados de septiembre (2020, año de mucha sequía en el país).

Esta ave se ha adaptado tanto a vivir entre las viviendas humanas, que aún en la gran ciudad encuentra en los altos edificios numerosos huecos para anidar, evolucionando atrevidamente entre los elevados acantilados de cemento y vidrio.

El gran naturalista español Félix de Azara (1802) la describió por primera vez para Argentina y Paraguay, señalando sus partes dorsales “azul turquí lustroso y con reflejos” que de lejos parece negro y su garganta, pecho y flancos pardo blancuzco, haciéndose blanco en el vientre; su cola se presenta en escalera, ahorquillada es decir con las timoneras laterales más largas que las centrales.”

“Cría en los templos y casas, y se posa con frequencia en las cruces de las beletas acomodándose quantas caben, y también en los caballetes de los texados, y en estacas de los setos, durmiendo por verano en lo inferior de los naranjos u otro árbol copudo; pero si hace algún frío, pasa la noche en los agujeros o baxo de las tejas.”

 

 

“Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares.”

Salmos 84.4

 

 

 

Su canto parece repetir muchas veces “mbiyuí”, de donde surge su nombre guaraní. Comparándola con el avión común de España (Delichon urbica) dice Azara: “Es más poltrona, se posa con mucha mayor frequencia, es más gruesa respecto a su longitud, y acomete a todo páxaro, sea qelque fuere, si se acerca a su nido, persiguiéndole sin dexarlo hasta que lo ahuyenta. Se acomoda en el campo para criar en los ranchos o casas, y en los pueblos prefiere los templos y grandes edificios, sobre cuyas vigas, soleras y paredes horizontales hace el nido, nunca visiblemente. A veces lo pone baxo de las tejas; y aunque nunca lo he visto, aseguran que lo hace con algún barro alrededor y pocas pajas dentro.” Afirmaba que ambos padres crían 3 a 4 pollos, llevándoles insectos con frecuencia. Y no conocía “páxaro más madrugador; pues en días buenos le he oído cantar hora y media antes de salir el sol, quando era absolutamente de noche y sin luna.”

Si bien era ave de paso en Paraguay, no se ausentaba más de dos meses, soportando muy bien los meses más fríos del año en ese país.

 

Esa característica de vivir en las casas le valió el nombre latino de domestica (de domus = casa) que Louis Pierre Vieillot le aplicó en 1817, y que según  las reglas de nomenclatura zoológica quedó hoy descartado. Esopo lo explicaba en su fábula  La golondrina y los pájaros,  cuando la golondrina advirtió a los demás pájaros que el hombre utilizaría la pulpa pegajosa del muérdago para atraparlos. Como los pájaros no le hicieron caso, ella se acercó a vivir con los humanos que, reconociendo su inteligencia, la protegieron, a la vez que se dedicaron a cazar  y a comerse a las otras aves.


 Sánchez Labrador (1767) , que las distinguía de su similar española por su menor tamaño, aclara que “rara vez se verán sentadas en el suelo, sino en lo alto, cerca de sus nidos, en que ponen dos huevos cada año … Si advierte la madre que los caracaras se acercan a los nidos, chirría avisando a los pollitos, e intrépida persigue a sus enemigos, ya metiéndose debajo de las alas, ya sentándose sobre ellos, y molestándoles con su pico, obligándoles a la fuga.”

Supone, citando un testigo jesuita,  que en invierno “buscan lugares abrigados en las concavidades de las barrancas y piedras. Dentro de éstas, se unen y arraciman o amontonan, escondiendo sus picos entre las plumas, y de esta manera pasan el rigor del invierno.”

 

Cuando Darwin (1838) pasó por Bahía Blanca observó que “las hembras comenzaban a poner en septiembre, (correspondiente a nuestro marzo [en Inglaterra]): habían excavado profundos agujeros en un acantilado de tierra compacta, junto a las madrigueras más grandes habitadas por el loro terrestre de la Patagonia, (Psittacara Patagonica [= Cyanoliseus patagonus, el loro barranquero]). Vi varias veces una pequeña bandada de estas aves, persiguiéndose unas a otras, en un curso rápido y directo, volando bajo y gritando a la manera tan característica del vencejo inglés, (Hirundo apus [= Apus apus], Linn.)


Progne chalybea. Dibujo de Claude W. Wyatt. 

(Sharpe, 1885-1894)


En Baradero (Provincia de Buenos Aires) “los jóvenes ya están en vuelo a principios de febrero. Común tanto en la ciudad como en el campo, se reproduce libremente en las grietas de las paredes, bajo los aleros de las casas y en los huecos de los árboles. Preeminentemente un pájaro de las casas. Durante el verano, sus notas fuertes y ásperas, pronunciadas durante el vuelo, pueden escucharse constantemente; pero cuando descansa sobre un cable de telégrafo o la ramita de un árbol, tiene un canto bastante bonito.” (Durnford 1877)

 

“La Progne chalybea, un ave hermosa, la más grande de su tribu en esta zona, es digna del nombre específico domestica que le dan algunos autores, siendo predominantemente doméstica en sus hábitos. Nunca se reproduce en barrancos como lo hace a menudo Progne purpurea, o en los nidos abovedados de otras aves abandonados en los árboles, situación a la que frecuentemente recurre Tachycineta leucorrhoa, pero está tan acostumbrada a la compañía del hombre, que tiene su hogar en pueblos populosos, así como en las viviendas campesinas.” (Hudson 1872)

“Hace su aparición aquí a mediados de septiembre, y aparentemente recurre al mismo lugar de reproducción todos los años. Es un ave conocida, ruidosa y, en la temporada de cortejo,  belicosa, muy común, aunque no tan numerosa como las especies más pequeñas, que disputan con ella el derecho a las grietas y agujeros de cría debajo los aleros. El nido está construido desprolijamente con hierba seca, pelo, plumas, y otros materiales; los huevos son blancos, puntiagudos y cinco en número.” (Hudson 1872)


Progne chalybea -  Foto Alex Mouchard



“Cuando la entrada al agujero del edificio es demasiado grande, la cierra parcialmente con barro mezclado con paja; si hay dos entradas cierra una por completo. Por lo tanto, es muy raro que esta ave necesite usar mucho barro en la construcción; y es la única de nuestras golondrinas que usa no totalmente tal material. Al salir de su nido o al acercarse una persona, esta golondrina lanza un grito de alarma extremadamente fuerte, repetido varias veces. También tiene un canto compuesto por varias notas agradables, moduladas y afinadas en esa entonación grave y ondulante que es peculiar de muchas golondrinas. Este canto suena bajo cuando el pájaro está cerca y, sin embargo, a veces se puede escuchar claramente cuando el cantante apenas parece un punto en la distancia. Es uno de los cantos más agradables que anuncian nuestro verano, aunque tal vez se lo considere así más por asociación que por su propio fraseo  o melodía. El lugar favorito de los jóvenes y adultos cuando termina la temporada de reproducción es en las copa ancha y frondosa de un viejo ombú; y suele ser en estos árboles donde se congregan, en grupos de veinte a cien, antes de dejarnos en febrero.” (Hudson 1872)

 

“Inmediatamente después de su llegada, comienzan a examinar sus antiguos sitios de anidación; pero parece que los huevos no son puestos hasta mucho más tarde, y he tomado huevos frescos hacia finales de noviembre. Estos sitios son recovecos en los aleros o frontones de cualquier edificio, o varias locaciones similares; pero el nido nunca está tan separado de alguna viga o muro contiguo como para que sea necesario construirlo enteramente de barro, y ese material sólo se usa para cerrar los lados abiertos y dejar un solo orificio de entrada. El lodo está muy toscamente mezclado, a veces con mucha hierba. El tapiz interior se compone simplemente de hierba seca.  Uno de sus lugares favoritos es una viga debajo del alero de nuestro gran galpón para la lana, justo en la entrada. Dice mucho sobre su confianza  que el tráfico constante no les impida construir allí. Los huevos son de un hermoso color blanco, con forma de pera  ...  Seis es la nidada más grande que he obtenido.” (Gibson 1880)

Pese a lo que Hudson decía, Gibson observó "que un par de golondrinas domésticas se han apoderado de un nido de hornero, cerrando la mitad inferior de la entrada con barro." (Gibson 1918)

Una tarde de fines de octubre de 1880 Walter Barrows registraba un episodio de alimentación de esta especie: “Soplaba un viento fuerte y frío del sur ("pampero") y miles de libélulas se apiñaban a sotavento de los arbustos cerca de la cima de una barranca. Entonces, casi inevitablemente, el viento las arrastraba directamente hacia el pico de los pájaros que esperaban. Eligiendo un arbusto al que se aferraban los insectos, los desalojaba con una sacudida repentina, y en un instante me encontraba en el centro de un bandada de pájaros voraces, que parecían haber perdido todo miedo y estaban concentrados sólo en los indefensos insectos, que a menudo eran atrapados a 30-60 cm de mi cara. Las libélulas eran de tamaño mediano, con un largo de tal vez de 5 a 7 cm. No se aferraban unas a otras como las abejas o las langostas, sino que simplemente se apiñaban lo más cerca posible, agarrándose a las ramitas y hojas en tal cantidad que ocultaban por completo el color del follaje y transformaban a los  verdes espinillos en masas informes de gris y marrón.” (Barrows 1883)

 

Otra forma de cazar sus presas la relata Hudson (1922): “Las golondrinas también aprenden a acompañar al viajero a caballo, y, cruzando y volviendo a cruzar justo delante de los cascos, atrapan a los pequeña polillas crepusculares que huyen desde la hierba.”

 

 

“La golondrina, asesina de las pequeñas abejas

Que hacen miel de las flores frescas del lugar”

 

Geoffrey Chaucer - Parlement of Foules

 

 

 

A principios del siglo XX había una gran colonia de esta especie “en Puerto Borghi, al norte de Rosario; fue en los agujeros que quedaron cuando se sacó el andamio que sostenía una gran pared, a  la orilla del río Paraná, donde estas golondrinas habían anidado, y era relativamente fácil sacar algunos miles de huevos." (Hartert & Venturi  1909)


Hirondelle de Cayenne (Daubenton, 1765-1783)

                                                         Dibujos de Francois-Nicolas Martinet


Probablemente antes de que existieran edificios esta golondrina hacía sus nidos en huecos de árboles, como lo señalaba Buffon (1770-1785). En efecto anida “a veces, como lo encontró [Edward] Bartlett en Perú, en huecos de árboles. Cuando la entrada al agujero es demasiado grande, a veces la cierra con barro y paja. El revestimiento … consiste en paja, una especie de pasto. A veces, los líquenes se utilizan para este propósito. Generalmente vuelve a los mismos criaderos anualmente.” (Dalgleish 1883-1885)

 

 


Nido de golondrina tijerita (Hirundo rustica) en un santuario
Foto Alex Mouchard




La golondrina, privilegiada sobre el resto

De todos los pájaros, como huésped familiar del hombre,

Persigue el sol en verano, enérgica y audaz

Pero sabiamente rehúye al frío perseguidor

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Un pájaro engendrado en la iglesia y creyente en ella;

de pequeño cuerpo, pero de mente elevada

 

John Dryden – The Hind and the Panther

 

 

 

 

 

En Uruguay Oliver Vernon Aplin (1894) las observó en Santa Trinidad de los Porongos: “También es un ave de pueblo, y en diciembre vi muchas criando en los huecos de los andamios (nunca rellenados) en la iglesia San Luis, de ladrillos sin revocar, en Porongos (Trinidad). Sentado en la veranda o en el patio de una casa de estancia, a menudo las he escuchado mientras se posaban a unos pocos metros de mi cabeza y cantaban sus notas bajas, guturales pero dulces "chrit wur chirrit-wurr". El 29 de enero noté que una pareja seguía anidando, pero el día 31 hubo una gran reunión de ésta y otras especies, sobre la estancia, al atardecer. Creo que se fueron en algún momento de febrero. Esta ave parece ir muy al norte para invernar, porque, aunque yo vi muchas en Río de Janeiro a fines de septiembre, no noté ninguna allí cuando volvíamos a casa en junio, ni en ninguno de los otros puertos brasileños en los que tocamos, hasta Pernambuco en la latitud 8 ° 3 'S.”

 

Roland Hussey (1916) consideraba que las golondrinas han sufrido mucho en la ciudad de La Plata tras la introducción del gorrión (Passer domesticus). Al parecer se basaba en un relato que le hicieron y que raya con el mito: “Durante el verano de 1913-1914, se vio a un par de estas golondrinas construyendo un nido bajo el alero de un edificio cerca de La Plata. Habían hecho un buen progreso, cuando un par de gorriones se veían alrededor del nido con bastante frecuencia. Finalmente, cuando el nido estaba casi terminado, los gorriones comenzaron a acercarse más al nido mientras los dueños estaban ausentes, para luego trepar sobre él y finalmente entrar en él. Entonces, cuando las golondrinas regresaron y encontraron a los gorriones dentro, se produjo una batalla en la que las golondrinas fueron decididamente derrotadas; después de esto, los gorriones tomaron posesión audazmente. Entonces las golondrinas esperaron hasta que ambos gorriones estuvieron dentro; uno de los pájaros se encargó de que no escapasen, mientras que el otro fue por barro y tapó la abertura.”

 

Obviamente a pesar de la velocidad de su vuelo las golondrinas tienen su predadores. Hudson (1922) ya había observado el temor de ellas hacia los halcones: “Entre las aves paseriformes también me inclino a pensar que las golondrinas muestran un miedo heredado hacia los halcones ... manifiestan en todas partes el mayor terror al acercarse un verdadero halcón; y también temen a otras aves rapaces, aunque en mucho menor grado.” Sin embargo, agregó que ese miedo era infundado y quizás un resabio ancestral,  ya que nunca observó un ave de presa intentando perseguir una golondrina.

 


 


Aplin, OV -1894- On the Birds of Uruguay – Ibis 22:149-215.

Azara, F de. (1802). Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992.

Barrows, Walter B. 1883. Birds of the Lower Uruguay. Bulletin of the Nuttall Ornithological Club 8: 82-94.

Buffon, G.L.L. conde de. 1770-1785. Histoire naturelle des oiseaux. Tome VI. Imprimerie Royale. Paris.

Chaucer, Geoffrey. 1987. The Riverside Chaucer, L. D. Benson (ed.). Oxford: Oxford University Pres.

Dalgleish, John J. 1883-1885. Notes on a Second Collection of Birds and Eggs from Central Uruguay. Proceedings of the Royal Physical Society of Edinburgh, 8:78-79.

Darwin, C R ed. 1838. Birds. The zoology of the voyage of H.M.S. Beagle. by John Gould. London: Smith Elder and Co.

Daubenton, Edme-Louis. 1765-1783? Planches enluminées d'histoire naturelle. Paris?

Durnford, H. 1877. XVI.-Notes on the Birds of the Province of Buenos Ayres. Ibis, 19(2), 166–203.

Gibson, Ernest.  1880. Ornithological Notes From The Neighbourhood Of Cape San Antonio, Buenos Ayres. The Ibis. Fourth Series. Nº XIII.

Gibson, Ernest. 1918. Further Ornithological Notes from the Neighbourhood of Cape San Antonio, Province of Buenos Ayres. Part I. Passeres. Ibis 60 (3): 363-415.

Hartert, E & Venturi, S. 1909. Notes sur les oiseaux de la Republique Argentine. Novitates Zoologicae 16(2):159-267.

Hudson, W H. 1872. On the Habits of the Swallows of the Genus Progne met with in the Argentine Republic. Proceedings of the Scientific Meetings of the Zoological Society of London 1872: 605-609.

Hudson,W. H. 1922. The Naturalist in La Plata. New York, E. P. Dutton & Co.

Hussey, Roland F. 1916. Notes on some Spring Birds of La Plata. The Auk 33:384-399.

Sanchez Labrador, Jose. [1767] 1968. Peces y aves del Paraguay Natural Ilustrado.  Fabril Editora, Bs As, 1968.

Sharpe, Richard Bowdler.  1885-1894. A monograph of the Hirundinidae : or family of swallows. London: Printed for the authors.

 

miércoles, 20 de enero de 2021

EL HORNERO (Furnarius rufus) – ALBAÑIL DE LAS PAMPAS

 

Agradecemos esta nueva entrega de nuestro colaborador Gabriel Omar Rodríguez.

 

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

Leopoldo Lugones

 


Hornero. Foto G.O. Rodríguez



Introducción

 

 

En nuestras latitudes no hay especie de pájaro tan venerado como el hornero. El hombre suele adjudicar calificaciones propias de su proceder al comportamiento de los animales. Y, en ese sentido podríamos decir que el caserito, como también se lo llama, no tiene parangón. Sin duda sus grandes condiciones merecen calificativos muy destacados como laboriosidad, tesón, fidelidad, buen compañerismo y modestia. En efecto, no escatima esfuerzo alguno en cumplir cabalmente su función de padre y compañero de su pareja con la cual comparte no sólo la confección de un nido que se lleva todos los laureles en ese rubro, sino que también participa de la alimentación y el cuidado de sus pichones, ambos padres se alternan en el suministro de comida con la permanencia en el nido cuidando sus pichones, y una de las cosas que al hombre más sorprende es cuando decimos que ambos progenitores continúan unidos durante toda su vida. Habíamos mencionado su modestia y esta se debe a la sencillez del color de su plumaje. Predominan los tonos pardos sin diferencias llamativas entre sí. El dorso es marrón intermedio en intensidad, y la cola en su parte dorsal tiene tonalidad rufa, similar al rojo del herrumbre, lo ventral luce de color acanelado pálido, con la garganta blanca lo mismo que la zona subcaudal. Sus patas y el pico son gris oscuro. Mide unos 19 centímetros, es “elegante” al caminar y no posee otra característica que destaque su figura. Es importante decir que el macho y la hembra no presentan diferencia en su aspecto externo.


Hornero caminando con su típico paso. Foto G. O. Rodríguez


 

Es infaltable su presencia en parques, plazas, jardines  y otros espacios verdes de las ciudades y sus inmediaciones, donde recorre con paciencia y esmero en busca de lombrices, larvas de insectos y otros invertebrados desprevenidos que caza con extrema habilidad. Es muy aficionado a las viviendas y a los espacios que generan el hombre, siendo común también en zonas rurales, lo que destaca la amplia gama de hábitats que le son favorables.  La relación considerable con el hombre, en Argentina al menos, no ha tenido que ver con ninguna razón económica, dado que ninguna parte de su cuerpito es utilizada, sin embargo la confianza con que se acerca al hombre y a su vivienda, lo llamativo de su canto y la distinción de su nido lograron estimular notablemente la imaginación del hombre que fue capaz de incorporarlo a su folklore en casi todas sus manifestaciones.  Es decir ha sido acreedor de innumerables poemas, historias y comentarios de celebrados hombres de letras.

 

Hay algo que sorprende de su canto y es que canta a dúo. El macho entona una melodía que se fusiona perfectamente con la que simultáneamente emite la hembra. Dice Joanna Burger en El Hornero (1979, Vol XII N°1): “cantar a dúo, se refiere al acto de cantar simultáneo de la pareja. No incluye el contrapaso, o sea el canto alternado territorial de los machos. Se suelen distinguir tres categorías de canto: 1) Canto antifonal: en el que las frases o sílabas se emiten alternativamente; 2) Canto a dúo ("dueto", inglés: duetting): en el cual los miembros de la pareja emiten distintas frases simultáneamente; 3) Canto a dúo simultáneo: en el que los miembros de la pareja emiten frases idénticas al unísono. En los dos primeros tipos de canto, puede haber una exacta sincronización entre los tiempos en que comienzan la primera y la segunda ave”.

 

Hornero a paso apurado. Foto G.O.Rodríguez


 

Constatando los comportamientos nombrados no hay espacio  para la indiferencia, así el hornero -y aún sin conocer detalles de su nido- queda liderando la admiración del hombre de esta tierra entre el resto de los componentes de la fauna alada.

 

Pero vayamos al nombre como habíamos anunciado. Las ciencias naturales para homogeneizar universalmente las denominaciones científicas de los seres vivos  han optado por utilizar el latín o latinizar los nombres de acuerdo a la denominación  binaria- género y especie- que  imaginó Linneo. Así fue que se llamó   Furnarius  rufus a nuestro hornerito, que según el doctor Alejandro Mouchard en extenso trabajo sobre nomenclatura faunística, nos dice que tiene por significado: “Furnarius” (latín) que quiere decir hornero  - furnus = horno- es decir el hacedor de hornos al tener por sufijo “arius”.  Por otra parte señala que “rufus”: (latín) significa rojo o rufo que es el color predominante de su plumaje. El primer especialista que lo describe fue Johann F. Gmelin  en 1768 tomando la descripción que hiciera Buffon a su vez influido por Commerson y  Latham.

 

                    



                


Sellos postales homenajeando al hornero

 

Tan argentino es el hornero, que en Europa se lo conoció como el “hornero de Buenos Aires” cuando en 1767 el naturalista Commerson, de la expedición de Bougainville, llevó las primeras noticias de este pájaro que observó en la Ensenada de Barragán. Con la denominación de “fournier de Buenos Ayres” figuró en la primera nomenclatura científica, por lo cual, sin duda, el célebre Buffon lo circunscribe a esta localidad argentina. La mayor parte de los naturalistas viajeros que visitaron nuestro país en el siglo pasado lo mencionan con admiración, señalándolo a la atención del mundo científico (Selva Andrade, s/f).

 

Respecto a los nombres comunes tiene un repertorio significativo en el que influye su amplia distribución, pero a pesar de ello prevalece mucho el nombre de hornero que es utilizado ampliamente en la Argentina y también en Uruguay. En Paraguay muchos le dan gracias por haber inventado el rancho de adobe, ya que una arraigada leyenda popular sobre el nombre de Alonso García que se asigna al hornero, afirma que así se llamaba quien, imitando su nido, construyó la primera vivienda de adobe. Otros nombres comunes son caserito, albañil, casero, hornerillo, hornero común; Rufous Hornero (en inglés) y  Joao-do-barro (en Brasil);  tiluchi en Bolivia; chilalo en Perú;   obirog,  ogoraití y  guyra tatakua (en guaraní).

 

 

Escultura en homenaje a nuestra ave nacional emplazada en la localidad de Roque Pérez (Provincia de Buenos Aires) obra del escultor Fernando Pugliese. Foto gentileza de Hernán Tolosa.


Y el extraordinario nido tal vez haya influido mucho en su designación como Ave Nacional de Argentina, resultado de una encuesta realizada por el periódico La Razón que tuvo comienzo 22 de marzo  de 1928 con la participación también de la Sociedad Ornitológica del Plata. Sólo podían votar los niños de escuelas primarias  asignándole un cupón por chico y podían participar varios por familia pero siempre un cupón por niño. El 25 de junio del mismo año la edición del diario da por resultado el triunfo del  hornero con más de 10.725 votos, en segundo término se votó al cóndor con 5.803 de adeptos y el  tercer lugar fue para el tero. Los niños sorprendentemente argumentaban en muchos casos su elección y siempre se hizo referencia a su laboriosidad. A partir de ese momento tuvimos un ave que nos representa como nación, lo que debió haber influido  en hacer más universal  su apodo.


Primero (1917-1919) y último (2020) número de la revista El Hornero. Publicación científica pionera en Sudamérica editada por la Asociación Ornitológica del Plata / Aves Argentinas.


Eduardo Harper, un socio de los primeros tiempos de la Asociación Ornitológica del Plata, remitió la fotografía y algunas explicaciones sobre un nido de hornero ubicado en la rueda de un molino, y fue publicado el texto y las fotos en la muy prestigiosa revista “El Hornero” del año 1932, editada por la mencionada institución.

 

Dice: “Se trata de un caso realmente sorprendente, observado en la Estancia San Eduardo, en la Estación Pradere (F.C.O.), en la provincia de Buenos Aires, en su parte limítrofe con La Pampa. La ubicación del nido está justamente sobre la masa y entre rayos de la rueda de forma que gira con la rueda en forma de rotación: así, está a veces con el techo para abajo, en fin en todas direcciones. Lo más raro  del caso es que este molino nunca estuvo muchos días sin trabajar y la construcción del nido reiniciaba sus actividades en cuanto se cerraba el molino y dejaba de dar vueltas. A pesar de que el molino trabaja diariamente y que el nido en cada vuelta del molino  y la rotación cuando hay vientos fuertes es sumamente rápida,  los horneros vuelven al nido cuando se cierra el molino y la rueda queda quieta. Hay también otra dificultad para estos persistentes pajaritos: no siempre se para la rueda en la misma posición. A veces queda con el techo para abajo, aunque esto es raro  debido seguramente a la resistencia de la bomba, la rueda queda generalmente parada en el mismo punto. Creo que no quedan nunca dentro del nido mientras está dando vueltas; al contrario he notado que estando el hornero adentro, sale afuera en cuanto uno echa mano a la manija para abrir el molino. Ignoro si tienen huevos o pichones, pero no parece posible que los huevos resistan al sacudimiento a que están sometidos”.

En carta de 15 de diciembre próximo pasado el señor Harper  dice: “en la última tormenta, estando el molino abierto, se destruyó el nido y se vino abajo en mochos pedazos. No he podido precisar si tenían o no huevos, no encontré ningún resto de ellos, pero tampoco era de esperar pues aunque hubieran tenido ha caído lejos por la violencia del viento”.

 

Billete de 1000 pesos argentinos con la figura del hornero y su nido


A pesar de sus atributos como elegante pájaro  de laborioso y noble comportamientos, los nombres hacen referencia a su afanoso nido que deslumbra a todo aquel que lo observa detenidamente y son muchísimas las notas de carácter técnico como de divulgación, que se ocupan de ese tema. Es interesante comentar  que su nido ya utilizado y, por ende abandonado, es ocupado comúnmente por otras especies de aves como ratonas, golondrinas, caburés y también por pequeños roedores.


Nido de hornero ocupado por jilgueros (Sicalis flaveola). Foto A. Mouchard.


En relación a su distribución como aves exclusiva de Sudamérica meridional,  ocupa gran parte del territorio argentino, exceptuando una franja de la zona cordillerana y el extremo sur de su distribución, aproximadamente,  lo encuentra en el norte de Chubut. Es decir está ausente en las provincias de  Santa Cruz, Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur y sur de Chubut. Además habita el este, centro y sur de Brasil, desde Goiás y Bahía hasta Mato Grosso y Río Grande do Sul, todo Uruguay, Paraguay  y  este de Bolivia. Su dependencia a la disponibilidad de barro hace que evite las zonas más áridas. Por otra parte su gran afinidad con las construcciones humanas  hace que siguiendo a estas que utilizan agua de la cual él puede sacar provecho, lo encontremos en zonas algo áridas. Podemos decir que su hábitat son las sabanas, pastizales, parques de todo tipo y claros de montes.

 

Cuenta la leyenda que, frente a la entrada de una choza, un indígena transformaba el barro en vasijas y platos. Era el mejor alfarero de su pueblo. Al día siguiente debía casarse con la joven más hermosa de la tribu, también alfarera. Esa noche, el hechicero del pueblo advirtió sobre grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio. Bajo tal influencia, el cacique prohibió su realización. Al enterarse, los enamorados huyeron. Los indígenas del lugar los persiguieron lanzando sus flechas, cuyas puntas envenenadas mataron a los jóvenes enamorados. Ambos se transformaron en hermosas aves que, empleando su habilidad para modelar, hacen su hogar en nidos de barro.

 

León Cadogan (1963) destaca una referencia mitológica guaraní de evidente origen en los tiempos jesuíticos:  “En ella se manifiesta la eterna lucha entre el bien y el mal y la identificación de ciertas aves como referentes de uno u otro. Está basado en la referencia evangélica en la que se narra la huida de José, María y Jesús de la orden de Herodes de matar a los recién nacidos. Pero habiendo encontrado refugio en un monte, fueron prontamente descubiertos por el pitogué, quien con su estridente silbido, anunció a las tropas asesinas de la presencia del Niño Dios en cercanías. Asustados José y María, decidieron esconder a Jesús en el nido de un Alonso. Cuando el peligro pasó, se desató un violento temporal, que terminó por derribar el nido del pitogué, siendo que el nido del Alonso se mantuvo firme y fuerte” (Laprovitta, 2016).

 

El hornero es el pájaro gaucho por excelencia, sencillo y elegante en su vuelo y en su canto, gusta de la tranquilidad en pareja y no es ave de bandadas. Espléndido payador, se demuestra como tal en contrapuntos con su consorte, y es, en cuanto a eso, versión alada de nuestros poetas y cantores. Pero mucho antes de los conquistadores y de los payadores, el hornero andaba ya en historias y mitos de las comunidades aborígenes. Tiene, por ejemplo, un papel considerable en la concepción del mundo propia de las tribus chaqueñas.  


Se cuenta  que, en tiempos antiguos, existían otros hombres, no antepasados de los de hoy, sino de los animales. No sabían hacer fuego y debían subir al cielo –en esa época conectado con la tierra– para que el sol cociera sus alimentos. Aunque generoso, el Sol era muy adusto y quisquilloso y no admitía burlas. Ocurrió que un día participó de la comitiva Tatsí, el hornero, entonces con apariencia humana. Tatsí se caracterizaba por su facilidad para estallar en carcajadas por cualquier motivo y pronto halló uno; sucedía que, para cocer los alimentos, el sol echaba fuego por el trasero sobre las ollas. Al observarlo, Tatsí, pese a los desesperados esfuerzos de sus acompañantes por contenerlo, lanzó estruendosas carcajadas. El Sol, encolerizado, arrojó fuego sobre todos los visitantes y acabó por incendiar la tierra exterminando a la mayoría de sus habitantes. Los sobrevivientes se transformaron en animales.

 

Además en el campo de la medicina popular se ha comprobado el uso del nido, una vez abandonado, como remedio para afecciones de la piel, poniéndose una pequeña parte de barro ablandado con agua sobre la zona enferma.

 

Un patriota galardonado por el laborioso pájaro



Resulta interesante transcribir los comentarios que algunos de los grandes naturalistas realizaron en sus crónicas de viaje u obras similares. Comenzamos con los dichos de William H. Hudson, justamente uno de los relatores que admiró desde su infancia a las aves, y esto decía: “El hornero es una especie  perfectamente bien conocida en la Argentina y, cuando se la encuentra, es una gran  favorita, debido a su familiaridad con el hombre, su voz fuerte, tintineante y animosa, y su hermoso nido de barro, que prefiere edificar cerca de una habitación humana, a menudo en una cornisa, una viga sobresaliente o en el mismo techo de la casa. Es un avecita fornida, con el pico delgado y apenas curvo, de cerca de 2,5 centímetros, y  con fuertes patas convenientes a sus hábitos terrestres. El plumaje de la parte superior es un color marrón leonado uniforme, más claro en la cola. Se extiende a través de la República  Argentina, llegando hacia el Sud, hasta Bahía Blanca. Por lo general se lo llama Hornero o Casera; en Brasil, Joäo dos Barrios, o John Clay (Juan Arcilla), según la traducción de Richard Burton…”

 

Por su parte Charles Darwin en su ‘Diario del Viaje de un naturalista alrededor del Mundo’, comentando  sobre el género Furnarius, escribe “Los ornitólogos las han incluido generalmente entre las trepadoras, no obstante ser opuestas a esta familia en todas sus costumbres. La especie mejor conocida es el común hornero del Plata, el casara, o albañil de los españoles. El nido, especie de minúscula casa, de donde le viene el nombre anterior, está colocado en los sitios más visibles, como el remate de un poste, una roca desnuda o un cactus. Se compone de barro y pajitas y tiene paredes fuertes y gruesas; en su forma se parece mucho a un horno o colmena de bóveda deprimida. La entrada es grande y arqueada, y frente a ella, en el interior, hay una división que llega casi al techo, formando así un paso o antecámara al verdadero nido”.

 

Dice don Raúl Carman en una nota de 1977 en la revista El Hornero:  “José Sánchez Labrador (1717-1798), durante unos 34 años vivió y viajó por territorio de lo que hoy es la Argentina. Dejó una obra monumental que es en la historia cultural del pueblo argentino –según Guillermo Furlcng- lo que el libro de las Etimologías de San Isidoro fue para la cultura hispana de la Edad Media: la grande y universal enciclopedia científica. Dedicó 127 páginas de su manuscrito a las aves y, entre ellas, se refiere a los horneros y su nidificación. Manifiesta admiración, por la destreza de los horneros en la construcción de su nido. Dice 'que los españoles los denominan horneros, pero podrán llamarlos ‘arquitectos’. La bóveda y boca o puerta salen tan proporcionadas -escribió- que ni  Vitruvio (arquitecto del siglo I a.c.) tomara más puntuales las medidas ni las ejecutara. Lo mismo se entiende en lo grueso de las paredes y en lo igual y liso".

 

Nido de hornero. Foto A. Mouchard


Sobre el nido

 

En verdad de todos los atributos y comportamientos de excepción que se reconocen en el hornero, el que lleva el primer premio es el nido,  un verdadero alarde arquitectónico que no tiene analogía en el mundo.  Probablemente su refugio haya pesado mucho en aquella casi centenaria encuesta que se realizó en los colegios para elegir al ave nacional y el resultado le fue favorable al hornero, quedando desde aquel momento como el Ave Nacional de la Argentina. Como muchas otras actividades relacionadas con la procreación, la construcción del nido es tarea de ambos progenitores.  Y por el tipo de construcción, muy similar a los hornos de barro que se utilizaban antaño, se apodó al pájaro con el nombre de hornero. Un poste del alambre que divide los campos, o el que sostiene los cables de luz o teléfono, la cumbrera en un techo de tejas, la horqueta de un árbol, hasta una jarra enlozada donde las paredes y la base o piso del nido era la propia jarra. Son todos lugares propicios para que nuestra avecilla utilice como base para tan laboriosa ejecución. Se conoció un curioso caso que narra José A. Pereyra en “Memorias del Jardín Zoológico” año 1938, donde narra sobre “un curioso nido hecho en un alambrado sobre el hilo más alto que era de púa, próximo al poste pero sin apoyarse en él, siendo el alambre no muy tirante. El nido perfectamente construido  guardaba su equilibrio pasando el alambre por entre la base. Allí se criaron pichones y no dudo que muchas veces pudo ser movido por los animales del potrero. ¿Cómo se ingenió al construirlo, para que la masa fuera guardando equilibrio? Sobre todo que al formar la base no se le cayera, es un hecho verdaderamente interesante”.

 

Utilizan además de barro, ramitas, crines de caballo, pequeñas raíces, bosta y todo elemento similar que sirva para dar cohesión a las partes de barro, quedando de esta forma una sólida construcción que ha sido puesta a prueba y se estimó que puede soportar unos cien kilogramos de peso. Estas diminutas partículas se van agregando en incansable viajes que la pareja realiza desde donde está el barro hasta la altura del nido. En esta época las glándulas salivales propician una secreción que unifica mejor el barro. El último trabajo que realiza es  recubrir el piso de la cámara de incubación con pajitas y plumas para que sea mullida.


 

Nido de hornero en Ceibas (Entre Ríos). Foto A. Mouchard


Una vez finalizado el nido tiene la cúpula abovedada, una entrada no muy grande, una cámara anterior separada por un tabique de la posterior que es el aposento de incubación y cría. Pesa entre cuatro y cinco kilos, el diámetro anteroposterior mide unos 20 centímetros o poco menos, y el diámetro transversal varía entre 20 y 25 centímetros. Puede construirlos uno sobre otro pero siempre el activo es el más alto, es decir el primero de la columna. También se encuentran nidos agrupados en hilera, uno junto a otro.

 

La hembra de nuestro protagonista cuando llega el mes de octubre, por lo general, deposita cuatro huevos en su nido ya finalizado. Estos son  de color blanco, sin brillo ni otro signo distintivo y la incubación les demanda unos quince días.  Como ya comentamos ambos padres se turnan en períodos aproximados de 25 a 35 minutos de búsqueda de alimento y anuncian con un canto típico su regreso. El alimento lo depositan en la boca del pichón dado que no ven durante los primeros días de vida.

 

Respecto al nido del hornero el saber popular criollo supone que la adecuada interpretación de los hechos del  pájaro y su nido proporcionan buenos augurios. En principio se cree que es muy bueno que el ave anide cerca de la casa, ello es señal de que los sembrados serán prósperos para ese año. Y si el hornero construye su cubil sobre el techo de la vivienda es señal segura que en esa casa no caerá un rayo. Tengamos presente que estas creencias se difunden rápidamente y siempre se encuentra una excusa para justificar  si no sucede lo esperado.

 

El último buen presagio tiene como contrapartida que si se matara a la avecilla o se destruyera el nido se producirán tormentas de gran magnitud. No se conoce el surgimiento de esta creencia, pero teniendo en cuenta que para el hornero es imprescindible el agua para hacer su nido, casi todo hecho climático posee un vínculo con el hornero. Hay otra creencia firme relacionada con los temporales que sostiene que si el pájaro canta durante esta inclemencia es porque dejará de llover pronto.

 

Hornero llevando material para construir su nido. Foto de G. O. Rodríguez



Las creencias son muchas y referidas a los más variados temas. Agregamos algunas más: se interpreta que si el pájaro canta insistentemente en el techo de una casa es augurio que vendrán épocas favorables para sus moradores. Principalmente en zonas rurales se cree firmemente que el caserito respeta sin excepciones el descanso dominical. Quien escribe estas líneas, allá por el año 1993, tuvo ocasión de visitar el recientemente creado Parque Nacional Pre-Delta. Allí compartió la vivienda con un hombre bien de campo, que  tenía un cargo en la Administración de Parques Nacionales como colaborador y guía de los guardaparques, aún poco conocedores del territorio que tenían bajo su cuidado. A la mañana del domingo que pasé en ese solitario lugar, don Binter -tal era el apellido de este gaucho- me llama insistentemente y ante mi presencia fuera de la casa dice que quiere que constate que no vería un hornero trabajar en ese día, explicando luego la tradición, con absoluta vehemencia,  como si quisiera que al día siguiente no me fuera sin haber visto esta mágica realidad que afirmaba una y otra vez entreverándosele las palabras. Evidentemente era la gran sorpresa que tenía para mostrar a los escasos visitantes.

 Los fuertes chillidos  del hornero durante la noche para muchos indica la presencia de alguna víbora y otros lo extienden a la cercanía de cualquier otro animal, al menos para él, peligroso. Situación que podría darse pues en general se lo considera buen guardián y, en general, muchos animales emiten un sonido que indica peligro. Otros interpretan sus chillidos durante el día como anuncio de la presencia de algo extraño o fuera de lo común como el arribo del cartero, de un forastero o incluso de cuatreros.

Cuenta R. L. Carman en su libro “De la Fauna Bonaerense” algunas curiosidades sobre el comportamiento del hornero frente al hombre: “Si no se le persigue y se le suministra alimento con regularidad, pronto toma confianza, aproximándose a su benefactor sin mayor recelo. En varias oportunidades, en la Plaza San Martín de Buenos Aires, hemos visto un hornero que tomaba de la mano de un hombre las migajas que este le ofrecía”. Luego narra: “Conocemos otro caso extraordinario observado en 1919 en una quinta del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires, donde un hornero comenzó a seguir al quintero, para comer lombrices y los gusanos que quedaban al carpir la tierra; a  los pocos meses tomaba de la mano del quintero los insectos que éste le ofrecía y cuando lo veía dirigirse a la quinta con sus útiles de labranza, descendía del árbol en que se encontraba y lo seguía con paso apresurado, como lo haría un perro”.

Finalizamos con, tal vez, el poema más difundido dedicado al hornero por nuestro famoso poeta Leopoldo Lugones.

 

EL  HORNERO

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.


Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.

 

                                                           Leopoldo  Lugones

 

 





 

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Gabriel  Omar  Rodríguez

Enero de 2021

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