Agradecemos esta nueva
entrega de nuestro colaborador Gabriel Omar Rodríguez.
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
Leopoldo Lugones
Hornero. Foto G.O. Rodríguez |
Introducción
En
nuestras latitudes no hay especie de pájaro tan venerado como el hornero. El
hombre suele adjudicar calificaciones propias de su proceder al comportamiento
de los animales. Y, en ese sentido podríamos decir que el caserito, como
también se lo llama, no tiene parangón. Sin duda sus grandes condiciones
merecen calificativos muy destacados como laboriosidad, tesón, fidelidad, buen
compañerismo y modestia. En efecto, no escatima esfuerzo alguno en cumplir
cabalmente su función de padre y compañero de su pareja con la cual comparte no
sólo la confección de un nido que se lleva todos los laureles en ese rubro,
sino que también participa de la alimentación y el cuidado de sus pichones,
ambos padres se alternan en el suministro de comida con la permanencia en el
nido cuidando sus pichones, y una de las cosas que al hombre más sorprende es
cuando decimos que ambos progenitores continúan unidos durante toda su vida. Habíamos
mencionado su modestia y esta se debe a la sencillez del color de su plumaje.
Predominan los tonos pardos sin diferencias llamativas entre sí. El dorso es
marrón intermedio en intensidad, y la cola en su parte dorsal tiene tonalidad
rufa, similar al rojo del herrumbre, lo ventral luce de color acanelado pálido,
con la garganta blanca lo mismo que la zona subcaudal. Sus patas y el pico son
gris oscuro. Mide unos 19 centímetros, es “elegante” al caminar y no posee otra
característica que destaque su figura. Es
importante decir que el macho y la hembra no presentan diferencia en su aspecto
externo.
Hornero caminando con su típico paso. Foto G. O. Rodríguez |
Es
infaltable su presencia en parques, plazas, jardines y otros espacios verdes de las ciudades y sus
inmediaciones, donde recorre con paciencia y esmero en busca de lombrices,
larvas de insectos y otros invertebrados desprevenidos que caza con extrema
habilidad. Es muy aficionado a las viviendas y a los espacios que generan el
hombre, siendo común también en zonas rurales, lo que destaca la amplia gama de
hábitats que le son favorables. La relación considerable con el hombre, en
Argentina al menos, no ha tenido que ver con ninguna razón económica, dado que
ninguna parte de su cuerpito es utilizada, sin embargo la confianza con que se
acerca al hombre y a su vivienda, lo llamativo de su canto y la distinción de
su nido lograron estimular notablemente la imaginación del hombre que fue capaz
de incorporarlo a su folklore en casi todas sus manifestaciones. Es decir
ha sido acreedor de innumerables poemas, historias y comentarios de celebrados
hombres de letras.
Hay
algo que sorprende de su canto y es que canta a dúo. El macho entona una
melodía que se fusiona perfectamente con la que simultáneamente emite la
hembra. Dice Joanna Burger en El Hornero (1979, Vol XII N°1): “cantar a dúo, se
refiere al acto de cantar simultáneo de la pareja. No incluye el contrapaso, o
sea el canto alternado territorial de los machos. Se suelen distinguir tres
categorías de canto: 1) Canto antifonal: en el que las frases o sílabas se
emiten alternativamente; 2) Canto a dúo ("dueto", inglés: duetting):
en el cual los miembros de la pareja emiten distintas frases simultáneamente;
3) Canto a dúo simultáneo: en el que los miembros de la pareja emiten frases
idénticas al unísono. En los dos primeros tipos de canto, puede haber una
exacta sincronización entre los tiempos en que comienzan la primera y la
segunda ave”.
Hornero a paso apurado. Foto G.O.Rodríguez
Constatando
los comportamientos nombrados no hay espacio
para la indiferencia, así el hornero -y aún sin conocer detalles de su
nido- queda liderando la admiración del hombre de esta tierra entre el resto de
los componentes de la fauna alada.
Pero
vayamos al nombre como habíamos anunciado. Las ciencias naturales para
homogeneizar universalmente las denominaciones científicas de los seres
vivos han optado por utilizar el latín o
latinizar los nombres de acuerdo a la denominación binaria- género y especie- que imaginó Linneo. Así fue que se llamó Furnarius rufus a nuestro hornerito, que según el
doctor Alejandro Mouchard en extenso trabajo sobre nomenclatura faunística, nos
dice que tiene por significado: “Furnarius” (latín) que quiere decir
hornero - furnus = horno- es decir el
hacedor de hornos al tener por sufijo “arius”.
Por otra parte señala que “rufus”: (latín) significa rojo o rufo que es
el color predominante de su plumaje. El primer especialista que lo describe fue
Johann F. Gmelin en 1768 tomando la descripción que hiciera
Buffon a su vez influido por Commerson y
Latham.
Tan
argentino es el hornero, que en Europa se lo conoció como el “hornero de Buenos
Aires” cuando en 1767 el naturalista Commerson, de la expedición de
Bougainville, llevó las primeras noticias de este pájaro que observó en la
Ensenada de Barragán. Con la denominación de “fournier de Buenos Ayres” figuró
en la primera nomenclatura científica, por lo cual, sin duda, el célebre Buffon
lo circunscribe a esta localidad argentina. La mayor parte de los naturalistas
viajeros que visitaron nuestro país en el siglo pasado lo mencionan con
admiración, señalándolo a la atención del mundo científico (Selva Andrade,
s/f).
Respecto
a los nombres comunes tiene un repertorio significativo en el que influye su
amplia distribución, pero a pesar de ello prevalece mucho el nombre de hornero
que es utilizado ampliamente en la Argentina y también en Uruguay. En Paraguay muchos
le dan gracias por haber inventado el rancho de adobe, ya que una arraigada
leyenda popular sobre el nombre de Alonso García que se asigna al hornero,
afirma que así se llamaba quien, imitando su nido, construyó la primera
vivienda de adobe. Otros nombres comunes son caserito, albañil, casero,
hornerillo, hornero común; Rufous Hornero (en inglés) y Joao-do-barro (en Brasil); tiluchi en Bolivia; chilalo en Perú; obirog,
ogoraití y guyra tatakua (en
guaraní).
Escultura en homenaje a
nuestra ave nacional emplazada en la localidad de Roque Pérez (Provincia de
Buenos Aires) obra del escultor Fernando Pugliese. Foto gentileza de Hernán
Tolosa.
Y el
extraordinario nido tal vez haya influido mucho en su designación como Ave
Nacional de Argentina, resultado de una encuesta realizada por el periódico La
Razón que tuvo comienzo 22 de marzo de
1928 con la participación también de la Sociedad Ornitológica del Plata. Sólo
podían votar los niños de escuelas primarias
asignándole un cupón por
chico y podían participar varios por familia pero siempre un cupón por niño. El
25 de junio del mismo año la edición del diario da por resultado el triunfo
del hornero con más de 10.725 votos, en
segundo término se votó al cóndor con 5.803 de adeptos y el tercer lugar fue para el tero. Los niños
sorprendentemente argumentaban en muchos casos su elección y siempre se hizo
referencia a su laboriosidad. A partir de ese momento tuvimos un ave que nos
representa como nación, lo que debió haber influido en hacer más universal su apodo.
Primero (1917-1919) y último (2020) número de la revista El Hornero. Publicación científica pionera en Sudamérica editada por la Asociación Ornitológica del Plata / Aves Argentinas. |
Eduardo Harper, un socio de los primeros tiempos de la Asociación Ornitológica del Plata, remitió la fotografía y algunas explicaciones sobre un nido de hornero ubicado en la rueda de un molino, y fue publicado el texto y las fotos en la muy prestigiosa revista “El Hornero” del año 1932, editada por la mencionada institución.
Dice: “Se trata de
un caso realmente sorprendente, observado en la Estancia San Eduardo, en la
Estación Pradere (F.C.O.), en la provincia de Buenos Aires, en su parte
limítrofe con La Pampa. La ubicación del nido está justamente sobre la masa y
entre rayos de la rueda de forma que gira con la rueda en forma de rotación:
así, está a veces con el techo para abajo, en fin en todas direcciones. Lo más
raro del caso es que este molino nunca
estuvo muchos días sin trabajar y la construcción del nido reiniciaba sus
actividades en cuanto se cerraba el molino y dejaba de dar vueltas. A pesar de
que el molino trabaja diariamente y que el nido en cada vuelta del molino y la rotación cuando hay vientos fuertes es
sumamente rápida, los horneros vuelven
al nido cuando se cierra el molino y la rueda queda quieta. Hay también otra
dificultad para estos persistentes pajaritos: no siempre se para la rueda en la
misma posición. A veces queda con el techo para abajo, aunque esto es raro debido seguramente a la resistencia de la
bomba, la rueda queda generalmente parada en el mismo punto. Creo que no quedan
nunca dentro del nido mientras está dando vueltas; al contrario he notado que
estando el hornero adentro, sale afuera en cuanto uno echa mano a la manija
para abrir el molino. Ignoro si tienen huevos o pichones, pero no parece
posible que los huevos resistan al sacudimiento a que están sometidos”.
En carta de 15 de diciembre próximo pasado el señor
Harper dice: “en la última tormenta, estando el molino abierto, se destruyó el
nido y se vino abajo en mochos pedazos. No he podido precisar si tenían o no huevos,
no encontré ningún resto de ellos, pero tampoco era de esperar pues aunque
hubieran tenido ha caído lejos por la violencia del viento”.
Billete de 1000 pesos argentinos con la figura del hornero y su nido
A pesar de sus atributos como elegante pájaro de laborioso y noble comportamientos, los nombres hacen referencia a su afanoso nido que deslumbra a todo aquel que lo observa detenidamente y son muchísimas las notas de carácter técnico como de divulgación, que se ocupan de ese tema. Es interesante comentar que su nido ya utilizado y, por ende abandonado, es ocupado comúnmente por otras especies de aves como ratonas, golondrinas, caburés y también por pequeños roedores.
Nido de hornero ocupado por jilgueros (Sicalis flaveola). Foto A. Mouchard. |
En
relación a su distribución como aves exclusiva de Sudamérica meridional, ocupa gran parte del territorio argentino,
exceptuando una franja de la zona cordillerana y el extremo sur de su
distribución, aproximadamente, lo encuentra
en el norte de Chubut. Es decir está ausente en las provincias de Santa Cruz, Tierra del Fuego e Islas del
Atlántico Sur y sur de Chubut. Además habita el este, centro y sur de Brasil,
desde Goiás y Bahía hasta Mato Grosso y Río Grande do Sul, todo Uruguay,
Paraguay y este de Bolivia. Su dependencia a la
disponibilidad de barro hace que evite las zonas más áridas. Por otra parte su
gran afinidad con las construcciones humanas
hace que siguiendo a estas que utilizan agua de la cual él puede sacar
provecho, lo encontremos en zonas algo áridas. Podemos decir que su hábitat son
las sabanas, pastizales, parques de todo tipo y claros de montes.
Cuenta la leyenda que, frente a la entrada de una choza, un indígena transformaba el barro en vasijas y platos. Era el mejor alfarero de su pueblo. Al día siguiente debía casarse con la joven más hermosa de la tribu, también alfarera. Esa noche, el hechicero del pueblo advirtió sobre grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio. Bajo tal influencia, el cacique prohibió su realización. Al enterarse, los enamorados huyeron. Los indígenas del lugar los persiguieron lanzando sus flechas, cuyas puntas envenenadas mataron a los jóvenes enamorados. Ambos se transformaron en hermosas aves que, empleando su habilidad para modelar, hacen su hogar en nidos de barro.
León
Cadogan (1963) destaca una referencia mitológica guaraní de evidente origen en
los tiempos jesuíticos: “En ella se
manifiesta la eterna lucha entre el bien y el mal y la identificación de
ciertas aves como referentes de uno u otro. Está basado en la referencia
evangélica en la que se narra la huida de José, María y Jesús de la orden de
Herodes de matar a los recién nacidos. Pero habiendo encontrado refugio en un
monte, fueron prontamente descubiertos por el pitogué, quien con su estridente
silbido, anunció a las tropas asesinas de la presencia del Niño Dios en
cercanías. Asustados José y María, decidieron esconder a Jesús en el nido de un
Alonso. Cuando el peligro pasó, se desató un violento temporal, que terminó por
derribar el nido del pitogué, siendo que el nido del Alonso se mantuvo firme y
fuerte” (Laprovitta, 2016).
El hornero es el pájaro gaucho por excelencia, sencillo y elegante en su vuelo y en su canto, gusta de la tranquilidad en pareja y no es ave de bandadas. Espléndido payador, se demuestra como tal en contrapuntos con su consorte, y es, en cuanto a eso, versión alada de nuestros poetas y cantores. Pero mucho antes de los conquistadores y de los payadores, el hornero andaba ya en historias y mitos de las comunidades aborígenes. Tiene, por ejemplo, un papel considerable en la concepción del mundo propia de las tribus chaqueñas.
Se cuenta que, en tiempos
antiguos, existían otros hombres, no antepasados de los de hoy, sino de los
animales. No sabían hacer fuego y debían subir al cielo –en esa época conectado
con la tierra– para que el sol cociera sus alimentos. Aunque generoso, el Sol
era muy adusto y quisquilloso y no admitía burlas. Ocurrió que un día participó
de la comitiva Tatsí, el hornero, entonces con apariencia humana. Tatsí se
caracterizaba por su facilidad para estallar en carcajadas por cualquier motivo
y pronto halló uno; sucedía que, para cocer los alimentos, el sol echaba fuego
por el trasero sobre las ollas. Al observarlo, Tatsí, pese a los desesperados
esfuerzos de sus acompañantes por contenerlo, lanzó estruendosas carcajadas. El
Sol, encolerizado, arrojó fuego sobre todos los visitantes y acabó por
incendiar la tierra exterminando a la mayoría de sus habitantes. Los
sobrevivientes se transformaron en animales.
Además
en el campo de la medicina popular se ha comprobado el uso del nido, una vez
abandonado, como remedio para afecciones de la piel, poniéndose una pequeña
parte de barro ablandado con agua sobre la zona enferma.
Un patriota galardonado por el laborioso pájaro
Resulta
interesante transcribir los comentarios que algunos de los grandes naturalistas
realizaron en sus crónicas de viaje u obras similares. Comenzamos con los
dichos de William H. Hudson, justamente uno de los relatores que admiró desde
su infancia a las aves, y esto decía: “El hornero es una especie perfectamente bien conocida en la Argentina
y, cuando se la encuentra, es una gran
favorita, debido a su familiaridad con el hombre, su voz fuerte,
tintineante y animosa, y su hermoso nido de barro, que prefiere edificar cerca de
una habitación humana, a menudo en una cornisa, una viga sobresaliente o en el
mismo techo de la casa. Es un avecita fornida, con el pico delgado y apenas
curvo, de cerca de 2,5 centímetros, y
con fuertes patas convenientes a sus hábitos terrestres. El plumaje de
la parte superior es un color marrón leonado uniforme, más claro en la cola. Se
extiende a través de la República
Argentina, llegando hacia el Sud, hasta Bahía Blanca. Por lo general se
lo llama Hornero o Casera; en Brasil, Joäo dos Barrios, o John Clay (Juan
Arcilla), según la traducción de Richard Burton…”
Por
su parte Charles Darwin en su ‘Diario del Viaje de un naturalista alrededor del
Mundo’, comentando sobre el género
Furnarius, escribe “Los ornitólogos las han incluido generalmente entre las
trepadoras, no obstante ser opuestas a esta familia en todas sus costumbres. La
especie mejor conocida es el común hornero del Plata, el casara, o albañil de
los españoles. El nido, especie de minúscula casa, de donde le viene el nombre
anterior, está colocado en los sitios más visibles, como el remate de un poste,
una roca desnuda o un cactus. Se compone de barro y pajitas y tiene paredes
fuertes y gruesas; en su forma se parece mucho a un horno o colmena de bóveda
deprimida. La entrada es grande y arqueada, y frente a ella, en el interior,
hay una división que llega casi al techo, formando así un paso o antecámara al
verdadero nido”.
Dice
don Raúl Carman en una nota de 1977 en la revista El Hornero: “José Sánchez Labrador (1717-1798), durante unos 34 años
vivió y viajó por territorio de lo que hoy es la Argentina. Dejó una obra
monumental que es en la historia cultural del pueblo argentino –según Guillermo
Furlcng- lo que el libro de las Etimologías de San Isidoro fue para la cultura
hispana de la Edad Media: la grande y universal enciclopedia científica. Dedicó
127 páginas de su manuscrito a las aves y, entre ellas, se refiere a los
horneros y su nidificación. Manifiesta admiración, por la destreza de los
horneros en la construcción de su nido. Dice 'que los españoles los denominan
horneros, pero podrán llamarlos ‘arquitectos’. La bóveda y boca o puerta salen
tan proporcionadas -escribió- que ni Vitruvio
(arquitecto del siglo I a.c.) tomara más puntuales las medidas ni las
ejecutara. Lo mismo se entiende en lo grueso de las paredes y en lo igual y
liso".
Nido de hornero. Foto A. Mouchard
Sobre el nido
En
verdad de todos los atributos y comportamientos de excepción que se reconocen
en el hornero, el que lleva el primer premio es el nido, un verdadero alarde arquitectónico que no
tiene analogía en el mundo. Probablemente
su refugio haya pesado mucho en aquella casi centenaria encuesta que se realizó
en los colegios para elegir al ave nacional y el resultado le fue favorable al
hornero, quedando desde aquel momento como el Ave Nacional de la Argentina.
Como muchas otras actividades relacionadas con la procreación, la construcción
del nido es tarea de ambos progenitores.
Y por el tipo de construcción, muy similar a los hornos de barro que se
utilizaban antaño, se apodó al pájaro con el nombre de hornero. Un poste del
alambre que divide los campos, o el que sostiene los cables de luz o teléfono,
la cumbrera en un techo de tejas, la horqueta de un árbol, hasta una jarra
enlozada donde las paredes y la base o piso del nido era la propia jarra. Son
todos lugares propicios para que nuestra avecilla utilice como base para tan
laboriosa ejecución. Se conoció un curioso caso que narra José A. Pereyra en
“Memorias del Jardín Zoológico” año 1938, donde narra sobre “un curioso nido hecho en un alambrado sobre
el hilo más alto que era de púa, próximo al poste pero sin apoyarse en él,
siendo el alambre no muy tirante. El nido perfectamente construido guardaba su equilibrio pasando el alambre por
entre la base. Allí se criaron pichones y no dudo que muchas veces pudo ser
movido por los animales del potrero. ¿Cómo se ingenió al construirlo, para que
la masa fuera guardando equilibrio? Sobre todo que al formar la base no se le
cayera, es un hecho verdaderamente interesante”.
Utilizan
además de barro, ramitas, crines de caballo, pequeñas raíces, bosta y todo
elemento similar que sirva para dar cohesión a las partes de barro, quedando de
esta forma una sólida construcción que ha sido puesta a prueba y se estimó que puede
soportar unos cien kilogramos de peso. Estas diminutas partículas se van
agregando en incansable viajes que la pareja realiza desde donde está el barro
hasta la altura del nido. En esta época las glándulas salivales propician una
secreción que unifica mejor el barro. El último trabajo que realiza es recubrir el piso de la cámara de incubación
con pajitas y plumas para que sea mullida.
Nido de hornero en Ceibas (Entre Ríos). Foto A. Mouchard
Una
vez finalizado el nido tiene la cúpula abovedada, una entrada no muy grande,
una cámara anterior separada por un tabique de la posterior que es el aposento
de incubación y cría. Pesa entre cuatro y cinco kilos, el diámetro
anteroposterior mide unos 20 centímetros o poco menos, y el diámetro
transversal varía entre 20 y 25 centímetros. Puede construirlos uno sobre otro
pero siempre el activo es el más alto, es decir el primero de la columna. También
se encuentran nidos agrupados en hilera, uno junto a otro.
La
hembra de nuestro protagonista cuando llega el mes de octubre, por lo general,
deposita cuatro huevos en su nido ya finalizado. Estos son de color blanco, sin brillo ni otro signo
distintivo y la incubación les demanda unos quince días. Como ya comentamos ambos padres se turnan en
períodos aproximados de 25 a 35 minutos de búsqueda de alimento y anuncian con
un canto típico su regreso. El alimento lo depositan en la boca del pichón dado
que no ven durante los primeros días de vida.
Respecto al nido del hornero el saber
popular criollo supone que la adecuada interpretación de los hechos del pájaro y su nido proporcionan buenos augurios.
En principio se cree que es muy bueno que el ave anide cerca de la casa, ello
es señal de que los sembrados serán prósperos para ese año. Y si el hornero
construye su cubil sobre el techo de la vivienda es señal segura que en esa
casa no caerá un rayo. Tengamos presente que estas creencias se difunden
rápidamente y siempre se encuentra una excusa para justificar si no sucede lo esperado.
El último buen presagio tiene como
contrapartida que si se matara a la avecilla o se destruyera el nido se
producirán tormentas de gran magnitud. No se conoce el surgimiento de esta
creencia, pero teniendo en cuenta que para el hornero es imprescindible el agua
para hacer su nido, casi todo hecho climático posee un vínculo con el hornero.
Hay otra creencia firme relacionada con los temporales que sostiene que si el
pájaro canta durante esta inclemencia es porque dejará de llover pronto.
Hornero llevando material para construir su nido. Foto de G. O. Rodríguez
Las
creencias son muchas y referidas a los más variados temas. Agregamos algunas
más: se interpreta que si el pájaro canta
insistentemente en el techo de una casa es augurio que vendrán épocas
favorables para sus moradores. Principalmente en zonas rurales se cree
firmemente que el caserito respeta sin excepciones el descanso dominical. Quien
escribe estas líneas, allá por el año 1993, tuvo ocasión de visitar el
recientemente creado Parque Nacional Pre-Delta. Allí compartió la vivienda con
un hombre bien de campo, que tenía un
cargo en la Administración de Parques Nacionales como colaborador y guía de los
guardaparques, aún poco conocedores del territorio que tenían bajo su cuidado.
A la mañana del domingo que pasé en ese solitario lugar, don Binter -tal era el
apellido de este gaucho- me llama insistentemente y ante mi presencia fuera de
la casa dice que quiere que constate que no vería un hornero trabajar en ese
día, explicando luego la tradición, con absoluta vehemencia, como si quisiera que al día siguiente no me
fuera sin haber visto esta mágica realidad que afirmaba una y otra vez
entreverándosele las palabras. Evidentemente
era la gran sorpresa que tenía para mostrar a los escasos visitantes.
Cuenta
R. L. Carman en su libro “De la Fauna Bonaerense” algunas curiosidades sobre el
comportamiento del hornero frente al hombre: “Si no se le persigue y se le
suministra alimento con regularidad, pronto toma confianza, aproximándose a su
benefactor sin mayor recelo. En varias oportunidades, en la Plaza San Martín de
Buenos Aires, hemos visto un hornero que tomaba de la mano de un hombre las
migajas que este le ofrecía”. Luego narra: “Conocemos otro caso extraordinario
observado en 1919 en una quinta del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos
Aires, donde un hornero comenzó a seguir al quintero, para comer lombrices y
los gusanos que quedaban al carpir la tierra; a
los pocos meses tomaba de la mano del quintero los insectos que éste le
ofrecía y cuando lo veía dirigirse a la quinta con sus útiles de labranza,
descendía del árbol en que se encontraba y lo seguía con paso apresurado, como
lo haría un perro”.
Finalizamos
con, tal vez, el poema más difundido dedicado al hornero por nuestro famoso
poeta Leopoldo Lugones.
EL
HORNERO
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.
Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.
Leopoldo Lugones
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Gabriel Omar Rodríguez
Enero de 2021
Excelente como siempre, el contenido de este blog.
ResponderBorrarPersonalmente siempre me llamó la atención (imagino que alguien lo habrá investigado) como tanto el diseño del nido, los materiales y el proceso de construcción son parte de un "conocimiento" que se transmite de generación en generación de forma tan efectiva.
Dudo que ése conocimiento sea transmitido a través de un proceso de aprendizaje, ustedes los naturalistas sabrán con mayor precisión, imagino yo que se trata de una "información almacenada celosamente en su material genético" y el ave lo utiliza de forma instintiva. Saludos!