"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


lunes, 28 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ O TIGRE DE AMÉRICA SEGÚN JOSEPH JOLIS


Traducción Alex Mouchard del texto extraído de Jolis, Giuseppe. Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco e sulle pratiche, e su costumi dei Popoli che ne l’abitano, t. 1. Faenza: per Lodovico Genestri, 1789 

 

 

Foto Alex Mouchard


 Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con ellos [Buffon, Pauw (1)  y Robertson (2)] en lo que dicen sobre la Jagua, o sea el Tigre Americano. Para desilusión del lector, debo oponerme a sus opiniones extravagantes y falsas, y dar a conocer al público algunos de los muchos errores, principalmente del Sr. Pauw, como ya se mencionó, y sobre muchos otros animales del Nuevo Mundo.

  

Y en primer lugar, por lo que respecta a Pauw, me permito hacer uso de sus propias expresiones injustamente utilizadas por él contra el abad Pernetty (Recherches, Tomo 3), donde se expresa así: "Es natural (éstas son sus palabras traducidas del francés) cuando uno quiere escribir sobre animales, comenzar por estudiar la zoogeografía, para aprender sobre los géneros y especies. Como D. Pernetty no se dignó estudiar todo esto, no puede dar a los lectores nociones claras, etc." Hasta aquí él.

 

Sería pues muy necesario, digo, señor canónigo Pauw, que usted también se dignara estudiar primero la zoogeografía americana, para aprender a conocer sus animales, para poder distinguir sus géneros y especies; y por tanto ocúpese como filósofo en investigaciones que no sean inútiles, como ciertamente lo son muchas de las suyas. No ha investigado el verdadero significado de aquellas palabras que usa, ni se dignó consultar a los entendidos en esas lenguas, habiendo caído también en error en el nombre del Tigre Americano, llamándolo Jaguar, cuando no es otra cosa que Jagua. Al consultarlos, habría aprendido que en el idioma en el que se originó dicha palabra, la letra “r” que Ud. agregó no se usa comúnmente nada más que en la composición. El Yaguareté no es como cree usted, y el señor de Buffon,  una variedad o raza de tigre americano distinta de la Jagua. Es ese animal mismo, es decir, el tigre bajo esta palabra, que no expresa otra cosa que el verdadero Tigre. También se escribe Guazú y non Guacú, como lo hace Ud.; Onza, no Onca; Yaguareté, no Jaguarette. Al colocar a la Jagua entre las onzas, todo se vuelve confuso para Ud.

 

Un filósofo y naturalista debe saber que la Onza es un animal diferente de la Jagua o Yaguareté, y es llamada por los chiriguanos, y por los paraguayos Yaguatì, y por los del Brasil, Jaguapitima, de la cual tendré que hablar en otro lugar, y allí dar a conocer otra pifia ciertamente indigna de un naturalista, y de un filósofo, de Buffon y del dicho señor Pauw, por la cual confunde la Jagua con el Gato-tigre. Ya expuestos esos errores, no es de extrañar que los citados escritores nieguen a los verdaderos Tigres en América. Decir que están allí y afirmar haberlos visto muchas veces no es prueba suficiente para ellos; lo que se necesita,  según Pauw, es un solo un naturalista capaz de distinguir entre la piel de un verdadero Tigre, la de una Pantera y la de la Onza. Verdaderamente un privilegio muy singular concedido por Pauw a quienes han estudiado esta ciencia, y que le es negado a cualquier otra persona. Pero yo diría que quienquiera que haya visto a las Onzas, las Panteras, los Tigres, los Tigres Verdaderos y los Tigres Reales, ¿acaso no podrá, señor canónigo, disfrutar de ese privilegio? Si el que afirma que hay verdaderos Tigres en América, como ciertamente yo lo afirmo, hubiera leído a los naturalistas que escriben sobre tales animales en el Viejo Mundo, ¿quisiera usted considerarlo y declararlo incapaz de conocerlos porque no es un naturalista? Confieso voluntaria e ingenuamente que no soy un naturalista; pero también debo confesar que he leído a  los mejores y que he observado diligentemente a todos los animales del Viejo Mundo antes mencionados, de modo que no parezco demasiado arrogante al afirmar que hay verdaderos Tigres en América, donde están desde hace muchos años, y que en las Misiones del Chaco tienen la facilidad de verlos y comer bastantes de ellos . 

Si Pauw no desea proporcionar ningún crédito a los misioneros de esos países, no debe negárselo a otros naturalistas y filósofos que los observaron y los describieron en sus escritos. Hay muchos de ellos, pero mencionaré sólo unos pocos para no traspasar los límites prescritos. El primero es el célebre Don Antonio Ulloa “Hay tigres bien peligrosos, que causan mucho mal, no sólo en los rebaños, sino también entre los hombres, cuando los detectan. La piel de estos animales es bien hermosa. Son bien grandes, y se ven algunos, que parecen por su talla, burros." Hasta aquí él. (Viaje histórico de América L. 1, c. 7).

 Don Gonzalo de Oviedo en el resumen de su Historia (Ramus Volum, 3. p, 55, Venecia 1565), hablando de los tigres americanos, dice esto: “Son arrogantes con tal fuerza que en mi opinión ningún León Real de los más grandes, es tan fuerte, ni tan altivo."

Eso sí,  el citado escritor parece dudar de si son verdaderos Tigres; esto sólo se debe a la falta, como él dice, de esa velocidad que les atribuyó Plinio, y que él comparó con el río Tigris, pero tal falta, en lugar de destruir lo que él había inferido, lo confirma y lo prueba; ya que tal velocidad, siendo falsa y atribuida por error por Plinio, los naturalistas modernos se la niegan a los verdaderos Tigres.

 El señor [Pierre] Bouguer en su nuevo libro, titulado “Figure de la Terre”, página 18, no duda en comparar a los tigres americanos con los africanos en ferocidad y tamaño; así se expresa: “Pero los tigres allí son grandes, y tan feroces, como los de África”; luego añade que él mismo ha visto en la Provincia de Esmeraldas [Ecuador] muchos daños causados por esos tan terribles tigres, y que en los últimos dos o tres años habían despedazado y muerto a  diez o doce indios. Lo mismo en cuanto a tamaño y ferocidad lo confirma [Ludovico Antonio] Muratori en su pequeña historia de las Misiones del Paraguay  [Cristianesimo felice nelle missioni de' padri della Compagnia di Gesù nel Paraguay (1743-1749)]. 

La confusión de los dos escritores citados respecto al tamaño del tigre americano se aclara con la vista por Pernetty en Montevideo (Recherches T. 3. pág. 156). Ella tenía, según relata, sólo cuatro meses, y fue criada desde los primeros días a la entrada del Palacio del Gobernador, donde ciertamente no podría crecer tanto como lo hubiera hecho si la hubieran dejado libre en aquellos bosques. Medía no menos 73 cm de alto; donde la Jagua de Buffon (T. 19, página 9 y siguientes), teniendo dos años, tenía sólo 43,3 cm en la parte delantera del cuerpo, y 45, 3 cm en la parte trasera, y de largo de todo el cuerpo, es decir, medido desde el extremo del hocico hasta el comienzo de la cola, sólo 78,5 cm; de circunferencia del cuerpo en la parte delantera, más gruesa, 44 cm, y finalmente las uñas más largas tenían solo 1,6 cm. El dicho Jagua de Buffon, aunque embebido y empapado de alcohol de caña, pesaba sólo 8 kg  (risum teneatis amici [sigan sonriendo, amigos]) , cuando hay gatos que pesan más de 10 kg. Una sola pata de tigre, pesada en América, alcanzó 1, 5 kg, de modo que las cuatro juntas habrían pesado 6 kg; 2 kg menos que todo el tigre de Buffon. Aquellos que han tenido la oportunidad de ver al verdadero Tigre en América, sin duda no podrán contener la risa ante un engaño tan solemne que es propio de un hombre que no tiene ningún conocimiento sobre esos animales.

 Para confirmar aún más mi afirmación y convencer de su error a los tan frecuentemente renombrados filósofos y naturalistas, no será inoportuno para el lector traer aquí como prueba la autoridad de otros escritores. El Abad Saverio Clavigero (T. 1, página 69), muy conocido por su erudita “Historia de México”, incluye también al tigre entre los animales comunes, tanto en el Viejo Mundo como en aquel Reino. El Naturalista Hernández (Hist. Nov. Hìsp, C. X) lejos de negar la existencia del tigre en América, lo antepone en tamaño al del Viejo Mundo.

 "Es común”, así dice cuando habla del americano, el tigre en este Mundo, pero mayor que el nuestro." Los tigres americanos en las regiones cálidas no le parecían diferentes a los de África al señor de la Condamine, ni por su tamaño ni por los hermosos colores de su piel. El padre José Acosta (Libro 4. c. 34), un famoso escritor sobre América, también elogiado por el Sr. Pauw, afirma que existen tigres, tal como los describen los historiadores. Finalmente, el Padre [Pierre] Charlevoix (Hist. ParaquLib. 1, p. 6. ) hablando de los tigres del Nuevo Mundo, se expresa enfática y afirmativamente así: “En ningún otro lugar son mayores, ni en masa corporal, ni en ferocidad”. 

Tras el testimonio claro y manifiesto de tan renombrados escritores, en parte testigos oculares, y muchos otros, que por brevedad dejo fuera, como [Pedro] Lozano, el naturalista [Willem] Pison, [Scipione] Maffei, [Antonio de] Herrera y autores portugueses, cuyos manuscritos conservo, después de tal afirmación universal y uniforme, en la que conceden los verdaderos Tigres a América, digo ¿tendrán el Sr. Pauw y Buffon el coraje y la valentía de negarlos abiertamente, basándose en las medidas tomadas y las observaciones hechas por el citado Buffon sobre un Gato-tigre americano, que él o sus sabios académicos creían falsamente que era el verdadero Tigre Americano?

 Aunque puede darse el caso de que en algunas partes del Nuevo Mundo los tigres sean más pequeños que en otras partes, como se sabe de ellos, y se cree haber visto en las cercanías de Porto Bello, y  aún les falte coraje y audacia, por lo que sin ser instigados pero famélicos, no se abalanzan contra las personas y hasta huyen (como ocurre en Brasil) cuando ven un tizón encendido y en otras circunstancias similares, esto no prueba en absoluto la inexistencia de verdaderos Tigres en América, ni que allí no se encuentren del mismo tamaño y ferocidad que los Tigres Africanos [Leopardos?], como tampoco se deduce ciertamente la falta de verdaderos Leones en la India y Barbaria. por el hecho de que sean cobardes, y en tal medida lo son, que los que se ven cerca de las ciudades y pueblos de tales distritos, huyen incluso cuando están enfurecidos y hambrientos, ante las antorchas encendidas, y la voz amenazadora de un hombre, e incluso de un niño, o de a una mujer, que llega incluso a golpearlos y les hace dejar su presa intacta (Buffon. T. 18, pag 8, y 19).

 Tampoco es suficiente la otra razón, por la que los dos escritores antes mencionados niegan los verdaderos Tigres a América, de acuerdo con los mismos principios que Buffon (Tom. 18, pág. 66). Los verdaderos Tigres, dicen, no están adornados con manchas redondas en forma de rosas, o de ojos, con uno o dos más pequeños en el interior, y negras, sino de largas bandas transversales negras, que en forma de grandes anillos se extienden desde el dorso hasta el vientre, y que forman el carácter específico y singular por el cual (según expresa el citado Buffon) los verdaderos Tigres se distinguen de todos los demás animales atigrados, como Panteras, Onzas, Leopardos, etc. Y es precisamente esta distinción la que considero aquí insuficiente, según los principios de tan renombrado naturalista, y así razono: según sus principios (T. 5. pag, 52, donde habla del Cuervo), y los de todos los naturalistas, las manchas y los colores son accidentales y nunca fueron un carácter constante, por lo que no deberían ser considerados, en ningún caso, como un atributo esencial. Por lo tanto, las largas bandas transversales negras no deben considerarse en los tigres como un atributo esencial de ellos y, en consecuencia, no pueden constituir su propio carácter o singularidad para distinguirlos. Por lo tanto, la razón en la que él y Pauw se basan, para negarle los verdaderos Tigres a América, es inexistente, según sus mismos principios.

 Si los colores en los animales son accidentales porque cambian según los climas, por tanto, ¿no puede el clima americano haber cambiado las mencionadas bandas en puntos redondos negros, como podría haber cambiado todo el manto del león en América, su constitución, su cola y su pelo? Los leones en Etiopía son negros, y en la India los hay blancos, manchados y de diversas marcas rojas, negras y azules, según Eliano y Opiano, y no por ello dejan de ser leones como los demás, que generalmente están vestidos de color leonado, según Buffon y la mayoría de los autores, bajo la dirección del Príncipe de los Filósofos: Aristóteles (Hist. Animalium c. 24,).

 Por tanto, es apropiado que Buffon y Pauw crean que hay verdaderos Tigres en América, aunque sean diferentes en sus manchas de los comunes del Viejo Mundo, teniendo las mismas propiedades e inclinaciones, el mismo tamaño, si no más, y la misma ferocidad, etc. Ya que también son verdaderos venados los que se ven en la Nueva España, aunque blancos, y también lo es la Onza del Brasil, aunque la base de su pelaje no tiene el mismo color que los demás, sino que es completamente negro con manchas aún más negras, como lo afirma el propio Conde Buffon (Tom. 18, p. 76), sin enumerar los demás animales que tenemos ante nuestros ojos, y que cambian de color y de manchas según las diferentes razas y los climas. Excepto que, para agregar al tema, en algunas provincias de América donde habitan los Tigres Americanos, como en el Chaco, en Tucumán y en los países de los Chiquitos hay otros tigres incluso diferentes a los reportados por Buffon, por Robertson y otros escritores; con manchas negras transversales sobre un fondo de color leonado claro, muy vagas y, por tanto, diferentes de las de la Tigresa Real, visto por mí en Faenza. Ésta tenía sólo cinco o seis sobre el fondo leonado de todo el cuerpo, muy distantes entre sí, como grandes anillos de color negro intenso, de 1 cm de ancho, o como mucho 1,4 cm. Desde el lomo donde se originaban, las bandas antes mencionadas se extendían hasta el vientre, donde se unían por delante para dividirse luego, menos negras y menos anchas que en el lomo y los flancos. 

Sin embargo, las de los tigres del Chaco, que también tienen su origen en el lomo, desaparecen antes de llegar al vientre, y parecen mucho más anchas que las del Tigre Real, pero menos negras, ya que en el medio del marrón puede verse algo del color leonado del manto. Las zonas intermedias, sin manchas, son muy estrechas, y no tan claras y vivaces en su color leonado como en otras zonas del cuello y de la grupa, donde las bandas negras se hacen más raras.  Su cola es del mismo color leonado con anillos aún más negros proporcionalmente distantes, que sin embargo no se unen, sino que quedan interrumpidos en la parte inferior de la cola. La punta de la cola es negra y el pelo de 8 cm de largo; longitud que mantiene en la parte del cuello cercana a las orejas, y que poco la supera en el resto del cuerpo, es decir, en sólo 2,7 cm, excepto en las patas traseras, donde aumenta en un tercio, y el color es blanquecino. El pelo que se observa en sus cabezas, apenas llega a 1 cm, es de color leonado, pero marcado con bandas negras y gruesas, y con dirección variable: las del cuello están todas dirigidos hacia atrás. En medio de la cabeza y encima de los ojos hay unas pequeñas manchas redondas, completamente negras, y otras similares en las mandíbulas y patas; pero en estas últimas desde la mitad hasta el comienzo de las uñas.

Tampoco carecen de los habituales bigotes, de más de 11 cm de largo y formados a cada lado por diez pelos de color blanquecino en la punta y leonado en el resto. Por encima de los párpados también hay pelos un poco más cortos, pero del mismo color que los del bigote. Estos pelos, cuando está enfadado (momento en el que la piel de la cabeza suele arrugarse) se unen y forman como dos pequeños cuernos, que se mueven para todas partes. Los tigres de este tipo, aunque son más raros que la variedad de piel atigrada mencionada anteriormente, son mucho más feroces y crueles que todos los demás, y mucho más grandes incluso que la Tigresa Real que vi; sin embargo, ésta era más alta de patas (según me pareció a mí) en 8-11 cm. Parecía estar de un humor tranquilo y sereno, y mucho más que la Pantera que me mostraron los mismos forasteros; de modo que para mi sorpresa la vi caminando tranquilamente detrás del bastón que le presentaron; lo que nunca antes había visto en las Onzas americanas enjauladas, y me da motivos para sospechar la exageración en los relatos de los viajeros, según los cuales los Tigres Reales de las Indias Orientales parecen ser tan feroces, y del tamaño de un caballo, de un búfalo, y hasta de 4,90 m de largo (Buffon T.18, p.160) y cuando la de tres años que yo vi, ni siquiera llegaba a 1,30 m en el largo total de su cuerpo; habiendo medido con mi bastón la jaula donde estaba encerrada.

 

(1)-Corneille de Pauw (1739 —1799), filósofo y geógrafo holandés, autor de Recherches philosophiques sur les Américains (1771).

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(2)-William Robertson (1721-1793), historiador escocés, autor de The History of America (1777).




    Joseph Jolis (1728-1790) fue un jesuita español que llegó al Río de la Plata en 1753, y fue destinado a las reducciones del Chaco.  Realizó extensas exploraciones en el interior del Gran Chaco, haciendo siempre observaciones de historia natural, con las que redactó la obra “Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco” (1789).

     Son interesante sus observaciones sobre el yaguareté criticando algunos naturalistas e historiadores como Buffon. Además se aprecian las dificultades que había para la descripción y clasificación de los animales que encontraban los europeos en América, debido a la falta del concepto de especie.


 

 

 

 

domingo, 20 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ SEGÜN MARTÍN DOBRIZHOFFER

 

Y como tantos muertos se quedasen
En aquestos trabajos escesivos,
Fue causa que los tigres se cebasen
Y en esta tierra fuesen tan nocivos;
Pues como ya los muertos les faltasen
Procuraban cebarse de los vivos,
Y fue tan grande plaga y desventura
Que no teníamos hora segura.

Juan de Castellanos

 



Felis onca 

Grabado de William Home Lizars (Jardine, 1846)



Traducción Alex Mouchard

 

El Paraguay abunda en tigres por la cantidad de ganado que tiene, que es el alimento de estas bestias. Todos están marcados con manchas negras, pero la piel de algunos es blanca, la de otros amarilla. Así como los leones africanos superan con mucho a los del Paraguay en tamaño y ferocidad, los leopardos africanos ceden en igual proporción a los paraguayos en el tamaño de sus cuerpos. En la finca de San Ignacio, que pertenece al colegio cordobés,  encontramos la piel de un tigre, que había sido matado el día anterior, sujeta al suelo con estacas de madera: medía tres codos y dos pulgadas de largo [130 cm], que no es menor que las dimensiones de la piel de un buey adulto. Pero el tigre más grande es mucho más delgado que cualquier buey.

Los tigres, ya sea que salten como gatos o en el acto de huir, corren extremadamente rápido, pero no por mucho tiempo seguido; porque como se cansan pronto, un jinete activo puede alcanzarlos y matarlos. En los bosques se defienden entre los árboles y los pedregales y rechazan con tenacidad a los asaltantes. Es increíble la cantidad de matanzas que cometen a diario en las haciendas. Matan sin dificultad bueyes, ovejas, caballos, mulas y asnos, pero nunca los comen hasta que están podridos. ... Los tigres devoran hasta el último bocado los cadáveres de los caballos, que rezuman putrefacción líquida, aunque haya caballos vivos a mano. Tanto los españoles como los indios conspiran contra estas bestias destructoras. Construyen un gran cofre, como una ratonera, compuesto de enormes trozos de madera y sostenido por cuatro ruedas, y lo arrastran con cuatro bueyes hasta el lugar donde han descubierto huellas de tigres. En el rincón más alejado del cofre, se coloca un trozo de carne muy maloliente, a modo de cebo, que tan pronto como el tigre lo coge, la puerta del cofre se cae y lo encierra, y lo matan con un mosquete o una lanza introducida por los intersticios de las tablas.

 

En la ciudad del Rosario vimos un tigre aún no adulto, pero amenazador y formidable para todo aquel que se encontraba en un bosque, a un tiro de fusil de mi casa. Yo y tres españoles armados corrimos a matarlo; al vernos, corriendo de aquí para allá entre los árboles y las zarzas, se las arregló para desaparecer de la vista. Siguiendo sus pasos lo encontramos escondido en un árbol viejo, muy grande y casi hueco, y, para privar al tigre de toda salida o medio de escape, lo cubrimos con trozos de madera por todos lados, haciendo un agujero en el costado, para que la bestia acechante pudiera ser muerta a mano armada, lo que finalmente logré sin el menor peligro para mí.

No puedes imaginar cómo el tigre saltaba arriba y abajo en el hueco del árbol después de recibir algunas heridas. La piel, que fue perforada por las balas y la espada hasta quedar como un colador, no pudo ser utilizada, aunque la carne proporcionó a los abipones una cena suntuosa. Pero como los tigres poseen una fuerza, rapidez y astucia singulares, no es seguro que una persona los pueda perseguir en plena llanura. No niego que un tigre puede ser a veces atravesado o estrangulado por un solo español o indio. Pero muchas veces un español o un indio es despedazado por un tigre, cuando la lanza no acierta o no consigue infligir un golpe mortal; porque, a menos que se hiera el interior de la cabeza, el corazón o la espina dorsal, esta poderosa bestia no cae, sino que se enfurece y ataca al agresor con una rabia proporcional al dolor de la herida.

 

Por eso, siempre que hay que matar a una de esas bestias, se juntan muchos hombres armados con lanzas; el uso del mosquete solo es casi siempre peligroso, pues, a menos que el tigre sea derribado por la primera bala, salta furioso al lugar de donde procede el fuego y desgarra al hombre que le ha infligido la herida. Por tanto, el que no quiere correr riesgo de vida, va acompañado de dos lanceros a cada lado, que atraviesan al tigre cuando avanza para atacarlo, después de que ha disparado su mosquete. Aprendí del peligro que corrieron otros, que las balas no deben usarse a la ligera contra los tigres.

Viajando con seis mocovíes, desde la ciudad de Santa Fe hasta la ciudad de San Javier, pasé la noche en las orillas de la laguna redonda, al aire libre, como de costumbre; la tierra era nuestro lecho, el cielo nuestra cobertura. El fuego, nuestra defensa nocturna contra los tigres, brilló un rato en medio de nosotros mientras dormíamos, pero al final se fue apagando. En medio de la noche, un tigre se acercó sigilosamente a nosotros. Mis compañeros indios, para no parecer desconfiados de la amistad de los españoles, habían iniciado el viaje desarmados. Como no preveía ningún peligro, me había olvidado de cargar mi mosquete. Siguiendo mis instrucciones, arrojaron hábilmente teas al tigre que se acercaba. A cada lanzamiento, saltaba hacia atrás rugiendo, pero recobraba el valor y volvía una y otra vez, más amenazador que antes. Mientras tanto, cargué mi mosquete. Pero como la oscuridad me privó de toda esperanza de matar al tigre y me dejaba sólo el deseo de escapar, cargué mi mosquete con abundante pólvora y disparé sin bala. La bestia, alarmada por el espantoso estampido, huyó al instante y nos acostamos a dormir de nuevo, regocijándonos por nuestro éxito. Al día siguiente, al mediodía, en un sendero angosto, delimitado por una laguna de un lado y por un bosque del otro, encontramos dos tigres, que los mocovíes que los perseguían habrían atrapado con un lazo si no hubieran huido y se hubieran escondido en el bosque.

 

Innumerables tigres son atrapados anualmente con lazos de cuero por los españoles e indios, a caballo, y son estrangulados, después de ser arrastrados rápidamente por algún tiempo por el suelo. Los pampas hieren el lomo del tigre con una flecha delgada y lo matan instantáneamente. En otras ocasiones, con el mismo propósito, utilizan flechas muy fuertes o tres piedras redondas suspendidas de correas, que arrojan al tigre. Cuán grande debe ser su fuerza se puede juzgar por esto: si encuentran dos caballos en los pastos atados juntos con una correa para evitar que escapen, atacarán y matarán a uno, y lo arrastrarán, junto con el otro vivo, a su guarida. No lo habría creído si no lo hubiera presenciado personalmente cuando viajaba en compañía de los soldados de Santiago. Su astucia es igual a su fuerza. Si el bosque y la llanura les niegan el alimento, lo procuran pescando en el agua. Como son excelentes nadadores, se sumergen hasta el cuello en algún lago o río y escupen por la boca una espuma blanca que, nadando en la superficie del agua, los peces hambrientos devoran con avidez como alimento y son rápidamente arrojados a la orilla por las garras de los tigres. También capturan tortugas y las arrancan de sus caparazones con maravillosa habilidad para devorarlas. A veces, un tigre, oculto bajo la hierba alta o entre las zarzas, observa tranquilamente pasar una tropa de caballos y se lanza con impetuosidad sobre el jinete que cierra la compañía. En las noches lluviosas y tormentosas se infiltran en las viviendas humanas, no en busca de presas o comida, sino para protegerse de la lluvia y del viento frío.

Aunque la sombra de esta bestia es suficiente para crear alarma, los más temibles son aquellos que ya han probado la carne humana. Los tigres de este tipo tienen un intenso deseo de humanos y los acechan continuamente. Seguirán los pasos de un hombre durante muchas leguas hasta que lo alcancen.

Será apropiado en este lugar dar cuenta de algunos métodos de defensa contra los tigres. Si trepas a un árbol para evitar caer en las garras de un tigre, él también subirá. En este caso, la orina debe ser tu instrumento de defensa. Si la arrojas a los ojos del tigre, cuando te esté amenazando al pie del árbol, estarás a salvo; la bestia inmediatamente se dará a la fuga. Por la noche, un fuego ardiente proporciona una gran seguridad contra los tigres. También temen a los perros, aunque a veces los despellejan y despedazan cruelmente. Los españoles tienen mastines que son muy formidables para los tigres.

 

En la ciudad de San Fernando, un tigre se colaba de noche en los rediles, mataba a las ovejas, les chupaba la sangre y, dejando los cuerpos, se llevaba las cabezas. Al final, esta audacia nos pareció insoportable, y al ponerse el sol, veinte abipones se armaron con lanzas para matar a la malvada bestia y se pusieron en una emboscada. Otro, armado con pistolas, se tumbó en medio del rebaño. Aunque los hombres se escondían silenciosamente en el patio cercano, el tigre, consciente de la situación, ya fuera por el olor o por el oído, no se atrevió a acercarse al redil. Al final, descartando su llegada, los vigiladores, al anochecer, regresaron a sus chozas. Apenas habían dado la espalda, cuando el tigre regresó y despedazó a diez ovejas. Para buscarlo, todos los abipones que estaban en casa partieron a pie, armados por ambos lados con lanzas, listos para atacar en cuanto apareciera la bestia. A petición de los indios, fui a retaguardia armado con un fusil, una bayoneta y algunas pistolas. Después de explorar diligentemente los alrededores, como no apareció ningún tigre, regresamos a casa sin realizar nuestra tarea, y fuimos saludados por los silbidos de las mujeres.

Pero el mismo tigre, al ponerse el sol, se acercaba todos los días a la ciudad para desgarrar parte del cadáver de un caballo, sin que los indios que lo acechaban pudieran atraparlo. Los abipones tienen continuas luchas con los tigres y, a menos que la lanzada falle, siempre salen victoriosos. Por eso, muy raramente un abipón es devorado por un tigre, pero innumerables tigres son devorados por los abipones. Su carne, aunque horriblemente desagradable incluso cuando está completamente fresca, es ansiosamente ansiada por los salvajes jinetes, que también beben grasa de tigre derretida, considerándola un néctar e incluso creyendo que es un medio para darles coraje.

 

Todos detestan la idea de comer gallinas, huevos, ovejas, pescado y tortugas, imaginando que esos tiernos alimentos engendran pereza y languidez en sus cuerpos y cobardía en sus mentes. Por otra parte, devoran con avidez la carne del tigre, el toro, el ciervo, el jabalí, el anta y el tamandúa, pensando que, al alimentarse continuamente de estos animales, su fuerza, audacia y coraje aumentan. En repetidas batallas con los tigres, muchas personas son heridas por sus garras. Las cicatrices, una vez curadas las heridas, ocasionan un fuerte dolor y ardor, que ni el tiempo ni la medicina pueden aliviar. Los propios tigres son atormentados con el calor de sus propias garras, y para aliviar el dolor, las frotan contra el árbol del seibo y dejan la marca de sus uñas en la corteza. El tigre no perdona a ninguna criatura viviente; atacan a todas, pero con distinta fortuna y éxito: los caballos y las mulas, a menos que salven sus vidas huyendo rápidamente, generalmente son derribados; los asnos, cuando pueden conseguir un lugar donde puedan cubrir sus espaldas, repelen al asaltante dando vueltas y vueltas y pateando muy rápidamente durante mucho tiempo; pero en campo abierto rara vez tienen éxito. Las vacas, confiadas en sus cuernos, se defienden a sí mismas y a sus terneros con la mayor intrepidez.

Las yeguas, por el contrario, al acercarse un tigre, abandonan a sus potros y emprenden la huida. Las antas [error por osos hormigueros] se tumban de espaldas, esperan al enemigo que avanza con los brazos extendidos y, en cuanto éste les ataca, lo aplastan hasta matarlo, si damos crédito al testimonio de los nativos. Los abipones utilizan las pieles de tigre para hacer corazas, cojinillos, alfombras y mantas. En España, cada piel se vende por cuatro y, a veces, seis florines alemanes. Con la esperanza de obtener ganancias, varios españoles se unen en Paraguay y salen a cazar tigres. Cada año se envía a España una gran cantidad de pieles de tigre. En la ciudad de Santa Fe conocí a un español que al principio era indigente y que, gracias a este comercio de pieles, en pocos años despertó la envidia de los demás por su opulencia.




Castellanos, Juan de. 1955. Elegías de varones ilustres de Indias. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República. 4 vols.

Dobrizhoffer, Martin. 1822. An Account of the Abipones, an equestrian people of Paraguay. 3 vols. London: John Murray.

Jardine, William. 1846.  Lions, tigers, &c. Naturalist's library, volume 3. London, H. G. Bohn


EL YAGUARETÉ O TIGRE DE AMÉRICA SEGÚN JOSEPH JOLIS

Traducción Alex Mouchard del texto extraído de  Jolis, Giuseppe.  Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco e sulle pratic...