"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


domingo, 13 de junio de 2021

LOS LOBOS MARINOS DE LAS COSTAS ARGENTINAS


 


 Agradecemos a nuestro colaborador Gabriel Rodríguez por la siguiente nota donde nos cuenta la historia de los lobos marinos de Argentina. En nuestra próxima nota aportaremos los relatos de marinos, corsarios, exploradores y espías sobre estos animales.

 

 

Es muy galana costa y va corriendo una loma llana de campiña sobre la mar (…) Legua y media de la mar se acaba un ramo de cordillera que baja de la tierra adentro; muestra grandes peñascos y en lo alto campiñas y en la costa, en algunas partes, descubre pedazos de peñascos donde bate el agua, y en aquellos peñascos hay gran cantidad de lobos marinos.”

 

Juan de Garay en el actual Cabo Corrientes (Buenos Aires). Carta al Real Consejo de Indias, Santa Fe, 20 de abril de 1582.

 

 

León marino - Phoca jubata (Schreber, 1778)


 



HISTORIA ABORIGEN DE LOS LOBOS MARINOS

 

El territorio del extremo sur de Sudamérica, especialmente el archipiélago de Tierra del Fuego que comprende la isla Grande del mismo nombre y muchas otras islas de distinto tamaño y forma, a la llegada del europeo estaba ocupado principalmente por tres por grupos aborígenes. En la parte sur de Tierra del Fuego e islas magallánicas vivían los yámanas y alacalufes,  ubicados más hacia lo que es el actual territorio chileno, y en las zonas no costeras estaban los onas.  

Esta trama de canales, conocidos actualmente como “canales fueguinos”, es una pintoresca región con costas montañosas que pasan la mayor parte del año nevadas, y fue habitada por los intrépidos aborígenes que mencionamos y que recorrían los bravíos mares en canoas muy bien construidas. Para alimentarse recolectaban peces y mariscos principalmente,  y además cazaban mamíferos marinos. La tarea de obtener alimento estaba repartida entre ambos sexos. La caza del lobo marino era labor de los varones cuando se practicaba en tierra, pero la mayoría de las veces ocurría en el agua y en esa forma era tarea compartida: la mujer aproximaba a remo la canoa, mientras el hombre acechaba en la proa y arrojaba el arpón contra la presa.

Canals Frau describe la construcción de las canoas diciendo: “Se servían de unos botes muy particulares que fabricaba con trozos de corteza de haya unidos entre sí por medio de tiras de barbas de ballenas o de fibras vegetales, y calafateando luego los intersticios que quedan”. Debemos decir que el árbol conocido comúnmente como “haya” es europeo, pero es el nombre que por similitud los viajeros daban a las especies del género Nothofagus como la lenga y el ñire, y la mención que en otro párrafo hace dicho autor sobre el “avestruz”, no  se trata del ave africana, bastante más grande y de distinto colorido que nuestro parecido ñandú, al que probablemente se refiera el autor.

Decíamos que los aborígenes depredaban sobre mamíferos marinos y efectivamente lo hacían sobre ballenas (cetáceos) excepcionalmente cuando se acercaban a la costa, fócidos (focas verdaderas) y otáridos (lobos marinos). Las focas llegan sólo ocasionalmente cerca de estos lugares y sí  hay presencia del lobo marino de doble pelambre o de dos pelos (Arctophoca australis) y del  lobo marino de un pelo (Otaria flavescens). Esta última especie es la que da motivo a este trabajo y es conspicua en las islas del archipiélago fueguino y en toda la costa atlántica del actual territorio argentino, es decir la Patagonia y costas de la provincia de Buenos Aires. Los indígenas utilizaron  a los lobos marinos como materia prima para fabricar utensilios con sus pieles y las vísceras. Alberto de Agostini (1883-1960), intrépido explorador salesiano de la Patagonia, ofrece un relato a principios de siglo XX sobre la relación entre indígenas fueguinos y lobos marinos y en su  libro” Treinta años en Tierra del Fuego” señala: “el uso de pieles y tendones de lobos como única vestimenta de los  alacalufes.  Las pieles también se usaban para confeccionar brazaletes y otros adornos. La grasa la usaban para untarse el cuerpo. Con los cueros, yámanas y alacalufes confeccionaban cuerdas, vestidos, toldos para la vivienda, velas para las canoas, las canoas mismas y mortajas para los rituales fúnebres. Las cuerdas servían para escalar en búsqueda de huevos. Con el esófago, los intestinos y la vejiga del animal, preparaban recipientes para conservar aceite, alimentos  o proteger de la humedad piedras para encender fuego”.


Lobo marino de un pelo macho. Foto Alex Mouchard


Los lobos marinos cazados por los yámanas pertenecían a dos especies: "lobos marinos de dos pelos" o “focas peleteras” (Arctophoca australis) y "lobos marinos de un pelo" o "leones marinos" (Otaria flavescens); estos últimos tienen el doble del tamaño de los primeros y es la especie de las que nos ocupamos en esta nota.

Para la cacería de los  lobos marinos los indígenas utilizaban lanzas que arrojaban en grupos o con arpones de punta de hueso atados a una cuerda que afirmaban a una roca, o que sostenían ellos si el animal era pequeño. Otra técnica de caza consistía en inmovilizar al animal con una red y, luego, matarlo a golpes. Al animal muerto se le sacaba la piel y la grasa subcutánea. Se separaba la grasa y se estaqueaba el cuero con un bastidor de palos de madera para secarlo al sol o a las brasas.

Los yámanas fueron conocidos como “nómades del mar”. Sobre sus canoas de corteza de árbol, los hombres se dedicaban a las actividades de caza de animales como lobos marinos, nutrias y ballenas, para la cual utilizaban arpones. Las mujeres recolectaban frutos, semillas, hongos, huevos de aves y mariscos. Su vestimenta consistía en cueros de lobo marino y untaban su cuerpo con la grasa de este animal para protegerse del frio. Las mujeres usaban collares de huesos o caracoles y pulseras de cuero.

Los pueblos aborígenes no constituyeron una amenaza para los lobos debido a que las poblaciones indígenas eran de baja densidad, no permanecían mucho tiempo en una misma área y no se especializaban en la matanza de una sola especie animal. Una historia diferente es la que relaciona a estos animales con el colonizador europeo.

 

 

 

NAVEGANDO CON LOBOS

 

“Para ir a lanzar sus redes al mar, estos pescadores [de Valparaíso y Concon] se sirven de balsas en lugar de botes, que son globos llenos de aire hechso con la piel de Lobos marinos, tan bien cosidas, que ni un peso considerable es capaz de hacerlas soltarse, porque se hacen unas en Perú que soportan hasta unos 500 kg. La forma de coserlas es especial, perforan las dos pieles juntas con un punzón, o una espina de Pejegallo, y por cada orificio pasan un trozo de madera o una espina de pescado, sobre las cuales, de una a otra, hacen cruzar por arriba y por abajo, unas tripas mojadas, para cerrar completamente el pasaje de aire. Se atan dos de estos balones juntos por medio de algunas maderas que se hacen pasar sobre ellos, de manera que adelante quedan más próximos que atrás, y con una paleta o un remo de dos palas, un hombre se ubica allí arriba y si el viento le sirve, pone una pequeña vela de tela de algodón. Finalmente para reemplazar el aire que pueda escaparse, tiene delante de él dos tripas por las que puede inflar los balones cuando haga falta.”

 



 

Frézier, Amédée François. 1716. Relation du Voyage de la Mer du Sud aux Côtes du Chily et du Perou, fai pendant les années 1712, 1713 & 1714. Paris: Jean-Geoffroy Nyon, Etienne Ganeau & Jacque Quillau.

 

 

 

 

 

 

 

HISTORIA DE EXPLOTACIÓN EUROPEA DE LOS LOBOS MARINOS

 

En el transcurso de los siglos XVIII y XIX  las costas del Atlántico Sur comenzaron a recibir, con frecuencia muy asidua, distintos buques de procedencia mayormente británica y estadounidense. Uno de los objetivos principales fue la caza totalmente desmedida y brutal (a golpes de garrote) de lobos marinos de las dos especies que mencionamos en párrafos precedentes, obteniendo así su piel y la grasa de su epidermis con la que elaboraban aceite.

En las economías en expansión de Europa y Norteamérica de los siglos XVIII y XIX, se había establecido una gran demanda de aceites, cueros y pieles. Por este motivo el cuero y la grasa de estos animales  fueron valiosos trofeos que despertaron la codicia de estos personajes, denominados “loberos”, que no cesaron en la masacre hasta que las poblaciones costeras de lobos marinos fueron disminuyendo gradual y radicalmente.



Ocasionalmente los lobos marinos se adentran en el río de la Plata.

Este cráneo fue hallado en Punta Indio y muestra el típico desgaste anular en caninos e incisivos. Foto gentileza de Roberto Rodríguez.

          

En 1960 se estimó que la población total de lobos marinos de un pelo en la Argentina alcanzaba a 144.500 ejemplares; y como referencia mencionamos que sólo en la Península de Valdés entre 1917  y 1953 se mataron más de 260.000 individuos. Y, en toda la Argentina, en ese mismo lapso de tiempo, se cazaron cerca de 500.000 ejemplares (Campagna y Cappozzo, 1986). La Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM) dice: citando a Godoy (1963) que  mayormente la caza y comercialización industrializada operó entre 1920-1950 en todas las provincias costeras, y en Malvinas entre 1935-1966 (Baylis et al. 2015a). Se cazaron 493.000 animales en la región, con la mayor presión sobre los apostaderos de Península Valdés (40%) y Tierra del Fuego (30%).

Alberto De Agostini, en su libro ya citado, relataba detalles sobre las cacerías de lobos y sobre sus autores:  “Los loberos ofrecen sus servicios sin sueldo, y reciben en cambio víveres, municiones y un tanto por ciento sobre las pieles que logran. La goleta lobera, provista de víveres para varios meses … recorre todas las loberías que se extienden  desde el cabo de Pilar hasta la Isla de los Estados. Llegada junto a estas loberías, desprende la goleta de sus flancos las balleneras, chalupas de dos proas … y en ellas toman sitio los loberos, bien provistos de víveres y municiones. Una vez desembarcados, se arrastran sigilosamente alrededor de las focas, a sotavento para no asustarlas  y para cortarles la retirada. Cuando las focas notan la presencia del hombre, ya no tienen tiempo para huir, pues una descarga simultánea de wínchester tiende en el suelo muertas a las más audaces, mientras las otras retroceden asustadas. En ese momento empieza la verdadera carnicería de aquellos pobres animales. Mientras uno o dos de los mejores tiradores se quedaban en la playa para matar a los que, por acaso, intentan huir y arrojarse al mar, los otros armados con bastones, se meten entre ellos y cada golpe bien dado sobre la cabeza produce una víctima. El desuello se hace inmediatamente después, operación que los loberos hacen con habilidad y rapidez sorprendentes…” Luego afirma: “Su número ha disminuido notablemente por la asidua y clandestina caza que le daban los loberos, los cuales no reparan en estaciones  y destruyen la raza matando indiferentemente a hembras o machos, a grandes y chicos, también en la época de cría, y no obstante las severísimas leyes de veda de los gobiernos argentinos y chilenos…”



Leon marino. Grabado de Jean Louis Charles Pauquet. (Buffon, 1799)


 

En  relación al no cumplimiento de las leyes que menciona de Agostini podemos imaginar que en un territorio costero e isleño inmenso, invadido por una significativa cantidad de embarcaciones de distinto tipo, es una utopía  absoluta pretender que se cumplan las leyes al ser imposible el control.

También influyó en la llegada de cantidades de loberos durante el siglo XVIII, tanto las expediciones navales de las potencias europeas como las de los Estados Unidos de Norteamérica que con su reciente independencia, buscaban nuevas tierras y riqueza. Entre las tripulaciones compuestas por científicos, cartógrafos, marinos,  aventureros y naturalistas se  “camuflaban” los loberos. Algunas expediciones que se  destacaron  fueron las de los ingleses George Anson (1740), John Byron (1764), que se destacó con su libro que tituló “The Narrative of the Honourable John Byron”, James Weddell que viajó  en tres oportunidades a nuestros mares y escribió “Un Viaje Hacia el Polo Sur: realizado en los Años 1822-1824”,  y  James  Cook (en 1768 y 1772); la del francés Louis Antoine de Bougainville (1766), de cuyas publicaciones se derivaron valiosas observaciones sobre los lobos marinos; y las de los norteamericanos Charles Barnard (1836), Edmund Fanning (1838) y Benjamin Morrell (1832). También influyó que, en el comercio internacional, al promediar el siglo XVIII, se produjo la apertura del puerto de Cantón en China (Dulles, 1930; Greenberg, 1951). Como se mencionó precedentemente en muchas de estas aventuras marítimas viajaron hombres que se abocaron a la ciencia a través de la observación de la naturaleza que los rodeaba, y de los grupos humanos que veían en sus amarres en los puertos, y muchos de ellos narraron sus experiencias dejando a veces obras de valor que aportaron conocimiento a las ciencias naturales, etnografía y a la historia.



Oso marino del Océano Sur, de Forster (Jardine, 1839)


 

Como podemos imaginar las expediciones justamente tenían como objetivo explorar nuevas tierras y mares y con ese propósito recorrieron las islas Malvinas  y la mayoría de las islas que hoy mencionamos como islas “del Atlántico Sur”, pertenecientes a la Argentina. El primer barco del que se conocen datos precisos sobre la presencia de loberos en las islas Malvinas es el “States” de Boston, que en 1775 cargó 13.000 pieles de lobos marinos que fueron finalmente vendidas en Cantón, China. Aclaramos que hay autores que dicen que ya hacia 1769 estaban actuando en las islas Malvinas gran cantidad de loberos. También estuvieron en 1790  dos barcos al mando de los capitanes Noodward  y Greene, cumpliendo actividades de caza. En 1801, 31 barcos, la mayoría de ellos norteamericanos e ingleses, operaban en las islas Georgias del Sur, alcanzando un acopio de 112.000 pieles. Weddell (1825) calculó que no menos de 120.0000 pieles debieron haber sido extraídas solo de las Georgias del Sur durante los 50 años de caza de lobos marinos.

En 1819, el capitán Smith descubrió las Islas Shetland del Sur —asiento de poblaciones de lobos finos antárticos (Arctophoca gazella) - y con ellas el campo de lobeo más importante del s. XIX  donde  en la  estación primavera-verano de 1820-1821, con al menos 47 barcos entre norteamericanos e ingleses, se alcanzó la  captura 250.000 animales. En la estación siguiente más de 44 barcos se llevaron 340.000 pieles (Neddell, 1825, en Bonner, 1982).

Webster (citado en Bonner, 1968), describe en 1829 la escasez absoluta de animales en las Shetland. Por otra parte se estima que la población del norte de Patagonia (región comprendida entre la desembocadura del Río Negro, 41°02’S, y la desembocadura del Río Chubut, 43°20’S) estaba reducida a menos del 10% de su tamaño original en la década de 1960 cuando se dejó de explotar (Crespo y Pedraza, 1991; Koen-Alonso y Yodzis, 2005; Grandi et al., 2012). Actualmente la población del norte de Patagonia se estima entre 60.500 y 83.500 lobos marinos, y se estaría recuperando a una tasa relativamente alta, cercana al 6 % anual (Dans et al., 2004; Grandi, 2010).

Respecto del estado actual de las poblaciones del  lobo marino de un pelo (Otaria flavescens) según Romero et al. (2019) “La abundancia del lobo marino común es alta y las tendencias poblacionales son positivas en todas las regiones donde habita en Argentina”. Estos autores estiman una población total de más de 200.000 individuos y la clasifican como de Preocupación Menor (LC), según los criterios de la UICN. Su conservación se ve afectada por actividades antrópicas como la pesca que provoca mortalidad incidental y competencia por los recursos alimenticios. Por otro lado constituyen un importante recurso turístico en distintos puntos de la costa patagónica.


 

 
Arctophoca australis - San Clemente del Tuyú (Buenos Aires)
Foto Alex Mouchard


 

El Lobo marino de dos pelos (Arctophoca australis) cuenta en Argentina con una población de 125.000 individuos con tendencia poblacional positivas, por lo cual se lo clasifica como Preocupación Menor (LC; UICN). Los apostaderos son escasos (islas de Chubut, Tierra del Fuego, Isla de los Estados e Islas Malvinas) y eso representa un riesgo ante epidemias y actividades antrópicas. Existe un riesgo derivado de posibles derrames de petróleo de buques e instalaciones costeras, así como de la actividad pesquera. Asimismo la ingestión de plástico y los enredos con sunchos y líneas de pesca constituyen otro peligro más (Vales et al., 2019).

 

 

 

 

LA EXPLOTACIÓN

 

“Las costas del mar en Chubut han sido en otro tiempo renombradas por las grandes pescas de focas que allí han tenido lugar y en las que se han sacrificado millares de esos animales, tanto que hoy sólo se encuentran en el Sur de Buenos Aires pequeñas Roquerías, como llaman los pescadores a los puntos donde se reúnen los lobos marinos. Estas Roquerías no son siempre habitadas; sino que las focas, con intervalos de uno a dos años y en grandes tropas, cuyo número llega hoy a dos mil, invaden las rocas, al pie de algún promontorio, elevado casi a pique, sobre el Oceáno. En el mar nunca las he visto reunidas en número considerable: sólo cinco o seis muestran sus negros hocicos para respirar y se hunden con su lastre de piedras, que llevan consigo para triturar los alimentos, cuando notan que la curiosidad o el instinto destructor del hombre puede ponerlas en peligro. En el agua es dificultoso apresarlas, pues luego de heridas desaparecen en las proximidades, pero en la costa sucede lo contrario. La caza, aunque no está exenta de peligros, es casi siempre segura, cuando se ha tenido buen cuidado de burlar la vigilancia de los venerables y feroces machos melenudos de la tropa, encargados de hacer de centinelas mientras las hembras buscan su alimento y cuidan con cariño, casi humano, sus hijuelos o duermen tranquilas sobre las rocas, a donde con gran dificultad han trepado (…) La Otaria jubata o león marino (…) es la que ha proporcionado aceite a las fábricas que en la costa patagónica se establecieron en otro tiempo y de las que hoy sólo quedan ladrillos refractarios y enormes tachos de hierro, entre los médanos.”

 

Moreno, Francisco P. 1879. Viaje a la Patagonia Austral. Buenos Aires: La Nación. Tomo primero.

 

 

 

LOS LOBOS MARINOS

 

Pocos relatos referidos a las matanzas de estos mamíferos marinos nos proporcionan datos que permitan suponer  la especie a la que se refieren. Pero es lógico que en los primeros relatos no se mencionaran especies dado que recién en 1776 Schreber describe a Phoca jubata (= Otaria  flavescens) y en 1782 Zimmermann a Phoca australis (= Arctophoca australis) y ya bastante antes de esas fechas se había iniciado la caza.  En una primera etapa los viajeros observaron las grandes colonias y registraron su ubicación narrando lo visto  a su regreso a Europa, lo cual generó una segunda oleada de viajeros ya cazadores

En la costa atlántica de la Argentina y en el archipiélago de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur están presentes, principalmente, las siguientes especies: el lobo marino de dos pelos sudamericano (Arctophoca (= Arctocephalus) australis),  el lobo  de un pelo sudamericano (Otaria flavescens), el lobo  marino de dos pelos antártico (Arctophoca (= Arctocephalus) gazella) habitante las islas al sur de la Convergencia Antártica y el lobo marino de dos pelos subantártico (Arctophoca (= Arctocephalus) tropicalis), que vive mayormente en las islas al norte de la Convergencia Antártica de los océanos Atlántico, Pacífico e Indico, no obstante es común ver ejemplares errantes en las Georgias del Sur. Todas estas especies en algún momento puede aproximarse a las costas patagónicas, pero las más conspicuas son las dos primeras y sobre ellas recayó mayoritariamente la gran masacre.


Harén de lobos marinos (Lydekker & Sclater, 1894)


No tenemos intención de referirnos a cuestiones taxonómicas (con muchas controversias hasta hace poco tiempo), pero básicamente debemos decir que al grupo de animales mencionados integran el grupo de los carnívoros y se los denomina Pinnípedos o de la superfamila Pinnipedia, que se divide en tres familias. Una de ellas es la Otaridae, a la que pertenecen las especies mencionadas que, entre otros caracteres, se diferencian de las otras dos familias por tener  visible sus pabellones auditivos u orejas.

Dedicaremos especial atención al denominado “lobo marino de un pelo sudamericano” (Otaria flavescens)  por ser muy abundante en las costas de la Argentina.

Charles Darwin y Alfred Russell Wallace desarrollaron la Teoría de la Evolución a mediados del Siglo XIX. El mecanismo por el cual la evolución ocurre fue denominado por Darwin “Selección Natural”. La Teoría de la Evolución tiene por fin conocer la historia de vida de una especie, los mecanismos de su evolución y los procesos de adaptación. La historia de la evolución de los pinnípedos comenzó hace aproximadamente 25 millones de años, durante la época del Oligoceno tardío. Para entender esto podríamos imaginar a un mamífero terrestre que se alimentaba en el mar y que tenía algunas adaptaciones que le permitían utilizar el medio marino. No debemos olvidar que esas adaptaciones aparecieron por azar a través del proceso evolutivo y que se fijaron mediante selección natural, ya que por ser ventajosas no llevaron a la muerte a los ejemplares que las tenían, sino que permitieron su supervivencia y reproducción, y fueron transmitidas mediante el ADN a sus descendientes (Cappozzo, 2004). Este animal marino costero era de tamaño mediano –superior a una nutria actual- y podía explotar un nuevo ambiente inexplorado por sus congéneres, obteniendo beneficios tales como abundante alimento. El nombre científico del antecesor de los pinnípedos es Enaliarctos mealsi y corresponde a un fósil pinnipediomorfo (de la superfamilia Pinnipedia, a la que hoy pertenecen los lobos marinos). En la evolución de focas, morsas y lobos marinos existen discrepancias con relación a si provienen todos de un único antecesor (origen monofilético) o de dos antecesores distintos, pero los detalles a favor o en contra de una de estas posturas queda para biólogos moleculares y paleontólogos.

 

Otaria molossina de Lesson. Dibujo de James Stewart. (Jardine, 1839)



 

La adaptación  fue realmente sorprendente.  Partamos del aspecto de verdadera mole que tienen estos animales donde los machos  pesan  hasta  350 kilos y su largo máximo puede llegar a 2,60 metros (Bastida y Rodríguez, 2009), mientras que las hembras pueden pesar como máximo unos 150 kilos y el largo ronda 2,20 metros en los ejemplares de mayor tamaño. Si, además de su fisonomía de un muy pesado animal viéramos la torpeza para deambular, quedaríamos boquiabiertos al verlo zambullirse como si se tratara  de un pez que una vez en el agua mueve con toda soltura su cuerpo ondulante y cuyos miembros anteriores son dos  remos perfectos aunque casi inútiles fuera del agua. He observado su natación en el puerto de Mar del Plata, cuando se subían a los ya emblemáticos barcos de pesca color anaranjado intenso, y luego se lanzaban al agua y durante muy poco tiempo los veía nadar con una silueta plenamente fusiforme, cambiando bajo el agua su color pardo por  negruzco al estar su pelambre de una sola capa de pelos, totalmente mojada. No menos sorprendente resultaba ver su ascenso que, como si una catapulta los impulsara, hacía asomar su cuerpo enteramente fuera del agua; mediante hábiles y rápidos movimientos utilizaban sus “manos”, absolutamente atrofiadas como tales, y en segundos estaban otra vez sobre la barcaza. He pasado muchos minutos, y en distintas ocasiones,  observando esto que no parecía real: eran 350 kilos que mediante un movimiento del cuerpo se elevaban varios metros.

Fuera del agua, su dificultad para trasladarse es bastante grande, dado que carece de extremidades preparadas para ello; no obstante con gran esfuerzo puede realizar una “carrerita”. Sin dudarlo, esta carencia de facilidad de traslado sobre la tierra contribuyó mucho a que fueran muertos a golpes de garrote en sus cabezas.


 

Lobos marinos de un pelo. Península Valdés (Chubut). Foto Alex Mouchard.




Veamos al ilustre Carl Linneo (1806) como calificaba a este grupo de mamíferos marinos: “Es una tribu sucia, extraña y pendenciera, fácilmente domesticable, y polígama; la carne es suculenta y tierna; la grasa y la piel son útiles; viven y nadan bajo el agua, y se arrastran con dificultad por tierra pues tienen las patas anteriores recogidas y las posteriores unidas; se alimentan de peces y productos marinos y engullen piedras para evitar el hambre, distendiendo así el estómago”

Su cuerpo alargado es poco notable al estar apoyado sobre la arena, pero luce en los machos  una vistosa y tupida melena que cubre todo el cuello y finaliza en la cara. Es bien visible su hocico romo y ancho. La hembra, de menor tamaño, por carecer  de melena, parece aún más pequeña.



Lobería en Península Valdés (Chubut).  Foto Alex Mouchard


 

Respecto a la reproducción, que tiene lugar en los apostaderos de las costas de mar o en islotes cercanos,  existe una serie de secuencias que se cumplen estrictamente y para los machos este tiempo puede considerarse algo peligroso por la competencia que se produce entre los ellos, dado que siempre hay un círculo de “solteros”  que están al acecho de obtener alguna hembra.

Ocurre así: a mediados de diciembre las colonias comienzan a ser ocupadas por los machos que son los primeros en arribar. Van tomando posiciones como para que a la llegada de las hembras, unos días después, logren conseguir su compañera de reproducción. Al llegar las madres, dan a luz en los dos o tres primeros días, y la cópula se produce nuevamente entre el 5° y 7° día, ocurriendo siempre algún revuelo ya que los machos quieren mantener su dominio sobre las hembra de su harén, y éstas practican la poliandria de forma de asegurarse la preñez. Recordemos que siempre se forma un grupo de machos solitarios que pugnan por aparearse. Todo el proceso reproductivo finaliza cerca de fines de febrero, o sea unos 50 a 60 días después. La organización social queda definida por grupos de cría con poliginia moderada, grupos de machos territoriales solitarios que tratan de retener a las hembras y grupos marginales que mantienen su interacción con los grupos de cría. El criadero o colonia tiene esos grupos satélites de machos jóvenes y adultos que no consiguen hembra. Estos conjuntos periféricos no penetran al área de cría, en cuyo centro se encuentran los grupos reproductores de hembras y machos.

 

Gabriel Omar Rodríguez

 

 

Nombres comunes de Otaria flavescens según SAREM  (https://cma.sarem.org.ar/es/especie-nativa/otaria-flavescens):

 

Lobo marino de un pelo

León marino sudamericano

León marino de América del Sur

Lobo marino sudamericano

Lobo marino común

 

 

En portugués:

 

Leão-marinho-do-sul

Leão-marinho-da-patagônia

 

 

En inglés:

 

South American Sea Lion

Southern Sea Lion

 

 

 

 

 BIBLIOGRAFÍA


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