"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


jueves, 10 de enero de 2019

LA GAVIOTA COCINERA (Larus dominicanus): LA BELLA VORAZ

Gaviota, gaviota, vals del equilibrio,
cadencia increíble, llamada en el hombro.
Gaviota, gaviota, blancura, delirio,
aire y bailarina, gaviota de asombro.

¿Adónde te marchas, canción de la brisa,
tan rápida, tan detenida?
Disparo en la sien y metralla en la risa,
gaviota que pasa y se lleva la vida...

La gaviota – Silvio Rodríguez


Larus dominicanus 
Ilustración de David W. Mitchell. Gray, GR. The genera of birds. Vol3. London :Longman, Brown, Green, and Longmans,1849.



Una mañana brumosa en una playa atlántica de la provincia de Buenos Aires caminaba observando las bandadas de gaviotas que posadas al borde del mar levantaban vuelo al acercarme. ¡Qué sensación de libertad!  ¡Que habilidad para mecerse en el aire de cara al fuerte viento!  Así me sorprendía la gaviota cocinera, una especie que hoy en día se la considera dañina por sus ataques a dos especies emblemáticas como la ballena franca austral y el amenazado macá tobiano.  Adentrarse en su historia, escuchando a los antiguos naturalistas,  permite vislumbrar las claves de su comportamiento pasado y actual, y de su interacción con el humano.

La Gaviota Mayor “abunda infinito en el Río de la Plata” dice Félix de Azara. “Su voz muy desagradable se reduce a repetir gaa, con más prontitud y agudeza cundo se enfada, y también canta de otras maneras, una de ellas dice quéu. Se traga una rata grande entera, si la halla muerta”.   Coincidiendo con Azara, Charles Darwin señalaba que “esta gaviota abunda en bandadas en las pampas, a veces tanto como 50 a 60 millas al interior. Cerca de Buenos Aires, concurre a los mataderos y se alimenta de basura y despojos, junto con los caranchos (Polybori) y jotes (Cathartes)”.


“Arriba, en el aire, un enjambre de gaviotas blanquiazules que habían vuelto de la emigración al olor de la carne, revoloteaban cubriendo con su disonante graznido todos los ruidos y voces del matadero y proyectando una sombra clara sobre aquel campo de horrible carnicería”

El matadero – Esteban Echeverría



Sobre esta voracidad, incluso canibalística, que dio origen al refrán “come gaviota que no te hallarás en otra”,  Robert Murphy observaba: “Por donde quiera que caminaba en la isla Lobos de Afuera [Perú] invariablemente era seguido por una parloteante recepción de Cleos gritando, que se hacían aún más vociferantes cuando me aproximaba a sus crías. Todas ellas se comportaban como si fueran perfectamente conscientes de que tarde o temprano involuntariamente habría de espantar a un infortunado piquero [patas azules (Sula nebouxii)] de su nido. A los huevos de los piqueros se los llevan para devorarlos, a veces los tragan enteros, mientras que los de los pelícanos [pardos (Pelecanus thagus)] los rompen sobre el suelo. Aún los huevos de su propia especie no están a salvo; se los llevan ni bien una gaviota incubando es espantada, cuando tiré algunos huevos bien incubados de Cleos sobre la arena, rompiéndolos, los adultos, caníbales, descendieron y se tragaron los embriones (...) Cau-cau, el nombre aborigen araucano, imitación de sus voces, es también un nombre común en Perú donde, sin embargo, esta gaviota generalmente es llamada Cleo. 

 
Gaviota. 
Dibujo de José Sanchez Labrador. Peces y aves del Paraguay Natural Ilustrado.  Fabril Editora, Bs As, (1767) 1968. 

Y de las particularidades del gusto de la gaviota, Ernest Gibson, dio algunas precisiones desde el Cabo San Antonio (Provincia de Buenos Aires): “El cebo en forma de carroña más atractivo para esta especie es un caballo o yegua muertos, después de quitársele el cuero. Una vaca o una oveja posiblemente atraerán uno o dos individuos (…) pero la carcasa de un cuadrúpedo equino, especialmente si está muy gordo, es ciertamente una cita para un par o aún una docena de Gaviotas Dominicanas. Ellas permanecerán en su posesión durante varios días (probablemente una semana), manteniendo a una distancia respetable a cualquier otro posible  participante del festín (aunque sé que ellas son rechazadas a su vez por el Águila Mora), y sólo se retiran al anochecer hacia alguna laguna abierta en las cercanías, donde parece que pasan la noche. La proximidad de la carcasa a una vivienda humana parece que le es indiferente, y no tiene ningún efecto disuasorio, aunque otras veces no creo que la llamaría un ave confiada; mejor se la puede describir tanto como intrépida y salvaje, no temerosa del hombre, como desdeñosa de él y sus cosas – una criatura de los mares tormentosos y solitarios, y de las llanuras despobladas. Los gritos son también típicos de la especie, un clamor de largas y roncas llamadas de una a otra, un fuerte coro de risas inhumanas mientras riñen sobre su festín, y una aguda y triste nota doble recordándonos los grandes océanos y las errantes aves marinas. ¡Sui generis!  ¿Quién no recuerda igualmente la voz del  chorlo en la costa o  las marismas, y la memoria de esos ambientes que siempre nos trae?

“Una vez crié y mantuve un juvenil durante un par de años en la casa principal, en el  patio. Y creo que "Pío-pío” como se llamaba, estaba poseído por siete demonios. A los corderitos los picoteaba hasta que tenían que ser retirados de su impía proximidad; los gatos y perros sufrían el terror de sus vidas; los seres humanos eran ignorados, si lo dejaban tranquilo, pero si apenas pronunciaban el desafiante llamado de ''Pío-pío", donde quiera que estuviera – parado sobre una de las puertas de la cocina, o en la veranda, o cualquier otro lugar del patio— su cabeza se proyectaba hacia abajo y adelante (como un ofidio), como si contestara al grito de "Pío-pío” y con una rápida carrera, iba derecho hacia el enemigo. Mejor entonces llevar botas de montar, porque la fuerza de su pico era sólo igualada por la ferocidad de sus asaltos, cada corte o puñalada acompañados por el agudo y estridente pío-pío. Y cuando quedaba solo, en victoriosa posesión del campo de batalla, dirigía la cabeza hacia arriba, el pico totalmente abierto, y con una gran y prolongada nota metálica expresaba su triunfo”.

El autor de la especie, Larus dominicanus,  fue Martin Hinrich Carl Lichtenstein en 1823 que dio con ella al catalogar los especímenes del Museo de Zoología de Berlín. No aclara por qué le puso dominicanus y refiere que “habita en la costa de Brasil”, donde él nunca estuvo. Su proveedor de ejemplares desde Brasil era Friedrich Sellow, y es probable que éste o bien el propio Lichtestein hayan inventado el nombre basándose en la similitud del plumaje de esta gaviota con el hábito de la Orden de los Predicadores o dominicos, llamados así debido a su fundador, Domingo de Guzmán.  El hábito de estos monjes que, según relata Domingo, le fuera entregado por la Virgen María, consiste en una túnica blanca, símbolo de la pureza, y una capa negra, símbolo de la penitencia que permite llegar a la inocencia pura.

Varios marinos y navegantes dieron noticia de gaviotas similares aunque sus relatos debido a la imprecisión no permiten una buena identificación.  Pero el padre Louis Feuillé en su viaje a Chile y Perú (1709-1711) relataba lo siguiente: “En Valparaíso, una pequeña ciudad en el Reino de Chile, fui al puerto después del almuerzo para encontrar algo con que poder pasar el día siguiente. Cuando una gaviota muy particular salió del mar y se aventuró demasiado cerca de la orilla, le disparé, y cuando cayó a tierra, fue suficiente para que la viera más de cerca. Así que la dibujé, y después de describirla, también la disequé. Esta ave es tan grande como una de nuestras gallinas (…) Cuando lo abrí, [el estómago] estaba lleno de plumas, como de un ave pequeña que busca comida en las orillas del mar, y que recibe de los campesinos el nombre de Tocoquito, del cual es muy evidente que el viento hace presa, tanto el mar como en la tierra”.  No me fue posible identificar al Tocoquito. Quizás sea el Tococo o  Tapaculo (Scelorchilus albicollis albicollis) que vive en  Valparaíso, aunque no es habitante de las orillas del mar sino de los arbustales de los cerros. Feuillé denominó al ave Gaviota negra y blanca (Larus leucomelanus).  El nombre local según apuntaba Thomas Bridges era “quilla”.

Maximilian, Príncipe de Wied, así hablaba del Gaivotão, como le dicen los brasileños: “Anida en las rocas de las costas del mar, especialmente en las islas rocosas, como las que se encuentran en las entradas de la bahía de Río de Janeiro (…) Ilha Raza y Redonda, en el mejor de los casos pueden considerarse como los únicos acantilados con aves que he encontrado en Brasil, ya que aquí, en la temporada de apareamiento, estas gaviotas se reúnen. Se paraban en parejas en las escarpadas alturas del acantilado frente a sus cuevas y al acercarse nuestro bote salían gritando tan pronto como nos acercábamos demasiado, pero fue difícil alejarlas. Por cierto, estas aves solo se ven en las costas del mar, o aisladas en tierra, cuando son arrastradas por la tormenta”.  También ese lugar, Hermann Burmeister la vio “muy común en la bahía de Río de Janeiro; se observan diariamente y en todo momento a individuos de ésta especie, incluso en el baluarte entre los barcos, para sacar a los peces. Se encuentra en las islas aisladas  y deshabitadas frente a la entrada de la bahía, pero es tímida y no se le acerca fácilmente”.


Larus dominicanus.  (abajo a la izquierda)
Dibujo de Georg Krause. Drygalski, Ev. Deutsche Südpolar-Expedition, 1901-1903, im Auftrage des Reichsamtes des Innern, Bd. 9. Berlin :G. Reimer,1908



LA GAVIOTA EN EL OCEANO  ÍNDICO


En las remotas islas Kerguelen, del Océano Índico, Alfred Edwin Eaton, el naturalista de la expedición para la observación del tránsito de Venus (1874-1875) realizó estas observaciones: “Esta  gaviota no anida en acantilados, sino entre las plantas terrestres que bordean adyacentes a la costa. Sobre promontorios bajos los nidos a menudo son ubicados a unos pocos metros unos de otros en huecos entre las Azorella; pero donde la costa está aceptablemente nivelada están generalmente apartados a una distancia considerable, y frecuentemente junto a alguna roca o mata de Azorella en las cuales la respectiva pareja de gaviotas se ha acostumbrado a posarse. En la estación de cría los sitios de estos nidos solitarios están marcados aproximadamente por las aves solitarias que se pasean por la cercana línea de marea. Como las hembras no se sientan en el nido cuando se les aproxima, sino que se escabullen discretamente cuando están  a tiro de arma de fuego, es útil observar esta clave de la posición de los nidos provista por sus parejas (…) Los pichones se van del nido a poco de eclosionar, y se ocultan entre las plantas cercanas cuando están asustados. A veces, aún cubiertos de plumón, se aventuran a nadar entre el kelp en medio de los gritos de todas las gaviotas de los alrededores, que están atentas a su avance, abalanzándose sobre ellos de vez en cuando como si fueran a agarrarlos; pero entonces son propensos a ser arrastrados hacia el mar por el viento dominante y a morir acalambrados. La llamada de los pichones por comida es muy peculiar, y puede oírse desde muy lejos; tiene algo de parecido al chillido de un Búho chico [Asio otus] hambriento”. 

No sabemos bien quién empezó a llamarla “cocinera” pero este dato de Eaton nos sugiere la explicación: “Cada día ni bien las ocho campanadas de mediodía eran tañidas a bordo de los buques, se las podía ver abalanzándose hacia ellos desde todas direcciones hasta que se reunía una enorme bandada para esperar el vaciado de los cubos de basura después de la comida, aunque uno o dos minutos antes ni un ave estaba a la vista”.

Desde las mismas islas,  el médico Jerome Henry Kidder, escribía: “Mientras observaba las diversas aves que se habían reunido junto a la carcasa de un elefante marino sobre la playa, vi que las gaviotas, al alimentarse desde la superficie del agua, no usan sus pies y uñas como instrumentos de prehensión. Hunden el pico, tomando a la presa sólo con él, aun cuando estuviera a poca distancia de la superficie, y, a la vez, golpean el agua fuertemente con los dedos extendidos, logrando así un impulso hacia arriba, para mantener su vuelo”.  Y agregaba sobre sus voces: “Tiene varias notas o gritos diferentes: uno, que emite cuando nada, a cierta distancia de otros, ha sido confundido más de una vez con una llamada de un humano angustiado; otro, lanzado cuando están muchos juntos, es como el grito de la gaviota reidora [Larus ridibundus].  Hay una especie de creak,  que deja oír cuando está hamacándose  perezosamente en el aire, y una serie de llamadas cortas, como el maullido de un gatito, que solo he oído cerca de los nidos.”

Otro naturalista que visitó  las islas Kerguelen, Robert Hall, informaba que las gaviotas “temen aventurarse muy lejos en el mar abierto, porque no tiene alas muy fuertes, y cuando se levanta una tormenta siempre flotan en el agua, manteniéndose dentro del kelp, que crece a una milla de nuestras playas.  De esta forma pueden verse centenares, capeando el temporal.  A causa de la posición variable, el ave permanece algún tiempo sobre el kelp, y para ello no pliega las alas por un rato,  sino que, como un barco de velas, se inclina hacia adelante, hasta que hace pie seguro sobre las algas. (…) Los pichones se agazapan sobre las rocas para evadirse cuando pasa una persona, y toda la bandada llama desde arriba como presa de melancolía. Aun cuando los jóvenes sean ya grandes como sus padres, se ocultan entre las rocas para protegerse, pero pronto se impacientan y corren al agua”.

Larus dominicanus. 
Acuarela de Claudina Abella. Gollan JS. Aves de Nahuel Huapí. Administracion General de Parques Nacionales y Turismo, 1949.




LA GAVIOTA EN EL ATLÁNTICO SUR


El médico alemán Karl von den Steinen participó de la Expedición Alemana a Georgias del Sur en 1882, y tomó interesantes  notas sobre el comportamiento de la gaviota cocinera y sus crías: “Por lo general, se mantenían juntas en una bandada de color blanco y negro, de 20 a 40 individuos. Se encontraban en los acantilados bañados por el mar, en los copos de espuma, en la playa, siempre con la precisión de un aparato meteorológico con el pecho blanco enfrentando al viento, es decir, todas paralelas entre sí y con la misma postura en todo el grupo”.

“Más tarde, aparecían durante la bajamar, en los mismos lugares donde quedaban aguas someras sobre un formidable pavimento de grandes rocas y bloques,  en cuyos innumerables rincones había una gran cantidad de cangrejos de mar. Aquí, al día siguiente, tan pronto como entré su territorio, volaron en grupo con muchos gritos. Si buscaban comida flotante, se daban un envión, se elevaban un poco por encima de la superficie y se sumergían de pecho para atraparla”.

“En lugares aislados, en la zona de rocas cubiertas de hierba exuberante, encontramos los huevos sobre una simple depresión poco profunda. En los alrededores, usualmente había uno u otro nido viejo, y como prueba de que la bandada de dominicanas había criado allí, una acumulación de conchas de lapas bien conservadas, mezcladas con arena, - pequeño indicador de la casa de las aves. Le quité los huevos a sólo un nido, que encontré en medio de la cima de una colina, cerca de un estanque.  El 25 de noviembre encontré otros dos huevos, en cuya búsqueda alerté a la madre que huyó cuando me acerqué. Generalmente ponen tres; son más pequeños, más redondos y más manchados que los de las escúas y tienen casi el mismo color. Después de mi cosecha, todo el enjambre se dispersó dando voces fuertes de  lamento”. 

“Alrededor del 18 de diciembre, descubrí los primeros pichones de color marrón claro con marcas negras, que buscaron refugio entre la hierba. Obviamente miré a mi alrededor buscando un tercero. El nido estaba lleno de conchas. El mayor de los hermanos, un poco fuera de proporción, emitía el mismo lamento que los padres. Éstos volaron con gran angustia, ante la agitación de todos sus amigos y vecinos. Mientras continuaba mi visita, confié a los dos a una madre pingüino para su custodia; cuando me retiré, el más joven quedó muy insatisfecho con  la inhabitual niñera, en cambio, el mayor escapó y se sentó orgulloso al lado del nido, lo que a la madre a su vez le pareció irresponsable y lo reprendió con una fuerte sacudida de cabeza. En casa, los nuevos habitantes comen carne, pan y papas con gran apetito.  Ya nadan muy bien”.

“El 5 de enero observaba el bullicio de las dominicanas durante un rato, bajo el sol y el clima borrascoso.  La mayoría de ellas estaban inmóviles, al viento, sobre sus rígidas patas, las cabezas un poco bajas y las alas negras echadas hacia atrás, pero cada tanto una o dos de ellas se inclinaban, y pronto algunas se dejaron ir, como si solo quisieran airear un poco las plumas,  después de revolotear, levantarse y hundirse nuevamente en el acantilado. Cuando me acerqué al agua sin ninguna intención maliciosa, todas las gaviotas se alzaron con un grito tan fuerte que me ensordecieron: un joven, que probablemente había querido huir de mí, yacía en el oleaje. Atento, una escúa cruzó el enjambre, y parecía dar la impresión de que habría una matanza en ciernes. Observado con el mayor fervor, el pichón trepó a una roca en forma de anillo, sobre la cual estaba al menos protegido de los peligros desde mi lado”.

Sello de las Terres Australes et Antarctiques Françaises


“El mismo día, encontré a los dos jóvenes criados por mí cerca del nido, el cual estaba ubicado en una roca aislada que era bien conocida para mí; pasaron 2 ½ -3 semanas antes de que mis pichones criados se fueran. ¡Qué diferente, sin embargo, fue el resultado para el que recibió la alimentación materna con lapa fresca! Éste era casi el doble del tamaño de sus hermanos y la diferencia era enorme, aunque fuera el mayor y pese a que la etapa de desarrollo del plumaje era casi exactamente la misma. Y sin embargo, les habíamos brindado nuestra propia comida, incluyendo pescado, que era pre cortada para ellos. Tampoco sufrieron maltratos. Les permitimos total libertad, recorrían las inmediaciones y gradualmente expandieron sus excursiones, aunque hasta fines de febrero regresaban casi todos los días a la "guardería", comían lo que deseaban y dormían allí. Luego se unieron a un grupo grande, pero se diferenciaron durante mucho tiempo por su comportamiento frente a nosotros, ya que permanecían en silencio, en paz y tranquilidad, mientras que los otros huían con timidez”.

Auguste Menegaux, en su informe sobre las aves de la Expedición Antártica Francesa, daba algunos datos más sobre esta gaviota: “Estos animales son muy desconfiados, porque jamás se acercan al explorador  a la distancia de tiro de fusil. Su grito se parece al de la lechuza, de noche, y cuando perciben al cazador caminando o emboscado, parecen provocarlo haciendo oír una especie de exclamaciones: ha, ha, ha, etc. (…) El pico muy grueso de esta especie hace suponer que estos animales se alimentan de moluscos. En efecto, el Dr. Turquet [de la Expedición Antártica de Jean-Baptiste Charcot en el “Pourquoi –pas? “] ha constatado que viven de lapas adheridas a las rocas las que recogen durante la bajamar. Es su alimento favorito. Las llevan a los roquedales, y allí las devoran, de modo que   las conchas se acumulan en tal gran cantidad donde anidan que forman un colchón espeso entre los bloques de piedra”.

“En el mes de abril de 1904, en la isla Booth-Wandel [Península Antártica], el Sr. Turquet ha visto a los Megalestris [escúas] y a los grandes petreles ocupados en devorar los cadáveres de focas recién muertas. Cerca de ellos se encontraban numerosas gaviotas que miraban, pero sin tocar la carne. [El zoólogo sueco Axel Johann Einar] Lönnberg informa que por el contrario las gaviotas se hacen huéspedes regulares de los campamentos cuando la pesca de la ballena ha comenzado. Se las ha visto recoger todas las basuras, incluso la grasa de ballena (…) Son valientes, porque hacen frente a su enemigo sin dejarse atemorizar. Se paran inmóviles, dando vuelta la cabeza de costado al enemigo y abriendo el pico amenazante,  siempre emitiendo su couick con la mayor regularidad”.

La Misión Científica Francesa al Cabo de Hornos (1882-1883) obtuvo ejemplares de Gaviota cocinera y registró el nombre que le daban los fueguinos: Kiouakou, a los adultos, y Kalala, a los juveniles.  En Tierra del Fuego, Crawshay apunta que “es particularmente agresiva para el hombre, viniéndose al verlo, siguiéndolo desde arriba, y ladrando como un perro wau-wau-wau. Otras veces, emite un largo y quejoso k-w-i-i-y-u. Grandes cantidades se congregan en las cercanía de los establecimientos, y allí pasan sus días peleando por los desperdicios”.




LA GAVIOTA EN SUDÁFRICA

John Latham (1790) la registró en el Cabo de Buena Esperanza donde  la observó nidificando entre las rocas: “Viven de peces y de polluelos. Tamaño de un ganso”.  Ya Peter Kolbe, el astrónomo holandés, había comunicado: “Los europeos de El Cabo matan muchos miles de gaviotas por año. Las  plumas de estas aves (que son cortas y delgadas) son mucho más preferibles que las plumas de ganso para rellenar colchones; y son muy usadas de esta forma en El Cabo”.

Richard Bowdler Sharpe, tuvo allí un ejemplar cautivo: “Nuestro amigo Jack era muy manso, y paseaba a su antojo por el jardín y dentro de la casa; se alimentaba de cualquier basura, y generalmente llevaba sus bocados al bebedero, y los lavaba o mojaba antes de tragarlos. Su lugar favorito para dormir, cuando no se subía a una pila de carbón, era un viejo tocón en el jardín. Era muy aficionado a atrapar ratones, que tragaba enteros, tras darle unos pocos golpes preliminares en el suelo. En verdad, parecían un  gran bocado para él, y corría desde el rincón más lejano del jardín, con apenas sostener uno en nuestros dedos, o mostrarle la trampera. Era muy afecto a los gusanos, pero no comía babosas. Generalmente se lavaba a la mañana y a la noche, y dormía mucho durante el día”.

Desde Sudáfrica también, el naturalista y explorador sueco Karl Johan Andersson señalaba: “Es un ave muy voraz, comiendo sobre las carcasas de ballenas y focas muertas, y también comiendo con gusto ratas, aves o peces muertos, así como gusanos, insectos y moluscos; además es muy destructor de los huevos de las aves marinas. Me ha asegurado un excelente experto que con total facilidad se lleva enteros hasta una roca alejada los huevos de pingüinos y piqueros, donde los devora con placer. También se dice que esta gaviota tiene la singular conducta de destruir sus propios huevos si descubre que su nido está en peligro de que una persona quiera recogerlos”.

Larus dominicanus
Ilustración de John Gerrard Keulemans.  Buller WL.   A history of the birds of New Zealand. London :John Van Voorst, 1873.



LA GAVIOTA EN NUEVA ZELANDIA


El naturalista Percy Earl, que participó en el viaje a la Antártida del capitán James Clark Ross entre 1839 y 1843, encontró a la gaviota cocinera en Nueva Zelandia: “Son muy numerosas en las estaciones balleneras; fueron vistas en tales cantidades sobre la carcasa de una ballena, después de quitada la grasa, que no quedaba ni una parte visible del animal. Son conocidas por los nativos con el nombre de Karoro”.  Este nombre maorí se aplicaba a los adultos,  mientras que a los jóvenes, les decían Ngoiro.

El ornitólogo neozelandés Walter Lawry Buller hacía estas observaciones: “Esta hermosa gaviota, que se extiende por todo el hemisferio sur, es extremadamente abundante en todas sus costas, prefiriendo, sin embargo, las playas de mar suaves y los bancos de arena en la boca de nuestros ríos de marea; en esos lugares siempre se la encuentra sola o asociada en grandes bandadas, mezclándose con la especies menores de gaviotas, gaviotines y ostreros y otras aves playeras. Frecuenta los puertos, y revolotea alrededor de los buques con mucho barullo, esperando recoger cualquier trozo que sea arrojado desde a bordo. Sigue la estela de los vapores que zarpan, mientras dejan las aguas tranquilas hacia las lejanías tormentosas, y a menudo los acompaña mar adentro, observando ansiosamente por los trozos de comida mientras flota a popa, y disputando su posesión con los albatros y petreles del Cabo, en cuyos dominios se ha entrometido largamente. Durante tiempo muy tormentoso, vuela varias millas tierra adentro; y en la época de cría ocasionalmente asciende el curso de los ríos en busca de un lugar seguro para anidar. También frecuenta las pasturas a cierta distancia de la costa en busca de comida, haciendo un buen servicio al granjero por su gran consumo de orugas y otros insectos plaga. En la costa subsiste principalmente de especies de bivalvos, y despliega mucha ingenio para romper la dura concha y alcanzar su contenido; la agarra con sus poderosas mandíbulas, corre unos pocos pasos, y entonces extiende las alas, y se remonta en el aire hasta una altura de 10 metros o más, y entonces deja caer el molusco sobre la dura playa de arena, y desciende para recoger la carne de entre los pedazos rotos. Si el primer intento de romper la concha fuera fallido, repite el operativo; y una vez presencié nueve intentos sucesivos antes de que la recia concha cediera. (…) En estado de domesticación come sin problemas vegetales cocidos, o cualquier cosa que se le ofrezca, aunque siempre tiene preferencia por la carne cruda de cualquier tipo. (…) Se domestica fácilmente, y se hace muy apegada a cualquiera que le preste atención”.

Al establecerse los frigoríficos en Nueva Zelanda, a fines del s. XIX, el naturalista William Walter Smith observaba: “Las achuras son una gran atracción para las gaviotas, y grandes cantidades de estas aves frecuentan diariamente los playones y corrales, subsistiendo tanto con los desperdicios frescos como pútridos. Es interesante observar a las gaviotas desgarrando y tragando grandes trozos de grasa e intestino, y ocasionalmente disputándose con otras el derecho a obtener los pedazos. He visto cantidades de ellas posadas en las proximidades de los establecimientos con los buches distendidos, repletos hasta el límite. Tanto jóvenes como adultos participan del festín, y sus salvajes y excitados gritos se escuchan desde larga distancia del lugar”.


ALEX MOUCHARD








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