Gaviota, gaviota, vals del equilibrio,
cadencia increíble, llamada en el hombro.
Gaviota, gaviota, blancura, delirio,
aire y bailarina, gaviota de asombro.
¿Adónde te marchas, canción de la brisa,
tan rápida, tan detenida?
Disparo en la sien y metralla en la risa,
gaviota que pasa y se lleva la vida...
La gaviota – Silvio Rodríguez
Larus
dominicanus
Ilustración de David W. Mitchell. Gray, GR. The genera of birds. Vol3. London :Longman,
Brown, Green, and Longmans,1849.
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Una mañana brumosa en una playa atlántica de la provincia de
Buenos Aires caminaba observando las bandadas de gaviotas que posadas al borde
del mar levantaban vuelo al acercarme. ¡Qué sensación de libertad! ¡Que habilidad para mecerse en el aire de
cara al fuerte viento! Así me sorprendía
la gaviota cocinera, una especie que hoy en día se la considera dañina por sus
ataques a dos especies emblemáticas como la ballena franca austral y el
amenazado macá tobiano. Adentrarse en su
historia, escuchando a los antiguos naturalistas, permite vislumbrar las claves de su
comportamiento pasado y actual, y de su interacción con el humano.
La Gaviota Mayor “abunda infinito en el Río de la Plata” dice
Félix de Azara. “Su voz muy desagradable se reduce a repetir gaa, con más prontitud y agudeza cundo
se enfada, y también canta de otras maneras, una de ellas dice quéu. Se traga una rata grande entera,
si la halla muerta”. Coincidiendo con
Azara, Charles Darwin señalaba que “esta gaviota abunda en bandadas en las
pampas, a veces tanto como 50 a 60 millas al interior. Cerca de Buenos Aires,
concurre a los mataderos y se alimenta de basura y despojos, junto con los
caranchos (Polybori) y jotes (Cathartes)”.
“Arriba, en
el aire, un enjambre de gaviotas blanquiazules que habían vuelto de la
emigración al olor de la carne, revoloteaban cubriendo con su disonante
graznido todos los ruidos y voces del matadero y proyectando una sombra clara
sobre aquel campo de horrible carnicería”
El matadero
– Esteban Echeverría
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Sobre esta voracidad, incluso canibalística, que dio origen al
refrán “come gaviota que no te hallarás en otra”, Robert Murphy observaba: “Por donde quiera
que caminaba en la isla Lobos de Afuera [Perú] invariablemente era seguido por
una parloteante recepción de Cleos gritando, que se hacían aún más vociferantes
cuando me aproximaba a sus crías. Todas ellas se comportaban como si fueran
perfectamente conscientes de que tarde o temprano involuntariamente habría de
espantar a un infortunado piquero [patas azules (Sula nebouxii)] de su nido. A los huevos de los piqueros se los
llevan para devorarlos, a veces los tragan enteros, mientras que los de los pelícanos
[pardos (Pelecanus thagus)] los
rompen sobre el suelo. Aún los huevos de su propia especie no están a salvo; se
los llevan ni bien una gaviota incubando es espantada, cuando tiré algunos
huevos bien incubados de Cleos sobre la arena, rompiéndolos, los adultos,
caníbales, descendieron y se tragaron los embriones (...) Cau-cau, el nombre
aborigen araucano, imitación de sus voces, es también un nombre común en Perú
donde, sin embargo, esta gaviota generalmente es llamada Cleo.
Gaviota.
Dibujo de José Sanchez Labrador. Peces y aves del Paraguay Natural
Ilustrado. Fabril Editora, Bs As, (1767)
1968.
Y de las particularidades del gusto de la gaviota, Ernest
Gibson, dio algunas precisiones desde el Cabo San Antonio (Provincia de Buenos
Aires): “El cebo en forma de carroña más atractivo para esta especie es un
caballo o yegua muertos, después de quitársele el cuero. Una vaca o una oveja
posiblemente atraerán uno o dos individuos (…) pero la carcasa de un cuadrúpedo
equino, especialmente si está muy gordo, es ciertamente una cita para un par o
aún una docena de Gaviotas Dominicanas. Ellas permanecerán en su posesión
durante varios días (probablemente una semana), manteniendo a una distancia
respetable a cualquier otro posible
participante del festín (aunque sé que ellas son rechazadas a su vez por
el Águila Mora), y sólo se retiran al anochecer hacia alguna laguna abierta en
las cercanías, donde parece que pasan la noche. La proximidad de la carcasa a
una vivienda humana parece que le es indiferente, y no tiene ningún efecto
disuasorio, aunque otras veces no creo que la llamaría un ave confiada; mejor
se la puede describir tanto como intrépida y salvaje, no temerosa del hombre,
como desdeñosa de él y sus cosas – una criatura de los mares tormentosos y
solitarios, y de las llanuras despobladas. Los gritos son también típicos de la
especie, un clamor de largas y roncas llamadas de una a otra, un fuerte coro de
risas inhumanas mientras riñen sobre su festín, y una aguda y triste nota doble
recordándonos los grandes océanos y las errantes aves marinas. ¡Sui generis! ¿Quién no recuerda igualmente la voz del chorlo en la costa o las marismas, y la memoria de esos ambientes
que siempre nos trae?
“Una vez crié y mantuve un juvenil durante un par de años en la
casa principal, en el patio. Y creo que
"Pío-pío” como se llamaba, estaba poseído por siete demonios. A los
corderitos los picoteaba hasta que tenían que ser retirados de su impía
proximidad; los gatos y perros sufrían el terror de sus vidas; los seres humanos
eran ignorados, si lo dejaban tranquilo, pero si apenas pronunciaban el
desafiante llamado de ''Pío-pío", donde quiera que estuviera – parado
sobre una de las puertas de la cocina, o en la veranda, o cualquier otro lugar
del patio— su cabeza se proyectaba hacia abajo y adelante (como un ofidio),
como si contestara al grito de "Pío-pío” y con una rápida carrera, iba
derecho hacia el enemigo. Mejor entonces llevar botas de montar, porque la
fuerza de su pico era sólo igualada por la ferocidad de sus asaltos, cada corte
o puñalada acompañados por el agudo y estridente pío-pío. Y cuando quedaba solo, en victoriosa posesión del campo de
batalla, dirigía la cabeza hacia arriba, el pico totalmente abierto, y con una
gran y prolongada nota metálica expresaba su triunfo”.
El autor de la especie, Larus
dominicanus, fue Martin Hinrich Carl
Lichtenstein en 1823 que dio con ella al catalogar los especímenes del Museo de
Zoología de Berlín. No aclara por qué le puso dominicanus y refiere que “habita en la costa de Brasil”, donde él
nunca estuvo. Su proveedor de ejemplares desde Brasil era Friedrich Sellow, y
es probable que éste o bien el propio Lichtestein hayan inventado el nombre
basándose en la similitud del plumaje de esta gaviota con el hábito de la Orden
de los Predicadores o dominicos, llamados así debido a su fundador, Domingo de
Guzmán. El hábito de estos monjes que,
según relata Domingo, le fuera entregado por la Virgen María, consiste en una
túnica blanca, símbolo de la pureza, y una capa negra, símbolo de la penitencia
que permite llegar a la inocencia pura.
Varios marinos y navegantes dieron noticia de gaviotas similares
aunque sus relatos debido a la imprecisión no permiten una buena
identificación. Pero el padre Louis
Feuillé en su viaje a Chile y Perú (1709-1711) relataba lo siguiente: “En
Valparaíso, una pequeña ciudad en el Reino de Chile, fui al puerto después del
almuerzo para encontrar algo con que poder pasar el día siguiente. Cuando una
gaviota muy particular salió del mar y se aventuró demasiado cerca de la
orilla, le disparé, y cuando cayó a tierra, fue suficiente para que la viera
más de cerca. Así que la dibujé, y después de describirla, también la disequé.
Esta ave es tan grande como una de nuestras gallinas (…) Cuando lo abrí, [el
estómago] estaba lleno de plumas, como de un ave pequeña que busca comida en
las orillas del mar, y que recibe de los campesinos el nombre de Tocoquito, del
cual es muy evidente que el viento hace presa, tanto el mar como en la tierra”. No me fue posible identificar al Tocoquito.
Quizás sea el Tococo o Tapaculo (Scelorchilus albicollis albicollis) que
vive en Valparaíso, aunque no es
habitante de las orillas del mar sino de los arbustales de los cerros. Feuillé
denominó al ave Gaviota negra y blanca (Larus
leucomelanus). El nombre local según
apuntaba Thomas Bridges era “quilla”.
Maximilian, Príncipe de Wied, así hablaba del Gaivotão, como le
dicen los brasileños: “Anida en las rocas de las costas del mar, especialmente
en las islas rocosas, como las que se encuentran en las entradas de la bahía de
Río de Janeiro (…) Ilha Raza y Redonda, en el mejor de los casos pueden
considerarse como los únicos acantilados con aves que he encontrado en Brasil,
ya que aquí, en la temporada de apareamiento, estas gaviotas se reúnen. Se
paraban en parejas en las escarpadas alturas del acantilado frente a sus cuevas
y al acercarse nuestro bote salían gritando tan pronto como nos acercábamos
demasiado, pero fue difícil alejarlas. Por cierto, estas aves solo se ven en
las costas del mar, o aisladas en tierra, cuando son arrastradas por la
tormenta”. También ese lugar, Hermann
Burmeister la vio “muy común en la bahía de Río de Janeiro; se observan
diariamente y en todo momento a individuos de ésta especie, incluso en el
baluarte entre los barcos, para sacar a los peces. Se encuentra en las islas
aisladas y deshabitadas frente a la
entrada de la bahía, pero es tímida y no se le acerca fácilmente”.
Larus
dominicanus. (abajo a la izquierda) Dibujo de Georg Krause. Drygalski, Ev. Deutsche Südpolar-Expedition, 1901-1903, im Auftrage des Reichsamtes des Innern, Bd. 9. Berlin :G. Reimer,1908 |
LA GAVIOTA EN
EL OCEANO ÍNDICO
En las remotas islas Kerguelen, del Océano Índico, Alfred Edwin
Eaton, el naturalista de la expedición para la observación del tránsito de
Venus (1874-1875) realizó estas observaciones: “Esta gaviota no anida en
acantilados, sino entre las plantas terrestres que bordean adyacentes a la costa.
Sobre promontorios bajos los nidos a menudo son ubicados a unos pocos metros
unos de otros en huecos entre las Azorella;
pero donde la costa está aceptablemente nivelada están generalmente apartados a
una distancia considerable, y frecuentemente junto a alguna roca o mata de Azorella en las cuales la respectiva
pareja de gaviotas se ha acostumbrado a posarse. En la estación de cría los
sitios de estos nidos solitarios están marcados aproximadamente por las aves
solitarias que se pasean por la cercana línea de marea. Como las hembras no se
sientan en el nido cuando se les aproxima, sino que se escabullen discretamente
cuando están a tiro de arma de fuego, es
útil observar esta clave de la posición de los nidos provista por sus parejas
(…) Los pichones se van del nido a poco de eclosionar, y se ocultan entre las
plantas cercanas cuando están asustados. A veces, aún cubiertos de plumón, se
aventuran a nadar entre el kelp en medio de los gritos de todas las gaviotas de
los alrededores, que están atentas a su avance, abalanzándose sobre ellos de
vez en cuando como si fueran a agarrarlos; pero entonces son propensos a ser
arrastrados hacia el mar por el viento dominante y a morir acalambrados. La
llamada de los pichones por comida es muy peculiar, y puede oírse desde muy
lejos; tiene algo de parecido al chillido de un Búho chico [Asio otus] hambriento”.
No sabemos bien quién empezó a llamarla “cocinera” pero este
dato de Eaton nos sugiere la explicación: “Cada día ni bien las ocho campanadas
de mediodía eran tañidas a bordo de los buques, se las podía ver abalanzándose
hacia ellos desde todas direcciones hasta que se reunía una enorme bandada para
esperar el vaciado de los cubos de basura después de la comida, aunque uno
o dos minutos antes ni un ave estaba a la vista”.
Desde las mismas islas,
el médico Jerome Henry Kidder, escribía: “Mientras observaba las
diversas aves que se habían reunido junto a la carcasa de un elefante marino
sobre la playa, vi que las gaviotas, al alimentarse desde la superficie del
agua, no usan sus pies y uñas como instrumentos de prehensión. Hunden el pico,
tomando a la presa sólo con él, aun cuando estuviera a poca distancia de la
superficie, y, a la vez, golpean el agua fuertemente con los dedos extendidos,
logrando así un impulso hacia arriba, para mantener su vuelo”. Y agregaba sobre sus voces: “Tiene varias
notas o gritos diferentes: uno, que emite cuando nada, a cierta distancia de
otros, ha sido confundido más de una vez con una llamada de un humano
angustiado; otro, lanzado cuando están muchos juntos, es como el grito de la
gaviota reidora [Larus ridibundus]. Hay una especie de creak, que deja oír cuando
está hamacándose perezosamente en el
aire, y una serie de llamadas cortas, como el maullido de un gatito, que solo he
oído cerca de los nidos.”
Otro naturalista que visitó
las islas Kerguelen, Robert Hall, informaba que las gaviotas “temen
aventurarse muy lejos en el mar abierto, porque no tiene alas muy fuertes, y
cuando se levanta una tormenta siempre flotan en el agua, manteniéndose dentro
del kelp, que crece a una milla de nuestras playas. De esta forma pueden verse centenares,
capeando el temporal. A causa de la
posición variable, el ave permanece algún tiempo sobre el kelp, y para ello no
pliega las alas por un rato, sino que,
como un barco de velas, se inclina hacia adelante, hasta que hace pie seguro
sobre las algas. (…) Los pichones se agazapan sobre las rocas para evadirse
cuando pasa una persona, y toda la bandada llama desde arriba como presa de
melancolía. Aun cuando los jóvenes sean ya grandes como sus padres, se ocultan
entre las rocas para protegerse, pero pronto se impacientan y corren al agua”.
Larus
dominicanus.
Acuarela de Claudina Abella. Gollan JS. Aves de Nahuel Huapí.
Administracion General de Parques Nacionales y Turismo, 1949.
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LA GAVIOTA EN
EL ATLÁNTICO SUR
El médico alemán Karl von den Steinen participó de la Expedición
Alemana a Georgias del Sur en 1882, y tomó interesantes notas sobre el comportamiento de la gaviota
cocinera y sus crías: “Por lo general, se mantenían juntas en una bandada de
color blanco y negro, de 20 a 40 individuos. Se encontraban en los acantilados bañados
por el mar, en los copos de espuma, en la playa, siempre con la precisión de un
aparato meteorológico con el pecho blanco enfrentando al viento, es decir,
todas paralelas entre sí y con la misma postura en todo el grupo”.
“Más tarde, aparecían durante la bajamar, en los mismos lugares
donde quedaban aguas someras sobre un formidable pavimento de grandes rocas y
bloques, en cuyos innumerables rincones
había una gran cantidad de cangrejos de mar. Aquí, al día siguiente, tan pronto
como entré su territorio, volaron en grupo con muchos gritos. Si buscaban
comida flotante, se daban un envión, se elevaban un poco por encima de la
superficie y se sumergían de pecho para atraparla”.
“En lugares aislados, en la zona de rocas cubiertas de hierba
exuberante, encontramos los huevos sobre una simple depresión poco profunda. En
los alrededores, usualmente había uno u otro nido viejo, y como prueba de que
la bandada de dominicanas había criado allí, una acumulación de conchas de
lapas bien conservadas, mezcladas con arena, - pequeño indicador de la casa de
las aves. Le quité los huevos a sólo un nido, que encontré en medio de la cima
de una colina, cerca de un estanque. El
25 de noviembre encontré otros dos huevos, en cuya búsqueda alerté a la madre
que huyó cuando me acerqué. Generalmente ponen tres; son más pequeños, más
redondos y más manchados que los de las escúas y tienen casi el mismo color.
Después de mi cosecha, todo el enjambre se dispersó dando voces fuertes de lamento”.
“Alrededor del 18 de diciembre, descubrí los primeros pichones
de color marrón claro con marcas negras, que buscaron refugio entre la hierba.
Obviamente miré a mi alrededor buscando un tercero. El nido estaba lleno de
conchas. El mayor de los hermanos, un poco fuera de proporción, emitía el mismo
lamento que los padres. Éstos volaron con gran angustia, ante la agitación de
todos sus amigos y vecinos. Mientras continuaba mi visita, confié a los dos a
una madre pingüino para su custodia; cuando me retiré, el más joven quedó muy insatisfecho
con la inhabitual niñera, en cambio, el
mayor escapó y se sentó orgulloso al lado del nido, lo que a la madre a su vez
le pareció irresponsable y lo reprendió con una fuerte sacudida de cabeza. En
casa, los nuevos habitantes comen carne, pan y papas con gran apetito. Ya nadan muy bien”.
“El 5 de enero observaba el bullicio de las dominicanas durante
un rato, bajo el sol y el clima borrascoso.
La mayoría de ellas estaban inmóviles, al viento, sobre sus rígidas
patas, las cabezas un poco bajas y las alas negras echadas hacia atrás, pero
cada tanto una o dos de ellas se inclinaban, y pronto algunas se dejaron ir,
como si solo quisieran airear un poco las plumas, después de revolotear, levantarse y hundirse
nuevamente en el acantilado. Cuando me acerqué al agua sin ninguna intención
maliciosa, todas las gaviotas se alzaron con un grito tan fuerte que me
ensordecieron: un joven, que probablemente había querido huir de mí, yacía en
el oleaje. Atento, una escúa cruzó el enjambre, y parecía dar la impresión de
que habría una matanza en ciernes. Observado con el mayor fervor, el pichón
trepó a una roca en forma de anillo, sobre la cual estaba al menos protegido de
los peligros desde mi lado”.
Sello de las Terres Australes et Antarctiques Françaises |
“El mismo día, encontré a los dos jóvenes criados por mí cerca
del nido, el cual estaba ubicado en una roca aislada que era bien conocida para
mí; pasaron 2 ½ -3 semanas antes de que mis pichones criados se fueran. ¡Qué
diferente, sin embargo, fue el resultado para el que recibió la alimentación
materna con lapa fresca! Éste era casi el doble del tamaño de sus hermanos y la
diferencia era enorme, aunque fuera el mayor y pese a que la etapa de
desarrollo del plumaje era casi exactamente la misma. Y sin embargo, les
habíamos brindado nuestra propia comida, incluyendo pescado, que era pre
cortada para ellos. Tampoco sufrieron maltratos. Les permitimos total libertad,
recorrían las inmediaciones y gradualmente expandieron sus excursiones, aunque
hasta fines de febrero regresaban casi todos los días a la "guardería",
comían lo que deseaban y dormían allí. Luego se unieron a un grupo grande, pero
se diferenciaron durante mucho tiempo por su comportamiento frente a nosotros,
ya que permanecían en silencio, en paz y tranquilidad, mientras que los otros
huían con timidez”.
Auguste Menegaux, en su informe sobre las aves de la Expedición
Antártica Francesa, daba algunos datos más sobre esta gaviota: “Estos animales
son muy desconfiados, porque jamás se acercan al explorador a la distancia de tiro de fusil. Su grito se parece
al de la lechuza, de noche, y cuando perciben al cazador caminando o emboscado,
parecen provocarlo haciendo oír una especie de exclamaciones: ha, ha, ha, etc. (…) El pico muy grueso
de esta especie hace suponer que estos animales se alimentan de moluscos. En
efecto, el Dr. Turquet [de la Expedición Antártica de Jean-Baptiste Charcot en
el “Pourquoi –pas? “] ha constatado que viven de lapas adheridas a las
rocas las que recogen durante la bajamar. Es su alimento favorito. Las llevan a
los roquedales, y allí las devoran, de modo que las conchas se acumulan en tal gran cantidad
donde anidan que forman un colchón espeso entre los bloques de piedra”.
“En el mes de abril de 1904, en la isla Booth-Wandel [Península
Antártica], el Sr. Turquet ha visto a los Megalestris
[escúas] y a los grandes petreles ocupados en devorar los cadáveres de focas
recién muertas. Cerca de ellos se encontraban numerosas gaviotas que miraban,
pero sin tocar la carne. [El zoólogo sueco Axel Johann Einar] Lönnberg informa
que por el contrario las gaviotas se hacen huéspedes regulares de los
campamentos cuando la pesca de la ballena ha comenzado. Se las ha visto recoger
todas las basuras, incluso la grasa de ballena (…) Son valientes, porque hacen
frente a su enemigo sin dejarse atemorizar. Se paran inmóviles, dando vuelta la
cabeza de costado al enemigo y abriendo el pico amenazante, siempre emitiendo su couick con la mayor regularidad”.
La Misión Científica Francesa al Cabo de Hornos (1882-1883)
obtuvo ejemplares de Gaviota cocinera y registró el nombre que le daban los
fueguinos: Kiouakou, a los adultos, y Kalala, a los juveniles. En Tierra del Fuego, Crawshay apunta que “es
particularmente agresiva para el hombre, viniéndose al verlo, siguiéndolo desde
arriba, y ladrando como un perro wau-wau-wau.
Otras veces, emite un largo y quejoso k-w-i-i-y-u.
Grandes cantidades se congregan en las cercanía de los establecimientos, y allí
pasan sus días peleando por los desperdicios”.
LA GAVIOTA EN
SUDÁFRICA
John Latham (1790) la registró en el Cabo de Buena Esperanza
donde la observó nidificando entre las
rocas: “Viven de peces y de polluelos. Tamaño de un ganso”. Ya Peter Kolbe, el astrónomo holandés, había
comunicado: “Los europeos de El Cabo matan muchos miles de gaviotas por año.
Las plumas de estas aves (que son cortas
y delgadas) son mucho más preferibles que las plumas de ganso para rellenar
colchones; y son muy usadas de esta forma en El Cabo”.
Richard Bowdler Sharpe, tuvo allí un ejemplar cautivo: “Nuestro
amigo Jack era muy manso, y paseaba a su antojo por el jardín y dentro de la
casa; se alimentaba de cualquier basura, y generalmente llevaba sus bocados al
bebedero, y los lavaba o mojaba antes de tragarlos. Su lugar favorito para
dormir, cuando no se subía a una pila de carbón, era un viejo tocón en el
jardín. Era muy aficionado a atrapar ratones, que tragaba enteros, tras darle
unos pocos golpes preliminares en el suelo. En verdad, parecían un gran bocado para él, y corría desde el rincón
más lejano del jardín, con apenas sostener uno en nuestros dedos, o mostrarle
la trampera. Era muy afecto a los gusanos, pero no comía babosas. Generalmente
se lavaba a la mañana y a la noche, y dormía mucho durante el día”.
Desde Sudáfrica también, el naturalista y explorador sueco Karl
Johan Andersson señalaba: “Es un ave muy voraz, comiendo sobre las
carcasas de ballenas y focas muertas, y también comiendo con gusto ratas, aves
o peces muertos, así como gusanos, insectos y moluscos; además es muy destructor
de los huevos de las aves marinas. Me ha asegurado un excelente experto que con
total facilidad se lleva enteros hasta una roca alejada los huevos de pingüinos
y piqueros, donde los devora con placer. También se dice que esta gaviota tiene
la singular conducta de destruir sus propios huevos si descubre que su nido
está en peligro de que una persona quiera recogerlos”.
Larus dominicanus.
Ilustración de John
Gerrard Keulemans. Buller WL. A
history of the birds of New Zealand. London :John Van Voorst, 1873.
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LA GAVIOTA EN
NUEVA ZELANDIA
El naturalista Percy Earl, que participó en el viaje a la
Antártida del capitán James Clark Ross entre 1839 y 1843, encontró a la gaviota
cocinera en Nueva Zelandia: “Son muy numerosas en las estaciones balleneras;
fueron vistas en tales cantidades sobre la carcasa de una ballena, después de
quitada la grasa, que no quedaba ni una parte visible del animal. Son conocidas
por los nativos con el nombre de Karoro”.
Este nombre maorí se aplicaba a los adultos, mientras que a los jóvenes, les decían
Ngoiro.
El ornitólogo neozelandés Walter Lawry Buller hacía estas
observaciones: “Esta hermosa gaviota, que se extiende por todo el hemisferio
sur, es extremadamente abundante en todas sus costas, prefiriendo, sin embargo,
las playas de mar suaves y los bancos de arena en la boca de nuestros ríos de
marea; en esos lugares siempre se la encuentra sola o asociada en grandes
bandadas, mezclándose con la especies menores de gaviotas, gaviotines y
ostreros y otras aves playeras. Frecuenta los puertos, y revolotea alrededor de
los buques con mucho barullo, esperando recoger cualquier trozo que sea
arrojado desde a bordo. Sigue la estela de los vapores que zarpan, mientras
dejan las aguas tranquilas hacia las lejanías tormentosas, y a menudo los
acompaña mar adentro, observando ansiosamente por los trozos de comida mientras
flota a popa, y disputando su posesión con los albatros y petreles del Cabo, en
cuyos dominios se ha entrometido largamente. Durante tiempo muy tormentoso,
vuela varias millas tierra adentro; y en la época de cría ocasionalmente
asciende el curso de los ríos en busca de un lugar seguro para anidar. También
frecuenta las pasturas a cierta distancia de la costa en busca de comida,
haciendo un buen servicio al granjero por su gran consumo de orugas y otros
insectos plaga. En la costa subsiste principalmente de especies de bivalvos, y
despliega mucha ingenio para romper la dura concha y alcanzar su contenido; la
agarra con sus poderosas mandíbulas, corre unos pocos pasos, y entonces
extiende las alas, y se remonta en el aire hasta una altura de 10 metros o más,
y entonces deja caer el molusco sobre la dura playa de arena, y desciende para
recoger la carne de entre los pedazos rotos. Si el primer intento de romper la
concha fuera fallido, repite el operativo; y una vez presencié nueve intentos
sucesivos antes de que la recia concha cediera. (…) En estado de domesticación
come sin problemas vegetales cocidos, o cualquier cosa que se le ofrezca,
aunque siempre tiene preferencia por la carne cruda de cualquier tipo. (…) Se
domestica fácilmente, y se hace muy apegada a cualquiera que le preste
atención”.
Al establecerse los frigoríficos en Nueva Zelanda, a fines del
s. XIX, el naturalista William Walter Smith observaba: “Las achuras son una
gran atracción para las gaviotas, y grandes cantidades de estas aves frecuentan
diariamente los playones y corrales, subsistiendo tanto con los desperdicios
frescos como pútridos. Es interesante observar a las gaviotas desgarrando y
tragando grandes trozos de grasa e intestino, y ocasionalmente disputándose con
otras el derecho a obtener los pedazos. He visto cantidades de ellas posadas en
las proximidades de los establecimientos con los buches distendidos, repletos
hasta el límite. Tanto jóvenes como adultos participan del festín, y sus
salvajes y excitados gritos se escuchan desde larga distancia del lugar”.
Azara,
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29, 30: Performed in H. M. Sloop Chanticleer, Under the Command of the
Late Captain Henry Foster, F. R. S. &C. by Order of the Lords Commissioners
of the Admiralty, Volumen1. 797 pps – London :R. Bentley.
Wied, Maximilian, Prinzen zu – 1832 -
Beiträge zur Naturgeschichte von Brasilien. IV Band. Weimar : Im Verlage
des Landes-Industrie-Comptoirs.
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