"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


domingo, 11 de diciembre de 2011

A LA BUSQUEDA DEL CHURURU O PARINA CHICA Phoenicoparrus jamesi



“Rojas están las aguas, están como teñidas y cuando las bebimos, fue como si hubiéramos bebido agua de salitre”
Poesía boliviana precolombina.

     Philip Lutley Sclater, coautor junto con nuestro querido William Henry Hudson de Argentine Ornithology,  describía en 1886 una nueva especie de un raro flamenco que le había sido enviado desde Chile por Harry Berkley James.


Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


    En 1884 el tal James había encargado a Carl Rahmer, colector, preparador y subdirector del Museo Nacional de  Santiago de Chile que le consiguiera una colección de aves  de   la Cordillera de Tarapacá, antigua provincia peruana, retenida por Chile tras la Guerra del Pacífico.  Rahmer que ya había recorrido Antofagasta y Tarapacá en 1884,  realizó un nuevo viaje en enero y febrero de 1886 durante el cual obtuvo 150 especímenes de aves de un total de 53 especies, incluído el nuevo flamenco.

     La zona se encuentra al norte del desierto de Atacama y el ave fue capturada cerca de Sitani, a una altura de 3.600 m, al pie del volcán Isluga.  El paraje es de imponente belleza, dominado por el cono nevado del volcán que alcanza los 5530 m, un paisaje de gran desolación por lo riguroso del clima y  la escasa vegetación típica de la puna, hierbas y pastos en cojines o matas, con muy escasa cobertura. Hoy en día forma el Parque Nacional Volcán Isluga.  Este lugar fue un importante centro ceremonial aymara, pero hoy en día Isluga es apenas un caserío despoblado, donde sólo habita el custodio de la iglesia que data del siglo XVII. La comunidades  aymara de la región se remontan a 6.000 años atrás. En las cercanías hay importantes sitios arqueológicos como el Pukara de Isluga, el cementerio de Usamaya, las ciudades de Chok y Qolloy, y las Chullpas de Sitani, donde hay rastros de influencia inca.

     Rahmer relata que encontró una bandadita de unas 30 parinas chicas  en una lagunita de poca profundidad (esta especie por su menor tamaño no se adentra tanto en aguas profundas como los otros flamencos). Refiere que eran muy desconfiadas y por lo tanto difíciles de cazar y que se alimentaban de algas filamentosas. Los indígenas las denominaban “pariguana etite”, diferenciándolas de la parina grande o “pariguana chololo”. En una carta donde anunciaba su hallazgo a Sclater, Rahmer proponía el nombre de jamesi para esta especie, con lo cual Sclater estuvo de acuerdo, y la denominó Phoenicoparrus jamesi.  Homenajeaban así al mencionado Harry Berkley James (1846-1892),  un clérigo inglés que se había radicado de joven en  Valparaíso, Chile,  progresando luego rápidamente hasta llegar a ser gerente  de una gran mina de nitrato en Iquique. Desde entonces había dedicado  su  riqueza y tiempo libre a coleccionar aves  y  huevos, reuniendo  por  sí mismo una considerable cantidad  de  ejemplares  y comprando otros  a Friedrich Leybold,  al mismo Rahmer y a otros naturalistas  chilenos.  Era tal su entusiasmo con las ciencias naturales que a pesar de que en 1877 un terremoto destruyó su casa, al año siguiente ya estaba viajando en mula por Chanchamayo, colectando mariposas. James publicó un catálogo actualizado  de aves  chilenas, New List of Chilian Birds,  usando los  nombres comunes recogidos en el país  y la nomenclatura científica de Sclater.   Ya radicado nuevamente en Inglaterra, James donó al Museo  Británico  su colección  de  1382 pieles y 678 huevos, incluyendo  el tipo del chorlito puneño Charadrius alticola y el ya mencionado de la parina chica.


Peña, L. E.-1961-  Postilla Nº 49 – Peabody Museum of Natural History


     Curiosamente un ejemplar de este flamenco ya había sido obtenido alrededor de 1850 por William Bollaert en la laguna de Parinacota ( del aymara “parinaquta” = laguna de parinas), al sudoeste del volcán Isluga. Sin embargo, enviado al Museo Británico se lo consideró como perteneciente a la especie Phoenicoparrus andinus, es decir la parina grande.

     Bollaert era un pintoresco personaje inglés, químico, geógrafo y etnólogo que a los 18 años se desempeñaba como técnico en las minas de plata de Tarapacá, siendo el primer europeo en cruzar el peligroso desierto de Atacama. A través de su amigo George Smith dio informes sobre Tarapacá al mismísimo Darwin cuando pernoctó en la salitrera La Noria, cerca de Iquique, durante su viaje alrededor del mundo. Tras diversas aventuras, Bollaert,  regresó a Peru y Chile en 1854, ocasión en la que obtuvo la pieza que comentamos.

     En Argentina los primeros ejemplares de parina chica fueron conseguidos en 1907 en Abrapampa, Jujuy, por la expedición dirigida por los etnógrafos franceses Henri Georges de Créqui-Montfort y Sénéchal de la Grange.

     La parina chica fue un ave elusiva para los naturalistas debido a su escasez y a lo dilatado de las regiones donde habita. En 1940 se realizó una expedición a Tarapacá, región que desde 1889 no había sido visitada por ornitólogos; estaba integrada por Alfredo W. Johnson, Jack D. Goodall y R. A. Philippi quienes no pudieron encontrar a esta especie. Tampoco pudieron hallarla en 1943 los mismos viajeros en el Departamento de Arica.  En 1957 el Dr. Francisco Behn, junto con su esposa Eika Theune,  AlfredoW. Johnson,  Bryan Johnson y Guillermo Millie viajaron al desierto de Atacama para tratar de encontrar a este flamenco, que se consideraba prácticamente extinguido.

     Como confiesa el propio Behn, se introdujeron sin autorización territorio Boliviano,  es decir clandestinamente, para visitar la laguna Colorada donde tenían noticias de la nidificación de los flamencos. En medio de una zona sumamente desértica se encuentra esta espectacular laguna de aguas color rojo herrumbre, con una superficie de  54 km² , pero una profundidad de sólo 35 cm. Hoy en día está protegida por la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Abaroa, en el departamento de Potosí. Allí los viajeros pudieron ver a la parina chica criando en pequeño número en medio de grandes bandadas de las otras dos especies. Cazaron una hembra y obtuvieron huevos de varias nidadas. Su población la estimaron en un 6 a 8% de un total de 3000 individuos de las tres especies. También las hallaron en el salar de Ascotán y en el de Surire.

     La colonia de la laguna Colorada, a la que llegaron con la guía de un indio aymara, se encontraba en una isla de sal bórax en medio del agua libre, a unos 2 km de la costa. Los nidos de las tres especies estaban entremezclados y era imposible deducir por sus características a que especie pertenecía cada uno. El guía llamaba “tococo” a la parina grande, “guaichete” al flamenco austral y “chururo” a la parina chica. Una cuarta especie, llamada “jetete”, resultó al parecer juveniles de la parina grande. También las distinguían con los nombres de parina de canillas amarillas (grande),  de canillas oscuras (flamenco austral) y de canillas rojas (chica).




Rahmer, C. – 1887 – Journal für Ornithologie, 35:160


     
     Behn comprobó que las parinas se alimentaban de diatomeas y posiblemente de crustáceos no mayores de 0.5 cm de diámetro, ya que el ave no puede abrir el pico más que esa distancia. Respecto del color del plumaje de los flamencos y de las aguas de la misma laguna, lo supuso debido a los pigmentos (ficoeritrinas) presentes en las algas cianofíceas del género Aphanocapsa que habitan sus aguas, y que serian responsables también de la coloración pronunciada de la grasa  y de la yema del huevo.


     Un dato interesante es que en esta zona hay lagunas y salares con aguas termales a 22ºC que permiten la sobrevida de estas aves en invierno, cuando la mayor parte de las aguas libres se congelan. Behn observó la importancia de la cosecha de huevos realizada por los lugareños, la que alcanzaba entre 800 y 1000 huevos de flamenco en un solo día. Los indígenas recolectaban los huevos y colocándolos sobre cueros los arrastraban hasta  la orilla fangosa de la laguna,  donde los embalaban en cajones con pasto seco, y así a  lomo de burro los llevaban a vender a los pueblos cercanos. Durante los meses  de diciembre a febrero, cada 10-15 dias, hacían una recolección de huevos  en la colonia. Obligadas por esta destrucción de sus nidadas, las parinas hacían hasta tres posturas por temporada.  Pero debido a la escasez de población humana, supone Behn que esta actividad extractiva no representaba peligro para la supervivencia de estas poblaciones de flamencos, constituyendo estos huevos un importante ítem alimenticio para los habitantes de aquellas desoladas regiones.

     En el mismo año que la expedición de Behn,  Luis Peña comisionado por el Peabody Museum of Natural History de la Universidad de Yale, recorrió Antofagasta  y en la misma laguna Colorada capturó un macho adulto de parina chica, que se encontraba con un un grupo de unos 20 ejemplares,  incluyendo varios pichones volantones. Los adultos eran extremadamente desconfiados pero los pichones caminaban por ahí tranquilamente acercándose hasta 10 m de los expedicionarios.
Peña señala que los habitantes de la región la llaman “chururu” y que quizás no sea un ave tan rara sino subobservada,  ya que su gran desconfianza hace que se aleje con rapidez aunque los observadores estén lejos. Dice que su llamada habitual suena como “chu-ru-ru-ru-ru-ru” y da origen a su nombre común. Los juveniles parecen decir “huaj-cha-tata” y son considerados por los nativos como otra especie. Peña observó que estas aves vagabundean entre las innumerables lagunas y salitrales del altiplano como la laguna Colorada y las de Pujsa y Loyoquis, donde los obervó invernando y anidando en grandes cantidades sin poder establecer cantidades exactas para cada una de las tres especies. Sin embargo, en una visita hecha a la Laguna Colorada al año siguiente, con el ornitólogo norteamericano Roger Tory Peterson, pudieron contar no menos de 7000 ejemplares de parina chica. Peña llegó a la conclusión de que la parina chica es la especie con mayor capacidad para anidar en las regiones de mayor altura, a menudo sobre los 4000 m, descendiendo a veces en invierno a humedales y lagos entre 2300 y 3500 m.



Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


     Es obvio que siendo las parinas aves tan vistosas y tan necesarias para los pobladores del Altiplano en cuanto proveedoras de proteínas (huevos) habrían de encontrar un lugar en el folklore de esos pueblos.
Carolina Villagrán y Victoria Castro en Ciencia Indígena de los Andes del norte de Chile  señalan el uso de las plumas de parina mezcladas con paja sikuya y con las hojas del arbusto kipa (Fabiana ramulosa) para quemar en sahumerios en la ceremonia de difuntos para el separamiento de almas. Por su parte Virginia Vidal en Gotas de tinta y palabreos cuenta que en el sector Soncor del Salar de Atacama viven las parinas en la laguna de Chaxas a donde regresan al atardecer. Allí  “gloriosos soldados ejercitaron su puntería asesinando a estas aves de garbo supremo que necesitan el salar y la soledad para sobrevivir”.

     Hay también un tema de música andina instrumental llamado "Parina" interpretado por el grupo Queñuani del norte de Chile.


Alex Mouchard


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REFERENCIAS

Behn, F., A.W. Johnson y G. R. Millie – 1957 - Expedición ornitológica a las cordilleras del norte de Chile – Boletín de la Sociedad de Biología de Concepción, 32:95. 
Peña, L. E.-1961- Explorations in the Antofagasta Range, with observations on the fauna and flora. Postilla Nº 49 – Peabody Museum of Natural History.
Peña, L. E.- 1962 – Notes on South American Flamingos - Postilla Nº 69 – Peabody Museum of Natural History.
Rahmer, C. – 1886 – Anales de la Universidad de Chile, 69 (1):753
Rahmer, C. – 1887 – Journal für Ornithologie, 35:160
Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


lunes, 14 de noviembre de 2011

EL JABIRU (Jabiru mycteria): UN GALÁN SIN SUERTE


                                                
“A lo lejos en la vega tiende galán por sus márgenes, 
de sus álamos y huertos el pintoresco ropaje...”

                                                   José Zorrilla- A buen juez mejor testigo

     Anton August Henrich Lichtenstein fue un doctor en teología y filosofía alemán, profesor de lenguas orientales en el Gymnasium de Hamburgo, rector del Johanneum y bibliotecario en la misma ciudad y profesor en Helmstadt, Baviera. Lichtenstein era también zoólogo de gabinete, curador de algún museo  cuyo nombre no trascendió y para el cual escribió en latín un  catálogo de rarezas naturales (Catalogus Rerum Naturalium Rarissimarum, 1793) donde enumeraba una colección de mamíferos y aves de la que lamentablemente no se conoce su suerte. Además publicó varios trabajos zoológicos y en uno de ellos se ocupó de revisar las especies descriptas por Marcgrave y Piso en su obra sobre la historia natural del Brasil (ver nuestra entrada “La chuña y Marcgrave”),  designándolas con nombres latinos según el sistema linneano.

     Asi  al ave descripta por Marcgrave como Jabiru brasiliensibus, Lichtesntein la denominó Ciconia mycteria. Marcgrave también citaba allí el nombre que le dan los holandeses: “negro”,  el cual no se explica, según Azara, ya que es un ave mayormente blanca, pero quizás el apelativo se refería a los pichones que, como en muchas cigüeñas, son de color negro.

     Buffon,  que creía en una armonía que equilibraba los distintos productos de la Naturaleza, señalaba que en contraposición a los reptiles de las zonas tropicales, se habían desarrollado  grandes aves como el jabirú, capaces de combatirlos gracias a estar dotados de una fuerza proporcional a la de las grandes serpientes, y con una talla tal que le permitía vadear aguas profundas.  “Su pico es un arma poderosa, de 13 pulgadas de largo, agudo, achatado lateralmente a la manera de un hacha y compuesto por una sustancia córnea y dura”.  Buffon fue uno de los primeros en señalar el collar de piel roja del ave, ya que Marcgrave en su dibujo sólo puso algo de rojo en las remeras secundarias, asomando entre el negro de las primarias. Y ese error fue repetido luego por otros autores como Brisson y Sánchez Labrador, que seguramente describieron al jabirú mirando el dibujo de Marcgrave.



Marcgrave, George & Willem Piso. 1648. Historia Naturalis Brasiliae


     Buffon aclaró además otro error, de transposición, ya que el dibujo de Marcgrave que aparece junto al texto donde describe al jabirú no corresponde a esta especie, sino que le corresponde el dibujo de la página siguiente.


     Piso señaló que al jabirú se lo encuentra en las márgenes de lagos y ríos apartados; que su carne aunque muy seca no es del todo mala, especialmente cuando engorda durante la época de lluvias y entonces es consumida por los indígenas, que lo cazan con fusiles y flechas.

     El cirujano militar Bertrand Bajon,  que escribió una memoria sobre la Guayana  Francesa y la Cayena (1768-1777),  cuenta que los pichones de  jabirú se atrapan fácilmente  por ser poco recelosos  y porque suelen quedarse mucho tiempo antes de huir, de manera que se los puede aferrar por las patas. Tuvo durante mucho tiempo un pichón cautivo, el cual era muy voraz y necesitaba mucho pescado para hartarse. Señalaba que la carne de estas aves jóvenes es tierna y de un gusto bastante bueno, pero la de los adultos es dura y con sabor aceitoso.

    “Cigüeña de collar roxo” llamó   Félix de Azara a esta especie y aclaró que algunos le decían “Aiaiai”.  Comentó  que va sola y es de las aves más ariscas. Y dijo que el nombre “Yabirú” significa “cosa hinchada por el viento” y que podría aludir, como explica William Hudson, a que cuando el ave es herida o se enfurece la piel roja del cuello se hincha como una vejiga, tomando un color bien escarlata.

     El jabirú era raro en las zonas que recorrió  el príncipe de Wied, cercanas a Bahía, Brasil. Afirmó que esta ave es capaz de olfatear al cazador y suponía que sus órganos olfativos debían ser por lo tanto  muy desarrollados. Mencionaba que se alimenta de todo tipo de animal de los pantanos incluso de aves, porque pudo presenciar como perseguía encarnizadamente a un pequeño macá hasta atraparlo. Nunca le escuchó emitir ninguna voz, aunque Goeldi contó que, como otras cigüeñas, castañetea el pico con un ruido de matraca.


En 1862  Osbert Salvin junto a Robert Owen realizó un viaje por la costa pacífica de Guatemala. Allí,  en Huamachal,  encontró al jabirú caminando lenta y majestuosamente por la ribera de las lagunas. Le costó mucho cazarlo ya que es un ave muy arisca y finalmente pudo abatir una que, entretenida cazando una anguila, se demoró en levantar vuelo.

En Ega, William Bates, el gran viajero del Amazonas, asistió a una ceremonia indígena en ocasión de las vísperas de San Juan. Un gran número de hombres y niños se disfrazaron para representar diferentes animales.  Y observó que uno de ellos caminaba solitario, con una máscara de jabirú, imitando muy bien el andar y la conducta del ave.


                Newton,  A. – 1893-1896 – A Dictionary of Birds.  London 


Los nombres del jabirú

     Según Charles Cleveland Nutting , un zoólogo norteamericano que estudió la fauna de Costa Rica, el nombre que le dan en ese país es “Galán sin ventura” y dice que la exactitud de tal nombre sólo la puede apreciar quien ha visto al ave en la naturaleza y se debe al contraste entre el alegre collar rojo y el aspecto gastado de su plumaje. Efectivamente, los sabaneros de Guanacaste, en el valle del Tempisque, se vestían de blanco con un pañuelo rojo en el cuello, y alguien vio el parecido del ave con ellos.

      Johann Natterer registró el nombre que le daban en Matto Grosso:  “rei dos tuiuius” o “tuiuiu de cabeça vermelha” y describió su dieta: serpientes, escarabajos, langostas, cangrejos, peces y ranas.

     Charles Chubb, otro naturalista viajero que recorrió la Guayana Británica, relataba que "es una vista muy hermosa la de centenares de estas poderosas aves sorprendidas de golpe, lanzándose en vuelo desde la sabana en todas direcciones, desordenadamente, hasta alcanzar la altura de 30-45 m , donde se empiezan a ordenar, y entonces con graciosa facilidad ascienden volando en espiral, cada vez más alto, hasta que sus enormes formas casi desaparecen de la vista humana y apenas se ven como un pequeño punto flotando en el azul profundo del espacio". Registró también sus distintos nombres indígenas: “taramaru” entre los macusis, “doih” para los waraos y “mora-coyasehre” entre los arawaks, lo cual significa “el espíritu de Mora”. Por su parte J. J. Quelch anota otro curioso nombre común para Guyana: “negrocop”, quizás derivado del “negro” holandés.  En la zona del Orinoco se le llama “garzón soldado”.


Chubb,Ch -1916 -The birds of British Guiana


     Otro extraño nombre, esta vez en nuestro litoral, es “tuyuyú coral” por los colores del cuello negro, rojo y blanco como los de la serpiente del mismo nombre, y “tuyuyú cuartelero”. También se registra en nuestro país “Juan Grande”. En Colombia, según las regiones, se lo llama “coyongo”, “coscongo”, “grullón”, “cabezahueso”,  “gabán”, “huesito” y “cabeza de cera”. Como vemos muchos de los nombres se refieren a cierto aspecto humano del jabirú por el andar parsimonioso  de sus largas patas y su colorido que se asimila al de uniformes militares o trajes típicos.


Alex  Mouchard

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REFERENCIAS

Azara, F. de- (1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992.

Bajon, B. -1777Mémoires pour servir à l'histoire de Cayenne, et de la Guiane Françoise.

Bates, H.W. – 1873-The Naturalist on the River Amazons.
Chubb,Ch -1916 -The birds of British Guiana.
Lichtenstein -1819- Abhandlungen der physikalischen Klasse der Königlich.
Marcgrave, George & Willem Piso. 1648. Historia Naturalis Brasiliae.
Nuttig –1882- Proceedings U.S. Nat. Museum.
Pelzeln, A v -1870- Zur Ornithologie Brasiliens.
Salvin,O -1865- Ibis
Wied -1833-Beiträge zur Naturgeschichte von Brasilien

 

sábado, 29 de octubre de 2011

LA HISTORIA DE LA BANDURRIA AUSTRAL - Theristicus melanopis



“ Fue Bandurrio llamado rústico Orfeo porque habiéndose muerto su dama, intentó ir a los Campos Elíseos. Y habiendo llegado con esta locura una noche a las Dehesas Gamenosas junto a Córdova, se le antojó que unas yeguas blancas eran las almas. Sacó su bandurria y espantó de tal manera los ganados, que los yegüeros ignorantes, como si fueran las bacanales de Tracia, le mataron a palos".
Lope de Vega "La Dorotea"
     Hacia fines de 1774 el buque Resolution, al mando del famoso capitán James Cook, se encontraba explorando el Atlántico austral, al este de Tierra del Fuego. Con el amanecer del nuevo año alcanzan un grupo de islotes ubicados junto a la costa norte de la isla de los Estados al que bautizan justamente Islas de Año Nuevo. Alli según Cook observaron “una especie de playero casi tan grande como una garza”.  Los naturalistas de la expedición, Forster padre e hijo, (ver la entrada sobre el Pingüino Rey) coleccionaron en esas islas desoladas a esta ave que criaba sobre las rocas inaccesibles y que les recordaba poderosamente a los ibis africanos, aves que frecuentaban las zonas inundables de Egipto, caracterizados por su largo pico curvo, sus amplias alas, patas largas y cola corta.
     Estas aves estaban dedicadas al dios lunar Thoth, representado con cabeza de ibis, quizás porque la Luna se consideraba un astro húmedo, y los ibis frecuentaban los bañados. Por eso los egipcios creían que el ibis llevaba la cuenta de los días de menguante y de creciente lunar, porque era la duración de la incubación de sus huevos. Se aseguraba que durante los eclipses de Luna, en que el astro moría al menos transitoriamente, los ibis mantenían sus ojos cerrados. El ibis protegía a los egipcios de las víboras que venían de Etiopía con las crecientes del Nilo, y como consideraban que era un ave incapaz de beber aguas contaminadas (¿hoy le diríamos indicador ambiental?) los sacerdotes solo usaban en sus rituales agua donde sabían que habían bebido estas aves, a quienes se consideraba inmunes a toda enfermedad y dotadas de vida eterna. Matar un ibis en aquellos tiempos era un delito muy grave que podía llevar al culpable al  cadalso. Un dato curioso es que los egipcios creían que los ibis se apareaban y daban a luz por la boca, quizás por interpretar erróneamente la alimentación boca a boca de un adulto a un juvenil y de observar regurgitaciones de caracoles u otros alimentos que hubieran ingerido.
     A partir de los especímenes obtenidos por los Forster, John Latham describió al “Black-Faced Ibis”, es decir  “ibis de cara negra”.  Como Latham, gran ornitólogo inglés especialista en avifauna australiana,  no se preocupaba mucho por la nomenclatura, utilizó ese nombre libresco en inglés. Para cuando se dio cuenta de las ventajas del sistema binomial de  Linné y lo quiso utilizar en su Index Ornithologicus, ya el médico alemán Johann Friedrich Gmelin había supervisado y publicado (1788-y 1793) la 13ª edición del Systema naturae de Linné, bautizando las especies de Latham con nuevos nombres, que fueron los que en definitiva perduraron en la nomenclatura científica por la ley de prioridad. De manera que traduciendo del inglés al latín Gmelin le aplicó a la bandurria el nombre Tantalus melanopis (melanopis = cara negra). El nombre genérico lo tomó del naturalista holandés Pieter Boddaert que lo había creado para el colorido ibis crestado de Madagascar, actualmente Lophotibis cristata. Es un nombre que hace referencia al dios griego Tántalo que habiendo ofendido a los dioses olímpicos con crímenes abyectos fue enviado al infierno y condenado a permanecer en un lago con el agua hasta el cuello y cada vez que intentaba beber el líquido, éste se retiraba de su alcance. Quizás Boddaert vió en esa historia una imagen de los ibis vadeando incesantemente y picoteando el agua para capturar sus presas, como si quisiera beber el agua que se les escapaba. De todos modos no permaneció mucho tiempo la bandurria con este nombre genérico,  ya que el herpetólogo Johann Wagler en 1832 le creó un género especial, Theristicus, que en griego quiere decir “cosechador” y que se refiere a la semejanza del pico con una hoz.
     Con respecto al nombre común de bandurria, Azara explica, refiriéndose a la especie septentrional (Theristicus caudatus),  que como “su voz no es agria y se figuran los españoles que se parece al sonido seco (y metálico, agregaríamos) de la mandurria, y por eso la llaman así”. Mandurria era el nombre que daban en Aragón (la patria de Azara) a un instrumento de cuerda similar al laúd que en el resto de España, se conocía como bandurria. El instrumento y su nombre derivan de la pandura romana, y ésta a su vez del pan-tur sumerio.

Black-faced Ibis. Plate LXXIX from Latham's History of Birds Vol 3. Pt 1. 1785. Shrewsbury Museums Service

     Charles Darwin observó a la bandurrias en el extremo sur de la Patagonia, generalmente en parejas. Su grito le pareció semejante al relincho del guanaco, al menos cuando lo escuchaba de lejos. Encontró que se alimentaba de lagartijas, cigarras y escorpiones. Como dato curioso menciona que en el British Museum  habría ejemplares presuntamente traídos del norte de África por el explorador escocés Hugh Clapperton , quien recorrió esas regiones en la segunda década del s. XIX. Evidentemente la confundió con alguna especie africana, ya que nuestra bandurria no llega a esas regiones.
     Thomas Bridges que colectó en Chile, Argentina y Bolivia la consideró no poco común en el interior de Chile donde nos dice que se domestica fácilmente y que su carne es consumida por los nativos.
     Robert Oliver Cunningham, naturalista del buque Nassau que exploró la zona magallánica en 1866-1869, halló a la bandurria tan desconfiada y cautelosa, que le costó mucho cazar alguna. Su voz –indica - parece decir “qua-qua, qua-qua”, voz a la que William Hudson, enfatiza a un “quack-quack” para dar una idea de las notas ásperas y de extraordinaria potencia que profiere. Estos fuertes gritos, aclara, les servirían para mantenerse en contacto cuando se dispersan entre los pastos de las pampas bonaerenses, donde invernan, mientras capturan las larvas subterráneas de los bichos torito (Diboloderus). También describió las notables evoluciones aéreas de este “fino ibis”, antes de retirarse a dormir en las zonas ribereñas,  las que acompaña con fuertes gritos y termina precipitándose al suelo donde se oculta para reposar.
     El naturalista francés Claudio Gay que desde 1830 estudió la fauna chilena y cuyas colecciones dieron nacimiento al Museo Nacional de Historia Natural de Chile, encontró bandurrias en todo ese país e indicó que su carne era excelente. Cuenta que en una ocasión al matar una de ellas, las compañeras comenzaron a rodear a la víctima  lanzando gritos muy agudos. Menciona también que los indígenas araucanos la llaman “raquí”. En la costa de Temuco, Chile, hay un sitio llamado Ruka Raki, o sea “la casa de la bandurria”.



Crawshay, R – 1907 – The Birds of Tierra del Fuego. London.

     Crawshay la describe en Tierra del Fuego y habla sobre su curioso canto: “Mucho antes de verlas, o aún sin llegar a verlas, se escuchan sus gritos de gran alcance. Luego, puede que veamos o no un par o más de formas oscuras batiendo sus alas, ora sobre la llanura, ora sobre un risco, ora zambulléndose en un valle, zigzagueando aquí y allá, aunque siempre manteniendo su dirección. El grito semeja muchos sonidos, según la distancia y según como llega al oído – desde arriba, desde abajo o a través del viento. Muchas veces lo he tomado como el relincho de un guanaco y viceversa. Me parece más semejante al “tink tink” del yunque del herrero – acampanado y musical en la distancia; más profundo, áspero e intenso en la cercanía.
     Lo compara al ibis hadada africano (Hagedashia [Bostrychia] hagedash) en la regularidad de los horarios en que vuela desde los dormideros hasta los campos donde come y cuando regresa.  Crawshay registra también el nombre ona de “koritchet”, que Andrés Giai escribe “korrikeke”.

Alex Mouchard

El raki o la Bandurria (Theristicus melanopis).
Poesía mapuche de Lorenzo Aillapan

Las bandurrias tienen sonidos metálicos,
por esta característica ya antiguamente eran bien conocidas.
Ahora por siempre una comunidad entera lleva su nombre,
desde que existe se llama la Casa de las Bandurrias.
Actualmente el colegio se llama Ruka Raki,
donde se reúnen alumnos y profesores.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakí truliraki!

El pájaro raki es el que sabe mejor contar su habilidad,
de a dos a cuatro andan como sabios consejeros.
A modo de sonido, una y otra vez, dialoga el macho bandurria.
En aspecto, de sonido rimbombante, dialoga la hembra bandurria.
El concierto, sonido met·lico en lenguaje-canción,
es la melodía m·s acertada, divina, alegre y danzando.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakÌ truliraki!

En el sobrevuelo, arriba, por parejas de a dos y parejas de cuatro.
A modo de gruñido, voz, sonido: su lenguaje canción.
En el espacio sideral, desde muy lejos de la tierra, se escucha venir.
Antes de posarse hace un cÌrculo en el aire con su cuello amarillo,
de cola negra, plumaje dorso ceniciento, patas negras rojizas.
Hábitat predilecto: lagos, ríos, esteros, donde hay pastizales.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakÌ truliraki!

REFERENCIAS
-Aillapan, L & Rozzi,R. -2004- UNA ETNO-ORNITOLOGÍA MAPUCHE CONTEMPORÁNEA: POEMAS ALADOS DE LOS BOSQUES NATIVOS DE CHILE. ORNITOLOGIA NEOTROPICAL 15 (Suppl.): 419–434.

-Azara, F. de-(1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992.

-Crawshay, R – 1907 – The Birds of Tierra del Fuego. London.
-Cunningham, R.O. -1868- Ibis 4.
-Darwin, C. R. ed. 1838. Birds. The zoology of the voyage of H.M.S. Beagle. by John Gould. London: Smith Elder and Co.
-Gay, C. -1847- Historia física y política de Chile. Zoología I. París.
-Giai, A. - 1952- Diccionario ilustrado de las aves argentinas. Bs. Aires
-Gmelin, J. F. – 1789- Systema Naturae...editio decima tertia
-Latham, J. - 1781-1802- A general synopsis of birds, with a suppl. White, Leigh & Sothebys, London
-Sclater, PL & Hudson, WH –1888- Argentine Ornithology


EL MONSTRUO DE SAN VICENTE: LA RANA TORO.




               
"Dinos, te lo ruego, que demonio es esta melancolía, que puede transformar a los hombres en monstruos"
    -John Ford, 'The Lady's Trial' (1639) 
          






Agradezco a mi amigo Gabriel Rodriguez por acercarme esta interesante relato de Marcos Freiberg.

             
San Vicente es una localidad cercana a la ciudad de Buenos Aires que tiene la suerte de poseer a su vera una laguna. Si bien este detalle ecológico no resulta muy original, posibilitó el desarrollo de acontecimientos como los que ocurrieron allá por el verano del 43 y proporcionaron al pueblo de una publicidad tan inesperada como envidiable.

Una noche caliginosa, en víspera de tormenta, mientras los vecinos trataban de conciliar el sueño que se les escurría de los ojos, acosados por la temperatura y el zumbido irritante de los mosquitos en trance de procurarse el sustento, oyeron un sordo mugido procedente de la insondable oscuridad lacustre.

Una y otra vez repitiose el extraño lamento, por momentos iracundo, pero no prestaron demasiada atención al asunto dado que al día siguiente era preciso levantarse temprano para trabajar y no era cuestión de dormirse sobre los libros de la oficina o equivocarse con las sumas y restas bancarias, que no permiten debilidades humanas y obligan a reponer dolorosamente los pesos fantasmas.

Al caer la noche, no menos insomne y calurosa que la víspera volvió a escucharse el terrorífico rugido, como se les antojó a los pobladores, y- ahora no había duda- el sonido era real y no producto de fantasiosas elucubraciones.

Como de cualquier manera no podían dormir comenzaron a pensar en el probable origen de tan extemporáneo fenómeno pero, una vez más, el cansancio y una tregua en el vuelo en picada de los implacables insectos ahítos de sangre, les permitió conciliar el sueño y olvidar la idea obsesiva que se insinuaba en sus mentes crédulas.

Con las ineludibles obligaciones cotidianas, el misterioso suceso se olvidó un poco, pero con el crepúsculo volvieron mosquitos y mugidos y como era sábado, los vicentinos sentados ante las puestas de sus casas  a horcajadas sobre la sillas puestas al revés, las manos sobre el respaldo y las barbillas apoyadas dubitativamente sobre el dorso, sana costumbre pueblerina que facilita la intercomunicación humana, hablaron largo y tendido sobre los singulares acontecimientos ocurridos.

Las opiniones estaban divididas y alguien acotó - más informado- que tal vez la naturaleza les había otorgado la suerte de albergar en su laguna, además de humildes bagres, alguna criatura antediluviana, capaz de atraer la atención de los científicos, la fama y , ¿porqué no?, provechosos negocios turísticos para la localidad si se explotaba inteligentemente la presencia del extraño ser.

¿No tenían acaso sus monstruos respetables el lago Lochness en Escocia y el Lago Di Como en Italia?¿No hubo buen jaleo con el plesiosauro de la Patagonia?¿Porqué había de ser menos el pueblo de San Vicente?.

Alguien tenía un amigo periodista y se comunicó la novedad a la prensa. Ni cortos ni perezosos los muchachos tomaron la noticia por su cuenta y el “Monstruo de San Vicente”, como lo bautizaron prontamente, toma estado público nacional. Titulares a toda página informaron al país que la modesta laguna, cuasi incógnita hasta ayer, daba albergue a un dragón temible, que rugía de noche y atemorizaba hasta el pánico a los vecinos.
Monstruo o no el Hombre- con mayúscula- no permanecería indiferente ante su aparición y como, si como se presumía, resultaba una especie reptiliana ancestral, respetada milagrosamente por los milenios, no pasarían sus vivencias al futuro si de las buenas gentes de San Vicente dependiera.

Reportajes y opiniones diversas aparecieron profusamente en lo periódicos, acompañados a veces, de fotografías nocturnas en que sólo se veían pajonales y dibujos del presunto dinosaurio con un largo cuello, pero el aterrador rugido se oía intermitentemente, llenando de zozobra el ánimo crédulo de los campesinos. Sólo quedaba para la dignidad de los ciudadanos un camino para debelar la incógnita lacerante y es el que se tomo decididamente.

La cacería se organizó tomando en cuenta los más mínimos detalles. Abundante acopio de armas, largas y cortas, linternas, perros y corazones intrépidos dispuestos a triunfar, o sea, aniquilar al monstruo abominable o a morir en la demanda. Bueno, tal vez no tanto, pero casi era eso.

La noche era oscura y el aire caluroso y húmedo traía el vaho de las aguas quietas y de los pajonales. A ratos un relámpago presagiaba la tormenta inminente. El grupo de valientes inició la marcha: los dientes apretados, los puños crispados sobre la empuñadura de las armas y los dedos rápidos en los gatillos. Los perros corrían adelante, ladraban y excitados agitaban las colas como en las nobles cacerías de la perdiz colorada. Pero parecían comprender que aquí se trataba de algo más importante y peligroso. Mientras tanto los mugidos no cesaban y el que los emitía no demostraba importarle gran cosa el peligro probable de ser descubierto.

Dejaron atrás las últimas casas. Bípedos y cuadrúpedos olfatearon el aire neblinoso que les sirvió de acicate en la aventura.

El sonido escalofriante del extraño ser guiaba a los intrépidos. Encendieron las linternas y se abrieron en abanico apartando los pastos espesos. Nadie hablaba. Arrecieron los ladridos y, orientados los perros por el olfato, corrieron rectamente hacia un lugar cercano a la orilla, cuando de repente cesaron los mugidos. Los hombres temblaron, pero arrastrados por los acontecimientos ya no podían retroceder. Reunieron los haces luminosos de las linternas y se acercaron al lugar que acosaban los perros enfocando hacia arriba, más o menos a la altura de un monstruo respetable, pero las saetas de luz perforaron inútilmente las sombras. El espacio estaba vacío. Bajaron los focos y, evidentemente, pensaron que el horrible ser debía ser algo rastrero, pues tampoco descubrieron otra cosa salvo pastos enhiestos. Finalmente, dispuestos a todo apartaron con largas estacas la vegetación, apretaron convulsivamente las armas y ... en un círculo luminoso como una vedette vaudeville en un escenario, quedó iluminada en pleno una rana toro, “bull frog” de los norteamericanos, de respetables dimensiones, pero ni remotamente significaba su bautizo de “Monstruo de San Vicente”, pues ni era tan horripilante por cierto ni tampoco era de San Vicente, aunque estaba allí de visita, escapaba de algún aficionado ranero, si bien sus mugidos potentes habían originado el malentendido.

Cuando los valientes expedicionarios, bastantes desilusionados pero no menos aliviados de la tensión nerviosa sufrida ante la incertidumbre del peligro de hallar a la marginada bestia apocalíptica, se disponían a aplastar ignominiosamente al animalejo de marras, según inveterada costumbre humana para zanjar los diferendos, un viejo criollo que había participado de la partida con una linterna y una bolsa por toda arma detuvo con un gesto de su mano a los machos llenos de coraje, y tomando a la rana con la mano izquierda la introdujo en el saco, se lo echó al hombro y emprendió el regreso.


Rana catesbeiana
(Pope, C. H. 1944. Amphibians and reptiles of the Chicago Area.  Fieldiana. Zoology. Special Publication)

Al día siguiente los porteños pudieron contemplar a sus anchas en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, encerrado en una breve caja de vidrio, al presunto monstruo con menos aprensión que en las tartarinescas jornadas vicentinas. En la base de la jaula podía leerse: rana toro o “Bull Frog”, Rana catesbeiana, de los Estados Unidos y Méjico.


Marcos A. Freiberg
El Mundo del Zoo, 1974
Edit. Albatros



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