"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


lunes, 16 de diciembre de 2024

LA YACUTINGA (Pipile jacutinga) Y LOS ESPÍRITUS DE LA NOCHE

Alex Mouchard

 

Lejos gritó una yacutinga y la selva dibujaba formas fantásticas

 contra el cielo admirablemente azul”.

Alfredo Varela (1985)



Cumana jacutinga – Spix’s White Headed Guan

Dibujo de Henrik Grönvold

(Knatchbull-Hugessen & Chubb, 1917)






En abril de 1818 el naturalista Johann Baptist von Spix y su compañero el botánico Carl Friedrich Philipp von Martius llegaban al sudeste del estado de Minas Geraes (Brasil) en su viaje desde Sao Paulo a Bahía. En esa época esta zona estaba cubierta de Selva Atlántica, hoy prácticamente desaparecida. “Estos bosques intrincados, en cuyo interior reina una oscuridad casi eterna, están hechos para llenar el alma de asombro y terror; nunca nos aventuramos a penetrar en ellos sin estar acompañados por soldados, o al menos estar bien armados y mantenernos cerca unos de otros” (Spix & Martius, 1824). Era el territorio de los indios puris o coroados, que eran bastante pacíficos con los europeos, pero sufrían los ataques de los violentos botocudos o engerakmung.


Bosque de araucarias, hábitat de la yacutinga en Minas Geraes.

Dibujo de Johann Moritz Rugendas (Martius & Eichler, 1840-1906)  




Los viajeros alemanes pasaron una semana en la Fazenda Guidowald (actual Guidoval, la «selva de Guido»), de Guido Thomaz Marlière, un militar francés al servicio de la corona portuguesa. “Esta hacienda fue construida por el comandante cerca de algunas aldeas de indios que debían ser civilizados, para tenerlos siempre bajo su vigilancia. Está situada en un territorio confinado y densamente arbolado, en la ladera occidental de la Serra da Onça, parte de la Serra do Mar” (Spix & Martius, 1824).

 “Una selva oscura nos cubría y a lo lejos se oían las voces más singulares de varios animales. La soledad mágica y la maravillosa exuberancia del bosque mantenían nuestra mente en  equilibrio, por así decirlo, entre los sentimientos de miedo y de alegría. Contemplamos con asombro, en el dosel de los árboles, numerosos pájaros del plumaje de lo más alegre, y brillantes guirnaldas de las más hermosas plantas trepadoras y parásitas" (Spix & Martius, 1824).

Podemos suponer que fue en esa zona que Spix obtuvo, probablemente por trueque con los indios coroados, dos ejemplares, macho y hembra,  de un ave similar a una pava, que describió y publicó con el nombre Penelope jacutinga (Spix, 1824-1825), pero sin especificar la localidad exacta.  Sólo consignó: “Habita en las selvas entre Río de Janeiro y Bahía”. Hellmayr (1906) consideraba que el ejemplar tipo, que se encuentra en el Museo de Munich, provenía del «sur de Brasil».


Aldea de indios Coroados en el bosque cerca de la hacienda de Guidowald, en el río Xipoto.

En un lugar así probablemente Spix obtuvo sus yacutingas (Spix & Martius, 1823–1831) 




Así relataba Spix la transacción: “Varias especies de «gallinas de selva», en particular la hermosa Jacu (Penelope Marail, leucoptera), tortugas y monos, que corrían en libertad, parecían ser considerados parte de la familia. Nuestro deseo de poseer las más raras de estas aves, que nuestro soldado secundó con gestiones urgentes, quedó insatisfecho hasta que atrapó a los animales y se los mostró a su dueño en una mano, y un tentador regalo en la otra. Después de una larga vacilación, el indio se apoderó del regalo y así, por una especie de acuerdo tácito, quedamos en posesión de nuestro premio” (Spix & Martius, 1824).

En su relato, Spix colocó entre paréntesis esos nombres científicos que ya habían sido usados por otro viajero alemán, Alexander Philipp Maximilian von Wied-Neuwied, quien había recorrido la zona pocos años antes, entre 1815 y 1817. Los nombres Penelope marail y [Penelope] leucoptera, son respectivamente los de la yacupeba o yacú-poi (actualmente Penelope superciliaris) y de la yacutinga (Pipile jacutinga). Wied publicó la descripción de la yacutinga después que Spix, y por eso el nombre leucoptera quedó en sinonimia de jacutinga (Wied-Neuwied, 1832).

Nuestra suposición se ve avalada por lo que refería Wied sobre las flechas que usaban los indios botocudos: “La parte inferior de la flecha, que presiona la cuerda del arco, está provista de las anchas plumas de la cola del mutum (crax alector L.), jacutinga (penelope leucoptera), jacupemba (penelope marail, L.), arara, etc”. (Wied-Neuwied, 1821).  Es decir que los indígenas efectivamente capturaban estas aves, las mantenían en domesticidad y utilizaban sus plumas y su carne.

 

 

El caballero Johann Baptist von Spix

Dibujo de Joseph Anton Rhomberg

(Martius & Agassiz, 1829)  


 

FUENTE DE PROTEINAS

La yacutinga, antes de ser descripta por los científicos, ya era conocida por los viajeros que pasaron por Brasil. Jean de Lery (1578), que estuvo en los alrededores  de la actual Rio de Janeiro, comentaba que los indígenas capturaban en el bosque unas aves “grandes como pollos capones, y de tres clases, que llaman los brasileños iacoutin, iacoupen, & iacou-ouassou, que todos tienen plumaje negro y gris, pero en cuanto a su sabor, como creo que son especies de faisanes también puedo asegurar que no se pueden comer mejores carnes que la de estos iacous”. 

Coincidía con Lery el colono e historiador Gabriel Soares De Sousa: “Los yacúes son aves que los portugueses llaman gallinas de la selva, y son del tamaño de gallinas y de color negro; pero tienen patas más largas, cabeza y pies como de gallina, pico negro, cloquean como perdices, crían en el suelo, y su vuelo es muy corto; comen frutas, los indios las matan a flechazos; su carne es muy buena, y sus pechugas llenas de partes sabrosas como perdices del mismo color, y muy tiernas; la mayor parte de la carne es dura para asar y, cocida, muy buena” (Soares De Sousa, 1587).

Pero volvamos a Wied (1832) para ver que nos contaba sobre esta interesante especie: “Esta hermosa ave vive mayormente sola o en parejas en el interior de los bosques … y sólo se encuentra en selvas cerradas y extensas. Tiene el mismo estilo de vida que el Nº 1 [Penelope superciliaris], pero una voz corta y algo aguda y, hasta donde recuerdo, una estructura traqueal no muy buena. Cuando se doméstica se convierte en un animal doméstico útil. Nunca lo he visto cerca de las costas del mar como el Jacupemba [Penelope superciliaris]. En su estómago encontré restos de frutas e insectos. En el mes de febrero mis cazadores encontraron en un árbol el nido de esta ave, que estaba formado por ramas y contenía dos o tres huevos, tan grandes como los del Meleagris gallopavo [pavo doméstico]. La carne de la Jacutinga es un buen alimento; matamos muchas de estas aves en los grandes bosques interiores, es una presa invalorable. … Spix la ha representado bastante bien, pero algunas características de esta figura son criticables, especialmente la cabeza y el pico no están coloreados del todo correctamente”.


Penelope jacutinga

Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825)




Durante mucho tiempo ese fue el único nido conocido de la yacutinga. Más tarde, Hermann von Ihering (Berlepsch & Ihering, 1885) aportó más datos obtenidos del profesor Theodor Bischoff, de Arroio Grande (Rio Grande do Sul): “Las yacutingas son aves migratorias que generalmente llegan aquí en mayo y junio en bandadas de 4 a 16 y anidan aquí. Por lo general, colocan sus nidos en árboles en la parte superior, donde el tronco se divide en 3 o 4 ramas,  y ponen los huevos en la cavidad resultante, sin ningún lecho. Sus huevos, como máximo 2 o 3 por nido, son de un blanco puro, casi tan grandes como los del ganso. Sólo pude observar a la Jacutinga reproduciéndose una  sola vez y me pareció como si estuvieran incubando alternativamente, porque ya el macho  ya la hembra, salían volando. A finales de noviembre los pequeños salieron y siguieron a sus padres, no sólo caminando sino también aleteando. Se van en diciembre. Estos animales no se pueden mantener domesticados aquí en la colonia porque matan a las gallinas y los gallos”..

Sin embargo Sánchez Labrador (1767) decía que “estas aves, aunque se cojan grandes, se amansan luego sin dificultad y viven entre las gallinas y otras aves domésticas, entrando como ellas por todas partes”. Y Bertoni (1901) comentaba que “los pollos se crían y domestican como los de Djakú-po-í [Penelope superciliaris]. He mantenido varios individuos cogidos adultos durante muchos años, y se acostumbraron pronto a la esclavitud, llegando hasta comer de mi mano. Comían maíz, aunque necesitaban otras cosas para digerirlo bien, y comían de todo lo que el hombre, sobre todo frutas y verduras, como coles y hojas de batata. En tiempo de amor los machos perseguían a las hembras hasta hacerlas morir de hambre, pero estas nunca se dejaron cubrir y tuvieron que cruzarse con un Djakú-po-í que había junto. No ofenden ni a las aves más pequeñas, viviendo en armonía con todas; pero esto no es por cobardía, pues un día en que había yo dejado abierta la puerta de una jaula, separada sólo por el enrejado, se introdujo por ella un Accipiter (Esparvero) de los más sanguinarios, y mientras las otras aves se alborotaban asustadísimas, los Djakúapetí [Pipile jacutinga] fueron contra el enemigo, manifestando mucho enojo en ademán de batirse y dando saltos contra el alambre que los separaba".

Azara (1805) señalaba que con respecto a otros yacúes “es más estúpido y mansejón, y quizás por esto le habrán exterminado en los parajes poblados … Va a pares y en pequeñas familias … no sé que tenga más voz que el «pi» común a todos”. En efecto, a medida que se iba colonizando su zona de distribución, la cacería llevó a ésta y otras especies similares al borde de la extinción, de modo que la UICN la considera actualmente “en peligro”. Ya a fines del siglo XIX Emílio  Goeldi (1894) se lamentaba: “La yacutinga es un ave lindísima, éxtasis de los bosques. Su retirada gradual del Estado de Río de Janeiro, su completa extinción, de hecho muy cercana,  son fatalidades dignas de lástima”. Poco después, el naturalista polaco Tadeusz Chrostowski coincidía: “Estas aves son bastante numerosas a orillas del río Ubazinho [Paraná, Brasil], pero están condenadas a un exterminio completo siendo poco ariscas. Comúnmente se posan en las ramas a baja altura" (Sztolcman, 1926).

La caza para obtener su apetitosa carne y la alteración de su hábitat selvático condujeron a la triste situación actual, donde la ecorregión que habita, el Bosque Atlántico, perdió entre un 89 a 93% de su masa forestal desde que se inició la colonización europea.

 

 

“Se acuerda de muchos pueblos y arroyos que llevan su nombre, pero hace rato no anda por allí y le duele especialmente que en Andresito … hayan canonizado el viejo arroyo Yacutinga con el nombre de San Francisco … La yacutinga aguanta pese a todo, pero le duele el olvido”

 

(Chebez, 2008)

 

 

 


Sellos postales con yacutingas


La yacutinga y sus parientes constituyeron una excelente fuente de proteínas para los indígenas. En Minas-Geraes, “la cocina de los Macunis no siempre es tan bárbara como cabría esperar de hombres acostumbrados a vivir en el bosque. así, cuando quieren comer un yacú (Penelope), lo ponen en una olla, lo rodean con harina de yuca y lo cocinan a fuego lento" (Saint-Hilaire, 1850).

Incluso algunas etnias como los mbya-guaraníes, consideraban que su carne tenía valor medicinal como remedio para la tuberculosis. Es muy probable que los guaraníes, como los puris que trató Spix,  tuvieran en domesticidad o semidomesticidad a las yacutingas entre otros miembros de la familia. Al menos el siguiente relato de Sánchez Labrador hace pensar eso. Tras describir con bastante exactitud al ave que a falta de otro nombre denominó faisán o yacú III, señalaba: “Levanta y abate el penacho cuando gusta, y camina erguida con notable garbo. Habita en los más altos árboles de las selvas, y de las frutas que en ellos se crían, se alimenta. Su graznido es ronco y muy alto. Amánsase mucho, y pasa a molestar su mansedumbre, porque con gran satisfacción entra y sale en todas partes, y con un silbo bajito sabe pedir de comer si tiene hambre. La delicadeza de su carne de cualquier modo preparada a ninguna cede de las aves europeas y americanas, según los inteligentes" (Sánchez Labrador, 1910).

Más tarde las aprovecharon también exploradores y colonos. Los comentarios de Lery, Soares de Souza y Wied sobre el valor de la yacutinga como alimento se repiten en los relatos de muchos otros viajeros que sobrevivieron en la selva cazando estas apreciadas aves. Si bien su caza era relativamente fácil, no siempre era exitosa, como le ocurrió a Juan Bautista Ambrosetti en el Salto Alsina, en las Cataratas del Iguazú. “Del otro lado de la playa se elevaba otra isla mayor, también cubierta de magnífica  vegetación, de la que se destacaba una magnífica palmera inclinada sobre el agua del modo más gracioso. Allí se posó una Jacutinga o Faisán que matamos creyendo que vendría  a aumentar nuestra  cena, pero que al caer herida, el agua la arrebató arrastrándola en su carrera vertiginosa hacia el abismo" (Ambrosetti, 1894).

Pero en cuanto a auxilio de exploradores nada tan sorprendente como lo que le ocurrió al explorador inglés Thomas Bigg-Wither (1878) en el río Ivaí (Paraná, Brasil) cuando sufrió un ataque agudo de nefritis: “Acostado boca arriba, vi varias jacutingas o pavas salvajes en los árboles de encima y le dije a Jaca, que me estaba lavando la cara con agua, que matara a una y me diera de beber su sangre. Mató a dos y su sangre me llegó caliente, la que tragué con avidez. Creo firmemente que esta sangre me salvó la vida, pues me dio fuerzas suficientes para aguantar las dos horas siguientes, tiempo que me llevó bajar en canoa al sitio del hijo de Maruca, al alcance del médico”.

El mismo autor aportaba esta extraña creencia popular: “Mis compañeros me dijeron que el surucuá siempre se encontraba en los lugares frecuentados por las jacutingas, y que, de hecho, era el gran enemigo de esta última ave, y que el objetivo por el que se posaba, observando tan pacientemente, hora tras hora, era para poder abalanzarse sobre cualquier jacutinga que pasara y, habiendo asegurado una posición bajo el ala de su presa, se aferraba allí y le arrancaba sus órganos vitales con placer. Muchos brasileños que creen en la verdad de la historia dicen que éste es el uso que el surucuá hace de su pico afilado y su boca anormalmente grande” (Bigg-Wither, 1878).

 

 

 

 

El gran tapir, el pecarí, la paca

la yacutinga de plumaje bello

los venados, tucanes, urracas,

la paloma que en la selva arrulla

y tú, que por nosotros y por ellos

emprendiste, la última patrulla.

 

La Ultima Patrulla - Homenaje al Guardaparque Bernabé Méndez

                          (fragmento)

Alfonso Oscar Ricciutto -  Vuelo de Vencejo

 

 

 

 

Yacutinga

Dibujo de Jorge Rodriguez Mata

https://sib.gob.ar/especies/pipile-jacutinga


 

¿CÓMO SE LLAMA?  ¿QUÉ COME?

Jacutinga, el nombre de especie que le dio Spix, es el nombre común de esta ave en Brasil, y en esa forma apareció por primera vez escrito en 1583 por el padre José de Anchieta. Según Rodolpho García (1913),   el nombre es de origen tupí  y se compone de j: esa; a: grano, fruto; cu: comer; tinga: blanca. Sería “esa [de cabeza o  ala] blanca [que] come frutos”. Esto coincide con el comportamiento del ave que suele seguir una ruta de árboles con frutos maduros, de los que se alimenta varios días antes de pasar al siguiente. Es una importante dispersora de semillas de palmito (Euterpe edulis), cocú (Allophylus edulis), alecrín (Holocalyx balansae), pindó (Syagrus romanzoffiana) y otros. En la Serra Dos Orgãos (Rio de Janeiro), “las distintas especies de laurel crecen como hermosos árboles; florecen en los meses de abril y mayo, época en la que la atmósfera se impregna del rico perfume de sus pequeñas flores blancas. Cuando su fruto está maduro, constituye el alimento principal de la jacutinga (Penelope Jacutinga, Spix), una hermosa ave (Gardner, 1849)”. Aunque Marcgrave (1648) decía que las aves de este grupo “reciben su nombre por su grito, pues gritan: iacu, iacu, iacu”.

Como vimos, Arnoldo de Winkelried Bertoni (1901) utilizó otra denominación común en Paraguay, djakü-apetí o  yacú-apetí, nombre que registró Azara (1805), y que proviene de djakü: yacú; apé: lomo, superficie; y ti: blanco, aludiendo al color del ala. Bertoni también menciona el nombre guaraní djakü-pará (“yacú pintado”). Bertoni, que vivió de chico en el Alto Paraná, conocía bien a la jacutinga: “Habita los bosques frondosos y de mucha fruta, buscando menos embrollos que los Djakúpo-í y prefiriendo la mitad más alta, porque come las frutas en los árboles, baja menos al suelo y cuando baja es para comer semillas y barro. En el alto Mondá-ih y otros lugares desiertos y lejos del hombre hay barreros o sitios donde baja a comer barro, por lo común bajo la barranca del río, donde frecuentan también los Mborebí (Tapirus); en esos sitios bajan todos los días de mañana y de tarde grandes bandadas que se juntan allí poco a poco, pues vienen de lejos de á dos o cuatro; con los años hacen cuevas profundas. ... Hasta una o más horas antes del amanecer, ya se dirige al sitio donde quiere pasar el día y al volar hace un ruido muy extraño algo parecido al que hacen los caballos cuando soplan para arrojar algo de la nariz; algunos dicen que lo hace rasguñando la base de las rémiges con las uñas, pero no es cierto” (Bertoni, 1901).


Pone hasta cuatro huevos en un nido, que según dicen es análogo al de Djakú-po-í. Los pollos nacen con plumón como los de Criptúridos [inambúes] …  Desde el primer día ya se vuelan del nido al suelo, que puede ser la altura de 5 a 6 metros, y cuando se les halla, huyen ayudándose con las alas y pies, ocultándose como los Djakú-po-í …” (Bertoni, 1901).


Para Eurico Santos (1938) la yacutinga es “uno de los yacús mayores, más bellos y elegantes” y así interpretaba la vida  de este grupo de aves: “Viven en el bosque en pequeños grupos, excepto durante el período de incubación, cuando cada pareja se ocupa de sus serios problemas familiares. Viven sus vidas de manera muy metódica. Por la mañana, después de hacer un caprichoso «toilette», alineando sus plumas con el pico, esperan que lleguen los primeros rayos de sol, y mientras tanto conversan entre ellos, en lenguaje de gargarismos. Después de ser animados por la luz solar, corren a los lugares que ya conocen, y allí se llenan de toda clase de granos y bayas, descendiendo a tierra, cuando es necesario, y siempre que un arroyo claro los invíte a beber. Durante las horas soleadas del mediodía, se dejan llevar por la pereza y, como personas ociosas, se echan a la siesta entre las enredaderas sombrías, dormitando entre las matas de gramíneas, tumbados en la arena, de un modo eminentemente gallináceo. A veces sucede que uno de ellos, aturdido por el susto, se acerca gritando al perseguidor, agachándose, desplegando las alas, corriendo por una rama en diferentes direcciones y haciendo demostraciones de la más estúpida perplejidad. Así también se comporta el yacú al acercarse alguien a su nido”.

Cuando sienten que el día ya es largo y que pronto llegarán las sombras de la noche, se apresuran a cenar con el mismo apetito que en el almuerzo. Al empezar a oscurecer, buscan su percha favorita, siempre en el árbol más alto, y llegan allí, no sin serias discusiones, duros altercados y estallando en carcajadas llenas de ira, todo a causa de conseguir un lugar más cómodo, más propicio para el descanso nocturno. Los cazadores que conocen sus rutas, sus gustos, sus verdaderos posaderos adecuados, allí van a buscarlos. Como son tímidos, confiados y poco inteligentes, caen en todas las trampas y se dejan matar estúpidamente, a veces mirando con curiosidad al cazador que les pone el rifle en la cara. Cuando se las sorprende inesperadamente, les agarra un terror pánico” (Eurico Santos, 1938).

 

 

La Provincia de Misiones (Argentina) declaró a la Yacutinga como Monumento Natural Provincial, por ley XVI 143 del 19 de agosto de 2021 .

Foto Alex Mouchard




UN AVE DE LEYENDA

A pesar de la importancia de la jacutinga en la vida de muchos pueblos originarios no encontramos muchos mitos relativos a esta ave. Al haber varias especies similares que se van reemplazando en los distintos ambientes, aunque pudieran distinguirlas hasta cierto punto, quizás las consideraban en forma genérica en relación a los mitos.

En la zona amazónica colombiana la etnia yucuna-matapi (Arango, 1986) considera a estas aves como mágicas especialmente porque muchas cantan de noche, observan que se alimentan de escamas de pescado en la orilla de los ríos y por eso hay cuentos que la relacionan con el lobón o nutria gigante (Pteronura brasiliensis).

Los yanomami de Venezuela y Brasil tienen una rica mitología relativa al origen de la noche en la que intervienen estas aves cuyo canto, dicen, anuncia la llegada de la noche. En uno de esos relatos el pueblo Mono Blanco vivía en un día eterno y estaban disgustados por tener que copular de día. Uno de los hombres, Ocelote, fue un día a cazar pavas entre ellas las manashis (del mismo género que la yacutinga).  Al dispararle flechas hirió a los espíritus de la noche que se escondían entre ellas, e inmediatamente cayó la noche. Al principio ésta era muy corta, pero los espíritus permanecieron y crecieron, siempre ocultos entre las pavas, y así la noche adquirió la extensión igual a la actual (Wilbert & Simoneau, 1990).

En otros relatos la situación es inversa, en medio de la oscuridad la gente comenzó a arrojar sus pertenencias entre las que estaban las cajas donde guardaban las plumas, al estar éstas en el aire, se transformaron en manashis y se hizo la luz (Wilbert & Simoneau, 1990). Otros informantes aclaran que según el tipo de pluma del paujil o pavón (Crax alector), que se arrojaba al aire, se generaban distintas especies, así por ejemplo las manashis salían de las remeras primarias del ala. En diferentes mitos la muerte de una zarigüeya permitía que las pavas se tiñeran sus patas y garganta con su sangre (Wilbert & Simoneau, 1990).

Esa característica de tener la garganta con piel desnuda roja y en algunas especies el pico rojo relaciona a estas aves con las leyendas del fuego, por ejemplo entre los arawaks de Guayana y los apiaká de Brasil. Estos últimos relataban que en un tiempo el fuego pertenecía a los yaguaretés, los indios fueron a robárselo y con ayuda de las aves lo transportaron a sus aldeas. Algunas aves se quemaron las patas y otras los picos, pero el yacú además se tragó una brasa y quedó con la garganta roja (Moya, 1958).

En cambio los arekunas de la Guayana Venezolana creen que las pavas rajadoras  (Pipile cumanensis) obtuvieron sus colores tras matar a la gran boa arcoíris, al sacarle la piel y  colocársela sobre la propia cabeza. Y los anambé del Bajo Tocantins (Brasil) relataban que  la hija de la gran serpiente creó a la cujubi (Pipile cujubi) enrollando un hilo, y pintándole la cabeza de blanco con arcilla, y las patas, de rojo, con urucú (Lehmann-Nitsche, 1926).

La vinculación con la noche originó la creencia, en Tolima (Colombia), de que las brujas se trasladan bajo la forma de una pisca o pava de monte. Un animal enorme que sacude los  techos y las ramas de los grandes árboles al posarse en ellos.  Produce un estruendo y un violento viento al volar, mientras se escucha su carcajada. El conjuro para librarse de ellas es invitarlas a que el día siguiente vengan a buscar sal, lo cual hacen bajo forma humana y así pueden ser capturadas. Atacan a los borrachos y a los enamorados, roban bebés, y a los que duermen les chupan la sangre en las piernas o en el cuello (Villa Posse, 1993). Vemos aquí algunas características de estas aves: el canto nocturno, el vuelo pesado y la búsqueda de la sal, tan escasa en la selva.

 

 

 

LOS NOMBRES

Jacutinga = tupi (Brasil oriental).

Jaku-eté, Jakuchî, Jakupetî  = guaraní.

Yacú-apetí. Yacú-pará = Paraguay.

Pocori, Po-coling=  botocudos.

Schanensœ, chanenseu = canacan (Sur de Bahía).

Macatä = macunis (Nordeste de Minas Gerais).

Pignä = malalis (Alto Jequitinhonha, Minas Gerais).

Gotiguinigi, nayinigi = Mbyá.

 

 


EL CABALLERO SPIX

 

Exploró las zonas del nuevo mundo como ningún otro y describió,  reunidas y ordenadas, las maravillosas creaciones de la región cálida del cielo...

(Epitafio de la tumba de Spix en el Alter Südfriedhof de Munich)

 

 

 

Johann Baptist von Spix nació en 1781 en Höchstadt-an-der-Aisch, Baviera, una pequeña ciudad medieval rodeada de bosques y estanques. Huérfano a temprana edad de un padre cirujano, muy inteligente pero poco hábil para las manualidades, optó por la carrera eclesiástica para complacer a su devota madre italiana. Se doctoró en filosofía en la Universidad de Bamberg y luego estudió teología en Würzburg, Ésta era una universidad bastante progresista convocando docentes como el joven filósofo Friedrich William Josef Schelling que lo interesó a Spix en las ciencias naturales (especialmente anatomía y  fisiología). Su cercanía a éste y otros representantes de la Naturphilosophie como Lorenz Oken, llevaron a su expulsión del seminario, pasando entonces a la carrera de medicina, en la que se doctoró en 1807. Tras trabajar poco tiempo como médico, ingresó a la Academia de Ciencias y Humanidades de Baviera y obtuvo una beca para estudiar anatomía en París con  Georges Cuvier y  Jean-Baptiste de Lamarck. Realizó viajes para estudiar los invertebrados marinos por Normandía, el sur de Francia e Italia, donde solía leer a Dante al pie del Vesubio. De regreso en Munich fue curador de la Colección Estatal Zoológica. Su ascendencia italiana le daba un carácter vehemente, por lo que fue resistido por los académicos, pero con apoyo del rey pudo ampliar las colecciones con criterio sistemático, completándolas con preparaciones anatómicas.  La excelencia de su trabajo y su búsqueda de un sistema natural en embriología y zoología le otorgó finalmente un asiento en la Academia.


Casa natal de Spix en Höchstadt an der Aisch, actualmente Museo Spix. 

Foto de Michael F. Schönitzer (https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0c/Geburtshaus_von_Spix.jpg)


En 1815 el rey Maximilian Joseph I de Baviera le encargó a la Academia un plan de viaje de estudios por Sudamérica. La idea original era comenzar por Buenos Aires, pasar a Chile, Perú y Quito, y regresar vía Caracas a Europa. Pero el viaje no se pudo realizar hasta que la archiduquesa de Austria, Caroline Josepha Leopoldina, emprendió un viaje a Brasil para casarse con el futuro emperador de Brasil Pedro I. Dentro de su comitiva  se incluyó un grupo de científicos austríacos como el zoólogo Johann Natterer, y los botánicos Heinrich Wilhelm Schott y Johann Christian Mikan. Por pedido de Maximilian, se agregaron el zoólogo Spix y el botánico Carl Friedrich Philipp von Martius.

En 1817 se embarcaron en Trieste hacia Río de Janeiro.  Desde esta ciudad se dirigieron al estado de Sao Paulo, luego a Minas Geraes. En esta parte del viaje fue cuando encontraron a la yacutinga. Luego se internaron hacia Goias y volvieron a la costa, a Salvador, atravesando después el nordeste brasileño hasta Belem. La travesía de la desértica caatinga fue especialmente penosa y casi mueren de sed.  Al llegar al río Amazonas lo remontaron y más adelante se separaron, yendo von Martius por el río Yupurá, mientras que Spix se dirigió a Tabatinga, en la frontera con Perú y exploró también el río Negro.

En el viaje colectaron alrededor de 6500 ejemplares de plantas, 85 mamíferos, 150 anfibios, 350 aves, anfibios, reptiles, peces y 2700 insectos. Además obtuvieron numerosas piezas etnográficas.

Al regresar a Europa Spix recibió numerosos honores (título nobiliario, renta vitalicia, nombramiento como consejero ). Enseguida comenzó a redactar la parte descriptiva y zoológica del viaje (mamíferos, aves, anfibios y reptiles).  Spix tenía una salud débil desde su juventud, por eso sufrió mucho durante el viaje a Brasil y fue una enfermedad contraída allí, el pian o quizás la enfermedad de Chagas, la que lo llevó a la muerte en 1826. Utilizando las notas de Spix,  Von Martius pudo terminar el relato del viaje, mientras que otros especialistas redactaron las monografías sobre los demás grupos de animales. Los materiales recolectados por Spix se conservan hoy mayormente en el Museo de Historia Natural de Múnich. Sus obras más importantes son Cephalogenesis (1815),  Simiarum et Vespertilionum Brasiliensium Species Novae [Especies nuevas de simios y murciélagos de Brasil] (1823), Reise in Brasilien in den Jahren 1817 bis 1820 [Viaje al Brasil entre los años 1817 a 1820] (1823-1831) y Avium species novae, quas in itinere per Brasiliam annis MDCCCXVII-MDCCCXX… [Nuevas especies de aves en el viaje por Brasil  años 1817-1820] (1825).

 

 

 



Ambrosetti, Juan B. 1894. Segundo Viaje a Misiones por el Alto Paraná e Iguazú. Boletín del Instituto Geográfico Argentino 15. Buenos Aires.

Arango, Gonzalo. 1986. Apuntes de etnozoología: observaciones sobre la organización del conocimiento ornitológico en el complejo cultural Yucuna-Matapi del río Mirití (Amazonas, Colombia). Maguaré, Número 3, 1986.

Azara, Félix de. 1805. Apuntamientos para la historia natural de los páxaros del Paraguay y Rio de la Plata. Tres tomos. Madrid, Imprenta de la hija de Ibarra.

Berlepsch, Hans von & Ihering, Hermann von. 1885. Die Vögel der Umgegend von Taquara do Mundo Novo, Prov. Rio Grande do Sul. Zeitschrift für die Gesammte Ornithologie 1885. Budapest

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lunes, 28 de octubre de 2024

EL YAGUARETÉ O TIGRE DE AMÉRICA SEGÚN JOSEPH JOLIS


Traducción Alex Mouchard del texto extraído de Jolis, Giuseppe. Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco e sulle pratiche, e su costumi dei Popoli che ne l’abitano, t. 1. Faenza: per Lodovico Genestri, 1789 

 

 

Foto Alex Mouchard


 Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con ellos [Buffon, Pauw (1)  y Robertson (2)] en lo que dicen sobre la Jagua, o sea el Tigre Americano. Para desilusión del lector, debo oponerme a sus opiniones extravagantes y falsas, y dar a conocer al público algunos de los muchos errores, principalmente del Sr. Pauw, como ya se mencionó, y sobre muchos otros animales del Nuevo Mundo.

  

Y en primer lugar, por lo que respecta a Pauw, me permito hacer uso de sus propias expresiones injustamente utilizadas por él contra el abad Pernetty (Recherches, Tomo 3), donde se expresa así: "Es natural (éstas son sus palabras traducidas del francés) cuando uno quiere escribir sobre animales, comenzar por estudiar la zoogeografía, para aprender sobre los géneros y especies. Como D. Pernetty no se dignó estudiar todo esto, no puede dar a los lectores nociones claras, etc." Hasta aquí él.

 

Sería pues muy necesario, digo, señor canónigo Pauw, que usted también se dignara estudiar primero la zoogeografía americana, para aprender a conocer sus animales, para poder distinguir sus géneros y especies; y por tanto ocúpese como filósofo en investigaciones que no sean inútiles, como ciertamente lo son muchas de las suyas. No ha investigado el verdadero significado de aquellas palabras que usa, ni se dignó consultar a los entendidos en esas lenguas, habiendo caído también en error en el nombre del Tigre Americano, llamándolo Jaguar, cuando no es otra cosa que Jagua. Al consultarlos, habría aprendido que en el idioma en el que se originó dicha palabra, la letra “r” que Ud. agregó no se usa comúnmente nada más que en la composición. El Yaguareté no es como cree usted, y el señor de Buffon,  una variedad o raza de tigre americano distinta de la Jagua. Es ese animal mismo, es decir, el tigre bajo esta palabra, que no expresa otra cosa que el verdadero Tigre. También se escribe Guazú y non Guacú, como lo hace Ud.; Onza, no Onca; Yaguareté, no Jaguarette. Al colocar a la Jagua entre las onzas, todo se vuelve confuso para Ud.

 

Un filósofo y naturalista debe saber que la Onza es un animal diferente de la Jagua o Yaguareté, y es llamada por los chiriguanos, y por los paraguayos Yaguatì, y por los del Brasil, Jaguapitima, de la cual tendré que hablar en otro lugar, y allí dar a conocer otra pifia ciertamente indigna de un naturalista, y de un filósofo, de Buffon y del dicho señor Pauw, por la cual confunde la Jagua con el Gato-tigre. Ya expuestos esos errores, no es de extrañar que los citados escritores nieguen a los verdaderos Tigres en América. Decir que están allí y afirmar haberlos visto muchas veces no es prueba suficiente para ellos; lo que se necesita,  según Pauw, es un solo un naturalista capaz de distinguir entre la piel de un verdadero Tigre, la de una Pantera y la de la Onza. Verdaderamente un privilegio muy singular concedido por Pauw a quienes han estudiado esta ciencia, y que le es negado a cualquier otra persona. Pero yo diría que quienquiera que haya visto a las Onzas, las Panteras, los Tigres, los Tigres Verdaderos y los Tigres Reales, ¿acaso no podrá, señor canónigo, disfrutar de ese privilegio? Si el que afirma que hay verdaderos Tigres en América, como ciertamente yo lo afirmo, hubiera leído a los naturalistas que escriben sobre tales animales en el Viejo Mundo, ¿quisiera usted considerarlo y declararlo incapaz de conocerlos porque no es un naturalista? Confieso voluntaria e ingenuamente que no soy un naturalista; pero también debo confesar que he leído a  los mejores y que he observado diligentemente a todos los animales del Viejo Mundo antes mencionados, de modo que no parezco demasiado arrogante al afirmar que hay verdaderos Tigres en América, donde están desde hace muchos años, y que en las Misiones del Chaco tienen la facilidad de verlos y comer bastantes de ellos . 

Si Pauw no desea proporcionar ningún crédito a los misioneros de esos países, no debe negárselo a otros naturalistas y filósofos que los observaron y los describieron en sus escritos. Hay muchos de ellos, pero mencionaré sólo unos pocos para no traspasar los límites prescritos. El primero es el célebre Don Antonio Ulloa “Hay tigres bien peligrosos, que causan mucho mal, no sólo en los rebaños, sino también entre los hombres, cuando los detectan. La piel de estos animales es bien hermosa. Son bien grandes, y se ven algunos, que parecen por su talla, burros." Hasta aquí él. (Viaje histórico de América L. 1, c. 7).

 Don Gonzalo de Oviedo en el resumen de su Historia (Ramus Volum, 3. p, 55, Venecia 1565), hablando de los tigres americanos, dice esto: “Son arrogantes con tal fuerza que en mi opinión ningún León Real de los más grandes, es tan fuerte, ni tan altivo."

Eso sí,  el citado escritor parece dudar de si son verdaderos Tigres; esto sólo se debe a la falta, como él dice, de esa velocidad que les atribuyó Plinio, y que él comparó con el río Tigris, pero tal falta, en lugar de destruir lo que él había inferido, lo confirma y lo prueba; ya que tal velocidad, siendo falsa y atribuida por error por Plinio, los naturalistas modernos se la niegan a los verdaderos Tigres.

 El señor [Pierre] Bouguer en su nuevo libro, titulado “Figure de la Terre”, página 18, no duda en comparar a los tigres americanos con los africanos en ferocidad y tamaño; así se expresa: “Pero los tigres allí son grandes, y tan feroces, como los de África”; luego añade que él mismo ha visto en la Provincia de Esmeraldas [Ecuador] muchos daños causados por esos tan terribles tigres, y que en los últimos dos o tres años habían despedazado y muerto a  diez o doce indios. Lo mismo en cuanto a tamaño y ferocidad lo confirma [Ludovico Antonio] Muratori en su pequeña historia de las Misiones del Paraguay  [Cristianesimo felice nelle missioni de' padri della Compagnia di Gesù nel Paraguay (1743-1749)]. 

La confusión de los dos escritores citados respecto al tamaño del tigre americano se aclara con la vista por Pernetty en Montevideo (Recherches T. 3. pág. 156). Ella tenía, según relata, sólo cuatro meses, y fue criada desde los primeros días a la entrada del Palacio del Gobernador, donde ciertamente no podría crecer tanto como lo hubiera hecho si la hubieran dejado libre en aquellos bosques. Medía no menos 73 cm de alto; donde la Jagua de Buffon (T. 19, página 9 y siguientes), teniendo dos años, tenía sólo 43,3 cm en la parte delantera del cuerpo, y 45, 3 cm en la parte trasera, y de largo de todo el cuerpo, es decir, medido desde el extremo del hocico hasta el comienzo de la cola, sólo 78,5 cm; de circunferencia del cuerpo en la parte delantera, más gruesa, 44 cm, y finalmente las uñas más largas tenían solo 1,6 cm. El dicho Jagua de Buffon, aunque embebido y empapado de alcohol de caña, pesaba sólo 8 kg  (risum teneatis amici [sigan sonriendo, amigos]) , cuando hay gatos que pesan más de 10 kg. Una sola pata de tigre, pesada en América, alcanzó 1, 5 kg, de modo que las cuatro juntas habrían pesado 6 kg; 2 kg menos que todo el tigre de Buffon. Aquellos que han tenido la oportunidad de ver al verdadero Tigre en América, sin duda no podrán contener la risa ante un engaño tan solemne que es propio de un hombre que no tiene ningún conocimiento sobre esos animales.

 Para confirmar aún más mi afirmación y convencer de su error a los tan frecuentemente renombrados filósofos y naturalistas, no será inoportuno para el lector traer aquí como prueba la autoridad de otros escritores. El Abad Saverio Clavigero (T. 1, página 69), muy conocido por su erudita “Historia de México”, incluye también al tigre entre los animales comunes, tanto en el Viejo Mundo como en aquel Reino. El Naturalista Hernández (Hist. Nov. Hìsp, C. X) lejos de negar la existencia del tigre en América, lo antepone en tamaño al del Viejo Mundo.

 "Es común”, así dice cuando habla del americano, el tigre en este Mundo, pero mayor que el nuestro." Los tigres americanos en las regiones cálidas no le parecían diferentes a los de África al señor de la Condamine, ni por su tamaño ni por los hermosos colores de su piel. El padre José Acosta (Libro 4. c. 34), un famoso escritor sobre América, también elogiado por el Sr. Pauw, afirma que existen tigres, tal como los describen los historiadores. Finalmente, el Padre [Pierre] Charlevoix (Hist. ParaquLib. 1, p. 6. ) hablando de los tigres del Nuevo Mundo, se expresa enfática y afirmativamente así: “En ningún otro lugar son mayores, ni en masa corporal, ni en ferocidad”. 

Tras el testimonio claro y manifiesto de tan renombrados escritores, en parte testigos oculares, y muchos otros, que por brevedad dejo fuera, como [Pedro] Lozano, el naturalista [Willem] Pison, [Scipione] Maffei, [Antonio de] Herrera y autores portugueses, cuyos manuscritos conservo, después de tal afirmación universal y uniforme, en la que conceden los verdaderos Tigres a América, digo ¿tendrán el Sr. Pauw y Buffon el coraje y la valentía de negarlos abiertamente, basándose en las medidas tomadas y las observaciones hechas por el citado Buffon sobre un Gato-tigre americano, que él o sus sabios académicos creían falsamente que era el verdadero Tigre Americano?

 Aunque puede darse el caso de que en algunas partes del Nuevo Mundo los tigres sean más pequeños que en otras partes, como se sabe de ellos, y se cree haber visto en las cercanías de Porto Bello, y  aún les falte coraje y audacia, por lo que sin ser instigados pero famélicos, no se abalanzan contra las personas y hasta huyen (como ocurre en Brasil) cuando ven un tizón encendido y en otras circunstancias similares, esto no prueba en absoluto la inexistencia de verdaderos Tigres en América, ni que allí no se encuentren del mismo tamaño y ferocidad que los Tigres Africanos [Leopardos?], como tampoco se deduce ciertamente la falta de verdaderos Leones en la India y Barbaria. por el hecho de que sean cobardes, y en tal medida lo son, que los que se ven cerca de las ciudades y pueblos de tales distritos, huyen incluso cuando están enfurecidos y hambrientos, ante las antorchas encendidas, y la voz amenazadora de un hombre, e incluso de un niño, o de a una mujer, que llega incluso a golpearlos y les hace dejar su presa intacta (Buffon. T. 18, pag 8, y 19).

 Tampoco es suficiente la otra razón, por la que los dos escritores antes mencionados niegan los verdaderos Tigres a América, de acuerdo con los mismos principios que Buffon (Tom. 18, pág. 66). Los verdaderos Tigres, dicen, no están adornados con manchas redondas en forma de rosas, o de ojos, con uno o dos más pequeños en el interior, y negras, sino de largas bandas transversales negras, que en forma de grandes anillos se extienden desde el dorso hasta el vientre, y que forman el carácter específico y singular por el cual (según expresa el citado Buffon) los verdaderos Tigres se distinguen de todos los demás animales atigrados, como Panteras, Onzas, Leopardos, etc. Y es precisamente esta distinción la que considero aquí insuficiente, según los principios de tan renombrado naturalista, y así razono: según sus principios (T. 5. pag, 52, donde habla del Cuervo), y los de todos los naturalistas, las manchas y los colores son accidentales y nunca fueron un carácter constante, por lo que no deberían ser considerados, en ningún caso, como un atributo esencial. Por lo tanto, las largas bandas transversales negras no deben considerarse en los tigres como un atributo esencial de ellos y, en consecuencia, no pueden constituir su propio carácter o singularidad para distinguirlos. Por lo tanto, la razón en la que él y Pauw se basan, para negarle los verdaderos Tigres a América, es inexistente, según sus mismos principios.

 Si los colores en los animales son accidentales porque cambian según los climas, por tanto, ¿no puede el clima americano haber cambiado las mencionadas bandas en puntos redondos negros, como podría haber cambiado todo el manto del león en América, su constitución, su cola y su pelo? Los leones en Etiopía son negros, y en la India los hay blancos, manchados y de diversas marcas rojas, negras y azules, según Eliano y Opiano, y no por ello dejan de ser leones como los demás, que generalmente están vestidos de color leonado, según Buffon y la mayoría de los autores, bajo la dirección del Príncipe de los Filósofos: Aristóteles (Hist. Animalium c. 24,).

 Por tanto, es apropiado que Buffon y Pauw crean que hay verdaderos Tigres en América, aunque sean diferentes en sus manchas de los comunes del Viejo Mundo, teniendo las mismas propiedades e inclinaciones, el mismo tamaño, si no más, y la misma ferocidad, etc. Ya que también son verdaderos venados los que se ven en la Nueva España, aunque blancos, y también lo es la Onza del Brasil, aunque la base de su pelaje no tiene el mismo color que los demás, sino que es completamente negro con manchas aún más negras, como lo afirma el propio Conde Buffon (Tom. 18, p. 76), sin enumerar los demás animales que tenemos ante nuestros ojos, y que cambian de color y de manchas según las diferentes razas y los climas. Excepto que, para agregar al tema, en algunas provincias de América donde habitan los Tigres Americanos, como en el Chaco, en Tucumán y en los países de los Chiquitos hay otros tigres incluso diferentes a los reportados por Buffon, por Robertson y otros escritores; con manchas negras transversales sobre un fondo de color leonado claro, muy vagas y, por tanto, diferentes de las de la Tigresa Real, visto por mí en Faenza. Ésta tenía sólo cinco o seis sobre el fondo leonado de todo el cuerpo, muy distantes entre sí, como grandes anillos de color negro intenso, de 1 cm de ancho, o como mucho 1,4 cm. Desde el lomo donde se originaban, las bandas antes mencionadas se extendían hasta el vientre, donde se unían por delante para dividirse luego, menos negras y menos anchas que en el lomo y los flancos. 

Sin embargo, las de los tigres del Chaco, que también tienen su origen en el lomo, desaparecen antes de llegar al vientre, y parecen mucho más anchas que las del Tigre Real, pero menos negras, ya que en el medio del marrón puede verse algo del color leonado del manto. Las zonas intermedias, sin manchas, son muy estrechas, y no tan claras y vivaces en su color leonado como en otras zonas del cuello y de la grupa, donde las bandas negras se hacen más raras.  Su cola es del mismo color leonado con anillos aún más negros proporcionalmente distantes, que sin embargo no se unen, sino que quedan interrumpidos en la parte inferior de la cola. La punta de la cola es negra y el pelo de 8 cm de largo; longitud que mantiene en la parte del cuello cercana a las orejas, y que poco la supera en el resto del cuerpo, es decir, en sólo 2,7 cm, excepto en las patas traseras, donde aumenta en un tercio, y el color es blanquecino. El pelo que se observa en sus cabezas, apenas llega a 1 cm, es de color leonado, pero marcado con bandas negras y gruesas, y con dirección variable: las del cuello están todas dirigidos hacia atrás. En medio de la cabeza y encima de los ojos hay unas pequeñas manchas redondas, completamente negras, y otras similares en las mandíbulas y patas; pero en estas últimas desde la mitad hasta el comienzo de las uñas.

Tampoco carecen de los habituales bigotes, de más de 11 cm de largo y formados a cada lado por diez pelos de color blanquecino en la punta y leonado en el resto. Por encima de los párpados también hay pelos un poco más cortos, pero del mismo color que los del bigote. Estos pelos, cuando está enfadado (momento en el que la piel de la cabeza suele arrugarse) se unen y forman como dos pequeños cuernos, que se mueven para todas partes. Los tigres de este tipo, aunque son más raros que la variedad de piel atigrada mencionada anteriormente, son mucho más feroces y crueles que todos los demás, y mucho más grandes incluso que la Tigresa Real que vi; sin embargo, ésta era más alta de patas (según me pareció a mí) en 8-11 cm. Parecía estar de un humor tranquilo y sereno, y mucho más que la Pantera que me mostraron los mismos forasteros; de modo que para mi sorpresa la vi caminando tranquilamente detrás del bastón que le presentaron; lo que nunca antes había visto en las Onzas americanas enjauladas, y me da motivos para sospechar la exageración en los relatos de los viajeros, según los cuales los Tigres Reales de las Indias Orientales parecen ser tan feroces, y del tamaño de un caballo, de un búfalo, y hasta de 4,90 m de largo (Buffon T.18, p.160) y cuando la de tres años que yo vi, ni siquiera llegaba a 1,30 m en el largo total de su cuerpo; habiendo medido con mi bastón la jaula donde estaba encerrada.

 

(1)-Corneille de Pauw (1739 —1799), filósofo y geógrafo holandés, autor de Recherches philosophiques sur les Américains (1771).

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(2)-William Robertson (1721-1793), historiador escocés, autor de The History of America (1777).




    Joseph Jolis (1728-1790) fue un jesuita español que llegó al Río de la Plata en 1753, y fue destinado a las reducciones del Chaco.  Realizó extensas exploraciones en el interior del Gran Chaco, haciendo siempre observaciones de historia natural, con las que redactó la obra “Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Chaco” (1789).

     Son interesante sus observaciones sobre el yaguareté criticando algunos naturalistas e historiadores como Buffon. Además se aprecian las dificultades que había para la descripción y clasificación de los animales que encontraban los europeos en América, debido a la falta del concepto de especie.


 

 

 

 

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