"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


viernes, 20 de junio de 2025

EL ZORRO COLORADO O CULPEO (Lycalopex culpaeus) – ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO


 

Alex Mouchard



Canis magellanicus

(Darwin, 1840)



   “Eran zorros, en efecto, pero zorros muy grandes, que producían una especie de ladrido, del cual el propio Top pareció asombrarse mucho, pues se detuvo en su persecución y dio tiempo a estos veloces animales para desaparecer. El perro tenía derecho a sorprenderse, ya que no conocía la historia natural. Pero, por sus ladridos, estos zorros, de pelaje gris rojizo y cola negra terminada en un mechón blanco, habían revelado su origen. Entonces Harbert les dio, sin dudarlo, su verdadero nombre de culpeos”.

Julio Verne – La isla misteriosa

 

Viajando desde El Calafate (Santa Cruz, Argentina) a El Chaltén me detuve en el parador La Leona, lugar famoso porque allí nuestro apreciado naturalista Francisco Moreno tuvo un casi trágico encuentro con una puma o “leona” (Ver LOS SENDEROS DEL PUMA (Puma concolor) - EPISODIO 1 ), a raíz del cual bautizó al río que pasa por el lugar, Leona, y de allí el nombre del paraje. Tras tomar un café bien calentito salí de la casa para estirar las piernas y tratar de avistar algún ave de la estepa patagónica. A poco de andar tuve la sensación de ser observado y efectivamente a unos 30 m se encontraba un zorro colorado mirándome con mansedumbre. Tras unos minutos, dio la vuelta y se fue tras sus asuntos. Este encuentro cercano, como veremos, es algo típico de esta especie y por lo cual recibió su nombre común.


Parador La Leona

Foto: Alex Mouchard




El jesuita Juan Ignacio Molina ( Ver EL CISNE DE CUELLO NEGRO ( Cygnus melancoryphus) Y EL ABATE MOLINA ) al describir la especie con el nombre de Culpeu (Canis culpaeus) mencionaba que “su nombre que parece derivar de la palabra culpem, la cual significa en el lenguaje chileno, delirio o locura, tal vez le fue impuesto por su tonto proceder, que todos los días lo expone a los cazadores” (Molina, 1782). Y aclaraba este sacerdote naturalista: “Cuando ve un hombre, se encamina enseguida hacia él, se detiene ante él a una distancia de cinco, o seis pasos, lo contempla atentamente, y mientras él no se mueva, lo sigue mirando un buen rato, y luego sin hacerle ningún mal, se retira”.  Confiesa no saber de dónde le viene al zorro tal curiosidad, pero el hecho es que siempre que se lo encontró observó el mismo comportamiento.

Claude Gay, también en Chile, mantuvo en semicautiverio un ejemplar joven: “dejábamosle en completa libertad en un gran jardín contiguo a la casa: durante el día estaba oculto en la viña, durmiendo en medio de la hierba y siempre en un mismo lugar; más luego que alguno iba al vergel a pasear, él no dejaba de ir a observarle, y a veces se nos aproximaba bastante. Este zorro era muy vivo, gustábale correr a todo escape y después pararse de pronto, olfatear los alrededores, y emprender su carrera con igual viveza; a veces tomando una manzana en la boca, arrojábala con toda su fuerza, y corría en seguida para impedirla rodar. Se alimentaba de carne, que le dábamos en pequeños pedazos, y no temía comerla en nuestra presencia; pero cuando el trozo era algo grueso iba siempre a ocultarse para comerlo. y después volvía por un camino desviado para obtener otros pedazos; si estos eran tantos que su apetito no podía devorar, tenía cuidado de ir a esconderlos en un hueco que hacía con los pies de delante, e inmediatamente le cubría de tierra con su hocico; hemos tenido ocasión de observar este hecho con mucha frecuencia, y nuestras pesquisas para descubrir el escondrijo eran a veces inútiles, por el cuidado que tenía de arreglar la tierra. Aunque muy joven y perfectamente tratado, no pudimos domesticarle ni amansarle; tenía siempre un carácter desconfiado y medio salvaje, no atreviendo aproximarse a nuestra mesa, colocada en el jardín, en el momento mismo en que satisfacíamos su devorante apetito” (Gay, 1847).

En relación a los ejemplares silvestres explicaba que “es un animal bastante fuerte y muy ligero en la carrera; hace madrigueras, donde pasa una parte del día; por la noche caza pequeños animales, y no teme aproximarse a las casas de campo para hurtar aves y embestir a las cabras y corderos. Cuando así no puede satisfacer su apetito entra en las viñas y hace un gran consumo de uvas” (Gay, 1847).


En este video puede observarse lo que señalan naturalistas y viajeros. El zorro se acerca sin temor al observador.



En el Perú Tschudi no registró, empero, esa mansedumbre:

“Si te encuentras con un zorro en la llanura, éste nunca corre en línea recta, pues es fácil alcanzarlo a caballo, sino que salta de un lado a otro, moviéndose siempre ligeramente hacia adelante hasta que encuentra un lugar seguro donde refugiarse. Pero en las laderas de las montañas emprende inmediatamente la huida, pues parece saber que su persecución allí será infructuosa” (Tschudi, 1844-46).

Algo similar observó Charles Darwin en el norte de Chile: “Un día, cabalgando por el valle de Copiapó, acompañado de un galgo mestizo, me topé por casualidad con uno de estos zorros; y aunque el terreno era llano al principio de la persecución, pronto se distanció por completo de su perseguidor. Mientras corría, ladraba tan parecido a un perro que, hasta que se adelantó un poco al galgo, no pude distinguir de qué animal provenía. Tras llegar a las montañas, el culpeu desvió su rumbo bruscamente y regresó en forma casi paralela, pero al pie de un escarpado acantilado rocoso; entonces se sentó tranquilamente sobre sus cuartos traseros y pareció escuchar con gran satisfacción al perro, que seguía el rastro por la ladera de la montaña, por encima de él” (Darwin, 1840).

Sin duda, esto se debía a que era tenazmente cazado por sus ataques al ganado.

“Los indios llaman al zorro Atoj, los españoles Zorro. Se ha convertido casi en una plaga en varias zonas, pues causa daños muy significativos a los rebaños de ovejas de las haciendas. Cada hacendado establece entonces un precio por la matanza de dicho animal y paga a los pastores un carnero por un zorro viejo y un cordero por uno joven. Y cuando los entregan, les cortan los pies. Los pastores los despellejan, los rellenan con lana y luego los cuelgan bajo el techo de la hacienda. Los indios, por el buen precio que reciben, persiguen mucho al Atoj y lo cazan especialmente con perros. Una gran cantidad de zorros disecados sirven de adorno a las ganaderías, y no es raro encontrar una que no tenga varios de ellos. A menudo los tejados están cubiertos de 80-90 zorros, de modo que si pasas por varios ranchos de ganado en un día verás varios cientos de zorros” (Tschudi, 1844-46).

Lo lamentable es que muchos pobladores optan por colocar cebos envenenados lo cual además de aniquilar zorros afecta a una gran cantidad de especies silvestres. Cerca de Puerto Montt (Chile) el ornitólogo Franz Ernst Blaauw conversó con un granjero: “Me mostró su gallinero. Le pregunté si los zorros no causaban estragos, ya que el bosque virgen estaba muy cerca. Me respondió que los envenenaba, y al preguntarle cómo lo hacía, me confesó, para mi horror, que lo hacía esparciendo pájaros envenenados. «Sembramos grano envenenado cada primavera», añadió, «y esto mata a miles de pajaritos que usamos como cebo para los zorros». No dejé de predecirle innumerables plagas de insectos si continuaba actuando así, pero se limitó a reír diciendo que no obtendría ninguna cosecha si no envenenaba a los pajaritos” (Blaauw, 1912-1913).


The Magellanic Dog or Colpeo (Canis magellanicus)

(Mivart, 1890)




Lucas Bridges, conocido pionero fueguino, relataba que su padre había llevado una majada de ovejas a isla Gable: “al surgir las mil quinientas ruidosas forasteras parece que los zorros sintieron miedo, y aterrados nadaron hacia el continente. Ninguno volvió a aparecer en la isla Gable durante doce años. (…) Cuando los grandes zorros fueguinos finalmente regresaron a la isla Gable y descubrieron lo inofensivas que eran esas bulliciosas invasoras de la isla principal, comenzaron a hacer estragos en la majada; con suma facilidad cortaban la garganta de la oveja más robusta. Mi padre mató una vez en esa isla una zorra que llevaba en la boca un nido de pajaritos vivos, posiblemente para que sus cachorros se entretuvieran matándolos. Hicimos cuanto pudimos para exterminar a los zorros. En cierta ocasión mandamos a Londres más de trescientas pieles seleccionadas, y allí fueron clasificadas como cuero de lobo y vendidas en remate” (Bridges, 1952).

En conflicto con los humanos, el zorro adquirió pues la fama de ser un gran destructor de majadas. Sin embargo la realidad al menos en épocas más recientes parece ser otra. Se adaptó a cazar  liebres y conejos introducidos de Europa y estudios indican que el 80% de la mortalidad de los corderos se debe al clima y a la inanición, siendo que los zorros fueron responsables de entre 5 y 20% de los casos. La acusación al zorro surge de la ignorancia y es una forma de justificar su cacería por el valor de la piel, ya que en la segunda mitad del siglo XX se llegaron a exportar unas 10.000 pieles por año de zorros de todas las especies (Parera, 2002).

También se lo caza con trampas. En Patagonia, el poblador norteamericano Edward Chace  los describía como “grandes zorros rojos de patas largas. Es tan grande que piensas que es un lobo al verlo correr, pero no hay lobos en esa zona. También es un depredador como el lobo. Matan a una oveja adulta. Nunca se encuentran fuera del bosque. Nunca hubo ninguno tan gordo como un zorro de la pampa. Siempre estaban flacos y escuálidos, siguiendo a los pumas. A menudo los veía comiendo una especie de baya roja. Nunca se los podía atrapar con una trampa de jaula. Más bien teníamos que improvisar una especie de pozo provisto de un lazo de alambre que los apretaba por el medio y los dejaba sin vida en un santiamén” (Barrett, 1931).

Es probable que los selknams u onas ya usaran trampas para zorros como se ve reflejado en el mito de la distribución original de tierras. Uno de los pioneros llamado O’otacix tenía para cazar zorros, unas trampas muy raras, como redes, de las que colgaban unas valvas. De este modo al atrapar un zorro las valvas sonaban al moverse y el indio venía de inmediato a matar el zorro. O’otacix capturó gran cantidad de zorros e hizo muchos mantos que luego tuvo que repartir a la tribu para que dejaran de molestarlo haciendo sonar la trampa (Gusinde, 1982).

El zorro colorado también suele acercarse a las viviendas y campamentos en busca de comida y de otros objetos, tal como relataba Phillip Gosse:

“Uno de nuestros arrieros, llamado Tomás Sosa, me contó que por la noche un zorro siempre visitaba el campamento para recoger cualquier resto de comida que encontraba por ahí. Así que la noche siguiente dormí en el cobertizo abierto que llamábamos «lavadero», y, como era una hermosa noche de luna, mi paciencia se vio recompensada al ver, alrededor de la una de la madrugada, lo que parecía una pequeña sombra escabullirse a pocos metros de mí. Por desgracia, llevaba puesto el poncho y no pude liberar los brazos con la suficiente rapidez para disparar. El zorro desconfió mucho de mí, probablemente por la luz de la luna que se reflejaba en los cañones del rifle, y se escabulló tras un pequeño montículo. En cuanto desapareció de la vista, me acomodé el poncho para disparar y, subiéndome el rifle al hombro, apoyé los codos sobre las rodillas. Había estado agachado en esta posición durante lo que me pareció un tiempo interminable, y empezaba a pensar que Don Zorro se había marchado para siempre, cuando, tras un arbusto, vi dos luces redondas observándome. Me quedé inmóvil, y al poco rato los dos ojos brillantes se acercaron un poco, y pronto pude distinguir la tenue silueta del cuerpo del zorro. Tras una breve vacilación, salió de entre los arbustos al espacio abierto frente al campamento, bajo la intensa luz de la luna; sus ojos brillantes tenían una mirada misteriosa. Aguardé inmóvil, con la esperanza de que se acercara un poco más, pero parecía sospechar que algo andaba mal con el bulto en la cocina. Así esperamos, observándonos el uno al otro, sin hacer ningún movimiento, salvo que de vez en cuando el zorro levantaba o bajaba la cabeza. Finalmente, me cansé de esperar a que se acercara y, apuntando lo mejor que pude a su silueta borrosa, disparé y... ¡fallé!” (Fitz Gerald, 1899).

“Al igual que los zorros europeos, llevan todo lo que encuentran a sus guaridas, aparentemente principalmente para que las crías jueguen con ello. Encontramos en una trinchera un trozo de estribo de madera, una espuela y un cuchillo con su funda, objetos que probablemente algún viajero había perdido” (Tschudi, 1844-46).

Y

Hay que tener en cuenta que en los relatos de los viajeros muchas veces no se especifica si se están refiriendo al zorro colorado (Lycalopex culpaeus) o a su pariente menor, el zorro gris (Lycalopex gymnocercus), con quien comparte distribución en la Patagonia y Andes centrales. En esta reseña, trataremos de limitarnos a la primera  especie.

 

Respecto de su dieta, aparte del ganado doméstico, “se compone de aves (especialmente palomas, Thinocorus, Tinamotis, Crypturus, etc.), crías de ciervos y vicuñas)” (Tschudi, 1844-46).

“A los zorros les gustan más los huevos de pato, cuando pueden conseguirlos, que los de choique. El pato siempre vuela al oír a Don Juan graznar y le muestra dónde están los huevos, entre la hierba alta” (Barrett, 1931). Con esta ayuda de los zorros, los pobladores se enteraban así de la ubicación de los nidos de los patos y hacían una buena cosecha de ellos.

Los zorros son cazadores solitarios. Un indígena ona le dijo a Lucas Bridges “que algunas veces los zorros se reunían en manadas para cazar guanacos. Yo personalmente nunca vi que los zorros emplearan este sistema propio de los lobos. Tampoco lo vio mi padre. Éste nos dijo que había oído decir a los yaganes que manadas de zorros se reunían para cazar cuando el tiempo era muy malo, pero había añadido que lo ponía en duda” (Bridges, 1952).

Molina decía que la voz de este zorro es débil y parecida al ladrido del perro. Pero Oliver Pearson afirmaba que "nunca vi realmente a Dusicyon [culpaeus] ladrando, pero varios indicios de evidencias me llevan a creer que hace unos sonidos ululantes como de búho” (Pearson, 1951).


Cordillera Wolf (Canis magellanicus)

(Prichard, 1902)



 

EL ZORRO Y LOS VIAJEROS

El aventurero Hesketh Vernon Prichard que vino a la Patagonia en búsqueda de un milodón vivo (ver EL MACA TOBIANO (Podiceps gallardoi) Y UN MISTERIOSO ANIMAL DE LA PATAGONIA ) estaba acampando cerca del lago Buenos Aires (Santa Cruz) cuando “En el río Fénix uno de estos lobos vino al campamento y, durante la noche, robó un pato y un ganso, y además masticó la correa de mi rifle a unos pocos metros de donde yo dormía. Sólo descubrimos nuestra pérdida al amanecer, y mientras aún la estábamos comentando, observé al mismo animal acostado bajo un arbusto, bien cerca, observándonos con calma. Privado del desayuno, no tuve el menor sentimiento de piedad, y le disparé con un máuser. Era una hembra vieja. Esa noche su pareja nos hizo una visita y asustó a los caballos, que parecen temer al gran lobo de la Cordillera tanto como al puma. Yo estaba bastante lesionado en ese momento con una herida en la rodilla, y sentado junto al fuego. Se me dio de levantar la mirada y vi al lobo parado a unos pocos metros. Tranquilamente me devolvió la mirada pero no hizo ningún movimiento de huida. En pocos segundos me levanté y rengueé para tomar mi fusil, mientras el lobo me miraba con interés, pero sin el menor signo de temor. En realidad, se me acercó unos pasos, todavía mirándome fijo. No podíamos permitirnos tener tales ávidos ladrones cerca del campamento. En otro sitio cercano un lobo que venía a investigar nuestro campamento, fue atacado por mi gran lebrel escocés, Tom.  El lobo no hizo ningún intento de escapar sino que encaró a su enemigo con una fiera mordida, y al final tuvimos que auxiliar a Tom antes de poder matar al lobo” (Prichard, 1902).

Prichard agregaba que estos lobos atacaban huemules y guanacos jóvenes. Aunque lo encontraban en el bosque, también frecuentaba la llanura al pie de las montañas. Más allá de utilizar el nombre de lobo (“Wolf”) para producir más efecto mediático (ya que había sido contratado por un periódico para esta expedición), la asignación no parece del todo descabellada ya que el zorro colorado pertenece a la Tribu Lupina (lobos, chacales y coyotes), mientras que los verdaderos zorros se clasifican en la Tribu Vulpina. En 1854 Hermann Burmeister ya había detectado las particularidades craneanas de estos cánidos  para los que creó el nombre genérico de Lycalopex (lobo-zorro).


Zorro. Cerámica Moche (200-800 d. C.)

(Millones y Mayer, 2012)



 

 

EL ZORRO EN LAS CULTURAS

Los yámanas o yaganes “no probaban nunca la carne de zorro, porque suponían que este animal comía cadáveres humanos y mataba a los indígenas que encontraba en el campo, enfermos o heridos, para saciarse con ellos. Por eso depositaban a sus muertos, envueltos y cosidos en su quillango, sobre alguna peña casi inaccesible, donde no pudieran alcanzarlos los zorros” (Bridges, 1952). En uno de sus mitos la zorra, la rata y las aves eran hijos del hombre sol-menor, Lem, las dos primeras le robaban a su padre todo lo que cazaba (Hernández, 2003), quedando así expresada la fama de ladrones de estos carnívoros.

“Los onas, como sus vecinos los yámanas, iban poco menos que desnudos; se cubrían solo desde los hombros hasta las pantorrillas con una manta de pieles de guanaco o de zorro denominada oli, con el pelo hacia afuera, que sujetaban con el codo de la mano izquierda, la cual llevaba también el arco y el carcaj lleno de flechas” (Agostini, 1957). “Al bebé recién nacido generalmente se lo envolvía en una piel de zorro, muy suave”. También con piel de zorro las mujeres hacían bolsas o shoshostel que se ataban a la cintura para guardar objetos personales y con el mismo material confeccionaban, para algunos ritos, una especie de gorro con el pelo hacia afuera.  Los huesos de la paleta se utilizaban para “hacer platos llamados tehüjke, platos que sirven para recoger la grasa cuando asan carne gorda y para recoger la savia de los árboles” (Gallardo, 1910). Otros huesos servían para leznas y puntas de arpones y pinzas.

Los zorros eran cazados con arco y flecha y con ayuda de perros, pero como se suponía que tenían poderes que afectaban a los perros, al desollar al zorro los selknams entonaban una especie de oración pidiéndole perdón y explicando que se lo cazaba por necesidad de alimentarse (Gusinde, 1982). Cuando se les moría un perro atribuían la muerte a una brujería hecha por el zorro o whash joön.

Según Bridges (1952)  “A los onas les gustaba la carne de zorro cuando era gorda; fue la única carne que compartí con ellos que nunca me gustó. Tampoco a los perros le agradaba.”  Si por error tragaban un pedazo trataban de vomitarla enseguida.

 

 

Se está volteando el indio
y queda, pecho con pecho,
con la tierra, oliendo el rastro
de la chilla y el culpeo.

 

Selva Austral - Gabriela Mistral, 1967

 

 

 

Casi todos los viajeros navegantes que pasaron por Tierra del Fuego desde el siglo XVI al XIX refirieron que los indios fueguinos y tehuelches tenían perros domésticos. Así por ejemplo Sarmiento de Gamboa relataba que los indígenas «trayan un perro de traylla como lebrel grande que devía de ser de ayuda según después pareció  (...)  y cuando comenzaron a flechar soltaron el lebrel que trayan el qual arremetió a nosotros como un trueno” (Latcham, 1922). Según el Padre Antonio Coiazzi tales perros, a los que denominaban visne,  eran muy apreciados y  eran mantenidos en gran número, los cachorros huérfanos eran amamantados por las mujeres , y ante la muerte de un perro los indígenas se hacían tajos en las piernas en señal de duelo.  Los perros les servían para la caza , eran guardianes de las tolderías y de noche se abrigaban durmiendo con ellos (Latcham, 1922).


Perros patagónicos en Gregory Bay (Bahía San Gregorio),

Estrecho de Magallanes.

Grabado  de Conrad Martens (Fitz-Roy, 1839)




Estudios realizados en este siglo demostraron que el perro fueguino tenía una estrecha afinidad filogenética con el zorro colorado, del cual sería una variante domesticada (Jaksic & Castro, 2023). Eran cánidos  medianos que vivían con los indígenas yaganes y selknams (Apesteguía & Álvarez, 2023). Al respecto un oficial integrante del viaje del Dolphin , comandado por el capitán John Byron, relató de su encuentro con  indios en Tierra del Fuego (probablemente selknams) que “tenían entre ellos algunos perros que tenían el hocico afilado como el de un zorro y eran casi del tamaño de un pointer mediano”, es decir que podría tratarse perfectamente de culpeos amansados (Anónimo, 1767). Estos perros tenían un carácter indómito pero, bien adiestrados, muchas veces a fuerza de severos castigos, ayudaban a los indígenas en la caza de guanacos y de otros zorros. Por eso distintos autores hablan de adiestramiento y no domesticación, porque tienen tendencia a asilvestrarse. Así, los campesinos andinos de Ecuador si capturan cachorros de culpeo los lleven a sus casas para tenerlos como perros, aunque en algún momento se vuelven solos al monte (Apesteguía & Álvarez, 2023).

“Es el perro fueguino un animal de aspecto salvaje, no muy grande (…) Algunos de ellos conservan un parecido tal con sus antecesores, que fácilmente se les confunde con un zorro grande, pero no todos son así y por el contrario admira ver la variedad enorme de colores que existe en la raza canina, para cada uno de los cuales el ona tiene un nombre. Los hay de color gris amarillento, de fondo claro, casi blanco y con tintes obscuros del negro al amarillo ceniciento. Tienen la frente ancha, las orejas derechas, puntiagudas y bastante largas, los ojos son algo oblicuos, el hocico es alargado y hasta puntiagudo, el pescuezo es corto y las patas se hacen notar por tener muy desarrolladas las membranas que unen los dedos; la cola es larga, de pelos también muy largos como los que cubren el cuerpo. Es un animal fuerte y ágil, y de apariencia hipócrita y desconfiado” (Señoret, 1896).

La variedad de colores de estos perros hizo suponer que los zorros podrían haberse cruzado con perros traídos por los españoles, sin embargo parece poco probable esa cruza debido a la distancia genética entre esas especies. Parece más probable que hayan coexistido a la par en las tolderías.

 

 

 

“Los sueños a veces determinan destinos, aunque muchos no lo crean. Grotzen soñaba con sacar crías de la zorra colorada, que había caído en sus trampas bajo los matorrales de matas negras y zarzaparrillas, con su perro pastor alemán. Son más grandes estos zorros fueguinos que un perro salvaje. Su pelaje no es fino, por lo tosco y duro; de la cola a la cabeza el cuero tiene el tamaño de un hombre mediano. Su color va enrojeciéndose hasta el lomo, donde una franja negruzca le recorre desde el cuello hasta la gruesa y larga cola. En la noche, sus ojos chispean y sus «huac» se tornan dramáticos si persiguen en tropel a un caballo. Sin embargo, en el día caen en la trampa escondida bajo un matorral, con un simple trapo rojo que el cazador ha puesto en la noche y que flamea amarrado en la punta de un gancho. De seguro van a averiguar si es carne colgada y a pesar del olfato, al penetrar entre los matorrales para llegar a su comida meten las patas en las mandíbulas de hierro que los aprisiona. Tironean. A veces el cazador se encuentra con una pata tronchada; pero en general se quedan tranquilos, y sólo cuando el hombre se acerca, se enfurecen, y hay que matarlos cual hacen los científicos con un perro rabioso. A garrotazos y a hachazos. Son fieros, pero se enternecen con sus cachorros, por los cuales arriesgan la vida en busca de carne”.

 

Francisco Coloane Cárdenas.  El guanaco blanco (1996)

 

 

 

 

La vistosa cola del zorro parecía concentrar y trasmitir  todas sus cualidades. Los mapuches colocaban la cola de un zorro en la montura para transferirle velocidad a su caballo. Además usaban el hueso peneano como escarbadientes para el dolor de muelas.  Y les rezaban para que no atacaran su ganado dándoles el apelativo de Pie Colorado o Poncho Colorado. Si se acercaban de noche a una casa y gritaban podían estar anunciando la muerte de algún poblador, ya que eran instrumento de brujos (Palermo, 1983).  Ellos creían en la magia negra practicada por un calcu o hechicero, que era humano, vivía en una cueva y se acompañaba de un animal (huichancuIlin) como un zorro, una culebra, un cauquén o una lechuza (Keller Rueff, 1972). Por ello si al emprender un viaje se les atravesaba un zorro se volvían a las casas, pues era anuncio de alguna desgracia.

 

En el altiplano peruano-boliviano el zorro colorado, zorro andino o kamake es asociado con el salvajismo, la astucia y habilidad, es un ser mentiroso (eso es lo que significa su nombre quechua, atoq) y ladrón. Tiene la habilidad de adivinar el futuro, y por eso sabe evitar las trampas y puede predecir el rendimiento de las cosechas. Si los zorros aúllan mucho en agosto, las cosechas serán buenas. A pesar de que caza animales domésticos se toma esta actividad del zorro como una transacción con la Pachamama, como una devolución de los beneficios que ella le proporciona a los pobladores (Pache, 2012). Otras veces se interpretan sus rapiñas como una venganza por haberlo insultado, lo cual ha sido percibido por el animal, y por eso se lo debe tratar con palabras cariñosas como compadre o niñito (niñucha)  (Itier, 1997)

 

Como en el caso de los mapuches, para los pueblos andinos la cola del atoq es un talismán de buena suerte que ayuda en las transacciones, en el discurso y en conquistar mujeres.  Es como que transfiere las habilidades del zorro a su poseedor (Pache, 2012). Pero la astucia más temida del zorro es cuando seduce a las pastoras tomando la forma de sus maridos ausentes, satisfaciendo así su líbido, tal como lo reflejan distintos cuentos (Paredes, 1920; Pache, 2012). Se suponía que en el pasado los animales podían convertirse en gente y así había un hombre-cóndor, un hombre-quirquincho, un hombre-lagarto y un hombre-zorro que podía tener relaciones con mujeres, lo cual explicaba los hijos de dudosa paternidad (Grebe, 1989-1990).

 

 

 

“Tenían los indios del Perú por mal pronóstico el ver alguna Zorra, pensando les había de venir algún mal” (Cobo, 1653).

 

 

 

En el altiplano el zorro es considerado un animal funesto, y si se aparece de improviso antes de emprender un viaje o algún negocio, la persona en cuestión escupe en el suelo, lo insulta y amenaza, y es presa del desaliento hasta que no logra matar al animal. Se le hace salir de la madriguera con humo y se lo aniquila a palos. También lo captura con boleadoras (lihuiñas) o con carne envenenada. Pero nunca lo persiguen de noche, porque el zorro es amigo del poderoso dios Huasa-Mallcu, quien para ayudarlo, convierte a las piedras en zorros, que rodean y enloquecen al cazador.

Pero la naturaleza del zorro es ambigua, una veces es colaborador y amigo del hombre, otras veces es un villano, embaucador y traidor, a veces sabio y astuto, a veces torpe y estúpido, y termina siendo engañado. Pero al final, a pesar de su carácter burlón y engreído, es perdonado por ser como un hijo menor de los dioses. En Callalli, valle del Colca (Perú) el zorro es el hijo menor del Dios y ante sus sucesivas travesuras es expulsado del cielo junto con sus hermanos cóndor puma loro y matamico andino. El relato incluye el descenso con cuerdas cortadas, etc. La caída multiplica los zorros que se transforman en plaga para el humano (Valderrama Fernández y Esclanate Gutiérrez, 1997).


Cabeza de zorro en oro repujado (siglo VI).

Huaca de la Luna – Depto Libertad, Perú.

Fuente: Oro del Antiguo Perú | Fondo Editorial del Banco de Crédito del Perú

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El zorro transita con facilidad entre el mundo de arriba y el de abajo. Incluso el alma de algunas personas, en su viaje al más allá, puede abandonar el cuerpo en forma de zorro. Esa vinculación del zorro con lo celestial explica su aparición en los cuentos y mitos, viajando al cielo, enamorándose de la Luna, y su papel de acompañante de los muertos en las tumbas. Se cree que el zorro es importante en el Hatun Mayu (La Vía Láctea) conectando  los mundos de arriba y abajo. En el cielo nocturno el Atoq es una nube oscura de gas y polvo estelar (yana phuyu),  con forma de zorro, que está cerca de las constelaciones de Uña Llama y del Michiq o Pastor. Esa constelación oscura del Atoq está ubicada en la cola de la constelación del Escorpión (Salazar Garcés, s/f).  Los campesinos dicen que cuando la última estrella de la cola del animal brilla en forma fija, es tiempo de sembrar. Entre el 15 y el 23 de diciembre el sol sale en la constelación del zorro y pocos días después nacen las crías de los zorros (Itier, 1997).

 

 

“Los amorosos luceros conforman ya el Atoq y la Llama arriba, en el manto del cielo …”

 

Víctor Coral 

 

 

Las atribuciones sobrenaturales al zorro se remontan a los pueblos precolombinos de Ecuador, Perú,  Bolivia y Argentina (Jujuy, Mendoza), los que cazaban al culpeo con fines ceremoniales para enterrarlo como acompañante debajo de la persona muerta, debido a la relación del zorro con el cielo, con el mundo de arriba (Mendoza España, 2019; Apesteguía & Álvarez, 2023).  En un enterratorio de la cultura Atuel II, cercano a San Rafael, Mendoza, se hallaron junto a los restos humanos, abundantes huesos de zorros grises o chillas (Lycalopex griseus) y culpeos (L. culpaeus), que no eran utilizados como alimento por esa etnia de cazadores-recolectores que vivió hace 1500 años. Por lo tanto es de suponer que enterraban a los zorros por algún motivo ritual (Apesteguía y Álvarez, 2023)

En el altiplano boliviano se han hallado en contextos arqueológicos restos de zorros vinculados a la cultura Wankarani (2000 AC a 400 DC) con aspecto de haber sido despellejados y descarnados para enterrarlos como ofrenda al construir una vivienda. Igualmente en la cultura Tiwanaku (400-1100 DC) los restos de zorros se asocian a un enterratorio de personajes importantes (Mendoza España, 2019). En la misma época, en el santuario de Pachacámac, el zorro era un símbolo importante ya que existía una zorra de oro en un cerro junto al pueblo, Allí los personajes importantes sacrificaban zorras en honor al dios de los terremotos (Millones y Mayer, 2012).  Igualmente se han hallado estatuillas y tablillas con figuras de zorro que parecen haber sido también de importancia ritual (Mendoza España, 2019).


Estatuilla de zorro andino en metal

Pirámide de Akapana, período Tiwanaku (400-1100 d.C.). Bolivia

(Mendoza España, 2019)



En los tiempos precolombinos el zorro andino era el mediador mítico entre los dioses y los hombres. Se lo citaba con el nombre de sus atributos: atuq (zorro), watuq (adivino) y musiaq (sabio). Los zorros eran los mensajeros del dios Pachacámac en los relatos de Huarochirí y  cumplían, además, el papel de sabios y adivinos. Su saber y sus premoniciones no provienen de su mente, sino de su cola, rabo mítico y mágico que algunas veces se les ha mojado en agua, chamuscado en fuego o que, cuando van a anunciar adversidades, simplemente se la muerden. Sus diversas funciones incluían traspasar barreras, entablar negociaciones, establecer alianzas, dialogar, llevar y traer mensajes y noticias entre la tierra y el cielo: el zorro de abajo y el zorro de arriba (Noriega Bernuy, 2015).

Para los pueblos andinos el zorro era también un elemento sagrado relacionado a los cultivos, a las actividades sociales, a la Luna y a otros animales, como el cóndor y el oso andino. Con la llegada de los españoles el zorro empezó a ser perseguido por depredar el ganado y pasó a ser de mal agüero, especialmente si se cruzaba en el camino y (Mendoza España, 2019).  Este concepto parece provenir de la cultura europea, más precisamente de los cristianos primitivos y medievales, para quienes la astucia del zorro sugería herejía y engaño, y afirmaba que el diablo podía aparecer bajo la forma de este cánido (Gershon, 2023). Poma de Ayala (1584-1615) comentaba que “la zorra, el demonio lleva consigo” y que “oyendo bramar zorras o algún animal, los indios agüeros dicen que salen y andan cabezas de los vivos o sus brazos, o piernas, o sus tripas”.


El zorro en su papel demoníaco se muerde la cola para anunciar desgracias.

(Poma de Ayala, 1584-1615)




El zorro es amigo del tigre y lo sigue a distancia para alimentarse de las sobras de sus cacerías. Matar un zorro haría más dañino al tigre, también domesticarlo trae mala suerte lo mismo que ser seguido por un zorro al ir de cacería.

Con su conocida ambigüedad el zorro produce estimación y temor al mismo tiempo. Se lo menciona como perro de los dioses o zorro del universo, y no se habla mal de él delante del fuego, porque éste es su amigo y le avisaría de inmediato lo que se dice de él. Por otro lado siempre se destaca su astucia, como cuando para atrapar gallinas se agarra la cola y pone los ojos en blanco para fascinarlas (Di Lullo, 1946).

Actualmente, en  el altiplano boliviano se organizan festividades en ocasión del pedido de mano de la novia, y la construcción de la primer casa, donde hay una danza en la que el músico interpreta al zorro. También los jueves de Carnaval se celebra la fiesta de la suchuna, junto a la madriguera del zorro, en el cerro Piucha Juwana (Oruro) para pedir por la abundancia de alimentos. Uno de los protagonistas lleva a la espalda un cuero de zorro. El zorro es un indicador importante para las actividades agrícolas que se entrelazan también con las festividades católicas. Por ejemplo, el apareamiento del zorro se da en septiembre junto con la festividad de la Virgen de Guadalupe y la siembra de la quinua. Las cualidades de las heces del atuq, los aullidos que produce, y su ciclo reproductivo preanuncian cómo ha de ser el rendimiento de las cosechas. En el juego de taptana, que se practicaba en la época de siembra, se enfrentaba un zorro con las llamas (o las ovejas) y, según el resultado, habría un buen o mal año de cosechas (Huarita Choque, 2021).

En la misma región este animal tiene valor medicinal. El uriju o mal de consunción de los niños se trata colgándoles del cuello la nariz disecada de un zorro.  En otros casos, los curanderos cubren al enfermo con una piel de zorro junto con flores silvestres y ortigas, para aliviar sus males. Asimismo al sebo de zorro se le otorga poder curativo integrando un ungüento con otros ingredientes.

 

Zorro

Acuarela de Baltasar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda.

Siglo XVIII

(Millones y Mayer, 2012)


 



ZORROS Y MITOS

En un mito tehuelche relatado por Ataliva Murga, el Zorro, un día de mucho viento, anuncia que se acercaba el fin del mundo  y, agarrando un cuero de potro, salió corriendo. Los seres de entonces se asustaron mucho y se dieron a sí mismos los distintos nombres de las cosas: pájaro, mata, piedra, cañadón, etc. y se transformaron en esas cosas que antes no existían.   El mismo narrador relataba que en una ocasión el Zorro quiso subir al cielo y lo hizo. Se encontró con seres que no comían de la misma forma que en la Tierra. Éstos vieron que el zorro comía y a continuación defecaba. Uno de ellos quiso comer así, pero como no tenía ano, le pidió al zorro que le hiciera uno. El Zorro intentó la operación, pero le cortó medio trasero, y terminó matándolo. Cansado de estar en el cielo, el zorro, utilizando una especie de pasto, trenzó una cuerda y descendió por ella. Pero le quedó corta y se terminó cayendo al suelo y en su cabeza se formó un chichón y una mata de pelo, que actualmente ya no tiene más (Bórmida & Siffredi, 1970; Hernández, 2003).

Cuando el héroe mítico de los tehuelches, Elal, trataba de huir de su terrible padre gigante, le dijo al zorro Patn que fuera a buscar al choique Oóiu para que lo llevara volando su nueva morada. El choique, por miedo a ser descubierto por el gigante, en vez de acudir volando como podía hacerlo en esa época, llegó caminando lentamente por lo cual Elal eligió ser llevado por el cisne Kokn, y castigó al choique quitándole la capacidad de volar. Desde entonces sus huevos y pichones fueron atacados por los zorros (Echeverría Baleta, 1998).

 

El manuscrito anónimo de Huarochirí, es la única fuente sobre los mitos religiosos peruanos precolombinos. En él, el dios-ave Cuniraya Huiracocha está buscando a la diosa Cahuillaca, a quien había preñado a través del fruto de un árbol de lúcuma. Algunos animales como el cóndor, el puma y el halcón le dieron esperanzas de encontrarla; otros como el zorrino, el zorro y los loros lo desalentaron, y por ello fueron maldecidos por el dios (Millones y Mayer, 2012).  " A ti, aún cuando camines lejos de los hombres, que han de odiarte, te perseguirán; dirán «ese  zorro infeliz» y no se conformarán con matarte; para su placer, pisarán tu cuero, lo maltratarán " (Ávila, 1598; Tavera Vega, Lizardo. S/f).

En un relato sobre la gran inundación los animales se refugiaron en la cumbre del cerro Huillcacoto y sobrevivieron, pero al zorro se le mojó la punta de la cola, y por eso le quedó de color oscuro (Ávila, 1598; Millones y Mayer, 2012). 

Los incas tenían una bella leyenda sobre el origen de las manchas lunares: “Dicen que una zorra se enamoró de la luna viéndola tan hermosa, y que por hurtarla subió al cielo, y cuando quiso echar mano della , la luna se abrazó con la zorra, y la pegó así , y que desto se le hicieron las manchas” (de la Vega, 1609).

Y

En el noroeste Argentino el zorro es la forma en que pueden aparecerse algunos seres míticos como Llastay, el dueño de las aves, (Valle de Londres, Catamarca) o Coquena, el protector de los animales  (Jujuy). Para los mineros las vetas de plata u oro, son cuidadas por un zorro rojo, que es  un brujo transformado en animal, y es el dueño o guardián de la mina  (Plath, 1962). El zorro puede llegar a malograr una explotación, pero en Atacama puede aparecerse a los buscadores de minas y mirándolos sin temor, indicarles el sitio exacto donde se encuentra el mineral de mejor ley (Amory, Dean. 2013),


Estatuilla de zorro andino.

Probablemente del período Tiwanaku (400-1100 d.C.) 

(Mendoza España, 2019)




El zorro aparece frecuentemente en la mitología andina como un personaje picaresco  y burlón. Uno de los mitos más importantes lo vinculaba al cóndor:  Se celebraban en el cielo las fiestas en honor a Inti, el sol. El zorro pidió al cóndor que lo llevara y ante su insistencia el ave aceptó. Pero, terminado el banquete, el zorro no quiso bajar con el cóndor. Lo hizo más tarde, después de haber robado una bolsa de semillas , deslizándose por una soga de paja q’uya. El loro informó de esto al cóndor, que se enojó por haber robado el zorro a los dioses esa semilla la kihuna o kinua que ellos iban a entregar a los humanos. Ya sea porque lo ordenó el cóndor ya sea en venganza por los insultos que le dirigió el zorro, el loro cortó la soga y el zorro cayó a tierra en un lugar donde los pobladores habían colocado piedras y espinas. El zorro murió y de su estómago reventado salieron los miles de zorros que hoy pueblan el mundo o, según otras versiones,  bien las semillas que había comido y que originaron las plantas alimenticias que se siembran  (Frontaura Argandoña, 1935; Farfan, 1943; Itier, 1997). En algunos relatos se anteponía a éste un episodio en que el zorro aprovechaba la ausencia de un pastor para copular con su mujer. Al volver éste de improviso, el zorro que había quedado abotonado a la mujer, se corta el pene y escapa. El pene es arrojado al río donde adquiría vida propia y violaba  a una anciana. El zorro entonces pedía ayuda al cóndor para que le pegue el pene al cuerpo, lo que el ave hizo utilizando sus excrementos como pegamento (Itier, 1997).

En una versión de este mito, recopilada en Oruro (Bolivia), se dice que en el principio del mundo  el zorro Antonio recorría el campo buscando alimento cuando encontró al conejo Kullpa y lo atrapó. El conejo le anunció que se acercaba una lluvia de fuego y que era preciso refugiarse en una cueva del cerro Piucha Juwana. Una vez dentro de la cueva, el conejo le pidió permiso para ir a buscar agua y a sus parientes. El zorro accedió, pero el conejo selló la entrada y lo dejó encerrado. Después de varios días el zorro  pudo salir, muy hambriento, y al ver el campo florido comprendió que el conejo lo había engañado. Para vengarse lo esperó junto a una laguna donde los animales iban a beber. El conejo lo engañó nuevamente, convenciéndole de que en el centro de la laguna había un queso (la luna reflejada) y para conseguirlo era preciso beberse el agua de la laguna. El zorro lo hizo y, nuevamente burlado, partió de allí con la panza llena de agua. En el camino una paja brava pinchó al zorro y su estómago reventó, dispersando una variedad de semillas que originaron los cultivos actuales (Huarita Choque, 2021).

 

 

UN ZORRO DE CUENTO

El zorro, animal mítico, de casi todas las culturas humanas ha sido identificado como un ser astuto, habilidoso y algo perverso. Son innumerables los relatos y fábulas que lo tienen como protagonista, casi siempre venciendo a un animal poderoso, pero también siendo vencido por animales chicos. Muchos de estos relatos entroncan con los relatos europeos de Maese El Zorro, Reynard y otros personajes similares, dando origen a los cuentos criollos de Don Juan El Zorro.

Ramón Lista, que fue gobernador de Santa Cruz y tuvo mucho contacto con los tehuelches del sur o tsonekas, conviviendo incluso con una mujer de esa etnia, recogió dos relatos sobre el zorro. En el primero de ellos el  zorro desafía a una roca a correr cuesta abajo por un cerro. El zorro, rápido como una flecha, llegó primero al pie del cerro, pero la piedra rodando por la pendiente terminó aplastando a su rival. En el otro relato, un puma se encontró con un zorro adornado con un vistoso copete y le preguntó cómo había adquirido tal adorno. El zorro le contestó que lo hizo rapándose la cabeza e insertando allí plumas de choique. El puma le pidió que le haga tal tratamiento y el zorro le raspó el cráneo hasta adelgazarlo tanto, que de un sólo golpe se lo quebró, matando al puma (Lista, 1998).

Entre los selknams,  Kwonyipe, el gran curandero mítico, tenía guanacos amaestrados. Uno de ellos atacó a “su hijo y lo hirió gravemente. El padre, exasperado, tomó del fuego un leño encendido y castigó con furia al animal culpable. El guanaco, malherido, se retiró a la espesura del bosque para reponerse; allí se encontró con un zorro, que le dijo: «-¡Qué tontos sois los guanacos! ¿Acaso creéis que los hombres se interesan por vosotros? Ellos os crían con el solo objeto de comeros más adelante. Vosotros podéis correr más rápidamente que ellos; ¿por qué no os retiráis al bosque y vivís libres como yo?». El guanaco se quedó pensativo y luego fue a hablar con sus camaradas, hasta que un día todos huyeron al bosque. Desde entonces los onas han tenido que salir a cazar para conseguir carne” (Bridges, 1952).  Algo similar relataban los tehuelches sobre Elal, su héroe mítico, cuando había separado las vacas y ovejas, de los guanacos. El zorro contrariando sus indicaciones espantó a los animales y el ganado se fue hacia el norte quedando sólo los guanacos para consumo de los indígenas  (Palermo, 1983).

Otro relato selknam contaba cómo se enemistaron el guanaco  Yõhwen y el zorro Wãs. El guanaco se apersonó en la casa cuando el zorro no estaba y asustó a los hijos de éste. Más tarde, en venganza, el zorro asustó al guanaco que, recordando el fuerte olor del cánido, dejó de acercarse a los lugares que éste frecuentaba (Luis Paren, 1920, en Gusinde, 1982) .


El Wash de los onas

(Gallardo, 1910)



 

En un cuento de Luisa Pascual, hija de padre mapuche y madre tehuelche, el zorro se encontró con un inambú que silbaba muy bien y le preguntó cómo lo hacía.  El inambú le dijo que él tenía la boca demasiado grande para silbar, pero que se la podía achicar cosiéndola. El zorro se dejó coser por el inambú y logró silbar mejor que éste. Entonces el inambú, envidioso, se emboscó y asustó al choique sobre el cual montaba el zorro. Éste cayó patas para arriba y se le descosió la costura, y ya no pudo chiflar más, sólo le quedaron los bigotes como hilachas, resto de la costura (Priegue, 1988; Poduje et al., 1993),

Según Rodolfo Lenz, uno de los cuentos más originales de los mapuches y con menor influencia europea, es el del zorro y el tigre. El tigre está asechando al zorro, escondido junto al bebedero. El zorro sospecha y exclama cuatro veces: “-¡Quiero beberte, agua!”  Y luego dice “-Parece que mi agua no quiere que la beban, porque no me contesta”. Entonces dijo el agua (es decir, el tigre haciéndose pasar por ella) “-Ven a beberme!”.  “-Oh!” dijo el zorro, “nunca he oído que el agua pueda hablar!” Y  escapó velozmente (Lenz, 1895-1897).

En un epew o relato pehuenche de Lorenzo Naupa Epuñán el zorro tenía conflictos con el puma, el esposo de su tía, por lo cual ésta lo castigó y el zorro cayó, haciéndose el muerto. El puma llamó a un hechicero (machi) para revivirlo. El hechicero era un gato que, conociendo la astucia del zorro, le puso hormigas coloradas en el ano. El zorro no pudo aguantar y se levantó dando grandes saltos. Desde entonces hay una gran enemistad entre el zorro y el gato, que siempre es perseguido por aquel (Sánchez Cabezas, 2014).

Y

En los Valles Calchaquíes el zorro es el gran enemigo del uturunco (yaguareté) y del puma. Es el más astuto de los animales y antiguamente hasta sabía hablar. Adán Quiroga (2007) recoge un cuento donde el zorro se enfrenta con un puma. Se lo encuentra de golpe y, para evitar ser cazado, se pone a recoger chaguar. El puma intrigado le pregunta para qué lo hace y el zorro contesta que es para atarse a un árbol porque se enteró que viene un gran ventarrón que puede arrastrarlo. El puma le pide que antes lo ate a él y se apoyó contra un árbol. El zorro presuroso lo ató bien y luego se alejó, burlándose de la fiera.

Otro cuento narrado por Emeneterio Nieto, de Chaquiago, Andalgalá, Catamarca, es el del  zorro y el quirquincho. El zorro hace sembrar un campo a su compadre el quirquincho. El trato es que él se queda con lo que está sobre la tierra, y el quirquincho con lo que está debajo. Como siembra papa, el zorro es burlado. En la próxima oportunidad el zorro le pide lo que está bajo tierra y como el quirquincho siembra trigo, el zorro queda nuevamente frustrado. Finalmente el zorro le pide lo que esté bajo tierra y en la punta de las plantas, como el quirquincho siembra maíz, vuelve a ganarle (Bertonatti, 2018).

 

En la comunidad Kachilip'i, de Omasuyos (Bolivia) se relata que el inambú o ullutu tocaba su pincullo, cuando encontró al zorro que se lo pidió prestado y se lo llevó. Para recuperarlo el ullutu fue hasta la cueva del zorro y se echó al suelo, haciéndose la muerta. El zorro, apenado, colocó el pinkullo al lado del ullutu, la que enseguida se levantó y recuperó su instrumento  (IADAP, 1983).

En el ambiente aymara, la historia del zorro y el tatú o quirquincho se desarrolla así: El tatú se encontraba tejiendo un manto para lucir en la fiesta de la luna nueva, junto al lago Titicaca. Pasó por ahí el zorro que, para molestarlo, le dijo que la fiesta era esa misma noche. El tatú se desesperó y tejía con apuro para terminar su ajuar para la noche. Al rato vio salir la luna y comprendió que faltaba bastante para la fiesta. Sin embargo, llegado el día, lució con gran éxito su capa para gran sorpresa del zorro bromista (Serrano et al., 2006).

Un relato del sur de Perú cuenta el encuentro del zorro con una huallata. El zorro, envidioso de las patas rojizas de los pichones de la huallata, le preguntó cómo había logrado ese color. El ave le dijo que se las había tostado con una brasa. Cuando el zorro tuvo cachorros, no sólo los quiso con las patas rojas sino con todo el cuerpo. Siguiendo el consejo de la huallata, los metió dentro de un horno, donde los zorritos terminaron calcinados.

 

Alejandro Quispe narra que el zorrino (añatuya) le preguntó al zorro (atoj) cómo hacía para mantenerse en tan buen estado, y el zorro le respondió que tenía mucho ganado disponible para comer. El zorrino le pidió que le consiguiera una llama para comer  y el zorro lo llevó donde pastaban los animales y le aconsejó que agarrara a una de ellas por las patas, con fuerza. Al hacerlo, la llama pateó al zorrino en un ojo, causándole gran dolor. Desde entonces el zorrino sólo come gusanos en las chacras (Quispe Chambi, 2004).

Entre los cuentos criollos argentinos tiene gran difusión territorial desde Salta a Chubut el del zorro y el suri. El zorro intenta cazar al suri pero no lo logra al ser éste muy grande y veloz. Entonces le ofrece unas botas de potro, artículo lujoso que habrían de servirle para concurrir a los bailes. El suri acepta, y el zorro le coloca las botas de cuero crudo y fresco. Al secarse el cuero, las botas quedan tan ceñidas que el suri no puede caminar y es cazado y devorado por el zorro (Vidal de Battini, 2006).



Atoq

Ciudad Sagrada de Los Quilmes – Tucumán

Foto: Alex Mouchard



 

 

 

COPLAS DEL ZORRO

 

 

Copla catamarqueña  (Carrizo, 1926)

 

En la cima de un cerro
Cantaba un zorro,
j Agárrate garganta!
Que aquí va un chorro.

 

 

Coplas salteñas (Carrizo, 1933)

 

Quisiera ser como el zorro,
Para pasarla cantando,
¡Cómo cantaría de lindo,
Cuando el chañar 'sté pintando!

 

Anoche me fui a gatiar,
Me senté en un chañar solo,
Casi me moría de susto
Oyendo gritar al zorro.

 

Después que pintan las uvas,
Viene el chañar madurando;
Y los zorros en las plantas,
Que se las pelan gritando.

 

Los zorros gritan cuando madura la algarroba, el mistol y el chañar, sus postres predilectos, después de haberse comido las perdices del campo o las gallinas del vecindario. De ahí el apelativo zorro mistolero.

 

 

 

De todos los animales,
yo quisiera ser el zorro,
para llevar la gallina,
y dejarle al gallo solo.

 

¡Ay, ayayay,ayayay!
Pastorcitos,
os paráis en la pared del cerro,
y el zorro husmea y husmea.

 

MI zorro, mi zorrito,
sus orejas como espinas,

¡tú me robas, yo me adeudo!

 

Coplas andinas (IADAP. 1983)

 

 

 

 

ALGUNOS NOMBRES PARA EL ZORRO

Alacaluf: kionchar.

Yagán: cilaaia, chilowaia

Sélknam:  wime, whash, wãs, whaahsu, waash.

En Chile (Tierra del Fuego) le dicen lobo del monte.

Los tehuelches del sur, aonikenks o tsoneks tenían para el zorro colorado y el gris la voz páten, pat'en, patn, paltñ, pakn,  según la grafía de los distintos autores. Algunos de ellos registran ail para el zorro colorado, y patn o patnk, para el zorro gris. Otras voces con el mismo significado serían xo:wen y a:jex. Antonio Pigafetta (1943) había anotado ani, para el lobo patagón, de las costas de Santa Cruz.

Los puelches o gennakens habitaban las sierras del Tandil y La Ventana, y denominaban al zorro ychq-loy. Se mencionan también las voces yüshgai, yürshgai, yüsgai para el zorro macho y yamkān-ka yüshgai, para la hembra. Los indios pampas que incluían en parte a esta etnia, usaban la palabra kham, pero al arucanizarse adoptaron el g’uru de los mapuches.

Mapudungun: según los distintos autores tenemos: g’uru, güru, gurú, ngeru, ngurrú, guërü, guerré, gner, ñer, nerre, ñir, güor.  Estas palabras aparecen en forma compuesta en diversos nombres, topónimos y patronímicos. Por ejemplo:

- Ngeru-kelen, es la gramínea  llamada flechilla (Piptochaetium bicolor), de ngeru: zorro, y kelen: cola = “cola de zorro”.

-Coligueru, nombre de varón indígena, de coli: rojo, y  gurú: zorro = “zorro rojo”.

-Güelguirre, José, indígena de Calbuco (1737), de juele(n): desgracia, y gurú: zorro = “zorro de mal
agüero”.

-Huaguaguiru, nombre indígena, de hualmaicun: gritar, y gurú: zorro = “grito de zorro”.

-Huechuñir, cacique de Tapihue, de jiuec: arriba, y de gúr(ü): zorro = “zorro de arriba”.

-Nangür, paraje en Ancud (Chile), de namn: morir, y  gur(u): zorro = “zorro muerto”.

Y

 

En el folklore criollo del NOA se denomina al zorro Juan, Don Juan o Juancito.

Aymara: Qamaqi, camaque, khamakhe. En esa lengua existe el verbo haytha, que significa “cavar el zorro la tierra con la boca”, lo cual los indígenas tienen por mal agüero. Otras voces aymara para el zorro son achalari y tiwula.

Atoc, atok, atuk es el nombre del zorro en quechua. En Cuzco, atoq china: zorro hembra; atoq orqo: zorro macho; y atitoq: zorrito. En el quechua de Santiago del Estero y de Bolivia es atoj. En Jujuy se da este nombre a un zorro pequeño, es decir sería el zorro gris (Lycalopex gymnocercus), pero en quechua atoc se refiere a un zorro grande.

Atacameños: tschapur

En la puna del sur de Peru se le llama lare.

Ecuador: lobo de páramo, raposo, puka atuk = “lobo rojo”, waiku allku (Cotopaxi) = “perro de la quebrada”; urku allku = “perro del cerro”.

 

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EL ZORRO COLORADO O CULPEO (Lycalopex culpaeus) – ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO

  Alex Mouchard Canis magellanicus (Darwin, 1840)    “ E ran zorros, en efecto, pero zorros muy grandes, que producían una especie de ...