RAMÓN LISTA,
personaje contradictorio, asesino de aborígenes onas, amigo de Roca, gobernador
de Santa Cruz viviendo en concubinato con una tehuelche en una toldería a 200
km de la sede de su gobierno, provocando el suicidio de su esposa en Buenos
Aires, asesinado a su vez por sus baqueanos en Salta y también opinando así de
la selva misionera en 1883:
Ramón Lista –1883- El territorio de las Misiones – Buenos Aires:
La Universidad.
Ë
ROBERT CUNNIGHAME GRAHAM recorrió a principios del siglo XX
la región del Sinú en Colombia, y cerca de Sahagún presenció el incendio de la
selva:
“Durante las grandes sequías, el
pueblo quemaba los bosques para abrir nuevas tierras de pastoreo, y mientras
cabalgamos, en el horizonte vimos todo el bosque virgen en llamas, una vista
miserable, y comparable a la acción de un hombre que acecha a otro, lo mata y arroja
su dinero en un pozo. En un país ganadero puede ser necesario limpiar terreno
para nuevas pasturas, pero quemar árboles de cientos de años de edad es un
pecado contra la naturaleza y debe ser castigado por la ley. Una ligera brisa
sopló las cenizas del bosque ardiente hacia nosotros. Cayeron sobre nuestros
cabellos y se adhirieron al pelaje de los caballos. Nos hacían pensar en desgarrarnos
la ropa, al pensar en la destrucción de tanta belleza de una manera tan
despreocupada. El trabajo es escaso y la naturaleza más exuberante de lo que se
puede imaginar en el norte, y puede ser que las cenizas fertilicen el suelo,
pero me alegraba de tener por lo menos las cenizas en nuestras cabezas; parecía
que alguien lloraba. En el feroz sol del mediodía, antes de detenernos bajo una
ceiba, el sendero corría por una franja de bosque virgen que estaba en llamas.
El camino era estrecho y a veces pasaba cerca de grandes árboles ardiendo, quemándose
en su pira funeraria"
"Las lianas secas estaban todas en
llamas, el calor era intenso, las cenizas sofocantes. De vez en cuando, en el
bosque, un gran árbol se derrumbaba, y una espesa nube de humo subía al cielo.
Los caballos resoplaban, saltando sobre un tronco carbonizado, y alejándose luego
de uno de los árboles altos y encendidos, aterrorizados. Sobre nuestras cabezas
el sol brillaba como el bronce y se unía al calor que se elevaba de la madera.
Todo estaba tan silencioso como una tumba, salvo por el tranquilo murmullo del
fuego, porque todos los pájaros y los animales habían huido, y así cabalgamos,
sofocados y tosiendo, serpenteando por un verdadero purgatorio de la naturaleza,
hecho por el hombre, que en su locura, ha fabricado para la naturaleza y para
sí mismo tantos infiernos”.
Cunninghame
Graham RB - 1920 - Cartagena and the Banks of the Sinu. London: William
Heinemann
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