¡HISTORIAS ZOOLÓGICAS CUMPLE
DIEZ AÑOS!
Para celebrarlo publicamos LOS SENDEROS DEL PUMA en cuatro episodios.
Digo el Puma nocturno y carnicero,
Con
la pelambre de color de paja,
Punzante
el ojo y el olfato agudo
Cuando
siembra terror en la montaña …
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Puma - Felis discolor Dibujo de David Renatus Nitschmann (Schreber, 1774) |
ETAPA 1/4 – EL SUR
El puma es el mamífero con mayor área de
distribución en América, abarcando desde el sur de Alaska hasta el estrecho de
Magallanes, es decir, más de 14.000 km de norte a sur. Indudablemente este
hecho lo ha llevado a ponerse en contacto con tantísimas culturas aborígenes y
con los nuevos habitantes surgidos del proceso de colonización europea. Por
eso, el impacto cultural que ha tenido sobre los pueblos ha sido muy grande y
es lo que intentaremos mostrar a través de un itinerario que hemos dado en
llamar LOS SENDEROS DEL PUMA.
Cuando los conquistadores europeos
descubrieron la exhuberante biodiversidad americana, su primera preocupación fue
encontrar un nombre para designar a todas esas nuevas especies, a fin de luego
poder describirlas y hacerlas conocer, ante la avidez intelectual y comercial de
sus soberanos y compatriotas. En muchos casos adoptaron o adaptaron los nombres
indígenas y en otros aplicaron los nombres ya conocidos en Europa para animales
similares del Viejo Mundo. En el caso del puma, que recuerda al león o más
precisamente a la leona, éstos fueron los primeros nombres que le dieron los
europeos.
“En Tierra Firme hay leones reales ni más ni menos que los de África pero son algo menores y no tan denodados, antes son cobardes y huyen ... Hay así mismo leones pardos en Tierra Firme, y son de la forma y manera mismas que en estas partes se han visto, o los hay en África, y son veloces y fieros. Pero ni éstos ni los leones reales hasta ahora no han hecho mal a cristianos, ni comen los indios como los tigres" (Fernández de Oviedo, 1526).
Al parecer, a principios del siglo XVI, cierto capitán Francisco Becerra explorando las costas pacíficas de Castilla de Oro (actual Panamá) encontró a estos leones y “llamólos rasos, porque no tienen aquellas barbas, que los leones reales de África” Fernández de Oviedo, 1535). Bernabé Cobo (1653) dio mayores precisiones: “Hállanse en muchas partes de la América diversas suertes de Leones; unos son pequeños como medianos Perros, y pardos, otros de tanta corpulencia como una ternera de seis meses; y déstos, unos hay pardos y otros bermejos, mas todos ellos sin aquellas guedejas que tienen los Leones Reales en la cabeza y pecho; y tan cobardes, que huyen de la gente y de los Perros. Con todo eso, matan y comen cualquiera suerte de ganado manso, en que no son poco dañosos. Verdad es que en algunas partes se han hallado Leones Reales tan feroces, que ha sucedido echar uno a un Toro y pelear con él y matarlo. Llámase el León en las dos lenguas generales del Perú Puma”.
Curiosamente, este carnívoro tan emblemático
de todo el continente americano parece haberse originado en el Viejo Mundo y,
tras separarse de sus parientes guepardos hace unos ocho millones de años, se extendió
por casi toda Europa y Asia, llegando a Mongolia. Desde allí ingresaron a
América en el Plioceno tardío, a través del estrecho de Bering, más tarde se
extinguieron en Eurasia, y 400.000 años atrás la misma especie actual ya poblaba las montañas norteamericanas y las pampas
sudamericanas (Madurell-Malapeira et al., 2010; Matte et al., 2013; Chimento
& Dondas, 2018).
“…los españoles, al desembarcar en América, daban un nombre
europeo conocido a un animal nuevo que encontraban, saludando con el terrible
de león, que trae al espíritu la idea de la magnanimidad y fuerza del rey de
las bestias, al miserable gato, llamado puma, que huye a la vista de los
perros”. Domingo Faustino Sarmiento - Facundo |
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Puma. Grabado de Charles Heath (Shaw, 1800) |
PATAGONIA SUR: COMIENZO DEL SENDERO
Iniciamos nuestro recorrido en el sur del
continente, a orillas del Estrecho de Magallanes, barrera que el puma parece no
haber logrado cruzar nunca, con la narración de John Macdouall (1833), oficial
administrativo del famoso buque HMS Beagle, en su primer viaje a Sudamérica
(1826-1827). Este relato introduce algo de misterio en esta historia, con una
presencia fantasmal, típica de este felino, solitario, escurridizo y nocturno,
que actualmente se resiste a desaparecer y se acerca a nuestros campos y
ciudades. Según dicho oficial, el capitán Pringle Stokes, el teniente William
Skyring, un asistente y un guardiamarina se encontraban explorando la bahía San
Gregorio, en el interior del Estrecho cuando: “el guardiamarina ... percibió un animal grande y de aspecto salvaje
que se dirigía hacia el lugar donde se encontraba, olfateando el suelo a medida
que avanzaba. Esta fue una visión bastante incómoda para Llewyllin (un
sobrenombre que le daban sus compañeros de comedor), que entonces comenzó a
cargar rápidamente el mosquete, que afortunadamente había traído consigo, y
cuando este extraño de cuatro patas había llegado a doscientos pasos, el
guardia disparó un tiro para detenerlo. La bala dio no muy lejos del blanco,
pero no tuvo otro efecto que hacer que el animal siguiera con los mismos
movimientos que se dice hizo el león hacia Don Quijote cuando ese valiente
caballero lo esperaba en la puerta abierta de su jaula. El guardiamarina se
echó a tierra y, apoyando el mosquete para estabilizar su puntería, el segundo
disparo silbó por encima de la cabeza de la criatura, que parecía decidida a tener
un contacto más cercano, la cual siguió avanzando hacia él a un ritmo más
rápido; pero al llegar a cincuenta pasos, la tercera bala pegó en la tierra
cerca de su cabeza, entonces inmediatamente se detuvo y siguió mirando a
Llewyllin, quien se instaló en la hierba y disparó de nuevo, y el animal giró
repentinamente y se alejó, muy de la misma manera pausada con la que se había
acercado”.
Nuestra próxima etapa es en el extremo
oriental del Lago Argentino, donde Francisco Moreno (1879) sufrió un ataque que
pone en el tapete la cuestión de si el puma agrede o no al humano. El perito
descubrió un río que conecta el Lago Viedma con el Argentino. “Caminaba sólo hacia el río para dejar en
su orilla una botella que contuviera la prueba de mi visita a él, cuando al
pasar cerca de un matorral he sido atacado por una leona. La poca precaución
que toma el viajero, pocas veces agredido, hace que me encuentre sin armas ... Sin embargo, la presencia de ánimo no me
ha abandonado y a pesar de haber sido arrojado al suelo por la fuerza del
choque violento que he recibido de la leona, al sujetarse ésta con las uñas
sobre mis espaldas y cara, tratando de morderme en el cuello, he podido
levantarme, arrollar el poncho y remolinear velozmente la brújula a manera de
boleadora, e imponer así a la puma, que se lanza varias veces con intención de
herirme, consiguiendo sólo romper el poncho y arañarme en el pecho y piernas,
desgarrándome las ropas ... He podido, sin ser ofendido gravemente, llegar
hasta el paradero, en cuyas inmediaciones se ocultó la puma”. El episodio
terminó mal para el felino que fue muerto, presentando un estado de gran
flacura que explica por qué se animó a atacar a una persona. El río “recibe
por este suceso, que poco ha faltado para ser trágico, el nombre de «Río Leona»”.
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Caza del puma en la Patagonia (Moreno, 1879) |
“Allí veinte días antes de mi llegada, mientras ese ingeniero estaba ocupado en sus trabajos se sintió fuertemente abrazado por la espalda é inutilizado en el movimiento de sus brazos, en tanto que cuatro colmillos se le clavaban en la mandíbula inferior; no pudiendo sacar el revólver de la cintura se dejó caer en el suelo tratando de sacudir aquel inquietante abrazo de manazas vellosas: era una leona de la cual no hubiera conseguido librarse sin la llegada oportuna del capitán que con un tiro en la oreja hizo caer fulminada a la fiera. El ardiente beso de la leona había dejado al señor Arneberg con tres dientes fracturados y con el labio inferior colgante. Comprobaron que era un animal muy viejo que, en la escasez de caza en ese punto, había creído dar con una buena presa para alimentar a sus cachorritos, que quietos y con ademán juguetón, tras de un árbol, miraban a la madre empeñada en la lucha” (Onelli, 1904).
Contrastando con estas experiencias, en
cercanías del río Santa Cruz, Ramón Lista (1896) relataba: “En la tarde, al volver al campamento, desde las colinas del Sudoeste,
encuentro una puma dormida al pie de un incienso. Me acerco, le hago fuego con
el revólver, se despierta, se despereza, me mira... y luego se aleja lentamente
con la despreocupación de toda bestia que conoce su fuerza”.
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Puma patagónico (Agostini, 2010) |
Aunque hay muchos viajeros que hablan de lo sanguinario del puma, obviamente en estos relatos hay exageraciones. En general todo carnívoro tiende a cazar sólo lo que puede comer, ya que si no estaría desperdiciando sus reservas energéticas. No opinaba así el dinamarqués Andreas Madsen (Madsen & Bertomeu, 1956), famoso habitante de la zona de El Chaltén e inveterado cazador de pumas, quien afirmaba haber matado casi cuatrocientos ejemplares para proteger al ganado. Su libro narra numerosas anécdotas de sus cacerías, donde él es generalmente el héroe, pero preferimos tomar esta observación sobre la forma de cazar del puma: “La tropa contemplaba, como hipnotizada, algo que yo no podía ver. De repente todos relinchaban agudamente, a un mismo tiempo y corrían un corto trecho para regresar de inmediato al punto de partida, las orejas bien paradas hacia adelante y mirando fijamente hacia lo que podríamos llamar, aunque muy impropiamente, un montecito de pasto coirón largo. Comencé a observar en dirección hacia el «montecito» con tanta atención como ellos y me pareció ver que algo se movía. Los guanacos se dispersaron una vez más, pero volvieron en seguida. De repente, y con el asombro que pueden Uds. imaginar, me di cuenta de que lo que atraía en tal forma la infantil curiosidad de los guanacos era la cola de un puma que, agazapado tras las matas, avanzaba sigilosamente, la cola en alto, bamboleándola como un péndulo. Los pobres guanacos, tan estúpidos como inocentes, se asustaban cuando lo veían arrastrarse, pero volvían luego para observar esa extraña serpiente, que ejercía sobre ellos, evidentemente, similar atracción a la que sobre los pájaros tienen las víboras”.
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Puma – Dibujo de Harry F. Harvey (Reed, 1915) |
A diferencia de los tehuelches que mataban al puma acercándose y dándole un bolazo en el cráneo, los colonos solían acosarlo con perros y despacharlo de un tiro: “… se había deslizado fugitivo el puma, un gran viejo de manazas grandes, como lo acusan las huellas dejadas en el piso blando. Una recorrida sumaria hecha a las cuevas y grandes grietas cercanas, indica que no ha vuelto aun a su guarida. Y he aquí que en el medio de la pampa el cruel señor de vidas y haciendas duerme profundamente, despreocupado y seguro de que el miedo que inspira a sus víctimas es suficiente salvaguardia de su real persona. Al ruido se levanta solemne, y majestuoso se empaca contra una piedra. Tiene a respetuosa distancia a los perros; saben ellos que de un zarpazo puede abrirles el vientre. Diez metros son suficiente garantía para el cazador, para que no lo asalte, y a esa distancia no hay tirano que no quede vencido con una buena bala de máuser ... Los ojos amarillentos, grandes y fosforescentes se cubren ya del velo de la agonía. Un león menos, y gracias a San Antonio, dos costillares más, casi tan sabrosos como los del cerdo, su protegido. Si en otro tiempo los cóndores denunciaban al viajero dónde el león había hecho sus víctimas, que despreocupado dejaba a esas aves de rapiña, hoy es el león que sirve de carnada a los cóndores” (Onelli, 1904).
Coincide con esta apreciación gastronómica Antonio de Viedma (1780-1783) quien hablaba de los “leones pardos, cuya carne también es muy regalada, jugosa y tierna, y se asemeja asada a la pechuga del pavo”. Con parecido entusiasmo, Edward Chace, un yanqui que vivió como ovejero y cazador de pumas en Santa Cruz dice: "Luego probé el león asado, y después de probarlo, le di la oveja al perro y me quedé con el león. Era como un lechón, tierno y de buen sabor. Bueno, no puedo pensar en nada más parecido a un cochinillo" (Barrett & Barrett, 1931).
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Pumas en la fachada del Museo Argentino de
Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (Buenos Aires, Argentina). Foto de A Mouchard. |
Chace fue contratado como leonero en la
Estancia Monte León (actual Parque Nacional): "Los leones en la Estancia Monte León se estaban convirtiendo en
algo terrible". Allí, además de ovinos, había ganado bovino y equino. “Los pumas le tienen miedo a las vacas y
prefieren los potros”, ya que al parecer las vacas los persiguen entre los
arbustos cuando ellos atacan a los terneros. Por supuesto, los pumas también
cazaban guanacos pero no parecían “interesarse
por los huevos o los ñandúes que corren. Debe tomar al ave por sorpresa ... Un
león no suele atrapar más de dos o tres ovejas en un sitio antes de que
escapen. Siempre mata con un golpe de su pata. A veces se encuentra el cráneo
partido, a veces le saca toda la parte superior de la cabeza. A menudo se ve a
las ovejas entrar al bañadero con un solo ojo o con una oreja o todo el lado de
la cara colgando. Siempre hay que matarlas si han sido lastimadas por un león.
Ellas se malogran. Tengo la idea de que hay veneno en sus garras. He visto
huellas por las que juzgué que una hembra había estado enseñando a sus
cachorros a matar. Pude ver dónde habían estado arreando las ovejas hacia los cachorros y ellos arañaron y
mordieron a los corderos en el cuello. No creo que los leones adultos chupen
sangre, pero los cachorros pueden hacerlo mientras aprenden. He sabido que los
leones comen zorrinos y liebres ... Ese
duro invierno bajaron grandes pumas rojos desde el bosque. Chace encontró una
camada mixta en una cueva, uno gris y otro rojo. Nunca encontró más de dos
cachorros en la camada de ningún puma, aunque una hembra que mató estaba
preñada de cinco. Cree que los machos viejos se comen a los machos jóvenes"
(Barrett & Barrett, 1931).
Además
de la carne se aprovechaba el cuero para hacer piezas del apero y
vestimenta. “Chace usaba guardamontes de cuero de león ese invierno.
Solía cuerear el cuello del león y si le daba un buen estiramiento, se reducía
justo al ancho de una pierna. Si era un león grande, tenía que cortarlo por
detrás del hombro para conseguir el largo correcto. Cortaba las patas traseras,
dejando sólo de una lo suficiente para hacer ranuras para pasar su cinturón.” (Barrett
& Barrett, 1931).
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Puma y su presa (Gervais, 1855) |
“Aunque durante todo nuestro viaje encontramos constantes evidencias de la presencia de pumas alrededor de nuestros campamentos, no fue hasta que entramos en la Cordillera que realmente visitaron el campamento. En un bosque cerca del lago Argentino, una noche de luna, dos pumas rodearon nuestro campamento y durante más de media hora siguieron emitiendo su peculiar grito. Los pumas provocaban la estampida de nuestros caballos y dejaban huellas claras cerca del campamento, pero a pesar de esto no mataban a ningún animal, ni siquiera un perro, de nuestra pertenencia ... El número de pumas en la Patagonia es muy grande, más de lo que ningún zoólogo se haya imaginado hasta ahora. Durante un invierno, dos pioneros mataron a setenta y tres cerca del lago Argentino. Cerca de San Julián se destruyen anualmente cantidades inmensas, pero últimamente, debido a la llegada de los colonos, son cada vez menos numerosas. En Bahía Camarones, en la finca del Sr. Greenshields, catorce pumas fueron muertos durante el invierno de 1900 ... Los pumas son cazados con mayor frecuencia en invierno, cuando hay nieve en el suelo, y sus huellas pueden seguirse hasta sus escondites; de lo contrario, son tan maravillosamente expertos en ocultarse que a menudo es imposible encontrar su guarida” (Prichard, 1902).
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Felis concolor pearsoni, el puma rojo, subespecie
del sur de la Patagonia descubierta en el viaje de Prichard, actualmente sinónimo de Felis concolor puma (Prichard, 1902) |
En esta parte de nuestro itinerario habitaron los
aonikenk o tehuelches meridionales. En el mito de su héroe Elal, el padre de
éste, Noshtex, el gigante hijo de la oscuridad, lo buscaba para eliminarlo,
pues la profecía indicaba que al ser Elal producto de la violación de la nube
Teo, habría de ser más poderoso que su padre quien resultaría así castigado. La
laucha Terr-Werr escondió al niño y
pidió a Kiken, el chingolo, que convocara a los animales para que ayudaran a
llevar a Elal a un lugar seguro. El puma negó su ayuda, y por eso “las tradiciones tehuelches hacen aparecer
a su héroe enfrentando repetidamente al puma, Galn, fiera siempre peligrosa
para el cazador. Elal lo derrota una y otra vez, pero el puma aparece
amenazador y temible cada vez que el héroe descuida su vigilancia. Elal, siendo
un adolescente y apenas inventados el arco y la flecha, vence al felino, y sus
pieles adornan las paredes de la caverna donde el héroe vive con Terr-Werr.
Para adquirir la fuerza de la temida fiera, calienta sus huesos y absorbe la
médula, operación que luego repetirán los Chonek, cuando crean necesario
infundirse valor” (Llaras Samitier, 1950).
Pese a estos antecedentes, cierta vez Elal salió a cazar con el puma y consiguieron un
guanaco. El muchacho quiso encender un fuego para asarlo pero el animal se
opuso pues tenía miedo de atraer a los hombres que lo perseguirían. Este
momento marca cómo el león perdió el uso del fuego y se vio obligado a comer
carne cruda por el resto de sus días (relato de Nemesio Chongle recopilado por
Rodolfo Casamiquela en Gobernador Gregores, Lago Cardiel, en 1975; Fernández
Garay y Hernández, 1999). Otras historias de traiciones y lealtades involucran
al puma con el héroe cazador. Noshtex convocó a Shintaukel, un compañero de
cacerías muy parecido a Elal, para matar a éste. Ambos se enfrentaron junto al
lago Sechlae (Cardiel) y la sangre de sus heridas en la feroz batalla atrajo a
muchos pumas que los atacaron, siendo repelidos y muertos por los dos cazadores
que se unieron para defenderse. Pero después Elal mató a su contrincante. El
gigante Noshtex trató de enviar a otro cazador, Wekne, pero éste fue fiel a
Elal y no lo mató. Quizás por eso, Wekne fue un día atacado por un puma que lo
hirió seriamente, aunque él logró matarlo con un flechazo en la garganta
(Llaras Samitier, 1950).
Los tehuelches consideraban a este carnívoro como un ser diabólico con
poderes sobre las personas, aunque resultaba vencido por la inteligencia
humana. "¡Miren qué ojos de diablo!", les escuchó decir Musters (1964) a un indio
refiriéndose al puma. Existe un relato con diferentes versiones sobre la
relación de una joven indígena con Gooln, el puma. La historia es así: Un hombre pide casarse con una chica pero
ella no quiere y huye a la estepa. Junto a un manantial encuentra a Gooln que
la quiere llevar para su toldo. La muchacha, temerosa, se queda con él y
finalmente tienen relaciones y ella queda embarazada de dos leoncitos. El León
le trae carne para alimentarla, pero ella se queja porque era carne de un
guanaco muy flaco, entonces cuando Gooln sale a buscar un animal más gordo, la
muchacha aprovecha para huir a donde vivían sus paisanos y se esconde con
ellos. El León va a buscarla, pero todos niegan haberla visto. Ella le pide a los pobladores que maten
a la fiera, entonces éstos lo enlazan y lo estaquean hasta que muere. Además la
chica pide a su gente que maten a sus hijos cuando nazcan, ya que llevan la
sangre de Gooln (versión de Ana M. de Yebes según Bórmida & Siffredi, 1970)
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Puma – Dibujo de C. E. Swan (Finn & Austen, 1909) |
Además de incluirlos en sus mitos, los tehuelches daban caza al puma para otros usos. Una vez detectado, se le acercaban en círculo. “Cada uno desató las boleadoras de la cintura, se abrieron en abanico y avanzaron cautelosamente, cerrándole la retirada. El animal, presintiendo el peligro, trataba de escapar hacia los costados, pero a ambos lados tenía gente. Retrocedió un poco y apoyó el anca contra la piedra, entonces se sentó mientras gruñía y mostraba desafiante los dientes. Los hombres avanzaban hacia él con precaución, haciendo girar el «kálken» (bola pampa), en cada mano, en forma vertical de arriba hacia abajo. Para que el animal se distraiga, le arrojaban a su alcance pequeñas cosas, que, de inmediato, manoteaba arrastrándolas hacia sí y sentándose sobre ellas. Sus ojos parecían encendidos. Tenía intenciones de saltar sobre alguno, pero se contenía para no distraerse y alzaba alternadamente las garras en señal de desafío. El grito de Kooloue lo hizo girar la cabeza, instante que aprovechó el ágil brazo de Gumelto para descargar un certero golpe de bola sobre el cráneo del puma, que estalló sordamente. La fiera se desplomó en un estertor postrero. Hubo carne para todos y una piel para “chámel” (botas). El chonke no mata en vano” (Echeverría Baleta, 1998).
Los cuereaban abriéndolos desde atrás
y cosiéndoles la boca, formando una bolsa que rellenaban con pasto seco y
dejaban secar. Hacían así un recipiente para guardar huevos de aves,
colocándolos entre capas de grasa. También fabricaban un instrumento de hueso
con la segunda costilla del puma, usándolo para sacar esquirlas del sílex,
presionando la pieza con el hueso sobre un soporte especial de piedra, para obtener
así utensilios cortantes (Echeverría Baleta, 1998).
Entre 1869 y 1870 el inglés George Chaworth Musters, viajó con un
grupo de familias tehuelches, desde el río Santa Cruz hasta Carmen de
Patagones, compartiendo su forma de vida. Al norte del río Chico observó que “hay pumas en abundancia; algunos de los que matamos en nuestras cacerías
eran de tamaño extraordinario, pues medían seis pies [1,8 m] cabales sin contar la cola, que, por lo general, tiene la mitad del
largo del cuerpo. Naturalmente, estos animales son más numerosos donde abundan
las manadas de guanacos y los avestruces; en la región sur de la Patagonia
tienen un color gris oscuro más acentuado que el de la especie que se encuentra
en las provincias argentinas. Estos leones, como se les llama universalmente en
la América del Sur, me han parecido siempre los más gatunos de todos los
felinos. Son muy tímidos, huyen invariablemente de un jinete, y, de día al
menos, de un hombre a pie. Salvan con gran velocidad una corta distancia con
una serie de largos saltos, pero pronto se cansan y se acurrucan detrás o en
medio de un matorral; y, sentándose entonces sobre sus ancas, escupen
exactamente como un gato monstruoso. A veces tratan de arañar con sus
formidables garras, pero es raro que se abalancen sobre su perseguidor ... Son
más feroces en los primeros tiempos de la primavera o estación de cría, cuando,
según he podido verlo, se les encuentra vagando por los campos agitadamente;
entonces son también más delgados que en otra época, pero, como el caballo
salvaje, están por lo general bastante gordos en cualquier período del año. Las
hembras que vi iban acompañadas a veces por dos cachorros, pero no más. La
carne de puma se parece a la de puerco, y es buena para comer, aunque es mejor
cocerla que asarla; pero más de un indio conocido mío no quería ni tocarla. La
piel es útil para mandiles o para hacer mantas con ella; y, a causa de su
naturaleza grasienta, se la puede ablandar con menos trabajo que a la del
guanaco” (Musters, 1871).
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Tehuelches cazando (Prichard, 1902) |
Asencio Abeijón (1994) relata que en un arreo
de ovejas, junto al río Chico ocurrió el ataque de un astuto puma a un rebaño. El felino fue perseguido y en la lucha con los
perros, uno de ellos fue atrapado por el puma bajo su cuerpo hasta que lo vencieron de un bolazo. “El puma es caminador y
resistente y los perros no pueden matar a uno ya desarrollado. Su misión
consiste en atacarlo hasta que «se empaca» y entonces resulta fácil al hombre
matarlo a balazos y aún con un garrote. Las trampas también son ineficaces,
porque nota en ellas la mano del hombre y las rehúye ... Cuando actúa solo,
mata una oveja o dos para comer y beber sangre, pero si se trata de una hembra
con cachorros, luego de comer prosigue la matanza con el fin de adiestrar a sus
crías en el arte de la caza para que aprendan a bastarse solos. En tales casos
pasan horas ensayando en la matanza y se ha dado el caso de que en una sola
noche una «leona» con dos cachorros ya desarrollados hayan matado más de
treinta ovejas y, como actúan en silencio y en la oscuridad de la noche, sólo
de casualidad o por el «venteo» de los perros se puede descubrirlos en su
depredación. Incluso se allegan hasta el corral a matar ovejas como en el caso
relatado. Hemos dicho ya cómo su desconfianza los hace casi invulnerables a la
trampa y al veneno. La forma más fácil para cazarlos es encendiendo fogatas en
la entrada de su cueva y luego taponarla para que el humo los asfixie. En
cautividad desde cachorros llegan a domesticarse, pero siempre son peligrosos
debido a su mal humor y sus terribles garras. Son gatos gigantes”.
Sobre estas matanzas colectivas, como
señalamos antes, habría que ver cuál es la realidad. Es cierto que ante el
exterminio de los animales que cazaba habitualmente y encontrándose con presas
fáciles como ovejas encerradas en un corral, su instinto de cazador puede
llevarlo a cometer esos excesos. Como veterinario puedo agregar que hace años atendí una majada
en cercanías de Baigorrita (Provincia de Buenos Aires), con unos 30 animales entre
muertos y heridos, mordidos la mayoría en el cuello y bajo la paleta. Allí los
responsables fueron los perros de campos vecinos que se juntaban de noche en
una jauría y realizaban tal desastre. Me pregunto cuántos de estos episodios no
habrán sido atribuidos injustamente a los pumas.
En los relatos pehuenches el puma o pangi adquiere importancia por su fuerza y astucia como animal emblemático para esa etnia. Elche, el espíritu creador de los animales y la gente, creó tambíén a Kaikai una gran serpiente que dominaba las aguas y a Trentreng, la serpiente de la montaña. Ambas lucharon ferozmente y durante ese combate, Kaikai produjo una terrible inundación. La gente subió a la montaña pero terminó pereciendo, solo sobrevivió una pareja de niños amamantados por una zorra y una puma, los cuales dieron origen a la raza mapuche, que obtuvo la fuerza y la astucia de la leche de esos animales (Sánchez, 1988). En otros relatos pehuenches, el hombre se transformó en puma, símbolo de poder y dominancia, por eso se lo respeta y no se lo nombra directamente sino que se le dice pücha peñi (hermano grande), se le ruega que no ataque los animales y si lo hace se le pide amablemente que se vaya a otra parte (relato de Carmela Urrutia Paine, Queupil Almendra, 2005).
Más al norte en Santa Isabel (La Pampa), Juana
Cabral narra un cuento ranquel o epew, donde el puma tiene características
humanas. Resulta que a un hombre le desaparece su hermana junto con una
tropilla de caballos. Él sale a buscarla siguiendo el rastro, que no es humano
sino que parece ser de perro. Finalmente encuentra a su hermana quien le presenta
a los hijos que tuvo con el puma. Más
tarde regresa el felino de cazar ñandúes y también le es presentado al hombre,
pero éste, intranquilo, se va con sus caballos y no regresa nunca más (Fernández
Garay, 2002). Otro cuento de la misma narradora ranquel muestra al león y el
zorro carneando un caballo. El león le pide al zorro que le lleve la carne a la
leona. Y el zorro trata de engañar a ésta diciéndole que su marido lo autorizó
a dormir con ella. Pero la leona sospecha y el zorro termina huyendo (Poduje et
al., 1993).
A mediados del siglo XVIII el jesuita chileno Juan Ignacio Molina, criado y educado en la región costera del Chile central,
recogió observaciones sobre el pangi (tal el nombre araucano del puma) y su
conflictiva relación con el ganado, mencionando el curioso llanto de este
félido.
“Este animal vive en los bosques más tupidos y en las montañas más escarpadas del Chile, de donde puede bajar para conseguir alimento sacrificando animales domésticos, y en especial caballos, cuya carne siempre antepone a la de otros cuadrúpedos. La forma de depredarlos no es menos ingeniosa que la del gato, y los ataca con el mayor esfuerzo; ya se acurruca en los pozos; ya se arrastra entre los arbustos, o ya, meneando la cola, se les presenta con caricias. Cuando el momento le parece oportuno, se lanza con furioso salto hacia el animal al que ha apuntado, e inmediatamente agarrando su hocico con la pata izquierda, lo toma enseguida con las garras de la derecha. Bebe primero la sangre, que brota de la herida, se come la carne del pecho, y luego arrastra todo lo demás al bosque más cercano, y lo cubre con hojas y ramas de árbol para luego comérselo a su total conveniencia ... Siempre que encuentra caballos acollarados en el campo, porque los campesinos suelen tenerlos amarrados así, los acomete para matar a uno y enseguida lo arrastra, mientras va de vez en cuando golpeando con la pata al vivo, que va atrás, de modo que con sus esfuerzos, y con los golpes que le da, facilitará el acarreo de los dos al bosque. Pero los sitios más indicados para sus ataques por sorpresa son los arroyos: allí, acurrucado en un árbol cercano, espera a los animales, que van a beber para lanzarse sobre ellos. Los caballos guiados por el instinto natural escapan de esos lugares mortíferos, pero cuando la sed los obliga a acercarse, dejan de husmear para investigar si hay algo que temer, los más atrevidos a veces se acercan de buena gana a beber, y encontrando la entrada libre, invitan a los demás con un relincho festivo al mismo destino” (Molina, 1782).
“Las vacas, acercándose a este formidable enemigo, se colocan en círculo alrededor de los terneros, y con los cuernos vueltos hacia él, lo esperan firmes para empujarlo a fuerza de cornadas, como sucedió varias veces. Un método similar emplean las yeguas en defensa de sus crías, volviéndose juntas para defenderse a patadas, pero muchas veces terminan siendo víctimas de su amor maternal. Los otros animales, que no tienen que quedarse por sus hijos, buscan escapar huyendo ... El burro, sin embargo, sabiendo que es incapaz de correr, se detiene y se prepara para responder a las débiles caricias del león con patadas, mediante las cuales no pocas veces lo golpea contra el suelo, y luego se pone a salvo. Pero el puma con su agilidad natural salta sobre su lomo, entonces el burro o se tira con ímpetu con el lomo contra el suelo tratando de aplastarlo, o corre serpenteando entre los troncos de los árboles, bajando la cabeza entre las patas para cubrir su garganta, hasta que pueda llegar a liberarse de esa enojosa forma. Gracias a estos ingeniosos trucos son pocos los burros apresados por este adversario, frente al que han sucumbido muchos otros cuadrúpedos más robustos” (Molina, 1782).
“A pesar de esta ferocidad innata suya, el Pagi nunca se atreve a enfrentar al hombre, aunque viene de él en todos los lugares donde es perseguido: de hecho un niño, una señorita bastan para hacerlo huir y abandonar a su presa. Lo cazan con perros para ese efecto adiestrados; huye todo lo que puede, pero al verse alcanzado, intenta escapar trepando rápidamente a los árboles, lo que nunca hacen los leones africanos, o refugiándose en un tronco o un acantilado, desde donde luego se lanza furioso sobre los perros, muchas veces haciendo una gran matanza, hasta que al llegar el cazador le pone una soga al cuello: entonces, sintiéndose apresado, gime y derrama grandes lágrimas que le caen de las mejillas y se escurren al suelo. De la caza de estas bestias, además de la ventaja de liberar los rebaños de ellas, se obtienen además las pieles, con las que se hacen buenos zapatos y lindas botas. Su grasa es un remedio específico, según dicen, contra la ciática” (Molina, 1782).
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Cougouar (Geoffroy Saint Hilaire & Cuvier, 1824) |
Por su parte, Charles Darwin (1860) tuvo algo que decir del puma a su paso por Chile: “He visto sus huellas en la Cordillera del centro de Chile, a una altura de por lo menos 3000 m. En el Plata, el puma se alimenta principalmente de ciervos, avestruces, vizcachas y otros pequeños cuadrúpedos; rara vez ataca al ganado o los caballos, y muy raramente al hombre. En Chile, sin embargo, destruye muchos caballos jóvenes y ganado, probablemente debido a la escasez de otros cuadrúpedos: me enteré, igualmente, de dos hombres y una mujer que habían sido muertos por él. Se afirma que el puma siempre mata a su presa saltando sobre la cruz y luego doblándole hacia atrás la cabeza con una de sus patas, hasta que se rompen las vértebras: he visto en la Patagonia esqueletos de guanacos, con el cuello así dislocado. El puma, después de comer hasta saciarse, cubre el cadáver con muchos arbustos grandes y se acuesta para observarlo. Este hábito es a menudo la causa de su descubrimiento; porque los cóndores que giran en el aire, de vez en cuando descienden para participar del banquete, y, al ser ahuyentados airadamente, se elevan todos juntos en vuelo. El guaso chileno entonces sabe que hay un león mirando a su presa —se da la orden— y los hombres y los perros se apresuran en su persecución. Sir F. Head dice que un gaucho de la Pampa, al ver simplemente unos cóndores revoloteando en el aire, gritó "¡Un león!" Yo nunca pude encontrar a nadie que pretendiera tener tales poderes de percepción. Se afirma que si un puma ha sido traicionado una vez al observar así el cadáver, y luego ha sido cazado, nunca retoma este hábito; y que habiéndose atiborrado, se va lejos. Al puma se lo mata fácilmente. En campo abierto, primero se lo bolea, luego se lo ata y se lo arrastra por el suelo hasta que queda inconsciente. En Tandil (al sur del Plata), me dijeron que en tres meses, cien fueron muertos así. En Chile, por lo general, se los hace subir a los arbustos o árboles y luego les disparan o los matan los perros a mordidas. Los perros empleados en esta persecución pertenecen a una raza en particular, denominados leoneros: son animales débiles, livianos, como terriers de patas largas, pero nacen con un instinto particular para esta caza. Se considera al puma como muy astuto: cuando lo persiguen, a menudo regresa por su camino, y luego, de repente, haciendo un salto a un lado, espera allí hasta que los perros hayan pasado. Es un animal muy silencioso, no emite ningún grito incluso cuando está herido, y solo raras veces durante la temporada de reproducción”.
EL PUMA EN CHILE
“En las montañas inmediatas a la cuesta de Zapata había (habita) entre sus riscos el que
llaman león de la tierra, que es un verdadero leopardo. Este carnicero animal
tiene su morada entre las grietas y socabones de la tierra y en las quebradas: prefiere al caballo
a qualquiera otra presa, y lo ahoga la una mano al cuello superior, y la otra al pecho,
comiéndoselo después con el mayor aseo sin rebentarle las tripas”.
“Su fuerza es grande, y aseguran que arrastra mucho trecho a un caballo. Para
cazarlos se valen de perros adiestrados al intento, pues los que no lo están
caen victimas de sus manotadas. Todo perro diestro, quando manotea a un
compañero hacen presa de él y no le sueltan; tres perros buenos suelen bastar
para un leopardo,
pero muchos malos nada adelantan contra él”.
“Hurta el rastro quando le persiguen y engaña a los más de
los perros, menos a los más
diestros. No acomete al hombre, ni al ganado vacuno, pero si a los
ternerillos. Tiene mañas de gato, es zalamero y traicionero, y en sus peleas
guarda el lomo contra las piedras u árboles para que no le asalten por detrás.
Según dicen llora quando se ve muy acosado de los perros, y en estos casos se encarama en los árboles”.
Haenke, Thaddaeus Peregrinus. 1942
[1789-1794]. Descripción del Reyno de Chile. Editorial Nascimento, Santiago,
Chile. |
Claude Gay (1847)
informaaba de algún ataque a humanos: “Se nos ha asegurado que en las
cercanías de Chuapa una muchacha y su padre habían sido atacados
simultáneamente por este León. Si tal hecho es cierto, ha sido ejecutado, más
que por un movimiento de coraje, por la necesidad apremiante del hambre, la que
como se sabe hace perder el uso de toda facultad a los seres sensibles, y los
precipita a la más fuerte exaltación de la violencia”. Con respecto a
su dieta señalaba: “El Pagi, lo mismo que los otros Gatos, no vive más
que de sustancias animales, y principalmente de cuadrúpedos de diverso grandor,
tales como zorras, guanacos, machos cabríos, quiques [hurones] y
aún chingues [zorrinos] a pesar de su insoportable fetidez”. Y
con respecto a su ataque al ganado hizo una interesante observación que
diríamos conservacionista: “Si dichos cuadrúpedos abundasen tanto en
Chile que bastaran para satisfacer las necesidades del León, es probable que no
atacaría a los caballos, yeguas, terneros y vacas, por no exponerse a
repulsiones cuyas consecuencias sabe apreciar; pero está lejos de portarse así,
llegando muy frecuentemente a ser el terror de una propiedad por los muchos
destrozos que causa”.
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León cazando guanacos junto al volcán San Fernando (Gay, Claudio. 1844-71) |
Y seguía Gay (1847) comentando sobre la reproducción del pagi: “Solo las Leonas se muestran verdaderamente fieras, dignas de llevar su nombre, pero no lo son más que cuando están dedicadas a criar sus cachorros. La ocupación de madres las conduce en estos excesos, tan generales como momentáneos, y las vuelve entonces capaces de acometer a toda persona que se atreviere a provocarlas o solo aproximárseles. Esta especie de intrepidez les dura mientras que los hijuelos tienen necesidad de sus cuidados y protección; pero inmediatamente que el instinto de soledad los ha separado unos de otros, entonces esta madre, tan fiera y astuta, pierde sus fuerzas, y vuelve a tomar el natural tímido que parece caracterizar a la especie, y que la hace despreciable a los ojos del viajero, e indigna de su más mínima atención ... Las Leonas suelen parir dos o tres hijuelos; sin embargo, el señor Gatica, de Illapel, nos ha asegurado haber encontrado hasta cinco en una camada que descubrió en una hacienda cerca de Chuapa; van estas madres a depositarlos en los lugares más solitarios, junto a las rocas escarpadas y entre las selvas más espesas y frondosas; críanlos con el cuidado más constante y afectuoso, y al poco tiempo van a buscarles caza, la que les llevan lo más pronto posible, todavía viva para que antes de todo sirva de diversión a sus pequeñuelos. Estos permanecen, se dice, ocho y diez meses con su madre, y después se apartan para vivir cada uno solitariamente y atender su particular y sus necesidades. Algunos cogidos en la camada han dado pruebas de docilidad, y aun de cierta especie de afección hacia sus dueños; pero en llegando a ser grandes cobran como los otros su natural cruel y salvaje y no se los puede retener más” (Gay, 1847).
Como vimos, el pagi era muy respetado por los nativos,
que bautizaron con el nombre de "Cunafcunpagi", es decir "el
puma que seca las flores", al botánico Eduard Poeppig por su valentía para
ir a herborizar sólo a los sitios más recónditos de los Andes, donde según su
creencia sólo moraban los espíritus (Poeppig, 1835).
Hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo buscándote, buscando tu corazón caliente
como un puma en la soledad de Quitratúe. Pablo Neruda - Soneto XI |
Hasta el norte de Chile, a la zona de
Antofagasta, llegó el marino y explorador francés Amédée Frézier (1716) y supo
de “los animales que las gentes del país
llaman León, aunque son bien diferentes de los de África. Vi pieles de ellos
rellenas de paja, cuya cabeza tiene algo de lobo y de tigre, pero la cola es más
corta que las de ambos. Estos animales no son de temer, huyen de los hombres y
no hacen daño más que al ganado.”
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Petroglifo de puma. Cañón del río Loa (Chile).
Museo Chileno de Arte Precolombino.
(http://precolombino.cl/exposiciones/exposiciones-temporales/taira-el-amanecer-del-arte-en-atacama-2017/taira-bajo-la-lupa/el-alero-rocoso-y-su-arte/#!prettyPhoto[galeria-40984]/2/)
Cruzando de vuelta a Cuyo, por la Cordillera, aparece fantasmalmente un puma a casi 3000 msnm: “Hasta ahora se ha supuesto que el puma (Felis concolor) no habita en los altos Andes tan al sur como el Aconcagua. Sin embargo, encontré que los indios consideran que este animal se encuentra en las estribaciones bajas de la montaña, a unos 1800 metros sobre el nivel del mar o incluso más. Un día, cuando estaba cabalgando con el Dr. Cotton sobre el lago Horcones, de repente un gran cuadrúpedo amarillo, con patas bastante cortas, saltó de detrás de una roca y se deslizó por el lado muy empinado del acantilado, sobre el lago. Las mulas, con un espíritu verdaderamente terco, se negaron a avanzar un centímetro más cuando las espoleamos en la dirección donde desapareció el animal. Por lo tanto, bajamos de un salto, cargamos los rifles mientras corríamos y nos dirigimos al borde del acantilado, pero cuando llegamos allí, no pudimos ver nada. Esto fue lo más extraordinario ya que no había ninguna cobertura para que un animal se escondiera. Lo que habíamos visto podría haber sido nada menos que un puma, pero desafortunadamente esta fue la única ocasión en que me encontré con uno ... A muchas de las mulas y caballos que vimos les habían arrancado las orejas, lo que, me aseguraron los peones, fue hecho por pumas que saltaban sobre las cabezas de los animales mientras pastaban. No puedo dar fe de la verdad de esta afirmación, pero no puedo pensar en una razón mejor para el mutilado de las orejas de esos animales” (Fitz Gerald, 1899).
REFERENCIAS Y CREDITOS
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