"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


martes, 13 de abril de 2021

LOS SENDEROS DEL PUMA (Puma concolor) - EPISODIO 1

 

 

¡HISTORIAS ZOOLÓGICAS CUMPLE DIEZ AÑOS!

Para celebrarlo publicamos LOS SENDEROS DEL PUMA en cuatro episodios.

 

Digo el Puma nocturno y carnicero,

Con la pelambre de color de paja,

Punzante el ojo y el olfato agudo

Cuando siembra terror en la montaña …

 

Antonio Esteban Agüero – Digo la fauna (1972)



Puma - Felis discolor - Dibujo de David Renatus Nitschmann  (Schreber, 1774)


 

ETAPA 1/4  – EL SUR

 

El puma es el mamífero con mayor área de distribución en América, abarcando desde el sur de Alaska hasta el estrecho de Magallanes, es decir, más de 14.000 km de norte a sur. Indudablemente este hecho lo ha llevado a ponerse en contacto con tantísimas culturas aborígenes y con los nuevos habitantes surgidos del proceso de colonización europea. Por eso, el impacto cultural que ha tenido sobre los pueblos ha sido muy grande y es lo que intentaremos mostrar a través de un itinerario que hemos dado en llamar LOS SENDEROS DEL PUMA.

 

Cuando los conquistadores europeos descubrieron la exuberante biodiversidad americana, su primera preocupación fue encontrar un nombre para designar a todas esas nuevas especies, a fin de luego poder describirlas y hacerlas conocer ante la avidez intelectual y comercial de sus soberanos y compatriotas. En muchos casos adoptaron o adaptaron los nombres indígenas y en otros aplicaron los nombres ya conocidos en Europa para animales similares del Viejo Mundo. En el caso del puma, que recuerda al león o más precisamente a la leona, éstos fueron los primeros nombres que le dieron los europeos.

“En Tierra Firme hay leones reales ni más ni menos que los de África pero son algo menores y no tan denodados, antes son cobardes y huyen  ... Hay así mismo leones pardos en Tierra Firme, y son de la forma y manera mismas que en estas partes se han visto, o los hay en África, y son veloces y fieros. Pero ni éstos ni los leones reales hasta ahora no han hecho mal a cristianos, ni comen los indios como los tigres.”

(Fernández de Oviedo, 1526)


Al parecer, a principios del siglo XVI, cierto capitán Francisco Becerra explorando las costas pacíficas de Castilla de Oro (actual Panamá)  encontró a estos leones y “llamólos rasos, porque no tienen aquellas barbas, que los leones reales de África.” (Fernández de Oviedo, 1535)

Bernabé Cobo (1653) dio mayores precisiones: “Hállanse en muchas partes de la América diversas suertes de Leones; unos son pequeños como medianos Perros, y pardos, otros de tanta corpulencia como una ternera de seis meses; y déstos, unos hay pardos y otros bermejos, mas todos ellos sin aquellas guedejas que tienen los Leones Reales en la cabeza y pecho; y tan cobardes, que huyen de la gente y de los Perros. Con todo eso, matan y comen cualquiera suerte de ganado manso, en que no son poco dañosos. Verdad es que en algunas partes se han hallado Leones Reales tan feroces, que ha sucedido echar uno a un Toro y pelear con él y matarlo. Llámase el León en las dos lenguas generales del Perú Puma”.

 

Curiosamente, este carnívoro tan emblemático de todo el continente americano parece haberse originado en el Viejo Mundo y, tras separarse de sus parientes guepardos hace unos ocho millones de años, se extendió por casi toda Europa y Asia, llegando a Mongolia. Desde allí ingresaron a América en el Plioceno tardío, a través del estrecho de Bering, más tarde se extinguieron en Eurasia y, 400.000 años atrás, la misma especie actual  ya poblaba las montañas norteamericanas y las pampas sudamericanas (Madurell-Malapeira et al., 2010; Matte et al., 2013; Chimento & Dondas, 2018).

 

 

“…los españoles, al desembarcar en América, daban un nombre europeo conocido a un animal nuevo que encontraban, saludando con el terrible de león, que trae al espíritu la idea de la magnanimidad y fuerza del rey de las bestias, al miserable gato, llamado puma, que huye a la vista de los perros.”

 

Domingo Faustino Sarmiento - Facundo

 

 

 

Puma. Grabado de Charles Heath (Shaw, 1800)



 

PATAGONIA SUR: COMIENZO DEL SENDERO

 

Iniciamos nuestro recorrido en el sur del continente, a orillas del Estrecho de Magallanes, barrera que el puma parece no haber logrado cruzar nunca, con la narración de John Macdouall (1833), oficial administrativo del famoso buque HMS Beagle, en su primer viaje a Sudamérica (1826-1827). Este relato introduce algo de misterio en esta historia, con una presencia fantasmal, típica de este felino, solitario, escurridizo y nocturno, que actualmente se resiste a desaparecer y se acerca a nuestros campos y ciudades. Según dicho oficial, el capitán Pringle Stokes, el teniente William Skyring, un asistente y un guardiamarina se encontraban explorando la bahía San Gregorio, en el interior del Estrecho cuando: “el guardiamarina ... percibió un animal grande y de aspecto salvaje que se dirigía hacia el lugar donde se encontraba, olfateando el suelo a medida que avanzaba. Esta fue una visión bastante incómoda para Llewyllin (un sobrenombre que le daban sus compañeros de comedor), que entonces comenzó a cargar rápidamente el mosquete, que afortunadamente había traído consigo, y cuando este extraño de cuatro patas había llegado a doscientos pasos, el guardia disparó un tiro para detenerlo. La bala dio no muy lejos del blanco, pero no tuvo otro efecto que hacer que el animal siguiera con los mismos movimientos que se dice hizo el león hacia Don Quijote cuando ese valiente caballero lo esperaba en la puerta abierta de su jaula. El guardiamarina se echó a tierra y, apoyando el mosquete para estabilizar su puntería, el segundo disparo silbó por encima de la cabeza de la criatura, que parecía decidida a tener un contacto más cercano, la cual siguió avanzando hacia él a un ritmo más rápido; pero al llegar a cincuenta pasos, la tercera bala pegó en la tierra cerca de su cabeza, entonces inmediatamente se detuvo y siguió mirando a Llewyllin, quien se instaló en la hierba y disparó de nuevo, y el animal giró repentinamente y se alejó, muy de la misma manera pausada con la que se había acercado.”

 

Nuestra próxima etapa es en el extremo oriental del Lago Argentino, donde Francisco Moreno (1879) sufrió un ataque que pone en el tapete la cuestión de si el puma agrede o no al humano. El perito descubrió un río que conecta el Lago Viedma con el Argentino. “Caminaba sólo hacia el río para dejar en su orilla una botella que contuviera la prueba de mi visita a él, cuando al pasar cerca de un matorral he sido atacado por una leona. La poca precaución que toma el viajero, pocas veces agredido, hace que me encuentre sin armas  ... Sin embargo, la presencia de ánimo no me ha abandonado y a pesar de haber sido arrojado al suelo por la fuerza del choque violento que he recibido de la leona, al sujetarse ésta con las uñas sobre mis espaldas y cara, tratando de morderme en el cuello, he podido levantarme, arrollar el poncho y remolinear velozmente la brújula a manera de boleadora, e imponer así a la puma, que se lanza varias veces con intención de herirme, consiguiendo sólo romper el poncho y arañarme en el pecho y piernas, desgarrándome las ropas ... He podido, sin ser ofendido gravemente, llegar hasta el paradero, en cuyas inmediaciones se ocultó la puma.” El episodio terminó mal para el felino que fue muerto, presentando un estado de gran flacura que explica por qué se animó a atacar a una persona.  El río “recibe por este suceso, que poco ha faltado para ser trágico, el nombre de «Río Leona».”



Caza del puma en la Patagonia (Moreno, 1879) 


 

Otro caso de ataque de un puma a un hombre le ocurrió al ingeniero y topógrafo Teodoro Arneberg, colaborador del perito Francisco Moreno en la demarcación del límite argentino-chileno. El hecho ocurrió en la boca del río Toro, en el lago San Martín.

“Allí veinte días antes de mi llegada, mientras ese ingeniero estaba ocupado en sus trabajos se sintió fuertemente abrazado por la espalda é inutilizado en el movimiento de sus brazos, en tanto que cuatro colmillos se le clavaban en la mandíbula inferior; no pudiendo sacar el revólver de la cintura se dejó caer en el suelo tratando de sacudir aquel inquietante abrazo de manazas vellosas: era una leona de la cual no hubiera conseguido librarse sin la llegada oportuna del capitán que con un tiro en la oreja hizo caer fulminada a la fiera. El ardiente beso de la leona había dejado al señor Arneberg con tres dientes fracturados y con el labio inferior colgante. Comprobaron que era un animal muy viejo que, en la escasez de caza en ese punto, había creído dar con una buena presa para alimentar a sus cachorritos, que quietos y con ademán juguetón, tras de un árbol, miraban a la madre empeñada en la lucha.”

(Onelli, 1904).

 

Contrastando con estas experiencias, en cercanías del río Santa Cruz, Ramón Lista (1896) relataba: “En la tarde, al volver al campamento, desde las colinas del Sudoeste, encuentro una puma dormida al pie de un incienso. Me acerco, le hago fuego con el revólver, se despierta, se despereza, me mira... y luego se aleja lentamente con la despreocupación de toda bestia que conoce su fuerza.”

 

 

 

Con el tiempo la zona fue colonizada, las ovejas se multiplicaron y el puma pasó a ser enemigo de los hacendados. La persecución fue implacable y dio origen a una serie de personajes, denominados leoneros, que se especializaron en la destrucción de la fiera, como el que conoció el padre Agostini (2010):   “Al anochecer conocemos al pastor que regresa de su inspección cotidiana del rebaño en las montañas vecinas. Es un viejo chilote, ágil y lleno de bríos, llamado Paredes, a quien todos conocen aquí con el nombre de el Leonero, porque es uno de los más famosos cazadores de pumas de toda la región  ...  Durante las largas noches que pasé con él en su ranchito, mientras afuera la tormenta arreciaba, recogí de su boca interesantes narraciones referidas a sus cacerías. Los pumas muertos por él fueron más de 200...Toda esa región andina estaba hasta hace pocos años infestada de pumas que se ocultaban en las anfractuosidades de las montañas y hacían verdaderos estragos entre las ovejas importadas con tanto sacrificio por los estancieros. La mayoría de las veces la caza debía efectuarse en el interior de profundas y oscuras grutas, donde había que avanzar gateando con una luz en la mano, listo para disparar cuando se enfrentaba al felino. Justamente fue en una de esas cacerías, al interior de una gruta, que Paredes pasó un mal rato, cuando, habiéndosele apagado la antorcha, tuvo la poco grata impresión de sentir deslizarse sobre su cuerpo al león que huía, aunque sin ocasionarle ningún daño  ...  El puma causa muchos daños en las estancias, pues no solamente diezma los rebaños, sino que mata también terneros y potrillos. Cuando captura a alguno de estos animales, le abre las venas del pescuezo y absorbe con placer la sangre, y luego devora las carnes. A veces es tan goloso por la sangre, que llega a despreciar la carne y entonces mata a un gran número de ovejas –hasta 50 e incluso más– solamente para saciar tan sanguinario apetito. Otras veces la matanza en masa de rebaños se debe a la hembra, que junta las ovejas en un lugar determinado y luego lanza sobre ellas a los cachorros para que las maten por entretenimiento y se adiestren en la cacería. Debido a los grandes daños que ocasionan a los rebaños, los estancieros los persiguen encarnizadamente, pagando una libra esterlina por cada cuero de puma muerto. La caza más fácil y provechosa es la que se realiza durante el invierno, porque los perros pueden seguir fácilmente sobre la nieve las huellas de los pumas. Al verse perseguido, el puma huye, en los primeros 200 m con suma velocidad, pero luego da señales de cansancio y busca salvarse trepando a un árbol o arrimándose a alguna roca, ante la que permanece inmóvil, defendiéndose de los ataques de los perros con las patas delanteras; la jauría ladra furiosamente a su alrededor quedando a veces varios perros descuartizados por los zarpazos del felino. Mientras el puma se encuentra luchando así con los perros, le resulta fácil al cazador acercarse y matarlo.”

 


Puma patagónico (Agostini, 2010)



 

Aunque hay muchos viajeros que hablan de lo sanguinario del puma, obviamente en estos relatos hay exageraciones. En general todo carnívoro tiende a cazar sólo lo que puede comer, ya que si no estaría desperdiciando sus reservas energéticas. No opinaba así  el dinamarqués Andreas Madsen (Madsen & Bertomeu, 1956), famoso habitante de la zona de El Chaltén e inveterado cazador de pumas, quien afirmaba haber matado casi cuatrocientos ejemplares para proteger al ganado. Su libro narra numerosas anécdotas de sus cacerías, donde él es generalmente el héroe, pero preferimos tomar esta observación sobre la forma de cazar del puma: “La tropa contemplaba, como hipnotizada, algo que yo no podía ver. De repente todos relinchaban agudamente, a un mismo tiempo y corrían un corto trecho para regresar de inmediato al punto de partida, las orejas bien paradas hacia adelante y mirando fijamente hacia lo que podríamos llamar, aunque muy impropiamente, un montecito de pasto coirón largo. Comencé a observar en dirección hacia el «montecito» con tanta atención como ellos y me pareció ver que algo se movía. Los guanacos se dispersaron una vez más, pero volvieron en seguida. De repente, y con el asombro que pueden Uds. imaginar, me di cuenta de que lo que atraía en tal forma la infantil curiosidad de los guanacos era la cola de un puma que, agazapado tras las matas, avanzaba sigilosamente, la cola en alto, bamboleándola como un péndulo. Los pobres guanacos, tan estúpidos como inocentes, se asustaban cuando lo veían arrastrarse, pero volvían luego para observar esa extraña serpiente, que ejercía sobre ellos, evidentemente, similar atracción a la que sobre los pájaros tienen las víboras.”

 

Puma – Dibujo de Harry F. Harvey (Reed, 1915)


 

“Yo sabía, por cuentos de los indios, que el puma acostumbra matar los guanacos en esa forma, pero lo consideré una fábula más. Sin embargo, allí estaba presenciando el insólito espectáculo y casi tan fascinado como las acechadas víctimas. Metro a metro fue acercándose el puma y cuando llegó al término de las matas, se abalanzó como un rayo sobre la tropilla. El guanaco más próximo quiso disparar, pero tropezó con los que estaban detrás de él. El puma le saltó sobre el lomo, abatiéndolo con un poderoso zarpazo. La lucha duró menos de lo que necesito para contarlo. El resto de la tropa, despertando del fatal hechizo, huyó veloz como el viento.”

(Madsen & Bertomeu, 1956)

 

A diferencia de los tehuelches que mataban al puma acercándose y dándole un bolazo en el cráneo, los colonos solían acosarlo con perros y despacharlo de un tiro

“… se había deslizado fugitivo el puma, un gran viejo de manazas grandes, como lo acusan las huellas dejadas en el piso blando. Una recorrida sumaria hecha a las cuevas y grandes grietas cercanas, indica que no ha vuelto aun a su guarida. Y he aquí que en el medio de la pampa el cruel señor de vidas y haciendas duerme profundamente, despreocupado y seguro de que el miedo que inspira a sus víctimas es suficiente salvaguardia de su real persona. Al ruido se levanta solemne, y majestuoso se empaca contra una piedra. Tiene a respetuosa distancia a los perros; saben ellos que de un zarpazo puede abrirles el vientre. Diez metros son suficiente garantía para el cazador, para que no lo asalte, y a esa distancia no hay tirano que no quede vencido con una buena bala de máuser  ...  Los ojos amarillentos, grandes y fosforescentes se cubren ya del velo de la agonía. Un león menos, y gracias a San Antonio, dos costillares más, casi tan sabrosos como los del cerdo, su protegido. Si en otro tiempo los cóndores denunciaban al viajero dónde el león había hecho sus víctimas, que despreocupado dejaba a esas aves de rapiña, hoy es el león que sirve de carnada a los cóndores.”

(Onelli, 1904).

 

Coincide con esta apreciación gastronómica Antonio de Viedma (1780-1783) quien habla de los “leones pardos, cuya carne también es muy regalada, jugosa y tierna, y se asemeja asada a la pechuga del pavo.” 

 

Con parecido entusiasmo, Edward Chace, un yanqui que vivió como ovejero y cazador de pumas en Santa Cruz dice: "Luego probé el león asado, y después de probarlo, le di la oveja al perro y me quedé con el león. Era como un lechón, tierno y de buen sabor. Bueno, no puedo pensar en nada más parecido a un cochinillo." (Barrett & Barrett, 1931)


 

Pumas en la fachada del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (Buenos Aires, Argentina).  Foto de A Mouchard.


 

Chace fue contratado como leonero en la Estancia Monte León (actual Parque Nacional): "Los leones en la Estancia Monte León se estaban convirtiendo en algo terrible." Allí, además de ovinos, había ganado bovino y equino. “Los pumas le tienen miedo a las vacas y prefieren los potros,” ya que al parecer las vacas los persiguen entre los arbustos cuando ellos atacan a los terneros. Por supuesto, los pumas también cazaban guanacos pero no parecían “interesarse por los huevos o los ñandúes que corren. Debe tomar al ave por sorpresa ... Un león no suele atrapar más de dos o tres ovejas en un sitio antes de que escapen. Siempre mata con un golpe de su pata. A veces se encuentra el cráneo partido, a veces le saca toda la parte superior de la cabeza. A menudo se ve a las ovejas entrar al bañadero con un solo ojo o con una oreja o todo el lado de la cara colgando. Siempre hay que matarlas si han sido lastimadas por un león. Ellas se malogran. Tengo la idea de que hay veneno en sus garras. He visto huellas por las que juzgué que una hembra había estado enseñando a sus cachorros a matar. Pude ver dónde habían estado arreando las ovejas  hacia los cachorros y ellos arañaron y mordieron a los corderos en el cuello. No creo que los leones adultos chupen sangre, pero los cachorros pueden hacerlo mientras aprenden. He sabido que los leones comen zorrinos y liebres  ... Ese duro invierno bajaron grandes pumas rojos desde el bosque. Chace encontró una camada mixta en una cueva, uno gris y otro rojo. Nunca encontró más de dos cachorros en la camada de ningún puma, aunque una hembra que mató estaba preñada de cinco. Cree que los machos viejos se comen a los machos jóvenes." (Barrett & Barrett, 1931).

 

Además de la carne se aprovechaba el cuero para hacer piezas del apero y vestimenta. “Chace usaba guardamontes de cuero de león ese invierno. Solía cuerear el cuello del león y si le daba un buen estiramiento, se reducía justo al ancho de una pierna. Si era un león grande, tenía que cortarlo por detrás del hombro para conseguir el largo correcto. Cortaba las patas traseras, dejando sólo de una lo suficiente para hacer ranuras para pasar su cinturón.” (Barrett & Barrett, 1931).


 

Puma y su presa (Gervais, 1855)



 

“Aunque durante todo nuestro viaje encontramos constantes evidencias de la presencia de pumas alrededor de nuestros campamentos, no fue hasta que entramos en la Cordillera que realmente visitaron el campamento. En un bosque cerca del lago Argentino, una noche de luna, dos pumas rodearon nuestro campamento y durante más de media hora siguieron emitiendo su peculiar grito. Los pumas provocaban la estampida de nuestros caballos y dejaban huellas claras cerca del campamento, pero a pesar de esto no mataban a ningún animal, ni siquiera un perro, de nuestra pertenencia ...  El número de pumas en la Patagonia es muy grande, más de lo que ningún zoólogo se haya imaginado hasta ahora. Durante un invierno, dos pioneros mataron a setenta y tres cerca del lago Argentino. Cerca de San Julián se destruyen anualmente cantidades inmensas, pero últimamente, debido a la llegada de los colonos, son cada vez menos numerosas. En Bahía Camarones, en la finca del Sr. Greenshields, catorce pumas fueron muertos durante el invierno de 1900 ... Los pumas son cazados con mayor frecuencia en invierno, cuando hay nieve en el suelo, y sus huellas pueden seguirse hasta sus escondites; de lo contrario, son tan maravillosamente expertos en ocultarse que a menudo es imposible encontrar su guarida.”

(Prichard, 1902)


 

Felis concolor pearsoni, el puma rojo, subespecie del sur de la Patagonia descubierta en el viaje de Prichard, actualmente sinónimo de Felis concolor puma (Prichard, 1902)


 

En esta parte del itinerario habitaron los aonikenk o tehuelches meridionales. En el mito de su héroe Elal, el padre de éste, Noshtex, el gigante hijo de la oscuridad, lo buscaba para eliminarlo, pues la profecía indicaba que al ser Elal producto de la violación de la nube Teo, habría de ser más poderoso que su padre quien resultaría así castigado. La laucha Terr-Werr escondió al niño  y pidió a Kiken, el chingolo, que convocara a los animales para que ayudaran a llevar a Elal a un lugar seguro. El puma negó su ayuda, y por eso “las tradiciones tehuelches hacen aparecer a su héroe enfrentando repetidamente al puma, Galn, fiera siempre peligrosa para el cazador. Elal lo derrota una y otra vez, pero el puma aparece amenazador y temible cada vez que el héroe descuida su vigilancia. Elal, siendo un adolescente y apenas inventados el arco y la flecha, vence al felino, y sus pieles adornan las paredes de la caverna donde el héroe vive con Terr-Werr. Para adquirir la fuerza de la temida fiera, calienta sus huesos y absorbe la médula, operación que luego repetirán los Chonek, cuando crean necesario infundirse valor.” (Llaras Samitier, 1950)

 

Pese a estos antecedentes, cierta vez Elal  salió a cazar con el puma y consiguieron un guanaco. El muchacho quiso encender un fuego para asarlo pero el animal se opuso pues tenía miedo de atraer a los hombres que lo perseguirían. Este momento marca cómo el león perdió el uso del fuego y se vio obligado a comer carne cruda por el resto de sus días (relato de Nemesio Chongle recopilado por Rodolfo Casamiquela en Gobernador Gregores, Lago Cardiel, en 1975) (Fernández Garay y Hernández, 1999). Otras historias de traiciones y lealtades involucran al puma con el héroe cazador. Noshtex convocó a Shintaukel, un compañero de cacerías muy parecido a Elal, para matar a éste. Ambos se enfrentaron junto al lago Sechlae (Cardiel) y la sangre de sus heridas en la feroz batalla atrajo a muchos pumas que los atacaron, siendo repelidos y muertos por los dos cazadores que se unieron para defenderse. Pero después Elal mató a su contrincante. El gigante Noshtex trató de enviar a otro cazador, Wekne, pero éste fue fiel a Elal y no lo mató. Quizás por eso, Wekne fue un día atacado por un puma que lo hirió seriamente, aunque él logró matarlo con un flechazo en la garganta (Llaras Samitier, 1950).

 

Los tehuelches  consideraban a este carnívoro como un ser diabólico con poderes sobre las personas, aunque resultaba vencido por la inteligencia humana.  "¡Miren qué ojos de diablo!," les escuchó decir Musters (1964) a un indio refiriéndose al puma.  Existe un relato con diferentes versiones sobre la relación de una joven indígena con Gooln, el puma.  La historia es así: un hombre pide casarse con una chica pero ella no quiere y huye a la estepa. Junto a un manantial encuentra a Gooln que la quiere llevar para su toldo. La muchacha, temerosa, se queda con él y finalmente tienen relaciones y ella queda embarazada de dos leoncitos. El León le trae carne para alimentarla, pero ella se queja porque era carne de un guanaco muy flaco, entonces cuando Gooln sale a buscar un animal más gordo, la muchacha aprovecha para huir a donde vivían sus paisanos y se esconde con ellos. El  León va a buscarla, pero todos  niegan haberla visto. Ella le pide a los pobladores que maten a la fiera, entonces éstos lo enlazan y lo estaquean hasta que muere. Además la chica pide a su gente que maten a sus hijos cuando nazcan, ya que llevan la sangre de Gooln (versión de Ana M. de Yebes según Bórmida & Siffredi, 1970)

 

Puma – Dibujo de C. E. Swan (Finn & Austen, 1909)


 

Además de incluirlos en sus mitos, los tehuelches daban caza al puma para otros usos. Una vez detectado, se le acercaban en círculo. “Cada uno desató las boleadoras de la cintura, se abrieron en abanico y avanzaron cautelosamente, cerrándole la retirada. El animal, presintiendo el peligro, trataba de escapar hacia los costados, pero a ambos lados tenía gente. Retrocedió un poco y apoyó el anca contra la piedra, entonces se sentó mientras gruñía y mostraba desafiante los dientes. Los hombres avanzaban hacia él con precaución, haciendo girar el «kálken» (bola pampa), en cada mano, en forma vertical de arriba hacia abajo. Para que el animal se distraiga, le arrojaban a su alcance pequeñas cosas, que, de inmediato, manoteaba arrastrándolas hacia sí y sentándose sobre ellas. Sus ojos parecían encendidos. Tenía intenciones de saltar sobre alguno, pero se contenía para no distraerse y alzaba alternadamente las garras en señal de desafío. El grito de Kooloue lo hizo girar la cabeza, instante que aprovechó el ágil brazo de Gumelto para descargar un certero golpe de bola sobre el cráneo del puma, que estalló sordamente. La fiera se desplomó en un estertor postrero. Hubo carne para todos y una piel para “chámel” (botas). El chonke no mata en vano.”

(Echeverría Baleta, 1998)

 

También los cuereaban abriéndolos desde atrás y cosiéndoles la boca, formando una bolsa que rellenaban con pasto seco y dejaban secar. Hacían así un recipiente para guardar huevos de aves, colocándolos entre capas de grasa. También fabricaban un instrumento de hueso con la segunda costilla del puma, usándolo para sacar esquirlas del sílex, presionando la pieza con el hueso sobre un soporte especial de piedra, para obtener así utensilios cortantes (Echeverría Baleta, 1998).

 

 

 

RUMBO AL CARMEN DEL RIO NEGRO

 

Entre 1869 y 1870 el inglés George Chaworth Musters, viajó con un grupo de familias tehuelches, desde el río Santa Cruz hasta Carmen de Patagones, compartiendo su forma de vida. Al norte del río Chico observó que “hay pumas en abundancia; algunos de los que matamos en nuestras cacerías eran de tamaño extraordinario, pues medían seis pies [1,8 m] cabales sin contar la cola, que, por lo general, tiene la mitad del largo del cuerpo. Naturalmente, estos animales son más numerosos donde abundan las manadas de guanacos y los avestruces; en la región sur de la Patagonia tienen un color gris oscuro más acentuado que el de la especie que se encuentra en las provincias argentinas. Estos leones, como se les llama universalmente en la América del Sur, me han parecido siempre los más gatunos de todos los felinos. Son muy tímidos, huyen invariablemente de un jinete, y, de día al menos, de un hombre a pie. Salvan con gran velocidad una corta distancia con una serie de largos saltos, pero pronto se cansan y se acurrucan detrás o en medio de un matorral; y, sentándose entonces sobre sus ancas, escupen exactamente como un gato monstruoso. A veces tratan de arañar con sus formidables garras, pero es raro que se abalancen sobre su perseguidor ... Son más feroces en los primeros tiempos de la primavera o estación de cría, cuando, según he podido verlo, se les encuentra vagando por los campos agitadamente; entonces son también más delgados que en otra época, pero, como el caballo salvaje, están por lo general bastante gordos en cualquier período del año. Las hembras que vi iban acompañadas a veces por dos cachorros, pero no más. La carne de puma se parece a la de puerco, y es buena para comer, aunque es mejor cocerla que asarla; pero más de un indio conocido mío no quería ni tocarla. La piel es útil para mandiles o para hacer mantas con ella; y, a causa de su naturaleza grasienta, se la puede ablandar con menos trabajo que a la del guanaco.” (Musters, 1871)

 

Tehuelches cazando  (Prichard, 1902)


 

“Habíales prometido que en dos días acamparíamos en Caprek Aík [norte de Santa Cruz], y para mantener mí palabra era necesario forzar las marchas. Seguimos pues el primer rumbo, descendiendo gradualmente la planicie hasta una pequeña cuenca con una laguna de agua dulce a cuyo lado se veían varios guanacos. Al acercarnos huyeron éstos, y sin prestar mayor atención íbamos a pasar la laguna, cuando el indio Pancho gritó: ¡Un león! En seguida las mulas olfatearon al puma. Los soldados y Galíndez desprendieron las boleadoras y dieron caza al sorprendido animal, que había estado agazapado entre las hierbas secas del color de su piel; poco después cayó muerto, acribillado por numerosas balas de revólver, al lado de un matorral, después de dirigirnos una mirada cuya expresión tristísima no olvidaré. Necesitábamos carne; y la del león fue bienvenida por nosotros, pues nos ofrecería un guiso o frito, aunque no muy sabroso, pero siempre agradable ... los perros no probaron su carne, lo mismo que no lo hacen con la del piche, aunque algunos por excepción las degluten.”

(Burmeister, 1890)

 

Asencio Abeijón (1994) relata que en un arreo de ovejas, junto al río Chico ocurre el ataque de un astuto puma a un rebaño.  E felino es perseguido y en la lucha con los perros, uno de ellos es atrapado por el puma bajo su cuerpo hasta que es vencido de un bolazo. “El puma es caminador y resistente y los perros no pueden matar a uno ya desarrollado. Su misión consiste en atacarlo hasta que «se empaca» y entonces resulta fácil al hombre matarlo a balazos y aún con un garrote. Las trampas también son ineficaces, porque nota en ellas la mano del hombre y las rehúye ... Cuando actúa solo, mata una oveja o dos para comer y beber sangre, pero si se trata de una hembra con cachorros, luego de comer prosigue la matanza con el fin de adiestrar a sus crías en el arte de la caza para que aprendan a bastarse solos. En tales casos pasan horas ensayando en la matanza y se ha dado el caso de que en una sola noche una «leona» con dos cachorros ya desarrollados hayan matado más de treinta ovejas y, como actúan en silencio y en la oscuridad de la noche, sólo de casualidad o por el «venteo» de los perros se puede descubrirlos en su depredación. Incluso se allegan hasta el corral a matar ovejas como en el caso relatado. Hemos dicho ya cómo su desconfianza los hace casi invulnerables a la trampa y al veneno. La forma más fácil para cazarlos es encendiendo fogatas en la entrada de su cueva y luego taponarla para que el humo los asfixie. En cautividad desde cachorros llegan a domesticarse, pero siempre son peligrosos debido a su mal humor y sus terribles garras. Son gatos gigantes.”

 

Sobre estas matanzas colectivas, como señalamos antes, habría que ver cuál es la realidad. Es cierto que ante el exterminio de los animales que cazaba habitualmente y encontrándose con presas fáciles como ovejas encerradas en un corral, su instinto de cazador puede llevarlo a cometer esos excesos. Como veterinario  puedo agregar que hace años atendí una majada en cercanías de Baigorrita (Provincia de Buenos Aires), con unos 30 animales entre muertos y heridos, mordidos la mayoría en el cuello y bajo la paleta. Allí los responsables fueron los perros de campos vecinos que se juntaban de noche en una jauría y realizaban tal desastre. Me pregunto cuántos de estos episodios no habrán sido atribuidos injustamente a los pumas.

 

Al principio de la creación de la fauna patagónica los pumas atacaron  a los choiques refugiados y los exterminaron, sólo quedó el jefe de los choiques y una nidada que le entregó su pareja moribunda. El macho los incubó y crio los pichones y así salvo la especie de la extinción y además adquirió para los machos ese comportamiento que aún hoy realizan (Plath, 1995).

 

En los relatos pehuenches el puma o pangi adquiere importancia por su fuerza y astucia como animal emblemático para esa etnia. Elche, el espíritu creador de los animales y la  gente, creó tambíén a Kaikai una gran serpiente que dominaba las aguas y a Trentreng, la serpiente de la montaña. Ambas lucharon ferozmente y durante ese combate, Kaikai  produjo una terrible inundación. La gente subió a la montaña pero terminó pereciendo, solo sobrevivió una pareja de niños amamantados por una zorra y una puma, los cuales dieron origen a la raza mapuche, que obtuvo la fuerza y la astucia de la leche de esos animales (Sánchez, 1988).  En otros relatos pehuenches, el hombre se transforma en puma, símbolo de poder y dominancia, por eso se lo respeta y no se lo nombra directamente sino se le dice pücha peñi (hermano grande), se le ruega que no ataque los animales y si lo hace se le pide amablemente que se vaya a otra parte (relato de Carmela Urrutia Paine, Queupil Almendra, 2005),

 

Más al norte en Santa Isabel (La Pampa), Juana Cabral narra un cuento ranquel o epew, donde el puma tiene características humanas. Resulta que a un hombre le desaparece su hermana junto con una tropilla de caballos. Él sale a buscarla siguiendo el rastro, que no es humano sino que parecen de perro. Finalmente encuentra a su hermana quien le presenta a los hijos que tuvo con el puma.  Más tarde regresa el felino de cazar ñandúes y también le es presentado al hombre, pero éste, intranquilo, se va con sus caballos y no regresa nunca más (Fernández Garay, 2002). Otro cuento de la mima narradora ranquel muestra al león y el zorro carneando un caballo. El león le pide al zorro que le lleve la carne a la leona. Y el zorro trata de engañar a ésta diciéndole que su marido lo autorizó a dormir con ella. Pero la leona sospecha y el zorro termina huyendo (Poduje et al., 1993).

 

 

 

CRUZANDO LA CORDILLERA . . .

 

A mediados del siglo XVIII el jesuita chileno Ignacio Molina, criado y educado en la región costera del Chile central, recogió observaciones sobre el pangi (tal el nombre araucano del puma) y su conflictiva relación con el ganado, mencionando el curioso llanto de este félido.

“Este animal vive en los bosques más tupidos y en las montañas más escarpadas del Chile, de donde puede bajar para conseguir alimento sacrificando animales domésticos, y en especial caballos, cuya carne siempre antepone a la de otros cuadrúpedos. La forma de depredarlos no es menos ingeniosa que la del gato, y los ataca con el mayor esfuerzo; ya se acurruca en los pozos; ya se arrastra entre los arbustos, o ya, meneando la cola, se les presenta con caricias. Cuando el momento le parece oportuno, se lanza con furioso salto hacia el animal al que ha apuntado, e inmediatamente agarrando su hocico con la pata izquierda, lo toma enseguida con las garras de la derecha. Bebe primero la sangre, que brota de la herida, se come la carne del pecho, y luego arrastra todo lo demás al bosque más cercano, y lo cubre con hojas y ramas de árbol para luego comérselo a su total conveniencia ... Siempre que encuentra caballos acollarados en el campo, porque los campesinos suelen tenerlos amarrados así, los acomete para matar a uno y enseguida lo arrastra, mientras va de vez en cuando golpeando con la pata al vivo, que va atrás, de modo que con sus esfuerzos, y con los golpes que le da, facilitará el acarreo de los dos al bosque. Pero los sitios más indicados para sus ataques por sorpresa son los arroyos: allí, acurrucado en un árbol cercano, espera a los animales, que van a beber para lanzarse sobre ellos. Los caballos guiados por el instinto natural escapan de esos lugares mortíferos, pero cuando la sed los obliga a acercarse, dejan de husmear para investigar si hay algo que temer, los más atrevidos a veces se acercan de buena gana a beber, y encontrando la entrada libre, invitan a los demás con un relincho festivo al mismo destino.”

(Molina, 1782)

 

“Las vacas, acercándose a este formidable enemigo, se colocan en círculo alrededor de los terneros, y con los cuernos vueltos hacia él, lo esperan firmes para empujarlo a fuerza de cornadas, como sucedió varias veces. Un método similar emplean las yeguas en defensa de sus crías, volviéndose  juntas para defenderse a patadas, pero muchas veces terminan siendo víctimas de su amor maternal. Los otros animales, que no tienen que quedarse por sus hijos, buscan escapar huyendo ... El burro, sin embargo, sabiendo que es incapaz de correr, se detiene y se prepara para responder a las débiles caricias del león con patadas, mediante las cuales no pocas veces lo golpea contra el suelo, y luego se pone a salvo. Pero el puma con su agilidad natural salta sobre su lomo, entonces el burro o se tira con ímpetu  con el lomo contra el suelo tratando de aplastarlo, o corre serpenteando entre los troncos de los árboles, bajando la cabeza entre las patas para cubrir su garganta, hasta que pueda llegar a liberarse de esa enojosa forma. Gracias a estos ingeniosos trucos son pocos los burros apresados por este adversario, frente al que han sucumbido muchos otros cuadrúpedos más robustos.”

(Molina, 1782)

 

“A pesar de esta ferocidad innata suya, el Pagi nunca se atreve a enfrentar al hombre, aunque viene de él en todos los lugares donde es perseguido: de hecho un niño, una señorita bastan para hacerlo huir y abandonar a su presa. Lo cazan con perros para ese efecto adiestrados; huye todo lo que puede, pero al verse alcanzado, intenta escapar trepando rápidamente a los árboles, lo que nunca hacen los leones africanos, o refugiándose en un tronco o un acantilado, desde donde luego se lanza furioso sobre los perros, muchas veces haciendo una gran matanza, hasta que al llegar el cazador le pone una soga al cuello: entonces, sintiéndose apresado, gime y derrama  grandes lágrimas que le caen de las mejillas y se escurren al suelo. De la caza de estas bestias, además de la ventaja de liberar los rebaños de ellas, se obtienen además las pieles, con las que se hacen buenos zapatos y lindas botas. Su grasa es un remedio específico, según  dicen, contra la ciática.”

(Molina, 1782).

 

Cougouar – (Geoffroy Saint Hilaire & Cuvier, 1824)



Por su parte, Charle Darwin (1860) tuvo algo que decir del puma a su paso por Chile: “He visto sus huellas en la Cordillera del centro de Chile, a una altura de por lo menos 3000 m. En el Plata, el puma se alimenta principalmente de ciervos, avestruces, vizcachas y otros pequeños cuadrúpedos; rara vez ataca al ganado o los caballos, y muy raramente al hombre. En Chile, sin embargo, destruye muchos caballos jóvenes y ganado, probablemente debido a la escasez de otros cuadrúpedos: me enteré, igualmente, de dos hombres y una mujer que habían sido muertos por él. Se afirma que el puma siempre mata a su presa saltando sobre la cruz y luego doblándole hacia atrás la cabeza con una de sus patas, hasta que se rompen las vértebras: he visto en la Patagonia esqueletos de guanacos, con el cuello así dislocado. El puma, después de comer hasta saciarse, cubre el cadáver con muchos arbustos grandes y se acuesta para observarlo. Este hábito es a menudo la causa de su descubrimiento; porque los cóndores que giran en el aire, de vez en cuando descienden para participar del banquete, y, al ser ahuyentados airadamente, se elevan todos juntos en vuelo. El guaso chileno entonces sabe que hay un león mirando a su presa —se da la orden— y los hombres y los perros se apresuran en su persecución.  Sir F. Head dice que un gaucho de la Pampa, al ver simplemente unos cóndores revoloteando en el aire, gritó "¡Un león!" Yo nunca pude encontrar a nadie que pretendiera tener tales poderes de percepción. Se afirma que si un puma ha sido traicionado una vez al observar así el cadáver, y luego ha sido cazado, nunca retoma este hábito; y que habiéndose atiborrado, se va lejos. Al puma se lo mata fácilmente. En campo abierto, primero se lo bolea, luego se lo ata y se lo arrastra por el suelo hasta que queda inconsciente. En Tandil (al sur del Plata), me dijeron que en tres meses, cien fueron muertos así. En Chile, por lo general, se los hace subir a los arbustos o árboles y luego les disparan o los matan los perros a mordidas. Los perros empleados en esta persecución pertenecen a una raza en particular, denominados leoneros: son animales débiles, livianos, como terriers de patas largas, pero nacen con un instinto particular para esta caza. Se considera al puma como muy astuto: cuando lo persiguen, a menudo regresa por su camino, y luego, de repente, haciendo un salto a un lado, espera allí hasta que los perros hayan pasado. Es un animal muy silencioso, no emite ningún grito incluso cuando está herido, y solo raras veces durante la temporada de reproducción.”

 

 

 

 

 

EL PUMA EN CHILE

 

“En las montañas inmediatas a la cuesta de Zapata había (habita) entre sus riscos el que llaman león de la tierra, que es un verdadero leopardo. Este carnicero animal tiene su morada entre las grietas y socabones de la tierra y en las quebradas: prefiere al caballo a qualquiera otra presa, y lo ahoga la una mano al cuello superior, y la otra al pecho, comiéndoselo después con el mayor aseo sin rebentarle las tripas.”

 

“Su fuerza es grande, y aseguran que arrastra mucho trecho a un caballo. Para cazarlos se valen de perros adiestrados al intento, pues los que no lo están caen victimas de sus manotadas. Todo perro diestro, quando manotea a un compañero hacen presa de él y no le sueltan; tres perros buenos suelen bastar para un leopardo, pero muchos malos nada adelantan contra él.”

 

“Hurta el rastro quando le persiguen y engaña a los más de los perros, menos a los más diestros. No acomete al hombre, ni al ganado vacuno, pero si a los ternerillos. Tiene mañas de gato, es zalamero y traicionero, y en sus peleas guarda el lomo contra las piedras u árboles para que no le asalten por detrás. Según dicen llora quando se ve muy acosado de los perros, y en estos casos se encarama en los árboles.”

 

Haenke, Thaddaeus Peregrinus. 1942 [1789-1794]. Descripción del Reyno de Chile. Editorial Nascimento, Santiago, Chile.

 

 


Claude Gay (1847) explica algún ataque a humanos: “se nos ha asegurado que en las cercanías de Chuapa una muchacha y su padre habían sido atacados simultáneamente por este León. Si tal hecho es cierto, ha sido ejecutado, más que por un movimiento de coraje, por la necesidad apremiante del hambre, la que como se sabe hace perder el uso de toda facultad a los seres sensibles, y los precipita a la más fuerte exaltación de la violencia.” Con respecto a su dieta señala: “El Pagi, lo mismo que los otros Gatos, no vive más que de sustancias animales, y principalmente de cuadrúpedos de diverso grandor, tales como zorras, guanacos, machos cabríos, quiques [hurones] y aun chingues [zorrinos] a pesar de su insoportable fetidez.” Y con respecto a su ataque al ganado hace una interesante observación que diríamos conservacionista: “Si dichos cuadrúpedos abundasen tanto en Chile que bastaran para satisfacer las necesidades del León, es probable que no atacaría a los caballos, yeguas, terneros y vacas, por no exponerse a repulsiones cuyas consecuencias sabe apreciar; pero está lejos de portarse así, llegando muy frecuentemente a ser el terror de una propiedad por los muchos destrozos que causa.”



 

León cazando guanacos junto al volcán San Fernando
(
Gay, Claudio. 1844-71)



Y sigue Gay (1847) comentando sobre la reproducción del pagi: “Solo las Leonas se muestran verdaderamente fieras,  dignas de llevar su nombre, pero no lo son más que cuando están dedicadas a criar sus cachorros. La ocupación de madres las conduce en estos excesos, tan generales como momentáneos, y  las vuelve entonces capaces de acometer a toda persona que se atreviere a provocarlas o solo aproximárseles. Esta especie de intrepidez les dura mientras que los hijuelos tienen necesidad de sus cuidados y protección; pero inmediatamente que el instinto de soledad los ha separado unos de otros, entonces esta madre, tan fiera y astuta, pierde sus fuerzas, y vuelve a tomar el natural tímido que parece caracterizar a la especie, y que la hace despreciable a los ojos del viajero, e indigna de su más mínima atención ...Las Leonas suelen parir dos o tres hijuelos; sin embargo, el señor Gatica, de Illapel, nos ha asegurado haber encontrado hasta cinco en una camada que descubrió en una hacienda cerca de Chuapa; van estas madres a depositarlos en los lugares más solitarios, junto a las rocas escarpadas y entre las selvas más espesas y frondosas; crianlos con el cuidado más constante y afectuoso, y al poco tiempo van a buscarles caza, la que les llevan lo más pronto posible,  todavía viva para que antes de todo sirva de diversión a sus pequeñuelos. Estos permanecen, se dice, ocho y diez meses con su  madre, y después se apartan para vivir cada uno solitariamente y atender su particular y sus necesidades. Algunos cogidos en la camada han dado pruebas de docilidad, y aun de cierta especie de afección hacia sus dueños; pero en llegando a ser grandes cobran como  los otros su natural cruel y salvaje y  no se los puede retener más.”

(Gay, 1847)

 

Como vimos, el pagi era muy respetado por los nativos, que bautizaron con el nombre de "Cunafcunpagi", es decir "el puma que seca las flores", al botánico Eduard Poeppig por su valentía para ir a herborizar sólo a los sitios más recónditos de los Andes, donde según su creencia sólo moraban los espíritus (Poeppig, 1835).

 

 

 

hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo
buscándote, buscando tu corazón caliente
como un puma en la soledad de Quitratúe.

                                           

Pablo Neruda - Soneto xi

 

 

 

Hasta el norte de Chile, a la zona de Antofagasta, llegó el marino y explorador francés Amédée Frézier (1716) y supo de “los animales que las gentes del país llaman León, aunque son bien diferentes de los de África. Vi pieles de ellos rellenas de paja, cuya cabeza tiene algo de lobo y de tigre, pero la cola es más corta que las de ambos. Estos animales no son de temer, huyen de los hombres y no hacen daño más que al ganado.”


Petroglifo de puma. Cañón del río Loa (Chile). Museo Chileno de Arte Precolombino. (http://precolombino.cl/exposiciones/exposiciones-temporales/taira-el-amanecer-del-arte-en-atacama-2017/taira-bajo-la-lupa/el-alero-rocoso-y-su-arte/#!prettyPhoto[galeria-40984]/2/)



Cruzando de vuelta a Cuyo, por la Cordillera, aparece fantasmalmente un puma a casi 3000 msnm: “Hasta ahora se ha supuesto que el puma (Felis concolor) no habita en los altos Andes tan al sur como el Aconcagua. Sin embargo, encontré que los indios consideran que este animal se encuentra en las estribaciones bajas de la montaña, a unos 1800 metros sobre el nivel del mar o incluso más. Un día, cuando estaba cabalgando con el Dr. Cotton sobre el lago Horcones, de repente un gran cuadrúpedo amarillo, con patas bastante cortas, saltó de detrás de una roca y se deslizó por el lado muy empinado del acantilado, sobre el lago. Las mulas, con un espíritu verdaderamente terco, se negaron a avanzar un centímetro más cuando las espoleamos en la dirección donde desapareció el animal. Por lo tanto, bajamos de un salto, cargamos los rifles mientras corríamos y nos dirigimos al borde del acantilado, pero cuando llegamos allí, no pudimos ver nada. Esto fue lo más extraordinario ya que no había ninguna cobertura para que un animal se escondiera. Lo que habíamos visto podría haber sido nada menos que un puma, pero desafortunadamente esta fue la única ocasión en que me encontré con uno ... A muchas de las mulas y caballos que vimos les habían arrancado las orejas, lo que, me aseguraron los peones, fue hecho por pumas que saltaban sobre las cabezas de los animales mientras pastaban. No puedo dar fe de la verdad de esta afirmación, pero no puedo pensar en una razón mejor para el mutilado de las orejas de esos animales.”

(Fitz Gerald, 1899).


Alex Mouchard


REFERENCIAS Y CREDITOS

En la Etapa 4/4: https://historiaszoologicas.blogspot.com/2021/04/los-senderos-del-puma-puma-concolor_56.html


jueves, 18 de marzo de 2021

OTEANDO DESDE MI VENTANA A UN CARPINTERILLO, EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

 La presente nota nos fue aportada por el arqueólogo Jédu Sagárnaga, desde Bolivia, a quien mucho agradecemos.



Jédu Sagárnaga

 

Introducción.

El momento crítico que vive el país (y el mundo), invita a reflexionar sobre la salud, la economía y la política, fundamentalmente. Pero también puede y debe invitarnos a reflexionar sobre la vida y la naturaleza, de la cual estamos rodeados, sin que reparemos mucho en ello. La presente es una invitación al análisis de lo cerca que estamos de expresiones naturales tan intrigantes y curiosas como el pájaro carpintero andino que, mucha gente ni lo sabe, habita muy cerca nuestro.

Un estudio de la Unidad de Manejo y Conservación de Fauna del Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés, señala que “Hay 107 especies de aves que se pueden observar en La Paz y sus alrededores. También tenemos ocho mamíferos medianos y grandes, alrededor de 20 mamíferos pequeños (roedores y marsupiales) y siete murciélagos. Hay varios tipos de ranas, reptiles, peces e insectos”.

A guisa de ejemplo quiero mencionar el trabajo de dos de mis buenos amigos, el Dr. Enrique Richard (biólogo digno de admiración y respeto) y su esposa la Dra. Denise Contreras (también gran profesional) quienes señalan que se conocen al menos 51 especies de aves para la ciudad de La Paz[1]. En dos sendos artículos se han concentrado particularmente en la observación del aguilucho común (Geranoaetus polyosoma) y del águila mora (Geranoaetus melanoleucus) en las ciudades de La Paz y El Alto.

El asunto es: ¿cuándo aprecias toda esa fauna? No en el frenesí diario que implica el tener que trabajar, estudiar, o cualquier otra actividad que copa tu tiempo. Por otra parte, esa fauna es esquiva. A duras penas subsiste, en un medio hostil como es la ciudad que ha avasallado su territorio y la ha confinado a pequeños sectores.

 

Desarrollo.

Precisamente hace unos días, a través de las redes sociales, se difundió la noticia de la caza ilegal de vizcachas[2] que se estaba practicando por los alrededores de la zona de Achumani, donde yo vivo. Justo frente a mi casa, apenas separados por una pequeña quebrada, se alzan unos cerros espectaculares, no muy elevados pero con una pendiente muy alta. De hecho quienes vienen a visitarme apenas reparan en mi casa, pero se maravillan de “mis cerros”. Por eso siempre fanfarroneo: “¿Les gustan mis cerros? ¡Me ha costado mucho hacerlos!”.

Cuando solíamos ir con Ruth, mi esposa, a algún compromiso, y volvíamos a casa a la una o dos de la mañana, siempre nos encontrábamos con algunas vizcachitas casi en nuestra puerta. El ruido del motor del carro no las espantaba, y más bien se quedaban quietitas, como petrificadas. Según ellas, tal vez, no las veíamos, pero nosotros nos quedábamos alumbrándolas con la luz de nuestros faroles un largo rato, a ver quién se cansaba primero”. Hoy ya no las vemos tan seguido, lo que significa que: o ya no vamos tanto de parranda, o estos pacíficos roedores se están extinguiendo.

De todos modos, mi barrio –tal vez por estar más alejado del bullicio urbano– es privilegiado en avistamientos especialmente de aves. De hecho, cada que mis dos humildes ciruelos empiezan a dar fruto, decenas de chiwankos[3] vienen a darse un festín, y tenemos que estar compitiendo durante todo el mes de noviembre para ver quién deja sin ciruelo al otro.

También hemos visto varias veces halcones, alguna vez águilas y muchas especies de pájaros; y hasta he oído búhos. Las palomas son las más detestables entre todas las aves que viven por acá, y también las más abundantes.

 

Cuarentena.

Dada la Pandemia, el gobierno ha declarado hace unas semanas, un estado de cuarentena muy rígido en el país. Eso implica, al menos, dos cosas: No pueden circular los vehículos, salvo que se tenga un permiso especial, y no se puede salir de casa, salvo en alguna ocasión especial. La primera situación ha hecho que la polución y el ruido, disminuyan drásticamente. Eso ha alentado a que la fauna, normalmente invisible por las condiciones arriba señaladas, se atreva ahora a aparecer, aunque sea de manera furtiva. La segunda situación, ha posibilitado a la gente poder permanecer más tiempo en casa, un poco tensa, un poco nerviosa, pero resguardando la salud.

Mi actividad académica no ha cesado en estas semanas y he aprendido en estos días a manejar algunas plataformas virtuales que me permiten desarrollar mis clases con los estudiantes. También he aprovechado para leer varias de las cosas que hace tiempo deseaba, y estoy escribiendo simultáneamente 5 artículos, uno de los cuales tiene el amable lector al frente (el más corto, por cierto). Hay momentos, muy pocos, en que a manera de despejarme me levanto de mi asiento y me aproximo a la ventana desde la que observo mi pequeño y mal cuidado jardín, pensando en que necesita un “corte de pelo”. La persona que venía con su cortadora de césped, vive lejos y no le veo hace rato. También hay que arreglar las flores, pero no soy bueno en eso. Ruth se ocupa alguna vez.

Pero he aquí que, en ese pequeño mundillo, pueden ocurrir cosas maravillosas. Por ejemplo muchas abejas acuden a proveerse de polen de mis pocas flores, y eso me entusiasma. Y Démian, mi hijo, el otro día filmó a un colibrí en pleno vuelo, succionando el néctar de las flores. “Nos hizo un honor”, le comenté (Fig. 1).

Por si ello fuera poco, una mañana aterrizó en medio del jardín, un yaka yaka (Fig. 2). A este bicho emplumado le conozco bien. Le conocí en el campo, en mis labores investigativas, hace ya varios años. De hecho, no me cae bien, pues le considero un gran depredador de algunos monumentos arqueológicos, que más bien yo defiendo y protejo.

Resulta que el yaka yaka, como le dicen los aymaras, es una especie de pájaro carpintero. Pero como en el altiplano casi no existen árboles (al menos los nativos son solamente dos), entonces se ensañan con las actuales casas de adobe y con las tumbas precolombinas del mismo material, y que se conocen como “chullpares”.

En las proximidades del río Lauca, en el departamento de Oruro casi frontera con Chile, están los chullpares de adobe más espectaculares de toda Bolivia (y de los Andes en general). Se hicieron famosos gracias a un artículo publicado en una revista por la recientemente desaparecida Arq. Teresa Gisbert y sus colaboradores[4]. Se trata de varias decenas de estructuras de filiación inka dispersas en un área bastante grande. La mayoría de ellas presentan en el frontis diseños geométricos de colores. Conozco otras tumbas también en otros lugares, pero no en la cantidad que se tiene en el Lauca. La primera vez que visité este increíble yacimiento (en 1997) quedé azorado, tanto por la belleza de las torres, como el alto grado de deterioro que presentaban, no solo por las condiciones atmosféricas (erosión eólica y pluvial, principalmente) o los wakeros[5] que han desbaratado el contexto cultural, sino también por los llamados “agentes biológicos” en cuyo podio puede colocarse al yaka yaka. Las paredes presentaban múltiples huecos que eran los nidos que hacen estas irrespetuosas aves.

En el trascurso de mi investigación sobre chullpares (que ya lleva una veintena de años) y en los años sucesivos, he comprobado similar cosa en casi todos los chullperíos[6] que he visitado. Incluso en un congreso mencioné el daño infringido a las torres por parte del carpintero andino, a lo que un arquitecto (que había trabajado en conservación de chullpares) replicó que eran más bien unos patos volátiles, y no el injustamente acusado yaka yaka. El tiempo me dio la razón, pues en una de mis salidas, comprobé con espanto que efectivamente en algunos chullperíos anidan no solo los yaka yakas, sino también una especie de palmípedas no muy grandes (unos 40 cm de longitud). Así por ejemplo, en septiembre de 2011 en el chullperío de Kulli Kulli (próximo a la comunidad de Ayamaya, al sur de Sica Sica, Provincia Aroma) pude comprobar que entre las ruinas habían yaka yakas, patos y –cuando no, de puro metidas- palomas (Fig. 3). Pero los que fabrican el hueco para anidar, no son sino los carpinteros.

En junio de 2013, cuando estuve relevando los chullpares de Mikayani (en la provincia Aroma), pude evidenciar y registrar también la presencia de yaka yakas en el lugar. Esta vez se trataba de toda una bandada (Fig. 4).

Incluso en las proximidades del Chullperío de Jacha Pahaza (cerca de Calacoto, en la provincia Pacajes), registré la presencia del yaka yaka pero, en honor a la verdad, esta vez no estaba entre los chullpares, quizás porque, esta vez, las tumbas fueron elaboradas en piedra  y no en adobe (Fig. 5).

 

El carpintero y el ablandado de la piedra.

Pero si este carpintero es famoso, no es tanto por malograr antiguas tumbas, sino por añejas leyendas que le atribuyen el secreto del ablandado de la piedra que habrían aprovechado en su favor los constructores de los antiguos monumentos pétreos del Mundo Andino.

En efecto, los exploradores y científicos que visitaron los Andes el siglo pasado, escucharon de boca de los indígenas, curiosas historias sobre el secreto que poseían los habitantes de estas latitudes para volver “plastilina” la piedra, gracias a lo cual habrían podido construir con cierta facilidad, por ejemplo, los ciclópeos muros de Ollantaytambo en el Cuzco, o los magníficos edificios de Tiwanaku, a 71 km de nuestra ciudad.

A Hiram Bingham (1875-1956), a quien injustamente se le atribuye el descubrimiento de la célebre ciudadela de Machu Picchu en el Perú (pues 9 años antes ya lo había reportado un señor de nombre Agustín Lizárraga), le contaron sobre la existencia de una planta con cuyos jugos los incas ablandaron las piedras para que pudieran encajar perfectamente. “Hay registros oficiales sobre esta planta, que incluye a los primeros Cronistas españoles”, reza un artículo[7], aunque en mis pesquisas no he podido corroborar el dato etnohistórico mencionado. Se dice que un día, mientras acampaba por un río rocoso, Bingham observó un pájaro parado sobre una roca que tenía una hoja en su pico, vio como el ave depositó la hoja sobre la piedra y la picoteó. El pájaro volvió al día siguiente. Para entonces se había formado una concavidad donde antes estaba la hoja. Con este método, el ave creó una "taza" para coger y beber las aguas que salpicaban del río.

Otro personaje, el Cnel. Percy Harrison Fawcett fue un explorador inglés que, junto con su hijo Jack, se perdió en las selvas vírgenes del Brasil, entre los ríos Xingú y Paraguassu, mientras andaban en busca de una legendaria ciudad en ruinas. Ocurrió ello en 1925. Al parecer ellos, y un tercer acompañante, murieron a manos de los indios kalapalo del Brasil. Su otro hijo Brian, ordenó y adaptó los manuscritos, cartas y memorias de P.H. y dio a estampa el libro "Exploration Fawcett" que fue vertida luego al castellano, y que le devolvió la vida a ese inglés que en sus relatos aparece enfrentando gente y animales extraños, y descubriendo antiguas y misteriosas ruinas[8].

En una parte de su relato señala: “…en, toda la montaña peruana y boliviana se encuentra una avecita semejante al martín pescador, que hace su nido en orificios totalmente redondos en la escarpadura rocosa sobre el río. Estos agujeros se pueden ver perfectamente, pero no son accesibles y, lo que es más extraño, sólo se encuentran en las regiones en que viven estos pájaros. Una vez expresé mi sorpresa ante la suerte que tenían de encontrar hoyos para nidos convenientemente situados y tan perfectamente horadados, como practicados a taladro.

“—Ellos mismos hacen los agujeros. —Estas palabras fueron pronunciadas por un hombre que había pasado un cuarto de siglo en la montaña—. Más de una vez los vi hacerlos. Los he observado. Las aves llegan a los acantilados con hojas de cierta especie en su pico; se adhieren a la roca como pájaros carpinteros a un árbol, restregando las hojas con un movimiento circular sobre la superficie. Después vuelan regresando con más hojas y continúan con el proceso. Tras tres o cuatro repeticiones, botan las hojas y comienzan a picotear y, ¡cosa maravillosa!, pronto abren un orificio circular en la piedra. Se alejan y vuelven siguiendo con el proceso de restregar las hojas y picotean de nuevo. Se demoran algunos días, pero abren agujeros suficientemente profundos como para contener sus nidos. He ascendido a mirar los hoyos, y, créame, un hombre no podría taladrar uno más perfecto.

“— ¿Insinúa usted que el pico del pájaro penetra en la roca sólida?

“—El pájaro carpintero horada la madera sólida, ¿verdad?... No, no creo que el pájaro traspase la roca sólida, pero creo, y cualquiera que los haya observado piensa lo mismo, que estás aves conocen una hoja cuya savia ablanda la roca hasta dejarla como arcilla húmeda.

“Me pareció que era un cuento, pero después que oír relatos similares: de otras personas en todo el país, creí que se trataba de una tradición popular”[9].

 

La planta que ablanda la piedra.

Cuenta el periodista español Juanjo Pérez, que el padre Jorge Lira, un sacerdote peruano ya fallecido, era uno de los mayores expertos en folclore andino, fue autor de infinidad de libros y artículos y, sobre todo, del primer diccionario del quechua al castellano. El mencionado personaje vivía en un pueblito cercano al Cusco y hasta allá se dirigió un señor de nombre Jiménez del Oso, para entrevistarlo sobre una inquietante afirmación: el padrecito afirmaba haber descubierto el secreto mejor guardado de los incas: una sustancia de origen vegetal capaz de ablandar las piedras[10].

Mencionaba una planta de increíbles propiedades que, mezclada con diversos componentes, convertía las rocas más duras en una sustancia pastosa y moldeable. Según esa misma fuente, el padre Lira estudió la leyenda de los antiguos andinos y, finalmente, consiguió identificar el arbusto de la jotcha como la planta que, tras ser mezclada y tratada con otros vegetales y sustancias, era capaz de convertir la piedra en barro. "Los antiguos indios dominaban la técnica de la masificación –afirma el padre Lira en uno de sus artículos—, reblandeciendo la piedra que reducían a una masa blanda que podían moldear con facilidad".

El curita ya hace rato que entregó su alma al señor llevándose a la tumba el secreto de la planta milagrosa (si es que esta alguna vez existió), pues nadie sabe cuál es la jotcha. Antes y después muchos se dieron a la tarea de buscar la planta y hay quienes creen que es la kechuca una supuesta hierba de ramas y flores rojizas. El problema es que, tanto la jotcha como la kechuca, son plantas que nadie conoce, aunque hay quienes sospechan que se trata de la Ephedra andina, que sería la planta mágica.

Incluso hay un reciente estudio de Joseph Davidovits sobre antiguos polímeros, explicitado en una conferencia reputada de “seria y científica”, aunque creo que todavía hay mucha tela que cortar al respecto, antes de dar por irrefutables los resultados por él obtenidos. En ella, como prueba de que antiguamente se amasaba la piedra y se vertía en moldes, Davidovits menciona la reputada planta jotcha del padre Lira[11].

 

La cuestión del ave.

En cuanto al misterioso pajarito, en todas esas curiosas historias, recibe distintos nombres y en distintas lenguas desde el territorio mapuche en Chile, hasta el Ecuador en el norte. Así pues, se han recogido las denominaciones de Pitihue, Pitigüe, Pitio, Yacoyaco, Pito, Pitu, Acajllo, Jacajllo, Yactu y Yarakaka. Algunos de esos vocablos son de origen aymara, pero el que yo personalmente recogí en el altiplano paceño, fue el de Yaka yaka (muy similar al de Yacoyaco y Yarakaka).

La definición ornitológica estaría referida al Colaptes, aunque habría dos varidades: Por una parte el Colaptes pitius y por otra el Colaptes rupícola.

La variedad Colaptes rupícola habría sido identificada y nombrada científicamente por el naturalista francés Alcides D'Orbigny en 1840, quien la diferenció de su pariente más cercano (el Colaptes pitius). Cabe resaltar que le puso el término "rupícola" por su costumbre de anidar en las rocas. Este pájaro carpintero es, pues, un ave rupestre, de allí el nombre. Se trata de un pájaro carpintero de un tamaño similar al de una paloma, esto es, de unos 30 cm. Presenta una frente, corona y nuca de color gris pizarra; y lados de su cara y garganta de color leonado. Unas barras color café y café amarillento marcan su cuerpo por encima, mientras que por debajo, es de un blanco sucio con barras pardas. El lomo y el abdomen son de color amarillento y presenta unos ojos de iris amarillo y cola negra.

 

Epílogo.

Pese a toda esta misteriosa y llamativa información de cierta ave (el Yaka yaka)  que con la ayuda de una planta logra ablandar la roca; y que de él aprendieron nuestros antepasados andinos a trabajar la piedra de forma magnífica como se puede apreciar hoy en los antiguos monumentos por ellos dejados, la verdad es que nada de ello tiene sustento científico… hasta ahora.

Lo único que sé es que el Yaka yaka arruina las torres funerarias que tanto reverencio, y que en esta pandemia viene a mi jardín a echármelo en la cara.

Chuquiago Marka, mayo de 2020 



Figura 1. Un picaflor o colibrí en pleno vuelo, en el jardín de mi casa

(imagen obtenida del video de Démian Sagárnaga)



 

Figura 2. Yaka yaka (Colaptes rupicola), en el jardín de mi casa

(Foto del autor, 2020)


 

Figura 3. Un Yaka yaka, una paloma y un pato encima de
una torre funeraria en Kulli kulli, remarcados con círculos rojo,
amarillo y verde, respectivamente (Foto del autor, 2011)



 

Figura 4. Una bandada de Yaka yakas, encima de unas

torres funerarias en Mikayani (Foto del autor, 2013)



Figura 5. Yaka yaka en las proximidades del chullperío

de Jacha Pahaza (Foto del autor, 2011)


 


 


 NOTAS


[1] “Aves rapaces diurnas de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz” (2015)

[2] Lagidium viscacia

[3] Turdus chiguanco

[4] “El señorío de los Carangas y los chullpares del Río Lauca” Revista Andina N° 2, diciembre 1994.

[5] Saqueadores de tumbas

[6] Conjuntos de chullpares

[7] Manuel Carballal, “Los Ablandadores de Piedras”. file:///F:/J%C3%89DU/DOCS.%20J%C3%89DU/P%C3%A1ginas%20WEB/piedra%20blanda.htm

[8] Jédu Sagárnaga, “Breve Diccionario de la Cultura Nativa en Bolivia”. Producciones CIMA. La Paz 2003.

[9] P.H. Fawcell, “Exploración Fawcett”, pp. 123-124. Empresa Eitora Zig-Zag. Santiago de Chile 1995.

[10] Manuel Carballal, “Los Ablandadores de Piedras”. file:///F:/J%C3%89DU/DOCS.%20J%C3%89DU/P%C3%A1ginas%20WEB/piedra%20blanda.htm


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