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Yaguareté
hembra con cachorros
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Por nuestros campos, o más bien dilatadísimas estancias, cubiertas todo el año con un hermoso pasto, alto y tupido, pobladas con miles de reses, hay bandadas enteras de crueles tigres, los cuales persiguen principalmente los terneros, por ser su carne más tierna y por ser más fácil esta presa. Cuando quiere el tigre cazar un buey, le salta al lomo, le muerde con sus agudos dientes el pescuezo, mete allí sus uñas y despedaza al toro, el cual, herido de muerte, brama lastimosamente. Con los terneros tiene menos trabajo la fiera; se acerca a ellos, cuando descansan en el pasto, cautelosamente, atrapa la cabeza de ellos y la arranca, y chupa la sangre por la herida, lo que le gusta más que todo. Asalta también a los hombres, con predilección a los pobres indios, cuando hacen sus viajes con el Padre. Para defenderse contra la fiera, forman ellos un círculo, tendidos o parados, y colocan al Padre en el medio. Después forman otro círculo más afuera, por medio de trozos de madera y los encienden para detener de este modo la fiera sanguinaria; pues no teme más que el fuego.
Por esto, cuando
acontece que por la negligencia de esta buena gente se apaga el fuego, entonces
salta el tigre por la ceniza caliente y los despedaza cruelmente; así sucedió a
mi pesar a uno de los que me habían acompañado desde Buenos Aires al Yapeyú. Hace
poco que el sacristancito del Padre Böhm se había apartado de noche un poco de
su choza, cuando le asaltó el tigre y le desgarró lastimosamente, y al parecer
de todos, fué milagro que no le mató.
Otro día vino un tigre a la choza de un Indio casualmente ausente con su mujer, allí dentro estaban juntos sus hijitos jugando; entró el tigre y se colocó en medio entre estos angelitos inocentes, tan manso como si hubiera olvidado su crueldad; los niñitos, al verlo, no se espantaron tampoco, como si se tratara de su perro, comenzaron a jugar con él golpeándole la cabeza, lo que gustó tanto a la fiera que meneaba la cola haciendo cariños a los niñitos; después se fué tranquilamente sin hacerles el menor daño, no habiendo vuelto todavía el indio, el cual seguramente hubiera tratado de otro modo a este huésped importuno, pues es notable la prontitud con que esta gente sabe matar aun al tigre más fiero, con tal éste no los asalte de improviso.
Sucedió también un
día, que uno de nuestros Hermanos Coadjutores, entrando a la huerta con un
bastón en la mano, fue asaltado de un tigre que había brincado sobre la
muralla. El Hermano se defendió como pudo; la fiera quiso acercársele ahora por
la derecha, ahora por la izquierda para tomarle por la espalda, ahora brincando
arriba quiso asaltarle de frente con sus garras; el Hermano, valiente siempre,
se defendía hábilmente con su palo en la mano contra todos los ataques de su
enemigo, hasta que la fiera, cansada ya, vomitando espuma por la boca, se
retiró y dejó victorioso al Hermano.
(Leonardt, Carlos. 1924. El padre Antonio Sepp S. J.,
insigne misionero de las reducciones guaraníticas del Paraguay (1691-1733).
Estudios, noviembre 1924. Buenos Aires)
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Joseph Anton Sepp (1655-1733) fue un jesuita tirolés
que tuvo una cuidada educación musical, integró el Coro de Niños de la Corte
Imperial de Viena y tocaba varios instrumentos como clavicordio, trompeta,
órgano y viola. En 1691 llegó a Buenos Aires de paso a su destino en la
misión de Yapeyú (Corrientes), donde ejerció y enseñó multitud de oficios y
creó un conservatorio musical. Trabajó en otras misiones de Paraguay, Brasil
y Argentina y falleció en San José (Argentina). Fue pionero de la metalurgia del hierro y desarrolló
la viticultura y el cultivo del algodón, maíz, yerba, y tabaco. |

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