Alex Mouchard
“Lejos gritó una yacutinga y la selva dibujaba formas fantásticas
contra el cielo admirablemente azul”.
Alfredo Varela (1985)
Cumana jacutinga –
Spix’s White Headed Guan
Dibujo de Henrik Grönvold (Knatchbull-Hugessen & Chubb, 1917) |
En abril de 1818
el naturalista Johann Baptist von Spix y su compañero el botánico Carl
Friedrich Philipp von Martius llegaban al sudeste del estado de Minas Geraes
(Brasil) en su viaje desde Sao Paulo a Bahía. En esa época esta zona estaba
cubierta de Selva Atlántica, hoy prácticamente desaparecida. “Estos bosques
intrincados, en cuyo interior reina una oscuridad casi eterna, están hechos
para llenar el alma de asombro y terror; nunca nos aventuramos a penetrar en
ellos sin estar acompañados por soldados, o al menos estar bien armados y
mantenernos cerca unos de otros” (Spix & Martius, 1824). Era el territorio
de los indios puris o coroados, que eran bastante pacíficos con los europeos, pero
sufrían los ataques de los violentos botocudos o engerakmung.
Bosque de araucarias, hábitat de la yacutinga en Minas
Geraes.
Dibujo de Johann Moritz Rugendas (Martius & Eichler, 1840-1906)
|
Los viajeros alemanes
pasaron una semana en la Fazenda Guidowald (actual Guidoval, la «selva de Guido»),
de Guido Thomaz Marlière, un militar francés al servicio de la corona
portuguesa. “Esta hacienda fue construida por el comandante cerca de algunas aldeas
de indios que debían ser civilizados, para tenerlos siempre bajo su vigilancia.
Está situada en un territorio confinado y densamente arbolado, en la ladera
occidental de la Serra da Onça, parte de la Serra do Mar” (Spix & Martius,
1824).
“Una selva oscura nos cubría y a lo lejos se
oían las voces más singulares de varios animales. La soledad mágica y la
maravillosa exuberancia del bosque mantenían nuestra mente en equilibrio, por así decirlo, entre los
sentimientos de miedo y de alegría. Contemplamos con asombro, en el dosel de
los árboles, numerosos pájaros del plumaje de lo más alegre, y brillantes
guirnaldas de las más hermosas plantas trepadoras y parásitas" (Spix &
Martius, 1824).
Podemos suponer
que fue en esa zona que Spix obtuvo, probablemente por trueque con los indios
coroados, dos ejemplares, macho y hembra, de un ave similar a una pava, que describió y
publicó con el nombre Penelope jacutinga
(Spix, 1824-1825), pero sin especificar la localidad exacta. Sólo consignó: “Habita en las selvas entre
Río de Janeiro y Bahía”. Hellmayr (1906) consideraba que el ejemplar tipo, que
se encuentra en el Museo de Munich, provenía del «sur de Brasil».
Aldea de indios Coroados en el bosque cerca de la hacienda
de Guidowald, en el río Xipoto.
En un lugar así probablemente Spix obtuvo sus yacutingas (Spix
& Martius, 1823–1831) |
Así relataba Spix
la transacción: “Varias especies de «gallinas de selva», en particular la hermosa
Jacu (Penelope Marail, leucoptera),
tortugas y monos, que corrían en libertad, parecían ser considerados parte de
la familia. Nuestro deseo de poseer las más raras de estas aves, que nuestro
soldado secundó con gestiones urgentes, quedó insatisfecho hasta que atrapó a
los animales y se los mostró a su dueño en una mano, y un tentador regalo en la
otra. Después de una larga vacilación, el indio se apoderó del regalo y así,
por una especie de acuerdo tácito, quedamos en posesión de nuestro premio” (Spix
& Martius, 1824).
En su relato,
Spix colocó entre paréntesis esos nombres científicos que ya habían sido usados
por otro viajero alemán, Alexander
Philipp Maximilian von Wied-Neuwied, quien había recorrido la
zona pocos años antes, entre 1815 y 1817. Los nombres Penelope marail y [Penelope]
leucoptera, son respectivamente los
de la yacupeba o yacú-poi (actualmente Penelope
superciliaris) y de la yacutinga (Pipile
jacutinga). Wied publicó la descripción de la yacutinga después que Spix, y
por eso el nombre leucoptera quedó en
sinonimia de jacutinga (Wied-Neuwied,
1832).
Nuestra
suposición se ve avalada por lo que refería Wied sobre las flechas que usaban
los indios botocudos: “La parte inferior de la flecha, que presiona la cuerda
del arco, está provista de las anchas plumas de la cola del mutum (crax alector L.), jacutinga (penelope leucoptera), jacupemba (penelope marail, L.), arara, etc”.
(Wied-Neuwied, 1821). Es decir que los indígenas
efectivamente capturaban estas aves, las mantenían en domesticidad y utilizaban
sus plumas y su carne.
El caballero Johann Baptist von Spix
Dibujo de Joseph Anton Rhomberg (Martius & Agassiz, 1829) |
FUENTE DE
PROTEINAS
La yacutinga, antes
de ser descripta por los científicos, ya era conocida por los viajeros que
pasaron por Brasil. Jean de Lery (1578), que estuvo en los alrededores de la actual Rio de Janeiro, comentaba que
los indígenas capturaban en el bosque unas aves “grandes como pollos capones, y
de tres clases, que llaman los brasileños iacoutin, iacoupen, &
iacou-ouassou, que todos tienen plumaje negro y gris, pero en cuanto a su
sabor, como creo que son especies de faisanes también puedo asegurar que no se
pueden comer mejores carnes que la de estos iacous”.
Coincidía con
Lery el colono e historiador Gabriel Soares De Sousa: “Los yacúes son aves que
los portugueses llaman gallinas de la selva, y son del tamaño de gallinas y de
color negro; pero tienen patas más largas, cabeza y pies como de gallina, pico
negro, cloquean como perdices, crían en el suelo, y su vuelo es muy corto;
comen frutas, los indios las matan a flechazos; su carne es muy buena, y sus pechugas
llenas de partes sabrosas como perdices del mismo color, y muy tiernas; la
mayor parte de la carne es dura para asar y, cocida, muy buena” (Soares De
Sousa, 1587).
Pero volvamos a
Wied (1832) para ver que nos contaba sobre esta interesante especie: “Esta
hermosa ave vive mayormente sola o en parejas en el interior de los bosques … y
sólo se encuentra en selvas cerradas y extensas. Tiene el mismo estilo de vida
que el Nº 1 [Penelope superciliaris],
pero una voz corta y algo aguda y, hasta donde recuerdo, una estructura
traqueal no muy buena. Cuando se doméstica se convierte en un animal doméstico
útil. Nunca lo he visto cerca de las costas del mar como el Jacupemba [Penelope superciliaris]. En su estómago
encontré restos de frutas e insectos. En el mes de febrero mis cazadores
encontraron en un árbol el nido de esta ave, que estaba formado por ramas y
contenía dos o tres huevos, tan grandes como los del Meleagris gallopavo [pavo doméstico]. La carne de la Jacutinga es
un buen alimento; matamos muchas de estas aves en los grandes bosques
interiores, es una presa invalorable. … Spix la ha representado bastante bien,
pero algunas características de esta figura son criticables, especialmente la
cabeza y el pico no están coloreados del todo correctamente”.
Penelope jacutinga
Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825) |
Durante mucho
tiempo ese fue el único nido conocido de la yacutinga. Más tarde, Hermann von
Ihering (Berlepsch & Ihering, 1885) aportó más datos obtenidos del profesor
Theodor Bischoff, de Arroio Grande (Rio Grande do Sul): “Las yacutingas son
aves migratorias que generalmente llegan aquí en mayo y junio en bandadas de 4
a 16 y anidan aquí. Por lo general, colocan sus nidos en árboles en la parte
superior, donde el tronco se divide en 3 o 4 ramas, y ponen los huevos en la cavidad resultante,
sin ningún lecho. Sus huevos, como máximo 2 o 3 por nido, son de un blanco
puro, casi tan grandes como los del ganso. Sólo pude observar a la Jacutinga
reproduciéndose una sola vez y me pareció
como si estuvieran incubando alternativamente, porque ya el macho ya la hembra, salían volando. A finales de
noviembre los pequeños salieron y siguieron a sus padres, no sólo caminando
sino también aleteando. Se van en diciembre. Estos animales no se pueden
mantener domesticados aquí en la colonia porque matan a las gallinas y los
gallos”..
Sin embargo Sánchez
Labrador (1767) decía que “estas aves, aunque se cojan grandes, se amansan
luego sin dificultad y viven entre las gallinas y otras aves domésticas,
entrando como ellas por todas partes”. Y Bertoni (1901) comentaba que “los
pollos se crían y domestican como los de Djakú-po-í [Penelope superciliaris]. He mantenido varios individuos cogidos
adultos durante muchos años, y se acostumbraron pronto a la esclavitud,
llegando hasta comer de mi mano. Comían maíz, aunque necesitaban otras cosas
para digerirlo bien, y comían de todo lo que el hombre, sobre todo frutas y
verduras, como coles y hojas de batata. En tiempo de amor los machos perseguían
a las hembras hasta hacerlas morir de hambre, pero estas nunca se dejaron
cubrir y tuvieron que cruzarse con un Djakú-po-í que había junto. No ofenden ni
a las aves más pequeñas, viviendo en armonía con todas; pero esto no es por
cobardía, pues un día en que había yo dejado abierta la puerta de una jaula,
separada sólo por el enrejado, se introdujo por ella un Accipiter (Esparvero) de los más sanguinarios, y mientras las otras
aves se alborotaban asustadísimas, los Djakúapetí [Pipile jacutinga] fueron contra el enemigo, manifestando mucho
enojo en ademán de batirse y dando saltos contra el alambre que los separaba".
Azara (1805)
señalaba que con respecto a otros yacúes “es más estúpido y mansejón, y quizás
por esto le habrán exterminado en los parajes poblados … Va a pares y en
pequeñas familias … no sé que tenga más voz que el «pi» común a todos”.
En efecto, a medida que se iba colonizando su zona de distribución, la cacería
llevó a ésta y otras especies similares al borde de la extinción, de modo que
la UICN la considera actualmente “en peligro”. Ya a fines del siglo XIX
Emílio Goeldi (1894) se lamentaba: “La yacutinga es un ave lindísima,
éxtasis de los bosques. Su retirada gradual del Estado de Río de Janeiro, su
completa extinción, de hecho muy cercana,
son fatalidades dignas de lástima”. Poco después, el naturalista polaco Tadeusz
Chrostowski coincidía: “Estas aves son bastante numerosas a orillas del río
Ubazinho [Paraná, Brasil], pero están condenadas a un exterminio completo
siendo poco ariscas. Comúnmente se posan en las ramas a baja altura" (Sztolcman,
1926).
La caza para
obtener su apetitosa carne y la alteración de su hábitat selvático condujeron a
la triste situación actual, donde la ecorregión que habita, el Bosque
Atlántico, perdió entre un 89 a 93% de su masa forestal desde que se inició la
colonización europea.
“Se acuerda de
muchos pueblos y arroyos que llevan su nombre, pero hace rato no anda por
allí y le duele especialmente que en Andresito … hayan canonizado el viejo
arroyo Yacutinga con el nombre de San Francisco … La yacutinga aguanta pese a
todo, pero le duele el olvido”
(Chebez, 2008)
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Sellos postales con yacutingas
La yacutinga y
sus parientes constituyeron una excelente fuente de proteínas para los
indígenas. En Minas-Geraes, “la cocina de los Macunis no siempre es tan bárbara
como cabría esperar de hombres acostumbrados a vivir en el bosque. así, cuando
quieren comer un yacú (Penelope), lo
ponen en una olla, lo rodean con harina de yuca y lo cocinan a fuego lento"
(Saint-Hilaire, 1850).
Incluso algunas
etnias como los mbya-guaraníes, consideraban que su carne tenía valor medicinal
como remedio para la tuberculosis. Es muy probable que los guaraníes, como los
puris que trató Spix, tuvieran en
domesticidad o semidomesticidad a las yacutingas entre otros miembros de la
familia. Al menos el siguiente relato de Sánchez Labrador hace pensar eso. Tras
describir con bastante exactitud al ave que a falta de otro nombre denominó
faisán o yacú III, señalaba: “Levanta y abate el penacho cuando gusta, y camina
erguida con notable garbo. Habita en los más altos árboles de las selvas, y de
las frutas que en ellos se crían, se alimenta. Su graznido es ronco y muy alto.
Amánsase mucho, y pasa a molestar su mansedumbre, porque con gran satisfacción
entra y sale en todas partes, y con un silbo bajito sabe pedir de comer si
tiene hambre. La delicadeza de su carne de cualquier modo preparada a ninguna
cede de las aves europeas y americanas, según los inteligentes" (Sánchez
Labrador, 1910).
Más tarde las
aprovecharon también exploradores y colonos. Los comentarios de Lery, Soares de
Souza y Wied sobre el valor de la yacutinga como alimento se repiten en los
relatos de muchos otros viajeros que sobrevivieron en la selva cazando estas
apreciadas aves. Si bien su caza era relativamente fácil, no siempre era
exitosa, como le ocurrió a Juan Bautista Ambrosetti en el Salto Alsina, en las
Cataratas del Iguazú. “Del otro lado de la playa se elevaba otra isla mayor,
también cubierta de magnífica vegetación,
de la que se destacaba una magnífica palmera inclinada sobre el agua del modo
más gracioso. Allí se posó una Jacutinga o Faisán que matamos creyendo que
vendría a aumentar nuestra cena, pero que al caer herida, el agua la
arrebató arrastrándola en su carrera vertiginosa hacia el abismo" (Ambrosetti,
1894).
Pero en cuanto a
auxilio de exploradores nada tan sorprendente como lo que le ocurrió al
explorador inglés Thomas Bigg-Wither (1878) en el río Ivaí (Paraná, Brasil)
cuando sufrió un ataque agudo de nefritis: “Acostado boca arriba, vi varias
jacutingas o pavas salvajes en los árboles de encima y le dije a Jaca, que me
estaba lavando la cara con agua, que matara a una y me diera de beber su
sangre. Mató a dos y su sangre me llegó caliente, la que tragué con avidez.
Creo firmemente que esta sangre me salvó la vida, pues me dio fuerzas
suficientes para aguantar las dos horas siguientes, tiempo que me llevó bajar en
canoa al sitio del hijo de Maruca, al alcance del médico”.
El mismo autor
aportaba esta extraña creencia popular: “Mis compañeros me dijeron que el
surucuá siempre se encontraba en los lugares frecuentados por las jacutingas, y
que, de hecho, era el gran enemigo de esta última ave, y que el objetivo por el
que se posaba, observando tan pacientemente, hora tras hora, era para poder
abalanzarse sobre cualquier jacutinga que pasara y, habiendo asegurado una
posición bajo el ala de su presa, se aferraba allí y le arrancaba sus órganos
vitales con placer. Muchos brasileños que creen en la verdad de la historia
dicen que éste es el uso que el surucuá hace de su pico afilado y su boca
anormalmente grande” (Bigg-Wither, 1878).
El gran tapir, el pecarí, la paca la yacutinga de plumaje bello los venados, tucanes, urracas, la paloma que en la selva arrulla y tú, que por nosotros y por ellos emprendiste, la última patrulla.
La Ultima
Patrulla - Homenaje al Guardaparque Bernabé Méndez (fragmento) Alfonso
Oscar Ricciutto - Vuelo de Vencejo
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Yacutinga
Dibujo de Jorge Rodriguez Mata |
¿CÓMO SE
LLAMA? ¿QUÉ COME?
Jacutinga, el
nombre de especie que le dio Spix, es el nombre común de esta ave en Brasil, y
en esa forma apareció por primera vez escrito en 1583 por el padre José de
Anchieta. Según Rodolpho García (1913),
el nombre es de origen tupí y se
compone de j: esa; a: grano, fruto; cu: comer; tinga: blanca.
Sería “esa [de cabeza o ala] blanca
[que] come frutos”. Esto coincide con el comportamiento del ave que suele
seguir una ruta de árboles con frutos maduros, de los que se alimenta varios
días antes de pasar al siguiente. Es una importante dispersora de semillas de palmito
(Euterpe edulis), cocú (Allophylus edulis), alecrín (Holocalyx balansae), pindó (Syagrus romanzoffiana) y otros. En la
Serra Dos Orgãos (Rio de Janeiro), “las distintas especies de laurel crecen
como hermosos árboles; florecen en los meses de abril y mayo, época en la que
la atmósfera se impregna del rico perfume de sus pequeñas flores blancas.
Cuando su fruto está maduro, constituye el alimento principal de la jacutinga (Penelope Jacutinga, Spix), una hermosa
ave (Gardner, 1849)”. Aunque Marcgrave (1648) decía que las aves de este grupo
“reciben su nombre por su grito, pues gritan: iacu, iacu, iacu”.
Como vimos, Arnoldo
de Winkelried Bertoni (1901) utilizó otra denominación común en Paraguay, djakü-apetí
o yacú-apetí, nombre que registró Azara
(1805), y que proviene de djakü:
yacú; apé: lomo, superficie; y ti: blanco, aludiendo al color del ala. Bertoni
también menciona el nombre guaraní djakü-pará (“yacú pintado”). Bertoni, que
vivió de chico en el Alto Paraná, conocía bien a la jacutinga: “Habita los
bosques frondosos y de mucha fruta, buscando menos embrollos que los Djakúpo-í
y prefiriendo la mitad más alta, porque come las frutas en los árboles, baja
menos al suelo y cuando baja es para comer semillas y barro. En el alto
Mondá-ih y otros lugares desiertos y lejos del hombre hay barreros o sitios
donde baja a comer barro, por lo común bajo la barranca del río, donde
frecuentan también los Mborebí (Tapirus);
en esos sitios bajan todos los días de mañana y de tarde grandes bandadas que
se juntan allí poco a poco, pues vienen de lejos de á dos o cuatro; con los
años hacen cuevas profundas. ... Hasta una o más horas antes del amanecer, ya
se dirige al sitio donde quiere pasar el día y al volar hace un ruido muy
extraño algo parecido al que hacen los caballos cuando soplan para arrojar algo
de la nariz; algunos dicen que lo hace rasguñando la base de las rémiges con
las uñas, pero no es cierto” (Bertoni, 1901).
“Pone hasta cuatro huevos en un nido, que según dicen es análogo al de
Djakú-po-í. Los pollos nacen con plumón como los de Criptúridos [inambúes]
… Desde el primer día ya se vuelan del
nido al suelo, que puede ser la altura de 5 a 6 metros, y cuando se les halla,
huyen ayudándose con las alas y pies, ocultándose como los Djakú-po-í …” (Bertoni,
1901).
Para Eurico Santos (1938) la yacutinga es “uno de los yacús mayores, más bellos
y elegantes” y así interpretaba la vida
de este grupo de aves: “Viven en el bosque en pequeños grupos, excepto
durante el período de incubación, cuando cada pareja se ocupa de sus serios
problemas familiares. Viven sus vidas de manera muy metódica. Por la mañana,
después de hacer un caprichoso «toilette», alineando sus plumas con el pico,
esperan que lleguen los primeros rayos de sol, y mientras tanto conversan entre
ellos, en lenguaje de gargarismos. Después de ser animados por la luz solar,
corren a los lugares que ya conocen, y allí se llenan de toda clase de granos y
bayas, descendiendo a tierra, cuando es necesario, y siempre que un arroyo
claro los invíte a beber. Durante las horas soleadas del mediodía, se dejan
llevar por la pereza y, como personas ociosas, se echan a la siesta entre las
enredaderas sombrías, dormitando entre las matas de gramíneas, tumbados en la
arena, de un modo eminentemente gallináceo. A veces sucede que uno de ellos,
aturdido por el susto, se acerca gritando al perseguidor, agachándose,
desplegando las alas, corriendo por una rama en diferentes direcciones y
haciendo demostraciones de la más estúpida perplejidad. Así también se comporta
el yacú al acercarse alguien a su nido”.
“Cuando sienten
que el día ya es largo y que pronto llegarán las sombras de la noche, se
apresuran a cenar con el mismo apetito que en el almuerzo. Al empezar a
oscurecer, buscan su percha favorita, siempre en el árbol más alto, y llegan
allí, no sin serias discusiones, duros altercados y estallando en carcajadas
llenas de ira, todo a causa de conseguir un lugar más cómodo, más propicio para
el descanso nocturno. Los cazadores que conocen sus rutas, sus gustos, sus
verdaderos posaderos adecuados, allí van a buscarlos. Como son tímidos,
confiados y poco inteligentes, caen en todas las trampas y se dejan matar
estúpidamente, a veces mirando con curiosidad al cazador que les pone el rifle
en la cara. Cuando se las sorprende inesperadamente, les agarra un terror
pánico” (Eurico Santos, 1938).
La Provincia de Misiones (Argentina) declaró a la Yacutinga como Monumento Natural Provincial, por ley
XVI 143 del 19 de agosto de 2021 .
Foto Alex Mouchard |
UN AVE DE LEYENDA
A pesar de la
importancia de la jacutinga en la vida de muchos pueblos originarios no
encontramos muchos mitos relativos a esta ave. Al haber varias especies similares
que se van reemplazando en los distintos ambientes, aunque pudieran
distinguirlas hasta cierto punto, quizás las consideraban en forma genérica en
relación a los mitos.
En la zona
amazónica colombiana la etnia yucuna-matapi (Arango, 1986) considera a estas
aves como mágicas especialmente porque muchas cantan de noche, observan que se
alimentan de escamas de pescado en la orilla de los ríos y por eso hay cuentos
que la relacionan con el lobón o nutria gigante (Pteronura brasiliensis).
Los yanomami de
Venezuela y Brasil tienen una rica mitología relativa al origen de la noche en
la que intervienen estas aves cuyo canto, dicen, anuncia la llegada de la
noche. En uno de esos relatos el pueblo Mono Blanco vivía en un día eterno y
estaban disgustados por tener que copular de día. Uno de los hombres, Ocelote,
fue un día a cazar pavas entre ellas las manashis (del mismo género que la
yacutinga). Al dispararle flechas hirió
a los espíritus de la noche que se escondían entre ellas, e inmediatamente cayó
la noche. Al principio ésta era muy corta, pero los espíritus permanecieron y
crecieron, siempre ocultos entre las pavas, y así la noche adquirió la
extensión igual a la actual (Wilbert & Simoneau, 1990).
En otros relatos
la situación es inversa, en medio de la oscuridad la gente comenzó a arrojar
sus pertenencias entre las que estaban las cajas donde guardaban las plumas, al
estar éstas en el aire, se transformaron en manashis y se hizo la luz (Wilbert &
Simoneau, 1990). Otros informantes aclaran que según el tipo de pluma del paujil
o pavón (Crax alector), que se
arrojaba al aire, se generaban distintas especies, así por ejemplo las manashis
salían de las remeras primarias del ala. En diferentes mitos la muerte de una
zarigüeya permitía que las pavas se tiñeran sus patas y garganta con su sangre (Wilbert
& Simoneau, 1990).
Esa
característica de tener la garganta con piel desnuda roja y en algunas especies
el pico rojo relaciona a estas aves con las leyendas del fuego, por ejemplo
entre los arawaks de Guayana y los apiaká de Brasil. Estos últimos relataban
que en un tiempo el fuego pertenecía a los yaguaretés, los indios fueron a
robárselo y con ayuda de las aves lo transportaron a sus aldeas. Algunas aves
se quemaron las patas y otras los picos, pero el yacú además se tragó una brasa
y quedó con la garganta roja (Moya, 1958).
En cambio los
arekunas de la Guayana Venezolana creen que las pavas rajadoras (Pipile
cumanensis) obtuvieron sus colores tras matar a la gran boa arcoíris, al
sacarle la piel y colocársela sobre la propia
cabeza. Y los anambé del Bajo Tocantins (Brasil) relataban que la hija de la gran serpiente creó a la cujubi
(Pipile cujubi) enrollando un hilo, y
pintándole la cabeza de blanco con arcilla, y las patas, de rojo, con urucú (Lehmann-Nitsche,
1926).
La vinculación
con la noche originó la creencia, en Tolima (Colombia), de que las brujas se
trasladan bajo la forma de una pisca o pava de monte. Un animal enorme que sacude
los techos y las ramas de los grandes
árboles al posarse en ellos. Produce un
estruendo y un violento viento al volar, mientras se escucha su carcajada. El
conjuro para librarse de ellas es invitarlas a que el día siguiente vengan a
buscar sal, lo cual hacen bajo forma humana y así pueden ser capturadas. Atacan
a los borrachos y a los enamorados, roban bebés, y a los que duermen les chupan
la sangre en las piernas o en el cuello (Villa Posse, 1993). Vemos aquí algunas
características de estas aves: el canto nocturno, el vuelo pesado y la búsqueda
de la sal, tan escasa en la selva.
LOS NOMBRES
Jacutinga = tupi (Brasil
oriental).
Jaku-eté, Jakuchî,
Jakupetî = guaraní.
Yacú-apetí. Yacú-pará =
Paraguay.
Pocori, Po-coling= botocudos.
Schanensœ, chanenseu = canacan
(Sur de Bahía).
Macatä = macunis (Nordeste
de Minas Gerais).
Pignä = malalis (Alto
Jequitinhonha, Minas Gerais).
Gotiguinigi, nayinigi =
Mbyá.
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