Alex Mouchard
Alcide Charles Victor Marie Dessalines
d'Orbigny fue uno de los más grandes
naturalistas viajeros del s XIX. Su detallada prospección de la naturaleza en
América del Sur meridional completó el panorama que Humboldt y Bonpland habían
logrado para la parte norte del continente. Su amplia obra abarcó la historia,
geografía, geología, paleontología, antropología, zoología y botánica de la
región. Su Voyage dans l'Amerique
Méridionale, publicado en Francia entre 1834 y 1847 es una obra monumental
en once volúmenes, que nada tiene que envidiar a la del gran sabio alemán.
Natural de Coueron, Francia, cuna de otro
gran naturalista, John James Audubon, que habría de maravillar con sus dibujos
de aves norteamericanas, Alcides pertenecía a una familia de médicos muy
afectos a las ciencias naturales.
En 1820, a sus 18 años, la familia se
instaló en La Rochelle, un puerto marítimo importante, donde su padre habría de
fundar el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad. Ahí llegaban buques de
todas partes del mundo cuyos capitanes narraban a un adolescente Alcides las
aventuras corridas en tierras lejanas, estimulando su afición por los viajes y
por la naturaleza de lugares exóticos.
Alcide d’Orbigny
(d’Orbigny, 1836)
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A fines de 1826, cumpliendo sus sueños,
llegaba a Montevideo, enviado por el Museo de
Historia Natural de París, bajo los auspicios del mismo Humboldt y de
Cuvier. Alcides recorrió gran parte del
litoral Argentino desde Corrientes hasta el río Negro. Además viajó por Chile, Perú y Bolivia.
En 1830 desembarcó en Arica, desde donde se dirigió a Tacna. Inició el ascenso de los
Andes siguiendo aproximadamente el recorrido la actual ruta 40 hacia Bolivia. Vestía chaqueta gris y
sombrero de paja que solía utilizar como recipiente transitorio para guardar
los insectos que capturaba. Le impactaba la aridez del país: “La primera
impresión que recibe el viajero está llena de tristeza . . . un camino horrible, una sequía
desoladora, y ni un paisaje pintoresco”. Pero pronto las montañas empezaron a
mostrar alguna vegetación interesante: variados cactus, flores de vivos colores
rojos y amarillos. Llegados a Palca encontró a la catita serrana grande (Bolborhynchus aymara) y al picaflor
gigante (Patagona gigas). A más de
4000 m de altura se vio afectado por el mal de altura o soroche, que lo obligaba
a detenerse cada 30 metros para recuperar el aliento.
Más adelante quedó extasiado a la vista
del volcán Tacora con sus nieves perpetuas. En esas planicies vio las primeras
tropas de vicuñas: “Esos animales, antes tan numerosos. Hoy han disminuido
mucho y terminarán por desaparecer del todo”. Pese a esta observación no tuvo empacho en tratar de cazarlas aunque afortunadamente las vicuñas no se dejaron
aproximar. Alcides parece haber sido un eximio y prolífico cazador según sus
relatos. No obstante, digamos a su favor que en aquellas épocas la caza de
animales y su envío a los museos era una de las únicas formas de adquirir
conocimientos sobre los mismos. No había fotografías, ni videos, ni grabadoras
de sonido. Por eso muchos naturalistas se hacían acompañar por dibujantes y pintores
para poder registrar los paisajes, animales y plantas. Pocos de ellos eran
especialistas en dibujar o pintar animales, de manera que las obras que dejaron
dan sólo una lejana impresión de lo que eran esas especies en vida. La pérdida
de especímenes debido a la humedad, los hongos y los insectos, así como por
catástrofes (lluvias, inundaciones, naufragios) era muy común y ello obligaba a
recoger la mayor cantidad de material posible.
En la laguna Blanca observó numerosas aves
acuáticas, entre ellos los cisnes coscoroba (Coscoroba
coscoroba) e incluso un pájaro carpintero especializado para vivir entre
las rocas: el carpintero andino (Colaptes
rupicola) - Ver: OTEANDO
DESDE MI VENTANA A UN CARPINTERILLO, EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS
Sus padecimientos continuaban: a las
palpitaciones y dolores de cabeza se agregaba el sangrado de los labios debido
a la sequedad del aire. Unos meses antes
un español que había tratado de hacer el mismo viaje falleció en el intento.
Evidentemente había peligro para los extranjeros, no acostumbrados a la dureza
del clima y a las enfermedades tropicales.
Al fin se presentó ante su vista la gran
altiplanicie boliviana enmarcada hacia el norte por el lago Titicaca, y hacia
el oriente por tres altísimos picos: el Ancohuma (“el viejo canoso”), el Huayna
Potosi (“el cerro joven”) y el Illimani (“ el águila dorada”). Acercándose a La
Paz pasó por Viacha donde en una lagunita observó flamencos, “que volaron al
acercarnos, siempre manteniendo un orden riguroso, formando una línea continua
de un hermoso color rojo”.
La noticia de su llegada a La Paz se
extendió rápidamente. Todos querían ver al “gran botánico francés”. Conoció
allí al médico y botánico boliviano Dr. José María Boso o Bozo. "En
toda la república de Bolivia, un solo hombre, el doctor Boso, el Dioscórides
del país, cultivaba la botánica. Fui a verlo, y recorrimos juntos, durante
algunos días, no sólo ciertos lugares de los alrededores, sino también los
jardines de la ciudad, donde volvía a hallar la mayoría de las plantas de
nuestras huertas, sobre las virtudes de cada una de las cuales, él me hacía pronunciar
una larga disertación, lo que me convirtió a la fuerza en botánico. Por
desgracia el doctor y yo no siempre nos entendíamos sobre el fondo de las
cosas. Para él, las ciencias naturales consistían sólo en el empleo medicinal
de las plantas y en el descubrimiento de metales preciosos. El resto le parecían objetos de simple curiosidad".
En efecto, Boso era un personaje excéntrico
y estrafalario, se vestía a veces con sotana otras veces con poncho y lluchu (gorro),
o con ropa raída y descosida. No en vano
se lo llamaba “Dr. Chullas”, algo así como “Dr. Bohemio” o “Dr. Hippy”. Tras un
viaje de estudios al partido de Larecaja en 1821, había escrito una Materia
Médica Boliviana que nunca se publicó.
Alcides se interesó notablemente por la
geografía y la naturaleza de Bolivia, las que hizo conocer en Europa. Hoy se lo reconoce en muchas calles y plazas de
las ciudades bolivianas y el principal colegio de La Paz lleva su nombre. Nos
dejó una bella reflexión sobre el país:
“Si la Tierra desapareciese quedando solamente Bolivia, todos los
productos y climas de la tierra se hallarían aquí, Bolivia es el microcosmos
del planeta, Por su altura, su clima, por su infinita variedad de matices
geográficos. Bolivia viene a ser como la síntesis del mundo”.
Desde La Paz, Alcides, se dirigió a
Cochabamba para explorar las yungas, atravesando un terreno muy irregular
“pasando alternativamente del lecho de los ríos a la cumbre de las montañas”
visitando Yanacachi, Chulumani e Irupana. Cruzando el río Khatu, siguió un
camino que ascendía en zig-zag atravesando bosques de molle (Schinus molle) hasta llegar a la cima de
un cerro plano a 2800 m donde encontró la pequeña población de Inquisivi.
Aquí le llamaron la atención unas bandaditas
de aves que recorrían en vuelo muy veloz los arroyos secos del fondo de las
quebradas y ascendían rápidamente para posarse en las rocas de las cimas. Los
pobladores le refirieron que anidaban allí en agujeros entre las rocas. Eran
los vencejos andinos. Alcides logró capturar algunos ejemplares y advirtió que
se trataba de una especie nueva. Les pusoa el apropiado nombre de “andecolus”,
es decir “habitante de los Andes”.
Pero dejémoslo un momento aquí,
entusiasmado, en su viaje por las yungas bolivianas, y vayamos a Francia, siete
años después. Allí, en los gabinetes del Museo de Historia Natural de Paris,
D’Orbigny junto al barón Nöel Frédéric Armand André de Lafresnaye se
encontraba estudiando la colección de aves obtenidas durante su viaje.
Analizando los ejemplares de vencejos andinos y ante la necesidad de
clasificarlos, vieron que Cuvier y Vieillot, las autoridades ornitológicas del
momento, afirmaban que el género Cypselus
no se encontraba en América. Sin embargo notaron que, de acuerdo con la forma del
pico y de las alas, la cola suave y no rígida, de 10
rectrices con una muesca en la punta, y la estructura de los pies, esta especie
parecía ser un verdadero Cypselus. Este género había sido creado en 1811 por
Johann Carl Wilhelm Illiger para separar los vencejos de las
golondrinas, especialmente por tener aquellos 10 rectrices en vez de 12, y los
pies muy pequeños con el pulgar dirigido hacia adelante junto a los otros tres
dedos. Tomó el nombre de un ave descripta por Aristóteles con el nombre
griego de “kypselos”.
Illiger incluyó en su nuevo género a Hirundo apus, especie así designada por
Linneo, y llamada comúnmente vencejo
común en España, por los franceses “martinet” y por los ingleses “swift”. La palabra latina apus significa “sin pies”
(del griego “a-“: sin; y “pous”: pie) y se refiere a las patas muy cortas y
pequeñas. Por esta particularidad, los vencejos nunca se posan voluntariamente en el suelo y
prefieren colgarse de las paredes rocosas.
Tanto Illiger como Linneo se basaban en
Aristóteles, quien describía así al “kypselos”: “Algunas aves tienen patas de poca fuerza,
y por eso son llamadas Apodes [plural
de apus]. Esta avecilla es poderosa
en vuelo; y, como regla general, las aves que se les parecen son de patas
débiles, como la golondrina y el drepanis
o vencejo alpino [?]; porque todas estas
aves se parecen entre sí por sus costumbres y su plumaje, y pueden confundirse
fácilmente unas con otras. (El apus
se puede ver en todas las estaciones, pero el drepanis sólo después de tiempo lluvioso en verano; ya que este es
el momento en que se lo ve y se lo captura, aunque, por lo general, es un ave
rara)".
Y más adelante continuaba: “Ya fue señalado que
el ave sin patas, que algunos llaman cypselus,
se parece a la golondrina; en realidad,
no es fácil distinguirlos, salvo por el hecho de que el cypselus tiene plumas en el tarso . . .
construyen [el nido] bajo la cubierta de algun techo – bajo una roca o en una
caverna – para protegerse de los animales y de los hombres”.
Cypselus (o Kypselos) fue el
primer tirano de Corinto en el siglo VII A.C. El nombre se debía a que de niño fue ocultado en un cofre de
cedro (kypsele) y confiado a las
aguas como Moisés, para evitar que lo asesinaran. No pudimos hallar una relación
entre esta caja sagrada y el nombre del ave, pero Kypselos, era hijo de Eetion
(aietos, el águila), y estaba por lo
tanto relacionado con las aves de vuelo eximio.
Illiger describió así a los vencejos: “De
todas las aves, éstas son las que tienen las alas más largas en proporción a su
tamaño, y el mayor poder de vuelo. . . La cortedad de sus patas, junto con el
largo de las alas, les impide, cuando están en tierra, levantar vuelo, y por lo
tanto pasan sus vidas, si se me permite expresarlo, en el aire, persiguiendo,
en bandadas y con fuertes gritos, sus presas de insectos a través de las más
altas regiones de la atmósfera. Anidan en huecos de paredes, o grietas de
rocas, y trepan por las superficies más lisas con gran rapidez”.
Finalmente Ernst Hartert en 1892 creó el
género Aeronautes (“el que navega por
el aire”) para separar al vencejo de garganta blanca (Aeronautes saxatalis) del pájaro macuá (Panyptila cayennensis), que
difiere por la estructura del plumaje, la forma de la cola y su nido en forma
de manga de hasta 1 m de largo. En este género ubicó también al vencejo andino.
LOS VENCEJOS Y LA CULTURA
Para la cultura Nasca la aparición de los vencejos en bandadas, cuando soplaba el viento del sudoeste, era un indicador de la proximidad de las lluvias y por lo tanto de la crecida de los ríos, la floración de las plantas y el desarrollo de los cultivos. En efecto los vencejos suelen verse así frecuentemente antes de las tormentas, siguiendo los enjambres de insectos que revolotean sobre las aguas. Por este motivo, es posible que las poblaciones Nasca asociaran al vencejo con periodos de fertilidad y los observaran para detectar fuentes de agua. En la cerámica de esos pueblos se los representa en su forma natural, y en los tejidos, tambíén en forma estilizada. Hay figuras de un ser antropomorfo que porta armas en sus manos; cabezas trofeo en su espalda y un vencejo en la punta de la cola.
Cultura nasca - Ser antropomorfo con figura
de vencejo en la cola
(Proulx, 2009)
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Detalle del diseño del vencejo |
En la cultura occidental el vencejo es
considerado por los poetas y escritores por su relación estrecha con el
ambiente aéreo, y como ejemplo del movimiento permanente y la velocidad. Una figura heráldica de la Edad Media, la
merleta o martlet (derivado del nombre francés de los vencejos, martinet),
representa un vencejo sin patas. Se
interpreta que el vuelo infatigable de los vencejos simboliza la
constante búsqueda del saber, por lo cual es una figura utilizada en los
escudos de muchos colegios tradicionales. Este mismo movimiento sin descanso
representa en la herádica inglesa al cuarto hijo, quien no habiendo recibido ni
dinero ni propiedades debe afanarse por subsistir y así el vencejo pasa a ser
también un símbolo del trabajo duro, la perseverancia y el nomadismo.
Se afirma que el ave puede vivir
meses volando sin posarse, y que además de alimentarse, también copula y duerme
en vuelo. En Europa los vencejos son migratorios y entonces su llegada
estacional es un anuncio de la primavera, del buen tiempo y del eterno
renovarse de la naturaleza.
Vencejos Trayectoria de movimiento +
Secuencia dinámica Giacomo Balla - 1913
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Así los pinta el francés René Char
en su poema Le Martinet:
Vencejo de alas
muy largas, que da vueltas y grita su alegría alrededor de la casa. Así es su
corazón.
El reseca el
trueno. Siembra en el cielo sereno. Si toca el suelo, se destruye.
La golondrina
lo copia. Detesta a su parienta. ¿Qué vale el encaje de sus vueltas?
Su descanso
está en las grietas más sombrías. Nadie está mejor en lo estrecho que él.
En el verano de
la luz prolongada, pasará volando hacia las tinieblas, por las persianas de la
medianoche.
No tiene los
ojos por tenerlos. Grita, es toda su presencia. Un fusil delgado lo abatirá.
Así es su corazón.
[Fureur
et mystère, René Char , 1948 – Traducción del autor]
Y así aparece en los versos del norteamericano David
Baker, llenos de nostalgia:
Vencejo en
vuelo, su nombre es velocidad, un vencejo entre 200 ó 300 girando sobre la
chimenea del Correo. Primero se elevan, al caer del crepúsculo, hacia el alto
cielo,
volando desde
las paredes del Banco cubiertas de hiedras, unos pocos por vez, por encima de
los robles del cementerio y de los fondos de las casas, luego otros más,
apretándose para orbitar en un torbellino de una cuadra de ancho sobre el
pueblo.
Ahora son
bandada. Ya tomados de la mano. Hablamos en susurros con los nuestros, paseando en pareja desde la heladería o yendo
en grupitos en bici para ver a las aves.
Una voz
interior maravillada; como mirando abajo
por un desfiladero, el alma se achica.
Los pequeños
vencejos se agrandan al cantar su explosivo y agudo cheeep, su chillido.
Y su rápido
aleteo de murciélago. Y el suave cielo de peltre delinea las negras vírgulas de
sus cuerpos mientras se deslizan como agua por un canal. Ahora uno gira de
golpe,
se precipita,
como abatido o, peor aún, expulsado del cielo, sobre la boca de la chimenea.
Agitándose – y luego proyectándose, mientras otro más se zambulle y la bandada
invierte su giro.
Parecen hojas
rotando en la tormenta, sopladas violentamente a nuestro alrededor, somos sus testigos. Testigos de cómo
terminan. El primero sólo cae por la chimenea. Luego cuatro,
cinco, en
tantos segundos, despedidos del grupo, se deslizan cayendo. De repente, estamos
solos. El cielo ya libre de todo salvo de la noche. Estamos de pie, confusos,
adentro.
[David Baker – Swift, 2010. Traducción del autor]
Vencejo gigante > Alondra Lucía Filio Monter
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Inesperadamente los vencejos también
sobrevuelan en este rock del grupo El Aguijón:
Perdido en el
cielo
liviano al
andar
le prometió al
suelo
no verlo jamás.
Ya es viejo el
vencejo
lo corre la
edad
la vida en el
aire
lo quiere
matar.
. . . . . . . .
. . . . .
Y eligió
pelearle al viento
a morir en la
quietud
en la estática
paz
de la
comodidad.
Y abiertas van
sus alas
cortando la luz
abrazándonos,
tapándonos.
Y el miedo no
llega a su alma
muere en la
intención
acechándonos,
siguiéndonos.
Vencejo - El Aguijón (Fernando Pérez, Juan
Martínez, Pablo Rodríguez y Sebastián Palacios)
LOS NOMBRES DEL VENCEJO
Vencejo proviene de oncejo, contaminado desde antiguo con vencejo, "ligadura
para atar las mieses" (latín vincilum,
de vincire, "atar").
Oncejo, a su vez, proviene de la voz castellana antigua, hocejo,
de hoz, quizá con influencia de otra voz antigua, onceja, uña, y hace referencia a la forma de las alas.
El francés martinet proviene, hacia el siglo XVI, de San Martin de Tours, cuya fecha festiva es el 11 de noviembre, día en que estas aves parten de
Francia hacia climas más cálidos.
Por su parte el inglés swift, que también significa veloz,
viene de la raíz indoeuropea swei:
“doblar, girar”, probablemente en referencia la vuelo del ave .
En lengua quechua se lo denomina sirhuana o sirwana.
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REFERENCIAS
-Aristoteles. 350 a.C. Historia Animalium.
-d'Orbigny, A. -1835-1847-Voyage dans
l'Amérique méridionale... exécuté pendant les années 1826, 1827, 1828, 1829,
1830, 1831, 1832 et 1833. P. Bertrand (Paris).
-d’Orbigny, A. 1836. Voyage pittoresque dans les deux Ameriques- Tenré- Paris.
-d'Orbigny, A. 1844. Voyage dans l'Amérique méridionale... exécuté pendant les années 1826, 1827, 1828, 1829, 1830, 1831, 1832 et 1833. P. Bertrand (Paris)-Atlas, Oiseaux,pl.42,fig.2.
-d'Orbigny, A. & Lafresnaye, N – 1837 -Synopsis avium. Magasin de zoologie, series 1,7.
-Hartert, E. 1874-1898. Catalogue of the Birds in the British Museum.
London.
-Illiger, J. K. W. 1811. Prodromus systematis mammalium et avium. Berolini :Sumptibus C.
Salfeld.
-Linnæus, C. 1758. Systema naturæ per regna tria naturæ, secundum
classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis,
locis. Ed. 10.
-Proulx, D. A. 2009. A Sourcebook of Nasca Ceramic Iconography: Reading Culture
Through Its Art. University of Iowa
Press, 236 p.
-Silverman, Helaine & Proulx, Daniel. A. 2008. The Nasca. John
Wiley & Sons, 368 páginas
-Yakowleff., E. 1931. El Vencejo
(Cypselus) en el arte decorativo de Nasca . Wira Kocha (Revista Peruana de
estudios antropológicos), Vol. 1, Nº 1.