"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


miércoles, 20 de enero de 2021

EL HORNERO (Furnarius rufus) – ALBAÑIL DE LAS PAMPAS

 

Agradecemos esta nueva entrega de nuestro colaborador Gabriel Omar Rodríguez.

 

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

Leopoldo Lugones

 


Hornero. Foto G.O. Rodríguez



Introducción

 

 

En nuestras latitudes no hay especie de pájaro tan venerado como el hornero. El hombre suele adjudicar calificaciones propias de su proceder al comportamiento de los animales. Y, en ese sentido podríamos decir que el caserito, como también se lo llama, no tiene parangón. Sin duda sus grandes condiciones merecen calificativos muy destacados como laboriosidad, tesón, fidelidad, buen compañerismo y modestia. En efecto, no escatima esfuerzo alguno en cumplir cabalmente su función de padre y compañero de su pareja con la cual comparte no sólo la confección de un nido que se lleva todos los laureles en ese rubro, sino que también participa de la alimentación y el cuidado de sus pichones, ambos padres se alternan en el suministro de comida con la permanencia en el nido cuidando sus pichones, y una de las cosas que al hombre más sorprende es cuando decimos que ambos progenitores continúan unidos durante toda su vida. Habíamos mencionado su modestia y esta se debe a la sencillez del color de su plumaje. Predominan los tonos pardos sin diferencias llamativas entre sí. El dorso es marrón intermedio en intensidad, y la cola en su parte dorsal tiene tonalidad rufa, similar al rojo del herrumbre, lo ventral luce de color acanelado pálido, con la garganta blanca lo mismo que la zona subcaudal. Sus patas y el pico son gris oscuro. Mide unos 19 centímetros, es “elegante” al caminar y no posee otra característica que destaque su figura. Es importante decir que el macho y la hembra no presentan diferencia en su aspecto externo.


Hornero caminando con su típico paso. Foto G. O. Rodríguez


 

Es infaltable su presencia en parques, plazas, jardines  y otros espacios verdes de las ciudades y sus inmediaciones, donde recorre con paciencia y esmero en busca de lombrices, larvas de insectos y otros invertebrados desprevenidos que caza con extrema habilidad. Es muy aficionado a las viviendas y a los espacios que generan el hombre, siendo común también en zonas rurales, lo que destaca la amplia gama de hábitats que le son favorables.  La relación considerable con el hombre, en Argentina al menos, no ha tenido que ver con ninguna razón económica, dado que ninguna parte de su cuerpito es utilizada, sin embargo la confianza con que se acerca al hombre y a su vivienda, lo llamativo de su canto y la distinción de su nido lograron estimular notablemente la imaginación del hombre que fue capaz de incorporarlo a su folklore en casi todas sus manifestaciones.  Es decir ha sido acreedor de innumerables poemas, historias y comentarios de celebrados hombres de letras.

 

Hay algo que sorprende de su canto y es que canta a dúo. El macho entona una melodía que se fusiona perfectamente con la que simultáneamente emite la hembra. Dice Joanna Burger en El Hornero (1979, Vol XII N°1): “cantar a dúo, se refiere al acto de cantar simultáneo de la pareja. No incluye el contrapaso, o sea el canto alternado territorial de los machos. Se suelen distinguir tres categorías de canto: 1) Canto antifonal: en el que las frases o sílabas se emiten alternativamente; 2) Canto a dúo ("dueto", inglés: duetting): en el cual los miembros de la pareja emiten distintas frases simultáneamente; 3) Canto a dúo simultáneo: en el que los miembros de la pareja emiten frases idénticas al unísono. En los dos primeros tipos de canto, puede haber una exacta sincronización entre los tiempos en que comienzan la primera y la segunda ave”.

 

Hornero a paso apurado. Foto G.O.Rodríguez


 

Constatando los comportamientos nombrados no hay espacio  para la indiferencia, así el hornero -y aún sin conocer detalles de su nido- queda liderando la admiración del hombre de esta tierra entre el resto de los componentes de la fauna alada.

 

Pero vayamos al nombre como habíamos anunciado. Las ciencias naturales para homogeneizar universalmente las denominaciones científicas de los seres vivos  han optado por utilizar el latín o latinizar los nombres de acuerdo a la denominación  binaria- género y especie- que  imaginó Linneo. Así fue que se llamó   Furnarius  rufus a nuestro hornerito, que según el doctor Alejandro Mouchard en extenso trabajo sobre nomenclatura faunística, nos dice que tiene por significado: “Furnarius” (latín) que quiere decir hornero  - furnus = horno- es decir el hacedor de hornos al tener por sufijo “arius”.  Por otra parte señala que “rufus”: (latín) significa rojo o rufo que es el color predominante de su plumaje. El primer especialista que lo describe fue Johann F. Gmelin  en 1768 tomando la descripción que hiciera Buffon a su vez influido por Commerson y  Latham.

 

                    



                


Sellos postales homenajeando al hornero

 

Tan argentino es el hornero, que en Europa se lo conoció como el “hornero de Buenos Aires” cuando en 1767 el naturalista Commerson, de la expedición de Bougainville, llevó las primeras noticias de este pájaro que observó en la Ensenada de Barragán. Con la denominación de “fournier de Buenos Ayres” figuró en la primera nomenclatura científica, por lo cual, sin duda, el célebre Buffon lo circunscribe a esta localidad argentina. La mayor parte de los naturalistas viajeros que visitaron nuestro país en el siglo pasado lo mencionan con admiración, señalándolo a la atención del mundo científico (Selva Andrade, s/f).

 

Respecto a los nombres comunes tiene un repertorio significativo en el que influye su amplia distribución, pero a pesar de ello prevalece mucho el nombre de hornero que es utilizado ampliamente en la Argentina y también en Uruguay. En Paraguay muchos le dan gracias por haber inventado el rancho de adobe, ya que una arraigada leyenda popular sobre el nombre de Alonso García que se asigna al hornero, afirma que así se llamaba quien, imitando su nido, construyó la primera vivienda de adobe. Otros nombres comunes son caserito, albañil, casero, hornerillo, hornero común; Rufous Hornero (en inglés) y  Joao-do-barro (en Brasil);  tiluchi en Bolivia; chilalo en Perú;   obirog,  ogoraití y  guyra tatakua (en guaraní).

 

 

Escultura en homenaje a nuestra ave nacional emplazada en la localidad de Roque Pérez (Provincia de Buenos Aires) obra del escultor Fernando Pugliese. Foto gentileza de Hernán Tolosa.


Y el extraordinario nido tal vez haya influido mucho en su designación como Ave Nacional de Argentina, resultado de una encuesta realizada por el periódico La Razón que tuvo comienzo 22 de marzo  de 1928 con la participación también de la Sociedad Ornitológica del Plata. Sólo podían votar los niños de escuelas primarias  asignándole un cupón por chico y podían participar varios por familia pero siempre un cupón por niño. El 25 de junio del mismo año la edición del diario da por resultado el triunfo del  hornero con más de 10.725 votos, en segundo término se votó al cóndor con 5.803 de adeptos y el  tercer lugar fue para el tero. Los niños sorprendentemente argumentaban en muchos casos su elección y siempre se hizo referencia a su laboriosidad. A partir de ese momento tuvimos un ave que nos representa como nación, lo que debió haber influido  en hacer más universal  su apodo.


Primero (1917-1919) y último (2020) número de la revista El Hornero. Publicación científica pionera en Sudamérica editada por la Asociación Ornitológica del Plata / Aves Argentinas.


Eduardo Harper, un socio de los primeros tiempos de la Asociación Ornitológica del Plata, remitió la fotografía y algunas explicaciones sobre un nido de hornero ubicado en la rueda de un molino, y fue publicado el texto y las fotos en la muy prestigiosa revista “El Hornero” del año 1932, editada por la mencionada institución.

 

Dice: “Se trata de un caso realmente sorprendente, observado en la Estancia San Eduardo, en la Estación Pradere (F.C.O.), en la provincia de Buenos Aires, en su parte limítrofe con La Pampa. La ubicación del nido está justamente sobre la masa y entre rayos de la rueda de forma que gira con la rueda en forma de rotación: así, está a veces con el techo para abajo, en fin en todas direcciones. Lo más raro  del caso es que este molino nunca estuvo muchos días sin trabajar y la construcción del nido reiniciaba sus actividades en cuanto se cerraba el molino y dejaba de dar vueltas. A pesar de que el molino trabaja diariamente y que el nido en cada vuelta del molino  y la rotación cuando hay vientos fuertes es sumamente rápida,  los horneros vuelven al nido cuando se cierra el molino y la rueda queda quieta. Hay también otra dificultad para estos persistentes pajaritos: no siempre se para la rueda en la misma posición. A veces queda con el techo para abajo, aunque esto es raro  debido seguramente a la resistencia de la bomba, la rueda queda generalmente parada en el mismo punto. Creo que no quedan nunca dentro del nido mientras está dando vueltas; al contrario he notado que estando el hornero adentro, sale afuera en cuanto uno echa mano a la manija para abrir el molino. Ignoro si tienen huevos o pichones, pero no parece posible que los huevos resistan al sacudimiento a que están sometidos”.

En carta de 15 de diciembre próximo pasado el señor Harper  dice: “en la última tormenta, estando el molino abierto, se destruyó el nido y se vino abajo en mochos pedazos. No he podido precisar si tenían o no huevos, no encontré ningún resto de ellos, pero tampoco era de esperar pues aunque hubieran tenido ha caído lejos por la violencia del viento”.

 

Billete de 1000 pesos argentinos con la figura del hornero y su nido


A pesar de sus atributos como elegante pájaro  de laborioso y noble comportamientos, los nombres hacen referencia a su afanoso nido que deslumbra a todo aquel que lo observa detenidamente y son muchísimas las notas de carácter técnico como de divulgación, que se ocupan de ese tema. Es interesante comentar  que su nido ya utilizado y, por ende abandonado, es ocupado comúnmente por otras especies de aves como ratonas, golondrinas, caburés y también por pequeños roedores.


Nido de hornero ocupado por jilgueros (Sicalis flaveola). Foto A. Mouchard.


En relación a su distribución como aves exclusiva de Sudamérica meridional,  ocupa gran parte del territorio argentino, exceptuando una franja de la zona cordillerana y el extremo sur de su distribución, aproximadamente,  lo encuentra en el norte de Chubut. Es decir está ausente en las provincias de  Santa Cruz, Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur y sur de Chubut. Además habita el este, centro y sur de Brasil, desde Goiás y Bahía hasta Mato Grosso y Río Grande do Sul, todo Uruguay, Paraguay  y  este de Bolivia. Su dependencia a la disponibilidad de barro hace que evite las zonas más áridas. Por otra parte su gran afinidad con las construcciones humanas  hace que siguiendo a estas que utilizan agua de la cual él puede sacar provecho, lo encontremos en zonas algo áridas. Podemos decir que su hábitat son las sabanas, pastizales, parques de todo tipo y claros de montes.

 

Cuenta la leyenda que, frente a la entrada de una choza, un indígena transformaba el barro en vasijas y platos. Era el mejor alfarero de su pueblo. Al día siguiente debía casarse con la joven más hermosa de la tribu, también alfarera. Esa noche, el hechicero del pueblo advirtió sobre grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio. Bajo tal influencia, el cacique prohibió su realización. Al enterarse, los enamorados huyeron. Los indígenas del lugar los persiguieron lanzando sus flechas, cuyas puntas envenenadas mataron a los jóvenes enamorados. Ambos se transformaron en hermosas aves que, empleando su habilidad para modelar, hacen su hogar en nidos de barro.

 

León Cadogan (1963) destaca una referencia mitológica guaraní de evidente origen en los tiempos jesuíticos:  “En ella se manifiesta la eterna lucha entre el bien y el mal y la identificación de ciertas aves como referentes de uno u otro. Está basado en la referencia evangélica en la que se narra la huida de José, María y Jesús de la orden de Herodes de matar a los recién nacidos. Pero habiendo encontrado refugio en un monte, fueron prontamente descubiertos por el pitogué, quien con su estridente silbido, anunció a las tropas asesinas de la presencia del Niño Dios en cercanías. Asustados José y María, decidieron esconder a Jesús en el nido de un Alonso. Cuando el peligro pasó, se desató un violento temporal, que terminó por derribar el nido del pitogué, siendo que el nido del Alonso se mantuvo firme y fuerte” (Laprovitta, 2016).

 

El hornero es el pájaro gaucho por excelencia, sencillo y elegante en su vuelo y en su canto, gusta de la tranquilidad en pareja y no es ave de bandadas. Espléndido payador, se demuestra como tal en contrapuntos con su consorte, y es, en cuanto a eso, versión alada de nuestros poetas y cantores. Pero mucho antes de los conquistadores y de los payadores, el hornero andaba ya en historias y mitos de las comunidades aborígenes. Tiene, por ejemplo, un papel considerable en la concepción del mundo propia de las tribus chaqueñas.  


Se cuenta  que, en tiempos antiguos, existían otros hombres, no antepasados de los de hoy, sino de los animales. No sabían hacer fuego y debían subir al cielo –en esa época conectado con la tierra– para que el sol cociera sus alimentos. Aunque generoso, el Sol era muy adusto y quisquilloso y no admitía burlas. Ocurrió que un día participó de la comitiva Tatsí, el hornero, entonces con apariencia humana. Tatsí se caracterizaba por su facilidad para estallar en carcajadas por cualquier motivo y pronto halló uno; sucedía que, para cocer los alimentos, el sol echaba fuego por el trasero sobre las ollas. Al observarlo, Tatsí, pese a los desesperados esfuerzos de sus acompañantes por contenerlo, lanzó estruendosas carcajadas. El Sol, encolerizado, arrojó fuego sobre todos los visitantes y acabó por incendiar la tierra exterminando a la mayoría de sus habitantes. Los sobrevivientes se transformaron en animales.

 

Además en el campo de la medicina popular se ha comprobado el uso del nido, una vez abandonado, como remedio para afecciones de la piel, poniéndose una pequeña parte de barro ablandado con agua sobre la zona enferma.

 

Un patriota galardonado por el laborioso pájaro



Resulta interesante transcribir los comentarios que algunos de los grandes naturalistas realizaron en sus crónicas de viaje u obras similares. Comenzamos con los dichos de William H. Hudson, justamente uno de los relatores que admiró desde su infancia a las aves, y esto decía: “El hornero es una especie  perfectamente bien conocida en la Argentina y, cuando se la encuentra, es una gran  favorita, debido a su familiaridad con el hombre, su voz fuerte, tintineante y animosa, y su hermoso nido de barro, que prefiere edificar cerca de una habitación humana, a menudo en una cornisa, una viga sobresaliente o en el mismo techo de la casa. Es un avecita fornida, con el pico delgado y apenas curvo, de cerca de 2,5 centímetros, y  con fuertes patas convenientes a sus hábitos terrestres. El plumaje de la parte superior es un color marrón leonado uniforme, más claro en la cola. Se extiende a través de la República  Argentina, llegando hacia el Sud, hasta Bahía Blanca. Por lo general se lo llama Hornero o Casera; en Brasil, Joäo dos Barrios, o John Clay (Juan Arcilla), según la traducción de Richard Burton…”

 

Por su parte Charles Darwin en su ‘Diario del Viaje de un naturalista alrededor del Mundo’, comentando  sobre el género Furnarius, escribe “Los ornitólogos las han incluido generalmente entre las trepadoras, no obstante ser opuestas a esta familia en todas sus costumbres. La especie mejor conocida es el común hornero del Plata, el casara, o albañil de los españoles. El nido, especie de minúscula casa, de donde le viene el nombre anterior, está colocado en los sitios más visibles, como el remate de un poste, una roca desnuda o un cactus. Se compone de barro y pajitas y tiene paredes fuertes y gruesas; en su forma se parece mucho a un horno o colmena de bóveda deprimida. La entrada es grande y arqueada, y frente a ella, en el interior, hay una división que llega casi al techo, formando así un paso o antecámara al verdadero nido”.

 

Dice don Raúl Carman en una nota de 1977 en la revista El Hornero:  “José Sánchez Labrador (1717-1798), durante unos 34 años vivió y viajó por territorio de lo que hoy es la Argentina. Dejó una obra monumental que es en la historia cultural del pueblo argentino –según Guillermo Furlcng- lo que el libro de las Etimologías de San Isidoro fue para la cultura hispana de la Edad Media: la grande y universal enciclopedia científica. Dedicó 127 páginas de su manuscrito a las aves y, entre ellas, se refiere a los horneros y su nidificación. Manifiesta admiración, por la destreza de los horneros en la construcción de su nido. Dice 'que los españoles los denominan horneros, pero podrán llamarlos ‘arquitectos’. La bóveda y boca o puerta salen tan proporcionadas -escribió- que ni  Vitruvio (arquitecto del siglo I a.c.) tomara más puntuales las medidas ni las ejecutara. Lo mismo se entiende en lo grueso de las paredes y en lo igual y liso".

 

Nido de hornero. Foto A. Mouchard


Sobre el nido

 

En verdad de todos los atributos y comportamientos de excepción que se reconocen en el hornero, el que lleva el primer premio es el nido,  un verdadero alarde arquitectónico que no tiene analogía en el mundo.  Probablemente su refugio haya pesado mucho en aquella casi centenaria encuesta que se realizó en los colegios para elegir al ave nacional y el resultado le fue favorable al hornero, quedando desde aquel momento como el Ave Nacional de la Argentina. Como muchas otras actividades relacionadas con la procreación, la construcción del nido es tarea de ambos progenitores.  Y por el tipo de construcción, muy similar a los hornos de barro que se utilizaban antaño, se apodó al pájaro con el nombre de hornero. Un poste del alambre que divide los campos, o el que sostiene los cables de luz o teléfono, la cumbrera en un techo de tejas, la horqueta de un árbol, hasta una jarra enlozada donde las paredes y la base o piso del nido era la propia jarra. Son todos lugares propicios para que nuestra avecilla utilice como base para tan laboriosa ejecución. Se conoció un curioso caso que narra José A. Pereyra en “Memorias del Jardín Zoológico” año 1938, donde narra sobre “un curioso nido hecho en un alambrado sobre el hilo más alto que era de púa, próximo al poste pero sin apoyarse en él, siendo el alambre no muy tirante. El nido perfectamente construido  guardaba su equilibrio pasando el alambre por entre la base. Allí se criaron pichones y no dudo que muchas veces pudo ser movido por los animales del potrero. ¿Cómo se ingenió al construirlo, para que la masa fuera guardando equilibrio? Sobre todo que al formar la base no se le cayera, es un hecho verdaderamente interesante”.

 

Utilizan además de barro, ramitas, crines de caballo, pequeñas raíces, bosta y todo elemento similar que sirva para dar cohesión a las partes de barro, quedando de esta forma una sólida construcción que ha sido puesta a prueba y se estimó que puede soportar unos cien kilogramos de peso. Estas diminutas partículas se van agregando en incansable viajes que la pareja realiza desde donde está el barro hasta la altura del nido. En esta época las glándulas salivales propician una secreción que unifica mejor el barro. El último trabajo que realiza es  recubrir el piso de la cámara de incubación con pajitas y plumas para que sea mullida.


 

Nido de hornero en Ceibas (Entre Ríos). Foto A. Mouchard


Una vez finalizado el nido tiene la cúpula abovedada, una entrada no muy grande, una cámara anterior separada por un tabique de la posterior que es el aposento de incubación y cría. Pesa entre cuatro y cinco kilos, el diámetro anteroposterior mide unos 20 centímetros o poco menos, y el diámetro transversal varía entre 20 y 25 centímetros. Puede construirlos uno sobre otro pero siempre el activo es el más alto, es decir el primero de la columna. También se encuentran nidos agrupados en hilera, uno junto a otro.

 

La hembra de nuestro protagonista cuando llega el mes de octubre, por lo general, deposita cuatro huevos en su nido ya finalizado. Estos son  de color blanco, sin brillo ni otro signo distintivo y la incubación les demanda unos quince días.  Como ya comentamos ambos padres se turnan en períodos aproximados de 25 a 35 minutos de búsqueda de alimento y anuncian con un canto típico su regreso. El alimento lo depositan en la boca del pichón dado que no ven durante los primeros días de vida.

 

Respecto al nido del hornero el saber popular criollo supone que la adecuada interpretación de los hechos del  pájaro y su nido proporcionan buenos augurios. En principio se cree que es muy bueno que el ave anide cerca de la casa, ello es señal de que los sembrados serán prósperos para ese año. Y si el hornero construye su cubil sobre el techo de la vivienda es señal segura que en esa casa no caerá un rayo. Tengamos presente que estas creencias se difunden rápidamente y siempre se encuentra una excusa para justificar  si no sucede lo esperado.

 

El último buen presagio tiene como contrapartida que si se matara a la avecilla o se destruyera el nido se producirán tormentas de gran magnitud. No se conoce el surgimiento de esta creencia, pero teniendo en cuenta que para el hornero es imprescindible el agua para hacer su nido, casi todo hecho climático posee un vínculo con el hornero. Hay otra creencia firme relacionada con los temporales que sostiene que si el pájaro canta durante esta inclemencia es porque dejará de llover pronto.

 

Hornero llevando material para construir su nido. Foto de G. O. Rodríguez



Las creencias son muchas y referidas a los más variados temas. Agregamos algunas más: se interpreta que si el pájaro canta insistentemente en el techo de una casa es augurio que vendrán épocas favorables para sus moradores. Principalmente en zonas rurales se cree firmemente que el caserito respeta sin excepciones el descanso dominical. Quien escribe estas líneas, allá por el año 1993, tuvo ocasión de visitar el recientemente creado Parque Nacional Pre-Delta. Allí compartió la vivienda con un hombre bien de campo, que  tenía un cargo en la Administración de Parques Nacionales como colaborador y guía de los guardaparques, aún poco conocedores del territorio que tenían bajo su cuidado. A la mañana del domingo que pasé en ese solitario lugar, don Binter -tal era el apellido de este gaucho- me llama insistentemente y ante mi presencia fuera de la casa dice que quiere que constate que no vería un hornero trabajar en ese día, explicando luego la tradición, con absoluta vehemencia,  como si quisiera que al día siguiente no me fuera sin haber visto esta mágica realidad que afirmaba una y otra vez entreverándosele las palabras. Evidentemente era la gran sorpresa que tenía para mostrar a los escasos visitantes.

 Los fuertes chillidos  del hornero durante la noche para muchos indica la presencia de alguna víbora y otros lo extienden a la cercanía de cualquier otro animal, al menos para él, peligroso. Situación que podría darse pues en general se lo considera buen guardián y, en general, muchos animales emiten un sonido que indica peligro. Otros interpretan sus chillidos durante el día como anuncio de la presencia de algo extraño o fuera de lo común como el arribo del cartero, de un forastero o incluso de cuatreros.

Cuenta R. L. Carman en su libro “De la Fauna Bonaerense” algunas curiosidades sobre el comportamiento del hornero frente al hombre: “Si no se le persigue y se le suministra alimento con regularidad, pronto toma confianza, aproximándose a su benefactor sin mayor recelo. En varias oportunidades, en la Plaza San Martín de Buenos Aires, hemos visto un hornero que tomaba de la mano de un hombre las migajas que este le ofrecía”. Luego narra: “Conocemos otro caso extraordinario observado en 1919 en una quinta del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires, donde un hornero comenzó a seguir al quintero, para comer lombrices y los gusanos que quedaban al carpir la tierra; a  los pocos meses tomaba de la mano del quintero los insectos que éste le ofrecía y cuando lo veía dirigirse a la quinta con sus útiles de labranza, descendía del árbol en que se encontraba y lo seguía con paso apresurado, como lo haría un perro”.

Finalizamos con, tal vez, el poema más difundido dedicado al hornero por nuestro famoso poeta Leopoldo Lugones.

 

EL  HORNERO

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.


Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.

 

                                                           Leopoldo  Lugones

 

 





 

Bibliografía

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Gabriel  Omar  Rodríguez

Enero de 2021

domingo, 3 de enero de 2021

EL CÓNDOR ANDINO (Vultur gryphus) SEGÚN VON TSCHUDI

 


1- Le Condor. Grabado de los hermanos Hippolyte y Polydor Pauquet 


El naturalista suizo Johann Jakob von Tschudi recorrió la puna peruana  hacia 1841 y allí conoció y retrató en su relato a la gran ave sudamericana. Su narración resulta interesante a pesar de las inexactitudes que contiene como las medidas del cóndor, el poder de su olfato y la capacidad de sus dedos para alzarse con una presa.

También sugerimos ver en este blog ver las siguientes entradas:

http://historiaszoologicas.blogspot.com/2012/02/el-mensajero-del-sol-condor-andino.html

http://historiaszoologicas.blogspot.com/2012/02/el-mensajero-del-sol-condor-andino_24.html

http://historiaszoologicas.blogspot.com/2020/06/el-tero-serrano-o-lic-lic-vanellus.html



2- Condor Vulture – Dibujo de J. C. Whichelo.




“En estas alturas estériles, la naturaleza contiene su influencia promotora tanto de la vida vegetal como animal. La muy escasa vegetación apenas puede extraer nutrientes del suelo poco amigable, y los animales evitan esas tierras salvajes, lúgubres y desamparadas. Sólo el cóndor se encuentra en su elemento nativo en medio de estos desiertos montañosos. En las inaccesibles cumbres de la Cordillera esa ave construye su nido y sus crías eclosionan en los meses de abril y mayo.”


 

3- Condor


“Pocos animales han alcanzado una celebridad tan universal como el cóndor. Esta ave fue conocida en Europa, en un período en el que su tierra natal se contaba entre esas fabulosas regiones que se consideran escenarios de maravillas imaginarias. Se escribieron y leyeron los relatos más extravagantes sobre el cóndor, y se concedió crédito general a todas las historias que los viajeros trajeron del mágico país del oro y de la plata. Fue solo a principios del presente siglo que Humboldt desmintió las extravagantes nociones que antes prevalecían respecto al tamaño, la fuerza y ​​los hábitos de esa extraordinaria ave.”

 


4- Caza de Cóndor Andino.
Grabado de Pierre-Frédéric Lehnert, sobre bosquejo de Claudio Gay.



“El cóndor adulto mide, desde la punta del pico hasta el final de la cola, de 1.47  a 1.52 m; y de la punta de un ala a la otra, de 3.65 a 3.96 m. Esta ave se alimenta principalmente de carroña: sólo cuando lo impulsa el hambre se apodera de los animales vivos, y aun así sólo de los pequeños e indefensos, como las crías de ovejas, vicuñas y llamas. No puede levantar grandes pesos con los pies, que, sin embargo, usa para colaborar con el poder de su pico.

 

5- Condor macho y hembra. Dibujo de Gustav Mützel

 


La principal fuerza del cóndor reside en su cuello y en sus patas; sin embargo, cuando vuela, no puede llevar un peso que exceda de 3.6 a 4.5 kg. Todos los relatos de ovejas y terneros que se llevan los cóndores son meras exageraciones.”

 

6- Condur Vulture, Dibujo de John Latham



“Esta ave pasa gran parte del día durmiendo y se cierne en busca de presas principalmente por la mañana y por la noche. Mientras se eleva a una altura más allá del alcance de la vista humana, el cóndor,  de aguda visión, discierne a su presa en las planicies elevadas debajo de él, y se lanza sobre ella con la rapidez de un rayo. Cuando se pone un cebo, es curioso observar la cantidad de cóndores que se reúnen en un cuarto de hora, en un lugar cerca del cual no se había visto antes ninguno. Estas aves poseen los sentidos de la vista y el olfato en un grado singularmente poderoso.”

 

7- Der cuntur. Dibujo de L. C. Tyroff



“Algunos viejos viajeros, Ulloa entre otros, han afirmado que el plumaje del cóndor es invulnerable a una bala de mosquete. Este absurdo ni es digno de ser desmentido; pero es cierto, sin embargo, que el pájaro tiene una singular tenacidad vital y que raras veces se le mata con armas de fuego, a menos que se le acierte en alguna parte vital. Su plumaje, especialmente en las alas, es muy fuerte y grueso. Por lo tanto, los nativos rara vez intentan disparar al cóndor: por lo general lo capturan con trampas o con el lazo, o lo matan con piedras arrojadas con hondas, o con las boleadoras. En la provincia de Abancay se practica un curioso método para capturar vivo al cóndor. Un cuero de vaca fresco, con algunos fragmentos de carne adheridos a él, se extiende sobre una de las planicies de altura, y un indio provisto de cuerdas se arrastra por debajo del mismo, mientras que otros se colocan en emboscada cerca del lugar, listos para ayudarlo. En cierto momento, un cóndor, atraído por el olor de la carne, se lanza sobre la piel de vaca, y entonces el indio, que se esconde bajo de ella, agarra al pájaro por las patas y las ata con fuerza dentro del cuero, como si fuera una bolsa. El cóndor capturado bate sus alas y hace intentos ineficaces para volar; pero lo aseguran rápidamente y lo llevan triunfante al pueblo más cercano.”

 

8- Sarcorhamphus gryphus. Litografía de Bauerrichter & Co.

 


“Los indios citan numerosos casos de niños pequeños que han sido atacados por cóndores. Es muy cierto que esos pájaros son a veces extremadamente feroces. El siguiente suceso fue de mi conocimiento mientras estaba en Lima. Tenía un cóndor que, cuando llegó por primera vez a mi posesión, era muy joven. Para evitar su fuga, tan pronto como pudo volar, le ataron una pata con una cadena, a la que se sujetó un trozo de hierro de aproximadamente 2.7 kg de peso. Tenía un gran espacio para andar, y arrastraba el pedazo de hierro detrás de él todo el día. Cuando tenía un año y medio se fue volando, con la cadena y el hierro atados a la pierna, y se encaramó a la aguja de la iglesia de Santo Tomás, de donde fue espantado por los jotes. Al bajar a la calle, un negro intentó atraparlo con el propósito de llevarlo a casa; ante lo cual agarró a la pobre criatura por la oreja, y se la arrancó completamente. Luego agredió a un niño en la calle (un niño negro de tres años), lo tiró al suelo y lo golpeó en la cabeza con tanta fuerza con el pico que el niño murió a consecuencia de las heridas. Esperaba haber traído vivo ese pájaro a Europa; pero, después de estar en el mar durante dos meses en nuestro viaje de regreso a casa, murió a bordo del barco a la latitud de Montevideo.”

 

Tschudi, J. J. von. 1847. Travels in Peru, during the years 1838–1842, on the Coast, in the Sierra, across the Cordilleras and the Andes, into the primeval Forests. 2 vols. New York: Wiley & Putnam

 

Créditos de las imágenes

 

1-Cuvier, Frederic. 1829.  Oeuvres complètes de Buffon, augmentées par M. F. Cuvier ... de deux volumes supplementaires offrant la description des mammifères et des oiseaux les plus remarquables découverts jusqu'a ce jour. Vol XIX. Paris: F. D. Pillot.

2-Perry, George. 1811. Arcana, or, The museum of natural history. London :Printed by George Smeeton for James Stratford.

3-Pycraft, W. P. 1908. A book of birds. London :Sidney Appleton.

4-Gay, Claudio. 1854.   Historia física y política de Chile según documentos adquiridos en esta república durante doce años de residencia en ella y publicada bajo los auspicios del supremo gobierno. Atlas. Tomo Primero. Paris :E. Thunot y Cª.

5-Lydekker, Richard. 1893-1896.  The royal natural history. Vol IV, Secc 7. London and New York :Frederick Warne & Co.

6-Latham, John.  1821-1828.  A general history of birds. Winchester :Printed by Jacob and Johnson, for the author.

7-Wolf, Johann. 1818-1822.  , 1765-1824. Abbildungen und Beschreibungen merkwürdiger naturgeschichtlicher Gegenstände. Nürnberg :Im Verlag des Conrad Tyroff'schen Wappen-Kunst-und Commissions-Bureau's.

8-White, Adam. 1855. A popular history of birds: comprising a familiar account of their classification and habits. London :Lovell Reeve.


Traducción e investigación: Alex Mouchard

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