"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


sábado, 29 de octubre de 2011

LA HISTORIA DE LA BANDURRIA AUSTRAL - Theristicus melanopis



“ Fue Bandurrio llamado rústico Orfeo porque habiéndose muerto su dama, intentó ir a los Campos Elíseos. Y habiendo llegado con esta locura una noche a las Dehesas Gamenosas junto a Córdova, se le antojó que unas yeguas blancas eran las almas. Sacó su bandurria y espantó de tal manera los ganados, que los yegüeros ignorantes, como si fueran las bacanales de Tracia, le mataron a palos".
Lope de Vega "La Dorotea"
     Hacia fines de 1774 el buque Resolution, al mando del famoso capitán James Cook, se encontraba explorando el Atlántico austral, al este de Tierra del Fuego. Con el amanecer del nuevo año alcanzan un grupo de islotes ubicados junto a la costa norte de la isla de los Estados al que bautizan justamente Islas de Año Nuevo. Alli según Cook observaron “una especie de playero casi tan grande como una garza”.  Los naturalistas de la expedición, Forster padre e hijo, (ver la entrada sobre el Pingüino Rey) coleccionaron en esas islas desoladas a esta ave que criaba sobre las rocas inaccesibles y que les recordaba poderosamente a los ibis africanos, aves que frecuentaban las zonas inundables de Egipto, caracterizados por su largo pico curvo, sus amplias alas, patas largas y cola corta.
     Estas aves estaban dedicadas al dios lunar Thoth, representado con cabeza de ibis, quizás porque la Luna se consideraba un astro húmedo, y los ibis frecuentaban los bañados. Por eso los egipcios creían que el ibis llevaba la cuenta de los días de menguante y de creciente lunar, porque era la duración de la incubación de sus huevos. Se aseguraba que durante los eclipses de Luna, en que el astro moría al menos transitoriamente, los ibis mantenían sus ojos cerrados. El ibis protegía a los egipcios de las víboras que venían de Etiopía con las crecientes del Nilo, y como consideraban que era un ave incapaz de beber aguas contaminadas (¿hoy le diríamos indicador ambiental?) los sacerdotes solo usaban en sus rituales agua donde sabían que habían bebido estas aves, a quienes se consideraba inmunes a toda enfermedad y dotadas de vida eterna. Matar un ibis en aquellos tiempos era un delito muy grave que podía llevar al culpable al  cadalso. Un dato curioso es que los egipcios creían que los ibis se apareaban y daban a luz por la boca, quizás por interpretar erróneamente la alimentación boca a boca de un adulto a un juvenil y de observar regurgitaciones de caracoles u otros alimentos que hubieran ingerido.
     A partir de los especímenes obtenidos por los Forster, John Latham describió al “Black-Faced Ibis”, es decir  “ibis de cara negra”.  Como Latham, gran ornitólogo inglés especialista en avifauna australiana,  no se preocupaba mucho por la nomenclatura, utilizó ese nombre libresco en inglés. Para cuando se dio cuenta de las ventajas del sistema binomial de  Linné y lo quiso utilizar en su Index Ornithologicus, ya el médico alemán Johann Friedrich Gmelin había supervisado y publicado (1788-y 1793) la 13ª edición del Systema naturae de Linné, bautizando las especies de Latham con nuevos nombres, que fueron los que en definitiva perduraron en la nomenclatura científica por la ley de prioridad. De manera que traduciendo del inglés al latín Gmelin le aplicó a la bandurria el nombre Tantalus melanopis (melanopis = cara negra). El nombre genérico lo tomó del naturalista holandés Pieter Boddaert que lo había creado para el colorido ibis crestado de Madagascar, actualmente Lophotibis cristata. Es un nombre que hace referencia al dios griego Tántalo que habiendo ofendido a los dioses olímpicos con crímenes abyectos fue enviado al infierno y condenado a permanecer en un lago con el agua hasta el cuello y cada vez que intentaba beber el líquido, éste se retiraba de su alcance. Quizás Boddaert vió en esa historia una imagen de los ibis vadeando incesantemente y picoteando el agua para capturar sus presas, como si quisiera beber el agua que se les escapaba. De todos modos no permaneció mucho tiempo la bandurria con este nombre genérico,  ya que el herpetólogo Johann Wagler en 1832 le creó un género especial, Theristicus, que en griego quiere decir “cosechador” y que se refiere a la semejanza del pico con una hoz.
     Con respecto al nombre común de bandurria, Azara explica, refiriéndose a la especie septentrional (Theristicus caudatus),  que como “su voz no es agria y se figuran los españoles que se parece al sonido seco (y metálico, agregaríamos) de la mandurria, y por eso la llaman así”. Mandurria era el nombre que daban en Aragón (la patria de Azara) a un instrumento de cuerda similar al laúd que en el resto de España, se conocía como bandurria. El instrumento y su nombre derivan de la pandura romana, y ésta a su vez del pan-tur sumerio.

Black-faced Ibis. Plate LXXIX from Latham's History of Birds Vol 3. Pt 1. 1785. Shrewsbury Museums Service

     Charles Darwin observó a la bandurrias en el extremo sur de la Patagonia, generalmente en parejas. Su grito le pareció semejante al relincho del guanaco, al menos cuando lo escuchaba de lejos. Encontró que se alimentaba de lagartijas, cigarras y escorpiones. Como dato curioso menciona que en el British Museum  habría ejemplares presuntamente traídos del norte de África por el explorador escocés Hugh Clapperton , quien recorrió esas regiones en la segunda década del s. XIX. Evidentemente la confundió con alguna especie africana, ya que nuestra bandurria no llega a esas regiones.
     Thomas Bridges que colectó en Chile, Argentina y Bolivia la consideró no poco común en el interior de Chile donde nos dice que se domestica fácilmente y que su carne es consumida por los nativos.
     Robert Oliver Cunningham, naturalista del buque Nassau que exploró la zona magallánica en 1866-1869, halló a la bandurria tan desconfiada y cautelosa, que le costó mucho cazar alguna. Su voz –indica - parece decir “qua-qua, qua-qua”, voz a la que William Hudson, enfatiza a un “quack-quack” para dar una idea de las notas ásperas y de extraordinaria potencia que profiere. Estos fuertes gritos, aclara, les servirían para mantenerse en contacto cuando se dispersan entre los pastos de las pampas bonaerenses, donde invernan, mientras capturan las larvas subterráneas de los bichos torito (Diboloderus). También describió las notables evoluciones aéreas de este “fino ibis”, antes de retirarse a dormir en las zonas ribereñas,  las que acompaña con fuertes gritos y termina precipitándose al suelo donde se oculta para reposar.
     El naturalista francés Claudio Gay que desde 1830 estudió la fauna chilena y cuyas colecciones dieron nacimiento al Museo Nacional de Historia Natural de Chile, encontró bandurrias en todo ese país e indicó que su carne era excelente. Cuenta que en una ocasión al matar una de ellas, las compañeras comenzaron a rodear a la víctima  lanzando gritos muy agudos. Menciona también que los indígenas araucanos la llaman “raquí”. En la costa de Temuco, Chile, hay un sitio llamado Ruka Raki, o sea “la casa de la bandurria”.



Crawshay, R – 1907 – The Birds of Tierra del Fuego. London.

     Crawshay la describe en Tierra del Fuego y habla sobre su curioso canto: “Mucho antes de verlas, o aún sin llegar a verlas, se escuchan sus gritos de gran alcance. Luego, puede que veamos o no un par o más de formas oscuras batiendo sus alas, ora sobre la llanura, ora sobre un risco, ora zambulléndose en un valle, zigzagueando aquí y allá, aunque siempre manteniendo su dirección. El grito semeja muchos sonidos, según la distancia y según como llega al oído – desde arriba, desde abajo o a través del viento. Muchas veces lo he tomado como el relincho de un guanaco y viceversa. Me parece más semejante al “tink tink” del yunque del herrero – acampanado y musical en la distancia; más profundo, áspero e intenso en la cercanía.
     Lo compara al ibis hadada africano (Hagedashia [Bostrychia] hagedash) en la regularidad de los horarios en que vuela desde los dormideros hasta los campos donde come y cuando regresa.  Crawshay registra también el nombre ona de “koritchet”, que Andrés Giai escribe “korrikeke”.

Alex Mouchard

El raki o la Bandurria (Theristicus melanopis).
Poesía mapuche de Lorenzo Aillapan

Las bandurrias tienen sonidos metálicos,
por esta característica ya antiguamente eran bien conocidas.
Ahora por siempre una comunidad entera lleva su nombre,
desde que existe se llama la Casa de las Bandurrias.
Actualmente el colegio se llama Ruka Raki,
donde se reúnen alumnos y profesores.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakí truliraki!

El pájaro raki es el que sabe mejor contar su habilidad,
de a dos a cuatro andan como sabios consejeros.
A modo de sonido, una y otra vez, dialoga el macho bandurria.
En aspecto, de sonido rimbombante, dialoga la hembra bandurria.
El concierto, sonido met·lico en lenguaje-canción,
es la melodía m·s acertada, divina, alegre y danzando.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakÌ truliraki!

En el sobrevuelo, arriba, por parejas de a dos y parejas de cuatro.
A modo de gruñido, voz, sonido: su lenguaje canción.
En el espacio sideral, desde muy lejos de la tierra, se escucha venir.
Antes de posarse hace un cÌrculo en el aire con su cuello amarillo,
de cola negra, plumaje dorso ceniciento, patas negras rojizas.
Hábitat predilecto: lagos, ríos, esteros, donde hay pastizales.

¡Kiraki kiraki kiraki kiraki rakitruli rakitruli
truliraki truliraki trulirakÌ truliraki!

REFERENCIAS
-Aillapan, L & Rozzi,R. -2004- UNA ETNO-ORNITOLOGÍA MAPUCHE CONTEMPORÁNEA: POEMAS ALADOS DE LOS BOSQUES NATIVOS DE CHILE. ORNITOLOGIA NEOTROPICAL 15 (Suppl.): 419–434.

-Azara, F. de-(1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. España. 1992.

-Crawshay, R – 1907 – The Birds of Tierra del Fuego. London.
-Cunningham, R.O. -1868- Ibis 4.
-Darwin, C. R. ed. 1838. Birds. The zoology of the voyage of H.M.S. Beagle. by John Gould. London: Smith Elder and Co.
-Gay, C. -1847- Historia física y política de Chile. Zoología I. París.
-Giai, A. - 1952- Diccionario ilustrado de las aves argentinas. Bs. Aires
-Gmelin, J. F. – 1789- Systema Naturae...editio decima tertia
-Latham, J. - 1781-1802- A general synopsis of birds, with a suppl. White, Leigh & Sothebys, London
-Sclater, PL & Hudson, WH –1888- Argentine Ornithology


EL MONSTRUO DE SAN VICENTE: LA RANA TORO.




               
"Dinos, te lo ruego, que demonio es esta melancolía, que puede transformar a los hombres en monstruos"
    -John Ford, 'The Lady's Trial' (1639) 
          






Agradezco a mi amigo Gabriel Rodriguez por acercarme esta interesante relato de Marcos Freiberg.

             
San Vicente es una localidad cercana a la ciudad de Buenos Aires que tiene la suerte de poseer a su vera una laguna. Si bien este detalle ecológico no resulta muy original, posibilitó el desarrollo de acontecimientos como los que ocurrieron allá por el verano del 43 y proporcionaron al pueblo de una publicidad tan inesperada como envidiable.

Una noche caliginosa, en víspera de tormenta, mientras los vecinos trataban de conciliar el sueño que se les escurría de los ojos, acosados por la temperatura y el zumbido irritante de los mosquitos en trance de procurarse el sustento, oyeron un sordo mugido procedente de la insondable oscuridad lacustre.

Una y otra vez repitiose el extraño lamento, por momentos iracundo, pero no prestaron demasiada atención al asunto dado que al día siguiente era preciso levantarse temprano para trabajar y no era cuestión de dormirse sobre los libros de la oficina o equivocarse con las sumas y restas bancarias, que no permiten debilidades humanas y obligan a reponer dolorosamente los pesos fantasmas.

Al caer la noche, no menos insomne y calurosa que la víspera volvió a escucharse el terrorífico rugido, como se les antojó a los pobladores, y- ahora no había duda- el sonido era real y no producto de fantasiosas elucubraciones.

Como de cualquier manera no podían dormir comenzaron a pensar en el probable origen de tan extemporáneo fenómeno pero, una vez más, el cansancio y una tregua en el vuelo en picada de los implacables insectos ahítos de sangre, les permitió conciliar el sueño y olvidar la idea obsesiva que se insinuaba en sus mentes crédulas.

Con las ineludibles obligaciones cotidianas, el misterioso suceso se olvidó un poco, pero con el crepúsculo volvieron mosquitos y mugidos y como era sábado, los vicentinos sentados ante las puestas de sus casas  a horcajadas sobre la sillas puestas al revés, las manos sobre el respaldo y las barbillas apoyadas dubitativamente sobre el dorso, sana costumbre pueblerina que facilita la intercomunicación humana, hablaron largo y tendido sobre los singulares acontecimientos ocurridos.

Las opiniones estaban divididas y alguien acotó - más informado- que tal vez la naturaleza les había otorgado la suerte de albergar en su laguna, además de humildes bagres, alguna criatura antediluviana, capaz de atraer la atención de los científicos, la fama y , ¿porqué no?, provechosos negocios turísticos para la localidad si se explotaba inteligentemente la presencia del extraño ser.

¿No tenían acaso sus monstruos respetables el lago Lochness en Escocia y el Lago Di Como en Italia?¿No hubo buen jaleo con el plesiosauro de la Patagonia?¿Porqué había de ser menos el pueblo de San Vicente?.

Alguien tenía un amigo periodista y se comunicó la novedad a la prensa. Ni cortos ni perezosos los muchachos tomaron la noticia por su cuenta y el “Monstruo de San Vicente”, como lo bautizaron prontamente, toma estado público nacional. Titulares a toda página informaron al país que la modesta laguna, cuasi incógnita hasta ayer, daba albergue a un dragón temible, que rugía de noche y atemorizaba hasta el pánico a los vecinos.
Monstruo o no el Hombre- con mayúscula- no permanecería indiferente ante su aparición y como, si como se presumía, resultaba una especie reptiliana ancestral, respetada milagrosamente por los milenios, no pasarían sus vivencias al futuro si de las buenas gentes de San Vicente dependiera.

Reportajes y opiniones diversas aparecieron profusamente en lo periódicos, acompañados a veces, de fotografías nocturnas en que sólo se veían pajonales y dibujos del presunto dinosaurio con un largo cuello, pero el aterrador rugido se oía intermitentemente, llenando de zozobra el ánimo crédulo de los campesinos. Sólo quedaba para la dignidad de los ciudadanos un camino para debelar la incógnita lacerante y es el que se tomo decididamente.

La cacería se organizó tomando en cuenta los más mínimos detalles. Abundante acopio de armas, largas y cortas, linternas, perros y corazones intrépidos dispuestos a triunfar, o sea, aniquilar al monstruo abominable o a morir en la demanda. Bueno, tal vez no tanto, pero casi era eso.

La noche era oscura y el aire caluroso y húmedo traía el vaho de las aguas quietas y de los pajonales. A ratos un relámpago presagiaba la tormenta inminente. El grupo de valientes inició la marcha: los dientes apretados, los puños crispados sobre la empuñadura de las armas y los dedos rápidos en los gatillos. Los perros corrían adelante, ladraban y excitados agitaban las colas como en las nobles cacerías de la perdiz colorada. Pero parecían comprender que aquí se trataba de algo más importante y peligroso. Mientras tanto los mugidos no cesaban y el que los emitía no demostraba importarle gran cosa el peligro probable de ser descubierto.

Dejaron atrás las últimas casas. Bípedos y cuadrúpedos olfatearon el aire neblinoso que les sirvió de acicate en la aventura.

El sonido escalofriante del extraño ser guiaba a los intrépidos. Encendieron las linternas y se abrieron en abanico apartando los pastos espesos. Nadie hablaba. Arrecieron los ladridos y, orientados los perros por el olfato, corrieron rectamente hacia un lugar cercano a la orilla, cuando de repente cesaron los mugidos. Los hombres temblaron, pero arrastrados por los acontecimientos ya no podían retroceder. Reunieron los haces luminosos de las linternas y se acercaron al lugar que acosaban los perros enfocando hacia arriba, más o menos a la altura de un monstruo respetable, pero las saetas de luz perforaron inútilmente las sombras. El espacio estaba vacío. Bajaron los focos y, evidentemente, pensaron que el horrible ser debía ser algo rastrero, pues tampoco descubrieron otra cosa salvo pastos enhiestos. Finalmente, dispuestos a todo apartaron con largas estacas la vegetación, apretaron convulsivamente las armas y ... en un círculo luminoso como una vedette vaudeville en un escenario, quedó iluminada en pleno una rana toro, “bull frog” de los norteamericanos, de respetables dimensiones, pero ni remotamente significaba su bautizo de “Monstruo de San Vicente”, pues ni era tan horripilante por cierto ni tampoco era de San Vicente, aunque estaba allí de visita, escapaba de algún aficionado ranero, si bien sus mugidos potentes habían originado el malentendido.

Cuando los valientes expedicionarios, bastantes desilusionados pero no menos aliviados de la tensión nerviosa sufrida ante la incertidumbre del peligro de hallar a la marginada bestia apocalíptica, se disponían a aplastar ignominiosamente al animalejo de marras, según inveterada costumbre humana para zanjar los diferendos, un viejo criollo que había participado de la partida con una linterna y una bolsa por toda arma detuvo con un gesto de su mano a los machos llenos de coraje, y tomando a la rana con la mano izquierda la introdujo en el saco, se lo echó al hombro y emprendió el regreso.


Rana catesbeiana
(Pope, C. H. 1944. Amphibians and reptiles of the Chicago Area.  Fieldiana. Zoology. Special Publication)

Al día siguiente los porteños pudieron contemplar a sus anchas en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, encerrado en una breve caja de vidrio, al presunto monstruo con menos aprensión que en las tartarinescas jornadas vicentinas. En la base de la jaula podía leerse: rana toro o “Bull Frog”, Rana catesbeiana, de los Estados Unidos y Méjico.


Marcos A. Freiberg
El Mundo del Zoo, 1974
Edit. Albatros



lunes, 10 de octubre de 2011

LA GARZA MORA (Ardea cocoi) , MATHURIN Y BUFFON


 
“Yo vide una garza mora
dándole combate a un río
así es como se enamora
tu corazón con el mío”.

Simón Díaz - Tonada de la luna llena


     La garza mora o socó, como muchas otras aves neotropicales, aparece primero en la literatura zoológica en la obra de George Marcgrave. “Socó” es el nombre genérico guraní para las garzas, pero Marcgrave lo utilizó especialmente para su su segunda especie de garza, a la que denominó “Cocoi de los Brasileños”.  Esto es porque la grafía “çocoi” pasaba a ser, en la tipografía de los antiguos impresores,  “cocoi”  ya que carecían entre sus tipos de la cedilla, letra que no existe en latín, idioma en que se imprimían los libros científicos en esa época.

     Marcgrave le atribuyó el tamaño de una cigüeña y la tildó de elegante, especialmente por las las plumas largas y blancas que penden de la parte anterior e inferior del cuello. Describió con minuciosidad sus colores y acota: “su carne es buena y la comí frecuentemente”, con lo cual suponemos que su paladar no era muy exigente ya que como alguna vez señalara William Hudson, siguiendo a Buffon, pocas aves son más flacas y descarnadas que las garzas una vez que se las ha desplumado. Buffon atribuía esto a cierta imperfección de sus órganos que las llevaba a una perpetua lucha contra la miseria y las carencias, y por eso las llama aves indigentes y que dan pena. Sin embargo Piso indica que en la época de lluvias esta especie deposita grasa en su cuerpo y Du Tertre coincide en que su carne es tan buena como la de otras garzas.




Curioso dibujo de Marcgrave que resulta desproporcionado y pueril.  Una mala imagen del ave, según Buffon.

     La historia de la garza mora nos conduce ahora a una confrontación entre zoológos. Mathurin Jacques Brisson, fue un naturalista francés perteneciente a una familia de abogados nobles de Fontenay, localidad al este de París. Su tía era cuñada del célebre naturalista y fisico René Antoine de Reaumur quien poseía importantes colecciones de ciencia natural, especialmente de aves. Reaumur había donado sus colecciones a la Académie de Sciences, y Brisson, que había  comenzado a estudiar ciencias naturales con este pariente célebre,  obtuvo,  gracias a su recomendación, empleo como curador de las colecciones de la Académie.

     Reaumur tenía un proyecto enciclopédico sobre la vida animal similar al de Buffon pero en competencia con él, especialmente porque Reaumur era un ferviente creacionista, para quien toda la enorme variedad de seres vivos era una obra de Dios. Para este trabajo contaba con la ayuda de Brisson quien había desarrollado el estudio de los cetáceos y cuadrúpedos en su Régne animal (1756).  A continuación Brisson se dedicó a las aves pero tras la muerte de Reaumur, al caer de su caballo,  la Académie transfirió las colecciones al Cabinet du Roi, donde quedaron bajo la supervisión de Buffon y Daubenton, con lo cual Brisson ya no tuvo acceso a ellas, y hostigado por esos sabios y sus colegas decidió abandonar las ciencias naturales para dedicarse a la física.  Sin embargo logró llegar a publicar en 1760 la obra Ornithologie  en 6 volumenes, un trabajo monumental donde describe 1500 especies y que fue la obra más completa sobre ornitología antes de la publicacion de Histoire des oiseaux  de Buffon.

Brisson describió a la garza mora bajo el nombre de “L’Héron huppé de Cayenne” o sea “la garza copetona de Cayena” (Guayana Francesa), quizás con material proveneniente de esa región que pudo haber encontrado en la colección de Reaumur. Para esa epoca Jean Barrière se encontraba colectando aves acuáticas en las costas de Guyana y es posible que haya sido quien enviara los especímenes a Francia. De cualquier modo la descripcion de Brisson es meramente técnica y no aporta ningun dato adicional.

     En la 12ª edición del Systema Naturae, Linné, utiliza el nombre de “coco” como designación específica y se limita a repetir a los autores anteriores, pero inmortaliza en la literatura científica al nombre indígena.

Forma de garza mora - J. del Bosc


     Buffon la considera una garza grande y bella. Agrega que además de Brasil y Guyana, se encuentra en las Antillas, basado en Du Tertre, quien la llama “crabier” o sea cangrejera, porque se alimenta de esos crustáceos.

     Azara, que la llamó “Garza Aplomada”, dice que va sola o con otra idéntica, que es muy arisca y escasa en ríos y lagunas muy grandes del Paraguay. Rara vez escuchó su voz al volar y le sonó como un desagradable “gaaá”. Compró dos pichones ya emplumados que fueron sacados de un nido de palitos ubicado sobre un arbol. En el buche les encontró víboras grandes y un pez de 30 cm de largo.

     Burmeister pudo verla en Paraná, Cordoba y Tucumán, en la ribera  de grandes rios y arroyos, asentada a gran altura en ramas y cimas de árboles, pero siempre solitaria. Registró el nombre criollo de “garza grande”.

     Hudson, por su parte, señala que en la parte  sur de Sudamérica no se asocia con otras y tampoco cría en colonias, y lo atribuye a su escasez, suponiendo que en zonas más cálidas, donde es más abundante sería más sociable. Es sedentaria y ambos miembros de la pareja habitan el mismo río o bañado todo el año, aunque pescan cada uno por su lado. Pese a la observación de Azara, Hudson dice que anida entre los juncos y pone 3 huevos azules.

     Se explaya sobre el tema de su flacura. La mayoría de las garzas que obtuvo estaban muy emaciadas y muy parasitadas por lombrices intestinales.  Extrañamente no encontraba en ellas parásitos externos. En una de sus Fábulas Argentinas, El cisne y la garza mora, Godofredo Daireaux, destaca este aspecto mísero del ave: “Sin pedir nada a nadie, una garza mora, gris y flaca, tiesa en una pata, con las plumas erizadas y el pescuezo entre los hombros, miraba indiferente desde la ribera del lago las graciosas evoluciones del cisne”. El cisne “vio a la garza, solitaria, pobre y mal vestida” y se le acercó más que para ayudarla para recibir su admiración. Pero “la garza no contestaba y parecía no oír o no entender estos amables ofrecimientos, por espontáneos que pareciesen. Ella no necesitaba más de lo que tenía; no quería mayor riqueza; vivía como podía sin deber a nadie obligación alguna, ni la quería contraer, sabiendo demasiado que nadie da nada sin condición; y de ahí su silencio desdeñoso.”

     El nombre socó pertenece al idioma tupí y puede derivar de ço:  ir, y co: golpear, o sea “el que va golpeando”, ya que las garzas caminan por el agua lanzando golpes de pico contra sus presas. Socó-í, contiene el diminutivo “í”, y no sabemos porqué lo usó Marcgrave para esta especie que es la mayor de las garzas del continente. Sabemos en cambio, que el término se usa en Brasil para la garcita verde, Butorides virescens, que sí es pequeña dentro de su familia.


Goeldi, Emilio Augusto-1894-Aves do Brasil.


     Von Ihering registró otros nombres comunes en Brasil: “baguari” en el norte, “Joao Grande” en Sao Paulo y también “tabuyayá”. Como bien señala, “(m)baguari” es un nombre aplicado a la cigüeña, que quizás por similitud, se le dio a esta garza. Spix lo reflejó en el nombre científico que le otorgó: Ardea maguari .

     Entre 1911 y 1913, el etnólogo alemán Theodor Koch-Grümberg  recorrió, por encargo del Museo Etnológico de Berlín, la zona ubicada entre el Roraima y el Orinoco Medio. En el segundo tomo de su obra Von Rororima zum Orinoco (Berlin. 19816-1917) recopiló los mitos y leyendas de los indios taulipang y arecuná, de la Guayana Venezolana. En uno de ellos aparece Kéyem, una deidad de forma humana que habita en el arco iris y que cuando se cubre con una piel coloreada se transforma en una gran serpiente muy brava, abuela de todas las aves acuáticas. En una ocasión mató con sus flechas invisibles a un muchacho que se bañaba en una cascada y en venganza fue muerta a flechazos por dos aves buceadoras,  una de las cuales los indígenas identifican con la garza mora. Las aves le sacaron a Kéyem su colorida piel y se la colocaron sobre su cuerpo. Este mito posiblemente se refiere a la semejanza del cuello de estas aves con una serpiente y al plumaje de algunas especies de aves que presenta reflejos iridescentes. Aún hoy en día aparece la garza mora en el folklore venezolano, como en la bella tonada que citamos al comienzo.

 Así como en la leyenda las garzas se cubren de la bella piel de serpiente, los humanos siempre vieron en su plumaje un preciado adorno. Así los indios qom de Formosa utilizaban las plumas de esta especie para formar un penacho vertical que ajustaban sobre un cordón de lana colocado a modo de vincha. Curiosamente en la moda occidental de principios del siglo XX, las plumas de garza eran muy valoradas para ornamento femenino y por ello eran objeto de un intenso comercio.

     Fray Mocho en  “Un viaje al pais de los matreros”relata algunos aspectos de la caza de garzas: “¡Cuántas de esas plumas tienen manchas de sangre humana y cuántas han costado la vida de quienes fueron a recogerlas allá en los anegadizos donde abundan las plantas que parecen víboras y las víboras que parecen plantas! (...)  Las garzas que el comercio busca son tres: la mora cuyo cuero se usa para hacer adornos comunes, la blanca grande cuya pluma es de mediana calidad y la blanca chica, que es la apreciada (. . .) La garza mora pocas veces se reúne en bandadas grandes y por lo general vaga por parejas en las orillas de los bañados, buscando las pequeñas víboras y sapos con que se alimenta”.

     No es muy conocido el hecho de que el insólito Domingo Faustino Sarmiento,  se hizo nombrar en una oportunidad  juez de paz en Junín (Bs. Aires) para combatir la cacería de garzas y el comercio de sus plumas. Un auténtico precursor del conservacionismo criollo.

Alex Mouchard



REFERENCIAS

Azara, F. de-1802- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata.

Brisson, Mathurin Jacques-1760-1763-  Ornithologie.

Buffon, G.L.L. conde de.  -1770 - 1785- Histoire naturelle des oiseaux.

Burmeister, G. -1861 – Reise durch die La Plata-Staaten.

Linné Caroli. -1766-Systema Naturae per Regna Tria Naturae, secundum Classes, Ordines, Genera, Species cum characteribus, differentiis, synonymis, locis. 12ª ed.

Marcgrave, George & Willem Piso. 1648. Historia Naturalis Brasiliae... in qua non tantum plantae et animalia, sed et indigenarum morbi, ingenia et mores describuntur et iconibus supra quingentas illustrantur.

Sclater, PL & Hudson, WH –1888- Argentine Ornithology.

Ihering, H. von –1898- As aves do estado de S. Paulo. Revista do Museu Paulista, vol. III.







EL VENCEJO DE COLLAR (Streptoprocne zonaris), EL PREDICADOR Y LAS FANTÁSTICAS GOWRIES

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